Esencia epocal, añoranza y existencia / La ética originaria en el localismo de la aldea y la Feliz Incomprensión / Presencialidad de lo Dionisíaco vs. Teatralidad / Continuación / Lo pintoresco, la potenciación del lenguaje, la etnia y el paisaje
ESENCIA DE LA JIBARIDAD, HISTORICIDAD DEL DESTINO E IRSE RESOLVIENDO AVANZANDO DE LA PEPINIANIDAD
En el esfuerzo de forjar sus tradiciones, las ideologías críticas y existenciales que las harán posibles y las interacciones entre las diversas gentes que vivirán la historia, con relaciones de destino a destino, [1] se formaría el fenómeno que es objeto de nuestro estudio: la pepinianidad. Esta ha nacido del jíbaro, quien es, entre los hombres-masa o hombres comunes y corrientes (si me permiten seguir utilizando la metáfora), el que mejor procura darse una identidad esencial, mediante el soluto o un el modo del habérselas que es exploración del lenguaje y el paisaje.
Este proceso fue sutilmente captado por el poeta pepiniano Juan Avilés Medina (n. 1905), quien fue el autor del Himno del pueblo pepiniano:
Somos de los llanos, somos de la sierra.
Somos de los valles, somos de la tierra
que lleva muy hondo clavada en su entraña
la feliz historia del Río Culebrinas,
las nobles leyendas de hazañas taínas
y la historia escrita con sangre de España.
Tenemos orgullo, forjamos cultura.
Labramos rencores, sentimos bravura.
Guardamos amores en el corazón.
Pero en un instante, cultura y rencores,
bravura y ternura, orgullo y amores,
se postran de hinojos a nuestro Patrón.
[Juan Avilés Medina, Frag. «Himno de San Sebastián»] {2}
Este pepiniano, templado afectivamenye por el paisaje, no es sólo un sujeto insertadop en un cerco objetivista o sustancialista de la metafísica. Ni tampoco entrampado en una idea, en cuanto concepto. «Para saber quién es hay que ponerlo a la luz de esta referencia constitutiva a lo que no es él, a lo que en su desbordamiento y exceso permanente le fuerza a ser el ex-puesto, o el arrojado (geworfen) en su arrojo a un poder im-ponente y super-potente (Überwältigendes), que no puede domeñar». [3] El paisaje será su brecha al ser-ahí, el lugar abierto para que se solva y por donde irrumpa lo otro. Lo otro también será una conexión esencial con la pregunta de cómo le va con el ser. «La pregunta por el hombre no es en modo alguno antropológica, sino histórico meta-física» (EM, 107) [viii].
Estas letras poemáticas del himno de Pepino (musicalizadas por Guillermo Figueroa) son significativas por su alusión al soluto de las emociones. Son el detenerse «junto-a» que procura el solver profundo y tranquilo: «zu kommen lassen» y, en cuanto tales, los versos aluden a la alianza del paisaje y del sentimiento más allá de cualquier oscurecimiento por la prisa del vivir, el temor, la aversión o la revuelta.
Hay cierto momento del soluto en el hallarse en que el Dasein pepiniano es traído ante si mismo (entiéndase ante el hombre más tierno, menos ideologizado), que es el hombre sentimental del campo. Este es el que sabe estar «junto-a» toda onticidad vulgar, encubridora y contingente y, ante la factualidad del ahí y del adónde, superándola por ejercicio del genio, la agudeza y la apertura. «Sólo hay mundo donde hay lenguaje», es la premisa hedeggeriana.
