Tuesday, July 05, 2011

La bacinilla de porcelana


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... Así empezó a tejerse de lleno una madeja de intrigas, chacotas y falsas acusaciones en su contra, sin que él ni nadie imaginaran la magnitud de los sañosos impulsos que finalmente habrían de dejarlo en la ruina y olvidado para siempre… […] el clima y la hora pepiniana congregaba a una ciudadanía domesticada y débil que se tiraba de pecho a la españolería servil y palaciega que dominaba y domaba la vida de cada quien como un puño de hierro y fuete de campanas… […] después de llegar a un pueblo como éste, cagao con mierda de caballo por las cuatro esquinas, y donde enfrentarse a don Narciso era lo mismo que echarse la soga al cuello, o morir aplastado como una cucaracha, … podía ver con claridad… la enigmática perversidad de un grupo sin credos espirituales resintiendo la caída de un imperialismo bárbaro e inmisericorde como el régimen español en nuestro suelo: Joaquín Torres Feliciano, en Las dimensiones trágicas de Don Victor Primo Martinez
Donde ya existen a montones los deslumbrados con el progreso americano como antes el deslumbramiento fue con los privilegios del feudalismo colonial y la Cédula de España para traficar con esclavos («y Pepino participó de ello y ha sido un pueblo como ése»), la penumbra se lo comerá todo. «Eso es lo que sucede al final», se quejó don Victor Primo.

Estuvo pensando en Monsiú Alers, el prestamista, el viudo de Monserrate Beauchamp.

La causa es la gratitud malentendida y el cómplice fermento de la seguridad. Su padre, como él, creen que la Cédula de Gracias cegó al país. «Y, desde entonces no se sabe quién es quién».

Ese afán por falsear la Madre Patria, reduciéndola a la conformidad con opresiones; pero ni Madre ni Patria. Los hipócritas mesológicos y patológicos son tales. Un ejército de jácaros y rufianes. Y decía, aquí no se sabe quién es el absolutista Borbón ni el Don Pepe, míster democratikus, con chistera y levita; aquí lo mismo vale La Titina de trapo que el negrito, de amarillo y colora'o

Para desafiarlos los llamará astutos, serviles, zurcidores de voluntades, alcahuetes, zuzurrones, a quienes él desearía ajar sus vanidades. Es testarudo. Inquieto. Audaz. Inconforme. Acusa a algunos de colonialistas y, de veras tiembla la gente, porque tiene a San Ciríaco ventolero y tormentoso en la boca. Habla un lenguaje que no es Forest Vélez echando machetazos en la manigua; pero recuerda a Goyco, Vizcarrondo y Padial en las Cortes.

Ha llegado, en el peor momento, cuando supo que sus antiguos vecinos de Pepino festejaron en ausencia la muerte del desterrado Ruiz Zorrilla, quien en camino a Burgos enfebreció, enfermó a muerte y terminó siendo enterrado en su finca La Tablada (de Alicante). Festejaron, con hablares de volatería, el fracaso del movimiento republicano que Manuel Ruiz ayudara a organizar, la caída del presidente Nicolás Salmerón; aplaudieron el ‘golpe de estado’ de Pavía y la llegada del rey Alfonso XII. Empezaron, en su ausencia, a darse fiesta con los sacristanes del Amén, los represores canovistas y los oportunistas sagastinos. Esa fue la hora en que González Martínez llegó, lleno de entusiasmo, a este pueblo de penumbras.

Llegó, de regreso a Pepino, en 1892, y ocupó la casa que había sido de su padre, la misma en que nació el 9 de junio de 1854. Una casa que, por senda paradoja, fue la sede de la antigua Casa del Rey, sobre la Calle Hostos y frente a la Plaza de Recreo. Una casa que estuvo en la esquina misma en que cayeron los heroicos forajidos de la Revolución de Lares cuando escasamente tenía la edad de 5 años.

Ahora es cuando medita en la noche de la podredumbre e imagina que ha sido tan larga como cuando, a la edad de 13, se fue a San Juan a estudiar con sacerdotes jesuítas. En los tiempos en que otro pepiniano (Hernández Arvizu) gobernaba Tarragona, don Víctor Primo hizo estudios secundarios. Ingresó a un instituto barcelonés; más tarde, a la Universidad de Santiago, graduándose en Galicia de Derecho. Se regresó a Pepino de inmediato y vio a los hombres de penumbras, que son los que no escarmientan, pues se van por la finta de los fantasmas de lo nuevo, sin conservar nada que sea realmente valioso.

