3.
EN GUARDIA ANTE EL ASEDIO
DE SICOPATAS
Antes del arribo y vomitivo que
supuso el soma-totipo de Doña Evelia y Carola Boves, su
hija, me puse en guardia. O superaba mis escrúpulos o dejaba la casa. ¡Qué
ironía! Quien lamentaba las dificultades de acomodarse en vecindario de clase
rica, se internó en La Pocilga. Reunió discreción. Pasó por listo. No hay quien
lo bote. Cayó como Juan a su casa. Es el lo que pensé: hombre de tres culos,
Como quiera que lo tiren, cae sentado. El abogadillo caraqueño me dio mala espina
desde el primer momento. Con el cuento de que solo buscaba alojamiento para sus
muebles, o reliquias, se quedó con una casa antigua. Le lavó la cara, metió sus
tres hijos su mujer y sus muebles. En vano sería decir a la rentera (quien es
una aguacatona patológica, como él) que lo eche
de su propiedad. O le suba el pago
acordado, ridículamente bajo.
Un día, por fin, llego la prole.
Ni modo. Ya están todos los que son,
aunque llegarán algunos otros con la misma calaña.
—¡Papá, papá!— fue lo primero que oí.
Bovito que equivocaba la puerta.
Interesante irrupción. Esperada
desde 1992. Se ha materializado.
Y pregunto: ¿Cómo pretendería Don Adolfo
enviar a tal pendejillo a una Academia o Escuela como Chapman University?
Carola es otra de tales especímenes. Cuando llega, siempre a tumbos, pero llega
e irrumpe. Se destaca por maldiciente, y que irrumpe espectacular-mente,
enseñando el trasero. Es triste porque es obesa y el espacio de su ventana en
su recámara daba limitado acceso para quepa por su voluminosidad física.
Veo cómo batalla para meterse al
interior.
Es una crueldad que no justifico;
pero cada persona debe ser dueña de sus estupideces. El padre, quien no le abre
la puerta de entrada, la amenazó. Borracha no llegues a casa porque no vamos a abrirte.
No disfruta el derecho a llegar como
la gente decente, entrar por la puerta principal, no por la ventana. Un padre
debe considerar y garantizar que su primogénita no exhiba sus pataratas ante el
vacío y la calle y cuelgue, con las patas por fuera y el culo a los vientos,
como un torbellino de ridiculeces.
De Ingrid no tengo quejas. Para ser
justo, me produjo satisfacciones. Es la hija que nació en 1970. La que es linda
y mesurada. Es un primor de chamaca y llegó, con la edad de 20 años de
vivencias, o poco menos. Se ve más jovenzuela. Capoteó, por acompañar a su
padre en su viaje exploratorio a California, duros momentos de la política.
En 1988 se fraguó el plan de estadía
de los Boves en Orange. Tenía que ser así. Carlos Andrés Pérez fue acusado de
transferencia ilícita de fondos del gobierno. Depósitos a cuentas privadas en
el extranjero durante el periodo de 1974 a 1979. El año prometía más mal-versaciones.
La cuenta de Don Adolfo se hubiese abierto si fuese tan palurdo, indeciso.
¿Qué
va a pasar? Todo lo suyo lo quiere invertir en educar a una loca y a un
imbécil. Y darse vida de rico, como antes, pero acá sin trabajar. El hace
ajustes. El dinero en mano se lo robó el miedo. El miedo fue tuyo, ¡pues a la
pocilga, papá!
De
la familia, a Ingrid lamentaría no verla. Es cierto que soy un observador, sin
candidez, que puedo parecer antipático a primera vista y es la razón por la que
evito las fiestas y convivencias que no externan un propósito concreto y
creador. Mas exceptúo gente. Desde que Ingrid llegó y supe su nexo con Boves,
me chocó la incongruencia. Ella no parece hija de ese hipócrita mañoso, o
engañador artero. Debe sentirse muy orgullo-so de ella, no tiene su pinta.
Hay sí el nexo. Lo infiero porque en los momentos
en que Don Adolfo la tiene en compañía hasta su carácter cambia. En su familia
todos parece perfecto. Se levantan y duermen a tiempo. Cada día, al influjo de
la nena modelo, todo cae en su lugar. Ella es como el centro de normalidad que
ubica a cada quien. Inclusive al papá.
—¿Se fija la belleza que traje a
esta esquina de la ciudad?
—Ingrid adorna la calle. Seguro.
Del mismo agradezco que haya
convertido ese caserón en una vivienda atractiva... Una casa con varios lustros
de falta de pintura y aseo es como una paliza a lo estético. La propietaria
lamenta la erranza y pudo cobrar más al rentar.
—Quedó linda la casa.
—Es
que lo fue siempre. En esto soy distinto a mi señora. Yo veo la belleza interna
de las cosas.
—¿La utilidad?
—Y otras cualidades no tan obvias.
