Sunday, June 05, 2011

La tinta verde de la esperanza / cuento



Por Carlos López Dzur

«Usted, quien escribe con tinta verde de esperanza, ¿se entera que nos separa un árbol?», preguntó la voz. Neruda sabía quién era. Borges.

Tenía su dejo de miedo la voz con que pidiera la mirada. Definía, para ese sordo viejo, lo que el héroe es.

Quien más se empeña en no ser mártir y acumula en su memoria traiciones. Ese es el héroe, el más engañado por todos y por sí mismo... Cuando era senador, por provincias de Antofagasta y Tarapacá, áreas del inhospitable Desierto de Atacama, hasta González Videla quiso sus oficios de poeta, su voz que congregaba las izquierdas, enormes multitudes... pero, al menor gesto tras la Huelga de Lota, quiso sacarle los ojos. Pablo era senador, pero aplicaron la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, llamada por sus críticos Ley Maldita.

¿Querrá mirarlo Pablo? Borges piensa que no. Definirá lo que es ser terco. «Terco ha de ser el hombre porque todos los héroes trágicos, como ha instruído Esquilo, padre de Trágicos, lo son».

Hay quien dice que, en la agonía, antes de la falla al corazón en la clínica santiaguina de Santa María, más eran los buitres alrededor de Pablo que quienes lo lloraban. Que entraron milicos o buitres / o águilas / o hienas / todo es lo mismo / y en su casa robaron papeles, destruyeron libros, saquearon a gusto. Se dijo que sacarían sus ojos para que fuera ciego como Borges. Que en el régimen de Pinochet estarían aquellos que lo envenenaron paulatinamente por su posición pro-Allende y pro-marxista de toda la vida. Alrededor del héroe terco, hay que formar silencios y borrar nombres, como los 26,000 votantes que desaparecieron de registros electorales para que no vuelva a elegirse a Neruda, a nadie que sea como él. Fue en esos días que salió de Valdivia, se internó en las selvas o los fundos de Huishue para no regresar si no a morir, a ser envenenado, como dicen.

«Entonces, no me querrá mirar ahora que ambos, él y yo, tenemos otra vez los ojos abiertos», se queja Borges, porque yo le recuerdo que la vida heroica es una militancia de los desalientos ante puertas cerradas y miradas ciegas.

Porque él, es un hombre prudente, ahora entiende con ojos igualmente profundos, no ciegos, como aquellos que exploraron laberintos, que es hora del encuentro que antes jamás se produjo. Insistieron en que se conocieran. Eran las almas encarnadas de la Lucidez y la Esperanza, mayores seres líricos del siglo. Uno dijo: «Yo soy argentino y la izquierda no me gusta. Es mejor que se evite el confrontamiento». Y Pablo, quien tronara contra la derecha, aspavientosa, ante Jorge Luis, decía: «Sería muy incómodo, terriblemente triste, que lo conozca y la cita me defraudara».

Mas tendrían que conocerse. «El Destino lo quiere», dijo Borges.

Se dio la oportunidad, en espacio de sincronía tal que la conciencia es inmensa y la energía tan iluminadora. El pasado y presente convergen. Ahora el tiempo es circular e infinito y la Historia es una ciudad encarnada de puertas que van al futuro y en algún punto se cierran porque las paredes vedan que el acceso sea posible y se desandan, con frustración, los pasos y se va ante este río, donde ellos están adivinándose. No se han dado la cara todavía.

Realmente, no se sienten enemigos; no se han mirado las caras, no se han abrazado como latinoamericanos; pero se reconocen la voz y el acento. El puede gritar: «¡Pablo Neruda: Viva Chile, mierda!». Pablo puede que responda: «¡Jorge Luis Borges! Mira que pez perdido. Anda suelto El Aleph en el aire».

Compararlo, como hizo una vez, con Esquilo, desmenuzar su concepción de la tragedia, bordear un perfil para un Jorge que jamás sería como el griego, un soldado ejemplar, voz trágica de Atenas, al juzgar a bárbaros y persas, o los Siete contra Tebas... Algo le dice a Pablo que nunca se encontrarán, porque el verdadero ciego no es Edipo. Es él. Borges que lo rehuye.

Ambos tienen sus conceptos distintos de Destino. Y, sin embargo, en esta cita, parece que no es así. Lo separa el tronco de un árbol. Se han sentado a ver cómo fluye un río circularmente sobre la tierra. Neruda poetiza cada elemento. Entiende, con precisión, que ambos están en las orillas, uno de espalda al otro y que el árbol arbitra las primera palabras entre ellos, porque rehuyeron conocerse en vida. Se admiraban, pero, Borges decía (allá para los años finales del '60): «(Pablo) se ha comportado sabiamente al evitar que nos reunamos. Habría sido una conversación incómoda para ambos».

«¡Vaya lugar éste dónde lo he hallado!», confiesa Pablo, igualado con lo único que iguala a los hombres. «¡La muerte!»