Para que haya jíbaro / pepiniano / sujeto dispuesto a un proyecto, a darse una autobiografía identitaria, promero hay extrañamiento. El verdadero yo se extravía en el yo falso del colonizado o del Don Nadie, el colectivo que ni es ni quiere ser, con autenticidad. De este modo ni existe individuo ni sociedad, así como no existe sociedad sin individuo, ni sujeto sin objeto y a la inversa. En la historia la subjetividad se delimita el marco de la encrucijada. En la ontología heideggeriana, el énfasis se pone en la comprensión de la vida social porque comúnmente es el espacio de la persona socialmente codificada como normal, lo que enferma a la comunidad y al individuo o a la sociedad entera, siendo el supuesto enfermo un paciente final, representación empírica de la impropiedad, el dominio y la inautenticidad. El ser-con-otros, lo social, se cura por etapas en el proceso de solverse en un destino común.
Como Ortega y Gasset, Heidegger planteó que al Dasein (hombre / mujer) le caracteriza un querer «adelantar su destino a la manera de un proyecto de vida», siendo la raíz del ser trascendencia y «ser (es) trascender», el proyecto de vida se vuelve factible e imprescindible. Ser es siempre, en su mejor destino, un irse-resolviendo por la libertad, ya que la esencia de la verdad es la libertad.
La jibaridad, que es mucho más profunda que lo criollo (categoría del «hallarse perceptible, lo étnico), es la base de la evolución en la historicidad que nos interesa. Tiempo esencial del contenido pensado en el ser. Al evocarse del tiempo su río de acontecimientos que, tras el velo, son el pasado con su reverberación en el presente, ese «punto de unión del futuro con el pasado» (M. E. de Montaigne) en lo evocado se vuelve insistencia y, en el mejor de los casos, sorpresa. Desde estos existenciales, la humanidad pepiniana reencuentra a los tipos folclórico-populares y que se pensaron perdidos.
La jibaridad es un concepto generoso, aún siendo una de las propuestas criollo-españolas hechas por el hombre común y corriente que lo festejará sin redimirlo. El Don Nadie ideologizador observó la necesidad de definir una identidad con la que pudiera darse el trato de ustedes / ellos y nosotros / los peninsulares. El prototipo en gestación, el campesino pobre, durante los tiempos de la colonia, fue descrito como uno al que faltaban las oportunidades educativas y de progreso. El rezago de la ruralía y de los pueblos lo engendró con más virtudes que vicios; pero, sobre todo, más fiel que el indio y el negro.
Entre nuestros poetas, como es el caso de Avilés Medina, quien aludiera a las nobles leyendas de hazañas taínas y la historia escrita con sangre de España, hay quienes se procupan por los lenguajes olvidados, «esas maneras de expresión, comunicación y simbolización que han quedado a un lado». De igual modo, otros hallarán a los tipos vivientes de sus épocas que han pensado al ser. Escribirán sobre ellos; lo añadirán a la historia. Al evocarse el tiempo y hacerlo con insistencia, el pepiniano nutrirá el acervo por el que se clama para dar presencia a lo sido y recuperar lo que fue desdeñado.
Eliut González Vélez describe el carácter tenaz de la insistencia del que se halla y suelve al decir:
El Pepino Colectivo es una personalidad colectiva y su existencia no depende ni dependerá de los contínuos cambios culturales. Su tendencia a la autopreservación, el etnocentrismo, lo mantendrá en el panorama hasta la catástrofe. {4]
Para que el hombre común y corriente dejara atrás el mal sabor de boca que dejaron esos estereotipos creados en el hallarse perceptible en torno al peninsular (y que hablaron sobre el trato con el opresor: e.g., los «encomenderos», «cogotudos», «sicotudos», «serviles», «pie de la espada blanca», etc.), él necesitó que el tiempo amortiguara sus pesadumbres y desavenencias con sus aludidos. Este irse-resolviendo-avanzando hizo de todos, en cierto modo, otras personas y otros tipos. Este es el instante en que cultura y rencores, / bravura y ternura / y orgullo y amores se transmutan, se postran de hinojos (Avilés Medina). Los mitos cederán el paso a otros mitos. El gran velo suspendido delante de la eternidad, el tiempo, nos convocará al mito, otra vez por la vía de la paciencia y la procuración, que son vías de empatía.
