Aprende que, absurdamente
como la vida es, muchas veces
solita que se abre la sonrisa.
Los ojos gozan tan pública
y privadamente con las cosas
que nadie te clausura la alegría.
No por decreto y por siempre
en el cotidiano rodaje del afán
todo es oscuro, sin resquicio abierto.
Ninguno y nadie detendrá
al ladrón más poderoso.
Es que una sonrisa, de repente,
asesina con silencio la culpa
y extirpa a sus verdugos de su esfera.
Está bajo la piel, una alegría
y el rasero, es el escudo admitido
que paradójicamente, cuida de tí,
al menos, a uno de tus cantos para el tiempo.
El es quien quitará los ojos fieros
y agredirá a aquel que se atreva
a amenzar tu juventud de flor abierta.
De Las zonas del carácter
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