Friday, October 15, 2010

Las juderías / novela / 1-15


1. Un klotz, o algo así como un pendejo...

El abuelo Benavito (Simón ben Abram) dio el triste título de «klotz» al pobrecito de Andrés, su hijo. Desde niño, Andrés tuvo historia de klotz, zaham y, aunque tuve una vaga idea sobre lo que con el término se significara, entendí que Andrés se hacía dignamente el desentendido. No se tomaba en serio la opinión ajena, ni aún la que viniera del Abuelo. Supo no mostrarse dolido, así decía que se podrá reir en sus caras cuando venga el tiempo de hacerlo. Me culpo de que yo no supe preguntar a Andrés: «¿De qué te acusan?»

Temía que me redujeran a lo mismo. Fui apegado a él.

Esta gente acusadora ha logrado (como éxitos humanos y materiales) más que yo (y tal vez más que él). Por de pronto, que sea Andrés el Tonto... Y Abuelo, por lo menos, vivió tiempos duros que soy el menos idóneo para imaginarlo. Puede que sea porque mis definiciones sobre la historia y la historiografía son inadecuadas y pobres. Ahora bien, cuando más cerca he estado de verme como ese payaso estúpido del que hablaran los amargados y resentidos de mi parentela paterna (hasta contra ellos mismos) fue por causa de algo que escribió mi padre, echando maldiciones:

_ Maldita sea la hora en que la conocí... [y fue cuando aprendí a ser rezongón, por preguntar a quién se maldice]
_ Que la devoren los perros como a Jezabel. [Sí, sí, ¿pero a quién?]
_ Maldita sea la redención y haz lo que te plazca.
_ Oye, gusano de Jacob, trafalmejo...
_ Estoy en las sínsoras del Seol.
_ Al carajo con los judíos comuñangas, caterva de cogiocas...
_ Has comenzado a comer cabalongas, gusano de Jacob...

Se necesitan muchos años para expiarnos en los entresijos de la historia concreta y, muchos más, para morder el silencio de Dios. Este año, con tales maldiciones, marcó el ateísmo de mi padre Abram. Este fue momento de deslindamiento y entre él y yo.

«¿A quién conocíste que la maldices?»

Siempre supuse que fue a mi madre. Tu esposa. Y, por igual, muchos años urgí como ella para perdonar y querer al padre que tuve, sin odiarlo como lo hice por momentos. El me dio materialmente todo lo que pudo y se espera. Bendecir con la palabra es un aprendizaje que se agradece y escarbar por qué no se bendice, por igual. He tratado de lograrlo, de adquirir ese conocimiento que me faltó y me marcó tan feamente.

Cuando dentro del cajoncito del poste tan sagrado que me enseñaron a besar como a los mezuzut, hallé escrita en su letra tan inconfundible, mensajes como los citados, me sentí el klotz ... yo, irremisiblemente, lloré. Pensé que se habían cerrado para siempre las puertas de comunicación, que sería el comienzo de mi tarea de transmutar mi admiración por antipatía y decepción. Estoy decepcionado de mi padre, hijo del santo Simonico ben Abram.

Me lastimó con sus maldiciones y él lo sabía. Para mí, la maldición suya contra mi madre (creyéndolo hombre justo, profeta al que yo me confiaría), me hería como puñalada y, cuando supe, que ni siquiera vaticinó en mí al gusano del abraxa, sino al perico de los palotes, al chango candongo, al trafalmejo, klotz, me sentí infecto como si comiera zeraim de basurales y cabalongas, junto con los puercos.

¡Padre, padre, por qué me abandonas!

Benditos aquellos quienes la Historia la aprendieron, sufriéndola, la vivieron en guerra y turbación contínua, pero terminaron como vencedores. Pobre de aquellos cuyas heridas son del alma, espiritus apagados, aunque no sean los tullidos, por heroicos y belicosos, que medran sin desgarraduras. Andrés fue andariego, viajero en medio de la guerra. Parece que infiltró muchos frentes de combate, sin fusil. Rara resistencia para que no se le juzgue entre los perdedores y, al final de cuentas, vino sin condecoraciones que mostrar. «Me podrán decir tonto, pero no cobarde», eso es una de las cosas que la familia admitió con él. Es valiente sin echar tiros, tiene siete vidas de gato.

A veces pienso que le piden demasiado a un judío simple, bueno, no tan sofisticado como esos europeístas, casados con rusas y holandesas. Andrés es nuestro solterito sefardí. Dice que los alemanes le caen en los cojones y se los parten; mejor no dar con ellos. No, él prefiere pasar por cobarde, aunque no sienta miedo, por bruto, aunque sea sabio y no pisar esas sinagogas, donde hay demasiado eslavismo sionista. Y galas leopoldinas...

En 1965, Andrés se quiso ir a España cuando supo que el Generalísimo Francisco Franco se reuniría con representantes de comunidades judías. Tenía mucha fe en ese proceso legitimizador de las comunidades. Sería como un nuevo Israel ibérico-sefardí, «pero en la tierra en que vivimos desde la Edad Media, por lo menos». Sara adoraba una casa que el tiempo truncara en Sevilla y Abram se la tuvo que comer, al final; fue refugio cuando tuvo que dejarlo todo en Cuba por exilarse voluntariamente y presumir el odio por Fidel Castro, que nunca lo molestara, y contra el colonialismo ruso-marxista triunfante... Ah, como se hartaba, tal comemierda, mi pobre papito.

Y, sin embargo, quería estar cerca de lo que llamaba la Fe. Pero le dijeron que eso de irse de una dictadura marxista, como la que Fidel Castro iniciara en Cuba, hacia una dictadura de fachos, son cosas de klotz. Similares. No es cambiar las cosas de raíz. Bobada inútil. España, como país, no merece que la semilla fértil que el judío representó vuelva a nacer en su suelo. Como país, se escupió en 1492 el rostro del judío y sus mentirosos conversos al expulsarlos. En 1966, se reconoció que un primer niño judío nació ese año en España desde aquella expulsión de 1492. Al tontico de Andres le habria gustado que fuese yo.

Mi padre, que no escribió sobre sí mismo y se alimentó con la angustia, me ha prohibido que escriba sobre los klotz de la familia y es la razón, por la que este documento ha sido redactado tantas veces como destruído y, por más que lo ocultara, él lo hallaba. Y no sé si lo pueda terminar, o reescribir de nuevo, por cuanto me dijo que, si lo hallara, lo vuelve a quemar. El lo busca. Lo rastrea. No puedo yo tener nada tan privado que él, irrespetuosamente, no persiga como inquisidor. El odia la memoria de judaísmo y de conversiones. Se hizo un ateo sin raíces.

Está viviendo en los linderos de sus propios tabúes y este documento es el tabú que me ha prohibido. Como a él le da vergüenza que haya klotz en la familia, por respeto a él, yo no puedo ser uno. En cierto modo, ésta es una enseñanza de mi padre, tal como yo la padezco. La enseñanza de la historia desenmascaradora y el miedo. Esforzarse en pensar, en posar de que reflexiono, es un dictum. Debo seguir alguna norma discursiva que me justifique. Es un reto si anhelo que yo valga algo ante sus ojos. Mamita es distinta. Como una abejita me dice: Ama y aprende, no te preocupes de la bobada de si eres o no exitoso axiomista, o si sales matasanos o mulero. Ser feliz es lo que importa en la vida.

¿Para qué sirve este acopio, arrasante e indeteniblemente futurístico de civilización, si lo interpretamos desde la desilusión cultural del pasado y el aspecto perspectivo de lo amenazador? Lo desafié y le dije: «Voy a forjar el retrato de la familia y lo que me digas lo pondré... y, siendo que eres la persona a quien mejor conozco, después de mi madre, sincérate. No me persigas ni persigas a los tuyos. Lo peor pasó y estamos vivos... «mira, si Fidel Castro no te gusta, véte a España, o sigue tu labor con los yanquis... Andrés, tu hermano, dice que tiene fe en Franco. Bueno por él, que se vuelva a comer las uvas que Espanya despreció. Estas uvas amargas del judío y las comunidades que una vez forjaron la Sefarad... En cuanto a usted, le haré justicia cuando no se la hagas y le citaré, tal como recuerdo que hablaste, hayas tenido o no la razón. Esta es la oportunidad de que me mire usted de frente».

Siempre he escrito con miedo de perderme por esta encrucijada agónica porque él no cree en la historia, sino en sus omisiones. Todo es feliz y éxito, si te alías con el bando que vence. Mas no puede ser feliz el hombre que yo conozco. «Es más infeliz que Andrés y eso mienta fracasos. Díme tus fracasos y te diré quién eres».

Sé que lo espiritual no se completa jamás, a menos que uno duerma a la carne y se salga por el ombligo y decida ser un animal sin los ojos abiertos. Este riesgo lo tengo atravesado; yo quiero rastrear la animalidad que me toca. Hacerlo antes de morir. ¿Se podrá, de veras, predecir algunas cosas? y hablar de tí, Abram, quien se cambia el nombre, pero es Abram sin vítores, a secas, aunque no le guste..

Ahora que recuerdo a Abram, mal subproducto de la Sueca, su imagen es la de un hombre afligido y contradictorio. Sin vuelta de hoja, pese a las grandes diferencias entre ambos, él me fraguó como hijo de su tristeza, que es la condena de la historia, o la tentación que es por ella, seguidas las definiciones con que pretendió que me instruyera. Lo recuerdo como si soñara con él. El murió ya.

Lo veo. Está lijando unas maderas con la que fabricará el primer tefilín, mi casillero, que colocará en la pared, al lado de la puerta del balcón esquinado, con salida a la calle Neptuno, que colinda con mi habitación.

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2. El tefilín: Alguna vez él tuvo fe...

Vivimos en La Habana vieja. La casa es enorme, de tres niveles, paredes anchas y fachada colonial. A mi casa la bautizaron como La Bodega de los Suecos.

Este recuerdo, sacado de lo profundo, trata de revelar que alguna vez Abram, el que se hace el sueco, el Abram decorado de ateísmo, tuvo fe. Me hizo un tefilín y eso es maravilloso. Mamá Sara sonrió al saberlo.

El tefilín no será visible, desde la calle, porque está en la segunda planta, protegido por la curva del pasamanos de la escalera interior o techada... Nadie puede verlo, sino el que entra a La Bodega por la puerta que nos corresponde y quien, en los pasillos de mi piso, se detiene a saber qué es tal tefilín..

«¡Qué importa!» El lija la madera con bejucos de carey y me instruye que cuide el tefilín como si fuera mi propio corazón, o mis pupilas. Que sea celoso con los trozos de Shema que pondrá dentro él. Insiste en que, para mí, exclusivamente, él lo fabrica. En este cajoncito, él representa el gran mandamiento de Deuteronomio 6:5, palabras que claman oye, Israel a lo que parece el Infinito Silencio y el traspaso visible de su comunión, como frontales entre tus ojos y cuanto yo lea los mensajes del tefilín, con la fidelidad que él espera, veré que en éste se contendrá la herencia que, de sus consejos y palabras, se supone que guardaré:

... y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas...

