Al niño, huérfano, le colgaron al cuello, atada a un hilito de plata, una Mano, decorada a su alrededor con palomas, porque las palomas reconcilian con la Divinidad. También ataron al hilito varios pecesitos de oro, bajo las palomas que parecen sobrevolar sobre los peces. «Y todos estos símbolos hablan sobre la sencillez y pureza. Los peces son inmunes al mal», agregaron cuando él estaba en la puerta de salida, despidiéndose cariñosamente.
Previamente, aprendió la Oración del Viajero y el niño la practicaba, según se alejaba de la casa: «Tefilat HaDerech». Se separaba de quienes le protegieron en Cartago, mas estaba agradecido. Siempre lo estará porque cuando murieron sus padres, no quedó en desamparo.
Ahora se sentía capaz de cumplir la misión que le encomendaron. Confiaba en la Mano de Dios, mano de Cinco Dedos, cada uno de los cuales es un Libro de la Torah, o una advertencia o protección contra el Ayin hara, el mal de ojo.
Le enseñaron fe y optimismo. Y al apretar la Mano de Hamsa, símbolo de Chai el Viviente, al jugar con el objeto de su Fe y en Su Nombre, intuyó que alguna de su fuerza proviene del Altísimo y la Vida («Chaim») no se manfiesta con temor del que impera en su siglo y vecinos.
Como temibles son nombrados los sacerdotes del Moloch en el País de los Filisteos y, aún en Cartago, la tradición de los semitas se abonaría para detrimento con sumisión y adoración al Moloch o Demiurgo, así como rituales de sacrificios y crímenes de sangre.
Fue por ésto que sus protectores le dijeron: «Ve y lleva este encargo a donde yo te digo». Fue lejos del País de los Filisteos y de dondequiera que ellos con sus creencias marcaran su presencia. De Tiro a Sidón, de Jersualén a Cartago.
El viaje asignado fue largo, El niño fue dejando de ser niño para completar el sendero, y la Mano de Hamsa lo protegió de ojos malos y asediantes. El hilo de plata y ya no existe, pero, algo dentro de su corazón, es exactamente la Mano Protectora y lo ha adultecido sin miedo. Chai el Viviente le instruye para que, en cada cultura y ciudad que pise, rechace la superstición y el fanatismo.
Fue por ésto que sus protectores le dijeron: «Ve y lleva este encargo a donde yo te digo». Fue lejos del País de los Filisteos y de dondequiera que ellos con sus creencias marcaran su presencia. De Tiro a Sidón, de Jersualén a Cartago.
El viaje asignado fue largo, El niño fue dejando de ser niño para completar el sendero, y la Mano de Hamsa lo protegió de ojos malos y asediantes. El hilo de plata y ya no existe, pero, algo dentro de su corazón, es exactamente la Mano Protectora y lo ha adultecido sin miedo. Chai el Viviente le instruye para que, en cada cultura y ciudad que pise, rechace la superstición y el fanatismo.
Ya no hay necesidad deque aprieta pescaditos de plata o palomas, atadas al hilitos, cuando se frota el pecho. Es el instinto de superación lo que palpa sobre su piel y su plexo. Va por la meta: Crecer bajo la Mano Protectora del Altísimo. Mas nunca olvida la Oración del Viajero: Tefilat HaDerech.
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