Tuesday, February 03, 2009

La roca / 2. El poeta como Pigmalión


1. La roca

Evité, cuando la salud anduvo conmigo,
sacar voces de una roca quebradiza,
traicionera, porque son las voces del polvo
y voces que llevan al polvo
y no conducen a ninguna parte.
Quise ser duro y duras son
las voces de muerte. Voces en alforja
de la muerte. En costal de la muerte.
Voces en el sobrante del solo Pigmalión
que cincela en mármol la estatua fría
de un cadáver femenino,
el hermoso sueño si la pieza viviera,
su esposa. Su razón de vida.
Su dicha. Su Reposo.

Yo no dí esas voces. No suplico.
Muero, aunque estorbo y no quiero.
Me quité del medio cuanto pude. Evíté malas voces.
No las dije. No las repetí, se los juro. Las recogí
de caminos y las apresé [para que no escaparan]
porque son voces cancerígenas,
esencias que duelen y hay que disolverlas
con fuego, o con dolor del cuerpo.
Llevarlas al Averno, pero no darlas a nadie.

No me pregunten sobre esas voces
ni los textos que eché en el morral
del polvo y la hojarasca seca
que crece sobre las tumbas vacías.

No me pregunten sobre lamentos pigmaliónicos
ante la escultura hermosa y visualmente sin tacha;
pero sin vida. Ni de sus memorias, polvo de mármol,
esquirlas de marfil, voces de cincel, oh muerte,
tampoco me expliques. Ni me pidas que diga.
El cuerpo es lo más vulnerable
que tenemos y pocos saben que el cuerpo
es polvo. El canto verdadero, lo que merece
que se cante es la vida. Los avatares
del cuerpo no lo son y mi mérito:
miseria es que callo y no distribuyo.

Para que no existan más, los puse
en un gaznate de fuego y gritaron al deshacerse,
callándose, como esencias de Karma
y gigantes saturninos submersos o tragados
con el vapor de la aridez y quemaduras.

Las voces mías en su momento oportuno
no tendrán siquiera el cuerpo como tumba;
yo soy, con mis voces lastimadas,
parte del fuego purificador.
Yo, en el estómago del Tiempo.
quise este oficio y es mi mejor amor.

Pigmalión, ¿crees que tú y yo,
incubamos algo? ¿O somos distintos?
¿Podría invocar Vida? ... porque tengo
una estatua muerta que me mira
y no soy feliz con ella.

2. El poeta como Pigmalión

Escribí para los días cuando el dolor
es grande y el vivir cuesta y estoy solo.
Asqueado estuve ante el mundo de fieras,
con sus guerras sociales y su vecina temeridad.

Por eso quise ser parte del fuego.
Es más fácil querer a la muerte que deslinda
que querer este mundo que humilla
y te quita el sustento, máxime cuando estás
triste, enfermo, hecho voz de hoja seca.

Ahora que ninguno tuvo tiempo que dar
a la tarea de saber si soy el autor
de algún próvido utensilio, o de una canción,
sin Momemtum, sin gloria, escribo
que lo mejor de mí será parte del fuego.

Hoja quemada lo mejor de mí.
hoja recogida y sepulta en el morral
de fuego, lo mejor de mí.

Yo me ví como cuerpo de fuego
cuando cantaba, vibrando de amor,
el poema de mi oficio y mi fe.

Entonces sí... dije mis perdones, salvo
alguna que otra cosilla y evité ser duro.
Todavía tengo el tiempo de quemar
las palabras de polvo. Residuos.
Sobre un cadáver de emociones y su imagen
decadente de mundo, echo la cal que puedo
y evito los recuerdos saprógenos.

3. El día que cambia todo

¡Qué bueno que haya dicho tan poco!
mi tiempo de vida en dolor,
apenas esbozada,
mi tiempo en la miseria del mundo,
tan diverso. Es mejor ser fuego que ser polvo.

Digo que no tuve privilegios, que no dejé
un patrimonio ni conocí la felicidad
ni su abundancia, sólo probaditas miserables.
Mi cuerpo no fue el mejor de los cuerpos.
Lo consolé lo que pude, así consuelo.
Lo que se puede, sin ser él.
Llevarlo en un morral al fuego
es lo mejor de mí.

