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LA 'BUSQUEDA INCONCLUSA' DE EFRAIN ROMAN LOPEZ
Por CARLOS LOPEZ DZUR
Durante mi etapa de escuela preparatoria, tuve el privilegio de ser alumno del profesor Efraín Román López. En agosto de 2014, tuve el placer de reencontrármelo durante el Segundo Encuentro Nacional de Poetas, auspiciado por la Casa de la Cultura Pepiniana. Ambos participamos en el mismo. Pasaron más de 35 años sin vernos; pero, el respeto que inspiró en mí fue lo suficientemente sólido como para que los años transcurridos sólo dieran una confirmación inequívoca. Es el mismo hombre virtuoso, profundo, admirable, de una pieza, que conocí en 1967. Con la edad que ha pasado por los dos, somos más ricos en vivencias. Hay mayores espacios espirituales en medio de los cuales apreciarnos.
1.
Adquirido su primer libro de poemas, La búsqueda inconclusa (2014), urjo visualizar en sus poemas una prolongación de sus días / años / de enseñanzas como instructor de lenguaje y literatura e inevitablemente, también se trata de aquilatar aun más al ciudadano, al mentor y al ser humano que una vez parcialmente me fue conocido, esta vez reflejado tal se prolonga en su poesia. Tendré muestras de sus quehacer literario para aquilatarlo y confirmaré que, a través de su literatura, aun sigue impartiendo enseñanzas.
En este breve ensayo, me limitaré a dar unas impresiones de lo que en su libro encuentro y admiro. Algunas ideas que saltan de su proceso de pensamiento y desafían para que contrariamente a su consejo... no hagamos del vivir, mera inmediatez, o un 'pasarla', sin disfrute, unas veces, o en temerariedad y a ciegas, otras. La primera metáfora que Román nos entrega compara el proceso de vida con un «sorbo» al que a veces se accede «gota a gota», pero siempre para ser saboreado. La vida no debe ser malgastada en excesos, porque es breve, pero no tan breve que no podamos impregnarnos de ella. En el poema Vivir, hay un verso poderoso que resume su filosofía de vida: «... vivir es impregnarse de lo bueno que existe» (p. 17). Y, si bien el poeta concibe «una sola vida / para pensar y sentir / para amar, para sufrir / para compartir amores / para disipar dolores y angustias», hace claro que el tiempo es árbitro. Hay que tener la actitud del luchador para «ahogar los sinsabores» y «asesinar lamentos» (p. 65). El amor es lo que da la fuerza, provee el sostén ético en medio de los vaivenes y loas pugilatos y, a final de cuentas, es como Román dispone las que han de ser las habilidades para la tarea de lucha en aras del buen vivir:
En el placer de servir
tiene mi vida un anhelo,
pongo en ello mi desvelo
y mis fuerzas anhelantes
poniendo a Dios por delante
como sol de un claro cielo (p. 65).
tiene mi vida un anhelo,
pongo en ello mi desvelo
y mis fuerzas anhelantes
poniendo a Dios por delante
como sol de un claro cielo (p. 65).
De aquí en adelante para describir la vida, el ser y el acaecer, es imprescindible familiarizarse con una serie de motivos simbólicos que Román utiliza, por ejemplo, «vendaval impío», «destino», «viajero», «peregrinaje», «río», etc. La vida es como un viaje. El acaecer es como la fuente que alguna vez tendrá que extinguirse. La vida es breve. El acaecer convierte al viajero o peregrino en el «viejo tronco» que arrastraría el río. La muerte es verse «sin rumbo fijo, sin meta y sin salida». Como tal tronco. Es ocaso como una faceta del acaecer que nos muestra el «seño duro», el aspecto negativo del Destino, o el Vendaval impío. El tronco a la deriva.
Lo que Román llama «Lo que yo soy» (p. 19) es ese proceso de vida-ser-acaecer. Es el Da-sein descrito por Heidegger, el ser-ahí en ese proceso de totalidad. Lo que debe evitarse son los «momentos fallidos» en los que se esfuma «la esencia que sustenta la vida y alimenta el anhelo» (p. 73); no puede perderse el «dulce encanto» que es como la «brisa en calma», consuela y evita el congelamiento, porque la vida puede ser muy fría.