Víctor Primo / o Don Primo / como lo motejan, preguntó sobre el por qué ríen cuando el ambiente está cargado de zurrapas y las calles siguen, como las dejara, ahítas de mierda de caballo. Se han quedado sin faroles las noches de su pueblo. La colonia es hambre y mil padecimientos. San Ciríaco atacó. Se originaron incendios. Este hedor de pueblo viejo tiene a todos muy lelos y aturdidos y pintando transitoriedades en el vaho. Los vecinos son como camaleones, productores de apatía. Beben de las conformidades y, en ebriedad de café y alcoholes, avanzan las largas y hedientes mentiras.

«Es vida de escorpiones, aunque no lo admitan…Sólo que no saben dónde es el sumidero a dónde van a parar», dice Martínez González.

Fluyen por los cañocales y son preferidos ahora por causa de las bastardías del poder. Aunque son hombres a oscuras, sabios a la violeta, fiestan a la luz del sol. En la noche son aún más hedientes que por el día, porque nunca están perfeccionados, maduros, adecuadamente cocidos. Llegan a la noche más fláccidos, ectoplásmicos, fantasmales. Corren a buscar donde echar un poco de la propia excresencia ctónico-muscular que les formara los cuerpos. No entienden y a él lo ven como a monstruo. Alza'o en las cortes. Un picapleitos.

Estas claques que lo han visto, reinserto en el Pepino, lo escuchan y no entienden. Son «ultra hostiles, envidiosas, vengativas». Harán de él … árbol caído, porque lo han visto tal cual es: heroico, tenaz, dispuesto a ir contra la corriente. Tener un linaje como el suyo no lo ha colocado en la tradición de usurpadores. Es un kraucista nato y aplaudió, con Salmerón, que fuesen separadas la Iglesia y el Estado, y abogó por la República Federal como cuando Ruiz Zorrilla, progresista y democrático, presidió el Consejo de Gobierno de la República española que viviera por escasos tres meses.

Fueron menos de tres veces, es cierto. Pero, en este Pepino de los timoratos, el jovencito Martínez está encendiendo una furia como no se ha visto en años. Está uno más radical en razonamientos que Pascasio Moreno Larraizar, Lino Guzmán o el extinto Pancho Méndez.

Lo escuchan muchos en el pueblacho ultramarino y no acaba de gustarles lo que ha estado diciendo: Que Ruiz Zorrilla tuvo razón cuando ésto hizo: suprimir la Teología en las universidades; ordenar a las diputaciones y los ayuntamientos de formar escuelas laicas, kraucistas, para ricos y pobres, sin discrimenes de sexo; abolir la esclavitud en Ultramar y fue él precisamente, Ruiz Zorrilla, antimonárquico, quien sacó la esclavitud de Puerto Rico.

Después elogiaría a Nicolás Salmerón y Alonso, el presidente de aquella precaria república (1873) que se murió en septiembre, casi mordida por el cantonalismo y los moderados religiosos, de malas tripas, que gritaban Cristo y el Rey, muerte a los republicanos…

«¿De quiénes han sido las voluntades de establecer en España y este pueblo el juicio por jurado, el fin de las mordazas, el matrimonio civil y la organización de los desposeídos y los trabajadores?… No. No de Práxedes Sagasta ni de los canovistas. Ellos desarticulan el país, conspiran contra el obrero organizado, sus Internacionales, oponen la espada y el fuego a la causa de Cuba y de sus próceres; eternos promotores han sido de las guerras extranjeras y el carlismo».

Ahora pidieron que Don Victor Primo Martínez Martínez se desdiga porque habló como espíritu contrariado y con ideas oscuras, como hijo de maldad, hereje incapaz de respetar los sacramentos. Laurnaga le ha salido al paso, acusativamente. Indica que es rudo y necio. Y ha preguntado si son esos los valores aprendidos de su casa, misma que ha sido como un santuario benéfico por el catolicismo piadoso que se respira en ella. «¿Y qué contestaría si los ateos, de la calaña de Ruiz Zorrilla, Salmerón y los anarcos de la Internacional, hacen burla y escante con los sacramentos? En el sistema que propone, ¿se negará el bautismo, las confirmaciones, las penitencias, el respeto al cura y su grey, el honrar a las niñas con el matrimonio? ¿Qué es lo que sucederá si el pueblo pierde el orden y el respeto moral, el don de gente cuando ya no se respeta ni a los muertos?»