En el solverse de los sentimientos (que son para Heidegger más profundos que cualquier conocimiento) el tiempo, lo que nos temporiza, [5] cada año que pasa nos roba y oculta algo muy propio, nuestro y valioso. Mientras puede que el tipo regresivo y escéptico, el hombre ordinario, no quiera procurarlo sino con los datos de una experiencia inmediata y formal, el hombre profundo llevará tal procuración / solicitud pensadas en su ser y la recaudará del espíritu de los tiempos («den Geis der Zeiten»): «Lo que se llama el espíritu de los tiempos, no es en el fondo sino el espíritu propio de aquellos hombres en los cuales los tiempos se reflejan». [6]
En Pepino se guardó memoria y se transmitió, no siempre a paso lento, o a la sorda, una serie de preocupaciones sociales. Por igual, un proceder crítico con respecto a las mismas. Lo ideológico adquirió su tradición y ese momento fue importante ya que estrechó el vínculo sentimental y folclórico que nos ataría al destino de la nación puertorriqueña. Dejamos de ser aldea. Tradición local no significó una verdad, con esquemas absolutos, sino una aptitud de procuración y solicitud por los solutos posibles, lo que puede o no ser conservado, o sujeto a aversión y desvío.
La costumbre puede o no ser sujeta a rechazo. Se transmite de padres a hijos y de una generación a otras. No obstante, lo que no se conoce con certeza se vuelve fideísmo y se diluye en conocimiento de segunda mano, inauténtico y novelero. Esta fase la prepara para su disolución, porque las comunidades jamás se perpetúan ni se nutren por hechos o relaciones que pueden superar. Por ejemplo, una nacionalidad basada en unidad y pureza de raza, o por fronteras naturales. «Ni la raza, ni la sangre, ni el territorio, ni el idioma bastan para dilucidar el ser de una nación» (Manuel García Morente). El ser español es la fase superada de nuestra evolución. ¡Se dejaría de serlo!
Ni jibaridad ni pepinianidad serían posibles sin que la esencia sea el acervo del espíritu propio. En cuanto al quehacer político-social, Pepino nació de lo que mentado en el himno de Avilés Medina es vida con historia, siempre florecida de esperanzas nuevas, la historia escrita con sangre de España, labramos rencores, sentimos bravura.
Aunque se siga llamando a España la Madre Patria e invocándose la hidalguía española, el pueblo pepiniano no surgió del tradicionalismo político liberal que se manifestó en las Cortes de Cádiz como reacción a las actitudes innovadoras de los diputados serviles. La consciencia memorante de la comunidad dijo otras cosas y desde mucho antes. Ante ciertos colonialistas, lo amenazante e indeseado fue que cuajó en una fecha, 1868, que levantaría ronchas; terriblemente polarizante, cuando en España surgió la Comunión Tradicionalista. Este fue el movimiento de hombres que se opusieron al proyecto de ley de la libertad de imprenta, la abolición de la Inquisición y la esclavitud y que intentaron perpetuar la falsa noción de una monarquía absoluta por derecho divino bajo el lema de Dios, Patria y Rey, como los apostólicos durante el trienio liberal.
El comportamiento mayoritario de la gente de Pepino, en apoyo a la nación en ciernes, fue combatir sin tregua el carlismo, cuestionar las guerras inútiles generadas por Don Carlos y por las ambivalencias de la reina María Cristina. Una conducta que fue más actitud que guerra, o rebelión armada: un combate instrumentado en base a una desaprobación moral: la aversión a lo español en cuanto a praxis política. En dar vigencia crítica a las acusaciones, en la búsqueda y validación de una verdad, en clamar por la causa justa, aún en ausencia de mecanismos institucionales, hay expresado un combatir.
