Thursday, June 24, 2010

Historia calamitatum / De mis calamidades / La sirena maya y la tempestad


Escándalo comentado. El criado del Canónigo de la Catedral de París está en chirola y el nombre de Fulberto por el fango. Su invocación de un acto necesario de honor para su sobrina (por atropello que ha sufrido del preceptor Pedro Abelardo) en entredicho. A tal clase de venganza por honor ya no se da ninguna simpatía. Una sobrina enamorada peca porque quiere, si es que peca, y si es huérfana, que mejor busque hombre...

Al impiadoso Fulberto, por intruso, en honores que no le pertenecen, lo acusaron de soborno a su servidumbre y de complicidad con la empresa criminal que cometieron unos tres o cuatro salteadores, todavía fugitivos. Se apresó al primero y soltó la sopa. «Entramos, por instrucciones del señor Fulberto a la casa del fulano y su criado señaló el cuarto al cirujano y a nostros. Le dimos puñetes de toma y guarda. Sí, a Abelardo lo golpeamos a gusto y castramos sus güevos, cuando se desmayó por la tunda que le dimos».

Consabidos detalles hay en el evento sagriento y ser Abelardo, víctima y hombre respetado y admirado en la docencia y entre teólogos de París, como razón de luto se comentó en iglesias y universidades. Con razón se echó de menos, al conceptualista de Nantes. Se habló del monje escondido en Saint Denis, en voto de silencio y se adujo que tendría el temor a ser llamado eunuco y mariconazo. A Fulberto se le destituyó de su cargo, exilándosele de París y confiscándosele todos sus bienes. Un fallo de la justicia, por igual especifica que dos siervos cautivos por el castramiento de Abelardo, han sido castigados con doble mutilación. Se les ha sacado los ojos y se le ha cortado el pene.

«Usted representaba la Catedral y el amor que debe tenerse por Dios y sus criaturas; usted, por orgullo y venganza, ya no defiende el honor de su sobrina ni el honor de Dios entre los hombres. Usted es el cuchillo del escarnio y no circuncisa a corazones, a labios, a los sentidos. Usted la espada que atropella por orgullo», le dijeron a Fulberto. Estaban a punto de excomulgarlo.

Después la Corte se dirigió a un cirujano, que contratara Fulberto para castrar a Pedro Abelardo: «¿Qué sentimientos son posibles si le digo que Fulberto lo castrará a usted con una daga turca y que Fulberto mismo ha de ser castrado? Decid a la Corte: ¿Qué es lo que más aman una razón de honor, que sea Dios, o símbolo del mal y el dolor terrestre: sus testículos?»Y el terror se apoderó de ambos nombres que gritaron: «¡Salvad mis gónadas! Protejed, mis güevos!»

2.

Es necesario que se le observe de pies a cabeza. Pierre Abélard su cosilla tendrá de Demonio. Protección satánica al menos. A Guillermo de Champeaux, lo advirtió Juan Roscellino. «Cuídate. Está en tus aulas un espíritu de contradicción. Pierre Abélard. Es demoníaco y le gusta que le digan Pedro Golía, no Pedro Abelardo / Pierre Abélard».

Se le observa en estos días en la escuela de la Catedral y en la clase de dialéctica no se sabe quién es el maestro, y quién el discípulo. A Guillermo lo contradice y no le importa incentivar polémicas y dejar a cada alumno perplejo por la humillación que urde contra un filósofo egregio, como es Champeaux.

Renombrado en la época, Guillermo de Champeaux ha reculado en más de una tesis frente a este contradictor y perpetuo inconformista, al que el diablo y filósofos musulmanes dieron su dominio silogístico profundo, su lógica irrebatible. De seguro. «Esto es penoso. Cría cuervos y te sacarán los ojos» y la goliardía será otro de los conocimientos diabólicos de los que se vale el postulante.

