2.
¿Donde tengo la cabeza?
«Estás descubriendo aquí tu verdadera CABEZA y tu verdadera identidad... no en la cabeza que te vendieron... tus padres... los manuales escolares.. y la universidad elitista que te convirtió en un robot consumista del sistema capitalista, alucinando que eres libre... y creativo. Estás descubriendo aquí la verdadera historia que te robaron y lo único que sabes hacer frente a la VERDAD es huir... o paralizarte... y seguir suicidándote con la manada de los que hablan tu mismo idioma de esclavo sin saber que eres esclavo»: VICTOR FIGUEROA (escritor puertorriqueño)
Ahora mi vecina, ya menos contigua a
mi propiedad, está contenta. Se cumplen diez años que me rentó y vendió una
casa donde la quise. Ubica en una calle de agentes inmobiliarios. Seis vecinos
se dedican al rubro, como su exmarido. Ella es viuda. La alegría suya es que
diez años tomó que vendiera otra casa. Y había perdido la confianza en sus
habilidades. Adquirió el oficio como hobbie para su edad de retiro. Utilizaba
el tiempo libre para la politiquería. Conocía a los políticos del Estado porque
fungía como enlace de prensa de las Mujeres Republicanas. Y de pronto, en medio
de tales bretes, vendía inmuebles.
Le quedaba una propiedad suya. ¡Ah,
como que no quiso salir de ella! Estaba entre su casa y la mía.
Le inquieta mi curiosidad que va pareja a
la falta de candidez. Mis preguntas son preludios que la atemo-rizan. Es la
única mujer que me pide callar como un favor que puedo hacerle, cada vez que
fragua un negocio. Me consulta como un gesto amistoso y después me pide silencio, razón por la que hablamos muy poco.
Lo imprescindible tiene aspectos riesgosos
o especu-lativos. No quiero ser mal vecino, pero una o dos veces [desde, 1980]
visité su casa. No voy a fiestas ni reuniones a las que ella se asumiera como
organizadora o la autoridad representativa del barrio o mi calle.
A veces me asquea la gente. Y se sabe. Dice
el adagio que con la mucha confianza, o intimidad y por abrir mucho la boca es
que entran o nos zumban sobre el rostro las moscas. Tener mi boca cerrada me
consolida la seguridad, me quita a mujeres intrusas de enfrente. Aleja a personas
de mi inevitable entorno. Es porque siendo una aguacatona tan próxima no la
soporto. LE puse un remedio a que no llegara ni a cobrar su renta. Compré la
vivienda de mi rumbo. Y lo hice al contado.
Afortunadamente. Tenía el dinero. No lo
hago obvio pues tampoco se trata de ser presuntuoso por anti-pático.
Hay quien sí aprende, me olfatea por haberlo
hecho así, pero comprendo que se especula con una crisis hipotecaria. Sobre
especialidades no se me ataca. palabras. Hice lo correcto aunque soy ignorante
en el tema... / Bueno de mi quehacer es que no doy confiden-cias / ni permito
que crean yo las recibo o las di.
La corredora de Bienes Inmuebles trabajó con
el Gobierno de la Ciudad y expresó este comentario que zahiere: la gente inteligente y
callada me produce miedo. Usted es uno aunque sean tan limpios sus
procedimientos. Pues, mejor. Eso soy para ella: el
profesor que la atemoriza o la cohíbe. Y
ella, para mí, una persona latosa. Que si le conversas o le das confianza no
acaba de irse nunca y cortar su visita y temario. Los agota. No deja nada para
el otro día.
«Es un dulce miedo o respeto /
amistosa cautela / que no la tengo con
todos», me dijo. «Usted es especial».
—Extraño mérito, ser su vecino raro.
—Pero lo es—, suelta sus risillas.
Me llama el cabezoncito, queriendo decir terco. Yo, como Shelton, tengo mi propia teorías de las cabezas
y tendencias que se les asocian. Pero yo soy artista. Dibujo y pinto y, sobre
todo, leo sobre todas las cosas. Me obsede lo bello y lo feo. Teorías de Orden
y Caos.
