Wednesday, April 22, 2015

3. EN GUARDIA ANTE EL ASEDIO DE SICOPATAS

3.   EN GUARDIA ANTE EL ASEDIO
DE SICOPATAS


            Antes del arribo y vomitivo que supuso el soma-totipo de Doña Evelia y Carola Boves, su hija, me puse en guardia. O superaba mis escrúpulos o dejaba la casa. ¡Qué ironía! Quien lamentaba las dificultades de acomodarse en vecindario de clase rica, se internó en La Pocilga. Reunió discreción. Pasó por listo. No hay quien lo bote. Cayó como Juan a su casa. Es el lo que pensé: hombre de tres culos, Como quiera que lo tiren, cae sentado. El abogadillo caraqueño me dio mala espina desde el primer momento. Con el cuento de que solo buscaba alojamiento para sus muebles, o reliquias, se quedó con una casa antigua. Le lavó la cara, metió sus tres hijos su mujer y sus muebles. En vano sería decir a la rentera (quien es una aguacatona patológica, como él) que lo eche de su propiedad.  O le suba el pago acordado, ridículamente bajo.
            Un día, por fin, llego la prole.
      Ni modo. Ya están todos los que son, aunque llegarán algunos otros con la misma calaña.
     —¡Papá, papá!— fue lo primero que oí.
            Bovito que equivocaba la puerta.
            Interesante irrupción. Esperada desde 1992. Se ha materializado.
     Y pregunto: ¿Cómo pretendería Don Adolfo enviar a tal pendejillo a una Academia o Escuela como Chapman University? Carola es otra de tales especímenes. Cuando llega, siempre a tumbos, pero llega e irrumpe. Se destaca por maldiciente, y que irrumpe espectacular-mente, enseñando el trasero. Es triste porque es obesa y el espacio de su ventana en su recámara daba limitado acceso para quepa por su voluminosidad física.
            Veo cómo batalla para meterse al interior.
            Es una crueldad que no justifico; pero cada persona debe ser dueña de sus estupideces. El padre, quien no le abre la puerta de entrada, la amenazó. Borracha no llegues a casa porque no vamos a abrirte.
            No disfruta el derecho a llegar como la gente decente, entrar por la puerta principal, no por la ventana. Un padre debe considerar y garantizar que su primogénita no exhiba sus pataratas ante el vacío y la calle y cuelgue, con las patas por fuera y el culo a los vientos, como un torbellino de ridiculeces.
            De Ingrid no tengo quejas. Para ser justo, me produjo satisfacciones. Es la hija que nació en 1970. La que es linda y mesurada. Es un primor de chamaca y llegó, con la edad de 20 años de vivencias, o poco menos. Se ve más jovenzuela. Capoteó, por acompañar a su padre en su viaje exploratorio a California, duros momentos de la política.
            En 1988 se fraguó el plan de estadía de los Boves en Orange. Tenía que ser así. Carlos Andrés Pérez fue acusado de transferencia ilícita de fondos del gobierno. Depósitos a cuentas privadas en el extranjero durante el periodo de 1974 a 1979. El año prometía más mal-versaciones. La cuenta de Don Adolfo se hubiese abierto si fuese tan palurdo, indeciso.
      ¿Qué  va a pasar? Todo lo suyo lo quiere invertir en educar a una loca y a un imbécil. Y darse vida de rico, como antes, pero acá sin trabajar. El hace ajustes. El dinero en mano se lo robó el miedo. El miedo fue tuyo, ¡pues a la pocilga, papá!
      De la familia, a Ingrid lamentaría no verla. Es cierto que soy un observador, sin candidez, que puedo parecer antipático a primera vista y es la razón por la que evito las fiestas y convivencias que no externan un propósito concreto y creador. Mas exceptúo gente. Desde que Ingrid llegó y supe su nexo con Boves, me chocó la incongruencia. Ella no parece hija de ese hipócrita mañoso, o engañador artero. Debe sentirse muy orgullo-so de ella, no tiene su pinta.
     Hay sí el nexo. Lo infiero porque en los momentos en que Don Adolfo la tiene en compañía hasta su carácter cambia. En su familia todos parece perfecto. Se levantan y duermen a tiempo. Cada día, al influjo de la nena modelo, todo cae en su lugar. Ella es como el centro de normalidad que ubica a cada quien. Inclusive al papá.
            —¿Se fija la belleza que traje a esta esquina de la ciudad?
            —Ingrid adorna la calle. Seguro.