A los 18 años, Pedro Golía es presuntuoso. Su familia se emplea con el poderoso Conde de Nantes. No es gran cosa. «Mas hay que mirarlo de pies a cabeza: ya se siente el dueño del mundo». Discrepa a gusto, pendejea a sus tutores, no se arriesga con la espada a defender ni un carajo. Carrera de armas no quiso. «Yo digo que son afortunados estos militaruelos de Nantes. Este lo que tiene es mucha boca y la pinta que el Diablo da a esos picos de oro. Tiene que ser el demonio, y cuando yo lo conocí, entre los años 1095 y 1097, antes que le dieran el título de Magister in Artibus, me pareció hasta tonto».

Circulan chismes y diretes sobre Pedro Golía. Siempre ha sido el mismo caso desde que estudiaba en Loches, al sur de Tours. Mas entonces no fue tan parejero. Sólo era un cantador, medio músico y poeta… Vino a París y fue como de la humildad a la destreza. La retórica del Trivium se le subió a la boca. «Imagínese, salió de pleitos con Roscellino, Padre del Nominalismo y , por lo visto, con Champeaux no será menos. Tiene espíritu de contradicción».

Ahora ha puesto una escuela. Una escuela a la manera de Golía, escuela diabólica, donde se aprenda a cantar y a trovar a los placeres, a las damas de aristocrático visaje que so prexteto de aprender cultura sueltan las nalgas a vivales, a los seres goliárdicos, como él. Pedro Abelardo practica el escándalo. De Le Pallet a La Bretaña. La escuela del demonio se está llenando de monaguillos apadronados, curillas y estudiantes de Teología, gente que querrán ser los futuros cardenales. Sin duda, «este Golía ha pedido la cabeza de Aristóteles».

En su escuela, se oyen más canciones, en lengua romance, que rezos en latín o misas. Y muchas damas se aparecen por los jardines de su escuela. Inclusive la sobrina del canónigo de la Catedral de París, su Excelencia Fulbert. «Sin duda, parece que cambian los tiempos y mire. No que usted sea chismoso, pero me resulta usted de plano informativo».

«Anselmo me ha contado, con repetidas cartas», vuelve y dice: cómo el diablo, a través de Pedro Golía, lo ataca impiadiosamente. Ingrato es quien ha sido educado para que agardezca y ahora se apropia del puesto del educador. Pedro Abelardo trajo planes de soberbia y ya, de pronto, está a la cabeza de la Escuela Catedralicia de Paris. Y el Dr. Anselmo de Laón, teólogo, me escribe: «¡Cómo, con el diablo de su parte, ha llegado lejos ese advendizo!»

«Deja y te cuento: Champeaux, quien es influyente, dijo que no se quedará con la manos cruzadas. Ahora. que es obispo y organizó una exitosa escuela, que le da muy buenas rentas, Pedro Abelardo, el Golía de las burlas, le roba sus alumnos. El es un laico, ¿cómo se atreve a humillar a los religiosos verdaderos? ¿Cómo imita el negocio y pone su escuela propia? De cierto, vio que hay dinero... Con vergüenza y dolor, Champeaux abandonó la enseñanza, se le fue abajo la empresa; pero su lugar de hombre de Dios, en la ermita de Saint Victor, en la colinita parisina de Sainte-Genevieve, no se la va a quitar. «Y, según la carta más reciente de mi pariente Champeaux, ya halló la forma». Una niña será la piedra de tropieza. Su charco de desgracias... Vio que Eloísa, de seguro, ha de ser uno de esos incentivos concupiscentes que el Diablo utiliza de carnada para enredar a Abelardo y endurecer lo que tiene de Golía y piedra dura: petrus. «Mucha música y poco rezo, muchos besarrocos y pocas rodillas», así comienza la carta que escribió en 1117 a Fulberto, después de constatar que, por dos años, Pedro Abelardo y Eloísa son algo más que tutor y alumna. «Son amantes».