—¿Y usted se fija que, desde que
llegó, es la primera vez que me saluda y somos relativamente 'vecinos' desde
hace un año?— y él hace un gesto confuso. Al final es aprobativo y lo
enmendará.
—¡No faltaba más! Eso se puede corregir—.
Se avalanzó sobre mí. Me abraza fuertemente delante de su hija. Se ve contento.
Me besó varias veces la cabeza,
apretó efusivamente mi espalda. Ahora de su somatotipo, detecto otras medidas y
características. Tiene altura. Se mueve ágil-mente. El vientre del aguacatón es
engañoso. No porque tenga papada es un barril de tocino.
—Hija, este muchacho es profesor y
tiene un doc-torado... Véalo claramente: yo sé más de la gente, que lo que
usted cree, vale.
—Mas yo no le dije ni un ápice sobre
mí...
—Bueno, es la primera vez que
conversamos y me atrevo pedirle un favor, no para mí, sino para mis hijos, que
son o que más quiero en la vida... Estamos buscando un buen colegio para
matricularlos.
Aprovecho para sonreír a Ingrid, tan
hermosa. Vi que me tasaba. En alguna ocasión, con los meses admitirá que soy
atractivo, aunque mi estatura le dejara algo que desear. Queda pendiente que
salgamos. Yo me encargo. No quiero que ni ella ni yo juguemos a las escondidas
con su padre.
—Ingrid necesita hacer amigos y que
sean estu-diosos. Y yo tengo mi cabeza en muchos planes. Puede que haya
descuidado a mis hijos, o que me haya separado, en lo que forjo un marco de
seguridades en esta nueva tierra… Nunca
dejo de pensar en esto: ¿Para qué vine? ¿Por qué me anticipo a la crisis de la
que el caracazo fue el primer destello?
—Interesante.
—¡Mi
nena vivió eso!, ¿verdad, Ingrid? ... se me partió el corazón. ¡Pobre
Venezuela! Quiero que, a sin de compensarle esa amargura, que ella estudie
Econo-mía porque hay crisis en todo el mundo. La globaliza-ción. El pago de las
deudas en mercados neoliberales... Rusia
y China buscando el protagonismo... ¿Lee usted sobre estas cosas, doctor? ¿O en
qué es su expertise? ¿Dónde enviaría a estudiar mi
nena, colocándola bien? Ella habla mejor el inglés que yo...—, inquiere.
Sugería que cuando se establezca en Orange que sea Chapman.
Don Adolfo tenía demasiadas cosas
que consultar, o consejos a lo que yo pudiera
en cierta medida dar luz y en fechas previas, en ocasiones más
oportunas, la desesperación lo indujo a procurarse escondrijos para que yo no
lo hallara.
Tal la impresión que tuve. ¿Qué
teme? ¿Que yo no debo yo saber?
Me lo encontré varias veces durante
el verano en la Biblioteca del Colegio Comunitario local. Leía periódicos en
español en que yo colaboraba. No levantaba la cabe-za para saludarme, ni aún
cuando yo llamé su atención para que me reconociera.
—¡Señor Boves!— le grité. Su
reacción fue nula. Me ignora. Inferí que se hace el majá muerto.
Por otro lado, me rastreó. Leyó mis
artículos y pidió opiniones a mis colegas. Quizás necesitaba más tiempo para
saber a qué atenerse. Le dijeron que son un pan; pero no todo el mundo me
come. La rentera le dijo: —Su vecino
trabaja los veranos en esa institución pública, donde él dice que ha visto a
Ingrid y, en semestres regulares, se contrata con Chapman University. Sube de
categoría. A él, como usted, les gusta la política y devoran la historia...
sólo, que si se lo digo discre-tamente, él es 'rojito'. Sort of Anti-american liberalist ah, yeah. Pero / I hope I hope I
hope
no es an extremist. Saltará de la cátedra a la marcha y, casi siempre por sacar la cara por los
minoritarios, lo concedo y va a sus méritos. El me aclara cosas. Fue como los
chicanos de Aztlán en los Sesentas...
Desde esas fechas supe que El Veda
parece anda por aquí. San Diego. Los Angeles.
* * *
Concluyo que la propietaria o viuda de La
Pocilga aprende sobre mí, me olfatea, mas no le doy mayores palabras / o
confidencias. Mantengo el bajo perfil. No obstante, me puso el ojo y así puede
apuntar con el dedo. Por menos que tener un par de ideas claras sobre la
historia de clases, luchas de resistencia, derechos civiles y distribución
desigual de ingresos, en el Condado de Orange se te cataloga de 'sospechoso'. Y
eso es dinero, favores especiales, en un Estado Policíaco.
Ella estuvo casada con un militarote. Uno
de carrera que, por remordimientos, se quitó la vida. Mas antes hizo todo el daño
que pudo.