Para él, el Adversario, fuente de todos los males, padre de las desgracias, será por siempre la turbulencia del ser-en-el-mundo sin admitir la separación. El quiso que una plétora de historia, dicha por hombres con pre-definiciones, en la que soy espantajo y guajana al viento, me sirviera de guía y que yo la bebiera como mi sopa de lentejas. Lo confieso. Esta es la sopa que no he tragado por mi gusto. Este es el por qué escribo esta memoria, cuando ya no me queda ni padre ni madre que prohíba mis palabras.

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3. Hoy vino La Becerra

Mi padre fue un silencioso empedernido. Tenía sus tesoros de ternura y gracia escondidos, alma adentro, bajo la piel, aunque su aspecto fue de roca. Le tapiaron la lengua y del alma le dejaron sólo sus ojos fuera. ¡Sí, parece que él no tuvo su tefilín de alegría como frontales entre sus ojos y el mundo! No obstante, fue eminentemente atractivo, elocuente e inteligente. A duras penas, por hostil conmigo y lo fue según crecí y me le opuse, al evolucionar hacia la rebeldía adolescente, yo a ratos lo admiraba.

Hoy mi padre está contento. Tal vez porque yo cumplo cinco años. Cierta señora que él llama, seguramente con ironía, La Becerra vendrá a la casa a enseñarme a leer y a escribir. Su esposo, cuando venga, me enseñará a leer el alfabeto hebreo; y noción discursiva / nusaj / en torno a algunas oraciones, las primeras que debo aprender para que cuando cumpla mis trece de edad, se me presente en la sinagoga de La Habana, se me apruebe en Bar Mitzba y se me ofrezcan estudios del Talmud... Mas, sin meditar mucho, me visualiza como galeno. Cree que me voy a inspirar cuando lea la traducida obra médica .Gérem hama alot ('Sustancia de los méritos') de Yehosua ha-Lorqí que Vidal Yosef ben Labí tradujo del hebreo al latin antes de su muerte en 1456.

A La Becerra me sugiere que la impresione, desde ya, con mi conocimiento sobre el esqueleto humano. Su biblioteca particular (él es médico, con cierta reputación y exclusiva clientela en La Habana) nos dará la privacidad y comodidad que necesitamos. La maestra Becerra tendrá que habituarse a la visión de la calavera. Está colocada al lado de su escritorio sobre un taburete. La Huesuda parece una marioneta, porque un cordel atado al cráneo y conectado al techo la sostiene en pie.

Hace dos años, yo perdí el miedo a verla porque él, sentándome en sus rodillas, me enseñó que es el juguete más interesante para los sabios. Y para der Arzt, el que ha de ser médico.

«¿Y ella tendrá miedo si la ve?», pregunté. Levanté una patica al esqueleto que roza al taburete.

«No creo; pero tú indícale que sabes el nombre de cada hueso».

«¿Sí?», asentí.

El tefillin fue el único regalo que me dió, el primero de septiembre de 1955. No festejamos con otra ceremonia. Con los años, comprendí que su primogénito, murió en fecha previa a mi nacimiento, es decir, el mismo día y mes, años antes. Y nunca habló de él... Tuvo ésto como señal, yo no sé de qué... Por esta razón, nunca se hizo fiesta en los días en que yo la esperaba y su tristeza impregnaría cada rememoración durante mi onomástico.

Entonces, sospeché que su apacible contento no se debía al plan de celebrar mi cumpleaños únicamente, sino a otras llamadas que recibía. Un telefonazo lo interrumpió en su tarea artesanal y él, al responder, se contactó con alguien que no sé quién pudo ser. Platicó en alemán por largo rato.

Ese año, el Tratado de Viena restauró la independencia de Austria y tal asunto le interesaría más que lo yo podría imaginar, a la edad que tenía. Con el tiempo, él halló las alegorías necesarias para decirme el por qué. Por lo menos, él querría comunicarme, al yo alcanzar la edad apropiada: que debo aprender a cruzar la raya hacia el bando de la honra y revertir el orden de la dialéctica.

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4. «¿De qué rayos o rayas me hablas, padre?»

Mucho sobre lo que supe sobre Abram durante mi niñez no fue dicho en palabras; no fue escuchado del modo habitual; pero lo comprendí, investigándolo concienzudamente. Yo, por mi cuenta, invertí los órdenes dialécticos a los que fié mi credulidad y mi padre tuvo razón: había sido hegeliano, lleno de gesticulaciones, sin saberlo, y me costaría ser parte de los Trece de la Fama. E inclusive me costaría enseñar a cantar al pájaro, al Dios de Abraham cuando viniera a mí, con sus múltiples formas de sabiduría.

«Un día te diré sobre los Trece de la Fama», me dijo.

«¿Cuándo?»

El Dios panteístico / sin rostros humanos / de sus rituales, en el fondo de mi corazón, me daba miedo.

Ni siquiera fue él quien me dijo el significado de los trece de la fama y la raya marcada por Francisco Pizarro. No me habló de las siete lámparas de Leopoldo. En realidad, casi no me hablaría sobre nada, a pesar de lo mucho que tenía que contarme y que prometía que me diría para que yo aprendiera a juzgar a los hechos en la plenitud de su contexto. ¡Tan fácil que habría sido, si me dijera, lo que yo quería saber sin tantas alegorías! Yo estaba ferozmente en espera de estímulos para amarlo y él... a cada paso, presto a colocar mi vida en el tablero para señalar mis faltas.

Leopoldo, el ingeniero, se fue a San Antonio, Texas, y lo dejó con el desafío de cruzar una raya, que él cruzó a su modo, cuando quiso. En mi casillero, con cierto dolor, dijo que Leopoldo, a la postre, fue traidor. El que mandó a sus hijos a la guerra.

En el tefilín, él dejó, además de trozos del Shema y las bendiciones diarias del Shemoneh Esrech, las mejores evidencias de su temperamento. ¡Muy oscuro, tanto que cuando se me hablaba sobre Leopoldo A Oscuras, yo creía que era una alusión sarcástica a mi padre! ¡Mas cuidado ¡Tijeretas han de ser!

Abram, el Ocultador, el que todo lo omite, fue el nombre que le dí. El Hermético, así le decía.

Y él supo que el sol tramonta en la campiña y, entonces, con la puesta de sol de los viernes hasta la puesta de sol de los sábados, bajo un árbol de tamarindo, él molía las penumbras en un almírez. Comía, por cierto, una ración de almendras y bebía un buche de agua. Fue frugal y digno. Lo fue. Sus manos fueron hábiles, fuertes y calientes. Su paso fue tan ligero y ágil, que nunca caminamos juntos ni al compás. El marcó los rumbos, empero. Yo, como corderito, a ciegas, lo seguía y repetía cada pisada que él dejara sobre tales senderos que, despreciativamente, han sido llamados judiadas.

En el lenguaje de los gentiles, tal vez significaría que nunca dejaremos de ser gusanos, gente de segunda, piojos de la Humanidad, y cada torpeza nuestra sería motivo para burla y escarnio. Con su ligereza al caminar y yo siempre a la zaga, él me comunicaba que yo tendría que luchar para gozar el triunfo sobre la separación, si yo le amaba. El no me bendeciría sin yo colocarme a su lado. El tendría que ser mi amparo, mi ejemplo, en las tierras ajenas, donde se camina sin Dios. Mas aquel verdadero Abram, de Dios fue amigo y caminó con El.

Este Abram no era dios ni era Abram que yo esperaba. Sólo un hombre que imponía condiciones para darme su amor. Y por ser tan condicional y por saber yo que su contexto configuró una zorra con dos rabos,
Göffer und Menschen, el zorro mundo de dioses y hombres, pregunté:

«¿Con quién caminaré yo? ¿Podré ser amigo de mi padre?», siempre le daba la oportunidad de volcarse en el mundo de los hechos, de reducir a un valor práctico su noción de divinidad y de Juicio Celestial, das Himmelgericht.

En 1963, yo prometí a mi abuela, y al tío Andrés que, pese a salir de Cuba, tras la Revolución, de teja arriba, es decir, contando con el Dios silencioso e invisible, guardaría el linaje de mi separación, según había aprendido entre los míos. Nos fuimos a España. Esa era la ilusión de Andrés, el crédulo, enterado que ya Franco da el permiso para que se dialogue sobre la presencia legitimadora de judíos en España. «Ya no seremos sospechosos de ser manos negras o agentes de anarquistas o nihilistas rusos».

Al fin de cuentas, Abram se arriesgó a ungirme y me llevó ante Su Celo («die Ahnfrau der Schweiz») y ante Andrés, judíos por gracia de la tradición, únicos entre aquellos que sobrevieron al Dr. Simón («Benavito») ben Abram Sbarbí , mi abuelo, y al padre de éste, Ruy, el rabino de Ceiba Mocha, y al Dr. Moritz Abram Matías y a la austríaca María Lecsinka y, sobre todo, a los venerados sardones, el boticario Gregorio que, en 1848, trajo la fe del Shema a Cárdenas y Matanzas.

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5. Abram, el racionalizador, y Sara, la alborotosa

Antes del primer cuatrenio de Fulgencio Batista, Abram trajo a La Habana a una mujer de escándalo, otra judía luminosa. Precisamente, sobre ésta fue quien dijo, «maldita sea la hora en que la conocí». Ah, sí... Sara de Riga, a quien amé más que a él y me pregunté el por qué dijo así y la maldijo, sin que yo hallara nada que lo justificara. «¡Ay, Sara, cómo te amé! que deshonro a mi padre con el pensamiento».

Ella fue como yo... y sí que murió con la boca abierta. Bien cumplida y relamida de vivir. No que haya sido lenguaraz; pero soltó sus palabrotas cuando al alma suya le sobró ápice y canto. Decía al pan pan y al vino, vino. Tenía mucha luz dentro de su alma y le salía por los poros en forma de belleza y en tómate ésta y vuelve por la otra.

Una mujer tan hermosa, como la abuela, o Paquira, la del negro, que hicieron de cada aldea una olla de cohetes. Todos se atagallaban por tenerlas; pero mi madre, en particular, fue como la Fuente de Capadocia, consagrada a Zeus. Para el perjuro que se bañaba en tal fuente, las aguas serían nocivas; para el justo, sus aguas buenas. Así era el amor de Sara, bueno para el que llevara un príncipe en los huesos. Y en mi padre halló su príncipe, creyó ella, y, en la tierra de Gerar, tan poblada de trápalas, a nadie más.

Sólo se besa la boca de los sapos cuando se está fuera del Seno de Abraham; pero, Sara besó la boca de mi padre Abram en vida, ninguna otra, y él fue su príncipe hasta el final de sus días. Y, conste, él besó a otras ranas, menos nobles que ella. El fue débil. Muchas máscaras pudieron más que él... aunque yo no le culpo por éso. Fue mi madre quien me dijo que él cedió a la carne y lo dañador de los espíritus malignos (masick, Ruack Roah) y pecó con fornicación. «No sufras. Yo lo perdoné», agregó.

En realidad, él no bailó la titundia en aquella Vieja Habana de carnavales y humo de mabingas. Aunque le faltó el apoyo de Leopoldo de quien él esperaba un empujón! ¡Quiso ver en él un consejero, mas su primo y cuñado se escabulló! Mi padre se quedó solo, sin consejo de los sabios de Sión. Y se debe a que no exprimió de Benavito la riqueza que había en él. Conocimiento que él tenía para su hijo y que, en cambio, había compartido con gente que lo mereció menos; pero que lo adivinaba. Es triste adquirir, por segundas y terceras manos, lo que un padre o un abuelo tiene para su prole de honra. Honra a tu padre y a tu madre para que tus días se alarguen en la tierra, amén. Selah.