En los textos sobrevivientes dejo la confesión:
Soy el consolador no consolado,
el guerrero en las sombras.
Esto es más que suficiente para quienes
no han querido sufrir ni conmigo ni con nadie.

Este día lo cambia todo.
Puede que sea una señal de todo el amor entregado
o todo el sufrimiento que acumulé de una vez.
Este día no tiene sistema ni predicción.

Puede que sea el último día y que mi hablante
sea el duro, sin perdones, porque la ternura
se acaba cuando un cáncer sus agujas
clava en las collejas, busca el nervio
donde exista el odio más extenso
y abre la boca para que grites mucho menos
de tu amor que de la meralgia viva...

4.

... pero les recuerdo, casi nunca fui así;
yo escribí con pasión, con fuego vivo,
sublimes cosas; no te olvidé, Amor,
tu belleza estuvo conmigo.
No te olvidé, cuerpo mío,
te dije Amigo y te dí algo de espacio
y de mi poco tiempo.

Aunque la justicia faltara en un mundo de guerra,
hambre, opresión, genocidio; yo me dolía
por conocer la esperanza y la solidaridad
y esa canción fue dulce, persuasiva,
con dialéctica de optimidad posible
y redes de tantra y Teth, pero...
en vida soy mundano, soy un listillo presuntuoso
y sólo la muerte deslinda y limpia de veras
el grano de la paja. Tengo que decirte
que no eras la vida, cuerpo. Mi vida fue otra
y lo supe, tú eras sólo un amigo,
un amigo de paso, que un día recogería
para el fuego y la disolución y el polvo.

Desde donde mi serpiente ígnea y el Anciano
de los días se incidiera, escribí y canté al útero oculto
que dará buena semilla... No lo dudo.
Pero este día, este día de hoy,
lo cambia todo.
La voz se ausentará,
la voz se cansa externamente
y ha de querer estar sola
para que nadie pregunte ni diga nada.
Hay días de escisión que vienen
a su tiempo. Este es el día
que el fuego aparece apagado
y la angustia misma es mi dios.

Ya es tarde para quien escribe y va derecho
a morir, porque el dolor le dijo que ¡Basta!
Escribí como el valiente en el mundo de fieras
pero puede que éste sea el último poema.
Mucho tengo que echar al fuego
pero no lo puedo encender.
Mis dedos están crujiendo
y es mi propio espíritu el que quema.

5.

¡Qué importa que algo quedara sin decir!
Dígaseme adiós ante una vela encendida.
Eso basta. Digan que yo odiaba el polvo.
Encendía mis propios fuegos
hasta que el cáncer puso la muerte
en mis dedos y me apagó la vida.

Uno muere cuando ya no quiere vivir
o ser tu amigo, cuerpo, y darte falsas ilusiones
para que te creas la Vida. No lo eres.
Y ya dí mi canción dulce, por años y años,
acuné tu imagen y, si no quise vivir,
alguna vez lo dije: «Ya no puedo ser útil»,
agoté mis mejores recursos, dí el servicio
(lo mucho o poco que pude, cuerpo Amigo)
y ya no queda nada, sino ascos de existencia
sin calidad, sin sueño, sin futuro
y a mi alrededor se colocan en necesidad
quienes amo. No es justo. No es la justicia
en que creo mi existencia en quebranto
sumando más miseria para todos,
para ellos, mi familia y, al fondo,
el mundo indiferente que posa
su mentiroso luto.

Y creen que me nombran
y no nombran al que soy; yo fui el que te dio
poesía, uno que otro servicio,
porque yo era tu amigo y los amigos
dicen adiós que esquirlan.

Entonces, enciendan ya la vela
y dígaseme: Carlos, véte. Te olvido.
Llévate la diabetes al carajo.
Llévate el cáncer lejos de nuestra vista.
Llévate la muerte donde a nadie moleste.
No nos traigas los tristes adeudos.
Tu muerte es costosa y fea.
Díle al Amigo y que los amigos
se despidan entre amigos.