Hay, pues, algunos acaeceres que Efraín Román considera y anota, como quehaceres equívocos: vivir de apariencias y la rutina del fingir (p. 22), la envidia descrita en el poema 'La paja en el ojo ajeno' (p. 23), la prostitucción de la mujer, la infidelidad del varón, la explotación (p. 13) y menosprecio del negro, la inconformidad y el no aceptarse como se es (p. 112), la esclavitud del dinero o de los 'bien habientes' (p. 115), los «fatuos ideales» y cómo, sobreponiéndose a «una cadena de hipocresías, de burlas y de lástimas» (p, 21), éste recupera su fuerza, su dignidad pujante, «y recia como roble adusto / que hunde sus raíces en su día», se da al fin la «firmeza ante el insulto» (ibid.), la niñez y orfandad paterna (p. 94) y los más positivos acaeceres, que llevarán al conocimiento profundo de ser y el amor: «El amor es la fragua donde nos transformamos» (p. 52). Es acaecer fatuo el alma que se dedica a «eternizar triunfos menores», a buscar «exiguas sombras», o los rayos de lo que ya fue, de modo que torcerá su destino de ese modo, e irá «ciego y sordo» (p. 68) como si buscara un rayo equivocado o fuese caminando de espaldas (p. 69).
Vemos entonces que Efraín Román está consciente del carácter dialéctico y cambiante de los procesos de vida, de la ley de polaridades y del ying / yang, del elucidario existencial y sicológico de vivir. En ese sentido, uno de los poemas más filosóficos de la colección es Hoy y mañana:
Hoy eres labio que al placer se entrega
mañana serás músculo de quejas,
mañana serás músculo de quejas,
Hoy eres miel, dulzor, fiesta de almíbar,
mañana serás hiel, retama y acíbar.
mañana serás hiel, retama y acíbar.
Hoy eres luz, alegría y belleza.
Mañana serás sombra, melacolía y dureza.
Mañana serás sombra, melacolía y dureza.
(p. 53)
En su poema 'Contrapunto', hay también este ejercicio examinador de las polaridades que apuntaría hacia las diferencias entre los seres humanos y comportamientos. Román López le canta bellamente a la juventud, la aconseja y anima: «a través de la vida se aprende y atesoran, / de esas hermosas cosas; de esas cosas hermosas / que duelen, que entristecen, que alegran y enamoran» (p. 55). El poeta aconseja a una quinceañera, muy hermosa y la advierte de que hay retamas y reveses en la vida, pero nunca hay que rendirse, sólo aprender. El hablante lírico del poeta no se distancia del ciudadano y mentor que fue: sobre todo, maestro, en tratos con la juventud pepiniana. De hecho su visión del maestro está contenida en un texto con tal título en la página 74. La misión que el maestro tiene con las juventudes es labrarles e iluminarles el camino hacia la «excelsa verdad» del «pensamiento puro»; esta síntesis de Verdad y el ejemplo que ofrezca son inseparables. Por eso la frase final me encanta: «Poniendo pan de amor en tus ejemplos / das un supremo pedestal al arte». Hoy, más que nunca, comprendo la frase como soy hijo de maestro, modelado por maestros de esta calidad de Efraín y yo mismo tuve la responsabilidad del magisterio.
El conocimiento de los acaeceres de la vida es importante apunte para entender el por qué de la alienación o, como diría el filósofo húngaro Georg Lukács, «la imposibilidad de ver la explotación capitalista en la propia vida cotidiana» y la situación en que se está como ciudadano «derivada de la lógica del antagonismo fundamental de clases». Hay en la poesía de Román «conciencia de clase» y por eso su juego con opuestos. La alienación es lo opuesto a esa consciencia y habilidad para entender el comportamiento de la sociedad. Cuando el poeta rememora, en Visión de mi niñez, es posible que describa lo que afirmará que son:
escenas repetidas,
eslabones de mísera cadena
que unían las horas con miseria, y la pena
interminable de los desposeídos... (p. 40)
eslabones de mísera cadena
que unían las horas con miseria, y la pena
interminable de los desposeídos... (p. 40)
El poeta es deísta y cristiano y lo confiesa en textos tales como «¡Cuánto creo!» (p. 32), «Sé conmigo» (p. 33), «Ante tu imagen» (p. 34), «Este que ves aquí» (p. 41), «Que así sea» (p. 44), «Tú vas conmigo» (p. 45), «Nunca estaremos solos» (p. 64), «Sembrador que va conmigo» (p. 78), «Dios está en todo» (p. 97), «Plegaria de un Niño a Dios» (p. 114), etc.. El tema de Dios es tan abundante en el poemario como el de la Madre (ps. 48, 50, 75, 89). En la condición de Madre señala los atributos de santidad y amor (p. 48), dadora del «pan de comprensión», tolerancia, consuelo y guía, «verbo sabio» (p. 50), etc. Cuando trata temas de su barrio (Aibonito) y la familia (i.e, por ejemplo el poema 'A mi hijo ausente', la nieta Nicole, a su amada esposa Paulina o en 'No lo sé', se acuerda de su padre (p. 98), de amigos, de «ese algo tuyo y mío» (p. 59), las diferencias entre los besos de una madre y un niño. Lo que se impone como anhelo de ser está descrito en uno de sus poemas. Citaré solo un fragmento:
Quiero ser aquella hora en el reloj de tu tiempo
del éxtasis anhelado y que no pudo ser
y ser en tu existencia tu pan y tu alimento,
tu angustia, tu contento; todo quisiera ser.
del éxtasis anhelado y que no pudo ser
y ser en tu existencia tu pan y tu alimento,
tu angustia, tu contento; todo quisiera ser.