Las debilidades de mi padre fueron por excepción. Posiblemente, ante mis ojos, lo desfiguró ser demasiado introspectivo y desconfiado. Lo comprendo. A su manera, pretendió ser honesto. ¡Por vida mía! ¿Qué de malo hay en preguntar y parecer idiota y klotz, si lo que se ha de adquirir es tan inmenso? Muchas veces, él tuvo que recular con su verdad. Total, por no atreverse a escuchar que otros son capaces de confirmaciones...

Por su cuenta, mi padre racionalizaba hasta la más subjetiva auto-justificación. Para el pueblo infiel, según me dijo, la realidad se esconde. Esto pudiera ser falso, pero, él insistía: «La gente confunde la acción con el ruido; mira de la realidad sólo en sus superficies, sin observar plenamente, en su infinita red de estructuras y conexiones», me dijo. Los hombres son trapaleros y, de cada tema que a la realidad representa, toman par de greñas y las festejan como cimientos para sus estúpidas creencias. Reducen el todo a segmento. No miran más allá de sus narices. Toman el grano por paja. Ni hay ni habrá, que no sea Dios, quien los saque del error.

Para Abram, el racionalizador, el diablo hizo las superficies. Los que andamos con Dios, dijo él, «somos iniciadores», hijos de la actividad constante, la Roca que arde para siempre. Y del fuego de la Voluntad que nos redime depende la solidez de nuestras vidas.

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6. El fantasma del abuelo

Mi abuelo murió en 1940, a los 65 años y. mucho antes, con su mujer Alicia planeó mudarse a La Habana. Mi padre Abram nació, accidentalmente, en Matanzas y, a poco tiempo de su nacimiento, Benavito, su padre, volvió a La Habana. En la misma casa que el abuelo compró para Alicia, hija de Paquira, y que ella no quiso, papá se fue a vivir y a conocer el fantasma del Viejo (que tenía muchos y, yo por poeta, podía verlos)..

Los fantasmas me hacían escarbar cosas para que yo conociera lo que se me ocultara. Metía mis narices en baúles viejos, inducido por voces y consejos del fantasma Viejo de Benavito. Y supe que, después de unos años en La Habana, decidió irse a Baltimore, sin su mujer, en la postguerra. Antes se mudó con los hijos que el Dr. Otilio Matías de Neves trajo de Suiza, en tiempos de la guerra. De Benavito supe de cada vez que buscó otra mujer, ya que andaba en palmas y se le quería entre los Israeliten de La Habana. Debió ser un hombre al que se le perdonaba todo y se le confiaron favores porque habla muchos idiomas y le gustaban los viajes. La princesa final y su corona para dias de Shejiná glorioso con mujer fue Malká, La Sueca, la Reina, la pintora Arjau, con aire aristocratizado, que la diferenciaba de mi madre que era esencialmente populista, con ancestro de conspiradores sociales.

Eran los tiempos de la crisis y la primera Guerra Mundial. Y hombres, como él, eran útiles a los políticos incompetentes. Los reclutaban. A él se le acercaron, de esos políticos y él los comparaba con la mujer que él abandonó, por juzgar a la ligera cosas muy importantes. Alicia, la mujer que abandonara, tenía la idea de que Santiago de Cuba sería el lugar más importante de la patria cubana ... por ahí, entrararían los americanos, alemanes, rusos... cualquiera sea el invasor que correspondiera al momento. Y ella estaba lista para recibirlos. Como los políticos vendepatrias. Estúpidamente, decía que las invasiones traen prosperidad y que le gustaba que ocurrieran.

Obviamente, Benavito le callaba: «¡Boca de curriche, no sabes lo que hablas!»

El Fantasma Viejo de él me habló con tristeza de la ciencia, en nombre de la cual se cometieron carnicerías mecanizadas, el asesinato en masa de los judíos. Desde su espectralidad, fue quien me hizo sentir que el Holocausto es cosa contemporánea, no algo de textos antiguos en la Torah y, sucesivamente, me habló sobre la quiebra del sistema parlamentario, el fin del liberalismo económico, la desesperanza y el miedo, hecho de los cuales hizo notas en libros, escritos por gente que llamaba Sabios. En cuanto a la Ciencia, decía que los verdaderos sabios no juzgan por la pinta de que ésta ofrezca la solución a todos los problemas del cielo y de la tierra. «El dichoso Arbol del Mal, si para algo ha servido es para Cebar el Cerdo del Estado, la concentración estatal y originar la crisis epistemológica que se vive, tirar la fe de sus cimientros con esta arrogancia que experimentamos». En fin, la ciencia se puso al servicio de la destrucción y de la muerte.

Ni había nacido yo cuando mi padre tenía su propia historia del alma («die Geschichte der Seele»). ¿Y qué culpa tuve que Benavito me dijera que me cuidara de mi propio padre? Vino fascinado con la Ciencia, desdeñoso de fe, y amando los ídolos del dinero, la comodidad y el prestigio; pero, quizás más klotz que el mismo Andrés, que siendo próspero, se las daba de pordiosero. «No instruí a ninguno a que fueran así», se quejó Benavito y me contó sobre las pisadas de ellos, antes y después de la Segunda Guerra Mundial. Como si las pisadas fuesen de tinta recargada sobre un papel de arroz, oigo la historia, cuando oigo las pisadas del Abuelo.

«En los días que viví, decenios del caos capitalista modernos, la economía financiera e industrial, surgió el movimiento socialista, con el que Andrés hizo migas. Era simple. No entendía que la máquina dejara beneficios; podía entender la ciencia; pero no que una máquina esclavizara al ser humano. El capitalismo que él y yo conocimos tenía endiosados a: la Ciencia y la Máquina... así, de ese sentimiento era Abram, el ocultador. Ya no recuerdo cuando dejó de cantar aquellas cosas que aprendimos en grupo. Jaschajah Baal hetschna - Eeel kanno Taf... scaddei, scaddei... La ayuda está en tí, Señor, que eres mi grande, celoso y benéfico Dios... ¡Dios todopoderoso, Dios todopoderoso!»

Abram llegó a leer a los utópicos, de Owen y Fourier a Saint-Simon y Marx. Y, en nombre de lo científico, rechazó la idea de la concentración del poder estatal mediante la ciencia y la economía, porque un gobierno científico, si de veras lo fuera, no haría éso. Los superestados, como las Torres de Babel, basados en la máquina esclavizadora y en la totalización, fracasan y oprimen al hombre».

Del regreso a La Habana, con Leopoldo, sólo las cartas y documentos de la familia dan cuenta. Andrés supo poco. Y se decía que Andrés no había sido circuncidado, como pide la Tradición y, peor aún, que se andaba en las cumbachas con los perros del mundo, sin hacer corro aparte y rehuir a los gentiles. Benavito no lo tenía en cuenta para nada y él tenía 23 años cuando el mentado Putsch reventó en Alemania.

Es más lo que se cuenta sobre el primogénito de los hijos de Otilio, éste que se llamó Leopoldo, que sobre Otilio mismo. No sé por qué mi padre Abram lo admiraba tanto, contrario a Benavito. «Leopoldo es la oscuridad de esta casa», solía decir el Abuelo. Quizás porque su hijo (Leopoldín fue el primero que murió en la Segunda Guerra), Abram lo consideró un héroe, como a veces él mismo, veterano también, se consideraba.

Para mi abuelo, el ingeniero Leopoldo (con quien coincidía en las ideas fundamentales) fracasó en su empeño de adoctrinar a muchos de quienes entraron en su contacto. Benavito fue uno. El abuelo repudió su politicismo de izquierda. Usó en su contra el término de moda en el Sur estadounidense, parlouer pinkos; pero, todavía añadía de su cosecha, sarcástica y demoledora, que el hijo de Otilio sería un sueco de mierda, cocoliche o tagarino, que podía pasar entre los sureños y los gentiles como uno de los suyos.

Y, entre la comunidad suya, Benavito tenía mucho poder. A Leopoldo lo excluyó del establecimiento judío. por ser demasiado blanco y desconocer el hebreo. Le designaba como khazar de Aaarhaus metido a farolero, donde no le llaman y cuando supo que, en New York, en 1924, se formó el Comité Judío para Cuba y que Leopoldo disertó, en apoyo al comité, él se fue al año siguiente, presentándose ante el mismo foro, a dar las conferencias de desquite, que no eran otra cosa que respuestas muy cargadas a lo dicho por el ingeniero, con propuestas más ortodoxas y, sobre todo, defensas a Gregorio López y lo que pudiera verse como su filosofía de la historia compartida.

Benavito tuvo más aguante que Otilio, el padre de Leopoldo y su suegro. Vivió más y matrimonió a Cristina, que era la mujer más linda de nuestra calle. El sector que, en La Habana Vieja, él aludía como imperio regido por la hermosura de Su Esposa cubría no sólo el Paseo del Prado, sino aquellas dos calles que iban hacia el Puerto de La Habana, la vía de Monserrate (donde los judíos tenían sus fábricas de costura) y Neptuno, que terminaba en El Malecón.

Ella fue llamada La Sueca y, en verdad, se conocieron antecedentes anti-judíos en su familia en Suiza. Se dijo sobre ésto en La Habana por maldad; pero, en cuanto su comportamiento, hubo que recordarla como la mujer más virtuosa entre las que el abuelo tuvo. Así la nombró él, con mucho orgullo: «Einer tugenhafte Frau», la Señora Virtuosa. El abuelo se huyó brevemente a Matanzas con su recién adquirida mujer. Dicen que le dió un poco de miedo la muerte de Leopoldo y que, a pesar del matrimonio, tuvo una etapa un tanto mística, en la que hizo intensos rezos en hebreo. En 1917, fue que Leopoldo se rejodió la jaba como habanero y se mudó, al año de llegar, por temor a la plaga de influenza y a la falta de trabajo y amor al derroche.

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7. Pero yo sé cosas de Andrés

Puede que, como se diga, Andrés era el tonto. El más ignorante entre aquellos ilistres... De hecho en 1931, terminó la vida de bordonero que Andrés se daba. A él se le vio desaparecer, siendo que se le consideraba un sonsacado de cualquiera. «Tu vida no es santa. Hasta comes carne de puerco». Por esos años '30, Andrés, el Loco, anduvo por España. Eran los días en que, segúmn sus palabras, «la monarquía regresó a Barcelona».

De las cosas que Andrés me contara: él se lo olió el fracaso de su socio. El tuvo una reunión con Novás Calvo, el socio gallego que había instruído para que comerciara con telas en Cuba, Venezuela y las Antillas Holandesas. En octubre de 1934, cuando una revuelta sacudió la capital catalana, él ya había tomado precauciones y arrombló con el dinero que tenía invertido, en exportaciones, para no salir mal librado y se regresó a Almelo, Holanda. «Nunca he sido tonto. Esos son cuentos, Abrancito», me dijo. Predeciblemente, por la intensa represión, sus negocios allá se vendrían abajo, si él no actuara astutamente. Lo hizo. Esta es la asombrosa osadía con que se le recuerda entre su parentela.

