Saturday, January 29, 2011

La muerte de la alegría y la inocencia / Conócelos / Hay una geografía de los dos

A mi mamá in memoriam, a mis hermanitas Rachel y Rebecca
Cuando fui dulce en medio del tabú
y la miseria circundante,
era porque te tenía, Abejita,
era porque eras tú
mi alegre sabiduría...
Tú sabías confirmar mis sentimientos:
yo quise al niño que llevó sus piojos
a la escuela y los echó en muchas cabezas.
En todas, menos la mía.

En festejo, me hurgarías tú
el cabello, con yemas de tus dedos,
shampoo, con yemas de huevos y qué gozo,
que me acariciaras, palmo a palmo mi cráneo...
mira si lo recuerdo que agradezco
al muchacho piojoso, el milagro oportuno
de tus manos en dulce rastreo
que me da miel de tus manos, que me da hebras
de tus bendiciones.

Quise aquella hijastra de los tuberculosos,
nieta de aquel fumador tan apestoso
y que tosía y se quedaba tieso, con su gargajo
asfixiando su pecho, sí aquel vecino
cuya mujer fue muy puta, porque Clarita
tenía ojos verdes y seguía flaquita, ardiente
aunque ya no era hermosa

ni medianamente jovenzuela
y su nena, con sólo pantaletas, corría a mí
y me surtía con abrazos.


Ni siquiera eran besos
ni siquiera sabíamos qué es estar enamorados
o el sentirse fascinado por algún deseo.
Eramos ella y yo inocentes y no me dijíste: échala.
Valoraste su dignidad sin asco.
Viste que es una linda niñaja sin otra riqueza
que inocencia, sed de cariño, en desaseo tal vez
y con el ombligo al aire, en pantaletas.

No había problema con bañarme
colectivamente, junto a toda la muchachería
porque es mayo y llueve y bajo el agua
da gusto irse desnudo, como en la romería
y cagarse de gozo; yo era dulce y arisco
como un gato, hambre de júblo me engordaban
tales cosas, pero contigo era sumiso
y te podría contar dónde, cómo, qué hice
y saber que no habrá ningún castigo.

Tal vez, no, siempre, en expectativa
de tu forma que extraño
por ser tan la sutil exhortación que canaliza
el cuidado, protecciones, cautelas...

Habrías podido matarme y yo decirte te adoro.
Yo contigo aprendí todo, a querer dibujar
porque tú dibujas, a querer cantar porque tú cantas.
Quise silvar como silvas, pero mi aliento o mi boca
no aprendía tu silvo; yo creí a ciegas en Dios
porque tú eres judaica y tienes un corazón
de sefardita; yo era dulce
en medio del tabú y la miseria circundante,
y me creí el más rico, el más listo de todos
y no dolía ser pobre
porque te tenía, reina-Abejita,
y por tí me creí amado del Universo entero,
y con garantes de todo tipo, así que, si a tí preguntara,
lo más arduo, seguro que vendrías
con abundancia de respuestas y soluciones.

A tí es a quien se quiso, yo sólo era una sombra
de tu paso por el mundo, sombra más muda
porque tú si sabías, a mi juicio,
la razón de todas las cosas, cada secreto
y dolor del vecindario y cómo hacer milagros de justicia.

Eres la sanadora del planeta, tú,
enfermerita milagrosa que curaste mi ceguera
con borra de café y que sacaste de mi barrigota
una legión de lombrices y parásitos,
curaste mi farfallota y mis varicelas...

¡Cómo de sanadoras
tus manos fueron que mi tez
la comparada con la loza!
Y me cosíste la mayor parte
de mis pantalones (y camisas)

y eso que eras
costurera aficionada, peluquera sin título,
partera por necesidad de las más pobres
vecinas de aquel barrio, tú servías para todo
y yo (para nada), bueno... sólo para darte compañía.

Y, por señas tan orondo: ¡ah, por mi madre hacendosa!
Una genia en las comunas y, seguido ya que cortaste
mi cabello, presumido: es mi mamá quien lo corta y lo peina
y me hace este gallo y esta compartidura
y me alimentabas (nunca me faltó pan a tu lado
ni algo que echar como merienda en mi fiambrera)
y, más ufano, en el colegio, anunciaría
que no recuerdo un día que me pegaras;
ni un Día de Reyes o Navidad sin algún regalo.
(¡Que lo sepan las adineradas de mi pueblo:
la madre de él es la razón de mi dicha!)

Para que yo me enorgullezca no se necesitó
otra cosa que esta confianza en su amor,
el diálogo y, conste, prescindo de la idea
de que por hacerme defensa
sacó su cresca y su ira, madre de agallas;
tú no podías verme vencido por alguna tristeza,
o amenaza y por eso, casi faldero,
si salías, yo quería ir contigo.

Díme, abejita, si un infierno de vuelos te ocasiona
el cansacio, oh, mamá yo me canso contigo, te auxilio.
Te doy mi aliento, si te acosara el asma,
te doy todas mis alas. Las agito yo, si tú no las agitas.

Contigo el mundo es dulce aunque haya penuria...
Y en medio de lo prohibido,
¿quién me vencerá o negará debida justicia
a nuestras causas? No en medio del tabú
y la miseria circundante cuando estabas
viva y yo, por tal razón, a mi alegría
la designé el dulce panal de tu reino...
pero un día te perdí y contigo se fue
la educación en la inocencia.
La injusticia vino a ocultar el recuerdo,
a dementir lo que dices,
a dar recomendaciones
que no son las que enseñaras.

