Como aquel Lisuarte, cuya enamorada fue Onoloria de Trapisonda, lengua de trapo y voz-cetrina tenía el borracho que Vicente Fernández, el viejo gamba'o, oyó cantar anoche. Dijo, cuando pudo, pasada la peda que traía, que su nombre es Perión de Gaula; pero, Chente le dijo: «Llámate mejor lengua de trapo», y no hable mal de Casildea de Vandalia, porque siempre es malo hablar de las mujeres, «aun por el mal que nos pagaron».
Chente iba camino al rancho, no hacia a cantina, no. O ya no supo. Y en su rumbo, vio a un caballero en jamelgo, indigno de Los Potrillos, y a más de aderezado con yelmo, lanza y espada, sin escudero. Hizo el mismo el trabajo de amarrar el caballo a una estaca. Y, después por borracho, apenas podía con la tarea de quitar las monturas de su bestia. Sin embargo, soezmente, cantaba sus improperios contra Casildea, puta de Vandalia.
Al escucharlo, Chente dijo: «Basta». El la sabe una entre las virtuosas, siempre elegante en salones y peinada para lucir ante los Caballeros de Colón y clubes cívicos de la casi-aldea-de Vandalia. Ella va a sus conciertos de gala. Nunca se la mira en palenques de apostadores. Así dignifica a la Casildea que conoce, «que merezca sus respetos, como ya tiene el mío».
«Quien hable sobre las damas, madre no tiene y si hablara sobre lo mal que nos pagaron, menos madre todavía», irrumpió al oír el canto. Salió de la oscuridad como un fantasma y le retó a que cuando saliese el sol de la mañana se batiesen a puños, a pistola, o lo que traiga, y parece que es una espada de las que heredó Rolandín, el músico de Lisuarte, padre de Amadís de Gaula.
Y vino la mañana y Chente, quien se quedó dormido, despertó por el calorcito que le venía del cuerpo del Caballero del Bosque, o de los Espejos, porque tenía puesto un yelmo que deslumbraba con el sol. Y, ya hasta lo creyó muerto, sin haberle dado su empujón. «¿O es que estará inconsciente, o dormido, o borracho y medio, o se cayó entre (mis) / sobre / desde sus piernas?» (¿a las mías?) porque bien que amaneció acurrucado a él, juntico a Chente, oliéndose sus mocos y barbas. Y el bravo ranchero de Los Potrillo quiere sacarle los ojos porque es uno que habla mal contra las mujeres y no parece que sea puto, si acaso que viene de una fiesta de disfraces y se las jacta de cantorcillo.
Le quitó la espada que aferraba a su puño. Alzó la visera y el yelmo para verle el rostro y con su misma espada le dijo: «Intacto estoy, maricón, pero te vas al Toboso, o Vandalia, o Ciudad Juárez y, en nombre de Dulcinea, pides perdón a las mujeres que ofendíste anoche. Tén güevos y házlo para que no se burle de tí Paquita la del Barrio».
Y así quedaron, aunque el Caballero de los Espejos, de hecho, un cantante de cuarta categoría, meditaba sin decirlo: «Este Chente debe estar demente, o delira; mira que querer dormir conmigo».
03-02-2004 / Microrrelatos
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Gabriel del Río, el defensor de la comunidad: De la historia del Pueblo del Pepino entre 1820 al 1830 / Hermida / Néstor Barreto / Histópolis / San Sebastián en Yerba Bruja / Escudo de San Sebastián / San Sebastián del Pepino: Convocatoria de Estudio / Festival de la Hamaca / Hilda Serrano: eterna apasionada de la música / Pastor Israel Bermúdez González / The Figueroas: Puerto Rico's first family of music / Guacio / El desastre del Guasio: 13 de agosto de 1898 / Hacienda El Jibarito / San Sebastián / Genealogía / Liciaga / Doña Bisa / Epica de San Sebastián del Pepino / Pepino Links / Poesía en Oeste de PR / Partidas Sediciosas de 1898 / Gente de mi pueblo: Luisa Bottari / Juanito Pana / Cartas al Website de SS del Pepino / La Familia Segarra, López de Victoria y Su Conexión Histórica Pepiniana / Antiguos funcionarios del Pepino / Bibliografía pepiniana / Don Victor Primo Martínez / Don Primo El Caballero / Los tipos folclóricos de Pepino y la cultura popular e histórica
Chente iba camino al rancho, no hacia a cantina, no. O ya no supo. Y en su rumbo, vio a un caballero en jamelgo, indigno de Los Potrillos, y a más de aderezado con yelmo, lanza y espada, sin escudero. Hizo el mismo el trabajo de amarrar el caballo a una estaca. Y, después por borracho, apenas podía con la tarea de quitar las monturas de su bestia. Sin embargo, soezmente, cantaba sus improperios contra Casildea, puta de Vandalia.
Al escucharlo, Chente dijo: «Basta». El la sabe una entre las virtuosas, siempre elegante en salones y peinada para lucir ante los Caballeros de Colón y clubes cívicos de la casi-aldea-de Vandalia. Ella va a sus conciertos de gala. Nunca se la mira en palenques de apostadores. Así dignifica a la Casildea que conoce, «que merezca sus respetos, como ya tiene el mío».
«Quien hable sobre las damas, madre no tiene y si hablara sobre lo mal que nos pagaron, menos madre todavía», irrumpió al oír el canto. Salió de la oscuridad como un fantasma y le retó a que cuando saliese el sol de la mañana se batiesen a puños, a pistola, o lo que traiga, y parece que es una espada de las que heredó Rolandín, el músico de Lisuarte, padre de Amadís de Gaula.
Y vino la mañana y Chente, quien se quedó dormido, despertó por el calorcito que le venía del cuerpo del Caballero del Bosque, o de los Espejos, porque tenía puesto un yelmo que deslumbraba con el sol. Y, ya hasta lo creyó muerto, sin haberle dado su empujón. «¿O es que estará inconsciente, o dormido, o borracho y medio, o se cayó entre (mis) / sobre / desde sus piernas?» (¿a las mías?) porque bien que amaneció acurrucado a él, juntico a Chente, oliéndose sus mocos y barbas. Y el bravo ranchero de Los Potrillo quiere sacarle los ojos porque es uno que habla mal contra las mujeres y no parece que sea puto, si acaso que viene de una fiesta de disfraces y se las jacta de cantorcillo.
Le quitó la espada que aferraba a su puño. Alzó la visera y el yelmo para verle el rostro y con su misma espada le dijo: «Intacto estoy, maricón, pero te vas al Toboso, o Vandalia, o Ciudad Juárez y, en nombre de Dulcinea, pides perdón a las mujeres que ofendíste anoche. Tén güevos y házlo para que no se burle de tí Paquita la del Barrio».
Y así quedaron, aunque el Caballero de los Espejos, de hecho, un cantante de cuarta categoría, meditaba sin decirlo: «Este Chente debe estar demente, o delira; mira que querer dormir conmigo».
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