Wednesday, September 29, 2010

El fantasma homicida




Desde que murió su madre, la niña tiene graves problemas de sueño. Apenas anochece se le observa inusualmente soñolienta y se mete en un laberinto de fantasmas. Madruga y parece drogada, con un largo letargo. A ella ya no se la envía a la escuela.

El padre viudo no sabe que hacer sino pedir cooperación de todos y a ella que supere el miedo. Entre otros hijos, ésta no nació tan agraciada. Le han metido en la cabeza que es enfermiza y fea y, realmente, son celos de sus hermanastras. Se pelean el favoritismo del padre que les queda. La envidian porque la 'Otra Madre, la muerta' es la razón por la que tengan una mansión como ésta, un estatus social de gente adinerada. El era un muerto de hambre cuando ellas nacieron. La otra madre, la muerta, lo hizo padre bueno y rico y le dio: «A esta hija tonta, miedosa, soñadora», como dice su primogénita, conspiradora como la madre que él divorció.

Todos los detalles sobre los eventos que la niña sueña han fortalecido por años su idea descompensada de culpa. Es ella a quien caracteriza la carencia de méritos y, sobre todo, salud y belleza. «Las otras son normales y bonitas». Ella, la menor, odia soñar y no puede evitarlo y, en consecuencia, apenas en el atardecer, cuando le dan unas vitaminas, entra por ese pasillo hacia una 'choza', donde se observa que ocupa el camastro, como si se la castigara. Lo alumbra una luz de quinqué. Tras la puerta, una vez que se acuesta con obediencia que no comprende, oye murmullos. A ras de piso, observa siluetas y niebla a veces. Ahora, desde que murió la madre suya, las hermanastras comentan que la soñadora está loca y que su propia madre en sus delirios de enferma lo decía.

Nunca desearon acompañarla ni a la esquina. Creció así ninguneada, sin amor filial, sin otro apoyo consolante que la difunta. Aunque divorciado, con la custodia de sus hijas, la otra vive irresignada, al pendiente del marido que perdió por sus infidelidades, finalmente indisimuladas por los dos. Aún él no le suelta todo el dinero que la «ex», infiel, esperara tras la 'separación', una vez lo arropó con el mal ejemplo de su devergüenza ante sus cuatro hijas.

Y uno de los fantasmas, que la soñadora nunca alcanza a identificar con sus detalles, es quien más rumora su magismo en los sueños. Sabe, sin embargo, que esa mujer es... Ella... ella... Y auque no acaban de encararse, la supone la peor adversaria, creadora entre sombras de división y recelos. Este odio de sus hermanastras, tirria entre su padre y ella. Ha sabido que su madre y la mujer fantasmal discutieron en vida. Eran enemigas en secreto. Lo infiere del sueño antes que ésta se haga muy olvidable, pobre en sus claves lógicas. Lo supo, en la vida real, no en sueños, aunque no lo dijera nadie. «Esa mujer sólo se fue en apariencia. Su fantasma no se largó ni cuando su madre la sustituyó, admitió hijas que no eran suyas y puso su fortuna por el amor al padre que ellas necesitan, pero que lastima a la pequeña, descreyéndola. Ahora, desde hace tres años que falta, ninguna tiene madre compadecida y diligente. En conjunto, todas entraron en crisis. No hay dirección ni dicha en una casa tan rica, donde no falta otra cosa que amor y diálogo.

Tan tensa se ha puesto la situación en el hogar, con la niña con disturbios oníricos que extraña a quien fue su única fuente de amparo y cariño, que el padre ha pedido tregua a su ex-mujer y al sicólogo. «Ayúdame a comprenderte, hija», le dijo, compadecido al fin, de la menor. Ella lo despertó, con gritos, con su peor pesadilla.

La ex-mujer ha llegado. Como quien oye campanas de bienvenida. Y quiere parte del botín. «La casa porque nunca me díste nada». Ha querido quitársela siempre y que la herede a sus hijas. «La casa no es mía. Entiéndelo. Es, por promesa de voluntad y por ley, herencia de la menor de mis hijas, ¿qué? ¿No lo entiendes?».

La soñadora les esperó en la sala. Ya está tranquila. Esta visita es sólo para confirmar lo que ha venido soñando. «Ha de ser mi última pesadilla», les dijo a todos.