Estos otros me dicen:
«No dejes que una niña, hija de puta,
coquetée, se te abrace y venga
con ínfulas de novia o de amiga».
«Tú no puedes hacerte asiduo de El Pulgoso,
si es quien lleva sus piojos a la escuela;
no te juntes con tal o cual palomilla,
acuérdate que la gente juzga
hasta por lo que sólo es aparente».
«No te digas, obrero, porque educado has sido
como Hijo del Libro, y tu moral ha de ser
santa como la Torah».
«En el mundo hay conflictos, polémicas,
violencias, no te metes con él, no contiendas,
sé apolítico, no te arrimes ni ayudes a nadie
a no ser que te convenga...»

Ha muerto mi madre
y el mundo cambia con ella.
¡Qué extraño es cuando todo el mundo
ahora me predica que vale la pena ocultar
lo que realmente se piensa!
Que hay que ser hipócrita, insolidario,
que no permita que nadie hurgue dulcemente
mi cabeza ni vea que estoy desnudo
porque el mundo está lleno de líbido asquerosa
y gente que tiene tisis, gonorrea,
vicio por sangre y malos pensamietos
y no merecen mi cariño ni ayuda...

Por eso sé que estás muerta, Abejita.
En medio del tabú y la miseria circundante,
ya no tengo a mi lado dulzura, sólo recelo
y tabú y a mi oído, instruyéndome,
hay cosas tan distintas
a tu sabiduría...

Ahora siento, sin tus protecciones,
que los ángeles no sólo mueren. Los matan.
Todo el prejuicio y el odio
militan más que los generosos.
Las abejas nacen sin alas y ninguna,
nadie, alza su vuelo ni confirma que el mundo
puede sostenerse en pos de una inocencia eterna.


2000 / Del libro Las zonas del carácter

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Conócelos / De EL LIBRO DE ANARQUISTAS

Tú conoces las desapariciones.
La coacción. El contexto. La lucha peligrosa
donde el fuerte se abroga los recursos
con mayores probabilidades de vencerte.

Tú, ¿qué puedes contra los poderosos?
¿Contra el ejército, los paramilitares,
la mafia, el Pentágono, los medios y la prensa,
el vendepatrismo, la guerra sicológica?

Te han advertido el desafío:
la historia ha muerto
y no te queda otra, combatiente.
Vas a decir No. Me rindo.
Tu consigna que sea «yo sí aguanto».
Sufrir es mi destino.

Es tu trabajo lo que da el alimento,
la salud a tus hijos, el amor
de tu esposa, la lealtad del amigo.
Trabaja y calla: tienes ya suerte de estar vivo.

Tan crédulo, tú sí has creído.
Admitirías que el amor, por universal,
lo soluciona todo; paciencia y barajar,
y a Dios rogando, tú sí,
aunque la violencia confunde
y lo complica todo, tú sí pones el perdón
sin saber si te salvas, obedeces,
como si el hambre acabara con cruzarse de brazos
o vivir suplicante... Mas peor es morirse.
Recuérdalo, inconforme.

Unos a otros, los asesinos se niegan.
Se protegen. Y su injusticia es lo impune
y tu miedo, pan amargo.

Ya que propietarios y gobierno ventilan psicofraudes,
se inventan los fantasma. «Consúmelos
por amor a tu vida»,
nos dicen. Son hermetismos
y verdades subjetivas. Convenientes.

2-11-1989 / De El Libro de Anarquistas

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HAY UNA GEOGRAFIA DE LOS DOS

Hay una geografía de los dos en este instante.
Al fin sé que estamos juntos, siendo
intransferiblemente distintos. Si hemos de estar tan cerca,
díme un Yo Dulce, voy a tutearte. Seamos la misma llama.

Observemos el mismo fuego y, si me prestas las pupilas,
aunque sea por lo que dure este simulacro de la muerte,
amaremos el encuentro. Volveremos cada vez que tú mueras.

A oídas me vuelvo rumorcillo de aguas.
Sé que te gusta el Chorro de Collazo,
el Lago Guajataca y siempre fluirán manantiales
si estamos juntos. Los produciré en los lugares
donde tú me digas; en nombre de las ninfas
que tú amas; a alguna quebrada llámala
Mirabales, como el barrio de tus ancestros,
tu madre, tu abuela, los Cadafalch y Vélez,
los Ortices, los Prat, los Alicea...
supliré el agua.
Voy a hacerte una fuente.

A pálpitos, ya sospechas mis metáforas mayores,
a corazón las creíste, las metíste en tu vida,
en tus existenciarios, soy tan feliz
porque tengo un amigo que me cree y las comparte.

Tú te has citado en mi rincón y avanzaste
con tu paso suficiente y yo salí de mis paraísos
ya que llamas al ángel... y me delato si vengo
y al decirte «Te quiero».

Estarás a solas conmigo.

Tenemos un poema y una llama
y un paisaje y un riachuelo y en común
provocaremos que fluyan muchos manantiales
.

5-2-1995 De Yo soy la muerte

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Mi blog / ArgenPress Cultural

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