Para ese tiempo, Andrés, Leopoldín y Novás Calvo, formaron una trilogía de aventureros. Leopoldín por motivos políticos. Novás por amor al dinero y Andrés porque le gusta aprender por la vía de la aventura. Toma riesgos. Excita así su adrenalina y se sale con la suya. Nada fue, en la vida de Andrés, más peligroso que sus aventuras con Leopoldín. Se acuerda que Leopoldí tuvo vergüenza de presentarse ante su padre. Le botó dinerales en épocas de bastante miseria. El protegía una célula clandestina en Basilea para 1934. Célula de gente rojilla, antihitleriana y, en Munich, según supo, los agentes de Hitler asesinaron a Ernest Rohm, Heines y Schmidt, los más claves colaboradores de aquella célula, a las que Leopoldín apostó, canalizó y financió con parte de la fortuna de su padre. Creyó en la promoción del anarcosindicalismo y la CNT, dirigida por Joaquín Maurín, y nada había conseguido, sino que el Bloque Obrero rechazara los vínculos judíos que colaboraban. ¡Comunistas españoles gritaban abajo el sionismo!

El BOC catalán mandó un par de esbirros a matar al internacionalista de marras, «al pobre Leo». Nin y Maurín habían perdido el control del POUM. El último estaba en la cárcel y España, plagada de una guerra civil fratricida. Con el éxodo que provocaría la guerra civil española, se embarcó a Cuba de regreso. Leopoldín y Andrés se escondieron en el barrio Colón como dos ratas desesperadas, comidas de remordimientos y frustraciones. El único visitante que se permitían en el escondrijo de tal edificio fue el hombre que la mulatada del lugar llamaban Tu Monina Lino, con lo que aludían a Novás, el socio, y su bien vestida estampa.

«Les tengo noticias. Ya tengo oficinas y vamos al negocio de telas en grande».

«¿Dónde tiene esas oficinas?», preguntó Andrés».

«En La Bodega».

«¡No, hijodeputa! Mi padre no me quiere ahí».

«Pues, a mi sí me quiere. Habrá de escasearle la plata».

«¡Y nos esperan en la Charanga de Bejucal!».

Les trajo camisas, pantalones y sacos para que se vistieran como lo que eran, sus socios. Andrés le dijo a Leopoldo que él podría recuperar lo que había despilfarrado en ayuda de comunistas malagradecidos. Las cuentas en bancos suizos de la familia Matías de Neves estaban cuasi en cero.

Al tío Andrés fue este gallego el que les puso sobre sus pies. Volverían a la vida. Después de regresar de El Bejucal, donde se cerraban las calles y se celebraban las navidades con carne de puerco, arroz con pollo y licor, el plan de Novás fue presentarlos ante sus padres, sin que éstos lo imaginaran.

Viajaron en unos camiones que llamaban de La Vívora, pasando por pueblitos como Rancho Boyeros y Bejucal hasta entrar por las callejuelas de Luz, Monserrate y Neptuno. Se detuvieron en pleno Malecón para que Leopoldín echara una vomitada escandalosa y agónica, porque había comido carne de puerco, por primera vez en su vida, y se sentía el judezno abominable. En la tarea de procurar aire y descanso para su primo, que estaba más borracho que la tos de la mabinga, Andrés reparó en una mulata de fuego que lo miraba y que un coche dejó, a cierta distancia de ellos. Ella parecía decidida a acercarse al vehículo de La Vívora.

«¿Qué pasa?», preguntó la mujer.

«Nishte», susurró Leopoldín, pero abrió los ojos como pelotas porque la mujer parecía una diosa. Tenía una piel canela, con un delicioso fondongue y dos tetas tan ejemplares que le quitó la tirria y el ahogo.

«Al fin se cantó la gloria?», dijo Novás.

Habían visto a Rosa Belén por primera vez.

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8. Rosa Belén, rosa de tres amantes

Abram no conoció a Otilio y, por tal razón, no lo admiró, suficientemente. Sobre Leopoldo, supo los infundios públicos, las desfiguraciones con que Benavito lo juzgaría y los chismes en torno a una putangona llamada Rosa Belén. Lo que supe, por igual, es que mi padre tampoco admiró a Benavito. Profesionalmente, sí; pero humanamente, no.

Como murió casi al llegar, Otilio no sabría si Benavito cumpliría con lo que había prometido, al líarselo por suegro: Que haga a «la mujer más dichosa del Caribe» a la mujer que autorizó para sus manos y no quepa duda, al menos, en este asunto, mi abuelo cumplió. Fue difícil en ambiente tan hablador como que rodeara la casa y familia de Benavito. La Sueca, la «mujer que autorizo para tus manos», según aquellas frases formuleicas de los Matías de Neves, era bastarda. Leopoldo, su pariente más querido, lo sabía, pero que lo dijera como ofensa a su esposa, Benavito no se lo permitió. También lo fastidiaba que se le llamara La Sueca porque, con germanías como ésta, se aludía a los que se hacen los desentendidos y los que esquivan responsabilidades. En rigor, su mujer era suiza. No tenía ya una genética de sefardíes, aunque se había criado con los Matías de Neves.

Ella heredó La Bodega y compartió tal casa, en la Calle Neptuno, con su hermanastro viudo, Leopoldo y su sobrino, a quienes se les conocería como los Aaarhaus o los suecos. Ocupaban la planta baja. Ella, como su hijo, adquirieron una planta alta de la casona. Allí mismo, creció la panza suya y nació mi padre, auque el parto se realizó en Matanzas y, al mes, madre e hijo, con Benavito,regresaron a La Habana.

En esta casa, se recibió a los fugitivos Leopoldín y Andrés y, más tarde, a mi padre que marchó a estudiar y terminó cautivo en el servicio militar.

Leopoldín estaba perdido en su eterno romanticismo trasnochado. De hecho, se parecía a Heinrich Heine, según cotejé de los bocetos que Mi Abuela / la Sueca / dibujara ya que lo usaba de modelo. A final de cuentas, los jóvenes infringieron la prohibición de Benavito y dijeron que irían otra vez en aras de glorias y no, como dijera mi abuelo, en espera de la próxima guerra.

«Sé que quería usted ver a los muchachos y se los traje».

«Andrés es hijo del castigo y mi vergüemza... mas yo amo a esta criatura, hijo de Leopoldo, como si fuese el primer hijo que perdí», dijo Benavito.

Acomodado a tanto amor manifiesto, Leopoldín dijo que había recorrido muchos lugares de Europa. Andrés prefiria las estadías en Madrid y en Barcelona, aunque siempre siguiendo la pista de Leopoldín, quien tenía la obsesión de ser soldado, particularmente, cuando conoció a Francisco Masiá y Francisco García Escámez. «No te metas tan a fondo. No seas militar porque la guerra siempre es mala y mancha la consciencia más que las manos».

Benavito tuvo planes para sus dos hijos, especialmente, para Abram y así como para Leopoldín, y planes eran que no cuadraban a otros. Desde la muerte de Moritz, ninguno de ellos estudiaba la Torah y pocas veces guardaban el sábado. Al menos, rigurosamente, como se supo que lo hicieron otros de la parentela. Y se decía que Andrés no había sido circuncidado, como pide la Tradición y, peor aún, que se andaba en las cumbachas con los perros del mundo, sin hacer corro aparte y rehuir a los gentiles. Y en días posteriores al mentado Putsch en Alemania, Leopoldín y el Tontarrón de Andrés, a los 23 años de edad, anduvo exponiéndose y derrochando dinero que no se sabe ni de dónde lo saca...Alemania se recuperaba económicamente de la Crisis Económica Europea con que nació la primera década de 1920 y, en pocos años, los Nazis se aglutinaron como partido multitudinario y con plataformas antidemocráticas y antijudías.

Benavito le preguntó, casi con ira a Leopoldín: «¿Por qué te vas a Alemania, después que te tuvimos seguro aquí? Este Caribe es Sión de lo Alto... Y te vas de La Habana y del lado de quienes te quieren a donde se acusa falsamente a los socialistas y judíos de cualquier exceso... ¿No ves ves que desean a acabar con nosotros?»

Se había realizado la quema del antiguo Parlamento alemán en 1933. En julio 1934, los alemanes se purgaban cruentamente en el partido Nacional-Socialista. Una de las matanzas habidas fue la Noche de los Cuchillos Largos. Ahora sería Leopoldo quien recibiría los informes de aquellos contactos que su padre y él dejaron en Basilea.

«Donde realmente me las pasó es en la casa que conservamos de Otilio Matías», dijo Leopoldín. «Basilea es seguro».

Leopoldo, padre, se daba sus viajes para mantenerla como residencia de amigos judíos en diáspora, estudiantes pobres y sindicalistas españoles que, en Suiza, hallaron en Matías de Neves y toda su prole un sólido apoyo. Entre 1933 y 1935, las quemas de libros, boicots y hostilidad antijudía fueron la orden del día en Alemania. «Y yo le digo que no vaya para allá. Me desobedece, Benavito. No soy yo quien lo sonsaco».

«Tú le das el dinero para que lo eche a basural político y por eso eres peor que ellos», acusaba Benavito y miraba con reproches a Andrés. Tenía razón en advertirles sobre la intensa represión anti-socialista y antisionista, pero no era necesario. Ellos fueron a vivirla, a participar de su combate. «De alguna forma, claro. No estamos metidos en violencia, sino en actos de humanidad y solidaridad».

En 1936, la guerra civil española le permitió más efectiva generosidad a los Matías de Neves, porque ya las abominaciones de esos gentiles enardecidos en sed de sangre se extendían a España, Italia, Austría y Bélgica. Los alemanes se atrevieron bombardear Guernica, pueblo vasco, en una nación neutral. Leopoldo supo que su extinto padre habría dado toda su fortuna para ayudar las causas del judaísmo y todo «el cuento de la solidaridad». El Dr. Otilio Matías y, en su memoria, aunque ya radicados en Cuba, doctrinalmente, habría avivado unas ínfulas de militancia y compromiso, entre los más jóvenes que él.

Leopoldo y su padre se hicieron sionistas y habían asistido a los Congresos Sionistas de Basilea e hicieron promesas de colaboración que el mismo Otilio platicó con Max Nordau y Theodor Herzl cuando les conoció. Radicarse en Cuba no iría a cambiar las cosas. Con lo que Otilio no contó fue con su muerte. Con la influenza. La muerte de Otilio hizo muy rico a Leopoldo, quien había destacado y enriquecido él mismo como ingeniero.

De 1925 a 1930, a pesar del intenso gasto que el Partido Liberal cubano hacía en Obras Públicas, el ingeniero Leopoldo se hallaba sin amigos en La Habana, pero estaba podrido de dinero y lo respetaban por eso. Benavito separaba a las amistades suyas de los que su cuñado intentaría cultivar. El ingeniero criticaría la «mano dura» de Machado y, por supuesto, para él y su firma de construcción no habría ni mínimas asignaciones de trabajo, aunque, en ocasiones, él hacía sus propuestas de schlepper, labores menores. Cuando se aburría, viajaba a New York, a Charleston, a San Antonio. A escondidas de Benavito, se reunía con judeznos de la Asociación de Jóvenes Hebreos en la Calle Obispo #97.

