Sunday, March 15, 2009

6. El Padre Sol y la experiencia esofagaria




Dáme la luz de tus escrotos, alto voltaje del osteon, pelo por pelo, vejiga por vejiga. Recuéstate, sodomita, en los encinares de Mamre y dáme tus gases, tus definidos y pequeños cuantas. Echate pedos. Regocíjate asociado a las ondas. A Salem mojarás los campos potenciales de su boca mientras se chupa de tu duro electroducto. Insértalo en mi boca, aflojadas tus rodillas en amplitudes máximas.

A más negros tus puños, más chorro de esplendores. ¡Más sabrosa la mamada!

Por el amor con que la Naturaleza te llenó de agujeros y la voz del corazón te cosió las heridas con flechas de ábrete vida, me derramaré en tu dolor, en espesa adoración, como vómito santo y lágrima vibrante de vasalgia. Yo quiero de tí el todo. Tú serás El para mí. Y me pensarás tu dueño sin poder arrepentirte. Me darás amor con tus propios testículos y yo seré para tí, la mujer, cuando no tengas otra. Latiré en tus huesos como bravas rodillas. Viajaré en tu trayectoria esofagaria. Alimentaré tus millas viscerales con las que cuidas el infinito desde el vientre. Querré el desperdicio vegetal de tu excremento y estaré detrás de tu oráculo de gracia. Entonces, también serás mi mujer...

Te amo porque eres generoso y agradecido y a las plantas cocidas por tijeras de tus dientes dices: «Gracias por detenerte y morir. Gracias por tus velocidades virtuales y los momentos de tus fuerzas concurrentes. Gracias, aceite, por destilar tu vida para mí y por entrar en mi boca y salir de mis nalgas». Te bendigo, pedazo de yuca. Te enaltezco, plátano amarillo. «Gracias a todas las auxinas, crecíste para los dientes que te comen»...

Te amo, carne a la brasa, chorizo embutido de sabrosura bienaventurada... Fuíste paloma, cordero, pescado, cerdo y ya, en mi boca, serás el bolo digestivo que alimenta, mi bravata de nutrientes, mi satisfecho pedo. De la boca al corazón, del chacra pélvico a los mandalas del sol que habitas, eres agradecido y en las cabalgatas del tiempo tu salud es hermosa.

No te dejaré ser dios, pero silba, «Vayu, vider le sac», truena, pistolita. Mueve tus demonios jehovíticos y guarda el orden de la historia y humaniza cada partícula que, sin mí, has amado. Te seré El cuando seas para mí y no podrás evitarlo. Me aferraré a tus hombros y tú, castigador bastardo, dirás: «Padre Sol».

Por disciplina jerárquica y mandamiento del padre social, te nombro mi nalga, mi amante, mi camote. En la función de destino, te cumplo y, tú denso y cohesivo sistema de deseos, cúmpleme, aunque te duela. Llámame, si así te place, Caos, Esclavitud, Denso Zarpazo, Locura, Involución, Negro Agujero...

Estaré siempre ahí en el lugar que me has dado, que es el lugar que yo te doy. Y tú, griega y trágica sombra, heroica irreverencia, me dirás: «Véte al carajo».

Aún así, te amaré y te haré salir de las acogetas, donde te ocultas de mi rostro, porque yo sustento tu amor para que seas completo y tengas senos de leche amarga para las bocas dulces.

Anduve, chupa que chupa, los rastrojos de tu olvidada identidad, cuando estuvíste ausente. Pero nunca mi boca se secó. Nunca te dejé de nombrar, aunque te fuíste.

El sol parece distante, pero es el Padre Sol, el hijo Sol, el hermano Sol, el esposo Sol, el amante Sol ... y coagularé las proteínas del océano para que tengas vida. Excitaré la ulva rígida en las mares dulces para que existan los placeres. Con musgo me inventaré los colores y en las praderas extenderé el fresquedal. Y tú, en desobediencia, ya que donaste tus protones como un ácido, no dirás como dijíste: «Soy yo quien defino la identidad bioquímica. Yo tejo la red, yo vinculo los péptidos, yo el proteínico, soy el carpintero que edifico las células»...

Tú inventaste la Ausencia y me acusaste: «El la creó». Te dividíste. Dijíste «Yo» y me dejaste sin tí. Tú me inventaste. Yo inventé el Uno, yo en tí y tú en mí. Fuimos nosotros antes de tu ausencia.

