No es filósofo el que sabe dónde está el tesoro, sino el que trabaja y le saca: Francisco de Quevedo y Villegas
El tesoro que extraigo, en medio de la noche,
transido de biruje y frío y soledades, es
por extenso, ha de ser y será
por contera, certidumbre
(porque sin ésto no vale que se hable
de verdad ni belleza ni bien
ni presente ni futuro).
Uno tiene que entender de dónde vino,
con qué voz saludar la tierra,
el movimiento primero de su causa,
el eje con quien dará su primer giro
y el giro subsiguiente y, a la postre,
gritar la trayectoria de estar vivo
para doblar las campanas al vuelo.
La driza se hallará en lo más alto del navío.
Cuerda con que izarás la vela de tu alma,
la luz de tu tesoro. Tú vas a la aventura
y son buitres, custodios de naufragio.
Aún estás en tierra, pero suena la hora.
Esperan que te cuelgues, con blandón de luto,
porque no hallaste nada y tienes menos.
Y vas a vivir con la driza que amenaza
la asfixia del gañote.
Y no querrán que se cierren los ojos
del que viaja, tus ojos, buscador,
en las noches de violentas marejadas,
de biruje y frío y soledades.
El tesoro que extraigo, antes de subir a mi navío,
ha de ser mi alimento; es un olvido activo
de los malos referentes, expectantes o encontrados.
Es la verdad inicializadora sin la cual
es tan pobre el presente.
El tesoro que extraigo, en tierra, antes del viaje,
será la base de mi trabajo justo.
Saco el origen de mi fe, busco mi verdad.
Con mi afán, animaré mi certidumbre.
3-12-2002 / De El hombre extendido
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