***
En guerra avisada no muere gente. Me
alegra saberlo. Algo cambió. Antes la enorme casa abando-nada, la casa de su
padre, nos separaba como una barda. Me separaba de su voz, su husmeo, o el
vocinglerío y actividad de lo que sucediera en su casa. Ya no. Ahora ella se acerca a mi balcón más que
antes y metió a Don Adolfo, cabeza de aguacate, adherida a su cuerpo de panzón
y, por cierto, asociado a lo retórico y ruidoso. El tipo de Boves corresponde a
un duende cascarrabias y resentido. Y conste, es alto de estatura. Imponente,
endomorfo infradesarrollado. Mas mi repa-ro mayor es de tipo moral. Es más
corrupto que tonto. Y de él espero reacciones violentas y exasperadas. Es
preferible no llevarle la contraria.
El se administra de modo extraño. No
veo que trabaje. Y destaca localmente como propietario. Renta por periodos. Pagó
por estar ahí, tan cerca de mi distancia mínima de intercambios de empatía. Y,
dicho en buen puertorriqueño, Don Adolfo me cayó en los cojones. No me gusta
para nada. No sería su amigo ni aunque me pagara por serlo. Que vaya y pague la
mansión de Serrana Heights, donde quiso
mudarse. Que vaya y escandalice en Villa Nueva Drive, rumbo hacia el
Este de la Ciudad de Orange. Que me deje este rinconcito de Santa Ana para mí…
pero, a dos años de llegar y de coqueteos con adquisiciones todo está en
veremos…
Sea como sea, Don Adolfo se quedó
con la pocilga, pues, así tildó su mujer este
predio y caserón al que da limpieza y le restaura, poco a poco, sus viejos
esplendores. En breve, a final de año, decía en 1989, cuando la limpieza quedé
terminada, meterán muebles, el piano de cola y la cama matrimonial que si, por
alguna razón la preservan y guardan, fue que la heredera Don Adolfo como lecho
nupcial. Es una reliquia de la consanguinidad de los Boves. Familia histórica,
pero parentela a la que se asocia por sabe dios cuantas lejanas y confusas
generaciones.
Con radículas asociaciones y el
protagonismo más hueco, diría: —¿Sabes quién fue José Tomás Boves?... Después que Fernando VII retomar el Trono
español, fue Boves quien revolcó el prestigio de Bolívar derrotándolo en la
Batalla de La Puerta. Es cuando lo hizo huir Cartagena y hasta allá se lanzó
como una hiena...
—¿Y?
Me gustaría yo responder al 'y...' provocador con que ella le informa que no
entiende / ni le importa.
—¿Y la Cama de Boves?
—Detestaría una reliquia, mucho más una cama,
donde hayan dormido quien sea el primero o el último de la simiente de esos
puercos—, tuve pensado decirlo, pero me mordí la boca al repensar que no es
casualidad que Don Adolfo lleve el apellido.
Todavía, a esta altura del trato, lo
que siento es una leve repulsión ideológica. [Seguro que no es de los míos]
pero la suya se siente peor. Cree que no merezco nada de la vida, que todo se
me ha regalado. Que solo soy un tipo con suerte. No me conoce y a su rentera le
secretea estas cosas. El día que le sorprendí en tal tipo de hablas me dio
coraje y me dispuse a esquívalo también. Y puede que si lo digo mi vecina, que
les oí en comadreo, ella lo suelte. Dirá que yo lo invente.
Sucedió que cuando comenzaron las
tareas en el patio lateral, casi pegado a mis balcones, escuché a Don Adolfo,
abogado en su país defender la nostalgia de propiedades vendidas. Hablaría
sobre la cama pesada, «la auténtica del prócer, caído en la Batalla de Urica», en diciembre de 1814. Fingí que no escuché ni pizca. Pero él llevaba una
conversación confirmadora con los empleados que trajo consigo y la rentera.
Discursaba. Daba datos que lo pintaba de
cuerpo entero. Me alejé. Entré a mis predios.
Quise buscar entre mis libros un
retrato del sujeto del que es triste descendiente, según presume.
Sin duda, se refirió al mismo José
Tomás del quien los bolivarianos hablaron con lamento, por traidor, pero murió.
