Thursday, June 24, 2010

El filósofo desengañado / Cuento

Vida de Don Guindo Cerezo, nacido, educado, instruído, sublimado y muerto según las luces del presente siglo. Dado a luz por seguro modelo de las costumbres por Don Justo Vera de la Ventosa: Sátira contra Pablo de Olavide y Jáuregui, 1776

El filósofo de carita rechoncha, el incómodo tertuliador y admirador de Voltaire y Racine, regresó a España. Sus viejos amigos de Sevilla se sorprendieron al ver que llegara. El se metió en sus escondites, en su biblioteca, y evitó la luz pública como una cucaracha atemorizada. Para gruñir a su obra como administrador, Oidor de Lima, hubo quien lo acusó de ladrón, malversador y, entre pioneros de un pensamiento iluminista, donde él antes quiso incluírse, un movimiento autonomista que arrancó del mismo Perú lo tuvo en la mira.

«Hay que amar al indio, no sólo vestirse de enciclopedismo», le dijeron en París antes que huyera, revolcándose otra vez en la fe católica y que escribiera su petición de perdón a la nación española que representaba el Rey y las Cortes: El evangelio en triunfo o historia de un filósofo desengañado, 1797.

En 1752, se presentó en España para buscar quien lo librara de muchísimas quejas coloniales sobre él, o más bien, de las culpas que lo amargaron por la zozobra que supone ser quien da un pasito para adelante y dos para atrás. Si robó, dijeron entonces, bien que lo ha escondido. Tendría su tesorito muy guardado en Francia.

El Conde de Aranda lo protegió, aunque sí lo apresaron en aras de comenzar a investigarlo. «Dios fue quien me hizo llorar en una celda», alegó. Y no creyó, en ese momento, que le quedaran amigos. El filósofo no es ñango ni un babieca; pero, moralmente, vino calamitoso. Hecho una odrina. De Perú no quiso, ya ni saber nada. Y decía que, de bienes materiales, sólo la camisa que viste entre rejas.

«Soy un intelectual, no un revolucionario. Un filósofo que, por accidente, fui a parar a un convento», en momentos en que se lee la Pamela de Samuel Richardson, Las cuitas del joven Werther de Goethe o La Nouvelle Heloise de Rousseau. Ahora se consuela leyendo la Oda de la ninfa de Sena. Lo afrancesado no se lo van a quitar, porque, como dijera en las Tertulias de neoclásicos, en Madrid, incluyendo la que visitó, la de Jovellanos, es él una tardía, o más reciente prolongación de Racine (1639-99), aquel estudioso a la sombra de Los Solitarios de Port Royal y que, siendo el amante de una actriz escribió para ella.

El Conde de Aranda se conmovió.

Quisiera él, Don Pablo, no haber conocido a sus acusadores. Sólo que se le amara, como en Francia y en otros lugares de Europa, no en España, se quiso y se está queriendo a Racine, pese a aquella polémica de las Letras imaginarias de 1666. Esto es lo triste en la vida del estafador. No, él no es un lector de cuitas de románticos desdichados. No es como Werther. No se meterá un balazo. Ama la poesía, sí, pero la naturaleza no... La geografía agrede, se come y rivaliza a los hombres. Y la pobreza se ríe del que sea más tonto. En materia moral, si amara a Carlota, novia de un amigo, él diría: «Hay muchas otras para que elija. No creo en suicidios por amor. A España no traeré una moda de amores desdichados. Racine es más útil. Andrómaca, Ifigenia, Berenice: mis modelos, mi reflexión acerca de la mujer».

«Berenice, por amor, rechaza el suicidio y el purgatorio. Entiende la razón de Estado. Es una judía que se ubica. Berenice es una opinión que salva a España, como en su decisión salvara al Emperador de Roma, a Tito y Antíoco», comentó el Conde de Aranda.

Y, para hacer algo por Don Pablo y su obsesión afrancesada, lo enviaron muy lejos de Madrid con un cargo de Intendente de los cuatro reinos de Andalucía. Antes que fundara una Tertulia en Sevilla, organizó trece poblaciones que apoyaron el proyecto de instalar colonos extranjeros en Sierra Morena.

Ahora es defensor de extranjerías. Le gusta la gente blanca, aún para lavar racialmente el al Vandalus. Le gustan las Berenices que, aún con su amor desesperado, declaran: «Roma no acepta como sus soberanas ni judías ni árabes ni incaicas ni egipcias».

Dicho sea en verdad, Pablo Antonio de Olavide no tuvo miedo de nadie. Ahora parece que sí. Hoy es un conversador triste, lacónico, sin pasión y, sobre todo, con muy pocas sonrisas en un rostro, otrora vez simpático, que encendía el fervor en su cuerpo gordiflón.

«¿Qué ha pasado, don Pablo?», le preguntan a quien, por causa de La Tertulia, que organizó en 1769, la Inquisición lo acusó de ateo, inmoral, liberal y corruptor de su comunidad. La gente culta y amorosa de Sevilla lo quiso y lo ayudó a irse a Francia cuando el Tribunal de espiones, o gente encapuchada en oscura temeridad, quiso examinar sus pasos y seguirlo hasta en su necesidad mayor, cagado por el enojo, o con la prisa de echar su mierda como agüilita.

Distanciaron a muchos amigos suyos antes de llamarlo el corruptor, agente del Diablo, pro-francés, enemigo de los intereses nacionales y del Rey.

«Pero, ¿qué intereses nacionales tiene este país que valga la pena de defender si el único que opina y al que se deja opinar es al Rey y su camarilla de malandros?», dijo airado y ya colmada la copa de su paciencia.

Había hecho ya fortuna. Posiblemente, por que saber cómo cometer sus estafas y esconder la mano, navegar en las cortes. Después de Oidor fue Intendente y había mordido en trece poblaciones por cuatro rumbos de Andalucía. Mas un personaje que él elija de Racine lo salva. Sabe ir dónde el Conde Aranda con un personaje, uno cada vez. Lo dilucida. Andrómaca es amor conyugal, Aranda, y Racine dice, «si la oprimes por celos, si le matas sus hijos, aténte a la locura, Hermione. Los remordimientos son un castigo de Dios para quien ataca la estructura sagrada del matrimonio».

«España ha sido injusta contigo, Don Pablo», le dijo.

Y eso que dudan: Don Pablo halaga con la boca. Con la cola es que muerde. Su literatura es peligrosa.

«Será su venganza. ¿Acaso no fue humillado con el primer encarcelamiento?», se preguntó un tronzudo. Esa enemistad no la entiende porque Don Pablo se considera, no temerario, pero sí valiente. Mediante cartas, se come el mundo de un bocado. Mezcla su sentimiento con las fantasías.

Es honesto lo que dijo después del segundo encarcelamiento porque, poco después de 1794, cayó víctima en Orleáns del Terror Jacobino; él, Don Pablito, quien fue uno de los Ciudadanos Adoptivos de la República francesa, amigo de Diderot, D' Alambert y Voltaire y en los salones franceses contertulio de Marivaux, Marmontel y el rococolero de Boucher.

«Usted es el teatrero que en Madrid abrió un salón y presentó la Zaire de Voltaire y la Merope de Maffei», lo condenó un hombrecillo, casi encapuchado.

«Y la Phédre de Racine», se jactó Olavide.

«Usted al parecer no agradece, ladrón de limas».

«Juro que no lo entiendo».

«¡Mire! ¡Ya que menciona la Phédre, de Racine, digo que las mujeres a coser y bordar!»

«No me vuelva a llamar así, ladrón de limas, porque fue una calumnia de los limeños».

«Usted no crea que no entiendo. Yo lo mando a París, si pervierte a las mujeres con salones».

Trágico detalle, el día que tuvo el exabrupto en La Tertulia, estuvo una mosca muerta. Seguramente, es éste. ¡Ese que le dijo ladrón de limas, pero que bien sabe lo que dijo! Un traidor siquitrillado, correveidile de los intereses nacionales. Un delator que, de seguro, es el que firmara sus calumnias, sus ventosidades, como Justo Vera. Por causa suya es que algunos lo llaman, cuando no
Ladrón de Lima, Don Guindo Cerezo.

También que iba todo. En La Tertulia, por meses, las conversaciones se centraron en Racine. «Traigan a sus señoras; éste es un gran creador de personajes femeninos. La cumbre de su talento fue Phédre (1667)» y para que la invitación que propuso progresara, él recordó a los sevillanos que la adaptó en versión española para un saloncillo que organizó en Madrid, al que el mismo Gaspar de Jovellanos asistió.

Don Pablo observó que, a ruegos de Madame de Maintenon, Racine compuso la tragedia Esther (1689) y Athalie (1691) para las alumnas de Saint Cyr.

Voltaire calificó a Athalie como
‘obra maestra del genio humano’.

