Tuesday, October 08, 2013

«DIOS HA MUERTO»

 «DIOS HA MUERTO»


El Tirano místico vive observándose en el inaccesible dormitorio de su propia gloria. Ninguno lo asesina, siendo tan jactancioso como vil perdonavidas (y hay quien ha buscado un ángulo perfecto para echarle un disparo...) Se recuerda a Federico, por ejemplo, cuando dijo contra él: Si no te has muerto, te cagaste. Ya apestas. Vas a morir. Es tu corillo el que intensifica que hiedas, que ofendas hasta al niño y al santo.

Federico es quien quiere matar al Tirano,. Es el que instiga a su alrededor un hampa que se enaltece de su finalidad y autojustifica, a moral limpia, la necesidad de que el Tirano no exista. Por el contrario, el Tirano sigue instruyéndolos con la revelación sobre el fenómeno único que es el Universo, creado por El y la moral que más adecuadamente salvaguarda su misterio e incomensurablidad. Tirano y creador se creen lo mismo.

Tiranía es la vida, no junk-DNA. El rostro de la vida  es manifestado en perfección por El Tirano, admitido como dispensador de la abundancia fundamentali y organizada que a él lo adorna e idoliza. El que siempre tiene la razón, el que es sagrado como Ananda / Sat, lo Real. Le prenden velas y sahumerios. Su mito estallaría, si acaso, pues no lleva a la perdurable esencia original. El, como Ser puro, pensamiento puro, sirve únicamente para que Federico reaccione a lo que le reprochan: Que el sueño de la razón es impuro. Creará los monstruos, la bestialidad pesadillesca de seres que son como piedras y almejas, física y biológicamente dormidas. Desconocedoras de Reinos, con funciones cíclicas, circulares, puramente matemáticas, donde la modulación temporal y realidad ontológica excluye lo sensorial y la curvatura del espacio.

Ese habitante de la Ficción tribalizada es dios, avatara, el Predicador del Tú Debes y, si bien echa algunos sustos enormes con dos temas paranoides, la soledad y la muerte, la masa de creyentes dice: 
«El es bueno. El no es malo. No puede serlo, porque nació perfecto». A él se asocia la Rigidez, la Inclemencia, el fin de la alegría, las fronteras de lo inseguro. Lo expulso desde cualquier vulva caótica. Tal es un germen tiránico.

2.

Y no lo pueden matar ni con la daga más filosa del Yo ético kierkegaardiano. Ni empujándolo hacia el abismo cuando él no tiene quien lo aguante ni lo espere abajo, con un colchón de loas y bendiciones, que sean su Ananda-sachidananda.

'Ten cuidado donde pisas y andas'. Amén.

Tiene enemigos porque él es Sat, realidad de la existencia manifestada, cuando le da la gana, claro. Llama, con gusto, mis hijos a los que le protegen el cuero y a él van como corderitos. Es el Pastor, el mayor de los pastores, donde aún el Cristo / buda / sería su pobre hijito. A veces lo llaman el Innominable y él / EL / con mayúsculas. Con su pretexto se justifica todo Orden del Desorden. «Ese dios-Ser-no-puede-ser».

3.

Federico es el peor de los pilatos. Dice Yo Quiero. Un iscariote que lo besa en sus mejillas y lo entrega a las autoridades del Junk-DNA, o esos tribunales impuros de materia sin evolución, parabrahmánicos. Mataría el sofisma dualístico del Ser-supremo-idolizado.

¿Cómo el excremento va a juzgar a quien lo caga? Sepa el mundo, parabrahmánico, que el Ananda / Sat no puede ser valorado ni conocido por la excresencia del Asat, o por esos huevos pudridos del cascarón judío.

¿Quién se atreve a prender al que inspira la mitología más arcaica y la tiranía del espíritu? Ha de ser sacerdote, primate con pistola, hampón desesperado con kioskos eleclesiales confiscados ante un León Imperial que impone satrapías.

Uno hay interesado: Federico lo haría. No Schopenhauer, quien dio aviso a las autoridades del Sat-tabernáculo-manifestado de que un francotirador viene, con voluntad de poderío, para interrumpir el acto más sagrado: su presentación en gloria.

Federico lo odia. Dice que el tirano es un impostor, cuyo proyecto ha sido dar un principio de explicación única, organizarlo todo desde un punto de vista unificado. Su respuesta única, principio único explicativo, o visión unitaria metafísica, no armoniza razón ni ser, sino que tiraniza y escinde. La multiplicidad de perspectivas es hollada y escupida por él, el que dice Tú Debes y asigna mandamientos. Argumenta que sólo él camella y hace camellar hasta que se conozca la alborada y el destino; pero la noche se repite y no sirve para nada. Sólo él sigue su camino, en su porfía, y penetra por el vestíbulo elemental del nucleon. Lo rasguña con un invisible zarpaso con manos de hadrones.