Don Primo, si vino a regañar al Pueblo, por juzgar su blanquitaje y los falsos cimientos de su metafísica y poder, ha salido regañado por de pronto. Manuel García Mantilla y doña Isidora Corchado Ruiz, su esposa, cuando le pasan por el lado se persignan. Le dicen: «Fo».

«¿A dónde fuíste a buscar otros amigos?», le preguntan cuando lo encuentran en pláticas con el masón de marras, Lino Guzmán, maestrillo de Guajataca, a quien no lo admitieron ni el Círculo de Amigos de Justo López. Pedro J. Arocena y Francisco Laurnaga insinuaron a Don Primo: «El que no crea en Nuestro Dios tampoco venga al Casino».

«Ni falta que me hará», ha dicho. «Mira que son escorpiones estas almas de zurrapa». Piensa, para sí, que él ha estado hasta en los bailes de galas de las cortes madrileñas, «¿y me vienen con esa mierda a mí?».

Con Don Manuel Durand, el letrado presbítero de la Iglesia, si podía el joven discutir sus creencias, aunque evitara ir a la misa y las fiestas de precepto. «Es triste entrar al templo y verse amenazado. Es como estar sobre un volcán. El mismo pueblo es un volcán de fuego fatuo y una carbonera de odio; pero soy creyente, don Manuel. A veces que me muerden los bribones con malas miradas. Veo las lenguas de esa víboras».

Posiblemente, Don Primo es del tipo de romántico entre Hegel y Fichte, con su poco de Giordano Bruno. Admite, como Durand, la existencia de un principio natural y divino de las cosas. Ambos saben los paralelismos entre Jesús y Nietszche; ambos han sido, se comentan, los incomprendidos. Mas Don Primo, con pocos puede hablar sobre sus lecturas. Lee a Julián Sanz del Río, a Salmerón y Azcárate. La jurisprudencia y los 15 volúmenes de la Colección de Instituciones Políticas y Jurídicas de los pueblos modernos (1885-1904) del republicano radical Vicente Romero Girón, están en sus anaqueles de libros, así como esos recuerdos de España tan queridos, con jóvenes liberales como él, gozosos de evaluar el anarquismo, la crítica anticapitalista, la necesidad de ciencia innovadora y mayor respeto por los derechos del hombre y del pueblo miserioso y explotado.

España y Europa le dio mucho. Lo reconoce. Dice con orgullo que, desde niño, habría querido ser un médico; pero ya que estudió leyes, será el mejor de los abogados, como Romero Girón. Ese es su ídolo. Si hubiese sido educador, sería como Giner de los Ríos. A éste lo recuerda porque él se ha casado con Milagros de los Ríos y Avila, natural de Cádiz, quien es prima de Fernando de los Ríos. Son glorias de España. Y el se trajo una gloria en forma de mujer.

De veras, dice Don Primo, si alguien tiene linaje en este pueblo: «Ese soy yo, así que dejaré que, aunque hable contra mí ese cultivo de escorpiones, hijos de penumbras; sea yo el terco que los juzgue y diga la última palabra».

2.
Victor Primo no fue un chico de letrina ni se bañó en una charca. El tuvo criados. Un niño rico, español. Creció privilegiadamente; pero, queriendo ser un Quijote en la aventura de su más clara realidad, su propio país en cadenas. Es la diferencia. Será como quiere ser, testarudo.

Una vez terminó en la Universidad de Santiago conoció Madrid e hizo brevemente una vida cortesana, con su mujer gaditana, y viajó por Francia y Europa, hasta que dijo: «Tengo que volver. Allá tengo a mi padre y mis raíces. ¿Te dije, Milagros, que yo soy pepiniano?»

Como regalo a su pueblo y al Patrón, trajo el nicho de imágenes artesanales, en maderas labradas, que se colocó en el Altar Mayor de la Iglesia de San Sebastián del Pepino. El es creyente, pero no dogmático. A él no lo ha formado la santurronería. El es crítico socarrón, ya predicho en las sátiras de Persio. Uno que dice que la verdadera libertad es de naturaleza espiritual, pero sin opresiones.

En su habitación, ya de regreso a Pepino, aún su bacinica, con un cintillo de oro, lo esperaba. Y volvió a bañarse en un íntimo salón con latones de agua. Hubo veces que necesitó siete garrafones, de uno en fila porque. Gusta que el agua bese y penetre sus poros hasta en la menos aparente esfera de la carne. Limpio, inmaculadamente vestido, más que caballero, se imagina un rey-filósofo.