Cuando se llama pan al pan y vino al vino, si a viva voz o en silencio se identifica al déspota servil, al cogotudo, al esclavista explotador, si se aplaude al empecinado, se están librando las batallas mínimas, casi anónimas de un cambio. Las escaramuzas diarias contra el colonialismo. En los tiempos de las guerras entre liberales y carlistas, en ese Pepino diluído en la oscuridad de su pasado, ese fue la lucha más apremiante y el modo posible de encausarla. El tiempo prepararía otros caminos.
Con el anhelo de soberanía y libertad por fundamentos, se engendró por causa de la rebelión de Lares y sus consecuencias en Pepino, lo que González Vélez ha llamado «la pepinianidad organizada», aún cuando se expresa como «gobierno propio no oficial» para la pepinianidad inherente. [7]
«En Lares se dio el Grito / en el Pepino el martirio», «no es trivialidad que Lares tuviera que bajar a Pepino para santificar su lucha; como tampoco es trivial que fueran los pepinianos quienes derramaran la sangre para sellar el parto nacional de la nación puertorriqueña y la continuidad de la lucha por soberanía». [8]
En este proceso, Pepino es símbolo de nación personalizada y colectiva. En Lares se dieron la solicitud y la procuración de libertad por ochocientos o más hombres armados, casi todos campesinos que, al mando del general Manuel Rojas, se lanzaron a la búsqueda de armas y refuerzos a Pepino, el 24 de septiembre de 1868. Lo que sucedería, después del fracaso militar en Pepino, tendría un impacto nacional. En las esferas del símbolo, centrado en la consciencia y sus clamores, eso bastaría para definir un futuro y un nuevo hombre.
Del «fiel diseño / para copiar un buen puertorriqueño» (descrito antes de 1849 por el Dr. Manuel Alonso) y, en particular, de las características con que anticipara su actitud pública:
... alma de ilusiones anhelante,
agudo ingeniio, libre y arrogante,
pensar inquieto, mente acalorada...
* * *
y en su amor a su patria, insuperable,
este es, a no dudarlo, fiel diseño...
[Manuel A. Alonso: Frag. «Retrato de un puertorriqueño»]
ya no podría haber dudas. El poeta Eliut González lo expuso en estos términos: «Todo boricua es lareño / y pepiniano conspicuo». Lares y Pepino son la concreación de una hermandad espiritual borincana. Este es momento histórico desde el cual se forma, la sustentación de nuestro ser; donde ser sujeto significa existir en cuanto trascendencia (Heidegger).
Sobre el retrato de Alonso, enfatizaría los calificativos como libre, inquieto, acalorado para contextualizar una explicaciän que Heidegger da sobre la subjetividad y el carácter, cuando se abren hacia lo esencial. En el avanzat del Acaecimiento («Ereignis») de la verdad ontológica, que apropia a hombre y ser en su radical co-pertenencia, existe inevitablemente violencia. En cuanto, el destino co-implica su libertad, ese destino al que es posible destinarse, consiste en estar-abierto y poder acogerlo de tal modo que a más se haya encubierto su posibilidad o extrema haya llegado a ser la penuria, así ha de ser fuerte y compulsiva la provocación del demandante. Entonces, lo toma como si fuera fruto de su autodeterminación («Selbsbestimmung»).Este es el misterio de la violencia que se manifiesta como rebelión contra lo que oprime. En toda desocuiltación, hay una dosis pareja de violencia (Heidegger, loc. cit., EM, 122).
Antes del fenómeno de Lares y su culminación en Pepino, la propuesta de libertad, el sueño de soberanía, pese a su carácter de familiaridad («Vertrautheit»), fue una ocupación circunspecta y ordinaria, diluída en una multiplicidad de referencias, esto es, en ansiedades, miedos, desalientos o distracciones, rupturas o perturbaciones, en que el anhelo o referencia a una destinación y autenticidad sucumbiría por causa de las referencialidades de un ente (inclusive humano) que es ante los ojos («Vorhandenkeit») y que no quiere su esencia, la entrega a la responsabilidad de su peculiar ser y a lo que a éste le va, o le es profundamente relativo como Existencia («Existenz»).