Benavito se encariñó a tal grado con Leopoldín que desafiaba el estímulo revolucionario con que Leopoldo, su padre, lo arengaba, pasándole la semilla de su activismo de cáscara amarga. Por otra parte, Andrés deseaba ser más que un botellero (había echado a andar otra vez la fábrica de vidrio soplado que, en Cárdenas, se tenía en ruinas, desde la muerte de Antonio López Abram), mas no se le veía aptitud para los estudios. Sin embargo, desde niño, manejaba fuertes sumas de dinero y para él no había depresiones económicas. Había aprendido un alemán judaizado que ni a yiddish llegaba, por causa de su tropicalosa liviandad y sus escasos sesos.

A la muerte de los doctores Moritz Abram y Otilio Matías, como Moritz alguna vez hiciera a motu propio, Benavito se autoproclamó el árbitro de las disputas y el jefe de los clanes. El Moreh Scfatzer, Consejero Mayor y Kibitzer, fiscalizador. Mas, en vano, fue llamar a la obediencia a Leopoldo, porque Benavito y él se llevaban apenas días en la edad. Esto bastaba para que mi abuelo y él porfiaran en cuanto a quien tendría la autoridad de kibitzer en asuntos de fe, educación y familia. A menudo, mi abuelo utilizaba dos expresiones inglesas para describir las propensiones fornicarias de Leopoldo y su estilo intelectual: Swede-basher, load of bolshie y, por el fuerte acento de su inglés, aprendido en Baltimore y con la gringada de Cuba, la última frase que pronunciaba sonaba como «cargado de mierda».

Ahora, delante de su hijo Leopoldín, su padre no se sentía con autoridad. Una mujer lo miraba con lástima. Estaba recariñosa con el muchacho, pichón de amante y revolucionario. Allí estaba Rosa Belén queriendo seducir a su hijo.

«¡Qué cojones ha de tener esa hembra! que viene aquí tan frescamente. Ella que ha sido amante mía y yo sé que también fue de Andrés... pero Andrés, idiota, es menos que yo... yo se la quito, ¿pero a mi hijo, que ella lambisconea? ¡Maldita puta ésta! ¿Por qué la trajíste de la charanga del Bejucal a la casa del Morah Scfatzar Benavito?», pensaba Leopoldo.

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9. El sepelio de La Gacela

Ni en ausencia de Andrés ni su hijo pudo quitárselas. Más bien, sus idas al barrio Colón, sector de putas y bares en La Habana, fue su desprestigio ante los ojos vecinos que distinguían al doctor Benavito como muy honorable y ante los que, con él, habían vivido. Los hebreos de la Calle Obispo le comenzaron a llamar el sueco. Aún el placer de una hembra, se lo debate con sus hijo y su parentela.

«¿Sabes cómo te llama la gente?», le preguntó Benavito a su cuñado.

«¿Y eso importa?»

«Leopoldo a oscuras... el que manda a sus hijos por leña al monte, porque no tiene luz en sí...?» y por esta frase, se enojó y se fue a San Antonio (Texas) a trabajar. No quiso ver la cara de su acusador. «¿Cómo es que te estés peleando con Leopoldín por una puta, a tu edad?»

Con Benavito en la capital, Leopoldo se sentía más fiscalizado que nunca por el poder religioso, über religiöse Macht, y ésto es peor para un hombre viudo, con mucho dinero. Para darse esa vida lujuriosa, él era qiien incitaba a que Leopoldín y Andrés viajaran a Suiza. Leopoldín porque cree en la política; tiene un alma mesiánica como la de su abuelo Otilio. Andrés iba por negocios porque se embarcó en la empresa de la exportación de telas a las Antillas Holandesas. Y el socio fue el gallego Lino Novás.

Cuando Leopoldín se integró al clandestinaje político, Andrés comenzó a sentirse aislado y regresaría para dar cuentas a su padre. Dijeron que él cosía uniformes militares y que, a veces, no le importaba el bando. Se esforzó en decir que no es cierto. «Cosa para la izquierda», dijo.

En 1928, sin que Andrés lo supiera, Leopoldín se enteró de la muerte de Tzvia, o Doña Gacela, la segunda esposa de su abuelo Otilio, y se despedió, sin decirlo con palabras, y se hizo presente en La Habana. En vano, porque le suplicaron que se quedara, ambos, padre e hijo, se fueron juntos a Barcelona, donde se celebraría una Exposición, tipo de actividad de que gustaban. A diez días cumplidos del entierro de su abuela, en el Cementerio Judío de Guanabacoa, Leopoldín llegó y preguntó por su tumba.

«¿Quieres venir con nosotros?», le dijo Leopoldo a su cuñado.

«Yamish Noraim», aclaró Leopoldín a Benavito.

«No, ya la lloré... Quien me falta es mi hijo?» Tal fue la única palabra que Benavito tuvo con Leopoldín. Preguntó por Andrés.

«Entonces, usted lo quiere, ¿no es verdad?»

«Aunque sea tonto, no lo quiero muerto», dijo Benavito.

«¿Lo ama y no se lo dice? ¡Qué triste es eso!»

«Se lo diré cuando sea el tiempo y haya asentado cabeza».

«Tiene una costurería en Almelo. Quedé en verlo en Barcelona».

«Tráelo y no vuelvas sin él», y les dió la espalda a los suecos y les menospreció. Leopoldo oyó y dijo que no le gustó el modo con que habló a su hijo. Y Benavito respondió que hay poco respeto a la memoria de La Gacela, o de sus ancestros, cuando él mira con deseo a la mujer de su hijo. Rosa Belén estaba allí y muchos judíos estaban con la mirada bizqueada, porque las nalgas de aquella mujer, sus curvas, eran desquiciantemente llamativas. Y no era un gorda voluptuosa. Tenía algo suyo que recordaba a Paquira. La judía hermosa.

Benavito había cambiado desde que se fue a combatir el azote de influenza que diezmó a carretadas a la gentes de las provincias y los puertos. «Otilio, mi padre», dijo Leopoldo, «fue el primero que enfermó». Lo sorprendió una disfagia y no probaría bocado. Y, vistos los síntomas de influenza, Benavito vio que el brote de peste lo tumbaría, irremisiblemente, pese a que lo cuidó con desvelo, y Otilio se iba secando y perdiendo peso, con multitud de vómitos. Benavito lo bendijo, orándole para que Eeel Chad, Jiheje, el que Es y Será, lo recibiera en el Seno de Abram. Y palabras que recordaron estas invocaciones rezó por La Gacela.

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10. Los Nazis llegaron ya

En los días de la reconciliación, cuando arribaron los «hijos pródigos» y días en que se produjo cierto connato de acercamiento entre dos hombres que parecían terriblemente separados, irreconciliables, el ingeniero Leopoldo y mi abuelo Benavito, también se personaron algunos políticos. El Dr. Aurelio Fernández, diplomático cubano en la Alemania Nazi, cuando regresó a La Habana, fue uno de ellos. La publicidad internacional que originó la purga de La Noche de los Cuchillos Largos, en julio de 1934, hizo que la familia Matías y Abram temiera con más intensidad que nunca antes sobre lo que Hitler sería capaz de hacer. Y pidieron ayuda y fue el Dr. Fernández quien vino.

«Con ustedes no tenemos nada que buscar», dijo Benavito al Dr. Aurelio Fernández. Lo miró con el mismo odio que sentía por Grau San Martín.

«¡Puercos!», chilló en plural. Tenía en el pensamiento el nombre de Grau. «Y tú, Leopoldo, ¿por qué opinas y compartes con este hombre germanófilo?»

Leopoldo no podía creer que Benavito olvidara sus modales con la gente poderosa de La Habana.

«¡Que se vaya! ¡Que me ha dolido no saber qué cadáver me habría de llegar primero!»

«¡Están a salvo! ¿De qué se queja?»

Fernández se alegraba de saberles vivos a los «hijos desibedientes»y lamentaba no haber podido ser instrumento útil en la tarea de este regreso de los jóvenes. Leopoldo tenía un proyecto en San Antonio, Texas, que le daría dinero y, en cuanto a esta confianza, perdonó aquella deuda que Leopoldín lamentaba. «Ya no queda dinero». La alegría de verlo hizo aminorar el monto de lo que el muchacho derrochó. También mi abuelo se sentía complacido y perdonador, pero ésto no incluía a estos personajes de los círculos políticos. No a éste Fernández que se presentó con aspavientos de haber sido colaborador, con Leopoldo, en el afán de localizar de su hijo.

Esta desaparición de Leopoldo, el hijo, fue preámbulo de su futura suerte. Mas acaeció más tarde. Su padre se entretuvo en otro proyecto. Creyó que decir, «me botaste mucho dinero; no estudias», bastaría para retener a un revolucionario. Emtonces, «para que siempre tengas dinero para tus idealismos, siendo que hay tanta injusticia ahora», optó por irse a la construcción de puentes en San Antonio (Texas), en un proyecto que se llamaba «Paseo del Río», The Riverwalk. El arquitecto Robert Hugman, pionero de tal sueño, pudo más que la fidelidad y el desespero que los aturdía en La Habana, por causa de los curriches comuñangas que se fueron a salvar el mundo del fascismo y el monstruo alemán. Se refería a Leopoldín y otros como él.

El abuelo Benavito no quería que se fueran a la guierra. Y siguieron los pleitos con Leopoldo, padre. Surgió una gran tirantez todavía mayor, que la primera vez, entre Benavito y Leopoldo. «Es que le das dinero a un vago. Eso es lo que es ese trotamundos. Le díste dinero otra vez».

En 1939, el germen del silencio se materializó en una ruptura entre las gentes que se habían amado tanto. Leopoldín se fue por su cuenta y se enteró que su padre le competía en la cama con Rosa Belén y que ella fue amiga de Andrés y que interpuso su amor como intruso. Pero, Andrés dijo: «Tómala si quieres; yo me retiré de la vida de romances y pasiones». Entre el par de años, o no más de cuatro, que se estuvieron por estos contornos, volvió a darse una fiebre virulenta. Otra forma de guerra, menos ruidosa que las escaramuzas europeas. Con los primeros episodios de influenza que trajo la primera Guerra, fue que Benavito hizo su fama de hombre compasivo y generoso médicos. Para el 1937, volvió a la carga. Le encargó a su mujer los hijos pródigos de la cepa Matías de Neves.

El se fue a combatir a las miserias del toserío, las maluqueras y el decaimiento de los gentiles y que a la medicina se entregó por años, sin descanso. No supo que, en su ausencia, al dejar La Habana, aquellos dos tarambanas del carajo se fueron a Europa otra vez (y para no verlos regresar). Leopoldín desobedeció a todo el mundo y dijo que nació para la guerra.

Contrario a la primera epidemia de influenza y los tiempos en que la atendía, ya Abram no es pequeño. Mi padre fue, en esos días, un muchacho cariduro que tomaba sus propias decisiones y no sé él cómo convenció a Andrés, en ausencia de su padre que combatía plagas en Matanzas, o Santiago, de que se lo encaminara a Suiza. Había guerras en muchos puntos de Europa y él ya entendió una responsabilidad, que no fue quedarse con brazos cruzados o hacer oraciones.