6. Cómo invoqué por primera vez a Shaddai el Chai

Un día, cuya fecha olvidé y que hoy recuerdo,
porque estoy enfermo y quiero muerte,
confesé Tu Nombre, yo tu concupiscente, manido,
marranoide siervo que se entretuvo con evangelios
del goyyim, Tu nombre
de pandereta ruidosa, Tu Nombre
que oraliza e interpreta lenguas de ángeles,
curvas y aisladas fenomenologías
con sus necesidades jocosas, de escándalo,
Tu Nombre ante el cual se prohíbe el café
Donostia de Laurnaga Jaunarena y Labayen
y el Yaucono, que prohibido fue,
Tu Nombre que censura el cuajito
y el chorizo y que visitara La Lechonera,
a flor del único semáforo en Pepino,
aunque sea el ritual de las Fiestas Patronales.

Un día me sentí tan pobre que la Torah
me llenó de sed por las ofertas de Absoluto
y me quise morir y hacer renunciaciones.

Mucho quise dar por un pasaje
a la muerte, no por más vida ni perdones,
porr la Muerte. La Muerte…
porque Tú, con tus propias manos me mataras
y me dijeras a la cara todos mis fracasos.

Te invoqué a ciegas para que me dejara
sin gollate, más blando que la breva,
sin sarna que con gusto me pique,
sin espacio adunco, sin curvo tiempo
que me engañe... ¿Y qué sabía yo
de lo realmente harías conmigo?

7. Por un salto sublime

Donde tengo que ir yo sufro menos.
Por de pronto, la promesa es que allá
nada duele. Es un Allá sin huella.
Es allá de los Divinos que son más que misterio.
Son el Origen. La Canción sospechada.
Un hoy que es Eterno Presente.
Uno no es el hueso quebrado
ni el tensado músculo ni el gen
en guerra contra sí mismo.

Yo no he arribado allá ni aseguro
ni niego que allá se me espera.
Es un Allá de Fe que no desacredito.
Es que no sé mucho de Misterios de Energía
para vender por exiguas cosas de capricho
la afirmación rotunda.

Pero no habría querido morir
como recaudador de quejidos,
hijo de clavos hundidos en tu cuerpo
de cruz y madera crujiente.
Y no soy Cristo. Y no soy Nadie,
sólo un simple mortal del cáncer
y el dolor, un paciente
olvidado por el mundo. Sólo eso.

Siendo que, ya que me marcó
el polvo del desierto, tomaré mi imagen
del suelo y le susurraré cosas: aquí
estás, desgraciado amasijo de pesar,
revísate el azúcar, no sirvas a la miseria
de los glucagones; limpia tu piel,
con rosadez uniforme; respira el prana
y tén espíritu; acércate a quien da vida
y no la quita. Acércate a la verdadera esposa
que es a la que Afrodita da aliento.

Es una esposa que Labán no entrega,
con engaño. No la entrega el mundo
con su cinismo protervo. Díle que sea Ella
la que te hunda en su abismo
y que olvide ella misma el común Olvido.
Atrévete al salto de la fe, apuéstalo
todo, hoy que no sirves para nada,
sino para ser la conducta del misterio.

Nadie tendrá respeto por tí si no saltas
de ese modo, como Kierkegaard
en pleno movimiento, como Hegel
o Schiller sublime. Cumple con el salto, Carlos.
Y olvídate del mundo tan cagado.

Donde tendré que morir es en la lástima
que me sobra por mí mismo y no es digna
de mí, porque anduve en la vida donde hay sed,
sed eterna, sed de historia, sed de todo
[yo que amaba el agua y más el vino].

Donde iré no hay ojos cansados
ni pierna hinchada ni dolor en los huesos;
donde voy no hay caras largas
esperando que digan que he muerto
o que la cuenta hospitalaria subirá
a muchos miles; no se venden tus cosas
para pagar las deudas; nadie hipoteca tu casa
ni la pierde; donde me toca descansar
llevaré mi dicha, el último contento.

8. Pigmalión y la perseverancia

Pigmalión, dáme ese invento de tus ojos
y tu tacto, esa mujer de mármol cincelado,
dáme tu trabajo de invocador,
tu ideal poético, tu profecía
sobre la muerte y el silencio,
el dolor de los hombres y los pueblos
en la Novena Esfera, dáme el existenciario
y lo que pones en el cautiverio del No lo Quiero
y No Sirve, yo te despertaré
donde todo es real y posible
y no existe la Necesidad ni el Tiempo.

