Saturday, October 16, 2010

Las juderías / novela / 16-25


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16. ¡Qué camarada ni qué ocho cuartos!

Sara fue hija de un revolucionario de armas tomadas. Ella conocía más los pasos que daba Abram, mi padre, que él los suyos. Fue hija de Joachim y él, como Leopoldo y Leopoldín, en su tiempo, se daban tratos de camaradas. Y, aunque era sólo una chica, ante la cual no se explicaba la familiaridad, el coqueteo de ella, para los meses, de abril a junio, el Blitzkrieg en el año '40, Abram le pidió de golpe y porrazo que fuese su novia. Ella estudiaba medicina, igual que él, y aceptó. Fue la primera vez que le llamó Camarada y él protestó: «¡Yo no soy Camarada! Si vamos a ser novios, que sea sin etiquetas...»

Explicó que sólo, hasta muy recientemente, Churchill le ha representado la energía y la visión del mundo europeo que a su misticismo había faltado. Sí. A ella ya le habían dicho que Abram es como su padre, hermético y místico. El le dijo que iría a cruzar la raya y que se uniría a los ingleses en la resistencia. Combatiría al Tercer Reich. Ella dijo que tiene contactos con la sede de la Cruz Roja Internacional en Berna. Es allá donde ha estado y tendrá que regresar. «Yo debo personarme ante los cuarteles de la AEF (Allied Expedicionary Force)», le dijo él y no se atrevía a preguntar por qué tenía que ser él quien le gustara. Ella es quien, a cierta distancia, lo anduvo siguiendo. Lo saludaba si lo veia, con sus movimientos de manita, o el guiño de sus ojos espléndidos.

D. David «Ike» Eisenhower advino como Jefe de Operaciones Militares de los Estados Unidos en Europa, en 1942, y Comandante en el teatro de guerra europeo. Y la familia de Joachim de Riga quien tenía autoridad y rango en la resistencia para asignar a Leopoldín misiones de trabajo revolucionaria le dijo: «Ese estudiante Abram, pariente tuyo en tu casa, ¿es confiable? ¿Es merecedor, camarada? porque ya me pesa la sospecha de que nos harán escombros y lo que sucedió en Rotterdam ocurrirá en cada gran ciudad europea... que se joda todo, Leopoldín, pero que no se pierda mi tesoro mayor». Hablaba sobre Sara, su hija.

«Lo escarbé ya, Joachim. Y me ha dicho que él no se considera partidario de ninguna idea política... En este asunto es fiel al pacifismo de su padre. Toda guerra es la señal de un pueblo sin Dios, me dijo».

«Pero hay que tomar partido. Sara, mi hija, piensa igual que ese muchacho y, siendo mujer, es ahora camarada».

Efectivamente, con éstas y otras instrucciones que se le confiaron en la capital suiza, a las orillas del río Aar, Leopoldín hizo que Sara y Abram se conocieran. De 1942 a 1944, la Universidad de Berna, seguía abierta, con la meta de originar los médicos de emergencia que, predicha la blitz irremisible, la nación necesitaría al igual que naciones entre los Aliados. Los bombadeos nazis podrían extenderse a los rincones más remotos y sagrados de los Alpes y Países Bajos, se decía entre la cáfila de judíos. «Y tenemos que mover nuestras redes ahí, gente en las universidades, gente que organice, medicos y enfermeras y, en fin, gente que salve vidas, y ese es nuestro trabajo», decía Joachim.

«Si te place, no te digo camarada», dijo la mujer con voz dulce. El no sabía ni su nombre. «Llámame, Sara».

«Puede que a mi padre no le parezca aberrante que una mujer estudie medicina», piensa Abram, apretándole la mano que ella le extiende. Le parece una mujer para el Nuevo Mundo, viaja sola. Conversa sin miedo y al punto. Se muestra tan independiente y confiada que el pensamiento de Abram se remonta a La Habana, donde deben estar Benavito y Malkapensando en él. Este es su hallazgo. Si Otilio viviera utilizaría la misma metáfora con que hablara sobre la mujer que dio a su padre, Benavito, y que siendo hija suya fue como una señal de renovacion moral enviada en un cestillo.

Se reditaría, con el protagonista femenino, la historia de Moisés, que navegó en un cestillo por el río ante los ojos de la hija del faraón. Y, con ese sentimiento, le vino la imagen de su madre. Es Leopoldo, padre, quien le contaba cuán orgullosamente Otilio llevó a Cuba la cepa de La Sueca y cómo Benavito hizo de ella (Malka) una parábola viva. A Cuba no llegaba, con ella, la Ley de Moisés, sino Ley de Misericordia, encarnada en la esposa de Benavito, y «es para humillación de los collados antiguos, que serían enterrados en mortandad, en guerra por su desobediencia y ambición», quienes la menosprecien. En su reinterpretativo discurso, su madre sería la cepa nueva y la honra que Otilio había sacado a Temán y Parán para separarla del «viejo mundo», trasladándola a Cuba como semilla de renuevo. Cuba: insel der Hoffnung, Cuba: isla de la esperanza. Y ahora, por tener a Sarita ante así, dice que si se sobreviviera la guerra... «a Cuba, llevaré esta mujer preciosa» y le parecía una decision sabia, porque la mujer hablaba un español correcto, además de francés y alemán.

El tiempo, muchas veces escaso, para tratarse románticamente solía ser intenso. Búsqueda de recuerdos nostálgicos. «Eres bastante faldero. Tu hogar te obsesiona. Aún se percibe la ansiedad de separación de madre / padre... de tu casa. Y eres inmediatista... sólo es bueno lo que te gusta de ese presente idealizado junto a tus padres, camarada». Ella lo sicoanalizada. «¿Eso crees de mí?» A él, nunca le habría gustado salir de Cuba. «Hablas sobre Cuba todo el tiempo y yo hablo sobre lo que tenemos que hacer, si queremos seguir juntos, irnos a Berna, terminar la carrera, combinarla con labor social... Por mi parte, yo no pienso no en el Paraíso Tropical, ni en el Eden, sino en tanta gente herida que veo en la Cruz Roja... de momento, me dices... hágamonos novios y pregunto: ¿Para qué? ¿Para estar aquí, oyéndote platicar de la Cuba idealizada que tienes en la cabeza?»

«¡Es que me fascinó que conozcas la cultura hispánica!»

«Y lo que conozco, si algo remoto me han contado mis ancestros, es que alguna vez fuimos una familia en la judería de Sevilla. Que en un día de primavera, Ferrant Martínez, quien fue Arcediano de Écija, se levantó y llevó arengas de odio por todo rincón de la Ciudad de Sevilla que recorría... Eso fue en 1391, pero me parece igual hoy... ¿Acaso no oyes arengas que exhortan en cualquier ciudad de Europa ir contra de la raza judía? En aquella época vivían en Sevilla, sin mayores dificultades en su convivencia, judíos, moriscos y cristianos, pero arcedianos como Martínez rompen esos equilibrios... un día se levantaron por el lado equivocado de la cama. Originaron motines populares en las juderías, insultaron, saquearon tiendas... ¡Oh, Amado Jah, no sabes lo que un predicador puede hacer en pueblitos de calles estrechas y con sólo dos puertas! ¿Sabes que Camarada, para mí, es idea con bello significado? Un camarada no es un compinche que sacas del populacho enardecido, como esos que, movidos por las arengas del Arcediano de Écija, sea que la fecha sea hoy o 1391, cien años antes de la expulsión de los judíos durante el reinado de Isabel la Católica, sofocaron las aljamas... ah, no creas, Abram, no te diré 'camarada' si no te gusta... pero entiendo cuando yo lo digo. Del camarada espero lo mismo en la judería de Sevilla que en Berna, lo mismo en Cuba que Leiden, que no sea uno de los atropelladores a si entran por la Puerta de la Carne a mi barrio y mi campo... La otra puerta, en el barrio en que nacieron mis ancestros, se llamaba Mateo Gago... Ah, me cuentas y recuerdas sobre la belleza de La Sueca... yo recuerdo, insistes... Todavía no me has dicho que yo esté bonita, pero, por tu mirada sé que lo piensas. Te digo que estoy triste hoy... En mis generaciones judías se repite que durante un día entero, en su pueblo natal, 4,000 hombres, mujeres y niños fueron degollados sin piedad, en las calles, en sus propias casas, y en las sinagogas y recuerdo a mi padre y abuelito, cientos de anyos de dolor en los ojos de ellos».

Dijo que, pasado algún tiempo, no sin recelo, volvieron algunas familias judías a Sevilla. Quisieron sus tiendas y sus casas. Mas jamás volvió a haber ya un barrio judío. Las arcaicas sinagogas fueron expropiadas. Sobre una, dijo Joachim, se reforjó la la parroquia de Santa María de las Nieves, que bautizaron la iglesia de la gente blanca, y sobre otra, construyeron la parroquia de Santa Cruz, que ubicara en la Plaza de Santa Cruz. «Un día Joachim de Riga, me llevó, siendo yo niña a Sevilla, y me dijo: «Mira, hijita. En esa iglesia y en ese patio, hará 500 años, no éramos los Riga. Eramos sefardíes. Ahora ya todos los que nos traten serán camaradas, porque si no conocerán qué temibles podemos ser... ya no seremos sumisos nunca más. Ni pondremos la mejilla para las bofetas ni nuestros cuerpos para los cuchilleros... que hoy comience la historia de la rebelión, la historia de verdaderos comunistas y más que comunistas, anarcos»

Cuando el futuro Enrique III alcanzó la mayoría de edad para reinar, encarceló al Arcediano de Écija don Fernando Martínez. La mayor parte de los asesinos se quedaron riendo. «Eso es lo que no me gusta de la historia del mundo».

«Entonces, no hay más remedio que matar», dijo Abram.

«No dije eso: sólo reconstruir la historia, rehumanizar la historia y darnos el lugar que merecemos, aunque sea como volver a Sevilla y mirar los patios de la Plaza de Santa Cruz y, desde allí, recordar el lugar donde tuvimos sinagogas y se amontonaron nuestros muertos», dijo Sara.

«Eres valiente».

«¿Crees que podremos irnos juntos a Berna, camarada?»

Supongo que, antes de la intensificación de los conflictos y de que los EE.UU. entrara en la guerra, en presencia del propio Conde Folke, quien presidía la Cruz Roja Internacional, ambos dijeron como muchos de los judíos: «Vamos a servir a la Cruz Roja, aunque tengamos que morir».

Al investigar la vida de ellos en Berna, hallé referencias a la valentía de ambos. Una histpria explica que saltaron en paracaídas desde alturas inmensas. Escribieron tan orgullosos sobre este hecho que ejecutaron con éxito: el «brolly-hop» y reprodujeron a mano una carta, tres copias, 'por si alguna se pierde' y la enviaron desde 3 puntos diferentes de Europa, olvidando la mención de su matrimonio, pero no sus nombres. Su relato apareció en la prensa, por una de las cartas perdidas y recuperadas, que había sido escrita en sobre membretado por la Cruz Roja. Sin que mi familia lo esperarra, un periódico en Amsterdam interceptó el mensaje y elaboró una historia con el contenido de aquella carta de mi padre al Dr. Simon ben Abram. Y se reprodujo en Cuba.

Con el tiempo, tal artículo apareció. Lo pude leer en la vieja casa de La Haba. Lo ataron al tefillim. Mis padres, otrora mencionados como héroes de la Cruz Roja. En Berna, Suiza, la vida de la pareja puede que no haya sido tan tranquila como se supuso que fue años antes en Basilea, Leiden u otros puntos. Es que las fotos les recuerdan a ambos al pie de los blood-wagons de las ambulancias en los teatros de guerra.

Cuando yo dije a mi padre que me sentía tan feliz de que nunca tuvieran que matar a nadie, ni en defensa propia, ví sus ojos llenos de lágrimas. Y me dijo que, por amor a su Camarada, sí tuvo que matar. «Era mi regreso, o aquella Sevilla de la que los Riga me hablaron cuando ambos hicieron juramento. Una Sevilla, no vista, pero desangrada en la invisible impunidad de la Plaza de Santa Cruz».

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17. El Moisés cornudo y sin timbales

Cinco senderos son, sus dedos ricamente teñidos de pasado; otros cinco, hábiles comunicantes con futuro.

A su epidermis se añaden: el cielo de las uñas con su color de pétalos rosados e insinuante red de venas azulosas; también el verde imperceptible, la esperanza tejiéndose en lo oculto, utópicamente vital, señera, en su imperio.

Sus dedos largos, tan finos, tienen el rastro de edades, sus muchos alcoiris y en terso corazón, labios melodiosos. Ella es una piedra que juega con los lirios.

A sus manos las desplaza suavemente como si fueran ramas lentamente acariciadas por el viento. Ella se sabe un árbol, o una hidríade... (aún es graciosa cuando atrapa la pureza de las cosas y se rebela contra el estío del mundo).

Los nudillos, cinco besos son, los más sólidos, apasionados y fieles y las yemas de sus dedos, mapas, geografías, viajes trazados en la carne que buscara horizontes (donde abundara más el amor que las cosas).

Yo no creo que su cara tenga arrugas, sino pecas, besos de mariposas, revuelo de muchos gestos que visitan su rostro y escriben en la piel su amor y la llenan de memorias y relámpagos. [Carlos López Dzur: A las manos de mi abuela, 1980]
Al finalizar el día sábado, las especies (que había molido en el almírez) mi padre nos las daba a oler y, al apagar una vela, ungiéndola en una copa de vino, decía que la eternidad había sido separada del tiempo «con las horas», igual que el gozo y la discordia, el descanso y la faena, y con tal havdalah, cada perico a su estaca y cada chango a su mecate. Se dividía al día santo así, con rito de separación, de las otras horas, las que él llamaba horas inmundas de la Historia.

No me gustaba que dijera que la historia tiene horas inmundas. Acepto la realidad como es: «Si un elucidario de horas acontece en la historia para el aprendizaje», decía Mamá, reprendiéndolo, algo que también se le habría dicho Benavito. No tiene que ser una condena la horas, si uno divide lo agradable de lo que no lo es... No, no es que quiera juzgar a mi padre, e imponerle ideas; pero yo le busqué diálogo para consolarlo cuando le miraba amargado y, en su lugar, me desautorizaba con malas palabras. «Usted se pone a estudiar mis libros de biología y se deja de jeringar con pendejadas».

Para ese tiempo, un viejito siempre esperaba al tío Andrés que de viejo adquirió la manía de mascar tabaco. Dicha amistad mía que salía a avisar, si acaso Andrés estuviese en la casa, no agradaba a mi padre. El Cotorro me parecía un viejo simpático y divertido. Mas si entiendo el punto de vista de Abram. Con el pasado de Benavito, sus mujeres y la mentada Paquira y Rosa Belén se entretuvieron los tabaqueros y con los cuentos, pasados de boca en boca, se enteró El Cotorro. Este viejo, lector de La Partagá y Regalías El Cuño, todo lo cuenta a su modo. Se mete en lo que no le importa («y nos toma de punto»). Entonces que se vaya a chacotear a otra parte, que «somos gente decente».

El fue quien me contó que mi abuelo había vivido caricaturizando a Antonio, su primo de Cárdenas, y sobre los odios que éste sentía por la España represora del Carnicero Weyler y, poco después, su rencor por los yankees. De hecho, Leopoldo le parecería otra versión de Antonio, sólo que sus odios se concentraban en destacar el rol de las falanges anti-comunistas en Europa. Y creía que Occidente debía, aliarse con los comunistas, y destruir el fascismo y el nazismo. «Y Leopoldo, por dinero yankee, le vende el alma al diablo, porque no es nada consistente con lo que cree».