Desde que Abram cumplió 4 años, su padre se esmeró en educarlo. «Yo veo la victoria del Dios invisible, al fin, y te bendigo. Así que camina conmigo y aprende, Abram». Y, dispuesto a formar a otro servidor del maasith lo familiariazaba con la anatomía. Día y noche, soñaba con la fecha cuando lo mandaría a Suiza, a Leiden, a la misma Norteamérica a doctorarse. Sería el quinto médico de la prole de los Abram. «Y así servirás, bene mío, en la Inteligencia de Dios y yo supongo que estos mismos sueños los tuvo mi padre conmigo.»

Y es que Abram recordaba su mi minuciosa lectura de la «Guía de perplejos» de Maimónides. Y no quería ser uno dubitante, sino un hombre de acción, capaz de conciliar su judaísmo con este nuevo aristotelismo, no ya musulmán, o del califato fatimí del Norte de Afrecha. El pero Mahgreb es éste: Occidente con un Corán / y una Torah / una Biblia y 20,000 pamplinas, que no sanen sin interpretarlas alegóricamente, o hacer la misma lectura literal que los ortodoxos malikíes. Entonces, mi padre Abram se sintió como Ibn Hazum.(994-1064) en la Edad Media, maduro para atacar la rígida y sin margen ortodoxia de marxistas, judíos, viejos y nuevos alfaquíes, la mediocridad de pensamiengo malikí y, para este proyecto, es la ciencia la que garantiza la continuidad y la paz entre las naciones. Le gustaba referirse a estos contextos de la historia de la Vieja España de los Matías de Neves y asignaba a judíos y mozarábes la función de verdaderos transmisores e intérpretes de la cultura clásica y andalusí. Creyó que las tres culturas (hindú, clásica y judía) hicieron de España el centro cultura de Occidente y tiene mucho coraje de que se le haya quitado ese lugar, desde la vanagloria europea de los alemanes.

Abram aprendió el alemán y el holandés, en menos tiempo, de lo que su padre esperaba. Pintaba calaveras, células en detalles, coloreándolas con la gracia de un observador concienzudo. A ratos, él se devoraba las revistas científicas que, de las universidades de Berna y Basilea, llegaban para el extinto Dr. Otilio Matías de Neves. Y, como Benavito al citar al Dr. Moritz, quien leyó del Zohar Cabalístico, repetía que «una de las formas de encontrarse con Dios» es la práctica de la medicina («maasith»). Tal vez por halagar a su padre se fue, sin su bendición, a comenzar su estudios de medicina.

«No es buena idea estudiar bajo los bombardeos. Espera, hijo», le había dicho su padre. Pero los Nazis habían llegado ya y Abram tenía prisa de vivir y haber logrado algo: tal vez en el servicio militar, como Leopoldín, tal vez salvando vidas como médico.

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11. Años en que la guerra parecía una broma

Cuando Andrés dejó en Basilea a Abram, de 20 años, para su primera estancia como estudiante de medicina en la Universidad de Leiden, se quedó entre 1939 a 1941 con él. Y era como estar Bajo una Mano Protectora. Abram lo tenía como señal de bondad de Dios y, una vez Andrés se ausentaba, nacía el riesgo.

A pesar de que se fueron unos meses antes de la Invasión de Polonia en 1939 y Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a Alemania, nada pasó en el Frente Occidental durante ese período. Hablarse de una guerra mundial que había parecido una broma, era especialmente frivolizado en Holanda, país que había ignorado el rearme alemán, sin medida para prepararse ante una posible guerra.

Sin embargo, el país fue vulnerable. El bando aliado y el del Eje miraron a Holanda y a Bélgica como la mejor ruta para atacar a su oponente. Lo dos países mantuvieron su neutralidad, incluso después de que los belgas obtuvieran los planos del ataque alemán, donde quedaba clara la intención germana de invadir Francia, invadiendo primero Bélgica.

Confiados, en tiempos de guerra, Abram metido en su estudio, y Andrés, en negocios de telas y botellas, les sorprendió el verano de 1941, y siendo que Francia respetaba la neutralidad de Holanda y Bélgica, Andrés dijo que volvería a su tierra y, si bien salió de Leiden, queriendo ir al Caribe se le hizo difícil regresar por la invasión por Alemania de dos naciones neutrales, Dinamarca y de Noruega, ambas neutrales, y el tonto de Andrés ya no estaba seguro, como la mayoría de la población, que los aliados como Alemania respetarían su neutralidad como hicieron en la Primera Guerra Mundial.

En la mañana del 10 de mayo de 1940, en Holanda se despertó con el sonido de la aviación alemana surcando el cielo. La Alemania nazi inició el Plan Amarillo atacando Holanda, Bélgica, Francia y Luxemburgo. A partir de ese día, mi padre y Leopoldín se unieron a la resistencia y se armaron en la clandestinidad. Fueron hechos inevitables y hubo muy pocas cartas para explicarlo. Estos fueron los días del infortunio y, de hecho, tal fue la palabra que quedaría vibrante en las paredes de nuestra casa en El Malecón: ¡Nebekh, nebekh, nebekh!

La Batalla de Holanda formó parte de las batallas libradas durante los inicios de la Segunda Guerra Mundial. La batalla empezó el 10 de mayo y terminó una semana después, con la rendición del gobierno holandés ante la Alemania Nazi. El ejército holandés estaba intacto para el momento de la rendición, mas no la ciudad de Rotterdam, victimizada por bombarderos alemanes. Holanda recapituló, con la condición de evitar que otras ciudades holandesas sufrieran el mismo destino que Rotterdam.

Andrés había escrito un año antes que se diera la destrucción de Rotterdam y daba cuenta de ;os progresos intelectuales de Abram en sus estudios y ésto fue gran consuelo y delicia para La Sueca mayor, quien regañaba a su marido al escucharlo menospreciar al pobre de Andrés, al que sobajaba, para dar más fuerza a los elogios por el pequeño. En el fondo, esperaban que escribieran. «Al menos, que escriban y pidan algún dinero». A Andrés se le tenía en tan poco que, cuando se fue a Europa, se dijo: «Andrés andará en la faranga y en la ociosidad»... mas andaban en la guerra, presos por la mala suerte... ¡Nebekh, nebekh, nebekh!

Al menos, ya sabían que de Basilea los renovados hijos pródigos quedaron en Leiden.

«Y están vivos, Benavito», pero, en 1940, él no lo quiso creer y murió.

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12. La segunda espera

«¿Llegaron?», era la pregunta de Leopoldo cuando regresaba de Texas.

«Llegaste, tú que le díste ánimos de estampida», le decía Benavito durante el periodo de la segunda espera. Otra vez por amor a los hijos.

«A los hijos no se les puede tener en el puiño después que crecen», se justificaba. Leopoldo a Benavito le parecería otra versión de Antonio, sólo que los odios de Leopoildo se concentraban en destacar el rol de las falanges anti-comunistas en Europa. Y creía que Occidente debía, aliarse con los comunistas, y destruir el fascismo y el nazismo. «¿Cómo es posible que vivas tan despolitizado?», preguntaba Leopoldo a mi abuelo.

«¿Qué? ¿Qué no recuerdas las vejaciones al pobre Moritz en Santiago por las tropas de Linares Pombo? ¿Sabes qué trajo, con el espíritu hecho garras, a nuestros hijos? ¡La Noche de los Cuchillos y el fascismo en España!

Este lenguaje de conspiraciones y hazañas riesgosas fue muy extraño a mi abuelo que había vivido caricaturizando a Antonio, su primo de Cárdenas, y los odios que éste sentía por la España represora del Carnicero Weyler y, poco después, su rencor por los yankees. Sin embargo, Leopoldo no tenía rencores por los yankes por le daban dinero, empleos y contratos que en Cuba se le negaba porque era un judío problemático.

«Te fuíste a Texas con los gringos por un fajo de billetes. Eres la oscuridad de tu casa y y no sabes otra cosa que gapalearte, hijo de puta...».

Y Leopoldo, en esos años previos a su muerte en 1940, no tenía sensibilidad para entender la ansiedad de mi abuelo y por lo que sufría por Leopoldín y su hijo, estudiante en Europa.

«¡No me hables así, Benavito, que puta es la madre de tu mujer y yo me callo!»

«¡Puta es la negra Rosa Belén y envíaste a Leopoldín a la guerra para buscarla a sus espaldas, porque, si el rufo es Andrés, hasta mujer le buscó a ese mariquita rojo de tu hijo! ¡Cállate! Nunca sabes quién es hijo de quién...»

«Tú no protejes las putas a tu hijo porque a tí que a quien le gustan».

«Si quieres a esa mujer para Andrés, anda y llévasela. Escríbele que venga que se la guardas segura como incentivo para que regrese, ¡Ya no ando con ella!»

«¡Basta, basta!», salía La Sueca. «¡Par de rijosos!», les decía conjurando los espíritus de fornicación, y rezaba contra los Ruack Roah.

Un hombre, que fue llamado el Cotorro, el lector de los tabaqueros, narró que la primera vez que Leopoldo se personó en La Habana, tras su primer viaje a Texas, se pelearon a golpes frente a La Bodega y sólo la intervención de La Sueca evitó que se mataran, a puros puños, aquellos dos viejos, el médico y el ingeniero. Entonces, porque no faltaron los ganzúas y los testigos de la esquina, que serían los contertulios de la Barbería de Lleó, en la cuadra de la calle Neptuno, se enteraron que ella fue la hija de Otilio con no se sabe qué mujer y, ciertamente, es tercera mujer de Benavito, y es por que también a él les llamaría rijoso.

En Basilea, se la dejó en un canastillo en las puertas de la casa de Otilio. Se reditó, con protagonista femenino, la historia de Moisés, el que navegó en un cestillo por el río ante los ojos de la hija del faraón. La Sueca es tal niña que criaron en la familia. Benavito se enamoró de ella. Fue muy jovencita para él.

«Nuncas sabes quién es hijo o hija de quién...»

«A mí me bastó que la mujer elegida se criara como una de tus hermanas, con buenas costumbres», dijo Benavito.

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13. De los recuerdos de Ceiba Mocha

He conocido la finca en Ceiba Mocha, donde el Abuelo Simón ben Abram quiso morir el da que se enteró que la ciudad de Rotterdam fue bombardeada. El se refugiaba allí, cuando presentía las peores cosas, porque si se combina el estar ocupado, con la Naturaleza, todo se soporta mejor, hasta las malas noticias. El era preocupón, quizás demasiado. Aprendió el pesimismo.

El Cotorro me habló de una época, aún siendo mozalbete, en que lo conoció. Fua la década fatídica cuando la influenza gripal mató a diez millones de personas en el mundo. Simón ben Abram / benavito, como había aprendido de Moritz, se unió a la mejor estrategia para ayudar a la gente (que requería de servicios) y se internó en el laboratorio de Ceiba Mocha para extraer del opio un alcaloide blanco y cristalino, la codeína.

El y Moritz tenían una afición poderosa por la química y la farmacología. El doctor Moritz era excelente en la especialidad.