03-12-1990 /
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Historia calamitatum / De mis calamidades / La sirena maya y la tempestad


Escándalo comentado. El criado del Canónigo de la Catedral de París está en chirola y el nombre de Fulberto por el fango. Su invocación de un acto necesario de honor para su sobrina (por atropello que ha sufrido del preceptor Pedro Abelardo) en entredicho. A tal clase de venganza por honor ya no se da ninguna simpatía. Una sobrina enamorada peca porque quiere, si es que peca, y si es huérfana, que mejor busque hombre...

Al impiadoso Fulberto, por intruso, en honores que no le pertenecen, lo acusaron de soborno a su servidumbre y de complicidad con la empresa criminal que cometieron unos tres o cuatro salteadores, todavía fugitivos. Se apresó al primero y soltó la sopa. «Entramos, por instrucciones del señor Fulberto a la casa del fulano y su criado señaló el cuarto al cirujano y a nostros. Le dimos puñetes de toma y guarda. Sí, a Abelardo lo golpeamos a gusto y castramos sus güevos, cuando se desmayó por la tunda que le dimos».

Consabidos detalles hay en el evento sagriento y ser Abelardo, víctima y hombre respetado y admirado en la docencia y entre teólogos de París, como razón de luto se comentó en iglesias y universidades. Con razón se echó de menos, al conceptualista de Nantes. Se habló del monje escondido en Saint Denis, en voto de silencio y se adujo que tendría el temor a ser llamado eunuco y mariconazo. A Fulberto se le destituyó de su cargo, exilándosele de París y confiscándosele todos sus bienes. Un fallo de la justicia, por igual especifica que dos siervos cautivos por el castramiento de Abelardo, han sido castigados con doble mutilación. Se les ha sacado los ojos y se le ha cortado el pene.

«Usted representaba la Catedral y el amor que debe tenerse por Dios y sus criaturas; usted, por orgullo y venganza, ya no defiende el honor de su sobrina ni el honor de Dios entre los hombres. Usted es el cuchillo del escarnio y no circuncisa a corazones, a labios, a los sentidos. Usted la espada que atropella por orgullo», le dijeron a Fulberto. Estaban a punto de excomulgarlo.

Después la Corte se dirigió a un cirujano, que contratara Fulberto para castrar a Pedro Abelardo: «¿Qué sentimientos son posibles si le digo que Fulberto lo castrará a usted con una daga turca y que Fulberto mismo ha de ser castrado? Decid a la Corte: ¿Qué es lo que más aman una razón de honor, que sea Dios, o símbolo del mal y el dolor terrestre: sus testículos?»Y el terror se apoderó de ambos nombres que gritaron: «¡Salvad mis gónadas! Protejed, mis güevos!»

2.

Es necesario que se le observe de pies a cabeza. Pierre Abélard su cosilla tendrá de Demonio. Protección satánica al menos. A Guillermo de Champeaux, lo advirtió Juan Roscellino. «Cuídate. Está en tus aulas un espíritu de contradicción. Pierre Abélard. Es demoníaco y le gusta que le digan Pedro Golía, no Pedro Abelardo / Pierre Abélard».

Se le observa en estos días en la escuela de la Catedral y en la clase de dialéctica no se sabe quién es el maestro, y quién el discípulo. A Guillermo lo contradice y no le importa incentivar polémicas y dejar a cada alumno perplejo por la humillación que urde contra un filósofo egregio, como es Champeaux.

Renombrado en la época, Guillermo de Champeaux ha reculado en más de una tesis frente a este contradictor y perpetuo inconformista, al que el diablo y filósofos musulmanes dieron su dominio silogístico profundo, su lógica irrebatible. De seguro. «Esto es penoso. Cría cuervos y te sacarán los ojos» y la goliardía será otro de los conocimientos diabólicos de los que se vale el postulante.

A los 18 años, Pedro Golía es presuntuoso. Su familia se emplea con el poderoso Conde de Nantes. No es gran cosa. «Mas hay que mirarlo de pies a cabeza: ya se siente el dueño del mundo». Discrepa a gusto, pendejea a sus tutores, no se arriesga con la espada a defender ni un carajo. Carrera de armas no quiso. «Yo digo que son afortunados estos militaruelos de Nantes. Este lo que tiene es mucha boca y la pinta que el Diablo da a esos picos de oro. Tiene que ser el demonio, y cuando yo lo conocí, entre los años 1095 y 1097, antes que le dieran el título de Magister in Artibus, me pareció hasta tonto».

Circulan chismes y diretes sobre Pedro Golía. Siempre ha sido el mismo caso desde que estudiaba en Loches, al sur de Tours. Mas entonces no fue tan parejero. Sólo era un cantador, medio músico y poeta… Vino a París y fue como de la humildad a la destreza. La retórica del Trivium se le subió a la boca. «Imagínese, salió de pleitos con Roscellino, Padre del Nominalismo y , por lo visto, con Champeaux no será menos. Tiene espíritu de contradicción».

Ahora ha puesto una escuela. Una escuela a la manera de Golía, escuela diabólica, donde se aprenda a cantar y a trovar a los placeres, a las damas de aristocrático visaje que so prexteto de aprender cultura sueltan las nalgas a vivales, a los seres goliárdicos, como él. Pedro Abelardo practica el escándalo. De Le Pallet a La Bretaña. La escuela del demonio se está llenando de monaguillos apadronados, curillas y estudiantes de Teología, gente que querrán ser los futuros cardenales. Sin duda, «este Golía ha pedido la cabeza de Aristóteles».

En su escuela, se oyen más canciones, en lengua romance, que rezos en latín o misas. Y muchas damas se aparecen por los jardines de su escuela. Inclusive la sobrina del canónigo de la Catedral de París, su Excelencia Fulbert. «Sin duda, parece que cambian los tiempos y mire. No que usted sea chismoso, pero me resulta usted de plano informativo».

«Anselmo me ha contado, con repetidas cartas», vuelve y dice: cómo el diablo, a través de Pedro Golía, lo ataca impiadiosamente. Ingrato es quien ha sido educado para que agardezca y ahora se apropia del puesto del educador. Pedro Abelardo trajo planes de soberbia y ya, de pronto, está a la cabeza de la Escuela Catedralicia de Paris. Y el Dr. Anselmo de Laón, teólogo, me escribe: «¡Cómo, con el diablo de su parte, ha llegado lejos ese advendizo!»

«Deja y te cuento: Champeaux, quien es influyente, dijo que no se quedará con la manos cruzadas. Ahora. que es obispo y organizó una exitosa escuela, que le da muy buenas rentas, Pedro Abelardo, el Golía de las burlas, le roba sus alumnos. El es un laico, ¿cómo se atreve a humillar a los religiosos verdaderos? ¿Cómo imita el negocio y pone su escuela propia? De cierto, vio que hay dinero... Con vergüenza y dolor, Champeaux abandonó la enseñanza, se le fue abajo la empresa; pero su lugar de hombre de Dios, en la ermita de Saint Victor, en la colinita parisina de Sainte-Genevieve, no se la va a quitar. «Y, según la carta más reciente de mi pariente Champeaux, ya halló la forma». Una niña será la piedra de tropieza. Su charco de desgracias... Vio que Eloísa, de seguro, ha de ser uno de esos incentivos concupiscentes que el Diablo utiliza de carnada para enredar a Abelardo y endurecer lo que tiene de Golía y piedra dura: petrus. «Mucha música y poco rezo, muchos besarrocos y pocas rodillas», así comienza la carta que escribió en 1117 a Fulberto, después de constatar que, por dos años, Pedro Abelardo y Eloísa son algo más que tutor y alumna. «Son amantes».

3.

«Se la confié cuando tenía 16 añitos y me ha engañado», dice Fulberto. «Ahora que se case con ella de inmediato».

«Y el musiquillo de marras también la ha preñado», arguyeron para echar más leña fuego.

Abelardo la envió al monasterio de Argenteuil. Está molesto porque Fulberto no cumplió su promesa de guardar silencio. Dizque que dijo que iban a casar en secreto. Desde que se conocieron en 1115, alega que la ama y hasta la llevó, a semejanza de secuestro, a la casa de su hermana en Le Pallet. Pero no. Quiere que tenga su hijo y le prohiban ese amor.

El afamado maestro provecha para decir en cartas amorosas muchas cosas persuasivas y para hacerla valiente. A veces duda qe ella piense en verdad lo pueda amar ahora que le falta mecha para los ardores de sexo que pueda sufrir. «Nunca dejaré de amarte! ¡Jamás perdonaré a mi tío, ni a la iglesia, ni a Dios, por la cruel mutilación que nos ha robado la felicidad!», le respondió Eloísa y él no lo acaba de creer. Está traumado.

