No dudo que la guerra sea un instrumento
de la muerte y el crimen; complicidad para el desastre.
Lo que debato es que haya que llamarla una política,
doctrina útil, disciplina o acción al servicio del Estado,
¿qué servicio al Estado aporta que tantos hombres
mueran, tan rivalizados, tan prestos a matarse?
¿Qué racionalidad hay en organizar el destrozo de las vidas
y de lo materialmente construído, con trabajo?
La guerra es un desperdicio del tiempo.
Una vulgar gesticulación de la obediencia.
Es lo más infame intelectual y materialmente
que sea posible al mundo como acto
antibiológico, contra natura, por su esencia.
Y, emocionalmente dicho, nada es más cruel
que la guerra. Nada más agresor contra la madre,
la viuda, el niño, un inocente cualquiera.
Joven o anciano, varón o hembra.
Inteligente o torpe.
A tal ejemplo de maldad militante, debe
designarse prostitución del espíritu,
la peor de las lujurias, fornicación
con la puta violencia.
Toda racionalización es palabra hueca.
Toda patriotería, retoricismo, sale sobrando.
La guerra es una sucesión de asesinatos.
Y es como llaga que carcome la vida.
Un Tao de la extinción, sendero de hienas.
Un soldado es como el hombre vacío, cuya alma
está enferma. Alguien que escribe en el libro
de la historia, con pulso de sangre y a cuchillo,
la extinción misma de su voluntad como individuo.
Como civilizado. Como ser pensante, si lo es.
Ser soldado significa: «Me aniquila la obediencia
al Estado. Visto el uniforme de mi obsolescencia.
Hoy al servir al Estado, me destruyo. Soy su esclavo».
09-11-2000 / El libro de la guerra
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Friday, October 24, 2008
Estado de esclavitud
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