También fue el Cotorro quien me narró, por primera vez, que Leopoldo se personó en La Habana, tras su primer viaje a Texas, y se peleó a golpes frente a La Bodega y tuvo que salir La Sueca y evitar que se mataran, a puros puños, aquellos dos viejos. A esta historia se la tituló sobre cómo y por qué le salen cuernos a Moisés. «Todo este asunto es una mala traducción del Exodo y sobre el momento en que él descendió del Monte Sinaí, con las tablas de piedra en que escribió el nuevo pacto, explicó Benavito en un texto que leyó en una sinagoga de La Habana. Benavito avizoró, con ojos de nueva profecía, que el Altísimo, el que es Luz secreta, traía a una mujer luminosa y, en su experiencia de fe, tan personalísima, sería La Sueca o una mujer como ella, con la piel suave e inefablemente hermosa.

Tal vez sería por una de esas bromas acerbas de Leopoldo que, si dicha por confianza, produjo una violencia indeseada: «¡Ah, Benavito! tú glorificas a esa mujer, mi hermanastra, y tú no sabes con qué puta madre se la buscaría Otilio, mi padre, que después de parirla, la envolvó en unos paños y la dejó frente a casa». Y aún dudó que fuese hija de Otilio. Fue la razón para que se enfrascaran a golpes. Sugirió, en adición: «Que las suecas están imbuídas de liberalismo e ideas modernas sobre la sexualidad», dijo Leopoldo.

«Explícame qué es lo que quieres decir! ¿Cornudo porque la casé demasiado jovencita y ya soy viejo? ¿Que ella me haría cornudo? Te digo que ella no provee cuernos, ni a mí ni a nadie, porque no hay pendejo que la ofenda», le dijo Benavito, se vale que la proteje y comenzó a bendecir las manos de su esposa que le daban devoción y cariño, como si fuese un mozalbete todavía.

«No se vale que me digas pendejo porque me basta que se haya criado en casa para que yo la respete, como ahijada de Otilio, mi padre».

«Tierra buena es esa mujer, gloria para mis manos».

«Bla bla blah», lo burló. «Lo que dije es que ella ha pintado a un monigote asexual y cornudo».

Y con ésto se aludía al quod cornuta esset facies sua que, de seguro, ambos habían leído del libro de Habacuc. de una mala traducción latina. Se maltraducía «manos» por «cuernos», por lo que, según decía Benavito, Otilio y él, como esposo, trajo a Dios de Temán y la señal de su Santo del Monte de Parán «y su gloria cubrió los cielos, y la tierra se llenó de alabanza y el resplandor fue como la luz; rayos brillantes salían de su mano. Como fue en medio de la primera Guerra, dijo que allí (una mujer hermosa para el Caribe) había escondido su poder; aunque «delante de su rostro había mortandad y a sus pies salían carbones encendidos. Se levantó y midió la tierra; miró e hizo temblar a las gentes; los montes antiguos fueron desmenuzados. Los collados antiguos se humillaron».

«Sí, primo. Recuerdo todo eso. Lo hablaste en la sinagoga; pero, glorificas a una mujer mortal, ordinaria, una que yo conozco. No compares la Señal del Monte de Parán y la gloria que cubrió los cielos con ella. ¿Qué de especial observas en mi hermanastra, a no ser su guapeza y juventud? ¿Que pinta con sus lindas y delicadas manos? ¡Pues, yo diseño planos! y soy mejor arquitecto», dijo con un tono machista.

«Tú lo que eres es un hablador. Juzgo la situación de la viuda de tu padre y, ¿quién si no mi esposa es su única compañía? En llorar a Otilio, como una rata en la planta baja, se le ha sido la vida a tu madre... ¿No ves que mi reina es la consoladora? Para pintar y consolar tiene las manos».

Al llegar e intalarse en La Bodega con Benavito, la mujer de la discordia trajo consigo sus libros de arte. Alguna vez, muy niño, abrí uno de los libros que pertenecieron a ella y que se almacenaron en un sótano de la casa. Ví una reproducción del Moisés cornudo (de Miguel Angel) en una página; seguramente, de donde ella sacó la idea para pintarlo al óleo.

«¿Y dónde están las gandumbas del hombre que habló con Dios? si es que te crees Moisés, Benavito, y piensas que es a tí a quien ella pintara», había preguntado el provocador.

El Moisés que fue dejado en un canastillo y rodó por los ríos de vida, sin saber que habría de ser el judío más luminoso, cubierto de velos, para que pudiera hablar a las gentes en los campamentos de Aarón... «no soy, Leo, porque yo soy más temperamental y te parto la cara y te rompo las Tablas de la Ley en las narices... pero deja a la mujer que yo adoro, a la hermana que vilipendias, fuera de tus puercadas y blasfemias, ah»

Y se trenzaron a golpes.

«¡Qué poca pinga!», pensé. Ahora, sin querer, imagino el tipo de conversaciones que Benavito sostendría con los gentiles y que sacaban sus indiscresiones, ¡ay, qué abuelo! cuando iba a arreglarse las barbas con el padre de Lleó. Y como era, cuando quería un poeta y, cuando no, albayalde, le dijo a Leopoldo, con insultos, hasta del mal que moriría. Sin duda, del barbero supo y le contó a El Cotorro que el falso Moisés es Leopoldo, un liberador de pueblos en base a la sangre de su hijo Leopoldín y sus empleos mercenarios con los yankees de Texas, es que lo es. Benavito sacaba de su albarda, el nombre de Miguel Angel, pero si su versión de Moisés careciera de cojones con tamaño, en su pintura, o escultura, y tuviera con dos cuernos, seguro que el modelo mienta a Leopoldo y les dijo más: «Que no jodan conmigo porque conozco los nombres de todos los herniados de vejiga, víctimas de la vesicocele y la anorquidia, que hay en la cuadra».

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18. Llegó con gran euforia el hermano esquivo

Independientemente de mis escrúpulos, si bien admiré al hombre de ciencias que fue el Dr. Abram Matías, héroe en Berna (Suiza), ex-estudiante en Leiden (Holanda) y graduado en Johns Hopkins (Baltimore), dudo que tenía buenos ojos para averiguar lo oculto. Me habría gustado que, de veras, hubiera visto a la luz de Dios. O que confesara que tal Luz fue mi madre, judía luminosa, ya que cuando tenía sus días excepcionales de amor, o necesidad de consuelo, recurría a ella y, entonces, si le decía... camarada, camarada de Berna... Mas, paulatinamente, cambió su testimonio de lo visto en Europa como salvación y ella en sus quehaceres, por cosa tan vulgar como decir que Adonai se representa en forma de parásitos. Y que contra los parásitos no se puede luchar... Esos mentados bichos son las emociones de la gente.

Mi madre dijo que la llegada de Abram a La Habana fue eufórica. La misma euforia con que se recibiera a Malka, La Sueca. «Aquellos primeros días», según contó mi Abuela, Abram era irreconocible. Se sentía heroico, aunque no lo dijera.

Antes de viajar a Europa, él vivía tan encerrado en sí mismo y en sus libros que, entre 1934 a 1940, aunque le hablaron sobre la realidad de Cuba y sobre cómo había una dura represión contra los movimientos comunistas y socialistas de las centrales azucareras, a él sólo interesó lo que pasaba en los alrededores de La Bodega. Su mundilllo, su torre de marfil. Se le podía preguntar quién estaba gobernando la nación durante esos seis años y no sabía. Los tabaqueros de las Calles Obispo y Neptuno sabrían más. «Lo único que tenía sagrado era el Viejo Benavito, ni siquiera Malka, su abuela», me dijo Mamá.

Extraño que ésto fuese así, porque, cuando Benavito viajaba a Matanzas se enteraba de cosas horrorosas. Veía tanta hambre y desesperación. Quizás la única hacienda en Ceiba Mocha, donde había un nivel de salubridad y lealtad al patrón, fue la suya. Y se lo decía: «Caridad y misericordia... lo que Grau San Martín no trajo ni traerá la Coalición Socialista-Democrática que se organiza con Batista».

Durante el primer mandato de Batista, él cooperó en la 2ª Guerra Mundial con los aliados y declaró la guerra al Imperio japonés, la Alemania nazi y la Italia fascista. Y Leopoldo y Leopoldín festejaron esta señal, como las cosas buenas de Batista, además se discutía el aprobarse una nueva Constitución, que introdujera en la práctica política cubana el semiparlamentarismo y una cierta intervención del Gobierno en la economía, a través de un sistema de cuotas, puesto que la industria azucarera se vio duramente afectada por las politiquerías y el asunto de querer oponerse al yankee. Con Batista, que sería un ladronazo, a la larga, ofrecieron a Benavito comprarle cada pedacillo de tierra que tuviera en Ceiba Mocha. Nunca, les dijo, y fue en fecha de un festejo de Tu B'Shevat o Comienzo de Primavera, cuando para reverenciar el renuevo de los árboles iba a sus frutales de Ceiba Mocha e invocaba las almas renovadas de Eretz Israel, porque cada arbolito es como crio humano. Lleva dulces a los vecinos para los guajiritos y se cocinaba una 'matbucha' o ensalada de verduras para que comieran todos los peones.

De hecho, la mejor porción de su tierra se la dio a Andrés, el Tonto, y éste le dijo que no le interesaba la agricultura y, aún teniéndola escriturada a su nombre, Andrés se la dio de palabra a Abram y le dijo: «Si Benavitono me dio cariño, que tampoco me contente con una hacienda. El respeto debe ser primero». En vano, Abram le decía: «El te respeta. A mi también me llama klotz y entiendo que a quien no respeta es a tu madre». Duele igual.

Después de todo, las tierras de Benavito y Andrés (con sus sueños de ser empresario exitoso, con oficinas en el enorme edificio de La Bodega, donde ni alquilándole una puerta en el primer piso su padre accedió) daban de comer a cientos de guajiros. «Caridad y misericordia. Ellos doblan la espalda, no quiero que siembren caña para el gobierno corrupto; pero que me cuiden el pedacito que me ayuda en mis faenas, el laboratorio de patología, porque, ¿quien quita que seas tú, Abram, el futuro patólogo?»

Como parte de la euforia con que Abram vino, recuerda Mamá, que llamó a Andrés, quien fue el primero en llegar de los hijos de Benavito y quien de veras le escribiera. De hecho, en 1940, Andrés fue el único que vio morir y estuvo presente en las exequias de su padre. A él si tuvo el tiempo de bendecirlo.

«Murió, ya sabes, y me bendijo», le dijo Andrés cuando lo vio. No supo por qué Andrés sintió que su hermano lo abrazaba por primera vez.

«¿Te dejó algún mensaje para mí?»

«Lo que dijo siempre: Que su dios es el Viviente Chai, Eeel Chad, el que Es y Será, y que no quiere muerte ni sacrificios de sangre...»

Estas palabras las sintió como una bofetada. Mas su contento podía más. Volvió a abrazar a su hermano mayor... Sí. Abram vino eufórico y le presentó a una mujer muy hermosa, «Mi esposa y Camarada». En vano, sería preguntar cuántos años se tardó en querer de veras regresar, o cuándo realmente pudo. Teóricamente, el Armisticio se firmó el 22 de junio de 1940, y había llegado en 1944. «Llegaste tarde. Te dimos por muerto». Mas, tarde y seguro, aqui el vivo, casado, y ya con diploma de médico. Ofertas para irse a Baltimore, y el Gobierno de los Estados Unidos pagaría sus estudios postdoctorales.

Aquí, sin embargo, encara al fracasado quien quiso labrarse su futuro solo. «Cuba jodida, desde que llegué. La fábrica de botellas en ruinas y, con la guerra, ya no hay negocios de telas ni exportaciones. Yo, en la prángana».

A la casa, cuando Benavito vivía, iba por la compañía de La Sueca, no por la de su padre. A Andrés le gustaba los alborotos de la capital y, en ésto no fue distinto a Abram; pero él sigue el olor de la gente de su querencia. «Soy como un perro». Abram no. Apenas llega y le ha dicho a Sarah y La Sueca que lo primero que le corresponde ahora es lavar las camisas de fatiga del Ejército, quitarse las pesadas botas, y terminar sus estudios médicos.

Andrés que siempre valoró la espiritualidad de Abram, «uno con los ojos puestos, en un más allá sin geografía, obsesiondo con saber si Dios es visible en realidad, si se hace carne», no supo decir si éste es la copia de Benavito, la sombra de él. Razonó, «pero buen gusto tiene», miraba como Abram, como su padre en su oportunidad, sigue trayendo suecas. Esta judías hermosas que parecen muñecas, hechas para la sensualidad. «Y uno acá, perdiendo la cabeza y los cojones con las mulatas, como Rosa Belén», meditó. Llegaba a pensar que suecada y hermosura / o heterodoxia / eran lo mismo.

En menos de media hora, tiempo que se entrevistaron, Abram preguntó sobre todo, tomó la voz cantante. El, que era silencioso, introspectivo, estaba ansioso de información. De todo, excepto el ir a dar respetos a la tumba de su padre. Si Abram no preguntó cómo fue su muerte, no le quiso presumir un milagro, no sea que le crea jactancioso.

En días del Yom Kippur, al presentir su muerte, Benavito pidió perdón a Andrés. «Si viviera un poco más, querría ver que regreses a casa, bene mío!» Fue la primera vez que Benavito se retractó de tantas erranzas e injusticias que cometió, aunque siempre añadió la palabra «de mierda», al aludirlo, porque era su forma de disfrazar su cariño y marcar su distancia, como el gran fiscalizador ante la prole de su cepa.

«¿Quién gobierna?

«Fue reelegido presidente Ramón Grau San Martín».

«¿Y la hacienda?»

«...»

«¿Y Lleó? ¿Y sigue de chismoso El Cotorro?

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19. Presentaciones de rigor

Considerando el hecho de que, por la euforia de Abram, Sara no sintió que fue adecuadamente presentada, ella misma lo hizo. Abram ni siquiera recordó cuán cansada estaba su delicada Camarada. Antes de retirarse a la habitación, por estar su yerno presente, saludó a Andrés como se debe. Abram, que ni por cortesía le inviró a su paseo, dijo que tenía que salir en la noche, caminar por la ciudad, ver La Habana, su barrio y localizar amigos que creyó que tuvo. O que hizo antes de su estadía de muchos años por Europa. A ella sí la invitó, pero Sara se le quejó, aduciendo el cansancio y el desempacar y no dejar a su anfitriona sola.

Entonces, hizo claro que deseaba ir solo (porque su medio-hermano lo opaca, por ser gregario y miel para los amigos). El médico necesita la visibilidad de sus dotes e instintos, su individualidad. Entonces, dijo a Sara que atendiera a su hermano, o que dejara que se fuera a donde quisiera. Y, para corregirla, otra correccioncilla:

«Malká no es anfitriona. No estamos de visita. Estamos en nuestra casa y Malká es mi madre y la tuya desde hoy».

«Pero yo soy, por de pronto, la extraña. Ház lo que quieras hacer. A mí, déjame descansar», le dijo al marido.

«No es para que repliques, mi amor».