En el hoyo está y en el retollo una historia de sus proezas antipatrióticas.
Cuentan de un rey que envió al mejor de sus generales y lo más granado de sus
ejércitos, a Don Pablo Morillo con 10,000 mercenarios. Ocuparon a Venezuela. Y con saña represora,
las mismas tropas entraron a Cartagena en diciembre y tomaron a la Nueva
Granada. La rindieron. Sumado a Boves echaban a los cañocales los sueños de
libertad de Bolívar.
Lo empujaron. si alguna fortuna
marcara el proceso de su huida, a Jamaica y Haití. En sus derrotas, Bolívar iba
reclutando a quien pudo, incluyendo negros y masa popular, que no había que
pagar como ejército. Gente que creyera en esta etapa del soñar político
continental: la causa de Gran Colombia. —¿Sabes quién fue José Tomás Boves?—.
No lo sabría yo. Paso. Mejor que Bolívar no hay idea de la que pueda seguro que
sostenga. Él es quien da la certidumbre. Simón el Libertador Glorioso sí trató
directamente con traidores, o con gente que escondió la verdadera historia e
hicieron que sucesivas generaciones huyeran de la verdad.
No puedo contestar, sino quedar o
paralizado, ante Don Adolfo. Fue curioso cuando describió la cama. Imaginé que
se trataba de su ataúd. O si fuera la cama,
una en la que se tendió a suicidarse con los suyos junto con la manada
de los habladores de un idioma de esclavos, «sin saber que los son».
Me lo imagino, con un prototipo más
viejo que sus 60 años. Es como un cadáver que, desde Cartagena, se trajo a
Caracas y sigue vigente aunque pasan los siglos y se muda tras fronteras. Mira
dónde se filtro finalmente para participar de un botín. El Fiscal de la Nación
Ramón Escobar Salom pidió a la Corte Suprema que enjuicie al Presidente Pérez.
El Congreso de la República aprobó su separación definitiva del cargo. Es un
ladrón. El Senado, por unanimidad, lo dijo. Van a desaparecer los $17 millones
y el expresidente Rafael Caldera a inhibirse y como la Unión Democrática, a no
hacer nada, callarse, aplaudirlo en complicidad porque es Pérez es mas zorro
que los zorros y supo hacerla.
No hay confianza pública que pegue
al país. Lo desmadraron.
***
Otra vez lo vi despedirse. Es la
segunda vez que me ignora.
—Don Adolfo me dijo que tiene una
familia adorable—, me comenta la rentera y propietaria.
—¿Aquí mudará a tal familia una vez
limpie el canto?—, le pregunté.
—La verdad, no sé. Alquilé y lo veo
afanado, me llama. Hasta puso un servicio de exterminación de ratas y
sabandijas. Va a pintar por dentro y fuera. Es serio con este trámite y me
gusta cuando me paga por anticipado.
—Se creyó el cuento de la pocilga—,
dije con risa burlona. —¿No le dije que lo que necesitaría la vivienda es par
de barridas y lavarse las ventanas? Si rentó y paga por la limpieza, le urge.
—Mientras menos vecinos, mejor.
—Eso me gustaría. No quiero oírlos pedos de
ningún comemierda desde mi ventana.
Ella se echa a reír,
—¡Déjate de malos agüeros! Yo
necesito money, money! Lo que me importa es ya me pagó
por anticipado la renta de seis meses. Es gente con dinero.
—¿Y no le importa el tipo de gente
que sea?
—Después que no sea un narco...
—Que tenga el pago de la renta a
tiempo...
Cada año paga su contrato. Repara.
Viaja y nadie sabe donde se mete. En 1995, a principios de febrero, dijo que
viajo a solicitud de una Junta de Emergencia Financiera, ayudo a crear un grupo
de inversionistas privados. JEF tomo
control de 3 bancos.
La rentera y su compinche mayor, un
Ministro luterano que vive al lado opuesto de la calle, secretean. Creen que el
venezolano será importante en sus vidas motivados por un mantra poderoso: money, money!
—La guerra del Golfo fue dura para la economía de los más pobres, pequeños
empresarios y waanabes. Nadie quiere comprar casa ni rentar apartamentos. Los
banqueros no prestan a todos.