Siempre, como Esquilo, ha pensado que las trágicas conciencias «Suplicantes» de la historia suplican democracia y justicia para Atenas; siempre ha querido asignar un valor épico a estas mujeres de la «Orestíada»: Agamenón, Las coéforas, Las euménides. Neruda mira al mundo con la figura de un héroe / Prometeo Encadenado que busca un Parlamento para darse al fin su lugar en el cosmos.

Pero Borges lo juzga: «¡Vaya varón el que es éste!» Cree que Neruda no ha de mirarlo, por no admitir equivocarse. El se justificaba porque la CIA paga los críticos dentro de las mismas filas de la militancia. «Vea el Congreso para Libertad Cultural cómo difunde la mentira de que soy cómplice del asesinato de Trotsky; mira al mismo Paz haciéndome mal de ojo».

«¡Ya no hay puertas que se cierren! La muerte es la inmensa apertura de mirarnos. El ojo pleno de luz. La verdadera clorofila de tu pluma, la esperanza!», Borges sí quiere verlo. En la oscuridad social del planeta, vio su genio. Está pensando en los comienzos de su tragedia.

Su voz en el Estadio de Pacaembú en São Paulo se anticipó, por tres años, a la decisión del Presidente Gabriel González! En Brasil, Neruda cantó a la Revolución, con loas al líder comunista Luis Carlos Prestes. En Chile, cuando González Videla prohibiera el comunismo y diera orden de arresto para él, supo que vivía como una rata, en un sótano, oculto y auxiliado por amigos, en las cercanías portuarias de Valparaíso.

Borges lo pensaba nacido para crecer y escapar como un héroe prometeico por pasadizos de montañas de Lilpela, cerca del Lago Maihue, digno de comunicar su sentir ante 100,000 multitudes, como en Pacaembú o llenar el Estadio Nacional, tras recibir el Premio Nóbel y reunirse con Allende. «¡Trágico hombre es éste!», vuelve y dice cuando hubo el coup d'état en Chile y contra Pinochet nada será posible que se haga... Pablo está hospitalizado, con un cáncer de tales dimensiones que parecen que los buitres le comen las entrañas. Y hay buitres de distintos caracteres, que al parecen no lo son, pero han comido del poeta sus sámagos: «¡Ese buitre del estalinismo! Tu mismo encadenamiento, Prometeo, el que tú mismo te pones».

Por eso, ambos se colocaron de espaldas. Mudos mas tan cercanos... él, admirador de Josef Stalin (por ayudar a derrotar a los nazis). Son dos cantos a Stalingrado desde el 1942 y el «Nuevo canto de amor a Stalingrado», al año siguiente. Pero saludó, por igual, a Fulgencio Batista y, más tarde al peor enemigo, de Castro... La historia es un mero tanteo. Puertas falsas en medio del laberinto... Buitre y terquedad son esas teorías del «compromiso por el compromiso». Puertas de falsía lo que el mismo Khrushchev en su discurso secreto ante el Congreso del Partido Comunista en 1956 denunciara como culto a la personalidad, base tantas Grandes Purgas.

«Y es por eso que siento vergüenza». Neruda lava su mirada en el río del olvido. Convertir el marxismo en una deidad es tan decepcionante como hacerlo de Mao o Stalin, o el Partido... y ese silencio de Pablo a condenar el castigo que el Soviet da a las disidencias molesta. «El caso de Boris Pasternak y Joseph Brodsky»

«Capitán, traigo un recado de. Matilde Urrutia, tu musa, y otro de Allende: González-Videla da sus últimos pataleos».

Nunca la voz de Borges fue tan dulce hasta que dijo ese nombre. Por ahí debió a haber comenzado, no con la mención de Esquilo. Asomó la cabeza, cuanto pudo, hasta la parte trasera del árbol y vio a Jorge. Le pareció tan elegante y tierno. Ahora se le sentó, directamente cercano, hombro con hombro, y le dijo que hay algo de gaicho en el Ché. El sí fue un héroe de los que describe, más esquiliano. No lo he llorado como a Luis Emilio Recabarren, «padre / abuelo / de los comunistas chilenos». Un hombre democrático, que el Ché no pudo ser... pero, el Ché es gaucho bueno. Bueno y trágico.

Y ya el Capitán y el Ciego Borges hasta reían juntos. Pablo le contó sobre el cáncer y la próstata mala. Libros que recuerda, con tanto amor como él los suyos. El poeta Whitman y el dramaturgo Arthur Miller, gente e ideas por cuya vida, la suya fue cambiando... ya eran dos personas, sin un árbol que impida ver el bosque... «hubiéramos sido, lo sé, buenos amigos y nos rehuímos».

«¿Caminamos alrededor del río, Pablo?»

«Claro. Este lugar es algo como el Edén ¿verdad? que no pensé que existiera. Me gustaría traer aquí a Matilde».

«Que sea, Capitán, que sea».
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