«¿Qué dices, hija?»

Están reunidas las otras hijas y su madre nuevamente, algo que el padre despechado antes prohibiera (herido en su orgullo porque ha confirmado que su-mujer no sólo le fue infiel, inagotable en sus lujurias). Lo ha sido con cada amante que ha tenido a distancia por años, desde que se divorciaron. ¿Cómo llamarla 'puta' sin ofender y lastimar a sus hijas? La infiel se autojustifica. «Porque tú me engañaste y tuvíste a esa hija con mujer rica, menos hermosa que yo». Ojo por ojo. Entonces, a 15 años de su infidelidad, también ella se fue a cazar hombres y entregó a sus criaturas. «Que las mantenga ella, quédatelas para que no me estorben».

De la cazaforturna son las mayores, «hijas tuyas, amante fracasado, y peor aún, mediocre y pobre». El la acusa, aunque ha sido muy negligente al tomar decisiones con respecto a ella. Ha sido miedoso. No le gusta el escándalo. Es lo que dice.

«Cuando estén todos presentes, papá», alegó la soñadora, «te diré lo que realmente me lastima».

Llegó la esperada («la puta», piensa el padre) y entró en materia al punto.

«¡Ajah! ¿Eres la enfermita? ¡Pero si eres preciosa, encanto de niña! ¿Quién es quién te ha llamado zonza y fea? ¿Alguna de mis hijas?»

«¡Usted y todas!»

«No yo. Es la segunda vez que te veo en la vida».

«Usted nunca se ha ido de la casa. He soñado que es usted quien me ofende. Su fantasma me ha hablado desde la cama donde urde cómo explotar cada marido e indisponer las hijas que abandonara. Usted suelta más veneno a distancia que un pulpo. Usted la choza a oscura de mis pesadillas».

«¡Ah... ah, ah... qué malcriada y agresiva, ahora sí me desconciertas con tu imaginación!»

«¡Usted es la víbora que yo temo!»

«Es la primera vez que te veo y te hablo y ¿me tratas así?, ah no! Estás más enferma que lo que creí... ah, ah...»

«Padre, ayer amargó la vida a mi madre y hoy chismea... Y ese 'ah, ah, ah', es el eco de los fantasmas cuando se meten en mi sueño... No lo dejes aquí, papá. Que no vuelva porque me encerrará en una choza y nos pondrá a dormir en la miseria. Yo no estoy loca, padre».

La súbita convicción de la acusación asustó a todos. Los progenitores no acertaron a rebatirla. Cierta es cada una de las conjeturas. Asienten ellos, desde sus consciencias, que el divorcio fue amargo. Innumerables y accidentadas las separaciones cuando eran esposos y canallas. Ella propuso arbitrariedades por no dejarlo libre y cobrarse caro su abandono.

«¡Encárala, padre! Tomáte ahora el tiempo. Ha sembrado el odio a la distancia y me tiene atrapada. Libérate de ella».

«¡No le hables así a nuestra madre!», se quejaron las hermanastras.

«Cállense, fantasmas, hijas del abandono y... ¡Usted es la que habla con ellas, hijas abandonadas por usted aunque les cita a escondidas, y me quiere quitar la casa y la herencia de mi madre! porque, como familia, ella fue la rica y generosa... sólo mamá dio el cariño a todas y lealtad a mi padre... échala de la casa, papá. Es ella, el fantasma. Pregúntale por el veneno que trajo para mi madre, no fue medicina... Yo sueño con veneno cada noche. Fue veneno lo que a mi madre la fue matando; pregúntale cómo cita a sus espías y pervierte nuestra servidumbre... Anoche sentí que mi sueño me libera».

Dos semanas tomó que se iniciara una investigación perital sobre el homicidio por tres años irresuelto e ignorado, la urdimbre de su venganza; la madre de la soñadora efectivamente fue envenenada. Dos meses después, el fantasma estaría en cárcel y el padre se reconcilió con su «chiquilla fastidiosa». Ahora respeta a quienes sueñan la realidad profunda, pese a que la comunican con lo pesadillesco.

Al fin, él pidió perdón a su nena loca. Y las otras, sin merecerlo, adorando a una asesina, una cazafortuna y una puta. Fue el padre quien así lo gritó para que pidan perdón a la soñadora.

2007 / Microrrelatos
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