En el año 1120, marchó hacia Provins donde vuelve a la enseñanza y a reunir numerosos discípulos. De Roscellino, hizo polémicas con el tema ‘De unitate et trinitate divina’. Culpa, celos, envidias, lo atacan y, poco años después, hasta los muertos reviven. Alumnos como Alberico y Lotulfo, discípulos de los ya fallecidos Guillermo y Anselmo de Laon, le tienden una trampa. Lo invitaron al Concilio de Soissons, donde aseguraron que sus explicaciones serán escuchadas con respeto: «El temario será su obra, sus ideas: Explique los fundamentos de la fe y sus similitudes basadas en la razón humana; ¿no es cierto que para creer hay que entender previamente?; defienda el supuesto carácter secular de los musulmanes y de la filosofía estoico-ciceroniana, logica vetus en oposición a los escritos lógicos de Aristóteles o su logica nova; defienda esa duda siendo que, como propone, 'mediante la duda arrancamos la búsqueda y mediante la búsqueda llegamos a la verdad'. Defiende su crítica contra el moralismo preceptivo de la moral penitencial y contra el pesimismo agustiniano. Ah, usted analizará cómo los conceptos de pecado o virtud, castigo y compensación se aplicarán a la historia de su propio comportamiento, porque usted ha traicionado la confianza de la monja Eloísa, pobre mujer en el convento de Argenteuil… Contra todo convencionalismo parece ser su lema; pero puede que usted debata con Bernardo de Claraval y le sea difícil ganar esta vez».

Si es así, con diálogo respetuoso y profundo, claro que irá sin temor a Sens en 1140. Volverá color a su cara, mustia por la pena de su mutilación. El dijo que no teme rivalizar ni con el mismo papa. Es un conceptualista inveterado. «Creed con inteligencia», cita un proverbio.

Allí, en el Concilio, desde días antes, o con Guillermo de Saint Thierry años antes, se ensayaba el corifeo de una jauría. Y llegado el momento, Pedro Abelardo verificó que como una mutta de ladridos, se pedía, enardecidamente su condena. Antes de sentarse ante ellos, le gritaron hereje y los jueces, en vez de callar a la chusma, a él no lo dejaban hablar. No se pedía orden. Fue una trampa. El veredicto destrozó su alma y dolía más que el cuerpo azotado por los sayones que lo castraron.

El Concilio ordenó que se quemara su obra y, además, que le quedara prohíbida la enseñanza. Voto de silencio perpetuo. Fue Bernardo quien remitió a Roma, con tratado acusatorio, las quejas del Abad de Cluny, con la discusión de 19 herejías que predicara el tal Pedro Golías, Abelardo el Diablo.

4.

En el Monasterio de San Marcelo, cerca de Chalons, ciudad de Borgoña, Pedro Aberlardo descansa. Ya está más que enfermo, viejo y triste. Tiene 73 años de edad y su mente está clara y activa; de hecho, ya no compone himnos para la Iglesia… Ahora le sobra el tiempo para acordarse de su amada, pero escribe lamentos. Tiene ante sí una vieja carta de Eloísa, desde Bretaña. Había nacido su hijo con el nombre de Astrolabio. Recuerda que en París se casaron, no porque Fulberto lo demandara; lo hizo cuando ambos, Eloísa y Aberlardo, así lo quisieron. Fulberto deseaba un casamiento nobiliario para su sobrina. «Yo le fui poca cosa». Pero, como nunca antes, años antes trovó por esa niña. Era más feliz que David y Salomón en tiempos de los Cantares.

Para que se sientiera orgullosa, la educó como si com ella instruída se educara el mundo… y ahora tiene miedo de morir. Es un mero fraile en voto de silencio en el monasterio de San Dionisio. Ha obedecido al Papa, se echa a un lado, pese a que fue a verlo y quedó a mitad de camino. Es mero fraile y capado, eunuco.

Bernardo de Clairvaux. «Este fue el más encarnizado de mis fiscales». Pedro el Venerable, este fue el más bello y noble de mis amigos. Un reconciliado. A su memoria, llegó mientras lo recordaba la campiña de Nogent-sur-Seine, en Troyes, donde fundara la escuela del Parácleto. Esa época que rememoró fue tan productiva. Y se sentía amado, consagrado entre la gente. Remeditó: «El amor de la gente es engañoso; chusma incierta es, tanto como el amor de los encumbrados».

Cuando polemizó con Dioniso Aeropagita, (san) Norberto, y la orden de los premonstratenses se dio cuenta. «En la iglesia cristiana, más que el temor a la influencia helénica y arábiga sobre la teología, lo que hay es xenofobia y, en nombre del rigor penitencial, crueldad e ignorancia».

Todos los días se levanta a lo mismo. Razonar, recordar y trabajar en libros que no se publicarán. Son páginas que ya no se quieren leer porque les han colocado el membrete de censura, contenido demónico-herejético; pero, Abelardo se resigna. Cree que hay un par de amores fieles. Uno le consta, Dios: otro es su amada, su esposa, hermana de fe: Eloísa.

El no lo sabe. Ella vive por él. Cuando murió Eloisa le dio sepultura en Parácleto y veintidós años más tarde, fue enterrada junto a él.


*

La sirena maya y la tempestad

He visto a la sirena maya. Y no es un espíritu maligno. O sea, yo no creo en esas cosas. Es una mujer común y corriente, que sale de entre los bosques. Anda en busca de los náufragos. Hurga entre los escombros de cualquier barco o avión que se accidenta... La ví en Coyoacán y frente al Xtabai en Reforma... Coteje usted esas coincidencias con las que ya conté a usted sobre los personajes de Shakespeare... A una actriz que conozco dieron el rol de la bruja Sycorax en La Tempestad. Y yo que soy, Fernando quiero a Miranda, la actriz, como el ente real que es, pero se ha transfomado en bruja. Salgo con ella y es Sycorax, la auténtica demonia.

Jamás la pude acostar, hacerla mía. Siempre tiene un pretexto. Ahora si me doy cuenta, si me permite la falacia biográfica de identificarme con la literatura. Está sacando en el teatro su verdadera naturaleza. Más allá de lo situacional y la coincidencia de apellidos, en la ficción o en la realidad, ya no es la dulce Miranda de La Tempestad.

De un tiempo acá, es una prostituta pintarrajeada que asesina a los marineros cuando salen de beber en las cantinas. Le temo al hacha sangrienta que tiene por boca. Me hizo escenas de celos y tan fuertes son sus gritos que atrae moscas y los buitres la siguen. El poder de la bruja. Y luego, si salgo del Xtabai Club para darme unos tragos, que es mi costumbre, ella me espera a mitad de cualquier calle, me grita improperios y se esconde. También distingo que en mis sueños, no es agradable. Estoy como Ariel esclavizado. Le pregunto su nombre y me dice: The vomiting viper. Omphale's trouser snake. La amenaza de Calibán... En fin, me hace conocer al rudo Calibán de mi vida real... Ambos ella y él participan en favor de la fatiga y la angustia.

Ya no quiere saber de mí. Se identifica con La Piruja Pintarrajeada.

«¿Qué te hice? Has cambiado».

«Siempre he sido como soy».

«Beata no eres. ¿Te ofende que te pida amor, sexo, es éso?», le pregunto.

Esta relación ya me duele. Estoy transido, sumido en un mundo dionisíaco de mascarada, igual que el de ella en el teatro, que se supone sea una ficción. Ha preferido inunundar de plañideras, les clauqueurs, todo lugar al que voy y va riéndose de mí cuando me tienen en la piedra sacrificial, en el Círculo de Stennis. Shakespeare y Nietzsche se revolcarían dentro de sus tumbas si se entereran a merced de quiénes yo me encuentro. Los dioses del hormiguero, la gentuza canalla, las flappers y las feministas, que llevan a lo real su escenario.

Doctor, me tenderé en su sofá, como Hércules ante Tespio. No sea usted como un deifobo más, doctor. No me engañe. Estoy frustrado. Mi único delito es insistir.

«Nena, el sexo es expresión de amor».

Se lo contaré todo. Creí que nos reconciliamos.

«Sé que has estado nerviosa. Ese papel en La Tempestad te puso sensible; pero ya acabó la temporada teatral».

Le dije: «Te llevaré a cenar, luego bailamos... luego... un poco de cariño, de sexo».

Y fui en la tarde a buscarla, a inquirir. La ví en el patio como si preparara un barbicue.

«¿Estás lista, Miranda?»

La ví que golpeaba las tres piedras del tecuil, ardientes como estaban, y no sentía ningún dolor. Susurrando como una alofásica invocando a Sycorax. Las tres piedras, las que tiene en el patio, se le cayeron de las manos. Se desplomó y, cuando más clara estaba la noche, cayó una tempestad. Arreció una lluvia y tuvimos que suspender nuestros planes.

Esa noche me voló los sesos.

«¿No ves que llueve?», me dijo como si estuviese enojada.

Me hice ilusión de que, pese a todo, podríamos quedarnos y satisfacer mutuos sentimientos y los míos, más concretos, que son los de la carne, desde luego. No me gusta ni conviene que se hable del amor como algo inefable y celestial, como fuego de Heráclito, porque ambos somos jóvenes y ardientes, supongo. Yo la he esperado. Es un romance de seis o siete años y ya no es una niña.

