Saturday, November 05, 2011

En torno a la Epica de San Sebastián del Pepino


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En el primero de los 80 poemas, así como en el título general del libro «Epica de San Sebastián del Pepino», su autor Carlos López Dzur define lo que ha de ser este poemario, esfuerzo en narrar una épica identitaria, el nacimiento de la comunidad pepiniana. Para él, el nacimiento de un pueblo como fue 'Pepino' / 'Pepinito' / 'Las Vegas del Pepino', oficialmente inscrito con la Advocación de San Sebastián (Mártir) del Pepino en 1752, es asunto de épica.

«Contrario al nacimiento de un individuo, que puede que sea de regocijo por el amor que inspira en sus progenitores, así consumado acto de lirismo o que puede, en su defecto, darse como tragedia si el niño es mal querido, o nació con todos los defectos posibles y para condiciones adversas, el nacimiento de un pueblo refiere a la aventura de consensos. Es hazaña que no se pintará trágica. Su proceso es planificado. Fundar un pueblo une voluntades. incentiva un colectivo y esa fundación se canta como epopeya. Es momento en la historia para lo épico», había dicho López Dzur al explicar otro libro sobre su pueblo natal, que es el complmento en prosa de éste [«El Pueblo en Sombras»].

Estos libros han estado inéditos en papel por años. Son trabajos literarios que constituyen los aportes de creación e investigación más antiguos en la obra del escritor. La mayor parte de los poemas en este poemario no están fechados; pero, es obvio que comenzaron a circular desde 1996. Unos de los textos más antiguos de la colección son Don Narciso Rabell y los idealistas pioneros, compuesto en 1987 y Era la mejor de todas, dedicado a Marcianita Echeandía Font (1885-1968), en la misma fecha.

«Aquí hay poemas anteriores al año 2006 y otros que escribí hace 30 años, como uno a Don Mayito, el Zapatero, escrito en julio de 1980. Mas, cuando fecho un poema, es por razón de identificar etapas. Por ejemplo, en el decenio del '80, estuve muy entregado al estudio de personajes que son tipificados como pintorescos o pueblerinos, sea gente urbana o de campo», explica López.

La metáfora de un Niño, en distintas etapas de crecimiento, es utilizada por López Dzur. «Ahora serás / Pepinito / Pepino / Pepinote / y a buscar tu adolescencia». A buen y determinado tiempo, el Pueblo será ese Niño que no sólo es «niño-viejo», tonto y caprichoso, sino «niño-anciano». Ancianidad epocal, esencial más que milenaria y cronológica. La identidad mentada en el primer poema tiene que ver con procesos hacia la maduración, la integración y la vejez. A la sabiduría y logros es lo que contextualiza como experiencia por vejez. «No creo en pueblos iluminados, que aprenden rápido y sin escollos. Esto se da, por excepción, con los individuos; pero, en las naciones y las comunidades, hay fuerzas externas para romper los consensos. La épica implica lucha, agoniar colectivamente», advierte el pota.

La voz narrativa, fidedigna, es compasiva y paternal a veces:

Sé que él sufre, que perdió la memoria
como un viejo de más de dos centurias,
pero es mi viejo bueno de los siglos
(y noble cuando quiere y tonto)
y, con sus defectos y manías, sí...

Pese a que esa voz de López, ama a su pueblo-Niño, lo que irá narrando épicamente es una etografía, con el fondo de su espacio nostálgico», espiritual. Maneja una hilación de metarrelatos, con aspectos que pueden ser buenos o malos. La presencia de la esclavitud debe verse como lo malo; la rebelión del Capitán Pedro de Loizaga, quien «enseñó el alzamiento, el motín», para adquirir derechos ante el gobierno colonial, como señal buena. Lo heroico. Los tiempos de Fernando VII son malos y repercuten en España, Puerto Rico y en Pepino y el narrador le da presencia local con la estampita de Mariana Rubio, niña-hija de un padre realista conservador, que termina desencantado, al igual que ella. Hay rastreo geneológica de esta Mariana, que viene de Caracas m(Venezuela) durante las migraciones de huída y guerras bolivarianas.