9. Ya me duelen los dedos

¡Ya me duelen los dedos y el dolor interrumpe!
Dice: «¡Basta, basta! No escribas más.
Es suficiente. Ya no te esfuerces en agregar
la fecha de tu despedida. No dates,
no epocalices. No te vas aún».

Después de todo, nada de eso importa
donde te llevo. El mundo seguirá su curso.
El, en colectivo, no es como tú que perdonas.
Que crees en algún detalle; que con adornos
de amor y belleza te conmueves; con mensajes
de paz tirados al vacío, magias. En no adeudar
a ninguno se te halla en la dicha; pero...
aquí, donde aún estás, lo pierdes todo,
te cobran el aliento, un pedacito de espacio
que ocupes. Te cobran por la soledad dichosa
(que es tuya; pero como si te la dieran
ellos, los farsantes y chupasangre explotadores,
ellos la precian, la ponen en tus débitos).

Siempre deberás porque en el mundo
todo es breve y cíclico y nunca se termina de pagar.
Por eso ya no dates, no importa.
Quémalo todo, todo, todo,
hasta tu felicidad.

10.

La fecha se repite, se repite, se repite.
«¡Basta! Apresura la hora de irte.
Pídelo como Pigmalión cuando vio
su cadáver, hermoseado todavía
en una piedra. «¡Basta!

Te doy el mundo donde las fechas
no existen... Te regalo el mundo sin horas,
sin dolor, sin calendarios, el mundo
que es todos tus días, aún los pasados
pero sin los momentos de necesidad».

Sin necesidad, acaso se corrige
el mal cometido, ¿se puede? Estos errores
que son el resultado de no creerte adecuado,
idóneo, indispensable, ¿de veras se corrigen?

Ya no preguntes.
Es injusticia que perturba
y hay que seguir cargándola fuera
del mundo, como si fuera un cáncer
en el paraíso; mejor sepulta
lo que puedas contigo, mejor que se muera
el dolor de raíz y si eres raíz de tu dolor
comienza de nuevo, donde no hay necesidad
que es el mundo que te doy.

11. La gente que me gusta

Yo amo a mis semejantes.
No con amor simple y sentimentaloide,
sino con amor visionario,
a veces no presente ni directo,
sin aquí circunstancial.

Amo a gente que no conozco
y que ya no puedo conocer.
Y amo a otros que me asedian
con sus pequeñas agendas de simpatía
aunque yo ni agradezca ni me entere
que están ahí, babosos, inoportunos
con insolícitas ondas de ego-sintonía.
Se volvieron amigos o vecinos,
o compañeros de mi privada cercanía.

Yo amo y es bonito y llevadero
amar a todos, escuchar, sonreir,
joder a veces, tener motivo para todo y nada,
ser persona y no tener que ignorar
al que produce decepciones de fondo.

Eso sí. Hay gente que me gusta.
Gente con muchos ojos
que originan o proponen modelos de realidad
que no obtuve, ojos que ofrecen más que superficies
y zonas perspicuadas en lugares comunes.
Ojos que perciben y enseñan a percibir
lo que estuvo escondido, o encubierto
por aburridas secuencias de vulgar ver,
o traicionero ignorar.

Los visionarios me liberan
y ser libre es descansar,
respirar hondo a la esperanza.

Me gustan, además, los hombres y mujeres
que tienen muchas manos.
Ninguno es más generoso que ellos.
Son recursivos, fundadores y pioneros
de abundancia donde hubo penuria.
Palpan la dicha y la belleza
donde había insuficiencia y tormento.
Ellos acercan los sueños, los convierten
en materia prima para el taller más práctico.
Son tan inquietos que una mano perezosa
estorba si sólo mira, pero ¡qué bueno!
gente de muchas manos existe
y te contagian, cuando crees
que únicamente abrazan, o te palpan.