Cuando Sara conversó con La Sueca, a quien le encantara que le llamaran Malká (y así la trataría), simpatizaron profundamente. Le dijo que su padre a ella le llamaba la Abejita. «Pues, como eres tan dulce, así te llamaré», le dijo Malká, la sueca.

Le dio el debido tour por la casa y le mostró algunos de los retratos que hizo de Benavito y de su parentela. «Te pintaré. Me queda energía». La Abejita Sara comenzó a sentirse feliz, zumbar, curiosear todo lo que veía. Cuando aludió a que había estudiado medicina, con Abram en Berna, aunque no tenía su carrera terminada como él, Malka la animó. «No dejes eso sin acabar» y se refirió al servicio médico, o todo cuidado de salud, como lo sagrado: «La medicina es la más generosa de las ciencias. Así lo había entendido Gregorio, Ruy, Otilio y Moritz, para quienes la medicina era el sacerdicio mayor.

Hablaron sobre Leopoldín. De su padre Sara sólo tuvo referencias y le confirmó algo triste. El sí murió. José Finat Escrivá de Romaní, embajador de España en Alemania, le escribió una carta que Malká no le pudo enviar al pobre Leopoldo. La abrió y leyó, porque le Andrés la instó a hacerlo a finales de 1941, ya muerto Benavito. «Será un joven con la edad aproximada de 30 a 35 años y colgada a su cuello estaba una pequeña Estrella de David y corresponde a la descripción que diera usted. Ante nadie que lo reclamara, se incineró el cadáver, que ya estaba muy deshecho».

Es cierto, insistió Sara, quien dijo que su padre tambián había muerto en combate.

De algún modo, estas cosas llevaron a hablar de Leopoldo, quien se desvió y, aún cuando dio fervor a las ideologías por las que él se fascinara, no vio cómo «se unirán extranjeros y se juntarán a la familia de Jacob», y que, con alianza tal, serán los opresores de Babilonia, «ciudad codiciosa de oro», y serán quebrantados. Malká la sueca no hablaba así. Mas Sara, la Abejita, sobreentendía que eran las profecías de Benavito. El profetizó que Leopoldo, «con el báculo de los impíos, el centro de los señores», sería cortado y se vería cautivo de los que le cautivaron y que los que él llamó amigos se señorearían sobre él, oprimiéndole. Y, a pesar de su pretensión de predicar las Siete Lámparas, fue llamado Leopoldo a Oscuras y su hijo, el desobediente soñador, murió sin gloria y su cadáver siquiera fue recuperado.

«No debe ser fácil la vida con mi hijo», se sinceró Malka. «Cuando Benavito vivía, Abram no tuvo ojos para mí porque mi esposo era el Juez y Anciano Sefatzer, nuestro Rey (y era una devoción merecida)... Tenía mucha influencia entre algunos grupos judíos habaneros entonces: El Centro, Adath Israel y El Patronato... Con el Patronato sigo con mis caridades para los pobres».

La referencia carácter arduo de su hijo, o la gravitación excesiva de Benavito sobre él, intereso mucho a Sara, mas no creyó que sería conveniente discutirlo; pero se han tratado durante cinco años por lo menos y, como vida de pareja, funcionan. Es ardiente y tierno.

Sara volvió al tema de Joachim de Riga, su padre convencido de que la guerra que Alemania libraba contra el mundo era, sobre todo, una guerra contra la más alta visión de la historia, la de Sión como Ciudad Deseada y «linaje escogido, pueblo santo». Cuando el jefe de la Gestapo alemana, Adolf Eichmann, se asignó la tarea de destruir a los judíos en toda Europa, tanto Sara, como Abram, siguiendo el consejo de Joachim: combinar el ministerio de la medicina y la honra de su fe con la autodefensa, las armas. Todavía dudaba; pero la destrucción y la mortandad de judíos en Rotterdam les convenció a todos.

«He visto a mi hijo y no lo reconozco», dijo su madre. Su temperamento auto-centrado, indiferente a la bulla, lejano como quien dice adiós, sin prodigar besos y últimos abrazos, «y ha venido como una tromba. Mira que antes de preguntar por su padre, o Andrés, me dijera: 'Vengo loca por ver al Cotorro'... Ahora... ¿es siempre así?»

«Hasta yo misma necesitaré mi tiempo para saberlo», dijo Mamá.

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20. Sara de Riga la Abejita y la Bodega

Al segundo día de vivir en La Habana, Sara tuvo la oportunidad de ver el exterior de lo que sería su casa.

La Bodega había sido un almacén de vinos y, en el sótano, sus cavas estaban vacías. Descubrí la reminiscencia de enormes toneles. Una muchedumbre de ratas campeaba por sus restos, huidizas en la oscuridad. En pasadizos, o túneles, se les contenía su propagación o salida, con venenos y trampas.

Cuando yo le describí a mamá, ya en el exilio, cómo recordaba La Bodega, me dijo que ya hurgó esos lugares y sótanos. Todavía no había la peste a ratón muerto que me sorprendía en ocasiones.

El tercer piso, también deshabitado, vacío, todavía guardaba indicios de mercaderías de sus viejos acopios. «Y antes que nacieras, sí que no había un tercer poso deshabitado. Tuvimos vecinos».

En el primer piso, se habilitó la Clínica Médica de Benavito, que después compartió brevemente con el Dr. Otilio Matías y heredó mi padre. Había arrendamientos de oficinas comerciales y profesionales, como las que tuvo el ingeniero Leopoldo Matías Aarhus, la oficina de exportaciones de Novás Calvo, el bufete legal de los Díaz y las oficinas de viajes, boticas y maicerías, de otras gentes que no recuerdo.

El edificio tenía tres ristras de ventanas barrocas del siglo XVII o XVIII, con logias voladizas y vidrieras emplomadas en el segundo piso, añadidas en 1900. En el interior, yo descubrí el ancho alféizar de las ventanas y, por tanto, supe que antes que mi familia alguien tuvo allí su residencia. A principios del siglo XIX, la segunda planta del edificio se utilizó como escuela de música, lo que explica la cantidad de viejos instrumentos de viento y tambores destartalados que hallé en el declarado sótano.

El anterior propietario del edificio reforzó paredes, desde dentro y fuera de la enorme estructura, y ordenó que se hicieran cornisamientos o dinteles en las áreas habitadas como viviendas. En el exterior, a ras de la calle adoquinada, las paredes frontales del palazón, sin balcones frontales en la planta baja ni en la tercera, cada puerta de entrada o pórtico residencial, se flanqueaba con un largo y corrido macizo, sobre el cual se apoyaban los estilóbatos, con columnas cuadradas espaciadas cada veinte pies. Y la estrecha calleja, sombreada por casas menores, tenía un tráfico humano intenso.

Recuerdo muy pocos automóviles. Los transeúntes y, en especial, los pordioseros, a menudo utilizaban los muros macizos para sentarse y facilitar su tarea de mendigar.

Mi padre me vedó mi salida a la calle. Le tomó tirria a la cáfila mendicante que se reunía en las cercanías de su puerta. En tiempos en que vivía Leopoldo, antes del arribo de Sara La Abejita, también se quiso eliminar los macizos que la gente tomaba por asiento.

Ya en su vejez, conocí a Andrés y me aficioné a él. «Yo te confiaba a él porque te quería, te cuidaba. Y salías con tu tío Andrés, [porque yo lo permití, aún en contra de tu padre. Me alegraba que te enseñara el mundoi fuera de la casa. Que dijera: ¡Mira las parejitas, nalgas fría! Son colegialas enamoradas y sus cucaracheros! y, ¿sabes por qué? porque supe que Abram, tu padre, se crió, aislado del mundo, y por eso es como es. Es malo ser tan solitario y abrir los ojos al mundo, al exterior, muy tarde en la vida».

Sarita no sólo quiso ver el exterior del paisaje, o de este edificio. Creo que me sabía todos mis rinconcillos de juego o escondite. Cuando mi padre se fue a Baltimore a estudiar, jugábamos mucho a las escondidas. A veces Mamá fue más niña que yo... pero veía el interior de las almas. Me hizo querer a Andrés, porque sufrió mucho, y querer a papá. Y quererla. Por de pronto, viéndolo a él por dentro, me habló sobre Andrés.

Tío Andrés, hijo de Rachel, fue hombre mucho más simple que mi padre. Su judaísmo, sin ascetismo, nada tenía de ultramundano ni heroico. Mercader de telas en Almelo (Holanda), se hizo muy próspero que, en Overijseen, olvidaron que vino con una mano atrás y otra delante. Antes de ser almacenista y exportador de telas, fue sastre de día y conserje de noche en las industrias de tela de algodón y, sin los ahorros de sus desveladas y el apoyo financiero tan menguado de Leopoldín, él no tendría para coser ajeno al día siguiente ni una chaquetilla de lino. La maldita guerra lo hizo otra vez botellero y hasta lo puso a coser. El pudo haber ido a Ceiba Mocha, donde tenía una enorme extensión de la Hacienda de Benavito, pero dijo: «Si yo no labro la tierra, ¿por qué voy a ir a pedir que me alimenten de ella?»

A peones de su padre, aunque ya la tierra estuvo en su propiedad, no pidió jamás ni un gajo de bananos. Ni una naranja. «Pero los hombres buenos y humildes no tienen que pedir... te dan. Vienen a obsequiarte aquellos que saben que no es su tierra y que, en el fondo, el generoso eres tú».

Su madre Rachel, la más pequeña de las hijas del Dr. Moritz, fue el primer amor de Benavito. Seguramente, algo de la humildad de Andrés la aprendió de ella. Rachel vivía a la sombra, opacada por su hermana Paquira, aunque tenía la misma belleza. Mas Rachel era retraída, solemne y matrera. Disimulaba su interés por los hombres, con su aire muino. Hecho que mortificó y desalentó a Benavito y sus primeros devaneos por ella hasta que un día supo que Antonio, por lastimar el orgullo de su esposa Paquira, cometió estrupo y que, en ocasiones, a pesar de la resistencia de la muchacha, la gozaba.

Y, seguramente, ella gozaba con él. Cierta complicidad de moscamuerta. A sabiendas de tales circunstancias, él compitió por quitársela siendo demasiado jovenzuelo. «Te digo ésto, hijito, para que aprendas a quererlo y entiendas por qué Benavito, herido por engaños de Rachel con Antonio, lo rechazara... pero, no creas que los rechazos son por siempre. Tú no pudíste conocer a Benavito ni yo; sólo podemos juntar pedacitos sinceros de las memorias de aquellos que nos hablaron sobre él... Hay días que una persona que nos quiere, nos hiere. Al otro día, lo puedo lamentar».

Benavito sufría muy profundas crisis religiosas que, a menudo, las ocasionaría su antipatía por Antonio López y después sus diferencias con Leopoldo. A su juicio, el primero dio mala vida a las dos hijas del Dr. Moritz Abram Matías. Este fue uno de los parientes que él más admiró. «Nunca pienses que Benavito no quiso a su hijo y sé prudente. No le digas, sin saber, que su padre no le quiso. Recuérdale lo que ya sabemos con seguridad. El amó a Rachel, tu tía-abuela. Y, aunque Rachel, fuese imprudente, inmadura en muchas cosas, ¡qué ironía! era hija de un sabio y el Dr. Moritz, padre de Rachel, es bien querido... De Antonio López nada sabemos, excepto que Andrés no lo considera su padre. Y su padre es tu Abuelo Benavito».

No lo voy a preguntar a Mamá de este modo: «¿Te dijeron abejita porque eres chismosilla desde pequeña, y metes tu naricita en cada flor que ves?»

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21. Antonio: La jactancia de un macho estéril

Aunque fue costumbre de los judíos y poetas hablarlo con alegorías, Antonio supo que él es uno. Se lo dijo su mismo padre Gregorio López, el patriarca de Cárdenas y Ruy, el rabino de Ceiba Mocha. A ellos les oyó Antonio, alguna vez en sus reuniones de predicación, elucidaciones que no entendió, incluídas pues profecías en torno a hombres («entre nosotros») qie se haría cómplices del Derrumbamiento de Occidente. Sucedería sin que nadie lo pudiera evitar. «Fascinados por Babilonia, la guerra forjará a los sacerdotes de Aaron, a los hijos del Sacrificador. En el sacerdocio de Benjamín contra los espíritus malignos, se profetizará en paz y en sabiduría. El Dios Altísimo se transformará en Chai, la manifestación de lo viviente, y el pecado («masick») se lavará con ciencias, con remedios sin violencia ni derramiento de sangre». Esta fue la profecía de la generación de médicos a la que se sumó las profecías sobre uno que querrá ser el Moisés que pegue su cornuda jactancia, pero que no tendría méritos por causa de su esterilidad.

Su padre se lo dijo. Supo siempre que sería él. Mas Antonio lo vivía con mucha amargura y rebeldía a medida que se manifestaba su némesis. Sus erecciones eran firmes, sólidas; pero, con el mucho onanismo, escaseó el semen. «Mucho apetito y sed y poca leche», pensaba

«Un cuadro que no me he atrevido a terminar es el que Benavito me pidió, Ruy Abram, el fue quien lo exhortó a la carrera en medicina, y fue el primero considerado como un patriarca», se escucha la voz de Malka en la sala. «Y es que siempre hay alguien que es instrumento de la voluntad de Dios y a éste le toca ser el Juez».

Ya había pasado la primera generación de los ancestros llegados a Cuba, precisamente a Cárdenas en los tiempos de Narciso López. «Pero si es la voluntad de Benavito que lo pinte, lo haré». Le dieron descripciones orales, una que otra foto, hoy perdida, ha visto. «Horribles fotos que, por razones químicas, se vuelven borrosas por el calor y la humedad. El alma se va de ellas».

«¿Es ésta Raquel?», preguntó Sara.

El Tío Andrés ha llegado a la casa al tercer día de que su medio-hermano Abram llegara a Cuba, con la dulce Camarada. Apenas él la conoció dos días antes y la oye. Ella sólo pudo decir «gracias», cuando Abram ante él la festejaba como hermosa y Andrés dijo: «Sí. Lo es». Mas ahora, dos hermosas de la Suecada, están en plática ante un cuadro que Malka La Sueca pintara de Rachel, madre de Andrés.

En vida, su pintora le dijo a Benavito: «La viejita más linda que he visto». A él agradó su afán de reproducir las pinturas de la Epoca Victoriana y, en adición, que pintara a las mujeres que tuvo, a partir de alguna fotografía vieja... y Malka, aún pintó a las mujeres de Otilio Matías de Neves, con la satisfacción de Benavito, pero reproches de Leopoldo. Una primera fue Claudia Aarhus o Aargaus, siguió la segunda esposa, y luego... Carmencita... Al ver que ella a todos hacía retratos, con más elegancia y virtud de la que tenían, en realidad, Alicia quiso ser pintada.

«¿Alicia? ¡Otra dama para conocer!

«Toda estas mujeres son maravillosas. Si bien por momentos se peleaban entre sí, durante las ceremonias del Yom Kippur, se perdonaban y eran como amigas en los momentos de necesidad. Ya, cada una a su casa, los celos quedaban con su raíz de amargura y el mal sabor de muchas otras cosas inconfesas. Pero la Humanidad es peor: los gobiernos laico han heredado la teología de los matarifes y una eterna moral de resentimiento».

«Es cierto, Malka», le dijo Sarita.

«Ví que miraban 'mi cuadro' de Rachel», se aproximó Andrés. De unos años acá, elegía sus mejores galas para visitar a la familia. Es cuando se dice que está más pobre; pero, le quedan guayaberas de los viejos acopios de sus talleres de costura.