Con este narcótico, Benavito combatía la tos violenta de pacientes que se quejaban de este fastidio por más de una semana. Evitaba, con este remedio, que la tos dañara las cuerdas vocales, bronquios y pulmones, de sus pacientes. Aún las costillas, porque ocurrió que una tos quebró unas costillas al Siño Chubasco, cuyos hijos, entre ellos El Cotorro, se prestaron a servir al Dr. Benavito en el reparto de gallinas. Siño no se enderezaría porque tenía par de huesos rotos y no lo quiso creer cuando el médico le dijo que la tos rompe las costillas y que, con un torpe estornudo, el aire alcanza velocidades de más de 150 km. por hora. Y las costillas se quiebran.

Siño Chubasco, que llovía sus mocos y babas sobre cualquiera que se le acercara, se comprometió a permitir que sus hijos llevaran recetas, por parcelas y cercanías de Ceiba Mocha, y se sorprendía porque los remedios de Benavito parecían dados por alguna abuela y no tanto por un médico con tantas credenciales. Se envíaba, con los hijos de Siño Chubasco, los recetarios a los bohíos, donde Benavito había sabido sobre decenas enfermos. Y con los consejos, se obsequiaba una gallina que él autorizaba que se sacaran de los corrales de su hacienda. Había extraerle toda la sangre, con una herida al cuello al estilo Kosher.

En fin, que a los chiquillos instruyó de tal modo que éstos parecían disco rayado, al repetir de memoria, palabra por palabra, sin equívocos, lo que se instruyera:

_ Mandó a decir el doctor que al que tenga gripe se le proporcione de alimento para que no le suceda como al Otilio de mierda cuando lo tronó su disfalgia.
_ Que se sirva para él un tazón de caldo de pollo y que le manda la gallina de regalo.
_ Que se sirva para él una polla de leche bien caliente porque su vapor es bueno para la (descongestión de) la nariz tapada y que se le añada un trocito de canela.
_ Que nadie se toque la nariz y los ojos si hay gente con gripe en la casa.
_ Que no toquen las manos a los que tosen y estornudan.
_ Que se laven las manos todas las veces que puedan porque hay virus en todas partes de la casa cuando hay uno enfermo o con síntomas de dos días.
_ Que si no se alivian en una semana y las fiebres son muy altas, con temblores, sudores y delirios, que avisen otra vez al doctor.

Y, de seguro, fue así. Llegaban por él, hasta en las noches, los pacientes con graves complicaciones, los pobres o tardíamente cuidados, al contraer la gripe. Los que no dejaban de toser, los fatigados por la tos seca, improductiva, que no pegaban con la oreja en la almohada. Los tosientes por causa de enfisemas o cánceres pulmonares, sinusitis, fiebre héctica o paratifoidea y paludismo. El atendería, sin descanso, los casos de neumonías, infecciones del oído y bronquitis. Y la codeína que sacaba del opio era su mejor paliativo para la sinfonía desgarrada de los tosientes, ya que, en sus días, él no conoció el dextrometorfán. Tampoco supo sobre los antihistamínicos hasta que los conoció, leyendo los primeros trabajos farmacológicos de D. Bovet. Ni siquiera supo sobre las famosas aspirinas para el resfríado.

A fin de fluidificar las mucosidades, limpiar a los pulmones de líquidos patógenos, Benavito recetó como el mejor expectorante (de su conocimiento) los jugos de frutas. Remedios de la abuela, como decía Siño, el bañagente. También mi abuelo prepararía sus mejunjes con chorritos de jerez y diría: «Bébelo que ésto espanta al diablo». En antaño, se creyó que cada vez que se estornudaba el alma salía del cuerpo y el demonio podría invadirlo, a menos que alguien dijera: ¡Jesús! Y siendo judío, Benavito se reía de ésto y añadía, con ironía:

«Bébelo, que es jerez que gusta al alma».

A todos, aconsejaba que chuparan de las frutas dulces y jugosas, a su antojo. Y, en la puerta de salida de su improvisadas clínicas, los hijos de Siño Chubasco mondaban naranjas para que los pacientes se fueran con una, chupándosela en el camino. En fin, por causa de las razones que él daba, sus pacientes visitaban más las fruterías que las droguerías.

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14. Regreso a la cosecha y el reposo

Este es el Día del pequeño huesito de la Luz.
Luz que no es asimilada al polvo de la tumba.
Luz que no muere con la muerte:
De Teth, mi serpiente / Carlos López Dzur


Solo, entre la gente, está él (aunque conoce las uvas del majuelo); y triste ... pero los jilguerillos trinan como siempre y las golondrinas se anidan en balcones y él las mira con la dulce piedad de la simbiosis... A él esperaban muchos de los que sufren, niños con trichulis y parásitos, guajiritoscon los ojos tan grandes como sus barrigas, mulatas que serán primerizas. (Su clínica está llena de enfermos y nadie le llama Simón sino Viejo Santo y bendito).

Las sombras lo acompañan, pero no le hablan. La Habana conoce su ternura; sus amores, admira; pero la calle es dura... y es como cerviz de piedra, muy pulida y jabata.

En la noche volverá a casa y estará solo. La vejez está diciendo: No sonrías. Su boca ya no quiere tantas voces. El corazón multiplica más recuerdos que paliques en guatequerías.

El hijo de su carne está en la guerra; el hijo de su hermano, tan amado, está en la noche, muerto. Los nazis lo reventaron a balazos.

Mi abuelo Benavito ya no es pobre, pero la riqueza de su casa tiene lágrimas y el azar del capricho hila ironías con lutos y premeditaciones. ¡Mirad qué solo está, abuelo solo, porque Elohim se hizo para él una simple, hueca palabra del Siddur! La palabra sola y el solo Dios caminan entre infieles e incrédulos, entre saduceos como él, que antes litaba, y se comía el libro de los píos. Hoy no visita ni a los templos del consuelo. Realenga está su alma, sin sábado de justo, sin havdalah en el vino.

Bet ha tefillah fue asaltada en riña de estos años de guerra sucia y de imperialismo anglo-británico, facismo sin sentido, ultraje colectivo. Y el abuelo maldijo y se mordió en su lástima por no querer la lengua como llama ni la Mano de Elohim como su amparo.

La soledad da coces al aguijón y en el abuelo triste, viejo solo, la historia pudo más que el príncipe del sábado y la reina Nashim, Sueca, abuelita.

Ella, dulce de alma, a su sombra permanece y le seca sus lágrimas y le oculta las suyas. Con la pipa en los labios, Simón está y oculta que está solo, aunque hay gente que lo llama a los partos, y lo abrazan y le besan en el pecho, porque es alto como nube o vara larga de guayabo.

Triste se tiende sobre el lecho al lado de la esposa. Vehemente en dolor, en yugo primitivo, su barba amanece, crecida en grises; pero no piensa cortarla jamás.

Como al hijo del castigo, la soledad saluda a su mañana; el sol de baronshin está en desobediencia: el viejo está sin fe, por días y días. Seco de labios, mustio, aunque del vino rutinario él probara su dulzura y del secreto majuelo del ayer bebiera dicha, aún no se seca la queja: «Se fue a la guerra» o el aviso del maskilim, es por falta de ángel, de dulce fantasía, o vigor en la carne.

La soledad te vencerá poco a poco, le dijeron, hasta la muerte, pero la gente ¡qué sabe! El se sostiene activo y, en privado, La Abuela con los suyos consolidan su mundo: «¡Te amamos, Benavito! ¡No llores!»
En agosto de 1940, los bombardeos («blitz») nocturnos sobre Londres, procedieron a pactos entre Japón, Italia y Alemania y pese a las reuniones de Churchill con el Presidente F. D. Roosevelt, en Norteamérica se tenía la cómoda actitud de recobrarse de la Recesión de 1938 con la venta de armas y equipo militar que Europa ordenaba.

Eisenhower sería el fin del cambio de actitud: la señal que esperaba de Roosevelt. Benavito si odiaba lo vicioso de la guerra. Sin embargo, en la barbería de Lleó se escuchaba, por la radio, con el mismo alboroto con que otrora, antes de la guerra, se sintonizaban los partidos de Grandes Ligas, los boletines explicativos del discurso de W. F. Churchill, Blood, Toil, Tears, and Sweat.

«Como la guerra no es aquí en América, acá estamos como noveleros. Esta es nuestra película», comentaba con amargura.

Y, entre los propalados decires y titilares, se magnificó la noción de que: «Se rindió el ejército holandés». Otros editorializaron: «Polonia ahora es de Alemania». «Los rusos se quedaron con Finlandia». Imagino que Abram, donde quiera que esté, se clavará en la lectura de los periódicos ingleses que destacaban la tercera reelección de Roosevelt.

A Benavito le aseguran que, a lo mejor, debido a que el Congreso en Washington aprobó la Ley del Servicio Selectivo, se enlistarán los judíos, todos esos infelices que sufren en Europa, con la resistencia aliada. Y a Leopoldo lo enorgullecería que se dijera: «Claro, claro... Es lo que debemos hacer. Es lo que hizo el hijo mío, der Soldaten Leopoldín». En parte, es por lo que han vivido, su padre Otilio y él. Se supo que Leopoldín se unió a la resistencia austríaca, porque había conocido a Karl Gruber, quien lo instó a reclutarse, en los días en que llovieron las bombas alemanas sobre Bélgica, Francia y Luxemburgo.

Alguna cartas, de procedencia desconocida, llegaron más rápidamente. Unas con significativos detalles y no por eso más esperada que la que enviara Andrés, tan lacónico y, aún peor, impreciso para dar informes. Abram debió escribir para consuelo y alegría de su padre, no él. Abram y hacerlo con su puño y letra, no delegando su mensaje a un tonto, que no sabe expresarse sin que vea a los ojos y se convenza que tiene un interlocutor. El es práctico. Ve y cree lo que toca. «Escribir cartas no se hizo para él».

«Perdona, ama a tu muchacho. No seas tan cruel por Andrés», le dice Malká La Sueca.

«El hizo ya lo que pudo. Me dijo que está vivo. Lo que dijo en su carta: ¿Puedo ayudar en algo? es evidencia de lo tonto que es. Si puede ayudar que ayude, que no ofrezca nada. Que haga. Ya sé que se fue a Basilea, ¿por qué no se llevó a Abram consigo, que es más joven y ha viajado menos?»

«Volvamos al campo porque no hay disfrute en tus sábados. ¿Cuánto hace que no escortas a la Reina? Antes me llamas Malkah... yo era tu Ceres / Java / la amada del Sábado representada en una aceituna / y contigo despedía al rey quien nos dio su huesito de luz, la vida... pero ya no tienes gozo. Se'udata d'Dovid Malka Meshicha', tu fiesta de David y el rey Mesías, no te nutre... ya no me llamas tu Aceitunita... ¿Es que np ves en mí el huesito de la luz? y ¿dejaste de ver Creador que hizo a la mujer en la séptima hora de la Semana de la Creación y la llamó Java -Eva. Un alma adicional... bendícime en el próximo Melaveh Malkah y, si la muerte es designio de estos días, en la base del cráneo, amarremos el Tefillin y recrearemos desde ya resurrección; pero que Luz nunca se destruye y vamos a bendecir huesitos de luiz de tus hijos... y vamos a hacerlo en el campo, en Ceiba Mocha, donde te sientas en contacto con la cosecha y el reposo....». E intervino así La Abuela porque venía mucha gente con fastidios, aún en días de la Despedida del Sábado y la comida de Melaveh Malkah...