—Rafael Caldera se está volviendo
loco—, dijo Doña Elvira una vez que vino a echar el ojo a la pocilga.
—¿Su esposo?
—No, señora. El Presidente de Venezuela. De mi país.
—No lo había oído
mentar. Aquí lo que se lee y se comenta es de México, México y México y los
carteles de narcos… ¡Qué pena! Es mejor ni leer porque nada bueno dice. La
prensa nos hace daño y da mala imagen…
***
No es código que descifro para que
nadie sepa; pero yo tengo una teoría de las cabezas. La visualizo aso-ciadas a
una etiología. Las formas cabezudas explican sin palabras. Dan mensajes y
expectativas. Configuran dise-ños tácitos de comportamiento. Las cabezas su
rentera y don Simón son similares.
A
ellos he mirado detenidamente. Don Adolfo es un aguacate con la punta hacia
arriba. Una pepita de caca en el centro, Ella,
una pera / con la punta hacia abajo. La dueña del almacén rentado son un dúo de
despis-tadas. Nadie podrá convencer a la American Republican lady / cara de pera / que tiene que
tener un mínimo de cultura general y, que si en lo que se llama patio trasero
del Imperio [Centro y Suramérica], hay intereses nortea-mericanos, se vale
recordar el nombre de sus presiden-tes.
—Me dijo mi esposo y esto para que
vea quien es Rafael Caldera, mi presidente, y el por qué lo tienen afligido,
con problemas, que en Caracas se reunieron veintiún países. Una Convención
Interamericana contra la Corrupción…
—¿Y?
—¿No ha sabido usted? Frenar el
saqueo de los fondos públicos es el problema mayor de América latina… y en
Caracas se está haciendo un acuerdo para que cada país se comprometa y colabore
en la perse-cución y de los corruptos, así como para recuperar los bienes o
dinero lo que se roban…
—¿Y? Eso es muy lindo, pero no es
verdad. Esos son utopías...
—Me parece usted tan incrédula,
mujer de poca fe.
—¿Y? Le diré en lo que creo. En que
el señor Boves no me vaya a fallar, porque él utiliza mi propiedad. La paga.
Mas no acaba de traer lo que tiene guardado en Maracaibo y eso es una
incertidumbre que tengo… ¿hasta cuándo vamos a durar así, con este trato? …Voy
tener que subir un poquito la renta… dígale cuando hable con él… yo sé que él
paga… pero me interesa que me lo diga.
***
Por la forma de su cabeza, la enorme
papada y corpulencia de Don Adolfo se dibuja una exuberancia desagradable. Ella
tiene en su beneficio su espacio de gravedad. El mayor peso de su cabeza va a
tierra, no a su nuca. Reposa dotándola de mayor flexibilidad giratoria. Tiene
la cabecita inquieta, nerviosa. El cuello de cisne une su obesidad con una masa
pálida que figura un paragua abierto. Ella es más leve y flota.
Este tipo de gente se obsesiona con
caídas. Caer es un verbo al que le saben las mínimas consecuencias. Son
iguales. Cabezas grandes con detalles de aguacates y peras. El varón, al caer,
produce un ruidito como si tuviera una pepa dentro, no necesariamente un
cerebro funcional.
Como son hijos de los temores, en lo poco
que enfáticamente se compadecen unos a otros es en contarse las caídas que más
vergüenza le han producido, desde un resbalón, a un altibajo financiero, desde
un divorcio o una traición tumbara y que masacra su orgullo. A los temblores y
sismos los describen minu-ciosamente. Son su obsesión más vistosa. En 1967,
Caracas se estremeció con un fuerte
temblor. Fue a casi dos años de haberse casado con Evelia. Sintió que
ella era un paragua negro que descendía veloz y pesa-damente de los cielos.
Negro porque le halló en la cama esa noche y el remezones y gritos de su mujer
lo fueron sacando lentamente de la oscura placidez del sueño. El profundo
letargo.
El, recién cansado, nunca atestiguó
un ataque de histeria y pánico como el que su mujer experimentó; pero la «cama
de Boves» y sábanas y cobertores proveyó al final la anhelada seguridad.