            Del mismo agradezco que haya convertido ese caserón en una vivienda atractiva... Una casa con varios lustros de falta de pintura y aseo es como una paliza a lo estético. La propietaria lamenta la erranza y pudo cobrar más al rentar.      
            —Quedó linda la casa.
            —Es que lo fue siempre. En esto soy distinto a mi señora. Yo veo la belleza interna de las cosas.
            —¿La utilidad?
            —Y otras cualidades no tan obvias.
            —¿Y usted se fija que, desde que llegó, es la primera vez que me saluda y somos relativamente 'vecinos' desde hace un año?— y él hace un gesto confuso. Al final es aprobativo y lo enmendará.
            —¡No faltaba más! Eso se puede corregir—. Se avalanzó sobre mí. Me abraza fuertemente delante de su hija. Se ve contento.
            Me besó varias veces la cabeza, apretó efusivamente mi espalda. Ahora de su somatotipo, detecto otras medidas y características. Tiene altura. Se mueve ágil-mente. El vientre del aguacatón es engañoso. No porque tenga papada es un barril de tocino.
            —Hija, este muchacho es profesor y tiene un doc-torado... Véalo claramente: yo sé más de la gente, que lo que usted cree,  vale.
            —Mas yo no le dije ni un ápice sobre mí...
            —Bueno, es la primera vez que conversamos y me atrevo pedirle un favor, no para mí, sino para mis hijos, que son o que más quiero en la vida... Estamos buscando un buen colegio para matricularlos.
            Aprovecho para sonreír a Ingrid, tan hermosa. Vi que me tasaba. En alguna ocasión, con los meses admitirá que soy atractivo, aunque mi estatura le dejara algo que desear. Queda pendiente que salgamos. Yo me encargo. No quiero que ni ella ni yo juguemos a las escondidas con su padre.
            —Ingrid necesita hacer amigos y que sean estu-diosos. Y yo tengo mi cabeza en muchos planes. Puede que haya descuidado a mis hijos, o que me haya separado, en lo que forjo un marco de seguridades en esta  nueva tierra… Nunca dejo de pensar en esto: ¿Para qué vine? ¿Por qué me anticipo a la crisis de la que el caracazo fue el primer destello?
            —Interesante.
            —¡Mi nena vivió eso!, ¿verdad, Ingrid? ... se me partió el corazón. ¡Pobre Venezuela! Quiero que, a sin de compensarle esa amargura, que ella estudie Econo-mía porque hay crisis en todo el mundo. La globaliza-ción. El pago de las deudas en mercados neoliberales...  Rusia y China buscando el protagonismo... ¿Lee usted sobre estas cosas, doctor? ¿O en qué es su expertise? ¿Dónde enviaría a estudiar mi nena, colocándola bien? Ella habla mejor el inglés que yo...—, inquiere. Sugería que cuando se establezca en Orange que sea Chapman.
            Don Adolfo tenía demasiadas cosas que consultar, o consejos a lo que yo pudiera  en cierta medida dar luz y en fechas previas, en ocasiones más oportunas, la desesperación lo indujo a procurarse escondrijos para que yo no lo hallara.
            Tal la impresión que tuve. ¿Qué teme? ¿Que yo no debo yo saber?
            Me lo encontré varias veces durante el verano en la Biblioteca del Colegio Comunitario local. Leía periódicos en español en que yo colaboraba. No levantaba la cabe-za para saludarme, ni aún cuando yo llamé su atención para que me reconociera.
            —¡Señor Boves!— le grité. Su reacción fue nula. Me ignora. Inferí que se hace el majá muerto.
            Por otro lado, me rastreó. Leyó mis artículos y pidió opiniones a mis colegas. Quizás necesitaba más tiempo para saber a qué atenerse. Le dijeron que son un pan; pero no todo el mundo me come.  La rentera le dijo: —Su vecino trabaja los veranos en esa institución pública, donde él dice que ha visto a Ingrid y, en semestres regulares, se contrata con Chapman University. Sube de categoría. A él, como usted, les gusta la política y devoran la historia... sólo, que si se lo digo discre-tamente, él es 'rojito'. Sort of Anti-american liberalist ah, yeah. Pero / I hope I hope  I hope no es an extremist. Saltará de la cátedra a la marcha y, casi siempre por sacar la cara por los minoritarios, lo concedo y va a sus méritos. El me aclara cosas. Fue como los chicanos de Aztlán en los Sesentas...
            Desde esas fechas supe que El Veda parece anda por aquí. San Diego. Los Angeles.