«¿Me está diciendo vieja?»

«Claro que no.»

Otros que vendan y compren las entelequias fatuas, los mundos berkelianos y husserlianos. La virginidad. La decencia inefable.

«Tú eres una actriz. He visto tus escenas de besos y pasión».

Yo quiero realidades permanentes y sólidos cuerpos: la dulce bestia. Todavía hay muchos imbéciles que se gozan en seguir la norma que le dictó alguna vieja época cuando el «dulce amor, se pensó crimen». A los más sensuales y creativos amantes, a las parejas ejemplares, como sucediera ayer, también hoy se les olvida, se les oprime, se le ridiculiza. El amor suele manifestarse, sin los aspavimientos y sin las glorias de la comprensión pública y el beneplácito general.

«Pero ya nos toca, Miranda».

Entonces, le dio un ataque de ira. Y la ví. Era la Sirena Maya. Sycorax. Una bruja, envejecida, maldiciente, y me corrió con un hacha de su casa. Y sentí moscas como una tempestad sobre mi cabeza y sus risotadas.
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Tomasito y el Panegírico de la trunca amistad


a Thomas Fuller (1608-1661), clérigo inglés
y Capellán Extraordinario del rey Carlos II

Tomasito, quien se jacta de sus ocurrencias embarazosas, a un nieto de Lucas Cranach, el Viejo, lo llama el verdadero Anticristo. Mas Lucas, el hereje, borrachín, narizon y casi de su misma edad, no pierde su oportunidad de ser el tentador y echarle puyas. Siempre Lucas ha sido un ateo que quiere creer, mientras Tomasito Fuller nació creyente y dogmático. Ambos se han mortificado desde que se conocieron. Como Lucas se cree zorro, Tomasito dice: «Con los zorros hay que ser un poco zorro». Y se burla del narizón. No por algo, cuando comenzó a escribir, anotó la frase: «El que tiene una nariz muy larga cree que todo el mundo habla de ella». No se da cuenta que Lucas lo olfatea. Le tiene puesta la punta de la nariz en la nuca, porque son muy distintos.

En rigor, Lucas piensa que ese gordito de Fuller es más ruido que pandereta. Ha sido un privilegiado toda su puta existencia. Lo envidia, quizás; pero no se lo calla. Si fuera amigo, sería de los sinceros. Con esfuerzos, con mañas y sacrificios de su padre, ha entrado al Queen's College, en Cambridge. Lo busca y sigue porque el Diablo lo proteje. El quiere ser esa piedra en el zapato de Tomasito, hijo del rector de Aldwinkle St Peter's, en Northamptonshire. Tampoco Lucas tiene por fortuna ser sobrino de un Obispo, como el Dr. John Davenant, de Salisbury. Como él mismo dice: «Mi único padrino, mi mejor tutor, es el mismísimo Diablo que me puso en tu camino, Tomás Fuller».

Nunca Tomás pudo advinar que hay antecedentes protestantes en la familia de este Lucas, que no utiliza el apellido Cranach. Se evita así la cárcel y el rechazo; pero si Tomasito se hace sacerdote y vva a colegios como Sidney Sussex y Corpus Christi, mientras sea en Cambrige, Lucas procurará cumplir la misión escarnecedora de estar siempre a su lado. Que vea el santurrón Tomás que Lucas también las puede y no le pierde la pista. Va a mostrar que uno de ellos, cualquiera de los dos, es un hipócrita, uno de esos conservadores que no se atreve a nada, porque como él mismo dice: «A conservative believes nothing should be done for the first time».

Sacan su tiempo para estarse juntos. Repasan las lecciones académicas porque son estudiosos. «Quiero ser el primer cura ateo», dice Lucas, «tú, con un poco de suerte e influencia de tu padre, o tus mentores, será las encarnación del Anticristo». No le queda otro remedio que reir a Tomasito. «¡Qué mucho daño te hizo Martín Lutero!», le dice Fuller. «¡Mira que llamar Prostituta de Babilonia a la Iglesia!»

No es que Lucas sea anti-católico. Ni que crea en la Reforma en Inglaterra, ordenada por Enrique VIII. Es que él es ateo y, además, un rebelde antimonárquico, pasado de cáscara amarga, al punto que valora que el Acta de Supremacía de 1534 es una mierda. Para él, la corona británica ni es la «única cabeza suprema de la Iglesia en Inglaterra», como tampoco lo es el Papa, sino que en el país no hay cabeza. Inglaterra es una muchedumbre de canallas que ha venido tirando las cabezas de unos y otros, en guerras inútiles y caprichos. Si un inglés, o escocés, o cualquiera sea la isla o región del imperio, hilvana un acto de alianza con el Papa, Inglaterra tira la cabeza del inconforme y considera que alguna traición se ha cometido. «Hay que ser hombre primero y pueblo después y después, si acasa queda gracia, como dijera San Pablo, comenzar a creernos dioses, al lado de Dios o del Diablo».

«Estás loco, Lucas», se espanta Tomás al oírlo.

En conversaciones de este tono, crecieron los dos muchachos. Cada uno hablando en favor de su fanatismo. La religión ha sido lo que es: un partido político.

2.

Rodaron muchas cabezas para que ellos conversen así, con esa tranquilidad del status quo. Uno que no los persigue. Mas sí... cayó Tomás Moro y Juan Fisher, ejecutados. «Hoy son santos y mártires que reclama el catolicismo». El Acta de Supremacía quedó abolida en 1554 gracias a la Reina María I, hija de Enrique VIII, católica devota. Cinco años más, el ritornello. Vuelve el Acta y la persecución a los fieles del catolicismo. «Apostasía fue la palabra de moda». El Juramento de Supremacía fue obligartorio so riesgo de multas y penas físicas por recusación. Y si Tomás hallaba a Lucas le decía: «Acusar a la maldad de los tiempos sería excusarnos a nosotros mismos». Añadía que él sabe vivir en la luz y en las tinieblas. Cuando Dios desaparezca, hay que vivir de la audacia. Asociarse al que tiene, al que da, al que asume por moral la utilidad de los negocios. «La audacia en los negocios lo primero, lo segundo y lo tercero».

Tomás Fuller no saca su verdad a la calle. Su verdad está desnuda. La astucia, cuando se viste con muchos trajes vistosos, se acomoda... y así es que vive el sacerdote, aunque no parezca hombre honesto, su verdad no la pasea. La calla. Es que la verdad está desnuda en la intimidad del alma. O del cuarto.

«Tú no tienes pasión, Tomás».

«Lucas, tú no acometas obra alguna con la furia de la pasión; pues, equivale a hacerse a la mar en plena borrasca».

«Entonces, ¿Dios para que te sirve, si no te proteje, Fuller?»

Y el tentador que lo escarnece con sus razones pasionales, le dice que no es diferente al Lobo. Que no se disfrace de oveja si es que, de veras, cree que es locura hablar de paz cuando son los lobos aquellos que persiguen. «Eres cómodo y acomodaticio. Te limpiarías el ano con 'Ell libro de los mártires' de John Foxe. Te olvidas de las persecusones marianas. Te haces de la vista larga ante anglicanos, puritanos e inconformistas... Te ríes de Isabel y las persecusiones a las misiones jesuíticas y las muchas ejecuciones en Tyburn, contra aquellos que en algún tiempo fueron considerados traidores... Dices que hay que tener enemigos como señal de que no se les han olvidado; pero, tú... tan desapasionado, gentil con todos, tan gustoso de la tiniebla y la luz, sin tomar otro partido que el que ha vencido... Por eso no te quiero, Tomasito, zorro astuto. ¿Cómo puedes medrar con la mentira, no ser de aquí ni de allá?»

«Yo sólo evito el escándalo, Lucas, porque la mentira no molesta ni camna. Pero el escándalo tiene alas. Y tú me juzgas muy duro. Y a veces para ser maestro, hay que ser ciego y para ser servidor, a veces sordo».

3.

Tomasito era un gran orador. Su carrera eclesiástica subía como la espuma. Cuando su tío muere, vivirá de una prebenda en Salisbury. Sostiene, en adición, un cargo de canonje. Lo elevan al rectorado en Broadwindsor y a la diócesis en Bristol. Es electo el proctor en la memorable convocatoria de Canterbury. Todo lo suyo partía de un decreto, quiera él o no. Nació para ser afortunado. Tenía para pagar las multas ocasionadas por uno que otro ex-abrupto apasionado. Dios le llueve las bendiciones del cielo de las instituciones.