3.

«Se la confié cuando tenía 16 añitos y me ha engañado», dice Fulberto. «Ahora que se case con ella de inmediato».

«Y el musiquillo de marras también la ha preñado», arguyeron para echar más leña fuego.

Abelardo la envió al monasterio de Argenteuil. Está molesto porque Fulberto no cumplió su promesa de guardar silencio. Dizque que dijo que iban a casar en secreto. Desde que se conocieron en 1115, alega que la ama y hasta la llevó, a semejanza de secuestro, a la casa de su hermana en Le Pallet. Pero no. Quiere que tenga su hijo y le prohiban ese amor.

El afamado maestro provecha para decir en cartas amorosas muchas cosas persuasivas y para hacerla valiente. A veces duda qe ella piense en verdad lo pueda amar ahora que le falta mecha para los ardores de sexo que pueda sufrir. «Nunca dejaré de amarte! ¡Jamás perdonaré a mi tío, ni a la iglesia, ni a Dios, por la cruel mutilación que nos ha robado la felicidad!», le respondió Eloísa y él no lo acaba de creer. Está traumado.

En el año 1120, marchó hacia Provins donde vuelve a la enseñanza y a reunir numerosos discípulos. De Roscellino, hizo polémicas con el tema ‘De unitate et trinitate divina’. Culpa, celos, envidias, lo atacan y, poco años después, hasta los muertos reviven. Alumnos como Alberico y Lotulfo, discípulos de los ya fallecidos Guillermo y Anselmo de Laon, le tienden una trampa. Lo invitaron al Concilio de Soissons, donde aseguraron que sus explicaciones serán escuchadas con respeto: «El temario será su obra, sus ideas: Explique los fundamentos de la fe y sus similitudes basadas en la razón humana; ¿no es cierto que para creer hay que entender previamente?; defienda el supuesto carácter secular de los musulmanes y de la filosofía estoico-ciceroniana, logica vetus en oposición a los escritos lógicos de Aristóteles o su logica nova; defienda esa duda siendo que, como propone, 'mediante la duda arrancamos la búsqueda y mediante la búsqueda llegamos a la verdad'. Defiende su crítica contra el moralismo preceptivo de la moral penitencial y contra el pesimismo agustiniano. Ah, usted analizará cómo los conceptos de pecado o virtud, castigo y compensación se aplicarán a la historia de su propio comportamiento, porque usted ha traicionado la confianza de la monja Eloísa, pobre mujer en el convento de Argenteuil… Contra todo convencionalismo parece ser su lema; pero puede que usted debata con Bernardo de Claraval y le sea difícil ganar esta vez».

Si es así, con diálogo respetuoso y profundo, claro que irá sin temor a Sens en 1140. Volverá color a su cara, mustia por la pena de su mutilación. El dijo que no teme rivalizar ni con el mismo papa. Es un conceptualista inveterado. «Creed con inteligencia», cita un proverbio.

Allí, en el Concilio, desde días antes, o con Guillermo de Saint Thierry años antes, se ensayaba el corifeo de una jauría. Y llegado el momento, Pedro Abelardo verificó que como una mutta de ladridos, se pedía, enardecidamente su condena. Antes de sentarse ante ellos, le gritaron hereje y los jueces, en vez de callar a la chusma, a él no lo dejaban hablar. No se pedía orden. Fue una trampa. El veredicto destrozó su alma y dolía más que el cuerpo azotado por los sayones que lo castraron.

El Concilio ordenó que se quemara su obra y, además, que le quedara prohíbida la enseñanza. Voto de silencio perpetuo. Fue Bernardo quien remitió a Roma, con tratado acusatorio, las quejas del Abad de Cluny, con la discusión de 19 herejías que predicara el tal Pedro Golías, Abelardo el Diablo.

4.

