Monday, August 20, 2007

Los enjuiciadores

A mi hija Gabrielita

Damnant quod non intelligent: De Intitutione Oratoria, lib, X
Condenan lo que no entienden: M. F. Quintiliano, loc. cit.

It‘s so uninteresting to live without love!: Toni Morrison


Los definidores legales de inocencia
la primera tarea que se abrogaron fue decir
«la inocencia es asunto del que sabe».

Un niño no comprende la empatía.
¿Qué discierne del control de su amor y su alegría?
El y el mundo son como dos enemigos.

El no siente al culpable. El no se conecta a los delitos.
El no sabe de karmas privados.
Del quehacer inmundo y colectivo.
Acaba de nacer para el dolor y no lo entiende.
Puede que tenga un alma, pero no conoció el pasado
y apenas se figura su presente.
Un niño es tonto y ciego.
A veces se comporta como un gato y es casi igual,
salvando la distancias, que un perro.

2.


El enjuiciador dice que el niño es una tábula rasa.
Un pichón en el nido. No sabe a quién agrada.
No discierne a quién comienza a amar.
No se puede proteger con sus sonrisas.
No puede esquivar a quien lo tienta. O lo agrede.
No se sabe comportar, si es tu olor, tu voz,
tu calidez lo que le encantan.
Fácilmente depredable es el niño.

El experto en niños, sabihondo en inocencias,
lo primero que comunica a los progenitores
es… «Esconde el niño»; o es mejor que lo tires
contra una peña y lo desnuques, antes que conozca
a los extraños. Posiblemente, los rechazará,
pero porque él no sabe de rencor, no es todavía astuto.

Y los enjuiciadores van a creerlo y los jurados,
por igual, dirán a coro: «Ha nacido sólo para el sabor
de la teta de su madre, no querrá que nadie
lo abrace, no se lanzará a otro beso que ofrezca
bienvenida»,
¡ay! que los niños son distanciadores.
Son tránsfugas, siempre huyen, no necesitan
a nadie. Con sus padres les sobra y les basta.

3.


Los expertos de la infancia alegan
que a la vista de una palabra pervertida se retiran.
Hasta el color de la piel al niño exilia del alcance.
La semilla de su recelo es el olor de quien se acerca.

Una mano tosca que le acaricie la tez,
unos dientes sucios, una boca desdentada,
son como el asco. Evítalos, criminal. Aléjate.
Prácticamente, a los niños se les educará
para que sean prohibidos y no los mire nadie.

Aunque creen que saben demasiado sobre el amor
del niño, los expertos aseguran que él ha nacido
para vivirse solo, obsequiado cuando es
biológicamente vulnerable, incapaz de ganarse
el bocado de alimento, o la cuna en que duerme.

«Van a crecer hermosos», predicen.
Entonces, autorizan a que se asigne un nombre,
«Mi hijo», «el que es Mío», «el que no pertenecerá
a Ninguno, ni a sí mismo, hasta que cumpla
su edad apropiada, 18»
y la Ley ofrezca para él
su derecho de irse, y hacerse un militar de la patria,
«todo lo que puedas ser, lo puedes en el ARMY».
Si es mujer, la princesita de la casa, a casarse,
a parir, a tener otros hijos, o su príncipe azul lleno de $$$.

4.

Los enjuiciadores, por de pronto, demandan:
Que patalée a gusto si el beso que lo ronda
proviene de un extraño; sí, niño, sé receloso,
sé ruidoso en tu casa, ármate de capricho,
golpea a quien tenga tu edad, tú no te dejes
(vamos a reirte las gracias y aplaudir tus perretas).
Si alguien se te acerca, más fuerte, más viejo,
huye. Escóndete debajo de la cama.
No te preocupes innecesariamente.
No emprendas nada. Vive la infancia.
No busques otredad. Te faltan años.

Y otros expertos entre expertos, regresan
a la carga: «Los niños no son, realmente, curiosos».
Su atención es deficitaria. Les falta la malicia.
Pocos años se la quitan. Las canónicas costumbres
bastan y sobran. No han nacido para ser
perdidizos, heroicos, autogestionadores.

En los fuegos cercanos de su leche, vivan.
Son como lombrices debajo del árbol de familia.
Son larvas encima de las hojas de rosales
con espinos que son los jefezuelos de la casa.

Nunca despiertan para ser otra cosa que la mariposa
atrapada en las ventanas. Los portales que de la calle
los protejen. Deben estar casi presos, vigilados.
Que sean, por de pronto, reos de quien le dijo:
«Mi hijo», «princesita de la casa», «pequeño,
todavía bueno para nada».


5.


Los niños son como los muertos
a los que sólo el alegato de quien se cree
su Señor, en el reino santo de la familia primaria,
les saca del sepulcro de sus vidas.

Los ángeles que vienen a procurar sus crisálidas
son mensajes oficiales de su mundo que se opone
al complot homicida de los pedófilos, demonios
de penumbras, avispones de ultraje, seductores
de la narcomanía, mujeres golpeadoras, educadoras
de mala leche y mala pata. ¡Cuídate, niño!

La maldad de mundo comienza desde que germinas
como feto y tu madre visita algún hombre
que no fue tu padre y con él se da una revolcada
y una Coke, con su ron, ebrios de lujuria,
pero, maldiciendo tu nombre.

En la resuelta madrugada de tus juventudes,
tal vez tengas un niño; pero a todo aquel que venga
a verlo no susurres, ni en ausencia de él ni en su presencia,
que un niño es como la paloma, manso,
no le llames gorrión por lo ruidoso,
no lo instruyas con nada que haya sido normativa
o institione oratoria dicha por los conocedores.

3-9-1988 / Del libro Las zonas del carácter

1 comment:

Anonymous said...

el tema es complicado

los adultos que somos padres no por eso recuperamos la inocencia, y eso que en el texto se llama maldad del mundo siempre está ahí

quizá no sea tal ni tanta maldad

amor