«¿Conocíste a Andrés, Sara? Hijo de Rachel, de quien hablamos. Dijo su cuadro porque sabe que yo se lo regalé», expresó Malka.

«Fue en el sepelio de María Lecsinka, cuando Benavito tenía sólo diez años que echó una mirada a Rachel. La amaba desde pequeña», dijo Andrés.

«¡Qué tierno, ah!», reacciona Sara.

Alegó que Benavito creció hasta la adolescencia con el recuerdo de aquel día, cuando la vió en el sepelio de María y no se imaginó que otras muchachas existieran más bellas hasta que llegaron los suecos a La Habana. Entonces, la cepa de las Lecsinka daba el prototipo de hermosura que los judeznos buscaban en Cuba, «no las rusas, como se dice ahora».

«¡No! Sigue presentando a ella los retrratos para que sepa quiénes fuimos... Es ahora de la familia... puede regresar luego...»

«Abram madrugó. Dijo que iría a Ceiba Mocha. No me explicó qué significara al decir 'poner orden'... ¿Usted sabe, don Andrés?»

Prefirió el silencio por respuesta, pero sonrió.

«Este cuadro fue de los primeros que pinté. El Dr. Otilio Matías de Neves cuando en 1917, vino a Cuba. Yo vine con todos ellos... entonces, dizque habría conatos de una propuesta de guerra contra Alemania, en la que EE.UU. y Cuba serían aliados. ¡Buen momento fue para que Otilio, Leopoldo, todos... llegáramos!»

Cuando Malka mostró o señalaba el cuadro de La Becerra, mi Tío Andrés desandó el camino que lo llevaba al comedor y se unió otra vez a las dos mujres. Fue un golpecillo de nostalgia. Recordó a su padre intentando, al menos, «uncir a este par de mulas (Abram y él) al arado. Lo que dijeras, en protesta contra su disciplina, lo usaría en contra del confeso para señalar que es tonto, que no aprende de la erranza y los equívocos... «Que yo fallara, particulatmente, en el aprendizaje con La Becerra, entonces, judía tan joven y bonita, esmeradamente educada, que sabía hebreo y alemán, y que no le hacía mala cabeza a la idea de emparentar con Benavito, molestó a mi padre. Soy el hijo que desaprovechó la ocasión de casarse bien con una señorita educada y linda» , medita Andrés.

«¡Ella sigue como maestra y cuando tengas hijos, Sara, acuérdate que mejor tutora que ella no hay ninguna en La Habana!»

Quería volver al comedor, rumbo a la cocina, pero Sara se aferró a uno de sus brazos para que le acompañara durante este curso de arte de la familia. Por la converesación sobre arte que resultara, entre Malka y Sara, Andrés comprenderá mejor los entresijos de la idea de «suecadas» con que asocian a Malka, la Sueca. En Europa, por causa de la primera guerra, surgió harta prostitución y los suecos descubrieron el amor libre antes que los gringos en los Sesentas. Entonces, sexo y prostitición se volvió una alternativa al hambre.

Sarita explica que ella no pinta, que lo suyo es leer historia, medicina y política. «Sé de arte lo que sabe una enfermara», le dijo. Mas Joachim de Riga la hizo trotamunondos y, siempre que recorrían a Europa en turismo, o por las participaciones en conferencias de su padre, se metían a los museos.

«En un museo británico ví la Nueva Arcadia que los pintores de la Era Victoriana habían recreado. Esas pinturas que han sido tu escuela».

«También yo ví ese arte del desnudo. Tuvo que dejar de pintar esos temas porque acá es la mente es pequeña. Todol lo tuve escondido en el sótano de la casa. Yo quería ser una copista de Arte Victoriano, vivir de eso y, mas la gente persignada, la Sinagoga, me dijo que vale más ser mujer honesta... Yo se las canté a Leopoldo: Puede que mi madre haya sido una prostituta, pecado ha de ser de Otilio, no mío».

En los Países Bajos, las mujeres cingan tan sabrosamente como cualquier negra, de caderas anchas. Y de esas cosas, aunque me llenó de rubor al oírlas, Andrés me habló como queriendo espabiilar mi inocencia tan tranquila. Y auguró que sería tan sabio como Moritz, Benavito y Malka.

«¿Nunca pintaste a Antonio, Malka?»

«Eso fue, como las copias que hice de cuadros de la Nueva Arcadia, otra de las cosas que Benavito me prohibió: pintar a Antonio... Era censurador, ¿verdad, Andrés?.... pero tenía sus razones y las comunicaba. Una cosa diferente, te lo advierto, porque como madre he observado a mi hijo, a tu esposo. Abram no es así, hay que sacarle lo que piensa con un tirabuzón».

«¿Y cómo se ha llevado Abram con usted? ¿Su mediohermano?», preguntó Sara y, como Abejita susurrona, dulcifó la pregunta: «¿Te quiere?»

«No hemos sido criado bajo el mismo techo».

«Pero te quiere, Andrés», aseguró Malka. Hay, en cierto, una significativa herencia de edades y de carácter.

«Yo he aprendido a tomarme la vida con filosofía... quizás no es la palabra adecuada porque yo respeto a los filósofos de la vida, a los doctores... y los jueces sefardos... y recuerdo lo que decía Moritz cuando juzgaba, todos sus hijos y parentelas tenían el espíritu hecho garras... Sí, he andado en fachas. Me ha tocado parecer muy ingrato e infeliz; pero yo no lo he sido, aunque pareciera que andara 'como pordiosero', según me calificó Alicia... Ahora que soy más pobre que nunca antes, me siento más rico, poque antes de morir, Benavito me bendijo y, en su larga agonía, dio sus explicaciones... El supo que yo soy su hijo. Lo soy porque Antonio es un Moisés cornudo, estéril... yo no nací del aire y, así como Antonio mentía al hablar de Alicia, hija considería suya y a quien a él correspondería dar herencia y dote, el día que muriera, mintió al querer que yo fuera su hijo, aunque fuera para dar idea de que él podía ir preñando mujeres por el mundo.

Esquivando tal vez malos recuerdos, respetando heridas que Andrés aún tiene no plenamente cicatrizadas, las dos mujeres han vuelto a hablar de bombardeos sobre Rotterdam, recuerdos de Sara La Abejita en los patios de la Universidad de Leiden... ¡La más antigua de Holanda! y, en general, sobre la Tierra de Rembrandt y de las grandes editoriales, que había allí.

Como quien oye un discurso que le agrada, con pocos simbolismo, sin menos hermetismos que los que oyera de sus ancestros, Andrés se entretuvo con la boca de Sara. La Abejita está sintetizando un material amargo al criticar una estructura o maquinaria intolerante, con impulsos radicalmente xenófobos y racistas. El proyecto histórico del antisemitismo es predador, se hizo belicista desde su nacimiento y no se ha medido en ferocidad y crueldad. Se refirió a los orígenes sevillanos de los Riga, no obstante, son judíos racialmente más mixtos que un café cubano, con mucha leche, azúcar y chorrillos del ron. «¿Sabes cuál es la esencia después de tanta mescolanza, Malka?»

Dijo que un sentido de aborrecimiento de la estructura sociológica del mundo y aquella concepción que se iniciara con la visión aristotélica, expuesta en La Política: «el griego tiene derecho a mandar sobre los bábaros» porque, por razón natural y para la conservación de las especies, uno es el que Manda y otro el que Obedece. «No sé que habría dicho Benavito de que yo crea que, en el mundo político y sus ideologías orgánicas, lo que impera es un racismo cristiano vs. un racismo islámico, un racismo sionista vs. un racismo occidental y medio-oriental y, en este laberinto sin salida, hemos vivido 4,000 años».

Y dijo: «Yo sé que soy judía porque aborrezco la estructura de ese mundo malo que engaña a la gente haciéndole creer que el interés del amo es el mismo que del esclavo y que los amos son necesarios, o el que fuerte de músculos que obedezca... Toda la llamada capacidad de inteligencia, dirigencia y previsión, de la que se sirve la estructura sociológica y gubernativa de este mundo está podrida y ya, como mi padre Joachim, no creo en el Estado ni en la manera de pensar de Occidente; no quiero decir que todos los seres humanos estén podridos. De hecho, somos los más impuros genéticamente, los más híbridos... Somos, como los Dionisos descuartizados en medio de un ambiente de niñas desnudas, el cuadro que llamaste tu obra maestra y que has tenido que enrollar, esconder, al punto que lo díste por perdido... ¿Acaso no somos impuras, híbridas las dos, Malka, sueca? Yo oigo las voces de mi parentela sevillana, desde la Edad Media, pasada a espada, me siento dionisíacamente descuartizada, y me veo en 70 millones de indígenas que sólo en América han sido descuartizados por el genocidio y el racismo... ¿Sabes? viendo sangre y matanza durante la Guerra, me despertaba en la noche con los pensamientos de mi padre: ¿Es diferente ésto que vivimos, nosotros, gente europea y judía, gente tan diversa, que las vivencias de los 80 millones de negros del África que murieron en el océano Atlántico... El costo social en vidas que demandó la invasión colonialista y la sustentación de la estructura sociológica de mando y servidumbre del mundo fue más de 200 millones de seres humanos muertos... y recuerdo, cuando leí algún texto de Nietzsche en la universidad sobre el significado de Dioniso descuartizado, como proeza de vida, uno que renacerá eternamente y regresará de la destrucción, pero híbrido, con la voz de indígenas, negros, mujeres... porque en Europa, aunque a las mujeres se les tome como vacas, por 300 años, la Iglesia Católica y el fanatismo de los misóginos la fue matando... entoncs, son cinco millones de mujeres ejecutadas en la guerra contra las brujas... ¿Quiénes seremos los próximos en ser sujetos de crimen? ¿A quiénes corresponderá ponerse en el lugar de Dioniso?»

Andrés oye y piensa que le gustaría oírla mucho más

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22. La moral descuartizada

Andrés rascabuchó en todo oficio, con cierta vergüenza, durante su adolescencia, porque nada tuvo de intelectual ni hombre de distinción, pese a su pinta y guapeza. La Becerra lo descontó como su alumno de primeras letras. Nunca aprendió a leer con soltura el hebreo ni el inglés; pero tenía un conocimiento práctico del alemán que sorprendió a mi abuelo y lo puso a llorar, en varias ocasiones, en particular después de viejo.

«Lo que bien se aprende, se aprende por necesidad», fue un dicho muy propio de Andrés.

«¿Quién es ese Dioniso que descuartizaron y de quien me hablara una vez?», preguntó Tío Andrés a Mamá... En los días en que Abram hizo su voluntad, desoyendo a su esposa, Sarita quedó sola y frustrada. Andrés es quien consuela cuando ella se queja que su esposo (Abram que se fue) gestionó la acreditación de todos sus cursos, diplomados y credenciales. En Europa, es ya médico por derecho; en América, en Cuba, las leyes sobre validaciones de titulaje y derechos a una plaza son distintas, regidas por otras organizaciones.

Se fue, por esta razoncilla, a Baltimore. Viene 'virao', se dice, y tempus fugit... Fue el primer acto caprichoso en que se impuso. Esperaba que ambos viajaran juntos. «Que también me acreditaras», porque, a nombre de ambos, se hizo la medalla de servicios a la Cruz Roja que Gustavo, Rey de Suecia, les dio. En nombre de ambos, la carta qie dice «esta pareja de héroes de la paz», son ejemplos para el mundo.

Ella no quería dejar una carrera incompleta; pero Abram fue y vendió unas porciones de la Hacienda de Ceiba Mocha (y lo frustró que Andrés fuese el dueño legal de una porción que habría comprometido a venta). «Lo que te sugiero es que hables con Andrés, venda lo que tiene abandonado, que te preste ese dinero y, entonces, te vienes a Baltimore»). Eso es cobarde, meditó Sara. «¿Cómo quitarle a tu hermano lo suyo, si yo apenas lo conozco, y a tí es quien corresponde hablarlo?»

A meses de haberse marchado Abram a Johns Hopkins, Andrés ha vuelto a visitar La Bodega. «Le he echado de menos, Don Andrés. ¿Pasa algo?»

No negó, después de evadir el tema, que Abram le presumió mucho dinero, creyendo que Andrés, por mezquino y gustoso de malvivir y dar lástima, sufre necesidades. Quiso que le acompañara a ver cómo se hace pagar por las tierras de Ceiba Mocha. «Tierra que fue algo así como sagrada para Benavito». Y la vendió y cobró; no le dijo a Malka, su madre, venderé mi porción de tierra, aunque allí estuviese el Laboratorio (lugar de meditaciones de su padre; allí, archivos valiosos). Andrés no quiso decir que actúa como los ladrones, a las sombras. Después de todo, él es el heredero y, si no piensa explotar las tierras como su negocio patrimonial, ¡ah, tempus fugit! corra y antes que venga la decadencia natural de todo, peor ruina y abandono de tal propiedad, véndala. Venda, venda y lucre... Esa es la lógica porque la guerra dejó sus efectos, puso presion crenado angustia. Si otra guerra llegara, la vida no valdra la pena.

«Lo que planifico, Andrés, es capitalizar el momento. Estas tierras sirven para la caña y Batista y sus asesores creen que el mercado de posguerra impulsará a los cañeros. Por eso me han pagado bien. Me da tristeza que a esta gente que sirvió a Benavito le van a decir que se vaya. Mas ya han vivido de nuestras costillas, por mucho tiempo. Siembran para sí, como asunto de subsistencia, y sólo uno que otro se le ocurre llevar algo del ftuto de la hacienda a nuestro mercado de maicería... Creo que debes saber más que yo de ésto, Andrés».

Pero Andrés sentía asco al oirlo y le daba esos fardos de silencio con que Abram se comportaba años antes, desde chiquillo. Nunca fue un romántico como él, o Leopoldo mismo, que se le iban los ojos tras las nalgas de las mulatas, o con unas copas de vino, se malportaba, desbordado de subjetivismo y emociones, y sacaba un lenguaje de joyería exquisito para hablar de cosas prosaicas. Siempre hablaba sobre la necesidad de compañía. «A veces, al menos, en La Habana, me siento arrinconado. Como si por judío yo apestara. ¡Qué extraña es la soledad, Andrés! Tú y yo somos un par de románticos, dos seres aislados en una sociedad corrupta... Bueno, perdóname que bebí. Tú eres el romántico; yo, el paquetero. Soy tan soso que no se decir un chiste. ¡Qué pujón de mierda! yo no sé cómo ser la pata del Diablo... Sigo atado al modelo de Europa y, ¿sabes? con esta guerra que ha declarado Alemania, Europa se puede convertir en la misma mierda... como en los años del '19... Andrés, me gustan tus amistades y esta gente a las que tú les coses guayaberas, con ese amigo andaluz y todos esos canarios que cosen para tí... ¿Cómo se llama el árabe ese con que andas?»

«Te quedaste pensativo, Andrés».

«Mi mente se fue a los días en que aquí en La Bodega vivía Leopoldo... se fue, mente loca la mía, a los días en que el libanés Said Selman cosía para mí; yo le corté las primeras guayaberas; yo lo puse en pie con el negocio. Era listo e iba a ser el rey de las guayaberas. Yo viví crecer a «Eugenio»; en cinco con sus diseños y los míos, a mediados del '30. subió como la espuma la venta... No, yo no era el Rey de las Guayaberas, ni me las inventé. Pero Said, el Libanés, tampoco inventó nada, sólo que la vendía con el complemento del sombrero de yarey... Las yayaberas originales, si uno mira con cuidadoi a los retratos viejos o busca en los archivos de Benavito, son del siglo pasado, tiempos de la guerra contra España...»