* * *

      Concluyo que la propietaria o viuda de La Pocilga aprende sobre mí, me olfatea, mas no le doy mayores palabras / o confidencias. Mantengo el bajo perfil. No obstante, me puso el ojo y así puede apuntar con el dedo. Por menos que tener un par de ideas claras sobre la historia de clases, luchas de resistencia, derechos civiles y distribución desigual de ingresos, en el Condado de Orange se te cataloga de 'sospechoso'. Y eso es dinero, favores especiales, en un Estado Policíaco.
    Ella estuvo casada con un militarote. Uno de carrera que, por remordimientos, se quitó la vida. Mas antes hizo todo el daño que pudo.
   Atraviesa mi tranquilidad una sospechosa coincidencia. Para don Adolfo. como para ella, soy un profesor que atemoriza y cohíbe. Me detengo a mitad de la explicitación de sus aseveraciones. Cuando interrumpo el discurso desparpajado que se me comunica, sólo digo:
      —No creo que eso sea cierto—, y espero una reacción. Ellos no la dan. Ahí se corta el diálogo.
   No propongo diferencias de opiniones como asuntos personales, o para separatividad, con la gente que vive cerca de mí. Me pasó con ella, La Pera. Le habría dicho que su tipo repulsivo me inquieta. En  buen puertorri-queño, se trata de que Don Adolfo me cayó en los cojones. No me gusta para nada. No podría ser su amigo. [... mas tampoco vamos a odiarnos. La tolerancia que sea primero]. Que sea padre de Ingrid no cambia lo que siento. Digo meramente que ella es otra cosa. Es más honesta. Estudié la circularidad de naranja de su cabeza. Ella tiene por rostro un agradable óvalo, y su pelo castaño, tan suave, cae sobre hombros bien torneados.
     Carola es una toronja pesada. Caretona. Cabezona. Me sofoca su peso. La veo tan guandaja y metida en el disfraz de ballena acomplejada. —No siempre fui tan gorda— se consuela.
    —Ningún vestido le queda suficientemente holgado. Ningún pantalón la favorece— le advirtió Ingrid. No cree que ella le quiera ayudar. La critica porque la odia. Se siente una víctima. Sietemesina, nacida como memoria del Temblor de Caracas. Y de los discursos de su padre y el fantasma de Boves en la historia suele hablar de cortinajes o mosquiteros que se desprenden del cielo para caer en la tumba de Urica, después de la  batalla en que perdió la vida.
     Su pelo debe ser del mismo color que el Ingrid. Ella lo prefiere con tintes amarilllos. Un día la vi, creí que utilizaba una peluca, con la cabeza en azul y un velo islámico, ¿qué era? Carola manifiesta su agresividad. Vive en riña con su padre. No sé, por las veces cuando está mimosa, si lo ama o lo desprecia.
    No tengo antipatías manifiestas por ella. Creo que necesita ayuda sicológica. Me ha vomitado mi barda. Es decir, lo que tendí en ella. A veces tendía la alfombra de mi sala. La colgó abierta para que se seque con el sol. Ya nada. La  verja demarca la propiedad y es todo.
     De modo que redescubrí el cordel. Alfombra o ropa que tienda la coloco, a distancia de su ventana, en mi predio. No sea que, por cercanía, Carola dispara un chorrete de sus esputos. Sucedió una vez, mas no quise decirlo para avergonzarla a ella y sus padres. Me quedé callado. Como el primer incidente fue confuso, el segundo ya lo fue menos. —Esto huele a vómito—, dije a Doña Evelia la segunda vez y se me rompía el corazón porque puso a Ingrid a lavar la porquería esa mañana. Salí rumbo a Orange, mortificado y dolido de que fuese Ingrid la asignada con la tarea.
    No pude reaccionar antes que yo llegara de mi trabajo a las 7: 00 de la noche. ¿Por qué no vomita sobre la puerta de su sala o la ventana de la habitación y envía con tal señal a su enojo o frustración a su padre? ¿Por qué abrí mi bocota ante a una pera podrida como ella... La imagino verde, como si me sacara bilis. Después de mi queja cordial, siendo que Ingrid había comenzada la limpieza y su tendido, la incondicional iba exculpán-dola... Dio los indicios de su justificación, Lo que, al parecer, haga su hija tiene su explicación emocional. El exilio, la migración, el cambio de ciudad, la depresión, todo menos el alcohol y los excesos...
            —¿Utiliza drogas?— pregunté a la madre. Ingrid no quiso ni levantar su cabeza.
            —¡No, no! Mi familia es adorable y de buenas costumbres... Cuando vayamos a Serrana Heights, a la casa que mi esposo me comprará, esta zozobra acabará... si le pido este favor: no le diga a la rentera que mi Carolita le arruinó la alfombra, No lo diga a mi esposo...
            —Es la segunda vez que ocurre en par de meses...
            —¡Ay, bendita Ingrid! que tapa faltas. Es ella la que limpia todo lo que arruinan sus hermanos.
            —La primera vez limpié yo. No dije nada, sólo que una vez entendiera lo ocurrido no habrá una segunda vez.
            —No se enoje, doctor. Me causa angustia.
            —No es menos el asco. No exagero. Sucede otra vez y lamo a la policía...
            —No. No. Se lo suplico. Todo puede llevarse a un arreglo...
       —Arreglo sencillo. No deje a la muchacha a la intemperie. y que se pueda enfermar. Llévela al sicólogo.
            —Sí, sí... mire, no tardará una transferencia bancaria. ¿Sabe usted? En Caracas, somos gente rica... Adolfito, administró un renglón petrolero... pero no lo presione con quejas por ahora...
            —... si apenas lo veo para saludar si va y viene, señora... 


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