«No… No es el calificativo que preciso. Un Libertador me define».

Y, tristemente, no hay varones de su talla. Lo que anda y desanda por las calles de la Isla son hombres y mujeres de penumbras. Un linaje de escorpiones. Y se atreve, decirlo de ese modo, porque el mismo José de Diego está en su mira, por representar los intereses privados de azucareros y reducir la patria a lenguaje del ateneísmo, sin compromiso con los hijos más humildes y pobres del pueblo. En torno a Muñoz Rivera piensa igual: mojigato en apariencia, lince del acomodo y del arribismo.

Don Primo recuerda el año en que llegaron los yankees. 1898.

«¡Tan malagradecidos con España, tan cobardes con los Estados Unidos!», dijo enfatizando las zetas que se perdieron en otros que nacieron en España y, él quien nació en Pepino, ha conservado. Se esfuerza en hacerlo. Desde la garganta al pie, se siente un español, señorazo y, en apariencia, lo es.

Rememora que se asomó a hablar con el Capitán Brackford, el invasor extranjero del poblado. Iría a asesorarlo porque los conservadores de ayer, fementidos leales e incondicionalistas, se han replegado con temor. Otros se acercan a los gringos a mendigar venganza, a chotear a los comevacas y tizna'os. Se han escondido en cañocales y debajo de sus propias bacinillas. Unos pocos se han regresado a España a tiempo, por si acaso, el yankee fuese tan cruel como lo que cuentan en torno a Filipinas.

«Ni siquiera el gesto mío han agradecido; yo dí la cara para que se dijera del Pepino, aquí si hay pueblo y cultura y no mera tropelía de atorrantes hambrientos. Este pueblo tiene gente valiente que dialoga. Quiere, por lo menos, el orden, no anarquía. Este no es un pueblo suplicante y miedoso», rememoró que lo dijera a Rabell Cabrero y Rodón-Ozores.

Lo acusaron de urdir, con Juan Tomás Cabán Rosa y Lino Guzmán, la ola de terror de las partidas, las quemas, robos y ultrajes. No fue cierto.

«De seguro, querrás como regalo el pueblo entero», le dijeron. Fue Cheo Font, padre de los anexionistas. «Que vas a alzarte con el santo y la limosna».

«¿De qué habláiz, desgraciao?»

Por eso, por mentiras de ese tipo, no ha querido a ricos majaderos que reencontró a su regreso.

«Yo no necesito nada; no robaría a mi pueblo».

3.
Victor Primo había nacido rico desde la cuna. Utilizaba unos bastones labrados, con empuñadura de marfil, como gesto de su aristocracia transhumante. Había salido de un hogar inmenso. Era el heredero de su padre hacendatario. Mas, desde 1900, empezaron a asomarse nuevos ricos: ¡herencias millonarias que desataron reacomodos e irreconciliaciones!

Con su esposa de España, Don Primo procreó sus tres primeras hijas. Y a ninguna la pondría en vergüenza por causa de sus actos. Quienes lo visitaron en su casa han admirado cuadros muy valiosos, arte que colecciona, porque como abogado es el más brillante del pueblo, el lector más enterado, un ser universalista, versado en todo, o casi todo, pese a que Pepino no lo quiere. Se recela a un hombre de su sabiduría, su elegancia y buen gusto. Francisco Pino y Bello fue el primero que le dijo caballero ilustre, aunque sabe que, cuando recién llegado, era algo más que autonomista.

Manuel y Martín Corchado aseguraron que don Víctor Primo es separatista, con vetas de Mano Negra jerezana. Demetrio Hernández, autonomista ambivalente que todo lo exagera, fue con ese chisme a donde Cheo Font, el primer anexionista declarado. Pitiyankee.

Dijeron que don Victor o Don Primo, como también le dicen, siempre ha pedido muchas peras al olmo. El no supo lo que es un villorio sin ejército eficiente. Y ese pobre autonomista de Rodríguez Cabrero, rodeado de mambses, odiosos de España en el fondo, traidores como Soto Villanueva o el telegrafista gallego, no puede hacer nada, aunque quisiera. No sabe cómo los «bascaranes» se trafican en las sombras, o los Arocena lo mandan al carajo.