«¿Y por qué te dio con pensar en eso?»

«No sé. A más viejo, más le da a uno con pensar en el pasado, con recordar».

«Recordar buenos tiempos, ¿verdad?»

«Sobre todo. Pensé que Leopoldo me decía que yo era romántico; pero, en verdad, yo nunca me leí a Bécquer, chica, ni a Martí ni a Espronceda... sé de ellos porque El Cotorro a veces los leyó, en voz alta en centros tabaqueros, y estando yo presente, decía: 'Del poeta romántico Victor Hugo, y dedicado a Andresito, el rey de las guayaberas', y decía un poema. Yo no tengo memoria para recordar poema. Siempre tengo en la cabeza 50,000 cosas a la vez y no se me olvidan, aunque no haya orden... ahora, cuando el Libanés / o Eugenio / como ahora le dicen / es el rey, ¿de qué soy yo rey?... ah, de los recuerdos... Por eso me fui a la hacienda de Ceiba Mocha... Siempre supe que más rey que yo en recordar la parentela de los ben Abram, era Benavito. El tenía el archivo de Ruy, el rabino de Ceiba Mocha, papeles científicos de los Moritz... Entonces, ni rey del recuerdo soy. Y si yo no salvo ese archivo cuando diga algo de memoria, voy a parecer un mentiriso, sin prueba. Y entonces voy a ser el Rey de los Paqueteros; pero, hice el intento de ver lo que eran papeles importantes de Benavito y Doña Malka... ya hablé para que nos autoricen sacarlo de la Hacienda; pero pusieron trancas y cerrojos en las puetas de su Laboratorio... allá, la gente del Gobierno de Batista, dice que es propiedad privada y están yéndose, después de que los maltratan, peones que han servido a los López-Abram y los Moritz, desde que nacieron... y en eso de hacer memoria y pasar corajes con las autoridades, me acordé de usted, Doña Sarita... y, al acordarme de usted, se vino a la cabeza unas 50,000 cosas», se explayó.

«¿Como qué cosas, don Andrés?», preguntó Sarita.

«¿Quién es ese Dioniso que descuartizaron y de quien me hablara una vez?» La pregunta tomó de sorpresa a Mamá...

«¿Dioniso? ¿Dioniso?»

«No recuerdo que haya mencionado su apellido; peo usted dijo que lo descuartizaron... y ahora...» Y mamá, que es pícara como la pata del Diablo, se echó a reir, interrumpiendo que él decía que ahora que viene de Ceiba Mocha, ha sabido de unos cuántos descuartizados... por culpa de la venta de terrenos sagrados. «Sí, los lugares sagrado del extinto Rabino Ruy López y Benavito»...

Para tranquilidad de Andrés, en primer lugar, le explicó el por qué de su risa y le dijo, ya calmados ambos: «Lo que me ha contado es serio. Los nuevos dueños estarán cometiendo un abuso con el peonaje».

Después que Sara explicó que el Dioniso descuartizado es una mera alegoría mítica, un cuento, una pequeña historia falsa, con ciertos simbólos serios como el dios Dioniso y su muerte, toda una narrativa que son invento de los Griegos, mencionó a Federico Nietzsche. «A él sí lo tomo en serio porque Nieztsche sí fue real. Era tan real como esos vecinos que a usted le contaron que van varios descuartizados en Ceiba Mocha, desde que se vendió la tierra que heredara mi esposo... Estoy muy decepcionada, don Andrés. En vez de irse a estudiar lo que deja es un desastre. El corazón mío está hecho garritas... Don Andrés, hace un mes que se fue y cada día descubro más cosas de ese hombre tan oscuro con el que me casé. Yéndose como se fue, nos hirió por igual a su madre Doña Malka y a mí... También tengo 50,000 qué preguntar... ¿Por qué me posterga? ¿Por qué no se organizó de modo que sigamos juntos, sin esta separación, y que este tiempo en Baltimore también me sirviese para proseguir mi carrera? ¿Es egoísmo? ¿Por qué no esperar para conseguir el dinero, lo más limpiamente posible, y no irnos con estas prisas ni quitar la felicidad que habría representado un poco más de tiempo junto a Doña Malka?»

Sara La Abejita dijo que, por su suegra, no hizo escándalo. Mas dijo a Abram que no era aún el momento apropiado para irse, si apenas ambos llegan. ¿Un viaje la ida por la vuelta? A Malka ha querido conocerla, darle su calor, «ah... tú tienes un concepto del tempus fugit que es distinto a mío». Es el catastrofismo apurón de Abram vs. la Dulce Camarada. Ciertamente, el tiempo fluye y, siendo así, «aprovechemos para querer lo que vale la pena». Puesto que entendemos lo que envejece, lo que se fluye hacia la aniquilación, «seamos cautos. Acabamos de salir de la guerra. Vivamos intensamente el amor y la paz ahora, significándola con el contacto con Doña Malka, mira que perdíste a tu padre y no llegaste ni a su sepelio. El no pudo bendecirte y se moría de ansias para serlo. Eras su hijo favorito y no estuvíste al pie de la cama para cerrarle los ojos... Abram, no huyas otra vez porque el reloj del tiempo marque unas horas. No quieras ser an achiever who forgot the love because of his hurry... ¡Ay, Don Andrés! El amor duele y se fue por más que le dije espera. Ahora es que aquí, donde necesitan... Entiendo que, después de una guerra, como la que vivimos quiera... seguridad... pero, ¿con egoísmo?»

Fue la primera vez que Tío Andrés vio que La Abejita, lloraba. No es tan liviana la pata del diablo que llegó a La Bodega, según se comenzó a decir con sorna entre la judería de la Calle Obispo, casi todos oirundos de Rusia y quienes, a la muerte de Stalin, declararon días de luto. Todos lo hicieron, mas no la familia de Benavito. Ahora que han visto a Sara recuerdan al Yo absoluto del Yo absoluto y stirniano de Benavito, o las altiveces de Abram, quien no creyó dignas las muchachas judías de su calle, al parecer, sin ataduras sentimentales con el pueblo-nación. Benavito hablaba sobre los rebaños sin «unicidad espiritual», pero, mira al hijo que no da explicaciones. Ni contesta los saludos.

El sí ha de sentirse un elegido, hombre superior, «odiador de rebaños». Que Abram depositó en su nombre una cuantiosa suma en un banco de La Habana se corrió como rumor, con muchos ecos, y la que da caridad al Patronato, desde que murió Benavito no sale. No se presenta a las Fiestas Santa. «La Sueca no debió ser tan fiel, como se dijo». Son viejas racistas, europeas, con una diluída judaicidad, y Jezabeles que se creen diosas porque son hermosas hasta en la vejez.

Al verla que lloraba, Andrés la abrazó. «Han dicho en la calle que te crees diosa,. En lengua vana, te han llamado dura. Hoy sé que no lo eres. Que vienes fraguada por ternura. Der neustein Zeil, los tiempos materializaban infortunios mayores. Keiner kommt devon. Die deutsche Kathastrophe», le susurró Andrés, que comenzó a tutearla y a fluir en cariñoi desde ese momento.

¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije: dioses sóis? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque yo dije: Hijo de Dios soy?
Entre otras cosas que dijo Sara a Andrés fue su primer encontronazo con judías de la Calle Obispo. Seguramente, él se refiere a las mismas mujeres que l han acusado de creerse diosa y, sin embargo, a sus espaldas la mientan como la Pata del Diablo. Se las halló y la emplazaban a que fuesen al templo y ofrezca su donativo al Patronato, porque hay una enorme suma que Benavito prometió... y está a nombre de Abram, su esposo.

«¿Cómo es que el muerto promete, al plazo de cinco años de enterrado? Lo prometido se pagó. Ya lo pregunté a la Viuda y me dijo que, durante los años de guerra, su mano fue generosa. Sostuvo muchos hogares. Protegía judíos, desde su anonimato... Si tienen trabajo en las sastrerías, o viven de su oficio, no esperen ya más de los muertos».

«Hay un fondo enorme en el banco».

«Mi esposo Abram vendió una finca que heredara; pero no se me ha dicho que el dinero la adeuda a nadie ni está comprometido. El se ha ido al extranjero»

«Usted defiende bien sus intereses. Sabemos que Benavito nos habría protegido, aún en contra de las veleidades de un hijo»

Contaba este diálogo con las mujeres, cuando Malka bajó de su habitación a verles.

«Veleidades de un hijo, o de un esposo, ¿eso dijíste?»

«Hablaba sobre la cuenta de banco que Abram abrió y el depósito está en el conocimiento de media humanidad. Toda La Habana lo supo, menos usted y yo... No sé en cuánto vendió su hacienda y, como es suya, no me interesa... pero, sobre lo que me interesa, una cosa es que usted se sienta satisfecha con su súbita ausencia. Vea. Llegó y se fue. No ha dedicado tiempo a mí... Tengo la moral descuartizada en trozos...», se quejó otra vez e irrumpió en llanto.

Andrés volvió a abrazarla. Y viéndolo, Malka preguntó: «Vienes a quedarte».

«No».

«¿No conversó Abram contigo de que deseamos que ocupes la sección de la casa, donde habitara Leopoldo?»

«No sabía, señora mía», contestó.

«Abram es un sepulcro, con muchos fantasmas caprichosos. Está disponiendo de su heredad sin respeto por tí, Malkita. Y de nuestro tiempo, sin respeto a lo que deseamos. Nos ha cortado. Ha pospuesto el fin de carrera... Si la casa de mi padre se vendiera, como esperamos, tendría dinero para no depender de él; pero, yo he llegado con poco dinero personal, casi con las manos vacías, y vine porque nos casamos y me prometió ptotección, no abandono...»

«No, no... abandono no. Nos tienes a nosotros y otra cosa... ¿Piensas que mi hijo no deseas que termines la carrera médica?»

«Espero que sea ese tipo de machista, Malkita».

«Conversaremos eso. No desesperes... Yo quise matricularme en la Escuela de Artes de San Alejandro, que dirigía Leopoldo Romañach. Hablé sobre el asunto con Benavito, 'yo quiero mis clases de arte' y porque Jan Sluyters me hizo un cuadro, estuvi celoso... Le dije: Deseo esa misma técnica aprendida que tuvo él... Bien, Benavito, con todo y lo que me veneraba, me dijo: «¡Te quiero sin fama. Tus cuadros que sean míos. Te quiiero mucho más fuera del cuadro que te han pintado y te quiero, sin arte, aunque seas un garabato. No voy a compartirte con nadie!... Un día yo acariciara una paloma, de esas que entraban al balcón de la casa, le dijo: Esa pureza de corazón no dejaré que Batoni vuelva a pintarla, ni Sluyter ni Romañach... te quiero mía, no tocada por la codicia y la vanidad del mundo... pero el arte no salva vidas, aunque consuela. Tu caso es la ciencia de la salud. Tú si sanarías al enfermo».

«No te dejó estudiar, ¿ah? A la soledad de la casa... pero 'te quiero blanca', así como decía Alfonsina Storni. Entiendo que hay muchas cosas en común. Ah, yo creo que los tres tenemos cosas en común, Malka».

«No sé que Abram decida, pero yo no he muerto y quiero que Abram viva aquí, como vivió Leopoldo. Que siempre hay un hombre en la casa. Si Abram no quiere ser ese hombre, que se quede en Baltimore, Abejita. Que se quede...»

Que Abram estudiara en Europa se justificó por huelgas de agitadores y, tras actividades de la asociación secreta del ABC, se cerró la Universidad de La Habana. Y, si para honra de su intelecto, Abram ha logrado su primer doctorado en Leiden y Berna, y fue donde la guerra lo sorprendió. «¿Y ahora cuando hay paz, cuando seguir más estudios es una vanidad, cuando la necesidad es mayor, tendrá un plan para su vida?», analizó Malka.

En Cuba, al llegar Abram ha creído el cuento de que se entraría a una etapa de prosperidad. «Pues más prospera la corrupción y truculencia política». En fin que para contestar la pregunta de Andrés sobre el Dioniso descuartizado de Nietzsche el discurso final de Sara fue el siguiente: La moral en que creo tiene mucho de éxtasis, música, arte, alegría o arrebato. La gente que me ha visto sabe que yo no omitiría nada para calcular, de este modo, hacer un daño y el monto de un beneficio. La moral de lo sagrado no descuida lo que ama, provee, limpia y protege. Y si uno desea proteger, se deshace dfel miedo. El miedo es parte del Adversario. Dioniso, como Jesús, simbolizan esta misma dinámica de no omitir, descuidar ni temer, que como dinámica es superior al mero creer de la Culturalina y la Moral dogmática de la Moralina... Los mismos que han matado a Jesús son los que descuartizaron a Dionisos. La misma gente que crea guerras, miserias, prostituciones y cobardías...

«¡Qué bueno, Sarita, que me explica estas cosas y me educa un poco! De todos modos, yo estuve en Ceiba Mocha... y quiero salvar los archivos personales de Benavito y allá... de los vecinos de la hacienda, descuartizaron a dos y están investigando. ¡Por eso vine! y voy a pensar si me quedo ahí donde vivía Leo... ustedes saben que yo estoy para servirles, más ahora... sé que soy de la familia y mi padre vivió aquí, aquel que me bendijo...»

«Vamos a ser Camaradas, ¿ah?», les dijo mi Mamá. La Camarada Abejita.

«Camarada Malka, saluda al Camarada Andrés».

Andrés se reía. Se reía para intensificar la alegría de ellas.

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23. Peor que un matrimonio mal lleva'o

¿Quién diría que un hombre que dijo, con convicción feroz, que para conocer lo Valioso, lo Bello la Esperanza, o lo Consolador (el Bien) no necesitaría otra cosa que el combustible intuitivo de una primera mirada y un veloz convencimiento, hoy se recula en la idea contraria? «Ha sido una ligeraza mía». Tenía escrita una carta que jamás envió:
Papá: Si Dios es Luz, o se manifiesta en ella, te escribo desde Leiden, Holanda, lo ví con el rabillo del ojo. Dios es real y he visto su luz encarnada en una mujer que me saluda, no la conozco, pero es una señal cuando más triste estoy... Casi había dejado de creer, mas recordé lo que me has dicho sobre Mamá Malka, la consoladora sueca que Dios te entregó: Sea Dios en tí, mamá. Que tú fuíste para mi padre su luz...»
El, quien a la bondad experimentada la llamara ángel y dijo que en Sara de Riga vio uno, «que no estoy solo y Dios me envía sus ángeles», al mes de llegar a su Cuba que añoraba, a dos años de tener mujer, a Sarita, dice que se acabó la camaradería divina. «Esto pesa más que un matrimonio mal lleva'o», así repite y describe las reacciones de Benavito. Imagina que alguna vez sintió como él. Ahora se siente engrandecido y la euforia del regreso se ha transformado en olvido, porque su padre también decía que los peces grandes se comen a los pequeños.

Al visitar Ceiba Mocha, la vieja hacienda, sus sentimientos se volvieron confusos.

