Friday, January 18, 2008

Nuestras Estampas (5)


Elaboradas por CARLOS LOPEZ DZUR


Nuestras Estampas incluirá, semana tras semana, una sinopsis biográfica e informativa sobre los aportes de los más importantes artistas, literatos, educadores, funcionarios públicos, empresarios privados y líderes, de ancestro latino siendo que sus memorias y quehaceres han sido heroicas e importantes para la nación y el progreso y prestigio de nuestra comunidad.

Ex-Gobernador y diplomático Raúl Héctor Castro

No muchas individuos creerán, quizás por ignorar un ejemplo, que una persona, cuya niñez fue de gran pobreza y su crianza, con otros once hermanos, más sus padres, transcurriría en una casa de sólo una recámara, pueda llegar a ser Gobernador de un Estado, grande y rico como Arizona. O un sagaz Embajador en regiones de peligro, al borde de estallidos revolucionarios impostergables. Posiblemente, de un latino será más difícil creerlo. Pues, éste fue el caso de Raúl Héctor Castro, nacido en Cananea (México). Su familia vivió en contínua pobreza, mas no sería ésta un obstáculo para el sueño de progreso y bienestar que trajeron consigo. Será Raúl quien más se destaque. Quien perfeccione el empeño.

Cuando sus padres, inmigrantes mexicanos, llegaron a Arizona se vivían los efectos de una dura Depresión y para mucha gente, debido al prejuicio contra el mexicano y el extranjero pobre que compite por empleos, las ambiciones eran pocas. Siendo joven, Raúl Héctor tenía muchas y algunas fueron las tradicionales para un jornalero sin destrezas: piscó en campos agrícolas, boxeaba por afición, trabajó en minas de cobre; pero con este último empleo reunió para educarse. Se graduó como maestro en la Universidad del Noreste de Arizona en 1939.

«Estudiar fue siempre un sacrificio, más en la niñez por la incomodidad de una vivienda pobre, el ruido de once hermanos, el hambre de los años del decenio del ’20; según crecí, entendí el prejuicio de la sociedad blanca y los maestros desatentos y déspotas. Mas yo siempre he tenido respeto por esta profesión. Educarse no debe ser un privilegio, sino la primera dotación que haga un sistema democrático, seas pobre o no. Seguro que pienso así por idealismo. Fue el idealismo y la aventura lo que me llevó a Centro y Sur América. Tenía que ver lo que es la política por mí mismo. Como diplomático me siento más insatisfecho que cuando boxeaba, sin querer de veras golpear y lastimar a otro», expresó el ex-gobernador de Arizona, quien sirvió en el cargo del 1975 al 1977.

A la enseñanza se dedicó durante seis años. Sin embargo, vistas muchas injusticias, regresó a la universidad. Obtuvo un diploma de Leyes en 1949 y desplegó una labor como litigante y fiscal hasta 1964. Sirvió, por igual, como Procurador Condal, Juez de una Corte Superior y, con el llamado de la política por el Departamento de Estado, se le nombró Embajador estadounidense en El Salvador y Bolivia. El periodo durante el cual ejerció tal representación diplomática fue crucial. «Este fue el rostro que no quise golpear. La América Latina pobre es como la cara misma de mi pueblo y mi familia reflejada en un espejo; sólo que nos separa el mar y la geografía».

Entre 1964 y 1968, en El Salvador pudo conocer la larga resistencia del pueblo salvadoreño a las oligarquías y la reacción del gobierno para suprimir a la oposición. Supo que la lucha antigobernista fue la acumulación de mucho odio contra generales y dictadores. Por desgracia, como Embajador, representaba a una nación aliada a las oligarquías del café, opresoras de ese pueblo. Dos años antes de su nombramiento, El Salvador necesitaba reconciliación frente a muchos abusos. Un año después de terminar su gestión (1969), el gobierno salvadoreño declaró una guerra contra Honduras que obligaría a miles de salvadoreños a regresar del país vecino. Examinó cómo las tensiones sociales y políticas se intensificaban.