Llegaron, quizás no de mala fe, a dar versiones sobre la guerra en Europa marinos con prostitutas, empleadillos y sinvergüenzas, ebrios fingindose llorosos, y fue Benavito echó a correr el aviso de que se urgían noticias sobre Leopoldín, Andrés y Abram. Y todos tenían amistades en barrios de gentiles... Y cierto es que Benavito murió sin saber que Abram, el estudiante de medicina, vistió el uniforme americano. «¡Ay, Abram, nunca lo esperé de tí, porque las guerras matan, aunque quede uno vivo». Ni supo sí, efectivamente, se había casado, y si lo hizo fue sin su bendición. Mucho de lo que se le informó fue cierto; pero no pudo ser su consuelo...

Según Benavito, para los trafalmejos, todos estos pueblos tan lejanos no significaban la vida espiritual, unicidad, lo único que atesora el judío.. Le son como entidades abstractas: idea-nación, otredad extranjera y prescindible. Los germanófilos cubanos aplaudían los triunfos nazis alegando que Alemania había sufrido con los tratados humillantes que contra ella se pactaron tras la primera Guerra Mundial. Justificarían el derecho alemán a la represalia. En violación de la neutralidad declarada por los Países Bajos, las tropas alemanas entraron a Holanda. Establecieron su imperio de terror en Rotterdam en 1940. Con exterminios judíos en Holanda y las bombas alemanas, como en el centro de la ciudad de Rotterdam, cumplen esta ignorancia que llaman las «últimas noticias». Y lo hastiaban. Ya no desea oír.

Cuando pasó a Ceiba Mocha, celebraron el primer Sábado. Escortada la Reina del Shabat, como correspondía y La Sueca bonita, lo amó cuando le escuchó su plegaria, Acción de Gracias para morise en paz:

Siempre me comprendo como Ser, ker que crece, hijo del crecimiento, ente sembrado en la Tierra, puesto para el cultivo. Esta fue mi ser es, mi ceremonia en silencio prometeico de luz porque el Rey vendrá. Vendrá mi día de reposo y veré un fruto, mi forma de aceituna, yo brotando de la tierra, de lo profundo de lo oscuro para ser un huesillo de luz bajo la mirada del Sexto Día que me entierra y dice Ser-semilla, hueso primero, único entre los cinco misterios de Iejidá y Jaiá, la vida.

Aunque la tierra, lo coma, Ser es. No será Nefesh, porque la sangre es vida que nadie ha de comer. Este huesito de luz Ser-es, y «no comerás tú la vida con la carne».

El mejor de tus huesos pongo como tu espiga de trigo, más allá del polvo de la muerte y te lo entrego con instancia de Melave malka para que sea tu ceremonia cuando me esperes, cuando me despidas, Sembrador, panadero de trigo limpio. Ser es, como esperanza de crecimiento, Ceres como diosa de lo agrario, ser es en el Shekinah de tu hembra en los sábados.

Desde el sexto día, en la primera hora cuando Tu Creador hizo, como Saturno, el Tiempo y con él la bondad de Tu Ser. En la sexta hora se te hizo Alma porque todo debe ser de ese modo, que en el espacio donde se te echara la tierra sea transformada en barbecho, preparada, abierta en surcos, arada con dedos que puedan hacer agujeros, sembrada por el Aliento y el Sudor gozoso del Creador / el Gran Labriego / Rey de la Tierra y el Agro / como Ceres / es Tu Rey Obarator divino. El escarifica y escarda para mejor clarearte en los días de la cosecha, Messor.

Después, antes de gozarse en su audacia, te esconde, bondosamente, el brindis de tu aceituna, te da su Java, su delicia, ese huesito de su luz, Eva, premio para la octava hora de Tu Día porque mujer Ser-es, y ceremonia del Descanso, cúspide del Reposo. Recibe a tu Rey, Shabat es Su Nombre y luego, en el Melave malka, agradece, despídelo, y entra en la novena hora para seguir cultivando el Jardín de la Tiera, al Edén planetario.

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15. Los grandes reaccionarios

En el despliegue histórico de los reaccionarios («die Geschichte der Reaktion»), Benavito se cantaba uno de los héroes, casi anárquico, pero siempre alerta y generoso. La vida debía estar unida, «sumada de unicidades», de hombres plenos. Mas no lo estaba y eso fue su tristeza. «Se vive en el imperio de la coersión». «Reaccionario y tradicionalista» fueron los dos adjetivos que su primo Leopoldo le sanbenitaras tan sólo porque decía que la raza humana no avanza hacia ningún futuro progresista, evolucionario y deseable, sino que hay dos lados contrapuestos e irreconciliables y ninguna utopía que ponga a Sión en carne y hueso: Tradición y Revolución. «Reconstruir la Tradición, en eso creo y Tradición es algo más profundo que el cristianismo desgarrado y la contrarreforma católica... mira el estado débil y desfigurado que el Cristianismo tiene hoy. Siempre nos lleva a la conflagración... yo, como judío. creo que se debe inyectar algo a esa porción de humanidad en la que hemos vivido, ¿qué se ha de echar a este caldo de cultivo de la cristiandad?»

Leopoldo no tenía ni la mínima idea de lo que, en rigor, Benavito llamara la religiosidad rusa, o rusianismo, «esa manera oriental de pensamiento» que De Maistre anhelara como el Alimento que puede nutrir el romanismo que impera y, a fin de convertir a la cristiandad en un poder real, en interlocutor deseable, . Benavito se ubicaba en el pensamiento de Tolstoi, Solvoyov, Julius Evola, René Guenon y Rudolf Steiner. Leopoldo ni idea tiene sobre lo que es una manera oriental de pensar dentro de la cultura rusa, aunque más que el mismo Benavito vivió entre judíos rusos. «Antes que me llames reaccionario, quiero que leas los Diálogos de San Peterburgo de Maistre».

Benavito, que sufría la ausencia de Abram, se sorprendía muchas veces en la tarea de comparar a Andrés y Leopoldo, ambos económicamente exitosos. Andrés era práctico, rudo en palabras, inocente como un niño, que dice lo que piensa, sin ninguna diplomacia y sin ninguna maldad... «Se lo advierto: yo sé donde hay pajares para hacer ladrillos», decía su hijo. Lo conmovió esa vez como en aquella carta en que propuso: «¿En qué te puedo ayudar? Y si con dinero se viaja al fin del mundo, yo tengo para ir y rescatar del Seol hasta al mismo demonio»: así de simple era Andrés y, por tal razón, Benavito le miró con silenciosa ternura y su sentido de justicia muy parecido a las paradojas de Dios.

Ante Leopoldo y él, Benavito recriminó cuando se fueron los hijos por primera vez, cada uno por razone distintas: «¡Estamos en guerra! Viajar no es un juego. Tú no eres Concheso... Te hicíste conocer en Suiza y Holanda con los que espiaban a Leo...»

Desde los tiempos del Presidente Menocal, se apuntaba a la familia Abram y Matías como «unas» entre cáfilas de carcamanes con cáscara amarga. Había germanófilos que miraban sospechosamente a Leopoldo y Benvito, suponiéndoles (¡qué disparate!) simpatizantes del frente disidente, la izquierda del movimiento nazi. Este fue conocido como el Frente Negro bajo la dirección de Grëgor Strasser. El militante había sido una de las víctimas de la Noche de los Cuchillos Largos, el 36 de junio de 1934.

Gratuita y viciosamente, surgieron los acusadores, que no son herméticos en el sentido del que Benavito asigna y autoasigna cuando habla de la metafísica, pre-escolática, o las ideas de Joseph de Maistre, Martines de Pasqually y Louis-Claude de Saint-Martin). En 1928, Concheso y Aurelio Fernández se propusieron «sanbenitar a Benavito» y llegarin a enviársele anónimos y mensajes con amenazas de muerte, en los cuales se le preguntaba con quiénes colaboraba, con qué bando cruzaría la raya. El no habló entonces de comunistas rusos, o sovietismo. Su discurso famoso sobre los Diálogos de San Petesburgo, desde la óptica de un judío.

«¿Con qué bando cruzaría la raya?».

«Con ninguno. Un médico, a menos que sea un san-martín, no tiene tiempo para la política... No hay tales carneros», dijo el abuelo, al principio. Imaginaba quiénes serían los responsables de aquellas cobardías. Fue cauteloso porque no estaba seguro... Pese a las acusaciones, a los juegos de palabras, él se interesaba en el progreso o el retroceso noticioso de la situación alemana. La llegada de Otilio, Leopoldo y Leopoldín lo hizo recular de su apoliticismo, en vista de que Leopoldín y Abram se irían a Suiza, tierra neutral «cuando sea el momento apropiado para que estudies y no antes, que Europa está como su estado de alma, en desorientación y guerra, sin unicidad».

Por indiscresiones de los Matías, arreciaron los germanófilos su crítica a los suecos y la familia comenzó a pagar los platos rotos. El FBI arrestó a ocho saboteadores nazis, contactos alemanes, en el Caribe. A su regreso de su segunda escapada, el mismo Andrés se vio arrestado y llevado a un campamento en 1942.

Benavito, en paz descanse, ni supo que estuvo preso. Le habría descargado sus ironías.

«La política no trae nada bueno», decía. Días como éstos tendrían que venir. «Los gentiles son impíos con nuestro pueblo; pero nuestro pueblo también está aquí» y, con ello, se refería a su parentela en Cárdenas, Matanzas y Santiago. Dijo que la camarilla palaciega de Doña Paulina y a la gente de la BAGA, Bloque Alemán-Grau-Alsina se había formado en Cuba para cazar diablos azules y dar apoyo al nazismo. No se imaginó, ni pudo ver, que Andrés fuese víctima en La Habana del choteo de La BAGA. Murió antes de que ocurriera.

El sentido de la historia de Benavito se centraba en una más compleja noción de realidad para la que utilizaba una metáfora de Max Stirner, «der Einzige», el único, el mí mismo como fundamento de cualquier relación. Teóricamente, él se había convertido en una suerte de saduceo, el más excéptico y anti-autoritario de los hombres. La única gran figura de la historia que le interesaba fue él mismo, como una encarnación anónima y arbitrariamente absoluta de su unicidad. Además, su familia. Y, muy a lo Max Stirner, discursaba que el estado, la sociedad y las ideologías de humanitarismo social, son «fábulas y manifestaciones evolutivas» de la unión forzada de las gentes idólatras y primitivas, que manejan a ideas-dioses para desfigurar los fundamentos de la libertad y la unión libre.

Adolfo Hitler sería la «idea-dios» del líder y su rebaño. Un culto a la personalidad: Hitler y Mussolini en distintas naciones. Sólo Der Einzige prescinde de los rebaños y trasciende la idolatría de la horda y sus atavismos tribales. La autoridad auténtica no necesita de la coersión. Es mucho más generosa.

«Los jóvenes hebreos de la Calle Obispo dijeron que usted es ateo, padre», le informó Andrés. Y, en vano, su hijo esperó su comentario que desmintiera lo dicho. «¿Por qué no te pones a leer, Tontarro?»

«Tengo claro mi fe en todo lo Viviente. Adonai, Eeel Chad, jech Chai Zawa... »

«Pero no sabes cómo defender a tu padre, Andrés».

«¿No crees que es más fácil desoír a los necios que nos buscan rencillas?»

Andrés no es tonto, reevaluó su padre.

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