También su linaje provino del sacerdocio del silencio y la disciplina sinagogal. Entre su parentela barcelonesa, alguno vino a América, tan tardía y súbitamente como en los días de la Guerra Civil. Mas los más fieles serían los que emigraron mucho antes, según supe. Andrés dijo: «Con Simón ben Abram comenzó la decadencia, el fin del clan». De hecho, Benavito nunca firmó con su apellido López. Fue el primero que menospreció a la cepa de Ruy, el rabino, por causa de Antonio. Ha dejado a un lado el sacerdocio del silencio y la disciplina sinagogal. Tiene los mismos sentimientos que la gente que le ofreció una oportunidad de vender ventajosamente a cañeros y latifundistas batistianos, que Benavito llamó ladrones, o peces grandes. El ejército nosteamericano lo quiere reclutar, ya lo ha sabido para su cuerpo de médicos en hospitales de veteranos, pero le dijeron: «Te pagaremos nuevos estudios». Le han sugerido que se vaya, una vez que aprovechara sus becas con dinero federal, a la Base de Guantánamo. «You're a nice, brilliant science man, with a bravery in combat expedient and service; you speak three or four languages. You'll have a great future with us».

Fue su alternativa para ser un hombre del Renacimiento: Hombre de acción, no sólo de pensamiento. Se abrían unas puertas de fama ante la némesis del Tempus fugit. Muy distintas cosas le decía su padre: con aquello de que él es un gusano de Jacob. «Era como poner en el mismo lugar que dio a Andrés, el espacio insignificante del klotz»; pero, el alto oficial británco de las Fuerzas Armadas de los Aliados, a los que él cortó una pierna, utilizando como anestesia una botella de whisky y bajo estas condiciones le salvó la vida, aunque gritara como una puta maltratada, ha dicho: «Este es un varón heroico, no un simple médico y aprendiz de guerra. Me salvó la vida. Es un pragmatista aguerrido y heroico».

«¿Te fijas, padre, la diferencia entre un gusano de Jacob y ser un héroe?», meditó él. «No soy malagradecido. Sarita me dio gábilos. Una esperanza de vivir juntos en Cuba; ella, tan hermosa y yo tenía pesadillas, sicosis de guerra, mas con ella, con sexo y caricias, me hizo madrugar sin miedo, dispuesto a limpiar vísceras, recolocarlas en su lugar, a diario. Ví sesos volando por los aires en medio del fuego de los bombardeos... y yo sé que ella merece menciones de heroísmo; aunque digan que sus expedientes son demasiado 'pacíficos dentro de lo oscuro'. es una heroina que no rebato... Yo pregunté: ¿Qué me quiere decir?... y me hablaron sobre Leopoldín, «agente de la izquierda, colaborador de Stalin»... Sara no me habló de que la izquierda estuvo detrás de ella. Una Camarada Divina no se habría comportado así, que se casó conmigo para enlazarme a unas redes, con una etiqueta peligrosa.

«Te dije que no soy hombre de etiquetas», dije el mismo día de la boda, al mes de que hallaron el cadáver de Joachim de Riga. El sepelio fue en una casa muy hermosa en Sevilla. La reconstruyeron muchas veces. Se la quemaban, la bombadeaban. Fue motejada como la Casa del Luto durante la guerra civil. «En aquella casa, Sarita y yo, hicimos la Noche de Luna de Miel. Una formal luna de miel y la oí: En paz el amor es más dulce. Antes de soltero, fornicábamos. Ahora disfruto cada orgasmo, porque estamos en paz, en esta casa, la que Franco durante la guerra odió; pero mira... la Guerra Civil terminó y, mira qué feliz soy. Esta es la Gran Madrugada después de que al Dioniso de Nietzsche lo han despedazado... pero yo odié esa casa, aunque en ella me dio sus lindos amores... Fue la primera vez que fui a España, abejita trotamundos, y me confesate: Leopoldín la reconstruyó, como regalo de bodas para nosotros... ¿Cómo demonios conocíste a Leopoldín? ¿Por qué nunca me dijíste que lo conocías y que él era un agente menor de otro agente mayor de la izquierda? ¿Por qué me involucraste con tus etiquetas en la Izquierda hegeliana, paquetera?... Me hablaste sobre esperanza. Sacaste todas tus filosofías... Que no confunda las leyes de la abstracción con las verdades del movimiento y de la vida. Ni la ley de la no-contradicción con la unidad absoluta, o identidad excluyente... Que si hay un Dios Único y Verdadero no es que es el que Hegel describió con El Estado, Espíritu divinizado de la Historia. La vieja historia hay que destruirla sin reduccionismo filosófico y sin caer en una consciencia personal de individuos egoístas, estáticos y solitarios... Hay que aprender la paz y el perdón... Entonces, pensé que atacaste a mi padre, por defender el tuyo. Atacaste su idea de la Unicidad, a Stirner que fue para él como un ídolo. 'Pues a veces nos compete demoler los ídolos y perdonar a los padres, que nos maleducan con ellos', me dijíste y me dolió mucho porque él dijo también que los peces grandes se comen a los pequeños. Eso no cambiará... ¡Qué pena y qué ironía! Al fin de cuentas, si entiendo lo que has propuesto, te alojas con Franco. Todo lo que me dijeras acerca de la judería de Sevilla, en los predios de la Plaza de Santa Cruz, ha sido el afán de Joachim de Riga de conservar esta casa. ¿Es eso, Sara? ¿No fue tu camaradería divina ptra cosa, sino ocutar, proteger, conservar algo tan material, como el piso / el chalet / lujoso en Sevilla? Pues, te digo... que yo tengo mejores propiedades en Cuba. Y a Leyden y Berna vine a estudiar, no huyendo de Franco y la Guerra Civil, no huyendo de mada y siempre darse a huir porque se es un conspirador rojo, como tu padre, que me utilizó para sus planes, heredarte, aunque expusiera tu vida, por sus asquerosas actividades con el comunismo... No seas paquetera conmigo y me vuelvas a mentir. Yo te creí una muchacha pobre, idealista, sí. Tuve pena de que te vieras en estos bretes y años de la guerra, no con un fusil al hombro, pero llena de callado temor, como yo, y anhelos de sobrevivencia, asustada de morir y de no haber cumplido nada... Estos «engendros diabólicos», encarnados en su peor maldad por los alemanes, deben ser combatidos y yo dije que por ti cruzaría la raya del pacifismo. Sarita, por tí. Te ví indefensa y, como lo más puro. Comprendí señal de Dios en tí, pero no me digas que los rusos, estalinistas, son unos pobres diablos. Ni me hables, como mi padre, del Zorro Blanco con alegorías, si puedes decir que es el Mariscal Erwin Rommel, el Zorro del Desierto, quien pasó al ejército nazi desde Holanda hasta Loira, Francia... Te agradezco eso; pero yo estoy cansado de metáforas y ya entiendo que los peces grandes, el Oso Blanco, el Zorro del Desierto, el Aguila del Norte, todos se comen al pez pequeño y eso no cambiará... Tal vez te conocí para que me abrieras los ojos. Tú y tu parentela sirven al Oso Blanco, al nuevo colonialismo ruso, que tiene a Europa del Este en sus manos, a la vieja Austria de los Lecsinka en sus manos y ya no son sombras de un Coco, o los dialos azules de mi niñez. Si mi padre Benavito está equivocado como dices, siendo que él propuso la unicidad, ¿qué existe? Si no hay unicidad, lo que hay es identidad excluyente... yo no quiero ser excluído, o ser uno de los excluídos... mejor vuelvo a Cuba. No sé si quieras venir conmigo, ahora que sé que tu identidad es esta casa de Sevilla. ¿Vienes o no conmigo?»

Fue una pregunta dura. A Sara le dolió más que las penurias de la guerra. «Nunca le dije que yo era tan pobre que no tendría un lugar para regresar. Le dije que la guerra, así como fue en España, así como posteriormente cayó sobre Europa, puede dejar a una en la miseria. ¿No perdíste, Andrés, tus mejores negocios con las telas y las guayaberas? Así estuvo mi padre, poniendo su fortuna en la apuesta por la libertad, y dejó en abandono la casa de sus padres, su herencia. El todo, cuanto fue suyo, lo dio por los ideales que creyó. El se habría ido a Israel si hubiese cuajado el proyecto de la Causa Judía y un Hogar para recoger a todos los sobrevivientes del Holocausto... habría vivido, como casi vivió durante toda su vida, en penuria, siendo rico, dándolo todo por un ideal mayor que él... yo ni mi padreofenderíamos jamás a Benavito, porque no lo conocimos. Traté de dialogar sobre él, que me dijeras, Abram... pero, ¡qué puta mierda! Abram, tampoco lo conocías como deberías para que me hicieras, con tus solas palabras, quererlo, con el mismo rigor con que yo quise y conocí, como hija única a mi padre, y tanto lo conocí que anduve con él para arriba y para abajo, yendo donde él fuera, siempre de su mano, en el peligro o en el disfrute... Así deben caminar padres e hijos que se conocen. No soy mujer de rincones, Andresito. Estoy donde están los seres que amo... y yo amé, a primera vista, a Abram. No se me dijo que le coqueteara para liarlo como agente político a mi padre. Le buscaba porque me gustó. No compartimos aulas, pero hacíamos la misma carrera. No dialogamos mucho antes de hacernos novios, porque él era retraído y cortante y machista... y una vez dijo a Leopoldín, «¿y esa putica, qué quiere?» Le habló así sobre mí, sólo por jactarse de que tiene su atractivo, o que alguien le coqueteara en el campus, como Rosa Belén a Leopoldín cuando lo vio en el Barrio Colón, o en las Charangas del Bejucal, en La Habana».

Fue una pregunta dura: «¿Vienes o no?» y ella contestó: «¡Claro que nos vamos a Cuba! Yo te amo» En la noche, le hizo el amor mecánicamente. «Y yo gozosa, Malka, porque nunca había conocido sobre la cama ningunoo. No tuve hombres con quienes comparar lo sentido; pero él se despachó, '¿y esa putica qué querrá conmigo'?... Nunca le diré que lo supe. Se lo dijo a la persona equivocada, a un camarada verdadero y fue su primer insulto contra mí; cosas del amor, yo lo perdono».

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23. Cómo se supera la envidia

... el árbol muere / susurran entre su follaje / reflexiones y silencios / normas y contratos / miedos y rebeldías: Ana Lucía Montoya Rendón (poeta colombiana)
Cuando Andrés decidió que sería mejor que Abram, su hermanstro, regresara de Baltimore y le comunicara su aquiescencia a que ocupe un lugar en La Bodega, la casa de la suecada, Malka se sintió. «¿Crees que no tengo autoridad? Con la autoridad de la viuda de Benevito, sabiéndote hijo suyo, es que te exhorto a que convivas con nosotros. Tienes tu lugar en esta casa. Eres heredero. Esta es mi casa, Andrés. Gústelo o no a él, quédate». El piso de Leopoldo estaba libre, sin alquiler. Mas, sin querer ofenderla ni destituirla, Andrés dijo que se sentía cómodo donde estaba viviendo, barrio negro, entre zapateros y que se mudaría poco a poco, «y una vez él venga, lo discutimos entre los tres. Abram no ha sido apegado a mí. Me recela y no sé por qué. Malkita: es mejor vecino lejos, que mal hermano cerca».

Mas Andrés, intuitivo y perspicaz como es, pese a su facha bonachona, sabe su cuento. El meollo de este asunto de recelos es, tiene que ser, unas batallas ocultas, antiguas, de las mujeres que, en vida, que sufriera el enamoradizo Benavito. Esto sería antes de conocer a Malka. O sus primeros días de estada en Cuba. Y suma a ésto que Abram conoce la historia de Rachel, que fue concubina de Benavito. Ella jugaba con tantas cartas que perdió el respeto del hombre que amaba y de su padre. Y como no quería ser despojada de herencia se tragó el sueño de verse casada con Benavito, consolándose con ser una concubina, o esposa secundaria para él. «Y siendo Rachel mi madre, ¿cómo he de sentirme cómodo con un medio-hermano que la aborrece, sin apenas tratarla?», meditaba Andrés. Esto lo pesó cuando dijo a Malka: Es mejor ser el vecino lejos que un hermano incómodo cerca...

Una vez (una de esas veces en que conversaron, si decirse cosas lacónicamente implicara un conversar), Abram le dijo: «Que andas en fachas, como si fueses un pobrete y no como quien ha nacido de nuestra clase». Y Andrés guardó silencio porque («¿a tí qud te importa? si no vivo del dinero de mi padre, yo doblo el lomo»). Comprendió que a Abram le entretiene el mito de las clases sociales, entanto él no hace distinciones de personas, pues, «pecado es».

«Klotz, entre los raznochintsy, eso es lo que soy». Quiso sugerir algo así, como entre desclasados.

«A ti te va bien, ¿o no?», le preguntó Abram y Andrés no le quiso decir nada, pero... Novás Calvo le dijo: «Ese muchachón tiene la costumbre de aquellos sefarditas medieviales... humildes en apariencia; pero, el Tontarrón de mi socio ha depositado para su vejez lo que ha ganado en afanes y viajes. Ha de tener en bancos suizos su fortuna. Imagino que es, por temor a que moriría tan pobre y desheredado como Paquira... y, aún creyó, antes que se le diera un pedazo de la hacienda en Ceiba Mocha, Benavito no dejaría para él ni dos peniques... y no fue así. Ya ves. No fue así. Sorpresas te da la vida».

Tampoco esperaba que Antonio lo beneficiara, porque hizo migas con Rachel Abram y los Lecsinka. «De modo que, sin nadie que lo imaginae, puede que sea más rico que tú». Desde ese instante, Novás Calvo se le hizo odioso. Puede que de estos y otros hechos haya nacido un resentimiento. Y, en estos nuevos tiempos, cuando Andrés no es menos que los suecos, acostumbrados a viajar a Basilea, Leiden, Austría, Inglaterra y Europa, y la gente dice: «Andrés se recompuso».

Y Abram lo ha revalorado, por igual. Es cierto que jamás lo escuchará que hable sobre libros o sobre una filosofía de la historia. No citaría a grandes hombres ni figuras, como obras de Carlyle, Gibbon y Michelet. En ese renglón, sigue siendo el mismo klotz. A nadie arrancó el sollate, aunque tiene su chispa truculenta para echar cuentos y contar anécdotas. De hecho, tampoco murmuró maliciosamente ni se colocó a salvo de ninguna crítica. Bien decía: «Salvo está el que repica» y, enumeraba con sosiego, las estupideces que fue capaz de cometer, aunque ésto, sabido por Benavito, ya sirviera en caliente para agravarlo.

Ha tenido, aún más claro que Abram, y ésto también se lo decía Novás a Leopoldo y Benavito (porque Novás, el gallego, es más escritor y mejor lector que comerciante) que el «despertar de Occidente», vino del debilitamiento del poder musulmán, no del fanatismo de las Cruzadas y sus muchos siglos de lucha y barbarie. El verdadero reino de Dios en la Tierra hay que buscarlo en la relativa tranquilidad de las ciudades y en el comercio, acumularse privadamente un poquito de dinero y traducir ese dinero a razón y paz. «La guerra es mala y con la guerra la ambición destruye». Cuando el militarismo cesa, sea el que arengara el cristiano o el musulmán para justificar sus agendas, algunos pocos entre los hombres más nobles buscan los mejores territorios. Los occidentales tienen que aprender de Bizancio y el imperio musulmán aprender de los judíos. «Sólo hay una Edad de las Tinieblas, la de las guerras; pero ábrele un espacio a la curiosidad, viaja a Bizancio y vas a ver que la Convivencia soluciona todo, abraza a los rivales y el mundo comienza a verse con ojos más optimistas, con espíritu menos oscurantista y fanático».