En el Monasterio de San Marcelo, cerca de Chalons, ciudad de Borgoña, Pedro Aberlardo descansa. Ya está más que enfermo, viejo y triste. Tiene 73 años de edad y su mente está clara y activa; de hecho, ya no compone himnos para la Iglesia… Ahora le sobra el tiempo para acordarse de su amada, pero escribe lamentos. Tiene ante sí una vieja carta de Eloísa, desde Bretaña. Había nacido su hijo con el nombre de Astrolabio. Recuerda que en París se casaron, no porque Fulberto lo demandara; lo hizo cuando ambos, Eloísa y Aberlardo, así lo quisieron. Fulberto deseaba un casamiento nobiliario para su sobrina. «Yo le fui poca cosa». Pero, como nunca antes, años antes trovó por esa niña. Era más feliz que David y Salomón en tiempos de los Cantares.

Para que se sientiera orgullosa, la educó como si com ella instruída se educara el mundo… y ahora tiene miedo de morir. Es un mero fraile en voto de silencio en el monasterio de San Dionisio. Ha obedecido al Papa, se echa a un lado, pese a que fue a verlo y quedó a mitad de camino. Es mero fraile y capado, eunuco.

Bernardo de Clairvaux. «Este fue el más encarnizado de mis fiscales». Pedro el Venerable, este fue el más bello y noble de mis amigos. Un reconciliado. A su memoria, llegó mientras lo recordaba la campiña de Nogent-sur-Seine, en Troyes, donde fundara la escuela del Parácleto. Esa época que rememoró fue tan productiva. Y se sentía amado, consagrado entre la gente. Remeditó: «El amor de la gente es engañoso; chusma incierta es, tanto como el amor de los encumbrados».

Cuando polemizó con Dioniso Aeropagita, (san) Norberto, y la orden de los premonstratenses se dio cuenta. «En la iglesia cristiana, más que el temor a la influencia helénica y arábiga sobre la teología, lo que hay es xenofobia y, en nombre del rigor penitencial, crueldad e ignorancia».

Todos los días se levanta a lo mismo. Razonar, recordar y trabajar en libros que no se publicarán. Son páginas que ya no se quieren leer porque les han colocado el membrete de censura, contenido demónico-herejético; pero, Abelardo se resigna. Cree que hay un par de amores fieles. Uno le consta, Dios: otro es su amada, su esposa, hermana de fe: Eloísa.

El no lo sabe. Ella vive por él. Cuando murió Eloisa le dio sepultura en Parácleto y veintidós años más tarde, fue enterrada junto a él.


*

La sirena maya y la tempestad

He visto a la sirena maya. Y no es un espíritu maligno. O sea, yo no creo en esas cosas. Es una mujer común y corriente, que sale de entre los bosques. Anda en busca de los náufragos. Hurga entre los escombros de cualquier barco o avión que se accidenta... La ví en Coyoacán y frente al Xtabai en Reforma... Coteje usted esas coincidencias con las que ya conté a usted sobre los personajes de Shakespeare... A una actriz que conozco dieron el rol de la bruja Sycorax en La Tempestad. Y yo que soy, Fernando quiero a Miranda, la actriz, como el ente real que es, pero se ha transfomado en bruja. Salgo con ella y es Sycorax, la auténtica demonia.

Jamás la pude acostar, hacerla mía. Siempre tiene un pretexto. Ahora si me doy cuenta, si me permite la falacia biográfica de identificarme con la literatura. Está sacando en el teatro su verdadera naturaleza. Más allá de lo situacional y la coincidencia de apellidos, en la ficción o en la realidad, ya no es la dulce Miranda de La Tempestad.