La lira que te cante quiero ser en tu vida
y en tu oscuro camino brecha abierta al amor
y en el lecho en que esperas anhelante e intrranquila
ser el rayo de luna que mate tu dolor... (p. 66)
y en tu oscuro camino brecha abierta al amor
y en el lecho en que esperas anhelante e intrranquila
ser el rayo de luna que mate tu dolor... (p. 66)
Describe un ser humano que está insatisfecho, en búsqueda inconclusa, puede ser de cualquier sexo, pero en necesidad. El poeta busca a quien servir, a quien realmente le necesita para que abra brechas al amor y al consuelo. A través de la poesía, es posible imaginar a estos dos seres reciprocados. En la estética de Efraín, si se es poeta, lo peor que puede suceder es verse vaciado de musa, en ronquez y desfallecimiento de lira, sin dulces cantos, en un tiempo a destiempo. Para recobrar la lucidez del canto, su misión, necesitará el amor: «Tú eres la melodía que escucho» (p. 67), en los días agoreros del equívoco y de las distancias abismales, días de separación.
Técnicamente, la poesía de Efraín Román tiene la belleza de su musicalidad, tropos y metáforas, como estas: «ropón de sutilezas», «miel de amor», «la soledad es niebla cegadora», «duendes locos del deseo», «un pedazo de risa». Por igual, abunda en personificaciones (e.g., «una voz que se acurruca», «si esos ojos ríen, mueren mis penas», «el sediento árbol», «perseguir en vano una gota de amor» (refiriéndose al árbol»), «isla-mujer», y contrastes de luz y oscuridad, colores y tonalidades (p.e., «zumo de vida blanca», «está oscuro el pozo de nuestras emociones», «es trasiego de luces definidas», «el corcel del aire», «el rubio sol bebe su luz», «bengalas de oro para el poeta», «alfileres de pena en mi consciencia», «la sombra de tu verso», etc.
Me siento diluído en la luz y las sombras
como rayo de luna fundiendo claridades... (p. 100)
Es obvio que un recurso del que a menudo acude son las contrastaciones o yuxtaposiciones, así como a sinestesias, como en el texto «Lo que eres y lo que soy», donde contrasta distancias turbias, con «fuentes de aguas transparentadas», rosales de angustias y ramo de besos y esta bellísima que describe un «ojo de luna ciego en tus amoríos», «rayo apagado, pero latente» (p. 88). Dice en el poema 'Tras tu pensamiento'.
... desde el cielo del alma, mis sentidos te nombran
ahuecando el silencio entre los manantiales (p. 100).
ahuecando el silencio entre los manantiales (p. 100).
Hace, con algunos poemas incluídos, sus dedicatorias y homenajes a poetas o proceres que admira: e.g., «Miguel Hernández, el pastor de Orihuela» (p. 49), «Hostos, ciudadano de América» (p. 102), a sus amigos Enrique Ayaroa Santaliz, Joaquín Torres, Ramón Edwin Colón Pratts, Celia Cruz, Francisco de Petrarca, Dante al motivo de Don Quijote. Se inclina a versos y estrofas de construcción tradicional, incluyendo el madrigal y el soneto y, por tanto, de artesanía sencilla, con leit-motiff como los símbolos naturales: el río, la rosa y sus pétalos, el tronco viejo, el ave libre, la floresta, ruiseñores, alondras, etc. En su Carta a Juan Avilés Medina se ven las vetas de su humor y el respeto que siente por unos de los poetas más finos de San Sebastián, hoy desafortunamente fallecido, con quien Efraín tuvo la costumbre de cartearse en verso.
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Estoy gratamente sorprendido por la sensibilidad poética de mi exprofesor, quien reside actualmente en Lares, Puerto Rico y según las notas introductorias a su libro inició su labor poética en 1981. Tiene una Maestría en Literatura Hispánica y escribió su tesis sobre los cuentos de Edwin Figueroa en 1976.
El poemario tiene una contraportada, con una excelente notas de Hermes Acevedo Lebrón.
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EN MI PROXIMO
COMENTARIO abordaré LOS VERSOS DEL QUERER SER Y UN PUNADO DE RELATOS
PUEBLERINOS DE BERNARDINO BOSQUES RODRIGUEZ
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