Balbuceaba, según despertaba: No temas. Estás cayendo en colcha blanda, en mullida cama. Eres, como la
nena que esperas, perita en dulce de guayaba... no temas, gordita. Boves te
cuidará y caes como pluma a su nido.
Es la magia del histórico pariente lo hizo
la caída al despertar menos desesperante. —¡Cónchale, está tem-blando! ¡Adolfo,
Adolfo!— Y la convencería de callarse, con razones históricas. Aún teológicas y
políticas: Este es el segundo caracazo. Vamos a creer en el cambio, en la
capacidad de adaptarnos. Más poderoso fue el Terremoto en tiempos de la Corona
Española, impactó el país entero... pero, como dijera el Arzobispo Narciso Coll
y Prat, sus remezones serán duro con la Oposición Republicana, tendrá un mayor
número de muertos y heridos, vendrá con daños a sus propiedades, como divino
castigo, decreto de ira de Dios que los republicanos merecen y que confirma (en
el día del 26 de marzo de 1812) profecías contra quienes quebrantan la paz en
ciudades endurecidas como las antiguas de Babilonia, Jerusalén... porque Dios
no quiere la Repú-blica...
Poco a poco, Boves haría que Evelia dejara
de gritar, callara y la envolvía en vaivenes de tranquilidad con su voz que
tenía virtud hipnótica de salmo y profecía. Cuando acabó de despertar, ella se
le había encimado, barriga con barriga. Y él comenzó a frotarse porque el nene despertó y no era el boberto de hoy:
—Es un meneíto sabroso, Evelia. El mundo no
se va acabar. Imagínate que es nuestra primogénita que te da sus pataditas. Ponla
ternura a este pensamiento. Dulces pataditas de tu hija para mamá. Dios está
con nosotros, recién casado—. De hecho Don Adolfo estaba más cachondo que
aternurado.
—Gritar así hará daño a la bebita—.
Tomó la excusa para quitarse a la hembra de encima y su reacción, echada ella a
su costado, fue audaz. Como dormía en pantaletas, él la bayoneteó. Se acordó
que los polvos calman a las histéricas y hasta los mismos Guardias Republicanos
cuando tembló en Caracas en 1810 ata-caron en se secreto ciudades que habían
quitado a la Corona y monarquistas mantuanos.
—Imagina que la tierra aparentemente se
estremece. Pero ahora es placer que viene o se mece como una cuna. Es nuestra
hija. Te envía el cariño que ya siente por nosotros desde el útero...
Fue santo remedio. Con el orgasmo,
reconquistó la calma. Y, desde entonces, Adolfo Boves cree que detie-ne a los
torbellinos con palabras. Que induce a creer. Que ha de ser un buen político,
tras el caracazo del 27 de febrero de 1989. Se atreve a opinar sobre todo lo
que haya sucedido en Venezuela y, recuerda y discursa lo que, en 1963, se diera
por noticia o escándalo. La posibilidad de un magnicidio presidencial.
Se hizo agorero durante la década.
—Una invasión castro-comunista está
a las puertas. Fue adoptando el lenguaje que, con estímulos econó-micos, lo elevaron a la clase media
alta. Leyó informes de Comisiones de la OEA para salvaguardar la democracia en
Venezuela. Fue entre los pocos políticos / burócratas de gobierno / que puso su
oratoria a condenar el restablecimiento de la diplomacia entre la URSS y
Venezuela. «Por esta decisión de 1971, ya nos había advertido la Providencia con un
trueno sobre Caracas» [no quiso decir que
Dios envió el temblor en 1967].
Cuando se legalizó el Partido Comunista,
en 1969, cruzó la escena como el impugnador. «Con los que provocan fuete de los cielos», se citaría que dijo, la «Némesis se comportará impiadosa».
Nacionalizado el renglón del petróleo,
Carlos Andrés Pérez lo mandó a llamar.
«Eres uno los que quiero conmigo».
·
Meses después del temblor, la «niña
de las pataditas», pretexto al que él acudió para pacificar a una mujer
enloquecida, nació saludablemente, por lo menos hermosa. La señal de Carola. En
1970, nació la segunda. Una niña ubicada. En 1975, el monstruo.
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