«No creas que yo me pongo a discutir con los judíos tradicionales, esos de muchas señales y rigurosos en guardar el sábado, Shabat meramente ritual y externo; lo mismo rehuyo a los musulmanes y libaneses, jihadistas... Yo, cuando quiero escribir, o meditar en algo y que me provoque ideas claras, invito a estos locos, tu hijo Andrés y Eugenio, el libanés... Son locos ocurrentes. Esos judíos sionistas, esos que se entretienen con los embelecos eslavófilos de los Protocolos de los Sabios de Sión, se me asemejan a los nihilistas de la novela Padres e hijos de Turgenev y ellos no son capaces de inventar la imprenta, o difundir en el mercado las brújulas, o los esmaltes, o desarrollar la industria del tejido o el vidrio... o elaborar, o renovar un sistema de cuño de moneda, o sustituir el flujo del oro y plata con cheques, creando una banca financiera como los judíos italianos... yo, si quiero enterarme de novedades e invenciones, me busco a los locos ocurrentes como Andrés, o al libanés de las guayberas... Un día le pregunté, a Eugenio y al tabaquero de La Partagás, ¿oye de dónde sacaste eso de las yayaberas, que ha reventado como un tiro en las ventas?... Cosas de Andrés, el bastardo, el Bobo, hijo de Benavito, el médico de la judería, él dio la idea, dizque porque vio fotos viejas de su pariente el Dr. Moritz y cómo vestía en los días en que las tropas de Linares Pombo atacaron a Santiago...»

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24. La ida por la vuelta

Hay que liberarse de la propiedad de las personas.
Ir «hacia arriba» por su Santo Aire... (...)
Y entonces sí. Para darle fin inmortal
sin decir palabra, armarnos hasta el olvido:
Fanny G. Jaretón
(poeta argentina)
Como, a un año de irse a la Escuela de Medicina Johns Hopkins (Maryland), regresó y no hizo más que hablar de una beca Gilman que había recibido y las bellezas arquitectónicas de estilo federal del Homewood House y de la Torre del Reloj del Gilman Hall, a Abram hubo que ubicarlo. Todavía estaba eufórico, como si no hubiera llegado a Cuba, como si fuera un primer pasadía en el campo... y, al fin, dijo que olvidó el recado de Malka: «Que Andrés se quedara. Ahí (donde se hospedara Leopoldo) no molesta».

La puerta al piso de Leopoldo y familia en La Bodega está aislada de las escaleras que van a la casa, en el segundo piso, que ahora ocupa su madre y su mujer Sara, La Abejita. «Que se quede», dijo con mala gana y molesto de que le inquieran por qué no lo comunicó como decisión acordada entre su madre y él, hace un año. «Uno puede olvidar por unos días; olvidaste tú por un año». Tampoco escribe. Ni telefonea, se le dijo.

Ella le dijo: «Tú no contestas mis cartas, o más bien, escribes telegramas, como si no pensaras en mí y yo no fuese importante. Parece que te armas de olvido». Esta vez Abram se observa obligado a dar cuenta a la madre y a la esposa. Están descontentas y con caras largas aunque él llegó. Entre la espada y la pared, adujo:

«Un día van a comprender. Esto vale la pena. Las cosas estarán bien. El mismo Félix Lancís me ayudará a moverme aquí cuando se cumpla mi regreso, ¿lo recuerdas? Lancís estuvo en el sepelio de Papá Benavito; supongo que ya será poderoso... Había sido primer ministro, cuando me fui».

«Lancís está en desgracia», apuntó Malka.

«Yo vine, a la ida por la vuelta. Estudio mucho. Allá mi vida es dura, casi no duermo, haciendo tareas, leyendo... Mi mente no puede centrarse en historias de descabezados... o conspiraciones», dijo. Como siempre metiendo la cabeza en el agujero.

El gobierno auténtico de Grau es uno de pillaje y, aún cuando se discursa la creación de un Tercer Frente, coalicionando fuerzas contra las derechas tradicionales y los intereses corruptos, ni Miguel A. Suárez ni Félix Lancís, el médico amigo de su padre, podían (ni podrán) con el paquete. Dentro de la Presidencia de Grau, crecía con poder el Bloque Alemán-Grau Alsina (BAGA), grandes desfalcadores de la hacienda pública. De este grupo, algunos ya se asomaron por La Bodega. Enviaron sus agentillos desde que se supo que la Familia Abram y sus cepas de López, Lecsinkas y Matías, vende lo que tiene y parece que se van de Cuba.

Fue él (Abram, e inconsultamente) quien vendió una porción de La Hacienda de Ceiba Mocha. «Mi hijo puede que se vaya. No la familia», le dijo Malka a los Alsina.

«No dejan de preguntar cuáles otras cosas venderemos».

«¿Y qué les dijeron?»

«Que no estamos vendiendo nada».

Presionando a que viniese, no la familia que está interesada en discutir este asunto privada y calmadamente, el Gobierno envía citatorios. Hay mucha judeofobia entre abogados locales y Benavito, el Resuelve-Todo está muerto. Hay muchos sastres y colchoneros en La Habana judía, pero no un abogado de méritos en quien se pueda confiar. «Y hemos sabido cómo actúa la gente del bloque germanófilo de La BAGA. Lo que, a petición de ellos, no se vende, o sujeta a compraventa, se expropia. Eminent domain. O sencillamente, descuartizan al que defiende el lugar o propiedad que ellos interesan. Y ha pasado en Ceiba Mocha», orientó la madre.

«Por fortuna, estás con los americanos, ¿o no? ¿Sacarán la cara por ti?», preguntó la esposa, yendo a un punto en que Abram coloca su confianza. Mas su manera de ella articular (lo que realmente él piensa, o ella piensa) le parece despiadada. Esas intuiciones intelectuales de La Abeja son como picaduras de un aguijón insolente. Ya son muchas veces que él le teme. Es una abeja / reina / brava. Y pica... Ahora señala al hecho que lo ha convovado a que venga y participe de lo que haya que hacer. Han matado a dos personas en los terrenos recién vendidos. Los peones no se quieren ir hasta que no vaya alguien de la familia y les diga que la venta fue legítima. Hay muchos ladrones... y, tras la Caída del Dictador Machado (1933) y las conspiraciones del Movimiento Cívico-Militar y la Pentarquía, en Cuba todo es un simulacro, los mismos ladrones aliados con los militares. Sergio Carbó hizo Coronel en jefe a Batista. «El Dr. Ramón Grau parece el más ladrón de todos». Miguel A. Suárez es el Zar de las Villas y agente de Batista... «Pero volvamos al caso del peón macheteado frente a las puertas del laboratorio de Benavito y su cabaña de retiro».

Fue miedo o alarma ante las posibles expropiaciones lo que trajo a Abram de Baltimore, Maryland. No vino para hacerle arrumacos a la esposa que dejara abandonada ni a la madre. El vino a ver si al Dr. Lancís y Sánchez (a quien supuso el Primer Ministro de Grau), le solucionara estos entreveros, mas no será así. Lancís renunció en octubre de 1945, o lo destituyeron, porque no se puede servir a dos señores. O se es limpio, o se es un asqueroso. «El ya no está», le dijo La Abeja.

Ella sí que no cierra sus ojos ante la realidad social y política.

Abram no duda que ella sabe. Es hija de conspiradores. Espiona de la izquierda. Lo sabe porque hace recortes periodísticos de todo. Es estudiosa. Recién llegó a Cuba, al parecer, se aislaría en el almacén de los bombardinos (de una vieja escuela de música próxima a la habitación donde Benavito en vida dormía, hoy lugarcillo que se conoce como el sótano) y fue como una ratita, que se come los periódicos viejos que Benavito leyó y ordenaba en el lugar.

En los primeros días en La Bodega, acabada la guerra, a Abram le gustaba entrar al sótano, sorprenderla y sobre el tendedero de diaros y revistas, interrumpiéndole los recortes y picaderos que Sarita hacía, levantarle las faldas, desobrochar su blusa, besarle intensamente los pezones y acariciarla en las nalgas, hasta verla caliente. Sin una plena desnudez suya, la amaba.

Con los días y semanas, antes que se le ocurriera irse a Baltimore, descubrió que ella no dejaba de ser una camarada con ideas importunas. Se interesaba todavía en la guerra, en las suertes de cada resistencia, en diversidad de naciones. Ahora, él... que deseaba besar sus manos, según descubrió estaban tiznadas, sucias con la tinta de los periódicos, pues Sara recorta notas sobre la Huelga de marzo de 1935 y el asesinato del 8 de mayo de Antonio Guiteras, protesta. «¿No dijiste que vienes aquí a tirar como basura los periódicos viejos? ¿Por qué cortas y archivas cosas del gaceterío?» Sí. Ella tira los periódicos. Cada vez parecen menos y no se oyen las ratas ni se observan las latas del veneno que ha regado. «¡Coño, si hasta apuntes vienes haciendo!»

Halló el cuadernillo con fechas. Por cada recorte de prensa, Sara elabora una ficha. «¿Vas a escribir un libro, o qué?»

Había sido ella quien le dijo que, una vez que se destruyara la violencia, lo que hay que hacer es ir «hacia arriba» por el Santo Aire de la paz, el perdón y el olvido. Dar un fin inmortal. Mas si se juzgara lo que hace, Sara La Abeja se regodea en el pasado. Se deleita, al parecer, con la figura de Guiteras, asesinado en El Morrillo, Matanzas, cuando se aprestara a abandonar a Cuba, no para hacer paz ninguna después de la Huelga del '35, sino a fin de preparar una expedición armada contra el régimen. «Yo me fui, pero a estudiar. No a preparar conspiraciones», es su regaño, «pero a tí las conspiraciones te gustan. Aquí está la prueba», dijo levantando la evidencia de sus recortes: «A ti, ¿qué te tiene que importar lo que Trujillo haga, si mata o deja de matar, allá dentro de sus fronteras, a 17,000 haitianos? ¿Qué es ésto, mujer? Haití no es Cuba. En la república de los dominicanos que sean ellos quienes solucionen sus problemas». Dijo para reubicarla en el futuro que Cuba y él, los gringos y él, que 'estamos' por la reconstrucción que les compete en términos de la solidaridad de posguerra. El Plan Marshall. El Hogar sionista. La Guerra Fria, Cold War Policy.

«Y ésto es un dando-y-dando: ¿Qué nos debe importar, a partir de ahora? El Plan Marshall en Europa. Este es el mundo real en 1947. No Guiteras. No Trujillo, sea que él mate o no, a los diablos de hollín. Sean dos o cuatro los gatos... Voy a gestionar una 'Beca Gillman' para tí; sólo dáme tiempo. Ve poniendo en orden tus cosas, no haciendo recorticos sobre viejas tragedias, ¿no me lo predicaste tú? Que Jesús es la encarnación sombría, antinatural, del Occidente cristiano que crucificara su Dios en la cruz como su maldición a la vida, y que hay, en su lugar que honrar un futuro. Si hay Cristo futuro, si lo hay, renacerá eternamente como el Dioniso descuartizado y regresará de la destrucción... pues, nena, yo estoy regresando de la destrucción... ¿Quieres quedarte como rata de bodega, comiéndote esta carroña de recorticos que huelen a sangre? ¡Atiende, Abeja, de una vez, ya que te ataste a ese odio nietzscheano contra el saber oficial, académico, el Sistema frío del Canon, la Universidad, el Estado... hay que reconstruir y ha de ser con la ciencia y por eso me fui, cuando te quedaste, oliendo las faldas a mamá, o compadeciendo al tonto de mi hermano... pues, que se quede él y tú. Háganle sombra a Mamá. Malka se morirá un día, igual que Benavito, y llorándole, endiosando el 'No a la vida y al progreso', no se cambia nada...»

Y, como la buscó en el sótano por un poco de sexo, se lo pidió:

«Tiéndete».

«No soy una vaca».

«Pues recoge toda esa yerba y tírala. No quiero ver más recortes y ven a la recámara. Que hace casi un año que no tengo sexo».

Ella no quería ni verle. Y tuvo que hacer el amor con él durante el día, costumbre que aborrece.

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25. El pecado de Rachel y la deuda de Andrés

... reposará espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor a Jehová... y acontecerá que la raíz de Isaí, la cual estará puesta por pendón a los pueblos, será buscada por las gentes... : Is. 11: 2-3
En la cocina, la cocinera preparó unos mokoli y shuhá de cordero porque el vino echando de menos la carne, como se prepara en Cuba. Para no dar idea de cuánto discutieron, a horas de su llegada, por los dichosos recortes y el «amor a deshoras», ella bajó a comer, y la vieron hacer una miguitas de una especie de albóndiga, pero menos comía que picaba. Malka sabía que Sara estaba enojada; pero Abram estaba satisfecho relleno. Tuvo sexo y comió, con sabor criollo, con el antojo de su shutá y las bourekas que mojaba en el caldo de ternera.

Aunque se mandó un aviso a Andrés de que almolzara o cenara con ellos (a fin de que se discuta durante el día, tarde o noche, si quedaría instalado en La Bodega), ese día no se le halló en la casita que alguna vez compró en el barrio de los zapateros. Tenía una casita en Jesús del Monte, cercana a Luyanó, y allí se recogió con Rosa Belén por unos años. A más enamoradiza e involucrada con hombres, él dejó la casa, le pidió que pagara renta, que ella nunca pagó, y se mudó al barrio Colón, cerca de Trocadero y Monserrate. Mas ha sido, en Jesús del Monte, donde le gustara quedarse, especialmente, por los andurriales de la Calzada de la Víbora.

Este lugar le traen muchos recuerdos. En especial, la zona donde estuvo El Cacahual, porque Benavito lo llevó, siendo niñito, a recoger de las aguas en botellas para después llevarlas a su laboratorio en Ceiba Mocha para análisis. Serían agua supuestamente medicinales del barrio Arroyo Naranjo de La Habana. Ahí están las canteras de piedra de San Miguel y, a 12 kilómetros del Capitolio Nacional en la carretera de La Habana a Santiago de las Vegas, el paradero de las berlinas y autobuses que hacían el servicio entre estas dos ciudades.

Sin embargo, si algo puso contento a su regreso, devolviéndole la jovialidad de la niñez a Andrés, siendo que también lo tentó irse a Europa, fue la construcción del trenecito callejero; pero, no el que se hizo en tiempos de España, el ferrocarril de La Habana a Güines. Lo entusiasma el otro. El trenecito que parece de juguete, con sus vagones colorados. Este se constriuyó cuando anduvo ausente, en 1937. Y un tramo de su ruta va de La Habana a Bejucal, y otro de Bejucal a Güines. O de La Habana a Güines y él, en ese año, que su sobrino se fue a Baltimore, se tomó el atrevimiento de invitar a las dos damitas de La Bodega, a que deambulen con él y vean el cielo y el paisaje urbano.

«Vamos de La Habana a Güines», les dijo y sabía que pasaría por Bejucal, donde tiene amigos charangueros, gente muy distinta a la del Vedado y los barrios elegantes. Lo verían con las suecas y, si algo no se convenció todavía de.que no se le trata como bastardo, lo verían si ellas acceden. Andrés tiene poder moral para congraciarse con Malka y la nueva judía, que adorna el bloque de La Bodega. Y Sara sí es andariega, muchacha de exponerse al mundo, sin miedo de la gente y, sobre todo, de la mulatería. Ha conocido gitanos, turcos, griegos e hindúes, y se ha despaseado entre sefardíes que hablan el ladino, aunque su español lo conoció, como su hoy esposo Abram, han conocido el hebreo, en estudios talmúdicos en la Sinagoga.

