A Hepatía de Alejandría, asesinada por los monjes de la iglesia de San Cirilo de Jerusalén en el año 415
¡Qué orgulloso estoy de tí! Eres encantadora:
la belleza te hizo mujer. La curiosidad, memoria;
entusiasmo. Diosa en carne y hueso
que habla en la casa del maestro.
Todo te llama la atención, el cielo y el paso
de las horas, los colores y las penumbras,
ciclos de luna, el sol de la mañana clara,
la noche con estrellas. Constelaciones.
Todo lo exploraste porque tus ojos son grandes
y sueñan, en tres mundos, no sólo en lo aparente.
Tú miras las noosferas; tú, mi pequeña alumna;
oyente desde niña, sabia adolescente.
Mi voz, como alimento, te dio libros y conceptos;
tú, con perseverancia y atención, me das respeto.
Me sorprendes hondamente. Aprendo de tí
mientras te hablo. ¡Cómo me honras!
Es que yo he sido tu maestro.
2.
Todo lo meditas cuando ya duermo; tú escribes
libros propios y cartas, consultas mis pergaminos.
Ya nada puedo enseñarte; ya eres filósofa
y la ciencia brota de tu pensamiento y en el círculo
de Olimpiodoro, más notable eres que Filipón y Hierocles.
Ayer te hablé sobre árboles por esquivar tus temas.
Sociedad, política, fanatismo. Te hablaría de pájaros y ríos
como cuando eras niña y mi devoción fue tu dulzura
de trino, tu rumorosa risa, alegría de vivir. No fue posible.
Eres pagana, entusiasmada, te apasiona el mundo.
Eres empática, hija mía. Eres combativa.
Amarías más que yo a estos pueblos
canallescos, crédulos, explotados, bajo el yugo
de autócratas, dogmáticos, bestiales.
Pero comprende: estoy viejo y te quiero.
Conocí el Imperio de Bizancio y lo que Roma
hoy pretende con su catolicismo; debo advertirte mi visión
para que no te sorprenda, confiadamente,
la porfía y traición que se organiza y viene.
3.
¡Qué orgulloso estoy, Hipatía!
Tu sonrisa te embellece, tu risa canta
con la fuerza de tus convicciones; ¡qué feliz
que aprendas, hija amada! cuando el mundo
se ha tornado tenebroso, necio, intolerable,
y pocos son los observan los astros, pocos,
los que como tú, meditan los números,
esencia secuencial de lo que existe…
Anuncio a quien conozco que contigo ha renacido
la sabiduría en Alejandría; lo digo a todos,
con el orgullo de un padre que te admira
y lo han ofendido los secuaces de Teófilo.
Sinesio de Cirene, obispo de Ptolemaida,
y Oreste, por igual, tus alumnos gratos,
me dijeron que a todo neoplatánico
lo sacarán del pueblo; habrá violencia.
Que Cirilo, el Obispo, es fanático y te odia.
Te envidia, te ama y te odia a la vez.
Que te cuides de los cristianos
(ellos me han dicho). Que te lo diga, hija sabia
pues enemigos son y se acercan a escucharte
y sólo te espían. Te llaman, ¿lo supiste?
la bruja de los libros, la atea del platonismo,
neoplatónica, hereje venusina y nestoriana.
La ciudad no es como antes, tú sí sigues pagana.
Alejandría ha cambiado, se cristianiza y sin discernimiento.
El populacho se convence de que eres peligrosa,
demonio de pelo largo, bruja por tu conocimiento.
Han comenzado a acusarte de herejía.
Ha triunfado el catolicismo intolerante y pendenciero.
Comienza la tiniebla. Las ondas del Leteo.
Hija, adelante. Jamás te frenaré;
pero, cuida tus tratos. No son los monjes buenos.
Tengo miedo por tí; corazonadas. Me informaron
tus discípulos que, en secreto, contra tí
se conspira y el empeño es matarte.
12-8-1900 / «Estéticas mostrencas y vitales»
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Hipatía de Alejandría, nacida en el Siglo IV de la Era Cristiana, superó en sus conocimientos de Astronomía, Matemáticas, Oratoria y conocimiento de diferentes religiones, a su propio padre, Teón. Ella viajó a Atenas y a Roma siempre con el mismo afán de aprender y de enseñar. La casa de Hipatia se convirtió en un lugar de enseñanza donde acudían estudiantes de todas partes del mundo conocido, atraídos por su fama. Desafortunadamente, el fanatismo cristiano durante el Obispado en Alejandría de Cirilo hizo que se desacredita su sabiduría, se le acusara de bruja, idólatra y hereje, y se le asesinara por unos monjes católicos.
Los escritos de Juan Nikio, obispo de Egipto, cuenta la forma en que murió durante un tiempo en que hubo, por igual, matanzas de judíos por cristianos. En su ataque, «la golpearon, la desnudaron y la arrastraron por toda la ciudad hasta llegar a un templo llamado Cesáreo; allí continuaron con la tortura cortando su piel y su cuerpo con caracolas afiladas, hasta que murió». Finalmente, descuartizaron su cuerpo y lo quemaron.
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