«¡Ay, pobre don Manuel, el alcalde autonomista de Pepino! ¡Ay, y de ese bizco de Muñoz Rivera y esos pitiyankis juyilones!» Todo se lo fueron contando, año tras año, a don Primo porque el pueblo vivía en el miedo y creyendo más a los brujos que en el progreso y, a final de cuentas, mucho menos en el gobierno americano, que sólo funcionara para Oronoz y Echeandía, muy pocos beneficiarios.

Lo que supo muy bien el licenciado es que, cuando el hambre cundió y se desgració el pueblo, habría que darlo todo. Olvidarse de la herencia y el capital del egoísmo. En 1906, dio su ejemplo porque Pepino ardió con los incendios. Y había que dar nueva casa al que la había perdido. «Construyamos con las maderas de la finca de su padre». Se trajo madera hasta del barrio Furnias. De La Javilla y Guatemala.

Fue diciendo: «¡Reconstruyan! Organizémonos como verdaderos anarquistaz. No se trata de comevacaz y tizna'oz. Se trata de hermanar al paíz». Y su padre le hizo el testamento en vida para que Victor Primo fuese generoso con lo que realmente fue suyo.

Recordó otros fuegos y agresiones criminales que hubo en 1898. Supo sobre la vulgaridad de los actos de fuerza. Las décimas de los tizna'os y comevacas. En 1914 todavía recordó el 1898. El Desastre. El USS Maine. Y dieciseis años antes, estableció un paralelo.

Con este mismo Wilson que está en la presidencia, una flota estadounidense arribó a Tampico. A los pocos meses, ya ocupada Veracruz por los marines, Wilson exigía al presidente mexicano Huerta una salva de 21 cañonazos a la bandera americana. Un modo de imponer a Carranza, porque, a Huerta tan orgulloso, con el poder de los cañones, lo tendría doblegado. El se rehusó. Puso en un plato de lata un excremento por él mismo cagado, «mi homenaje a su bandera», dijo. Hizo que lo enviaran al general mayor de los marinos en Veracruz y que se le dijera: «Lo cagó él mismo, mi General Huerta».

En 1915, en esos años, Don Primo entristeció porque se murió Milagros de los Ríos, su esposa amada, quien nunca fue como este pueblo en colectivo a bañarse como parvadas de ninfas a las aguas de las charcas; ni corrió a defecar tras los árboles. Ella fue como él. La alcurnia da el derecho a tener una bacinica de porcelana fina y a mandar a traer latones de agua para bañarse en casa.

Es humano. Ella supo el olor del excremento y los orines; pero lo comprendía. Se caga en la casa. No en el monte. «¡Por más riqueza que se tenga, esposo mío, somos humanos!» Don Victor Primo lo entendía. «Y no es merengüe el excremento. ¡Qué bueno sería! ¡Qué mágico que sea a rosa y clavelillos como huela! Trágico mundo. Pútrido sistema. Mal que bien olería a ángeles podridos la mirringa y la caca.

Es que antes había deferencia, ya no. Hoy cualquiera vigila cuando cagas y lo ofrece como recurso político de escarnio. La lucha de clases ha fundamentado la política sucia y hay ricos que creen que no cagan. Que no hieden sus actos. Eso es lo que molesta este día al explosivo y testarudo de Victor Primo.

Alguien se ha atrevido a mencionar su mierda. O su bacinilla repleta de meados. Nunca hizo su mujer bendita. La finada Milagros.

«¿Qué haré hoy que no la tengo a ella?», se preguntó durante tales amargos días. Se sorprendía defecándose en la bacinilla de pura porcelana, adquirida de la Casa de Limogès. Por primera vez, sin nadie que entendiera lo que es ser un hombre solo, sin nadie que comprenda lo que es intimidad y costumbre, cumple con necesidades fisiológicas en ausencia de quien comprendiera que no hay que sentir culpa por elllo. Este llenar y vaciar las bacinillas es parte del progreso necesario.

Han pasado años. Y él sigue defecando lo oloroso de sus días.

4.
A don Narciso Rabell, el alcalde que construyó la primera planta hidráulica, en los primeros años del '20, le hablaron sobre la mierda que caga el Caballero de la Reina de Castilla. Y estaban hablando de que hay que hacer algo por el pueblo, sacarlos ya de los ríos y las charcas, porque no somos taínos solamente.

