Carlos López Dzur
De tus infidelidades
Hija del Talmud Bavli, voz de Judea
vi sobre Irak tu veterra osamenta
y canté tu antiguo nombre, Babilonia.
Me compadecí de tí, vanagloriosa
hermana de dolor y levanté tus harapos para cubrir
las vergüenzas de lo que hicíste con la palabra
que te dí para que tuvieras mi tesoro,
Torá de mis amores, primicias
de mis secretos.
¿Por qué me cambiaste
cuando el persa invadió nuestras recámaras
y fornicó bajo tus faldas? ¿Por qué por 70 años,
en medio del exilio, el deshonor,
me negaste un Templo, vulva y arca
del abrazo y me desconocíste y olvidaste
las antiguas prácticas de nuestros amores?
Pues, yo las recuerdo y ante escombros de Irak
te nombro como ayer, talmúdica Hija de Bavli,
babosa babilonia, mi babieca,
nenorra de imperios, asiria, persa, hibridona,
hasta por griegos seducida
y revolcada en estulticia y menosprecio
y yo adorándote, Hija de Bavli,
prima sangre de mis venas,
materia de mi martillo que golpea
y sacaría chispas de lealtad a tu inconfeso
amor por Judas El Macabeo
y te llamé desde el clandestinaje
al Reino Hasmoneo de Judá... me quedé
en la espera. Nunca se dio tu viaje.
Te acomodaste a las manos del romano
y te envilecíste otra vez y yo lo ví.
Era tu piel hermosa como siempre
pero sobre el lecho de Roma
como antes fue de Irak,
era tu osamenta vieja, originaria y tu afición
a los placeres, cimera,
y traicionaste por ello.
Canté tu nombre viejo, Babilonia.
Y destruí, por celo, el Segundo Templo
y me largué al reino Kházaro
(en las estepa del Volga) para olvidarte,
yo, el khan Kházaro, judaeus mercator,
radanita, perpetuo viajero,
todo lo hice por tanto querer olvidarte.
Que te escupan, que te opriman, que se harten
de ti y te dejen, que te coman tirios,
y troyanos, musulmanes del Mediterráneo,
pero que yo te olvide,
que te olvide,
que te olvide.
... pero, Hija del Talmud Bavli, voz de Judea
vi sobre Irak elcolor de tu vieja osamenta
y canté tu nombre eterno, Babilonia
y lloré, lloré a lágrima viva,
tu ser despedazado,
y no puedo, Amada, con esta pena.
No puedo olvidarte desde los días del primer exilio.
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Enoch / Idris / Akhnookh
Este día es Luna, aquí en la tierra.
Los idólatras transforman sus penumbras
invocando tu nombre, Idris, y sin embargo,
te ignoran como el Iniciador.
Encubren tu cabeza pensadora con Ibis
y te suplantan con escribanos de bisutería
A Seshat la rememoran enjoyándola
con vanidades que mientan la fantasía.
Pero la Joya de Tu Palabra es una:
Que haya justicia
para que paz la siga.
Es la paz lo que sigue a una vida más pura
y en la rectitud del corazón comienza la justicia.
Entonces sí que vendrá profecía, Idris,
y reconocerán tu Nombre,
Iniciador, Enoch, y te veremos
entre las dos columnas,
una de bronce, otra de granito.
En medio de ellas, tal como fuíste y sin mentira,
te veremos y Babilonia sentirá su vergüenza
por olvidarte a medias y, de ese modo, honrarte
porque lo que custodias, entre pilares,
es magia pura y no a un ave de vuelo pasajero
ni a una luna en bruma penumbrosa.
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Primera enseñanza de Enoch
Nahash tiene en el Jardín
una de sus niñas más hermosas.
Con brillo de luna, tatuaje
fue de Abel para sus ojos.
Y es con ojos de bondad
que ella lo mira
y es con ojos de deseo
que le busca el aliento.
Aclima es la niña de Venus y copia de su belleza
está en el paraíso; pero, en densa materia
de este prado de esplendores,
se aclimata
al menor de sus coetáneos,
y él no es Qayin,
su hermano, el cazador,
recolector de frutos.
