Tuesday, October 28, 2014

DELIRIOS DEL PATRIOTA EN PARIS

DELIRIOS DEL PATRIOTA EN PARIS




a Ramón E. Betances Alacán (1827-1898), Padre de la Patria puertorriqueña

«Este puñal que usted ve en mi mano está listo para clavárseme. Yo lo soltaría, pero todavía debo estudiar ciencias desconocidas y descubrir el mundo que ella habita. Si dejo libre esta mano, moriré sin ver el espíritu que busco y para explorar profundamente esas ciencias, no la puedo dejar encadenada».
  
«... y me hallé ante el cadáver sagrado de mi prometida y un cirio santo ardía ante la cabecera de la virgen de Borinquén. Y era ella quien me había libertado y luego de mi liberación escondido su rostro divino bajo un velo de lágrimas, desapareció  --yo... me quedé solo, ¡solo, para siempre!»: R. E.. Betances, M. D, 22 de abril

               Está tan triste y en vértigo que revive, con angustia, los años que siguieron a la muerte de Carmelita, su prometida, su virgen de Borinquén, muerta en sus brazos por el estrago de la fiebre tifoidea.
            Y, en este trance de hoy, a treinta años o más de perderla sin olvidarla, tiene 71 años, con menos salud para desafiar la amargura y la nueva pena que advino. No es sólo que el «genio bienhechor», «la Razón pura y el Amor venerado» estén ausentes, no puede llamar a Ella, «y descubrir el mundo que Ella habita». Sólo reconoce que está en un laberinto de 13 pies, «trece paredes sin salida» y a su alma toda es una prisión, calabozo nocturno, en cuyo plafón se materializan espectros de tarántulas horribles, negras arañas, murciélagos y cuervos, objetos repugnantes en conjunto.
            Este golpe a la cordura es peor. «El Gran Cemí ha puesto en sus ojos dos rayos del cielo azul», ojos de ella que era el Amor Venerado y que le avisan que a su tierra han vuelto a perseguirla las fieras. «La oscuridad y la luz se mezclan».
            Y, arropado por sudores fríos, vio pájaros y culebras, arrojándose sobre insectos, y vio topos, encarnecimiento de enemigos y una «sibila de la desesperación» que invitaba a Corinto, a los hombres que han amado mucho como él. Ya que así, como amó a Lita / Carmelita / María del Carmen, / la invocaba aún enterrada un 25 de abril en Puerto Rico, antes de las nupcias anunciadas para el 5 de mayo de 1859.
            El caballero de la Legión del Honor (del Gobierno de Francia) vive en Neuilly-sur-Seine.
            «¡Amado Ramón!», susurraría a su lado, al pie de la cama,  Simplicia Isolina Jiménez Carlo. Ella no cultiva celos cuando él invoca a Lita, Carmelita, su primer amor.
            «La virgen tímida se me acercó... su boca se me parece a  la rosa adornada de perlas que derrama sobre ella la mañana.... Ella se ha convertido en mi esposa. La cargaré en mis brazos hasta un rincón libre del bosque y la alejaré del antro de las fieras».
            Doña Simplicia entiende que Betances, «esposo mío», delira «y si supieras....», que las fieras de las que él siempre habla, cuando sueña la patria desde París, son los mis mos blancos que, desde Europa, «han hallado las tierras de Borinquen, tal como cantaran los hermanos Toba y Otuké. Sólo que ahora en 1898 vienen del Norte, donde ubica la Casa Oval y la Estatua Gigante a la Libertad, convertida en un simulacro. «La tierra está cubierta de muertos. Los blancos invaden la montaña. Las ramas del bosque seco están enrojecidas por el fuego».
            Casi muda, impregnada de pena, está la compañera de los últimos 30 años, Doña Simplicia, la  dominicana, antes sierva en la casa de las hermanas del médico, enamorada de él, hasta que en una noche, con dos maletas en mano, se le metió en su casa. No sabe aún si si él la metió al corazón, porque sólo nombra a la Virgen de Borinquen.
            Quien dictara desde Saint Thomas, como profeta y mensajero de Ley en condena a la esclavitud y la muerte, «Diez Mandamientos para los Hombres Libres», arde en fiebre Neuilly-sur-Seine, tan lejos para poder ensayar algo, y el Gran Cemí comunicó, como en medio del terremoto / y tsunami, se precede la intuición de  todo, cada rostro asoma, cada recuerdo viene... y se repasa, a distancia, el fracaso militar de Lares, los dirigentes muertos y la inminencia de invasiones
            La muerte de Ruiz Belvis dolió. Durante una misión encomendada, fue  envenenado con el mismo tóxico que el coordinador de la Revolución en Curaçao. El francmasón Ruiz, tan amado y valiente, tan generoso y compasivo fue quien propuso el primer hospital de pobres para el pueblo... y Betances le dijo «sí, cuando vuelvas». Y no vino, sino la mala nueva. Que está muerto y esperando que venga conspirador y se lo lleve a casa.