«Pemita que discrepe, Don Narciso, porque sé que es usted hombre de fósiles y ciencias y que defiende la vida de los indios en su paraíso. Pero ya no somos indios. Los que se bañan en los ríos son nuestras señoras, nuestras hijas, nuestros hijos; y ellos no son indios. Ellos sacaron la espada y mataron a los taínos y violaron a las indias. Yo por eso, veo la sangre en las aguas y prefieron un acueducto, una bañera, un servicio de tratamiento hidráulico. ¿No lo había sugerido Pascasio Moreno, desde 1873, cuando fue Alcalde?»

«Sebastián del Valle y el alcalde anterior Angulo, cuando pudieron hacer acueductos y plantas para tratar las aguas negras, echaron en tierra el proyecto. Cosa de alcaldes malos», explicó Don Narciso que vio planos y notas del Cabildo. Desde 1873, Moreno había sugerido que se edificaran modernos acueductos para el pueblo. En la oficina, está el Dr. Franco Soto y, al parecer, Don Primo no lo tiene contento.

Volvió a plantearse la queja. Detrás de la casa de Don Primo «o no sé de qué lado del predio viene el hedor, huele a meados. Que no sea que él está tirando orines contra un miuro y no hay desague».

«¡Rediez! ¿Quién esta vez se ha quejado?»

Es el Dr. Franco y no tardaría en saberse lo que sucedió tras comprobar su sospecha, yendo a la casa de Don Primo en la Calle Hostos. Frente al largo balcón, tras llamarlo, lo surtió con un par de pescozadas. «Coma y enganche», le dijo cuando se fue. Antes de golpearlo, había seguido a Don Primo a la que, muerto Alicea, pasaría a conocerse como la fonda de Clara Guerra, o la esquinita de la suerte, porque allí se vende lotería y se han pegado algunos.

Don Primo que no lleva la canasta de alimentos que su esposa le requiere a la casa, que va y come solo en la Fonda de Alicea y menosprecia así, no sólo a Doña Pilar, sino a los padres, a las familias asociadas de Cabrero, Echeandía y Franco, sabe que se merecía las pescozafas. Estuvo biuscando evasivas y racionalizaciones.

«Si usted tiene los poderes como Alcalde, haga algo con el problma y que se acabe la peste», dijo a Don Narciso. Mas no pensó que mandara a golpearlo. No. Máxime siendo él, un caballero...

Seguro que la queja vino por parte de la parentela de su nueva esposa. Se acaba de casar con Pilar Cabrero Echeandía Y está hablando con su suegro y diciéndole: «Si en torno a malos olores que provienen de la Calle Hostos, o la salida de Lares, donde tengo mi casa. es que hay que hacer algo, el Alcalde es usted. A usted es a quien responsabilizo».

Después vino un chisme, una lección de historia con acotaciones y luego otros. Y don Primo estaba perdiendo la paciencia.

«¿A qué viene eso que dijo, Santoni?»

Con el ex-síndico Santoni, siempre sale discutiendo las intervenciones americanas en Tampico, en Santo Domingo (y cómo se quedaron hasta 1924, ni lo imaginaban) y, bien, hasta en Puerto Rico,.mas con él es que se expone el tema de la peste y el lugar donde se vacían las bacinillas orladas en oro que Don Primo tiene. En cierto modo, Santoni alega que, actualmente, Don Primo hace lo mismo que el General Huerta hiciera cuando el Vecino Gringo quiso imponer a Carranza, sólo que los orines y feces que el ex-Capitán de Voluntarios en las Milicias Españolas, don Victor Primo Martínez González, produce los recogetía en bacinilla de porcelana fina. No como Huerta en latón de morcillas.

«Pero la mierda es mierda y, como los orines viejos, huelen».

«Ya estoy cansado de tales quejas. La mierda de todo el mundo huele. Toda la vida he cagado y sólo desde que me casé con Pilar Cabrero Echeandía se mofa el olor de mi mierda».

Algunos en el Pueblo de Pepino empezaron a especular de que se tratará de los ingredientes con que se cocina en la Fonda de Alicea. Framco llevaba días, cerciorándose de si llevaba o no, comida de la Fonda o de un mercado a su mujer. Preguntó a Doña Pilar por sus problemas de alconna. «¿Por qué no le cocinas, si es tu esposo, Pilar?»

«... porque, por cuestiones de política y educación, de cuna y de costumbres, se cree que caga merengue... y me compara con la otra y yo el olor de su mierda, no lo soporto...»

Del libro El pueblo en sombras / CARLOS LOPEZ DZUR
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