A Lucas, no. Su casa fue saqueada cuando comenzó la guerra civil. Para 1641, cuando Tomás fue destituído de las finanzas que le daba su prebenda, tras el triunfo del partido presbiteriano, su amigo el escarmentador boqueaba por pobreza. Mendigaba en la calle. A veces ni comía. Nadie lo llamaba a predicar ni en el rincón de los pordioseros mugrientos. A Fuller sí lo llamó el maestro de Saboya, Walter Balcanqual, y lo instalaron en las fraternidades, aún haciéndosele el lector de la Capilla saboyana de St Mary. No le faltaba para vocear su prédica los Inns of Court, o los patios de las capillas. Muy conviencieramente, urgía a los parroquianos a tenerle lástima, a pedir al Rey en Oxford en cartas y peticiones de firnas que lo encumbrasen y distinguieran por que él es el Dr. Fuller y su «Inocencia (está) Herida» y demanda apelaciones.

Sir Edward Wardour y otros cinco «Grandes» lo oyen y claman ante la Casa de los Lores y, si algunos se quejaron de dos de sus libros, juzgados como escandalosos, si alguno hubo que conspirara en medio de la guerra para tenerlo arrestado tres meses o semanas, todo se volvía tan breve en el castigo y expedito en las soluciones en pro del Dr. Fuller. Y su petición de justicia en Westmintswer llegaba, al fin, a las manos del rey.

A la postre, se le verá sermonendo en la Abadía de Westminster. Fue el 27 marzo de 1643, durante el aniversarrio de la ascenso de Carlos I: «Yea, let him take all, so my Lord the King return in peace», gritaría él con regocijo. El, que no le llega a las rodillas a Lucas, el herejético apasionado. «Narizón y boca sucia de la iglesia», le burla.

No es igual la vida de él. Este que no es un reformero blando. Que nunca dirá refiriéndose a rey mortal ni autoridad profana: «Only the Supreme Power could initiate reforms». Es ateo. Este que nunca se reúne, aunque lo pida, con el rey en Oxford ni se le ofrece un alojo en el Lincoln College. Es que Lucas no es como Tomás, tan calmo y moderado. El sí ofende a la alta realeza de los censuradores. El inconformismo mordaz con que Lucas discursa es como el médico o la cerveza que Tomasito elogia cuando es más rancia y vieja. «Algo sabrás del beber, si dices eso, Tomás». Y vuelve y le endilga: «Los abogados, como el pan, son mejores cuando jóvenes y nuevos; y los médicos, como el vino, cuando viejos».

Pero ahí está el afortunado, con una «Historia de la Iglesia» publicada, con su réplica «Jacob's Vow», leída y releída por el Príncipe y rey Carlos. A Lucas le han quemado los libros. También escribe folletos y poemas blasfemos. Su obra se ha hurtado de sus tiliches cuando duerme en un rincón del arrabal citadino. ¡Es tan distinta la suerte de uno y otro! «Y en tu caso, Lucas, es que la oración no es la llave de tu día. No es la oración el cerrojo de tu noche».

«¡Es que Dios no existe, carajo!»

4.

Cuando Oliverio Cromwell murió en 1658, las oportunidades de Carlos para recuperar la Corona parecieron menguar. A Cromwell le sucedió su hijo, Richard Cromwell, como Lord Protector. Mas el hijo (para el mando) no era como el padre; así como parece que no es Lucas (para el mando de reforma) tan capaz como Fuller.

Por eso abdicó el hijo de Cromwell en 1659. y se abolió el electorado en favor de una Mancomunidad. La inestabilidad civil y militar proseguiría, y Escocia determinó la restauración de la monarquía. Hay amplio apoyo popular, se pide el fin del Parlamento Largo y unas elecciones generales. Un año después se elije una Cámara de los Comunes y se reúne el 25 de abril de 1660, como asambleas denominada Parlamento de la Convención.

La última vez que el PadreTomasito vio a Lucas lo supo partidario de Cromwell y enemigo de Carlos I. Todavía le dijo: «Amigo escarmentador, tú sí que eres radical y eso no es bueno; pero seas como seas, te digo amigo». Fue antes de la ejecución de Carlos I en 1649. Y, en 1660, sabida la Declaración de Breda (4 de abril), en la que Carlos acuerda, entre otras cosas, perdonar a muchos de los enemigos de su padre asesinado, siente que su amigo también ha triunfado, sólo que no se entera que está en prisión. Había sabido, sin embargo, que su vida había sido miserable. Que ya no tenía ni siquiera un alumno para enseñarte letras, latín o filosofía. Le habría gustado hallarlo porque, aunque Lucas no se lo crea, él es sincero cuando dijo: «Es amigo mío aquel que me socorre, no el que me compadece».

A Lucas lo capturaron en Londres al identificarlo en Tyburn, en los días en que se colgaron a diez: Thomas Harrison, John Jones, Adrian Scroope, John Carew, Thomas Scot y Gregory Clement, entre gente que firmó la orden de ejecución del rey y se ejecutó hasta al sacerdote Hugh Peters y los guardias del proceso. Y Lucas, aunque no era de los formales regicidas, se le tuvo por adláter rebelde. Habló mal de Carlos I. Blasfemar parecía su costumbre. Echaba loas a los quemados por María I y el clérigo católico, Obispo Bonner. A ella le llamaba Prostituta de Babilonia y al Obispo, hijo del Anticristo. No es extraño, no sorprende. También habló mal contra el reinado absolutista de Isabel I, última representante de la dinastía Tudor de Inglaterra. A ésta por la persecución del catolicismo y la consolidación del anglicanismo, religión estatal subordinada a la corona. «Es que yo, Tomás, soy un sacerdote ateo».

Carlos II, quien llegó a Londres el 29 de mayo en 1660, como Soberano legítimo, presentó un nuevo decreto: perdonará a los seguidores de Cromwell en el Acta de Inmunidad y Olvido, pero no a todos. Los regicidas que mueran y los cadáveres de Oliverio Cromwell, Henry Ireton y John Bradshaw, que se saquen de las tumbas y vuelvan a ejecutarse. A escupirse y revolcarse por las calles. Y, en el nombre del Rey Jesús, tomó su cargo oficialmente en 1661 y brindó por la Restauración en su trigésimo cumpleaños.

Cuando Tomasito fue su Capellán, supo que el nuevo rey dormía con una carta que listaba los nombres de todos los que hablaron contra su padre, el ex-rey Carlos, y se mordía de rabia los labios cuando decía: «A ninguno perdono; sé que muchos están aún libres. Otros en prisiones». Y el capellán vio en la lista el nombre de su amigo, Lucas, «el hereje, borrachín, narizon».

Era difíicil decir a este monarca, sensual y veleidoso que, si de veras quería entrar a la Iglesia Católica, debía perdonar generosamente y no guardar ese odio, que le provoca dolores de cabeza, vómitos y amargura. Estaba obsesionado con la enfermedad, su orina y la muerte y quería ser enterrado en la Abadía de Westminster, una vez se le sacara del Palacio de Whitehall.

«Tienes que hacerme una dádiva especial, amado rey. En la lista del rencor, está mi amigo Lucas. Está ya en una prisión de Londres».

«De esta lista no perdono a nnguno», le dijo.

«Mi rey, moriré antes que tú. Soy más viejo; pero no puedo ver que sufra un amigo que jamás he ayudado, aunque lo he querido... Dios me ha concendido, por su poder en la tierra, la seguridad de las prebendas, las canonjías, muchos patrocinadores, favores de los reyes, éxito de mis libros y mis publicaciones... A él, Dios no le ha dado nada, sólo la amargura... En los cinco primeros años de la guerra, yo escribía. El luchaba. Yo tenía miedo por mi seguridad daria; él era valiente. Después de la Derrota de Hopton en Cheriton Down, yo me escondí en un retiro y compuse un librito de oracones, «Buenos pensamientos para tiempos malos», que fueron los primeros frutos de Exeter Press y Lady Dalkeith, dama principal de la Infanta princesa, Henrietta Anne, me patrocinó y me acogió como su capellán... antes que se rindiera el Parlamento, yo escribí sobre 'El Miedo de Perder la Vida de la Vieja Luz', pero mi amigo Lucas escribió 'El valor de ganar la vida de la Nueva Luz' y él no fue admitido nunca al círculo de amigos de Exeter ni para dar un discurso y los suyos fueron mejores que los míos... yo satiricé a dirigentes revolucionarios en mi libro 'Andronicus, o El Político Desafortunado'... Empero estuve meditando mucho sobre él que, con más pasión que yo, reflexionaba sobre las calamidades de Inglaterra».