En mi planteamiento hermenéutico sobre la jibaridad, considerada como el primer mito del folclor que pasa de lo privado a lo público y de lo público a lo privado, es necesario que la caracterización que lo hizo posible sea el fenómeno que, en su Lección XXVI, Heidegger llamó el destellar («aufleuchten»). Este destellar es lo que permite la visión de la sustentación.
Es el jíbaro descrito con las características espirituales que Alonso le adjudicara y no por los atributos meramente físicos (color moreno, barba negra, mediana talla, etc.) que mencionara, quien se convertirá en el primer interrogado, el hombre preeminente y ejemplar, que contiene el objeto interrogado («Befragte»): el hombre mismo, la esencia, porque es como Dasein, «el ente que hace la pregunta» y «busca la respuesta», la más importante y original de todas las preguntas: ¿Qué es mi ser?
La fisonomía del ente jíbaro alude a virtuales accidentes del «ser ante los ojos» (Vorhandenheit: palabra con que el traductor de Heidegger, José Gaos, alude a que el Dasein se conduce relativamente, pero no responsable y esencialmente a su ser). Para decir que el jíbaro es el punto de partida colectivo del Da-sein que indaga en lo esencial y entrega tal enseñanza a su país, a su mundo intramundano y circunmundano, es necesario que el interrogador entienda que ser y ente son distintos, pero no están separados. El ser hace que los entes sean entes; pero los entes son por el ser.
En conclusión, la jibaridad es el mito más generoso de los puertorriqueños. Hoy por hoy, es reconocida como el punto de arranque de la identidad. El ser del jíbaro nos hizo entes que pueden reclamar su destinación o poder-ser en la libertad y en la verdad. Sin embargo, el tipo regresivo de éste puede desentenderse del objetivo señero, la verdad de la existencia, y adoptar sus mediatizaciones. Como ha dicho Francisco Romero en su libro La filosofía de la persona (1935), en su búsqueda del sentido y participación en la historia y la sociabilidad, él puede «enmascararse», «justificarse» y «adquirir consciencia» de su persona, su individuo espiritual, por diferentes vías. Y Jordi Corominas en su artículo La universalidad de la reflexión ética mesoamericana concluye:
... No todos los grupos sociales han percibido o perciben del mismo modo al ser humano y las cosas, ni comparten las mismas emociones ni los mismos deseos. Los grupos sociales se caracterizan precisamente por compartir un mismo régimen de esquemas intencionales, una misma tradición o acervo de recursos simbólicos... El bien y el mal dependen en esta dimensión (de los esquemas intencionales) de cada grupo social. Estos esquemas intencionales están destinados a elaborar una selección entre los bienes y los males elementales que se han de preferir o sacrificar... [9]
Desde el punto de vista de la hermenéntica existencial, lo que ésto implica es que la jibaridad es también una superestructura clasificativa, filosófico-cultural, que ha sido creada por el hombre común y corriente, a partir de sus previsiones ante lo contingente y los asomos del miedo. El ser del jíbaro prohijó entes que temen y entes que son temidos; entes que aman y entes que temen el destello del amor.
Como Alonso adujo en su diseño verbal o escritural del modelo puertorriqueño, ese ser «humano, afable, justo, dadivoso», puede manifestarse a su vez «en empresas de amor siempre variable» y afanarse «tras la gloria y el placer». No significa que siempre ha de ser de ese modo, variable y desorientado; significa que el ser de la jibaridad evoluciona, padece y fluye en un irse-resolviendo-avanzando y se expresa en un ser-no-siempre-todavía.