Bien que Sara lo recuerda. A El Cotorro lo conoció en este viaje, en la parada del trecino que hicieron en Bejucal. El sí quedó impresionado al verlas pasear en tren, sin ningún rumbo fijo, sólo ver a la gente real, no sólo a judíos de los templos, ni la gente selecta que entra a sus casas. Esta gente casi nunca se le puede ver fotografiada en El Diario de La Marina, o en Bohemia, o en aquella revista a la que el Ing. Leopoldo Matías se aficionó a leer, «San Antonio».

«¡Abre que voy!», gritó el Cotorro. No se había dado cuenta que Malka tenía un rostro angelical y que la diferencia de edad con Benavito fenecido debió ser significativa. Es que Malka fue como un tesoro oculto, siempre con «talit», cubriéndose el rostro y ahora se acompañada con esa chiquilla. Mas no es una chiquilla, se lo corrigió. «Es la esposa de mi hijo», oyó a Doña Malka que le dijo, al tiempo que la joven aludida extendió la mano a El Cotorro.

El hasta sintió hasta deseos de llorar. Era la primera vez que una mujer de esa belleza, «a leguas venida de otros charcos», de Países Bajos, donde los cielos azules se perpetúan en los ojos, le extendía la mano, saludándole, desenguantada, por lo que él podía deleitarse con su temperatura y suavidad. Y Andrés sabía que su «abre que voy» era una de esas frases tan pícaras que se estilan cuando una mujer tan atractiva nos sorprende y hay que comérsela con la mirada, deteniéndose a curiosear sus curvas, abriéndose paso entre obstáculos que no la deja ver. No es perdonoble que se pierda un instante de complacencia.

Ya tendrían oportunidad, El Cotorro y él, para conversar sobre el impacto anímico que le causó su compañía.

«¡Coño! Como chismoso te graduaste», le estuvo diciendo Andrés y El Cotorro desentendiéndose. «¡Demonio, cállate ya!»

Sara sólo se reía y Doña Malka animaba: «Que nos diga lo que sabe, Andrés, que no me enojo por nada». Lo primero es lo primero.

Sin duda que Benavito enseñó a Abram a elegir entre las mujeres bellas. Andrés ya había oído lo que se decía en las esquinas de la Vieja Habana, frente a la antigua Casa Basallo, no sólo sobre su madre, Rachel, sino sobre Sara, la primera vez que se le vio en público, describiéndola como una kifer. a good piece of skirt, a good khyfer. Y eran gringos y judíos polacos o rusos, a quienes oyó los comentarios. Los mulatos ni podían describir quién era aquella que salió a la calle en pantalones vaqueros.

«Son damas de su casa», le dijo Andrés a El Cotorro para que no pensara que eran unas prostitutas, del estilo de Rosa Belén y turistas con que él a veces se daba compañía. Le subrayó que sólo compran libros y artículos para pintar, carboncillos, pinceles o lienzos.

El Cotorro les presumió que ha leído a casi todos los románticos franceses, de Hugo a Dumas y aún a Walter Scott y Wordsworth en traducciones. «Sólo que yo leo para las tabaquerías».

Sara le sonrió como si tratara de un nuevo camarada. «¡Ay, pero están de madre», se calló El Cotorro, desarnado por aquella sonrisa y mano extendida que sostuvo en la suya más de lo que se espera de un saludo tan casual.

«A sus pies», les dijo. «Yo soy uno de tantos que dejó Cárdenas, tierra de La Bandera, y me vine a Bejucal. Es que allá hay mucha miseria. No hay trabajo, como consecuencia de la guerra... Don Simón se lo pudo haber dicho. Mi padre y yo vivíamos por Ceiba Mocha, de donde era él, que en paz descanse. Si él no hubiese muerto, yo me habría quedado en mi terruño».

Y, como muy conversador y peguiche que fuera, se quedó haciendo cola a la caminata de la suecada, sirviendo de guía, porque dizque conocía el barrio y las calles de Bejucal mejor que Andrés. Son de la misma edad y afinidades, «mas yo, fuera de La Habana y Cárdenas, no he visto otro mundo».

En fin que, entre cuento y cuento, hizo rememoranzas en torno a cuando conoció a Benavito, cuya muerte en Cárdenas tuvo repercusiones. «Andrés no me dejará que mienta». Ahí tira otro cuento. Es que, para ellas, contó hasta la misma historia de Rachel y el hermano de Benavito, la percepción que se tuvo de ellos y de las cepas de Simón ben Abram. Introdujo al recuerdo de Doña Malka la vida y amores de Alicia, que fue con la edad de 19 años, veedora sobre Rachel. «Y esa mentira de que Doña Alicia fue hija de Antonio, no se la tragó nadie. «No me dejarás tú que mientas, Andrés. Ella no pudo ser hija del boticario, porque él tenía secos los testículos».

Alicia fue la muchacha que cuidó al Dr. Moritz, «aquel que te dio la idea de las gayaberas».

«¡Te graduaste! De chismoso te graduaste», intentó Andrés en vano de callar a El Cotorro. «¡Demonio, cállate ya!»

Y, acaso por si la conversación sobre estos expedientes familiares molestara a Andrés, Sara pidió que se le explica qué es una guayabera, porque no lo sabía y tal explicarlo quitara intimidad a los cuentos de El Cotorro.

«Ese invento de la guayabera no es una bobería, niña», se entusiasmó El Cotorro que tenía cuerda para todo tema. Y hasta dijo que él único que sabía que nació en las márgenes del río Yayabo en la región central de Sancti Spíritus, por el año de 1709, era el Dr. Moritz. «Aquellos camisones de telas de lino con grandes bolsillos es cosa de los andaluces y los cosían para el trabajo y el clima tropical. Y toda la gente de campo, y los muchachos, los solteros de esa región del río Yayabo, utizaban las yayaberas, después de su día de trabajo, para llenar los bolsillos de sus cotones de guayabas para obsequiarlas a las novias».

«El Dr. Moritz las vestía y se iba a guateques campesinos, bautizos o fiestas de Tu B'Shevat, en la primavera con ellas; a Benavito le gustó cargar guayabas en bolsillos de yayaberas; me lo dijo Moritz», agregó Andrés.

«A eso iba, precisamente. Recuerdo cuando se lo dijíste a Eugenio, tu socio. La idea es de tu gente y tú dijíste: Para hacerla camisa para la ciudad, hay que coserla en tela menos pesadas que las yayaberas del campo y crear el mito de que son para vestir en bautizos, o llevar en los bolsillos caramelos para las enamoradas, ¿eh?»

«Sí, sí... yo le dije eso a Eugenio, el libanés», asintió Andrés.

«Y tú... no me dejarás que mienta... Cuando don Simón en vida se fue a Europa y dejó embarazada a Rachel, cuando no se sabía si fue Antonio o tu padre, él vestía de guayabera... Esto me lo contó mi padrecito, que en paz descanse, y él no mentía. Regalando guayabitas a las muchachas de Ceiba Mocha, con su guayaberitas bien planchadas y el sombrero de carey, era el Don Juan que encandiló a todas la hembras de la comarca, ¿o no?»

«¡Coño, yo le quie te digo es que no mortifiques a Doña Malka, que es la reina!»

«¡Eso sí, señora! Usted lllegó a la vida de él para ser la reina de reinas».

El amigo contó lo suficiente para que él se mortificara. Andrés lo disimuló muy bien. Sabía que para Doña Malka lo escuchado no sería tan nuevo. Ella misma pintaba a todas las mujeres de la familia, según las conoció y pintarlas era una manera de comprenderlas y perdonarlas. El no tenía esos recursos para tratar creativamente sus mortificaciones, o sus desprecios. Mas quiso a Rachel, porque era su madre, aunque no siempre fue el ejemplo que él quiso, cuando la tuvo viva. A su madre Rachel la sabía hija de una deshonra, la maldad de Antonio, el hermano repudiado por su padre Simón ben Abraham. ¡Y cuán grande debía ser el odio de éste por Antonio, que hasta renunció a su apellido paterno, como un símbolo! «Ruy López, tu abuelo, era un gran hombre», se lo dijo Benavito en su lecho de muerto. «Tuvíste un abuelo muy digno, Andrés, bene mío».

Supo que retiró el apellido de sí como un homenaje simbólico a la cepa de Moritz, siendo que Antonio, su hermano, le deshonró la hija para ofender sus creencias, más que a la hija Rachel. La pérdida de su virginidad no la tomó ella como razón para vergüenza, según fue costumbre de las mujeres, sino que vio premiado el rijo de su cuerpo y el estímulo para precipitar el pedido que hizo a su padre.

«Cásame con Benavito».

«No con mi bendición», dijo Moritz, callándola.

Este aún no decidía sobre tal solicitud, mas ella se atrevió a faltar al honor de su casa, ahitada de pretextos, como gallaruza de los bajos fondos, y se entregaba a herr Simón, buscándole a deshoras. Y como sucede a las mujeres que se pasan de listas, a las que urden fainadas y sólo piensan en cingar porque en nada útil se consuelan, su padre la juzgó bribona y lo mismo hizo Benavito, que no le cumplió sus promesas, excepto no pedir a Alicia. Sentía que no podía querer a ninguna de las dos, por más hermosas que fueran. «No te cases con ninguna de ellas», fue el consejo de Moritz. «Véte al extranjero y estudia y acuérdate que del embarazo de Rachel se jactó tu hermano primero. El hijo de tu mocedad no es fruto maduro de ningún amor. Antonio lo reclama para ofender el recuerdo de so legítima esposa (Francisca María) y pintarse con fértiles gandumbas... pero es tu hijo. Y él se lo ha ofrecido a la perdición».

«Pero si él ninguna culpa tiene», protestó Benavito

«Pero hereda la Marca de Caín».

«No entiendo, Dr. Moritz».

«Has de ser el Rabino cuando Ruy y yo faltemos. Y el Sacerdocio que representamos no es otro que la Salud y no permitiré que la marca de Caín pase, como maldición, al sacerdocio».

«¿Cuál es la marca de Caín?»

Entonces, Moritz dibujó dos testículos y gesticuló de un modo que Benavito entendió que era un desafío y un menosprecio a las gallinerías del boticario de Cárdenas. Cinco años antes, Antonio deshonró a Rachel y era un hombre casado. Hizo correr maldicencia con su jactancia.

«Educamos a nuestra comunidad en cierto racionalismo moderado, como el aprendido del Séfer ha-Emunoth (Libro de las creencias) de Isaac Shem-Tob ben Shem-Tob, y del Iggereth Musar (Epístola sobre la moralidad) de Solomo Alami, y fracasamos. Antonio es el ejemplo... Hemos dependido de textos de las tertulias intelectuales de la Aljama de Huesca, y judíos que amaron mucho sus bienes materiales y nos hablaron, poco y falseadamente sobre la Revelación. Moses ha-Sefardí, más tarde bautizado como Pedro Alfonso de Huesca, otro oscense, fracasó como nosotros y se hizo católico y Abraham bar Hiyya (alias de ha-Bargeloni) nos legó su libro Megil-lat ha-megal-lé, que es libro de jactancias suyas como falaz revelador, y en su meditación sobre el alma, hegyon ha-néfes, ¡ay, Ha-Shem! también muy poco nos ilumina!... ¡Simón, véte y déjanos con nuestros pecadores, adoradores de fortuna y placeres terrestres! Necesitamos otro séfer ha-Ikkarim. ¿Quién quedará, que tenga tu inteligencia, entre nosotros? ¿Quién que haya aprendido el hebreo, lenguaje santo del Alfabet? ¿Quién que saque luz de la Torah y salud de los lombricientos de los campos? ¿Quién que alimente a los guajiros que sufren, sin preguntar eres o no judío, siendo que todas las criaturas de Dios comen y necesitan un techo y vestidos?... ¡Cómo hemos fracasado! No lo imaginas... Astruc ha-Leví nos habló sobre las tres leyes que rigen la vida humana: la natural, la convencional o positiva y la divina, o revelada, que sólo la Revelación salva, pero nos quedamos sin revelación... Hemos perdido la «vara del tronco de Isaí», la raíz de la Vara de Isaí de la que debe retoñar el «vástago sublime», ¿y quién ha de ser?... Que sea uno de tus hijos, no el pobre Antonio, tu hermano, hijo de Ruy, ni simiento que haya encarnado con el mal cascarón, marcado de desobediencia...»

En tal ocasión de la caminata de la Suecada por Bejucal, El Cotorro narró los recuerdos de su padre, quien sirvió a Simón ben Abram y a Ruy López, padre de Antonio y Simón. «Y vecinos, judíos y no judíos, recordaron que Ruy emplazó a los que pecaban con fornicación ante todos. Y les pidió que suplicaran el perdón» porque era fecha próxima al Yom Kippur y pidió ayunos mayores a 24 horas para que la carne estuviese contrita como el alma. Mas, en vez de humillarse, Antonio y su mujer, Francisca María (Paquira), declararon la guerra contra Mercedes Sbarbí, Ruy el Rabino y la gente que amaba a los Moritz. Y un día, en 1900, una vez qie hubo fruto en el vientre de Rachel, se encendió la ira del Dr. Moritz Abram contra Antonio por todas las blasfemias y ruindades que éste cometía, tras la muerte del rabino Ruy.

Muerto Ruy, hallánbdose em la invalidez y tendido en cama, el Dr. Moritz designó a Benavito el nuevo juez, sucesor suyo, como lo fue de Gregorio y cohen de Ruy en la orientación de los asuntos morales y espituales de su comunidad judaica. Y, así como uno de sus últimos actos, divorció a Paquira de Antonio, con carta de separación que él redactó, en puño y letra, y no despreció al niño Andrés que nació, ilegítimamente, de Rachel, su hija. E hizo mucho más porque Simón se iría a Europa. En fervor de protección, se llevó a Rachel, para que pariera su hijo, en la casa que tenía en Santiago de Cuba, y anunció la promesa de que nunca más volverían a Cárdenas en su vidas ni él ni los que estaban bajo su amparo. Antonio se quedó expulsado en Cárdenas y guardándose secretos de marrajería. Mas él no puede engendrar. Y Ruy y Moritz sabía que tenía la marca de Caín.

Moritz no tardó en darse cuenta de que, entre las mujeres que vivieron en su casa, ni Paqura ni Rachel, ni Alicia ni otras, fue «virtuosa», einer tugenhafte Frau. Carmen sí ganó la distinción de serlo y Rachel, con enojo, la burlaba como La Quedada, que no se casará nunca.

«¿Por qué son tan casquivanas las niñas de Moritz?», se preguntaba Carmen y se debatía, entre el desaliento por no hallar marido, y el remordimiento y la atracción, que sentía por hombres que no eran del clan.

«Tú no tienes ninguna deuda con Antonio, si no fue tu padre y ninguna deuda con Rachel, porque la amaste. Posiblemente, la amaste más que Benavito», le dijo El Cotorro y, en decir ésto ya había un consuelo de amigo, con testigos, pues allí estaban Doña Malka y Doña Sara. «Y, como sufres por ésto, te lo conté a riesgo de que me llames chismoso».

CONTINUACION

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