«Todo lo más profundo que expuse en mi libro 'Las Causas y Curas de una Consciencia Herida', él me lo dijo, con distintas palabras y yo hice sus mensajes más profundos los míos y nunca he podido hacer por él otra cosa que decirle narizón y el verdadero anticristo en la historia... Los impresores de libros y traductores me buscan y los censuradores a él lo persiguen y lo vedan... Háblele usted a Dios y a su consciencia, Rey y honorable Magestad, y perdone a mi amigo, como representante de Dios en la Tierra, a él a quien conspiraciones papales y angllicanas por igual han devorado... Hoy sé que sus acciones fueron el fruto de su conocimiento y porque me ha dicho que quiere usted ser un católico, el primero católico romano en Inglaterra, desde la muerte de María I... pues, conceda este perdón. Usted, a quien llamamos el Alegre Monarca, hábil al tratar con el Parlamento, el primero en tolerar a los Whigs (liberales), sin exasperar a los Tories del conservadorismo, usted, padre de catorce hijos... »

«Mire usted, mi Rey Carlos, he escrito un 'Panegírico A Su Majestad por su Feliz Retorno'; yo que no me jacto de poeta. No había escrito algo así, desde que perdí mi contacto con Lucas, en tiempos en que hablábamos de David y Bathsheba, la historia de las cruzadas y el Estado Sagrado que supera al Estado mundanal, que es la familia y la vida públca... Este panegírico es mi elogio a su nueva visión para Inglaterra, una que permitará la apertura de tolerancia al catolicismo, la justicia anhelada por mi amigo y que Cromwell, pese a todas sus luchas, no pudo cuajar».

A poco de entregar su poema y hacer este pedido, el sacerdote Tomasito murió. No supo que el rey pensaba perdonar a su amigo; pero, por desgracia, era tarde. El anticristo fue primero por Lucas. Se lo llevó a la muerte y los dos amigos no se volvieron a ver ni a dialogar y de la prisión el no amnistado fue a la tumba. Ambos murieron a par de días de diferencia en 1661.


18-02-2005 / Leyendas históricas y cuentos colora'os

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Wednesday, June 23, 2010

Indice / Leyendas históricas y cuentos colora'os


Carlos López Dzur



Indice

Dedicatoria / Introducción


La tentación de Marta / 2

El ladrón

Oblatas del Santísimo Redentor


Fray Juan y el reloj orgánico

La diva

La traición a la reina

Evaristo y La Trevi

La Tuerta

Mi araña predilecta en el congal

Memorias del segundo visitante

Tu enemigo, Billie

El prisionero

Perochena filosofa sobre Papitas

La edad de tinieblas
Megillah de la ovación
Conversación en el Monte Ararat

Consejos del Emir de Córdoba a Mauregato

La epopeya de los almendrales

El bandido generoso


El héroe

El guabá

El muerto

Historia calamitatum / De mis calamidades

La sirena maya y la tempestad

El náufrago


In-cestus

Nau, El Azote

La vulva mística

La Gran Sélika

El viaje místico de Francisco Ranero

Es como un muchachito con diarrea
El Día Uno
La gimnasta masturbada
La Capitaleña


Acosando a Catalina

El filósofo desengañado

Las extrañas concidencias
La fotografía
Y lo tragó un Gran Pez
La niña del bikini azul
El hombre que buscaba el alma
Leyenda céltica del extraterrestre
Mis mejores amigos
Los corajes de Rick
El cura y el niño
El barrio Silla Eléctrica


El Tirano místico y Federico

Melanie me puñetea
La ginecóloga
Bulla carnalis
Presentimiento, 1982
El Gran Comunicador
Donde los dioses mueren
El amigo
Falwell: «No Gay icon here»
El maestro
Los hombres se apendejan

Cómo se vende a La Coleguita

Don Chava y la cerota

Melancolía de Gilles de Laval

Me voy pa’ La Habana y no vuelvo más

La hora cuarta de los Cuatro Manus

"El juez Esquivel y los cuervos

No soy Misiá Berraca / 2

Como si nada hubiera ocurrido

La guerra es un tren descarrilado

Cuarenta años, Todesengel

Tomasito y el Panegírico de la trunca amistad

El sacamantecas

Blogs de Bolivia * Bitacoras.com / Indice

La guerra es un tren descarrilado / Cuento



«At the end of July, while traveling south from Alaska through British Columbia, Warren G. Harding developed what was believed to be a severe case of food poisoning»: Carl S Anthony, Death of America's Most Scandalous President (1998)

Uno de los llamados espiritualistas de primeros años de siglo XX escribió a un Senador de Ohio. Precisamente, a Warren G. Harding, con quiem tenía una obsesión espírita y lo soñaba en Alaska, comiéndose unos embutidos de dudosa procedencia que lo llevarían a la muerte. Desde principios de junio de 1918, soñó que la guerra y la muerte son como ferrocarriles que viajan internamente a todos lados, en particular, donde la vida se vuelve un circo de pasiones, ambiciones desmedidas, o apatías en medio de bullanga.

Al pueblito de Ivanhoe, Indiana, llegó el Circo Hagenbeck-Wallace y estacionaron sus vagones, con animales, payasos, toldos de enormes carpas y los hierros para erguirlas.

El anciano ya tenía dos sueños, dos espíritus que lo despertaban. Un espíritu, según explicó a Warren Gamaliel Harding, era de un fallecido de Corsica (antiguo pueblo) de Ohio, donde Warren naciera. Otro espíritu se llamaba Gamaliel, un sabio de Indiana, que evangelizara indígenas, desde hacía más de un siglo. Y al posesionante Gamaliel no le gustaba el yankee, promotor de guerras, biblia en mano y fusil en la otra; tampoco los ruidosos ferrocarriles. Prefería los caballos y el progreso con el ritmo mismo de los animales.

Al médium y su esposa, los espíritus los despertaban, haciendo ruidos en las paredes, tirando cosas de las mesitas de noche, descolgando abrigos y sudaderas que él tenía colgadas, abriendo ventanas y dejando pasar el viento frío. Despiertos ya, un espírtu dijo, en presencia de la mujer: «Escribe al senador de Ohio, uno que tiene mi nombre; no importa que seas de Indiana; díle que no vaya nunca Alaska, porque comerá gusanos, en días de mucho estrés y escándalo, y regresará a morir a su despacho. Escríbelo».

Y la mujer tomó esas notas y las repitió al esposo cuando salió del trance. Y no tardó, en desposesionarse mediunmicamente de Gamaliel, el indio, cuando vino el otro espíritu y dijo: «Agrega en esa carta que la guerra viene por las vías ferroviarias. Van a morir todos los simios, una cebra, una jirafa. No se salvará los perros saltarines. No quedará vivo ni un payaso. Escríbelo, escríbelo».

Y él no sabía que Ohio daba muchos senadores. El no sabía el nombre ni el apellido de Harding. El no sabía política suficiente ni cómo se escribe a Washington y sólo puso en la carta: «A quien se llame Gamaliel. Senado Federal de la Unión Americana, Washington. URGENTE. URGENTE». Le dijeron que así, con destinatario tan impreciso, será difícil que llegara la carta, o que alguien la reciba a tiempo. «Pues que la lea todo el mundo. Que la comenten en el Senado; pero es urgente: Muchos, si no hacen caso, han de morir y, si ese senador Gamaliel existe, él es quien podrá evitarlo. La muerte viene por ferrocarril. Comienza en Indiana».

El espíritu sólo comunicó que se llamaba Gamaliel y que un varóncon su nombre sería presidente. Uno que se opuso a la Gran Guerra del '18 y que después, desde el Senado, por Ohio, sería otro aislacionistas que no confirmará el Tratado de Versalles ni endosará una Liga de Naciones que trabajara por la paz, con el estilo de Europa. Y, aunque lo dieron por loco, la carta fue enviada y llegó tarde. «Que llegue es lo importante».

Pero la guerra llegó primero. Era un tren para tropas descarrilado. No llegó ningún pasajero. Todo era un féretro de muerte. Si bien la carta se recibió y fue leída un 30 de junio de 1918, la guerra que vino por tren llegó prmero y temprano. Mató a 53 obreros del circo. Incluyó a todos los payasos. A un niño que hacía maromas. A sus padres, los trapecistas, a una Mujer Lobo, a tres enanos y a casi todos los animalitos. El tren era la guerra irremesiblemente desatada sobre el pueblo de Ivanhoe. El tren era una bala que cantaba luctuosamete su triunfo en Indiana y la fuerza sin frenos con que hería la carne y la vida del ponlado.

Más tarde, leyó sobre el accidente del Tren Descarrilado en los periódicos. La gente del correo, la que litigara con él por el asunto de las direcciones imprecisas del destinatorio, vino a reconsultarlo. Recordaron que explicó el contenido de sus vaticinios. ¿Qué es realmente lo que supo sobre ese tren, cuyo accidente adivinaba? Y sobre Warren Gamaliel Harding: ¿qué sucederá? Hecho confirmado: hay un legislador de Ohio, llamado Warren Gamaliel, como dijo. «¿Qué otra cosilla sabes brujo?», le preguntan. Corrió la fama de su carta como pólvora y sangre en la guerra del '18.

Después los reporteros y los corresponsales, al saberlo, lo buscan: «Warren Harding quiere hablar contigo, brujo. Tu carta es famosa en Washington». Y para Gamaliel, ¿será tarde? «Siendo que la guerra ya vino, el saldo han sido 54 personas en mi pueblo. La guerra puede ser una ristra de vagones vacíos. An empty troop train against the Hagenbeck-Wallace Circus».