En el interin, pasado los años, ya ni padre ni hija admiran ni compadecen al rey Ferrnando VII, por todo lo que comenzó a representar entre sus súbditos: «reestableció la Inquisición, / persiguió la prensa, el pensamiento libre, / las imaginaciones de los espiritistas, / los masones, los poetas afrancesados». En el poema, se cuenta que Fernando VII:

... odió a Simón Bolívar, a Sucre, San Martín,
Itúrbide; odió a Miranda, a Washington,
a uno y todos los enciclopedistas, a Dantón,
y sin faltar ninguno... a jacobinos,
a pobres de La Bastilla…

[Ha muerto tu rey, Mariana]

Es interesante la manera con que en estos poemas sobre Pepino se explica un periodo de la vida de España que concierne a los Borbones, el periodo del resurgimiento del liberalismo, las guerras bolivarianas y otros eventos a la vez que se nos presenta la historia de familias inmigrantes que llegan, con la emisión de la Cédula de Gracias que trae a miles de pobladores, europeos y suramericanos, a Puerto Rico.

Mariana, hija de Mestre, pionera
entre los Oharriz y Rodones,
¿qué hicíste con la vela?
por saber de un rey muerto en los años
de tus inmigraciones?

y, en este ínterin nos cuenta la historia de Mariana, quien en su vejez quemó accidentalmente el pueblo («Nos quemaste, Mariana»]

Otro poema que brinda su razón de historia sobre el crecimiento o decrecimiento económico y social de Pepino es Los sueños de Gabriel del Río, 1826-1830. En términos generales, los ochenta poemas, en cuanto aluden a hechos históricos tras ese nacimiento en Las Vegas (primer nombre, antes de Pepinito), se organizan lineal y cronológicamente: a los vecinos pobladores de Cristóbal González de la Cruz siguió pues la llegada de inmigrantes. Hay eventos que se vuelve simbólicos en el curso descriptivo de la cronología: la descarga eléctrica de 1861 que destrozó la imagen del Patrón San Sebastián y una porción del Templo Católico, los incidentes del Gruto de Lares (1868) y los clamores de pánico de Joaquín Sosías, los años de pobreza en el Pueblo desde los tiempos de Juan de la Pezuela y del posgrito en Lares, la edificación del Casino peninsular y del autonomista, el periodo de los Comevacas y Tiznaos, la Invasión Norteamericana (1898), la Destrucción / Incendio / y Restauración del Guayabal, los destrozos del Templo Católico por el Terremoto de 1918, la fragmentación de la vida pueblerina, misma que produce toda una serie de 'tipos / o personalidades pintorescas' que López Dzur, rescata con el pincel de la evocación y la nostalgia.

Entre los personajes pueblerinos del poemario: el duelero y viejo maestro masón Lino Guzmán, el poeta Moncho Lira (Ramón María Torres), Pascasio Lamourt, Rafael Mayol Navas (Rafa Te ví), el Caballero Don Primo (Lcdo. Victor Primo Martínez), el trovador revolucionario Carmelo Cruz, José Benigno Vientós, padre de Nilita, Don Narciso Rabell Cabrero, el comerciante e inventor Anacleto Arvelo (4-Esquinas), los zapateros Mayito y Don Ramón, el negro Atán, el poeta Herminio Méndez Pérez, la compositora María Juana Beníquez, Sandalio La Yegua, Don Aguedo Vargas Labaille, y Juanito Pana, el flautista, Pelo e' rata, antiguas comadronas, Luis Velez, la aclamada modista María Peregrina, el poeta nacionalista César G. Torres y otros personajes gloriosos y célebres. Estos pueden ser el Cura Ramón Durand, quien fundó, en el 1835, el Cementerio de los Coléricos en la parte Oeste del Cementerio Viejo, o el homanaje que brinda a Don Aurelio Méndez Martínez o la diversidad de campesinos mulatos o afrocaribeños, que Carlos López Dzur destaca p[or sus aportes los hermanos Padró Quiles, por ejemplo.

