Thursday, July 31, 2008

La palabra mágica y poética




«La poesía se sitúa no en el orden de la repetición sino del acontecimiento. Implica una renovación del lenguaje que a, su turno, significa una (re)creación de la realidad»: Gonzalo Portocarrero


El habla cotidiana hace a muchos mudos, sordos, caducables.
El lenguaje a veces es vacío. Llena los ojos
con letras, atasca los oídos con sonidos, da señales
que jamás obedeces. Es un desgaste
de tiempo y de retornos que al alma nada llevan.
Poco nutren.

Por el contrario, la palabra huye
de la esclavitud del referente.
Se desata del concepto puramente figurativo
de los signos; se desafana de las mentalidades
que son ruido y jeringoza de la tradición
metafísico-representativa.

A su vez, la palabra siempre es un milagro.
Es un pezón lactativo. Es una coincidencia mágica.
Te abre, te sorprende, te interseca y te percibes
por ella nombrado, conocido, interactuante.

Una palabra tiene que ser un abrazo,
solícita convocatoria de un espejo,
un verte-siendo-uno-con-otro.
Ante la palabra nunca te sientes mudo,
nunca de te sientes sordo. Tú con ella aconteces.

Ella mata las soledades y te muestra un tañido
y, a lo lejos, una voz de campanario
y un refugio y un hallazgo y una compañía.

Así son las palabras cuando son significados esenciales
y no sólo nexos entre cosas. Encadenamientos.
Así los poemas, verbos en el otero de la visión fundante
donde la voz se vuelve obra y el mundo existe
antes que las cosas, burdas cosas del habla
y las designaciones, posdichas con desprecio del Ser.

«Lo que dura lo fundan los poetas»: ser-lenguaje,
¿no es cierto, Hölderin? Y el ser no es otra cosa
que su darse cuando el evento, del ser y del lenguaje,
es uno sólo y sincero, recíproco, unitario.

3-12-2002 / Del libro «Heideggerianas»

Los vecinos hostiles

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