Un día, cuatro años después, también en junio, W. H. Harding fue a Indiana. Pensaba dar el viaje llamado «Cross-country Voyage of Understanding», cuyo final sería su paso por Alaska y vino hasta Ivanhoe, dando pésames tardíos y alegó que consultaría al hombre al quien los espíritus le hablan y le dan augurios. Aludió a la vieja carta que le solicita que no vaya Alaska, «algo que nadie sabía que haría ni siquiera hace un año». Y..., sin embargo, viaje perdido. Cuatro años fue demasiado tarde para que se consultara al espiritualista. Había muerto. El portavoz de la advertencia murió hace meses y el presidente Harding se quedó con las ganas de hablar con los dos espíritus del viejo y verlo en sus sesiones.

Llegar tarde, quedarse inconsulto ante lo Urgente / lo Sublime o Trágico, tiene consecuencias.

Finalmente, se supo: algo comió el presidente Gamaliel, en Alaska, algo que trajo un tren de la Bristish Columbia que lo envenenó. Un tren puede traer la muerte silenciosa y guerras internas que son inesperadas.


26-05-2003 / Leyendas históricas y cuentos colora'os
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MIS CUENTOS:
El Pueblo en sombras / Cecilio el desobediente / El perro que enamoraba las hormigas / En ArgenPress / La Carlita / El niño que conversa con las aves / El corazón del monstruo / La tentación de Marta / El milagro de Navidad / Memoria del ultraje de Floris / Los corajes de Rick / Reflexiones antes de la caída / El acto de Cobita / El Gringo de Cubero / El masoncito arrastra'o / Los tipos folclóricos de Pepino y la cultura popular e histórica / La capitaleña / Las goteras / El reloj orgánico: 92701 / Tres cuentos espíritas de López Dzur / Crecer bajo la Mano Protectora / microrrelato / Cuarenta años, Todesengel /

Cuarenta años, Todesengel / cuento




Parece que los ángeles son muy perdidizos. Cuarenta años se lleva en la tarea de buscar al más oscuro. Todesengel. Uno que se mete en las sombras y se confunde con ellas. En la historia, no hay ángel más apestoso y que huela a sepultura que Mengele y no hay olfato de sabueso que olisque al primer tiento donde se ha parado. En buscar a quien no se le quiere hallar, han pasado cuarenta años. No hay autoridad institucionalizada que lo capture.

Antes se olía su pisada, su bata de médico asesino y se tenía ciertas pistas. Ya cada nueva evidencia de su rastro, se ha vuelto un espectro por el que el viento pasara revolviendo la arena o el polvo. Además, los ángeles se lavan la cara y las manos; utilizan sandalias voladoras de Mercurio. Se acicalan con ropas extrañas, se visten humanamente, cosmetizándose por entero. O se vuelven animalejos sub-terres a capricho. Se colocan dos cuernos para parecerse más al Diablo y aprenden a sonreir como los verdaderos santos. Inventan leyendas nuevas, todas alusivas a su muerte. Así es El Angel de la Muerte, dios de las selvas, tarzán entre simios de Sao Paulo. Todesengel es ángel por entero y parece que es la vida descrita como soplo. Como neuma. Como cita mal recordada y reverbalizada de una memoria del pasado.

Los ángeles verdaderos tienen expedientes de súplicas y lloros que sólo las víctimas escucharon; pero, los falsarios su carta blanca, permiso de sobrevivencia entre círculos selectos. Saben cómo pagar por todo. Tambén han sido ladrones de pueblos enteros. Realmemente, sólo cumplen los milagros que añoran los custodios, sus protectores. Amigos del angel son unas gentes, muy pocas, que mueren en vida, enflaquecen el espíritu y viven por el canto mágico. Son criados adláteres que suplican: «Ven, enriquéceme y sálvame, Todesengel».

Todo el mundo lo recuerda en Auschwitz-Birkenau. Particularmente, la judíada. En Munich, le decían el antropólogo. En Frankfurt, el médico. El no sanaba a ninguno, empero. Su deleite fue testificar cómo trabajan las bestias hasta el agotamiento y experimentar con la tortura, la más infame. Ni siquiera amó el dolor exquisito de los santos y es que sentía una tara objetable en sí mismo. Para el combate, él no era apto. En el Frente Oriental, durante su servicio, miembro de la reserva del Cuerpo Médico, fue el hazmerír aún por los incompetentes. Burla en 1940 en el Quinto Batallón, Divisón de la SS Panzergrenadier. Dos gitanos negaron que salvó dos soldados en combate. Murieron muchos más, «él no salvó a ninguno» y se lo dijeron, acusativamente, antes que le dieran el rango inmerecido como premio, la SS-Hauptsturmführer, capitán, y si no hay gratitud, y si el gitano desmerece lo que él hizo, el ángel decidió que será preferible dedicarse al exterminio de todo pueblo acusador que se crea elegido. Y eso haría en el campo de Birkenau, ya qie su jefe, SS-Standortarzt Eduard Wirths, se lo permite.

Recuerda cuando todavía era El Angel blanco, no sangriento: Der weiße Engel. En sólo 21 meses, ya no fue tal por su comportamiento. A cada paso, se desmereció con sus faenas. «Son esos gitanos mis mayores críticos; pero yo soy el poder y ellos la escoria». Y, por lo menos, a 750 de sus gitanos y etnias infestadas le dio gas. Los envenenó; los quemó vivos. Y se obsesionó con la idea de las almas gemelas, ángeles blancos y negros dentro de los cuerpos, y se buscó a un judío Berthold Epstein, médico en almas de niñosa fin de buscar la norma del ángel para recrear la angelicidad verdadera, hombres perfectos. Los niños del Bloque Décimo tienen la angelicidad más clara y definida que el adulto. El interno ángel negro produce liliputienses, enanos infames como los Ovitz de Rumanía. Posiblemente, ángeles con esencia oscura, enanos teratológicos, y como Lilliput Troupe, éstos conspiran contra Der weiße Engel, «tu ángel blanco, tu radiancia, Mengele».

El esterllizó con químicos a las niñas y cambió unos ojos por otros. Y esperó, a partir de enanos, replasmar a dioses inmensos. E insertar en sí y en sus favorecidos las potencias de espíritus oscuros, esencias de poder que químicamente esos enanos han robado, casi todos gitanos de la Rumanía, gnomos, lujuriosos que se reproducen para seguir robando a los arios noreuropeos.

Antes que cayera el sistema que financió su agenda de tortura, se fue Auschwitz con sus secretos, se fue a la Baja Silesia; se unió a Hans Otto Kahler, también obsesionado con la biología herditaria y las batallas internas de ángeles y la prácyica de una higiene racial que es necesaria parar erradicarlos, de Auschwitz a Bohemia. Después que cayera el sistema que financió sus luchas contra demonios, enanos y gitanos del mundo, buscó a su amigo, uno que vive en Rosenheim, Bavaria, y éste, Hans Sedlmeier, lo ayudaría en la escapada, sólo por una vacuna contra el enanismo y la fealdad genética.

Y en Buenos Aires, lo esperaban otros ángeles, con vida próspera en un mundo de blancos, donde el indio ha sido exterminado. Allí lo vio Hans-Ulrich Rudel y Adolf Eichmann y compró un pedacito de slva impenetrable, que llamo la Finca Fadro, e hizo vacunas contra los ángeles feos y los complejos del hombre. Dicen que nadie podía, en aquellos años, confeccionar farmacéuticamente afrodisíacos tan potentes, esencia de sátiros enanos, que rumanos robaron al ángel blanco de los genes. El sí. Judíos perseguidores, de muchos países, buscaron a este ángel perdidizo; pero ya él olía a topo, a pequeña alimaña, tragada por la tierra. Podía llevarse diez hembras argentinas y paraguayas, tomarlas como esclavas sexuales, seducirlas como hizo con Marta, viuda de su hermano más joven. Enseñaría las artes del aborto ilícito. Tendría hijos con diez diferentes colores en los ojos.

... mas irse de la Argentina (sería en la fecha de la captura de Eichmann por la Mossad israelí en Buenos Aires), provocó su olor a pánico. Y se fue al Paraguay, donde lo protegería el dictador Alfredo Stroessner y, en las faldas de la colonia de Hohenau, al norte Encarnación e Itapúa, hizo un agujero en tierra. Volvió a ser asura, o topo, ángel subterráneo y perdidizo. Cuarenta años se llevaría la tarea de encontarrle. El era el más oscuro. Todesengel.

Lo hallaron expertos, enviados desde Sao Paulo, Brasil. Hallazgo de los huesos y dijeron que habría muerto en 1979. Y no era cierto. Mengele los observó, transformando en topo una vez que vio cómo excavaron su supuesta osamenta humana. El secreto anhelado de la angelicidad quedó intacto. Todesengel es ángel por entero y parece la vida descrita como soplo. Como neuma. Como cita mal recordada y reverbalizada de una memoria del pasado. En la rama alta de un árbol, observa cómo engañan las transformaciones y han pasado cuarenta años.


