Monday, August 01, 2011

Estás en mis manos, gordo / cuento


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a Bartolomé de Las Casas (1484-1566), alias el Gordo

Dice Las Casas que él puede tratar con el Cardenal Jiménez de Cisneros, no así con el Obispo Fonseca. Nadie a sus oídos fue más tierno y humano que Fray Antonio de Montesinos. Lo alaba. Oyó sus sermones en Santo Domingo y dijo que, con los inocentes, sean indígenas aruacos, lucayos o taínos, es tan gentil como el Cardenal con Juana la Loca. «Y es verdad. Todos somos mortales. Tenemos un alma. Daremos cuentas al morir por las crueldades y opresiones que cometimos».

El Cardenal escucha. Siempre se ha llevado bien con Bartolomé y lo anima a que siga una carrera religiosa. A veces se cohíbe, ante Las Casas, porque no se explica por qué el Obispo Fonseca esconde la mirada y vira la cara y se ríe de ambos, o de él, el Cardenal. «¿Se siente bien, Fonseca?» Contrario al Cardenal, para Las Casas, la mente de Fonseca no tiene misterio. Es muy simple, autoevidencial. Vive compensando su infrasexualidad con la concupiscencia de los sentidos: el lujo de las joyas, los buenos crucifijos de oro, la pleitesía ofertada durante el trato con aquellos arriban muy prósperos de Indias, después de rudas aventuras ultramarinas.

Ahora es a Las Casas quien le ha gustado la idea, algo que el Cardenal sugiere. Matrimonios mixtos. A los descendientes de Hatuey y otras víctimas de la matanza del 1512, con el mestizaje, se les probaría que España no sólo está por matar criaturas naturales e inferiores, haciéndolo por ambición de oro y alhajas. «Creemos en el Dios de paz y de justicia; no sólo en usurpar tierras y esclavizar». ¡Qué manera más linda de decir que ante Dios son ellos dignos, ella, princesas y cacicas dignas de Europa! Y Las Casas, complacido con oírlo de labios de Jiménez, sonríe, aunque el Cardenal no entiende que el Obispo Fonseca diga, con risa, histéricamente, que a Hatuey se le capturó, se le ejecutó y se le quemó vivo, dando el escarmiento positivo e idóneo a su conducta. Las Casas quisiera golpearlo, por quitar belleza a este momento; pero le dijo: «Así fue. Se le ejecutó por desgracia. Es que tenemos muchos hipócritas en las huestes de la cristiandad y en las milicias. Matarlo fue un acto execrable».

«No. El rehusó el Evangelio y con él otros siete mil indígenas impúdicos y en cueras, también rechazaron el bautizo y nacer en Cristo», dijo el Obispo, así recordó lo sucedido el 2 de febrero de 1512. La matanza injustificable.

«¿Y la matanza le produce risa?»

Se disculpó. El Cardenal dijo que es preferible que vaya a su aposento, haga oraciones y avemarías, pues, se comporta impertinentemente. El joven Licenciado Las Casas merece respeto y «no sabe usted darlo». Le recordó cuando el Rey don Fernando (en paz descanse) se enojó por aquella carta suya. Era su letra (probablemente escrita por Fonseca) que revelaría, por vez primera, «cuánta humildad falta para que sea usted un buen sacerdote y crezca más allá del Obispado». En la carta, Fonseca pedía que se destituyera a predicadores de la Santa Doctrina, ¿a razón de qué? si amor cristiano abundó como ideal en clérigos como aquellos: Montesinos y el superior dominico Alonso de Loaysa. En su lugar, Fonseca defendía a los «encomenderos» y ante al rey describió como gente meritoria a la basura del Reino.

Por Enciso, el rey supo horrores en torno a Diego de Nicuesa, Alonzo de Ojeda, Vasco de Balboa, Ponca, nombres menos nefastos que el ataque de Quaraqua y 600 indígenas y blancos despedazados por perros y 40 sodomitas y otras 800 muertes de soldados e indios, devorados por galgos. Había un comportamiento horrendo. Mostrenco.

Entonces, sí se discutió clara y abundantemente en torno a estas cosas y hubo que citar sabios; aún a filósofos anti-aristotélicos. Lo recordaron. Y, acabado el proceso, el Obispo Fonseca no fue más la misma persona que estuvo allí en el debate. Quedó con su risa, histerismo afeminado, desde que Las Casas dio argumentos y habló contra esos hombres de armas y encomenderos deshonesto, contumaces y desnaturalizados que él, en cambio, defendió ante el rey como lo más ilustre y generoso de España. «¡No, no! Son unos puercos», le gritó el rey y quedó con esa risa y temblando....

«Y hasta se ríe de usted, Cardenal, cuando me anima a que diga a españoles del Caribe que tomen mujeres entre las cacicas o princesas nativas». Fonseca se burla porque, según ha pensado siempre, el matrimonio debe ser santo y cualquiera de tales cacicas o princesas es una especie de cuerpo vacío, o ídolo en apariencia de carne, pero sin alma y el español pecaría, si por la paz, o los beneficios materiales del Caribe, desacralizara el matrimonio y se casara con taína, con la raza de Hatuey y Agueybaná. Es preferible estar en guerra con demonios que en pecado mortal, por satisfacer esos ídolos, que son las mujeres de piel canela, con senos al descubierto... Muy absurdamente que el obispo mal medita.