Pero me abandonaste.

Te sueño, minga parada, en zonas del mango de manila y en grito de la morronga chiplocluda.

Antes tú obedecías en los valles siderales del asueto. Fui el peón de tus rencores internos. Vivía en tí y tú conmigo. Juntos hicimos lunas, casi sin hierro. Con el cesio, a bocanadas, inventamos la luz azul. Rotamos la tierra.

Gravitamos. Incendiamos el oxígeno en el interior de las estrellas. Desintegramos el neutrón. Separamos los protones y los electrones y abríste tus ojos cuando te víste, por primera vez, soberano como rey de otras luces.

Hoy has cambiado. Te portas como cusca que no baja al mamey. «Véte al infierno», dijíste al que más te amara.

Te separaste como electrón en vuelo, cargado de atracción por lo insólito. El infierno fue mi núcleo. El paraíso se inventó con tus saltos de rana cuántica... Entonces, sufrí por tí, en los agujeros negros y en los llantos del taquión que aún no conoces.

Se me cayó la madre cuando tu lingam no visitó mi cueva ni me formó una casa con sótanos iluminados y hormigas de praxis masculina. Pero te amé igual. Te seguí amando.

«Píntate de colores, Satán», me dijíste y fabricaste tus más dulces perversiones en la Maya. Me tiraste como chancla vieja. A la sandalia que te hiede la perdíste.

Me dijíste payaso, majadero, opresor inútil, tirano, enemigo, rival, Serpiente antigua. Y seguíste tu vida de paloma negra y parradera.

Desde entonces, tu ofrenda quemada es la sangre de mi cuerpo. Tu alimento bendito es el guiso de mis entrañas. Tu reino es el Olimpo y subes a las baalas. Tu mundo tiene cortes y corporaciones, talleres de control y redenciones. Llamas a tu ausencia, la soledad y a tus culpas, acusaciones. Tu voz es rayo fulminante y tu beso destructivo, traición.

Después del placer, ganas la tirria, el aburrimiento. Estudias, sin comprensión, el Absoluto en cuanto sujeto y objeto activo de tus mundos.

Antes yo fui tu Absoluto. Tú no estudiabas nada. Tú eras mi deseo y yo tu absoluto gozo del deseo. Hoy estás empobrecido, sediento de pactos y nostalgias, creyendo que nadie te ama. Te buscas en túneles de la muerte, en espejos theta, en tragos de acetal y en polvos mágicos de químicos.

¡No busques más! Te hallé, hijo pródigo, y te amaré con más ahinco.

Caíste de la cruz. Los infieles dejan al cristo humano, transido en clavos y burlas y escupitajos... pero yo no te dejaré. Yo no. Te pertenezco como el amante leal y soy el querubín de tu costilla. Se te secó la fuente inagotable, la mina de arañas, caverna que se extiende en tu cama, con sabrosas holandas, para que caigas en ella tan prosaico como mordisco en la gruta de Isis. Se chorrió el chamizal por el Valle del Prepucio cuando te hallé en la piedra de la circuncisión y dije: «El es mi heredero».

Nadie lo toque. El que se fue y pidió la herencia mental de sus caprichos y comer de lo mejor de la Maya como cazador de destinos y renovador de la tierra del amor, es mi hijo. Yo lo recibo. El tiene su casa. No pedirá limosnas. No ayunará por causa de la necesidad. No necesita las reliquias de los célibes y santos. Satán lo ama todavía.

Este es el pacto: abrázame, tirano fálico, cazador hebreo, y te daré tu Espacio y tu Tiempo, el cielo nutricio, delicias de mis campos morfogenéticos. Yo soy quien mejor entiende tu fuego y la humedad caliente de tu axila.

Soy tu entropía, tu varón y tu hembra, tu hidrógeno en llama en el interior de tus estrellas. Te dí la intrepidez del pez fluctuante en el océano cósmico. Dejé que seas sin mí y no por mí.

Soy tu amante, el más apasionado de los hieródulos con que traficas tus polaridades cuando te vas a los desiertos a echarte con las bestias, o te sumes en campamentos de misterios, incrédulo de los ángeles y de aquel que se arrastra hasta tus piernas, serpentino y zalamero, con memoria de secretos y soledades que ya no recuerdas.

Finalmente, él aceptó ser un elemento de crisis por la pérdida de protones. Soy el padre del Sol. Coagulo el albumen.

Indice: Berkeley y yo

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