El tirano místico es celoso, fuerte, temible. Dar existencia a todo es la verdadera tiranía del ser. Quien quiera contradecirlo entrará en deudas con el Prejuicio de Su Razón y él se cobrará, siendo que es quien asigna la unidad, la identidad, la duración, la sustancia, la causa, la coseidad y el ser en tiranía  No le gustan los leones como. La rebelión del león está cargada de resentimientos. El león vive en soledades sin camino, en el desierto de las almas sin creatividad. A los leones le pertenece su espacio de ostracismo. Es rey de bestia, no de creadores.

4. 

Federico es antojadizo y terco como un niño cuando dice: «Yo lo conozco». Piensa que hay que actuar y desenmascarar a su vecino. Uno que vivió en su calle y dijo: «Soy el Niño-Dios, aunque haya crecido contigo». No, no. El tirano místico no es un desconocido para Federico. Ese niño pre-acondicionado [¿niño?... ¡mangos!] era un BULLY. A su afán de atención esclaviza a todo el mundo y ordena es el deber. Es un maníaco que no juega noblemente como el niño que Federico fue. El tirano es antilúdico por excelencia. No crea ni olvida, coacciona. Es vengativo y demora las recompensas que promete. No. No. Ya no es niño.

Si lo fuera un poco, Federico lo amaría. Y los niños, sin pedirlo, acudarían a él. Mas no del modo como van los chicuelos, amedrentadosa la cama de un agresor.

Ahora es el Anciano de los Días, Apenas da el espacio-tiempo. El mundo es invivible. Mezquino. El Gran Fijador dispuso la división entre el mundo real y el de las ideas, de lo manifestado (Sat) y el Ananda de bendición, que es realidad pura, Chit. Federico no cree que haya conceptos fijos inmutables. Para él, el mundo deviene. Carece de certeza y su amigo de infancia es solo un mentiroso. Federico es práctico. Incrédulo. Cree en el mundo interno, pero no en fantasmas y fuegos fatuos. Transmundanerías. Ni en un Yo que sea una fábula. Que la formulación de la palabra se haya convertido en el sustrato de la mentira o concepto discursivo lo molesta.

5.
Ahora Federico quiere ver a Dios y no es para darle de patadas; ya ni habla acerca de él, sino de chiquillos torvos y de este, en particular, su vecino que conoció en las universidades.

Mientra tanto, el avatara de la metafísica de la subjetividad, vive discreto y escondido entre simetrías de oculta dinamicidad. Las transformaciones infinitesimales existen arbitriamente vecinas a su identidad y refugio. Sus seguidores lo aman, invocándolo desde la metafísica de la sustancia.

A Federico le replican que el verdadero Eterno Retorno es el regreso del mal. De ideas atroces que regresarán sin cambio. El enviado de los demonios viejos que ya no creen en el amor ni la verdad ni lo bello ni lo bueno. Necesitamos un Quien que, poco a poco, corrija nuestros errores. Uno que podamos obedecer con amor. El presunto tirano es el perdonador de la pequeñez y estupidez humana. El es quien pasa por alto la accidentalidad del mundo y da humildad en los torrentes del auge, la riqueza o su carencia que desvía, al desmoralizarnos. Decaemos y él nos levanta. Es ancla, pronto alivio en las tribulaciones.

A más se lo persigue, él se representa irreductible. Subespacios vectoriales lo cortan en pedazos y él se configura como una variable, ortogonal y unitario porque él es él. Habitante del sarcófago de cedro, recubierto de oro, para quien diez candeleros a lo largo del vestíbulo no son oro suficiente. Los altares de incienso son apenas simulacros, pausas de agotados carbonos.

¿Y la mesa para panes? ¿Y los términos divergentes de su campo? ¿Acaso las lástimas locales, movimientos fortuitos, a la azar de moléculas sin predicción ni regularidad?

A Federico ya tiene sin cuidado que cuatro representantes (de los cuatro horizontes del ser: Ens, Unum, Bonum, Verum), en fin, cuatro guardias impetusosos, le veden elk paso. Son gorilas ubicados en el pasillo de la dualidad (apolíneo-dionisíaca) y con una alianza originaria del movimiento, donde ser y apariencia se independizan y todo queda en la sujección del dios que ordena. 