09-12-2001 / Leyendas históricas y cuentos colora'os
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MIS CUENTOS:
El Pueblo en sombras / Cecilio el desobediente / El perro que enamoraba las hormigas / En ArgenPress / La Carlita / El niño que conversa con las aves / El corazón del monstruo / La tentación de Marta / El milagro de Navidad / Memoria del ultraje de Floris / Los corajes de Rick / Reflexiones antes de la caída / El acto de Cobita / El Gringo de Cubero / El masoncito arrastra'o / Los tipos folclóricos de Pepino y la cultura popular e histórica / La capitaleña / Las goteras / El reloj orgánico: 92701 / Tres cuentos espíritas de López Dzur / Crecer bajo la Mano Protectora / microrrelato / Indice / Novela de tesis / pedagógica / 1. Preámbulo

Monday, June 21, 2010

Como si nada hubiera ocurrido / cuento


Cuando creyó que la noche había pasado sin incidentes, el policía, adormilado en su carro de patrullaje, se desperezó y observó varios zigzags en la marcha de un automóvil a lo lejos. Al verlo aproximarse, el patrullero le echó las luces y unas ruidosas alarmas. Iría por el conductor ebrio.

En medio de la oscuridad de aquella noche, a las 2:00 de la madrugada y para su asombro, descubrió que eran dos 'putasos simpáticos' y una adolescente, al parecer, ebria o dormida. El policía revisó el área con la rutina debida. Tomó datos. Hizo salir del auto a los varones. Alumbró el coche con una linterna, sin perder de vista a los sujetos a los que pidió calma y manos a la cabeza. Los retiró a 30 o más pies de distancia, donde detuvo su carro-patrullero. Y les agregó: «De rodillas».

Cuando ya, a solas, iluminó el interior del vehículo, se le fue el aliento. Allí encontró una hermosura. Una muchacha que dormía en despatarre, con una faldita tan corta que le miraba un alma azul como cielo de seda, y le movió la quijada para que despertara, o saber que no estaba muerta. Con una mano, sobaba aquellos muslos, sintiéndolos deliciosamente suaves a su tacto. La delicia se transmitía hasta los cojones y su verga crecía. No. El no quiere despertarla, sólo ponerla en una posición adecuada.

Allá, a 40 pies del auto detenido, al pie del carro de policíaco, con manos en sus cabezas, la pareja espera. Oyen las comunicaciones en clave entre detectives y policías. Aburrido asunto. Los detenidos se preguntan por qué tarda el guardia en su indagatoria. «¿No es mejor que comience por ellos y deje a la niña dormida?»

El policía fue visto cuando se pasó al asiento trasero. Es claro, pese a la distancia. «¿Y qué realmente buscará?» La niña está dormida. Los otros siguen allí. Los dos vestidos de mujer, con las manos en la cabeza.

«¿Y esta chamaquita dormida?», piensa alumbrándola en su rostro esta vez. Es linda. Viene dormida y su dedo examinador le indicó que ha sido lubricada. No es virgen. Ha de ser aprendiz de putilla.

Se ha despojado del cinto, con banqueta y revólver de reglamento, porque cree que tendrá su presita de pollo en estas oscuras y desérticas noches, rumbo a Las Vegas.

Ha tenido que reasomar la cabeza fuera del coche intervenido. Y gritar: «¡Manos a la cabeza! ¡Quietos y de rodillas, porque, si no disparo!» Les echó luz de su lámpara de mano. Allá, a cuarenta pie de distancia. ellos se preguntan: «¿Qué hablará con la muchacha?» No sabe que el patrullero, en realidad, habla a su agujero peludito. Ella duerme aún su zorra.

Allá, a cuarenta pies de distancia, no se puede ver que él tiene las nalgas al aire, y que, en espacio reducido, tras el asiento delantero, es un experto. Es un hombre alto, más corpulento que delgado; más panzón que ágil, mas sabe cómo se agita. Tiene alguna práctica, subiéndose mujeres a los güevos. Y él concluye que debe ser como el gallo, apresurar el brete, no perder de vista a los fulanos. Disimulo y deber que sean uno.

Los detenidos no querrán dar cuenta sobre el dinero que traen en sus bolsos. «Ojalá que la niña no hable lo que no debe y se ponga nerviosa!» No estaban en el Casino. Entregaron droga y les pagaron. Pueden registrar, si es lo que él hace, cada pulgada de escondite, cada espacio en el auto y no hallarán la mota, droga de ningún tipo. Los putos son afortunados, pero meditan: «¡Ese sospecha algo!

Reflexionan, si la niña es capaz de soltar indiscresiones, que ha sido pervertida desde los 15 años, por ejemplo, «ahora sí que nos refunden en la cárcel».

Por un poquito de coca que le ofrezcan a sus narices, la niña ha obedecido a su padre, el bujarrón de la esquina, quien le ha amañado. Su pareja trafica con kilos, con esa voz meliflua y gesto de tonteja que tiene. Están pensando sobre si conviene que se ofrezca una buena mordida, como se estila en México o «si éste yankee, gabacho al fin, resultará tan decente que no admita el soborno». Están cansados, soñolientos por un largo manejo y en la calle con ligeros vestidos, el frío se les cuela por debajo de las nalgas y es excesivo el pedido de tener las rodillas clavadas en un pizarral gravilloso.

«¡No aguanto más!», dijo uno que hizo carácter. Se puso en pie. Bajó las manos, apresuró el paso hacia el coche detenido, donde supone al policía aún al habla con la niña.

«¡Deténte!», alcanzó a verlo.

«Atiéndame. Estamos impacientes». Teme que haya revisado en su cartera que dejó, si bien recuerda, sobre el asiento trasero.

«¡Vuelva a la esquina!», ordena el policía.

«Salga a interrogarnos. Dénos la multa y acabemos con ésto».

«¡Vuelva a la esquina o le disparo!»

Insiste en que el patrullero salga. Lo correteé. Que haga algo. «Que deje de comer mierda con la nena». Se está orinando y tiene frío. Urge un cigarro y da señales que significan que lo pide.

Y, tan cercano es su asedio al policía, que lo observó pujando sus espasmos, semidesnudo y encima de la nena.

«¡Se cinga tu hija, amor!», gritó al marido.

La leche se le ha desbordado por el susto. Se derrama sobre sus grises pantalones del unforme.

«¡Vaya hasta mi patrulla! ¡Obedezca!», grita otra vez el policía, pero sus piernas parecen un flan. O mantequilla. La leche lo ha desbortando y es como un caballo caliente y tembloroso. Así le sale la voz, melindrosa y accidentada. Se ha corrido como un vil pendejo sobre sus rodillas y tiene que asumir que ha de levantarse, abotonarse los calzones, revestirse de abajo arriba, velozmente, y colocarse el cinto, la baqueta y el revólver. Y no olvidar la lámpara ni su libro de infracciones.

«Violaste una menor, policía! ¡Es mi hija!»

«Manos a la cabeza. ¡Los dos!»

Y sabe al fin del auto.

«¡Maldito criminal, policía delincuente!

Ahora camina a zancadas, de repente, con una mano en la pistola. Trae consigo el bolso de alguno. Ni siquiera rebuscó lo que contuvo. No ha indagado nada.

«Tenga su bolso. A lo mejor, un cigarro lo calma».

Comenzó anotar lo que juzgara la infracción. Que manejaban en estado de embriaguez. Puso la hora de su reloj en tal instante. Son tres los ebrios. Que la licencia está vencida y la foto no se parece a la persona para quien fue expedida. Que vio el auto zigzagueando.... y fue lo ultimo que les dijo al autorizar que tomaran sus documentos y pertenencias que puso sobre la tapa del motor de la patrulla.

«Eso no es todo. A nombre de quien me expida esa imfracción y multa, haré una demanda y querella explícita. Lo acusaré de violar a una niña», dijo un derenido.

«Y soy testigo. Ví lo que hizo».

«Menor que anda a estas horas, con dos homosexuales borrachos, con la boca olendo a alcohol y cigarro, no es vírgen».

«¡Pero se aprovechó!»

«Vayánse y no jodan porque los acabo a ti ros por resistencia al arresto y conspiración para agredirme y desacreditarme...»

«Se ha burlado de nosotros. Nos pide que nos vayamos para usted quedarse riendo».

«Rompa la infracción. Olvidemos todo. Desharé mi copia», dijo el policía como dando concesiones.

«Pero usted cometió un ultraje».

«Está intoxicada y, si es su hija, déjeme advertirle que su paternidad es irresponsable y que ambos le dan mal ejemplo». Para su mala suerte, como su hija, quien se queja es inmigrante indocumentado.

Y ante esta amenaza, se calmaron los ánimos. Antes de irse, la pareja corrió a revisar sus bolsos de mano. Se cercionaron que no tocó el dinero y el policía se dispuso a dejarlos ir como si nada hubiese ocurrido.

Y van cantando su buena suerte. «¡No nos robaron!»


22-09-2003
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