Ha preferido a Abel porque él es quien canta
y cría dulces ovejas y conoce
los astros y a su hermana dice:
«De Venus es que tienes esplendores».
Qayin, como Marte, es guerrero,
y no es copia del pastor que se aclimita al beso
que ella da de mañana con su luz,
¡oh, linda Aclima!
Abel dijo primero: «Házme tu esposo,
hermanemos el alma con el sexo
y pediré más soles venusinos
para el Edén, hermana mía».
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Y Abel habló con la Serpiente
Quiero a Aclima, Nahash.
Tráela con tu rayo serpentino a mi costilla
y que me suba del os sacrum
al monte de su musgo vibrante
y en el mons púbis que se acueste conmigo
y el Hefzibah nos cante
con el reposo delicioso del sexo
y venga la reina del Espíritu
toda feraz de energía
y crezca mi nación de regocijo
y bendiga el sol
como bendijo al ganado
y a la yerba en que yace
y pasta, siglo a siglo,
y por generaciones.
Y Nahash escuchó al pastorcillo y le dijo:
«Ya sé que Ella te prefiere y te la ofrezco.
Es la más bella de las hembras
y la copia perfecta de una Imagen
que me traje de Venus: la bajaré a la carne
para que te ofreza críos; aclimata
a Aclima para el clímax del Virgo».
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Y Qayin quiso aclimatarse
En el quehacer de las tibias ondas
de sus feromonas,
en el aroma de radiancia de sus manos,
no hubo noche en que Qayin
no cayera en embeleso
y se jalara el capullo
como soso o onano de sus onanismos
y, triste remedio a no estar
aclimatado a la energía de ella,
la Hermana de Delicia,
no como Abel de aclimatado.
Y sintió celos porque Ella / Bella Aclima
era esquiva y buscaba
la otredad del pastor
en el prado.
En cotidiana frustración,
Qayin fue a Nahash a pedirla
(aunque ya otra hembra
se le había ofrecido).
«Tu esencia es para hembritud marciana»,
dijo Nahash a Qayin y cito: «Existe un orden
y afinidad oportuna, y la Aclimata de delicia
que condicionas y pides no es la tuya.
No desafíes ni disconectes la Fuente alta
que alimento con la Gracia
cuando vinculo los pares perfectos».
En el quehacer de su labor en la llanura,
Qayin halló a su hermano cuando
buscaba el más bello y dulce de sus carneros,
el mejor para Nahash.
«Grata será mi ofrenda»,
le dijo a Qayin, y siguió
con gran esmero, buscando.
«¿Vas a ofrendarlo vivo o en holocausto de llamas?»
«No. Las llamas que las encienda el Cielo,
nunca mi mano. Yo lito con voz y canto
y el fuego que venga de Nahash».
Y, por estas palabras de Abel, Qayin
se sintió ofendido y, mucho más,
porque la mujer que le prefiere
es la que él ha elegido.
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El nacimiento del fraticidio
¿No se pudre la semilla en el hoyo
para que nazca la planta y siga
al germinarse, nueva flor
para la mariposa?
Yo cavo el hoyo y ante el fruto
que se pudre, pido magia
¿y nace la planta y el árbol
y siguen, con el proceso, visitas de pájaros
por el llamado del polen, el aroma, y colores
de las flores que yo he sembrado?
Y tú, Serpiente, ¿prohíbes mi deseo
y apartas la ofrenda de mis clamores
y no te agrada el hoyo que abro ni la cuña
ni cómo clavo el azadón en tierra?
Yo era recolector de frutos caídos y obedecí
que me dijeras: «Siembra... pues bien,
ahora cavo huecos para milagros del campo.
Con vaginas de la tierra, redimo
la magia del Deseo,
¿y me prohíbes la aclimata
de virginal hembritud con Aclima
para darla a mi hermano?
¿Qué tiene él?
que no tenga yo, ¿qué reparo
me acusas para que no la concedas?
¡Como a la tierra que siembro,
la abriré: será mía!
La aclimataré a mi cuerpo
y la salvaré de penas.
La veo jariosamente y no duermo.
