Monday, June 02, 2008

Los abuelos


... a Cristina y Benavito

Cinco senderos son sus dedos,
ricamente teñidos de pasado;
otros cinco, hábiles
comunicantes de futuro.

A su epidermis se añaden:
el cielo de las uñas con su color
de pétalos rosados y una insinuante red
de venas azulosas y el verde imperceptible
de la esperanza tejiéndose en lo oculto,
utópicamente vital, señera, en su imperio.

Sus dedos largos, tan finos, son el rastro
de edades, con muchos alcoiris;
y el terso corazón, labios melodiosos,
me parece que tiene. Ella es una piedra
que juega con los lirios.

A sus manos las desplaza suavemente
como si fueran ramas
lentamente acariciadas por el viento.
Ella se sabe un árbol, o una hidríade...
(aún es graciosa cuando atrapa
la pureza de las cosas y se rebela
contra el estío del mundo).

Los nudillos, cinco besos,
y las yemas de sus dedos,
mapas, geografías, viajes trazados
en la carne que ha buscado horizontes
(donde abunda más el amor que las cosas).

No creo que su cara tenga arrugas,
sino pecas, besos de mariposas,
revuelo de muchos gestos que visitan
su rostro y escriben en la piel su amor
y la llenan de alcoiris y relámpagos.

2.

Ahora ella me mira a la distancia.
Advina que vengo con sigilo.
Jugaba yo en el campo, nutrido de sol
(y perseguí unos trinos, me seducen los pájaros).
¡Qué dulcemente ella me llama con el trajín
que agita con su mano, quieta hasta entonces!
La distingo y ha de ser como paloma
de cinco alas. Querrá jugar conmigo.

Las palmas de sus manos son mansa tibieza,
latidos blancos, sedosos,
y cuando aprieta mis dedos
me imagino que la vida se acumula
en mí, como si fuese una pila
que suma sus años y mis años
y descarga su corriente de energía.
Mi abuela me define lo eterno
con sus manos y es lo que necesito,

sus manos que escarban mis asuetos.
Su amor que energiza es mi alegría.

3.

Solo, entre la gente, está él
(aunque conoce las uvas del majuelo);
y triste ... pero los jilguerillos trinan como siempre
y las golondrinas se anidan en balcones
y él, mi abuelo, las mira con la dulce piedad
de la simbiosis.

A él esperaban muchos de los que sufren,
niños con trichulis y parásitos, guajiritos
con los ojos tan grandes como sus barrigas,
mulatas que serán primerizas.
(Su clínica está llena de enfermos
y nadie le llama Simón,
sino Viejo Santo y bendito).

Las sombras le acompañan, pero no le hablan.
La Habana de adoquines conoce su ternura;
sus amores, admira; pero la calle es dura...
y es como cerviz de piedra,
muy pulida y jabata.

En la noche volverá a casa y estará solo.
La vejez está diciendo: «No sonrías».
Su boca ya no quiere tantas voces.
El corazón multiplica más recuerdos
que paliques en guatequerías.
El hijo de su carne está en la guerra;
el hijo de su hermano, tan amado,
está en la noche, muerto.
Los nazis lo reventaron a balazos.

Mi abuelo Benavito ya no es pobre,
pero la riqueza de su casa tiene lágrimas
y el azar del capricho hila ironías
con lutos y premeditaciones.

4.


¡Mirad qué solo está, abuelo solo,
porque Elohim se hizo para él
una simple palabra del Siddur!
La palabra sola y el solo Dios caminan
entre infieles e incrédulos,
entre saduceos como él, que antes litaba,
y se comía el libro de los píos.

Hoy no visita ni a los templos del consuelo.
Realenga está su alma, sin sábado de justo,
sin havdalah en el vino.
Bet ha tefillah fue asaltada
en la riña de estos años de guerra sucia
y de imperialismo.
Y el abuelo maldijo
y se mordió en su lástima
por no querer la lengua como llama
ni la Mano de Elohim como su amparo.

La soledad da coces al aguijón
y en el abuelo triste, viejo solo,
la historia pudo más que el príncipe del sábado
y la reina Nashim, La Sueca, Cristina.
La abuelita Cristina,
dulce de alma,
a su sombra, permanece
y le seca sus lágrimas
y le oculta las suyas.

Con la pipa en los labios, Simón está
y oculta que está solo, aunque hay gente
que lo llama a los partos,
y lo abrazan
y le besan el pecho,
porque es alto como una nube.

Triste se tiende sobre el lecho
al lado de la esposa. Vehemente en dolor,
en yugo primitivo,
su barba amanece, crecida en grises;
pero no piensa cortarla jamás.

Como al hijo del castigo,
la soledad saluda a su mañana;
el sol de baronshin está en desobediencia:
el viejo está sin fe, por días y días.
Seco de labios, mustio, aunque del vino rutinario
él probara su dulzura
y del secreto majuelo del ayer
bebiera dicha, aún no se seca la queja:
«Se fue a la guerra»
o el aviso del maskilim,
es por falta de ángel,
de dulce fantasía,
o vigor en la carne.

La soledad te vencerá
poco a poco,
le dijeron,
hasta la muerte, pero la gente ¡qué sabe!
El se sostiene activo y, en privado,
La Abuela con los suyos consolidan su mundo:
«¡Te amamos, Benavito! ¡No llores!»


Junio 1980 /


De un libro sobre mi familia.
aún sin título

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