De un tiempo acá, es una prostituta pintarrajeada que asesina a los marineros cuando salen de beber en las cantinas. Le temo al hacha sangrienta que tiene por boca. Me hizo escenas de celos y tan fuertes son sus gritos que atrae moscas y los buitres la siguen. El poder de la bruja. Y luego, si salgo del Xtabai Club para darme unos tragos, que es mi costumbre, ella me espera a mitad de cualquier calle, me grita improperios y se esconde. También distingo que en mis sueños, no es agradable. Estoy como Ariel esclavizado. Le pregunto su nombre y me dice: The vomiting viper. Omphale's trouser snake. La amenaza de Calibán... En fin, me hace conocer al rudo Calibán de mi vida real... Ambos ella y él participan en favor de la fatiga y la angustia.

Ya no quiere saber de mí. Se identifica con La Piruja Pintarrajeada.

«¿Qué te hice? Has cambiado».

«Siempre he sido como soy».

«Beata no eres. ¿Te ofende que te pida amor, sexo, es éso?», le pregunto.

Esta relación ya me duele. Estoy transido, sumido en un mundo dionisíaco de mascarada, igual que el de ella en el teatro, que se supone sea una ficción. Ha preferido inunundar de plañideras, les clauqueurs, todo lugar al que voy y va riéndose de mí cuando me tienen en la piedra sacrificial, en el Círculo de Stennis. Shakespeare y Nietzsche se revolcarían dentro de sus tumbas si se entereran a merced de quiénes yo me encuentro. Los dioses del hormiguero, la gentuza canalla, las flappers y las feministas, que llevan a lo real su escenario.

Doctor, me tenderé en su sofá, como Hércules ante Tespio. No sea usted como un deifobo más, doctor. No me engañe. Estoy frustrado. Mi único delito es insistir.

«Nena, el sexo es expresión de amor».

Se lo contaré todo. Creí que nos reconciliamos.

«Sé que has estado nerviosa. Ese papel en La Tempestad te puso sensible; pero ya acabó la temporada teatral».

Le dije: «Te llevaré a cenar, luego bailamos... luego... un poco de cariño, de sexo».

Y fui en la tarde a buscarla, a inquirir. La ví en el patio como si preparara un barbicue.

«¿Estás lista, Miranda?»

La ví que golpeaba las tres piedras del tecuil, ardientes como estaban, y no sentía ningún dolor. Susurrando como una alofásica invocando a Sycorax. Las tres piedras, las que tiene en el patio, se le cayeron de las manos. Se desplomó y, cuando más clara estaba la noche, cayó una tempestad. Arreció una lluvia y tuvimos que suspender nuestros planes.

Esa noche me voló los sesos.

«¿No ves que llueve?», me dijo como si estuviese enojada.

Me hice ilusión de que, pese a todo, podríamos quedarnos y satisfacer mutuos sentimientos y los míos, más concretos, que son los de la carne, desde luego. No me gusta ni conviene que se hable del amor como algo inefable y celestial, como fuego de Heráclito, porque ambos somos jóvenes y ardientes, supongo. Yo la he esperado. Es un romance de seis o siete años y ya no es una niña.

«¿Me está diciendo vieja?»

«Claro que no.»

Otros que vendan y compren las entelequias fatuas, los mundos berkelianos y husserlianos. La virginidad. La decencia inefable.

«Tú eres una actriz. He visto tus escenas de besos y pasión».

Yo quiero realidades permanentes y sólidos cuerpos: la dulce bestia. Todavía hay muchos imbéciles que se gozan en seguir la norma que le dictó alguna vieja época cuando el «dulce amor, se pensó crimen». A los más sensuales y creativos amantes, a las parejas ejemplares, como sucediera ayer, también hoy se les olvida, se les oprime, se le ridiculiza. El amor suele manifestarse, sin los aspavimientos y sin las glorias de la comprensión pública y el beneplácito general.

«Pero ya nos toca, Miranda».

Entonces, le dio un ataque de ira. Y la ví. Era la Sirena Maya. Sycorax. Una bruja, envejecida, maldiciente, y me corrió con un hacha de su casa. Y sentí moscas como una tempestad sobre mi cabeza y sus risotadas.
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