Oyendo a aquel que canta
en medio de rebaños,
ella se levanta
y a él da su compañía.
Y no es justa conmigo.
Soy yo con fatiga
quien cavo la tierra
y no tengo disfrute.
Abel sólo pasea el asno,
apacienta el ganado.
Mi trabajo es más duro
y nadie seca mi frente.
Para él, todo se induce
a dulces concesiones.
Tú le díste a Aclima.
A mí nada me has dado.
No me favoreces, bien sé
y hoy es el día del plazo.
O me das clímax con ella,
o voy con él, y lo mato.
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Cómo tatuar a un iracundo
Con el deseo de hembra, mido la soberbia
del hombre; cotejo las agresiones
de los enardecidos y distingo
a las almas gemelas.
A Abel yo dí el alma gemela que le toca.
A Qayin, otra gemela que aborrece.
Abel dsfruta la otredad de lo que le dí
y el aborrecedor, quiere lo que no le toca.
Por la sangre del hermano que Qayim
derramó yo le quitaré la gemela,
la suya que lo pudo haber hecho feliz.
Tatuaré la tristeza en su alma
y un remordimiento que lo aisle
para siempre.
Enoch, escriba de mi Voz, profetiza:
Para siete generaciones dispongo:
El sello no lo quitaré jamás de su frente.
Pasará a la tribu de los Kenitas
y sus pelos serán rojos como la sangre
y no rubios ni lacios como los abelianos.
Y llamaré Qayim al que mate a su hermano
y repudie el alma gemela de su esposa.
Al que ultraje hembra, sea que le guste
por ramera, o sea que le guste por virtuosa,
sea que le disguste por fea,
o sea que le guste por hermosa,
sea que la repruebe por vieja,
sea que la admita por núbil
o doncella en plenitud de sus encantos,
Qayim será
y es... Qayim por chulo, p
roxoneta, qayim
por golpeador, o traficar con blancas,
qayim por feminicida,
quayim por desobediente,
qayim, qayim,
por los siglos de los siglos...
Y escribe, Enoch, papiros en Midrash de árabes,
judíos y persas, malayos y egipcios,
«Que así sea».
Amén.
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EN CALLADO...
Encallado en Ararat, mi barca
arando taras, arcabuz de tierra seca
me disparo y no es que me jacte,
Lamento... yo dí la forma de Sem
y ahora Sem no es mi forma.
Esencia mía no es
ni la cama de Cam
no es
ni la sonrisa del jafeto.
No hay en el próximo Oriente, nada
que yo diga que es mío, Africa,
nada es mío. No es.
Mundo, me quedé sin jafetitas
y, camitas, sin lecho.
Ni una piedra tengo para recostar
mi cabeza, avergonzada.
Pero No Es que me jacte, Lamento.
Yo dí una forma en el barro
y mi mujer me dio el vientre
y Abraham
desde Canáan me ordernó:
«No te avergüences.
El mundo tiene que cambiar muchas veces
y hay que partir de Ur, siempre partiendo».
Siempre una cesta sobre el río
y el Arca sobre el abismo
y siempre el milagro de quien observa
y nos deja ser: Fieles o Desobedientes.
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EMPUJADO A LA TIERRA DE GESEN
El hambre empuja hacia la tierra de Gesén,
en el delta del río Nilo.
Y el faraón de la envidia
arde más que la grieta árida,
pica profundo... pero sé
como lo generoso del Egipto primario
que te acogió.
Ni odio ni envidia, así de simple.
Quien sin gratitud se guarda su riqueza
que no diga siquiera que entró
a la Tierra de Gesén.
Diga que el hambre se lo come todavía.
Sé humilde, simiente de Jacob.
Sé sabio, Vara de Isaí, y mide tu temperamento
cuando seas ungido, porque la Mano
que escribe las legislaciones,
la destroza con fuego,
Quien abre con su lengua
pasos por el Mar Rojo, seca las huellas
que conducen hacia Canaán, la tierra prometida.
Quien da 40 años de peregrinaje
da la fatiga de 40 más
sin ley y sin leche ni miel
y en Jericó no origina otra victoria
que no sea el dolor y la ira del opresor.
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