Pero buena uva es el hijo puro
que se desviste en la pulpa de su estambre,
que se aferra a la rosa de tu Iiah...
Más allá de lo aparente su semilla
se guarda, cubierta en lo sagrado
de su desnudez. Existe y se cuida de sí.
Desvestida de la cáscara del mundo,
está calata, contenida en lo interno de la vasija
y el morral. No anda tan sola. Es más que el ente.
Se guarda del mulo / ente / que no desea
su carga de seidad. Del jumental de rigores
y caprichos exoflemos, se distancía.
Para inmortalizarse en la continuidad
de la Jomer, sublimiza su aroma destilado
savia de planta y árbol,
rosa bendita, intronchable,
y que boca de jumento ni mastica
ni alcanza.
Alta va, hija de estrella,
cimiento de sublime huerto.
Si la Existencia es ser un ser finito
y el gran límite la muerte, uva
es la posibilidad que va cantando
«Hay mucho más», allí-cuando-la-nada
fundamenta la posibilidad de la negación.
En el jardín preciso, el Tsad, se encuentra
y con él... el sentido del Sod,
lo más profundo, oculto a la apariencia,
el paraíso.
No en toda copa el vino es dulce.
No en todo beso se da, basar veyam.
Con la descomposición del Olvido
se traiciona...
Pero, ¿quién aspira a tí, Rosa de Iiah,
con cuatro dedos de medida futura,
quién tus siete sentidos en Etz Jaiim,
del árbol busca, quién, Madre de Jai.
Hay fundamentos que no enzalza el que no ve
ni oye ni va ni aprende el lugar donde existes
con silencio, adorable como lo único perpetuo.
Del libro Teth, mi serpiente
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Wednesday, April 22, 2009
El hijo inmortal
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