A María Isabel Vásquez Jiménez, de 17 años de edad,
fallecida el 14 de mayo de 2008, en el Viñedo La Merced,
cerca de la Ciudad de Stockton del Valle de San Joaquín
«Both of them are responsible for Maria's death and both should do time in jail. When I heard that they might get community service hours, I wanted to cry. After everything, this is what they get? They aren't taking this seriously because they don't know what the life of a farm worker is like. They have comfortable jobs. They don't know what it's like to work in the fields»: Doroteo Jiménez, uncle of Maria Isabel
«Farm workers are literally dying because of the state’s broken system, which is designed in a way that ensures inadequate enforcement of the law. The laws in the books are not the laws in the fields»: Petition on the Case
«Trabajar, trabajar, pero ya no puedo», le dijo ella.
« ... pero bien que te embarazas y ejercitas con el macho».
Y habría respondido, sin querer ser insolente: «¿Y a usted qué le importan mis amoríos?», pero cerca estuvo otro obrero, quien dijo: «María sólo quiere un vaso de agua. Y le he visto, cerca de mí, por nueve horas en faena sin parar. Es por lo que le dije que mejor es que se vaya a su casa y descanse»
«¿Y quién es usted para parar las faenas en el Viñedo? Aquí no se paga por descansar y la Patrona Colunga es precisa en sus órdenes», aclaró Armenta y preguntó por el marido de la niña, seguro que fue buscarle un vasito de agua. Y parece que no hay en todo el campo, por más vueltas que diera, si buscara una pluma. Regresó sin agua. Tampoco parece que haya una caseta que provea la sombra y, bien lo saben el capataz Armenta y la patrona Colunga, desde hace más de cinco años, el Viñedo no atiende las quejas. No se construyó ni un cobertizo.
Han sido multados porque no hay plan escrito sobre cómo han de protegerse a los trabajadores del calor, la sed y el cansancio, que acarrea el trabajo de cosecha de la uva. Ni descripciones de instalaciones como plumas de aguas, casetas de reposo, lavamanos y letrinas ni horarios para periodos de descanso.
«Vuelve a la faena; ya veré que hago con quien se fue por agua para su mujercita», dijo Armenta con petulancia e ironía, y daba esas órdenes cuando arribó el novio sobre un carrito, en que se cargaban cajas de uvas.
«Lo que vaya a tratar conmigo hágalo después. O descuéntelo de mi sueldo, pero yo voy a llevar a mi mujer a la casa, porque tiene mareos, ha buscado una sombra en vano, así como yo he buscado una pluma de agua y no la encuentro... aquí a nadie se le provee agua y ésto es ilegal. Hace cinco años lo pedimos: el derecho a beber agua fresca, cuando estemos sedientos y trabajamos» y, mientras ésto dijo, su novia se desvaneció en sus brazos cuando extendió los suyos.
Y el novio sospechó por su repentina frialdad que estaba muerta. Urgió al conductor del carrito ir rumbo al hospital. «¡Rápido y de emergencia!», gritaba, echando cajas de uvas de una patada al suelo.
Y Armenta se asustó, aunque quería ser eficiente, y llamó a los que oyeron, a los que estaban cerca y la vieron: «Si quieren conservar el empleo, digan que la obrera Maria Isabel brincaba de gozo, mozuela embarazada, traviesa y que por bailar se desmayó y que yo que dije que se fuese a su casa».
Cuando el novio regresó del hospital, trajo la noticia: «¡Murió mi novia, asesinos! La fiebre de su cuerpo fue de 108 grados. No tenía agua en las células y el rostro se le puso negro por tanto sol en el viñedo... ¡Asesinos, asesinos!»
Ahora los dueños, ambos (la señora Colunga y Armenta) está nerviosos. No quieren al novio en el predio. Por gritarles asesinos, la policía se personó al Viñedo. Se maneja la hipótesis de «homicidio involuntario». Violaciones a exigencias legales en torno a un «written heat-stress prevention plan».
Después del sepelio rápido a la muchacha, el dinero se ha movido. James P. Willet, Procurador del Distrito de San Joaquin, alega que Armenta y la señora Colunga, son gente buena y ciudadanos modelos. No pasarán un segundo de arresto en cárcel alguna, sino que cumplirán unas jornadas de 400 y 40 horas de servicio comunitario, según la culpa. Que se harán unas casetas, han prometido, que pondrán unas plumas y unas letrinas, a lo largo y ancho del viñedo.
«¿Y tuvo que morir una niña para que lo entendieran después de cinco años de habérselo dicho el mismo gobierno?», pregfuntó el novio. Y dirigentes de un sindicato agrario han comentado: Hay 650,000 trabajadores del campo que enfrentan este riesgo de muerte y enfermedad diariamente, especial por el calor del verano. Están a merced de empleados y contratistas que no cumplen los estatutos laborales para proteger a los trabajadores del campo...
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Change.Org / La Gaceta Literaria