Aún surgida de la emisión de juicios de la burguesía criolla, la ideología del jíbaro se asienta sobre un largo proceso histórico y, por tanto, se desprende del reconocimiento objetivo. Es una observación en torno a un tipo de compleja naturaleza, el jíbaro, que fue llevando la continuidad del ser epocal boricua y «lo preguntado, lo interrogado» («das Gefragte, das Befragte») acerca de ese ser epocal al ser epocal español y, aún más allá de 1868, cuando ocurre el parto de la nación (Lares / Pepino), al presente.
Los poetas Carmelo Aponte Feliciano y Eliut González Vélez han valorado la experiencia del Glorioso Septiembre de 1868, «lucha que nace en Lares / y se consagra en Pepino» y, de algún modo, en su obra, están comunicando que tal efemérides es señera porque, a partir de ese momento, el puertorriqueño comprende, más allá del término medio, mediano y vago (como en la expresión alemana utilizada por Heidegger, «durchschnnittlich und vage Seinsverständnis») lo que quiere decir ser.
Este es el hito conducente a la comprensión profunda del ser de la nacionalidad, no como había sido hasta entonces: homogeneidad lingüística, pero sin organización estamental propia. Un participar en la historia, pero cuyo fundamento, el destino, había sido demasiado esquivo y vago.
Ante la finitud de la temporalidad y la comprensividad vaga del ser, transida de opiniones, el historiarse propio de la existencia hacia la muerte y filosofemas creados por el trato cuidado («Dasein Sorge»), la comunidad se solvía, yendo hacia muchas direcciones con otros entes desconocidos, o en ocultamiento progresivo y así, aunque vinculados por destinos comunes, olvidaba lo que tuvo pendiente como avance (para irse-resolviendo) y que, empero, reclamaría ser liquidado y despachado.
Bibliografía
[1] En el texto «Contribuciones a la Filosofía (Del acontecimiento). 1936-38», Heidegger se interesa en definr al hombre histórico occidental, analliza la crisis de los '30, el destino político alemán y los temples afectivos que inciden sobre las relaciones de «destino a destino». Admite una «necesidad de un pensamiento pensante» sobre la historicidad del destino nacional, ya que el destino mundial arriesga a convertir «a todos los hombres en apátridas». «Muy pronto la televisión, para ejercer su influencia soberana, recorrerá en todos los sentidos toda la maquinaria y todo el bullicio de las relaciones humanas». Este peligro está asociado a la técnica como «forma de la verdad, que reposa en el olvido del Ser» y está también asociado a las ideologías, que se niegan a pensar. «Ninguna época ha sabido tantas y tan diversas cosas del hombre como la nuestra. Pero en verdad, nunca se ha sabido menos qué es el hombre». Cuando al homvbre piensa su destino, filosóficamente, como actor creador, se prepara para disolver las ideologías.
Cf. citas heideggerinas tomadas de: M. Heidegger, El ser y el tiempo (Fondo de Cultura Económica, México, 1951).
[2] «Himno de San Sebastián», en: Rubén Arcelay Medina, Diccionario biográfico pepiniano (Aguada, 2000), p, 98
[3] Martin Heidegger, ibid. (EM, 107) [viii].
[4} Eliut González Vélez, Pepinianidad, Parte II. Cf. Ver
[5] Heidegger, El ser y el tiempo (Fondo de Cultura Económica, México, 1951). La posibilidad del solver del conocimiento es más estrecha y menos original que la del sentimiento. «Los afectos y sentimientos temáticamente vienen a parar entre fenómenos síquicos fungiendo como la tercera clase de estos, luego del representar y del querer las más de las veces», alegaría Heidegger, aunque en el capítulo V de la Esencia de la verdad explique que «el solver del hallarse es más original y profundo que cualquier conocimiento», aunque el Dasein no vea que los estados de ánimo suelven. El solver no es un estado anímico, sino un modo de comprensión. «Comprender es solver». p. 153.
[6] Johann W. Goethe, Fausto
[7} Eliut González, ibid.
[8} Eliut González, Pepinianidad, Parte I, loc. cit.
[9] Jordi Corominas, La universalidad de la reflexión ética mesoamericana
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