López Dzur confiesa que el poema «La casa y la invasión» y el poema final «Meditación sobre San Sebastián Mártir» (el Patrón eclesial) son sus textos predilectos de la épica. Ambos reflejan «la analítica hermenéutica con que yo miro todo fenómeno épico, objetivo, siendo que en la historia inciden otras fuerzas que tienden a destruir la necesariedad o idealidad de su expresión, su afán de maduración e integración conscientiva. El primer poema no es meramente uno sobre la Casa de Doña Bisa o su familia. No obstante, en el símbolo arquitectónico de esa particular casa, yo veo una estética y, en cuanto a las personas de las familias Rodríguez Cabrero y Rodríguez Rabell, mencionadas en el texto, veo una ética. Se complementan. Es por lo que, en este poema que se apuntala en un momento trágico para Puerto Rico, la invasión y la rendición de España en 1898, aprovecho el modo tremendista y modernista que Ramón del Valle Inclán utilizaba, durante esos años de 1898, para juzgar lo que pasara y decía: La ética es lo fundamental de la estética... El lenguaje de esa Casa de Doña Bisa es ético, como la estética valleinclana y, por tal razón, concluyo que la casa representará un lenguaje, la 'casa del lenguaje', heideggerianamente dicho, desde la cual se nombrarán las zonas esenciales de una ideología, sea la vivenciación de la pepinianidad o de la patria... Mas, en el experimento valleinclano de mi poema, lo que muy profundo es que la casa no es estructura, sino superestructura. Comportamiento. Si bien la casa es para proteger el cuerpo, en este caso, lo que protegerá son los comportamientos... Cuando mi intención es hablar del niño-Pepino o del Pepino-adulto, en cuanto estructura, u organismo vivo, lo simbolizar con otra cosa. ¡Con el cuerpo del mártir! hablaré del cuerpo, la integridad física y la belleza de los pepinianos».

López Dzur admite que hay muchos juegos conceptuales y filosóficos en su poesía y que acude a personificar muchas cosas que son inanimadas. La Casa de Doña Bisa está personificada como asunto de ética y comportamiento. «¿Qué vamos a hacer con la ética que sea tan hermoso como esa casa? ¿Qué pueden hacer los pobres que, económica y culturalmnte no son y fueron tan afortunados ni educados como Doña Bisa y su esposo, el Juez Negrón, o ancestros de ambos? Estamos hablando sobre la cepa de Rodríguez Cabrero, último Alcalde español antes de la invasión, y alcalde que fue hermano de un gran poeta y valiente autonomista», continúa.

«Siempre he imaginado a Luis Rodríguez Cabrero, con el temple y peculiaridades de Valle Inclán... Diría, por otro lado, que las imágenes del mártir Sebastian son las que personifico como cuerpo sintiente», agrega.

Pepino / ese niño-adolescente-adulto-viejo / de las poesías iniciales del poemario / ya en el poema final son el cuerpo de su visión del pepiniano. El pepiniano ideal y estético es un tanto mártir. A él lo personifica y lo recuerda, no como una mera estatua de palo, flechada y con los ojos volteados en agonía, tras haber sido asaeteado en Roma. «Lo que yo digo sobre Sebastián de Narbona, en mi poema, y por lo que lo personifico en términos de un cuerpo capaz de sufrir y soportar, se relaciona a la idea de Michel Foucault; 'que lo biológico se refleja en lo político. Los humanos, en función del poder que los rige, se juegan la vida en la política': No es pues mi San Sebastián uno que ha de buscarse en los templos. En realidad, yo lo busco en la historia, en la casa del lenguaje, en la Casa de la Etica, que es lo fundamental de la estética».

López Dzur dice que siempre ha estado al pendiente de los poetas de su pueblo y de la tradición de la literatura regional. El pepiniano común y corriente sigue siendo muy nativista. Ama su pueblo, lo festeja como 'pueblo de la hamaca', de Titina y la Novilla, de lindos paisajes; «pero, no creo que haya comprendido cuál es el sentido profundo de su santidad... Tenemos muchos poemas a la Iglesia, a la que personificamos y vemos como 'buena madre, tierna hermana', esto es, la Iglesia es la ética... así como en mi texto sobre la Casa de Doña Bisa, ética y estética de espacio... Un fino poeta como el pepiniano Dr. Pedro Angel Cebollero tampoco, en vida, no alcanzó a comprender y valorar el pepiniano ideal y estético, ese que digo que es el Mártir. Le fue una figurita en el altar mayor. Recuerdo el poema Iglesia de San Sebastián, de Cebollero: 'Oh linda iglesia mía, que en el altar mayor / tenía asaeteado al buen San Sebastián, a San José, y al niño bello como una flor...' Esa 'su dulce iglesia, blanca palomita de los valles' sirve más al pretexto de sus devociones marianistas que para destacar qué es lo bueno y admirable que tiene el santo de Narbona. Sin embargo, si bien me satisface que haya religiosidad remanente, como parte de nuestros valores, yo espero que se entienda este punto, la ética de mi Varón santo, que es el pepiniano ideal que, en tiempos de la biopolítica, de la 'perversidad de las normas y las codigrafías',.aspira a desatarse 'de las mallas del poder; que lo apresa y fragmenta para hacerlo dócil como siervo».