Hasta 1980, todos, excepto uno, de los presidentes en El Salvador provino de un militar. Y éstos, casi siempre aliados a las familias más ricas. De la experiencia como embajador, Raúl H. Castro recordaría que lo más triste que se puede decir sobre los militares salvadoreños «y que fue más triste que la pobreza misma en que viven las mayorías, es el poco respeto por la vida humana, el exterminio del indio y el racismo que impera en las leyes de ese país».

El general Maximiliano Hernández Martínez, represor brutal de los campesinos y de su instrumento de resistencia, el Frente Farabundo Martí, victimizó a unos 30,000 indígenas por medio del asesinato, la prisión o el exilio. Antes de ser derrocado en 1940, Hernández aprobó leyes racistas que prohibían que la gente de ancestro africano entrara a El Salvador.

Afortunadamente, el diplomático murió antes de sucederse los doce años de la Guerra Civil que afectaría este país, de 1980 al 1992. No vio las atrocidades cometidas por la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), como fue la Matanza de El Mozote y el asesinato de misioneros católicos por los Escuadrones de la Muerte, ligados al Gobierno.

El conflicto salvadoreño de los ’80 y ’90, profundizamiento de la crisis política y social que Raúl H. Castro avizoraba, antes de salir de El Salvador, degeneró en una confrontación armada que dejó unos 75,000 muertos y desaparecidos, al finalizar la guerra.

De 1968 a 1969, en Bolivia, al diplomático mexico-estadounidense correspondía que se entendiese con la Junta Militar y su jefe René Barrientos, que fue electo presidente en 1966. Este militar anticomunista validó sus credenciales como tal al descubrir y combatir una célula guerrillera, liderada por el revolucionario cubano-argentino Ernesto Ché Guevara. Raúl Héctor estaba en Bolivia cuando el presidente Barrientos manifestaba su deseo de ver la cabeza del Ché Guevara colgada en la punta de un poste en el centro de La Paz. En octubre de 1967, Guevara fue capturado y ejecutado.

Raúl Héctor Castro recordó a Barrientos, quien decía que era cristiano, al cortejar la Iglesia y gozaba de simpatías entre las clases populares urbanas de Bolivia, por defender la Ley y el Orden y tener cierta fluencia para hablar el quechua. El retrato que hizo de él lo describe como «un fiero anticomunista, siempre pendiente a pedir fondos de Alianza para el Progreso para entrenar tropas especiales que combatan las guerrillas y la insurgencia. Esto lo hizo muy popular con Washington. Los mineros no le tuvieron confianza y menos el sector obrero organizado».

«Para mí, Barrientos fue un dictador brutal con una máscara de demócrata. No pude soportar su hipocresía ni que la CIA le pusiera en su nómina. Fue el Ministro del Interior y amigo de confianza de Barrientos [Antonio Arguedas] el que produjo el escándalo de que su gobierno fue el más corrupto y anticomunista de que los que se daban en la región. Creo que mi decisión de dejar la Embajada y mi vuelta a los EE.UU. es lo más honesto que pude hacer en vista de que no es posible conversar ni negociar, con responsabilidad, cuando hay tanta desvergüenza y el mismo Ministro del Interior del país en que te hallas dice que es un simpatizante del clandestinaje marxista».

En 1968, se alega que Antonio Arguedas desapareció y llevó el incautado Diario del Ché Guevara a La Habana, publicándose en varios idiomas e inclusive en una versión que reproduce el original de su puño y letras.

Después de salir de Bolivia y del servicio diplomático, quien fuera un gobernador, salido de la pobreza y el prejuicio, confesó que es más agradable el servicio amoroso a su propio país que complicarse la vida con «los políticos mentirosos y los enredos internacionales».

Castro murió a la edad de 66 años en servicio como Gobernador de Arizona y no pudo completar el término.

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