            Betances recordó la Logia Unión Germana, en las cercanías de la villa de San Germán.y se unió, el que desde su niñez en Tolouse, se place en decir «creo en la Duda Metódica, sobre todas las cosas» y con Segundo Ruiz, cofundó la Logia Yagüez, e intentaron dar a la Ciudad mayagüezana la primera casa de estudios e hipotecaron sus viviendas privadas para el proyecto universitario, que el gobierno llamó «actividad subversiva», «semillero para revueltas» que debe ser cancelado.
            Lo amenazaron.
             «O se acaba el proyecto, o soy yo quien quemaré las aulas».
            Después, para cesar el exilio de Saint Thomas, echaron a Gregorio Luperón y Betances. Fue tras el fracaso de Lares. el embargo de armas, el uso de Haití como base guerrillera para la guerra de restauración independentista dominicana contra España.
            De la reanexión del país a España quiso beneficiarse el general. Pedro Santana y «de tales dictadores, no es bueno confiarse», comentaría Ruiz Belvis en vida. «Ni tampoco confiemos en cipayos anexionistas».
            Se pudo referir a agentes de Buenaventura Báez, gente gringófila, contra quien Luperón y Betances organizaba su combate en el Valle de Cibao, Santiago de los Caballeros y Puerto Plata.. Se pudo referir a los pequeños yankees de Borinquén y Cuba, pitiyanquis de la sacarocracia.
            Dolieron los días del canto de Toba para su hermano Otuké y eran días en que lloró a Ruiz Belvis, con un amor distinto al de Carmelita, pero profundo amor, días de sociedades secretas por la abolición, diálogos en clave con Gómez Cuevas, Pedro Goico, Salvador Brau y aquellos que intuyeron la sensación de que les sigue la mirada aviesa del Gobernador Fernando Cotoner, o de Romualdo Palacios, entre otros. Cotoner fue el primero que a Betances lo mandó al exilio, lo distanció de sus amigos y afectos sin contemplaciones. Supo que lo leen John Brown, Lamartine y Victor Schoelcher, que Martí le llama uno de sus Maestros y que es amigo de Tapia, «el peligroso», Salvador Brau y de Jacmel, Haiti, amigo de Jean Nissage-Saget y las malas sombras.
            En torno a Pedro Betances, ya se supo, es su pariente probado. En 1808 se alzó en el Haití español contra La Corona y sus autoridades, por lo que se le torturó y quemó como se aplica a los infieles. Ya, desde entonces, considerada las sospechas, su parentela es inscrita en libros de bautismos, en renglón aprobado a los prietuzcos, herejes, judíos y pardos, y esto se ha discutido en Cabo Rojo aunque su línea materna, cepa de los Alcanes, fue honrada por el Gobierno de España. «Hay un marino valiente y heroico entre ellos y sangre española y francesa que no avergüenza a nadie».
            Está tan triste y en vértigo que revive las vivencias durante la epidemia de cólera en 1855, un año más y ya sería médico-cirujano, cuando le llaman Padre de los Pobres y junto a Pedro Gerónimo Goyco, atendería a los indigentes del Oeste, de Mayagüez a Cabo Rojo. Siempre se las ingenia y puede.
            Ahora, en París, ha vencido el invasor blanco y la Sibila de la desesperación... Su pueblo fue tomado por los yankees, como lo había advertido Martí, Bolívar y otros. El águila del Norte sobrevuela.

            2.

            La revolución antimonárquica del liberalismo radical lo hizo poeta en medio de París, pero no es  suficiente. «Los blancos invaden la montaña» y el colonialismo en Cuba, en consecuencia, se combate con guerras. Con Maceo a la cabeza y los guajiros.
            Un frente de batalla se intensifica contra España y otro vigila la presencia de la Norteamérica sajona. Hay peligro en el Norte, dice el Gran Cemí y, por eso, es diplomático por Cuba en Francia...
            Los rostros de su Borinquén, convertida en botín de la guerra, reaparecen y no es que delira,  sucede.
            Y declara: «no la puedo dejar encadenada» y es la Virgen, la niña que lo cautivó siendo cuarentón, porque es como la virgen misma, con diez años, «tan amable como llena de alegría», «y él era un hombre apasionado y extraño, y pensativo»…
            Y no es que sea un hombre loco y poeta, aquel «que se perdía en ensoñaciones»; se trata de que no comprende la Razón pura y el Amor venerado, aunque lo rodean invasores y un torrente rugidor que lo ensordece y devasta.

            Lo siente sobre el lecho de muerte y por todos los costados...


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