Preguntamos a López por qué dice que al mártir San Sebastián hay que buscarlo en la historia y en la casa de Doña Bisa, tal es descrita heideggeriana y valleinclanamente en su poema. Explica que la Casa de Doña Bisa representa más la ética colectiva de nuestro ideal de pueblo que la Iglesia y hay más martirologio en la vida cotidiana que en los Altares Mayores de la iglesia y sus santos de loza. «Somos un pueblo progresista con una larga historia de miseria. Muchos de estos textos inscriben la pobreza en el porvenir rebelde... La Cédula de Gracias, con provisiones para la importación de capital, adición de nuevos esclavos, trajo momentánea prosperidad, inyecciones inancieras a la economía, pero también codicias y monopolios.

Ese viejo Monsiú Alers sí que asqueó
a Pablo Liciaga, de Vizcaya,
al profesor Larrache, a Don Lino Guzmán,
al monte, ruralesco y escolar, de Guajataca,
al escribiente Arteaga, de aquellos
López y Pumar venezolanos,
a la vieja Lalita en Mirabales,
a ese jíbaro campo de mil jaldas y barrancos.
Ese viejo puerco de las básculas y las yeguas
que son vírgenes de ojos grises
y niñas de los campos,
está en el odio de las turbas campesinas
y en la memoria gitana de los Flores Cachaco
y Esteves, caporal de Cecilio,
le escupe como al negro diablo
y los Rodríguez Cabrero lo desprecian
como a nadie.

(...)

por la Cédula de Gracias
también se asocia al quehacer de la Serpiente
y se muerde la cola y se vuelve animal
arisco y orejano, Silvio Alers, él se rebela,
se averguenza, se duele y un día delinque
y roba y viola y quema y juega
y seduce, por esquizo y por pindongo,
a la propia niña de sus ojos.
Estará ocioso y desmoralizado.

«En el sentido que yo utilizo el término 'épica', no me refiero al subgénero que avala las hazañas de héroes legendarios o señorazos de un pueblo... mi épica preferida es de mártires, o luchadores que buscan consensos. Epica porque todo cuanto se narra en los ochentitantos poemas mienta un mundo exterior a las pequeñeces propias de mi persona, de mí como autor. Hablaré con respeto de un pueblo, que es más que lo que yo puedo ser. Eso es lo esencialmente ético-estético de lo épico... Estas epopeyas que yo elaboro hablan sobre la posibilidad de un pepiniano ideal y de un pueblo ideal desde un tiempo y espacio determinado que no tiene por qué ser ficticio, sino histórico... y lo cierto es que, si el Sebastián Mártir, el de Narbona que nunca vimos, pero es histórico y alguna vez fue de carne y hueso, ese héroe arquetípico se multiplica en todos los pepinianos que estén dispuestos a representar los valores por los que él vivió. Puede que sean los mismos valores tradicionales colectivos de la pepinianidad, o la patria puertorriqueña... ¿Por qué no voy a escribir sobre los mártires de Pepino si hay muchos?»

«Este es un poemario, cuyos personajes o arquetipos no son de la complejidad de la Epopeya de Gilgamesh, o de una obra como la Ilíada, u Odisea griega, pero es una historia en torno a profundos mártires como son Oscar López Rivera, condenado a 55 años de prisión por absurdos cargos de conspiración sediciosa... Cuando yo digo, con respecto al Mártir Sebastián de Narbona, que sus enemigos en Roma, a fin de procesarlo y condenarlo, primero lo espían, lo acusan.

Desde antes se te espiaría. Tú sin saberlo.
Exigieron que se informe dónde vas,
que se dijera con quién dialogas tus placeres
o tus penas. Orejas pegadas a paredes,
ojos asomados a los muros, se interesaron por tí.

... aunque maldigas al Estado Vigilante,
la seguridad biopotentada lo exijió en su momento.
Tú eres imprescindible (no todos son héroes,
Sebastián, no todos). Tú eres uno.
Eres de la Guardia Pretoriana.
Eres un capitán.

... eso mismo sucede hoy. Digamos el caso de Oscar López Rivera, quien, tras 30 años de encarcelamiento, no se rinde, que estudia, que mantiene su integridad física, emocional e intelectual, a la par de la más alta ética política, tener un mártir vivo en la historia. Y tuvimos una Marcianita Echeandía Font, una Nilita Vientós Gastón, un César Torres... Estamos llenos de héroes, de mártires... Escribo una celebración sobre la ética de un pueblo bueno que ha sufrido, a veces ha prosperado y que respeta su historia, pinta y esculpe, en torno a los leitmotifs que encarnan sus valores».
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