En el jardín de su mansión, casi apartados del grupo, el humilde, en el fondo un rico resentido, dijo a su interlocutor: «Si no he progresado más, es porque no soy arriesgado. Soy blando, cobarde, y mis enemigos se ríen de mí».
«¿Cómo si tiene dinero a carretadas? ¡Ha triunfado! ES listo y rico. Tiene lo que importa... el dinero, si puede jactarse, ¿por qué no lo hace?».
«¡No! Jactanciosos ya hay muchos y están en sus tumba, en reposo. Siempre hay uno que se ríe de la cobardía que olfatea en otro. Se burla, siempre algún jactancioso está en acecho».
«Amigo, díme quién se burla de tí y yo le parto la madre».
«¿Por qué lo harías si es mi problema? No el tuyo».
«Dáme un billete y dí con él acaso el nombre del burlón que lastima. ¿Cuánto vale una bofetada que no ha tenido el coraje de pegar? Yo la doy en su nombre; pónle una cifra a una irreverencia que hayan proferido contra usted y yo la cobro».
Hubo una pausa. Alguien miró al rico con desprecio, o envidia.
«El hombre que más se burla de mí porque soy flaco, sin suerte con las mujeres, ¡ay! si te contara sus atropellos, por yo enamorar a una mujer que él tiró a la alcantarilla, allí está... y él ni siquiera permite que yo la recoja de la miseria en que la sumió. No deja que la ayude... es aquel... mírale, se fuma un cigarrillo y no se digna a verme. Y a esta fiesta yo no lo invité. Es una fiesta sólo para mis empleados. Y se coló aquí, porque así dice que yo no soy nadie. Ni tengo opciones de prohibirle nada, aunque él si me prohíbe esa mujer que me ha gustado y que parecía quererme».
«¿Cuánto y le doy una bofetada y lo saco a empellones de su fiesta, jefe?»
«Amigo, no te metas en líos. Tal vez es que soy un pedazo de pan y menosprecio serlo diciéndome cobarde, con alguna amargura. Es que soy un viejito enamorado».
«¡No lo voy a matar, amigo! Pero se me ocurre que, por un billete de $500, dinero que urjo, doy a usted la satisfacción de que se vaya. Quédese aquí; yo doy un par de rodeos y, cuando más tranquilo se crea él, lo humillo!»
«No. No. Te presto los $500 y luego me los pagas, si tanto te urgen».
Y no oyó razones, sólo hizo claro que prefiere un servicio pagado, a que el jefe le anticipe un préstamo de $500. Y fue, por cuenta propia, donde el rival de su empleador cuando nadie lo esperaba. Le empujó el cigarro que fumaba casi al cielo de la boca; «te me tragas las cenizas, al punto», le dijo y anaadió golpes certeros a la boca, al estómago y sólo con dos, lo tumbó sobre el enlosado, y el fulano apenas acertaba a quejarse en el suelo.
«¡Ni te conozco y me atacas!»
Y pensando en los $500, ordenó a su agredido: «Pónte en pie y véte» y, así parecía que iba a hacerlo, pero, se arregló el traje, disimulando el miedo y se metió una mano debajo de su traje negro y, de una baqueta del chaleco, el agredido sacó la pistola y disparó contra el agresor. «¡Me atacaste! pero nadie me agrede sin razón que yo comprenda».
Fue absurdo. Lo mató a quemarropa y, alrededor suyo, se formó un silencio extraordinario. El rico, humilde y cobarde, apareció de pronto, y dijo al asesino: «¿Por qué mataste mi empleado? Van a fundirte en la cárcel». Se inclinó sobre el muerto porque ya había avisado a la policía y se escuchaba la sirenas de carros de patrullaje que llegaban, rompiendo el silencio. Viendo al cadáver meditó: «Yo soy cobarde, amigo; pero tú... pendejo».
02-20-2001 / Microrrelatos /
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Biografía CLD / Número 67 / Sequoyah / Aviso urgente
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