La praxis, con vívido entusiasmo,
es su labor inspiradora, su ajetreo.
Y no hay limitación ni minusvalía
que ellos no conviertan en proceso vivo,
en constancia productiva y desafío.

Me gustan los consoladores.
Son danzantes, hermosos, algunas son
como niñas de inocencia militante,
algunos son como ángeles materializados
que sacan lo mejor de cada instinto
y transmutan la coquetería, lo sensual,
lo exquisitamente insospechado, lo sublime.
Todos tienen un lenguaje de poesía.
Juegan con el porvenir y su latido y suenan
como campanas, vibrantes melodías,
mientras dulce, plácidamente, desprenden
del misterio una memoria perfectible.

También me gustan aquellos
y aquellas que ven más allá de las narices,
lo que aún estando tristes se inventan
la alegría, el aroma cotidiano del poder
sobre lo horrendo y lo marchito.
Son los primeros valientes por sus frases,
son las primeras optimistas voces
de lo alternativo
y, en conjunto, hombres y mujeres
como ellos me gustan,
sean niños o ancianos,
tengan o no, la edad o el tamaño o el color
de lo que quiero; me gustan
porque son diversos y adornan la vida
con múltiples verdades, con rigurosa
trama de vitalidad, con transparencia
de la común nobleza que se pierde
porque somos voluntariosos, caprichudos.

Quienes anuncian el triunfo son como ellos;
los que están en faena para
que no haya derrota
tienen las mismas virtudes.
Son sinceros sin ser ofensivos,
plácidos sin ser indiferentes y grises.

La gente que me gusta,
y que tiene muchos ojos, feroces manos,
alertas instintos, táctiles y auditivos,
con su genuina poesía, conspiran
contra el hoy inmóvil y el temor histórico
a ese pobre ayer descobijante,
siempre incompleto e incierto.

La gente que yo amo y me cautiva
tiene sed de porvenir, construye
su mañana, cree que la revolución
es esperanza, la utopía sentida
en carne y hueso,
la voluntad hecha verbo.


12. El dolor viene a hablarme

... estoy aquí, aún vivo, y el Dolor viene a hablarme,
me reprocha cuánto lo desafío, a él que me dice:
«¡Basta, basta!» basta y no te desveles,
basta y no escribas, basta y no fumes,
basta y deja el tabaco y el vino, basta
y cuida tu diabetes, la salud de tus ojos.

Basta y olvídate de las deudas; basta
y acuéstate y duerme; basta y muere
que el mundo no lo arreglas tú;
basta con ésto y con lo ésto, basta por causa
de la necesidad... mira que ya te duele el cuello,
y no haces caso, terco.

Ayer eran tus dedos,
y ¿cuál será mañana el desafío del obstinado?
... «sí, yo soy el que invento el futuro dolorosamente,
en vez de cesar» y la Muerte me lo dice,
el dolor se va con la muerte, con su fiel Basta...
Lo demás es la Maya, ella que es siempre
dolorosa y quita paz e incita la desobediencia.

¡Cómo has esperado el mundo que te doy!
Donde nadie engaña y no puedes tú
engañar, donde las ganas de amar
son mayores a esta vida del pordiosero
que se materializa, ofreciendo
lo que aparenta tener dueño cuando todo
está repartido, hasta la escasez.
No vale la pena ser mártir
y esperar que venga alguno y diga:
«Gracias». Vale más saber morir
y despedirse a tiempo; que seas tú
quien dé las gracias porque en el mundo
hay belleza, aunque no la puedas poseer,
en el mundo hay amor, aunque te hayas quedado
en mendicidad por un poco. Dá las gracias
antes que te sientas tan desengañado
que no veas y disputes tu paso
entre los vivos encarnados de tu tiempo.

13.

El mundo que te daré es para que compares
todo lo fiel que soy, como tu amiga, La Muerte.
Quiero que vengas a amarme desde él
porque donde estás la realidad es impura
como esa parte de tí que no me quiere,
que me rechaza, que tú delatas,
pero yo no te dí los ojos que tu desgastas,
yo tengo otra visión de los ojos,
yo no te dí los dedos,
yo tengo otra visión de los dedos,
yo no te dí la lengua,
yo tengo otra visión de la Palabra.

Indice


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