«Yo solicité de usted, Cardenal, tres monjes jerónimos... y Fonseca odia a los monjes jerónimos y les juzga incapaces de dar gobierno espiritual a las Indias, porque indica que son tan pajeros como los soldados, o sodomitas en el harem de Quaraqua y Balboa... Usted sabe que el difunto Don Fernando quiso que las Leyes de Burgos, formuladas desde el 1512, sirvan de honor a la Corona, inaugurando el trato cristiano que merece el nativo de las Indias, al que se trata con colmillos de perros y látigos, con horcas y piras de fuego... En su inocencia, ellos no exigen la bondad que merecen e imagine V.E.... yo testifiqué cómo se persuadió a los lucayos a dejar las tierras que aman, islas de sus entrañas, a fin de que se despoblara el territorio suyo en favor de codiciosos y, tan simples son y fueron aquellas gentes que tomaron la muerte voluntaria cuando se les instó a visitar las almas de sus ancestros, tirándose ellos mismos en la mar para que se los comieran los tiburones y se moliesen sus cuerpos contra olas y arrecifes».

Con el chismoso de Bartolomé en el palacio del Cardenal Jiménez de Cisneros, Fonseca piensa que tiene el mayor enemigo en la casa. Está sacando cuentas, no rezando avemarías como se le había pedido. Lo supo. Jiménez a Las Casas le asignó un salario por oficiar de Protector de los Indios y le asignó al abogado Zuazo por auxiliar, sea que se le pegara la gana de perseguir encomenderos y traerlos a Audiencias Judiciales. El gordo Bartolomé sí que ha sacado sus uñas y originado su provecho con sus visitas, pese a lo que él (Fonseca, obispillo pernicioso) propala como las 'conveniencias de todos' con su subrepticia política de cartas: «Un negro es más costoso. Hay que cazarlo en el Africa; pagándolo como oro; pero vea, Cardenal... la mano tonta del peonaje, el obediente indígena, lo teníamos ya y cuesta menos».

Las cartas han sido efectivas. Mas no con el Cardenal. «Mirad exactamente a lo que vino este tunante, S. E. A decir que el indio es propietario de la tierra en la Indias, propietario de su persona y trabajo, y que tenemos que ponerles a las cacicas cama con nuestros varones para que, con barraganas, se vean en pecado mortal, porque ... vaya, a la mierda sacramento y valores. Y tuvo Vasco de Balboa que joder con su harem de sodomitas lo que yo por mi cuenta hilvano... El cabrón echó mi proyecto abajo por años», se quejó.

Fonseca va de oficina en oficina y le indican números. En ocho años, hay que enviar no menos de 4,000 esclavos africanos a sustituir a esos indígenas que se tuvo en previa servidumbre. Sacaron esmeraldas del fondo de las aguas, oro de los ríos y las minas. El cargamento negrero tendrá que pasar por Sevilla ya que el Tratado de Alcaçovas con los portugueses lo dispone. «Esto del indio y el negro se complica. Usted, gordo pajero y jero-eremita, chismoso, lo hizo más complicado».

Y el Obispo Fonseca, que no quitaba el dedo del renglón, dijo: «A Las Casas lo estoy velando. Lo tengo en remojo, porque este pilademierda de Jiménez, como quiera que sea, ya está viejo y se muere, y si envenenan a la heredera, Juana la Loca, en nuestras mismas narices, ¿por qué no a él? Al mismo Cardenal lo matan». Y como si le hubiese estado organizándole con salazón, ave de mal agüero, la muerte, el Cardinal Jiménez de Cisneros murió en 1518.

A Fonseca le cayó cargo y ascenso en sus manos. Empezó a manipular todo, a desautorizar a monjezuelos jerónimos del encargo hecho al rey Fernando. Neutralizaba a colaboradores de Las Casas, el Gordo. Después de todo, fue cuestión de odio y teología. Y de paciencia.

Al invocar al teólogo Vitoria, a curillas como Montesinos, Sepúlveda, Fray Toribio de Benavente, el abogadillo y gordo en ciernes lo humilló ante el Rey Fernando y ante su Cardenal Jiménez de Cisneros. Se burló de la licitud de la presencia soberana de España en las Indias –y llamó, aún ilegítima la presencia de la iglesia. De hecho acusó de prácticas depredadoras a curas, encomenderos, soldados, funcionarios y prelados, que «nos son buenos donantes a la Santa Madre Iglesia Apostólico Romana». Sobre todo, Las Casas expuso los pecados de los sodomitas... y Fonseca nunca se confesaba a fondo. Hoy piensa que está triste, pero no defraudado; ya el histerismo de su risa es menor. Cree que a Las Casas se le acabó el ñame. Su buena suerte. «Ahora que murió el Cardenal, me burlo yo. Lo tengo en mis manos, pobre Gordo».

De «Leyendas históricas y cuentos colorados»
CARLOS LOPEZ DZUR


2005 / California
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