Atraviesa mi tranquilidad una sospechosa
coincidencia. Para don Adolfo. como para ella, soy un profesor que atemoriza y
cohíbe. Me detengo a mitad de la explicitación de sus aseveraciones. Cuando
interrumpo el discurso desparpajado que se me comunica, sólo digo:
—No creo que eso sea cierto—, y espero
una reacción. Ellos no la dan. Ahí se corta el diálogo.
No propongo diferencias de opiniones como
asuntos personales, o para separatividad, con la gente que vive cerca de mí. Me
pasó con ella, La Pera. Le habría dicho que su tipo repulsivo me inquieta.
En buen puertorri-queño, se trata de que
Don Adolfo me cayó en los cojones. No me gusta para nada. No podría ser su
amigo. [... mas tampoco vamos a odiarnos. La tolerancia que sea primero]. Que
sea padre de Ingrid no cambia lo que siento. Digo meramente que ella es otra
cosa. Es más honesta. Estudié la circularidad de naranja de su cabeza. Ella
tiene por rostro un agradable óvalo, y su pelo castaño, tan suave, cae sobre
hombros bien torneados.
Carola es una toronja pesada. Caretona.
Cabezona. Me sofoca su peso. La veo tan guandaja y metida en el disfraz de
ballena acomplejada. —No siempre fui tan gorda— se consuela.
—Ningún vestido le queda suficientemente
holgado. Ningún pantalón la favorece— le advirtió Ingrid. No cree que ella le
quiera ayudar. La critica porque la odia. Se siente una víctima. Sietemesina,
nacida como memoria del Temblor de Caracas. Y de los discursos de su padre y el
fantasma de Boves en la historia suele hablar de cortinajes o mosquiteros que
se desprenden del cielo para caer en la tumba de Urica, después de la batalla en que perdió la vida.
Su pelo debe ser del mismo color que el
Ingrid. Ella lo prefiere con tintes amarilllos. Un día la vi, creí que
utilizaba una peluca, con la cabeza en azul y un velo islámico, ¿qué era?
Carola manifiesta su agresividad. Vive en riña con su padre. No sé, por las
veces cuando está mimosa, si lo ama o lo desprecia.
No tengo antipatías manifiestas por ella.
Creo que necesita ayuda sicológica. Me ha vomitado mi barda. Es decir, lo que
tendí en ella. A veces tendía la alfombra de mi sala. La colgó abierta para que
se seque con el sol. Ya nada. La verja
demarca la propiedad y es todo.
De modo que redescubrí el cordel. Alfombra
o ropa que tienda la coloco, a distancia de su ventana, en mi predio. No sea
que, por cercanía, Carola dispara un chorrete de sus esputos. Sucedió una vez,
mas no quise decirlo para avergonzarla a ella y sus padres. Me quedé callado.
Como el primer incidente fue confuso, el segundo ya lo fue menos. —Esto huele a
vómito—, dije a Doña Evelia la segunda vez y se me rompía el corazón porque
puso a Ingrid a lavar la porquería esa mañana. Salí rumbo a Orange, mortificado
y dolido de que fuese Ingrid la asignada con la tarea.
No pude reaccionar antes que yo llegara de
mi trabajo a las 7: 00 de la noche. ¿Por qué no vomita sobre la puerta de su
sala o la ventana de la habitación y envía con tal señal a su enojo o
frustración a su padre? ¿Por qué abrí mi bocota ante a una pera podrida como
ella... La imagino verde, como si me sacara bilis. Después de mi queja cordial,
siendo que Ingrid había comenzada la limpieza y su tendido, la incondicional
iba exculpán-dola... Dio los indicios de su justificación, Lo que, al parecer,
haga su hija tiene su explicación emocional. El exilio, la migración, el cambio
de ciudad, la depresión, todo menos el alcohol y los excesos...
—¿Utiliza drogas?— pregunté a la
madre. Ingrid no quiso ni levantar su cabeza.
—¡No, no! Mi familia es adorable y
de buenas costumbres... Cuando vayamos a Serrana Heights, a la casa que mi
esposo me comprará, esta zozobra acabará... si le pido este favor: no le diga a
la rentera que mi Carolita le arruinó la alfombra, No lo diga a mi esposo...
—Es la segunda vez que ocurre en par
de meses...
—¡Ay, bendita Ingrid! que tapa
faltas. Es ella la que limpia todo lo que arruinan sus hermanos.
—La primera vez limpié yo. No dije
nada, sólo que una vez entendiera lo ocurrido no habrá una segunda vez.
—No se enoje, doctor. Me causa
angustia.
—No
es menos el asco. No exagero. Sucede otra vez y lamo a la policía...
—No. No. Se lo suplico. Todo puede
llevarse a un arreglo...
—Arreglo sencillo. No deje a la
muchacha a la intemperie. y que se pueda enfermar. Llévela al sicólogo.
—Sí, sí... mire, no tardará una
transferencia bancaria. ¿Sabe usted? En Caracas, somos gente rica... Adolfito,
administró un renglón petrolero... pero no lo presione con quejas por ahora...
—... si apenas lo veo para saludar
si va y viene, señora...
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