El Tirano cósmico-moral dijo:
Estoy más allá. Estoy en lo profundo del caos molecular. Soy lo incognoscible, trascendente, absoluto, ilimitado, la inmutable entropía. Estoy en la luz caótica por encima de toda asimetría fundamental (de conversión en energía calculable, cuantificable), sin mecánica ordenada que sobre mí se construya. Ninguno ha puesto coersiones externas a mi ser.

La bestia rubia de Federico es bicha putativa. No lo dejan pasar. El padre místico se le esconde. No quiere procura. Lo distancia. Creyó estar en la luz de la verdad, en un conocimiento adecuado, hasta que Federico llegara. No lo pudo hacer su victima. Ni en la niñez ni en el colegio de ciencias.

Pero ese camino único hacia la casa de su padre es también el camino en que la bestia rubia verá que no había tal calidez incondicional en su cariño. A Federico no se lo redujo a la obediencia. Y le echaron miedo con el nihilismo práctico y teórico, al fracasar el pretexto de  los valores absolutos. Ahora Federico representa las armas para luchar contra los opresores y negadores de la vida y el Tirano no quiere verlo.

6.

Federico se pregunta: ¿Quién será este tahur que mueve el nuevo credo para que mi vecino no quiera recibirlo Alguno más listo que el binomio Hegel-Kant ha de ser. Uno listo entre los más listos, porque maneja la Física Molecular, la teoría de los cuantos, metafísicas avant-garde y, como solitario, metaforiza su ubicación de vampiro que se esconde de la luz (del ojo público) para poseer, o reubicarse, en secreto en sus propios horizontes de linearidad y curvaturas.

Le han construído su tabernáculo, a la más antigua usanza. Se evidente que el Lugar Santísimo tiene 20 metros de largo, diez de ancho y una altura modesta de metros y poco menos carajos. Y este cuerpo místico, atrio interior, ¿quién lo ha medido? ¿los que rugen en gozo de catharsis cuando él dice que, por regresar del caos molecular, antes pidió la mortandad de las doncellas? Así quiere que sea.

El Tirano ni siquiera explica sus caprichos cósmicos ni dice a los carpinteros por qué les pide que construyan un camastro. Bajará a la tierra, al templo, a su escondite simbólico. A la Gran Vagina. Su demografía mística exige de una virgen y de siervos con fe que no permitan que vengan los intrusos a ver cómo se preparan los aspectos reproducibles de su naturaleza (el universo material donde hipotéticamente interactúa)… No dice nada. Callar tiene su fuerza y ahorra explicaciones. Los listos viven del silencio. Como monjes y moscas muertas, como entes matreros y mostrencos. Las sumisiones que el tirano logra las pone dentro de eso vago que se llama el alma. Siempre acusa a otros que persiguen al que está en andrajos. El pobre piensa en otro que no es él. Grande como tal es la confianza.

Estrella que no pudo reventar es el pobre. ¿A quién importa la sociología? Un ser místico fue hundiéndose, pulverizándose, atrizándose y son los que dicen que él se levanta en polvo de prueba para cegar los ojos que lo ven y abrir los de los que no lo comprenden. No verá al Padre ignoto, sino el que el Padre haya elegido. Antes te tiran polvo en la cara, te llenan los ojos y los huesos de sal, para que quedes como la mujer de Lot. Sara cegata. Tiesa y patidifusa. Apendejada en la oscuridad de un holocausto.

Pobres y ricos van camino al templo, con camisón de quanta, cuanta mierda hay, y Federico sospechó por los textos de la propaganda que en este nuevo movimiento de creyentes estaría metido Evaristo, cuyo ojos pelones, climáticos, orgasmales, le valieron un Ph.D en física cuántica. El se hizo especialista en la dinámica de gases, ondas de densidad espiral y colapsos gravitacionales.

Ese tipo sí que supo tomar el pelo a sus colegas. Se burló de los crédulos y propuso que el tiempo no se mueve irreversiblemente hacia el futuro. Dijo: El tiempo se mueve hacia donde a mí me da la gana. Punto.
Los tontos que estudiaron con él nunca comprendieron sus avanzadas fórmulas sobre la impredictibilidad de los sistemas caóticos hasta que se metió en el paladar del infinito, casi volviéndose loco de remate, porque se lo tragó la metafísica. Nunca se le vio más. Se entregó a un espacio minkowskiano.


A diez metros de uñas por aristas ya se sabe que ha tenido muchas mujeres e hijos, a los que él ciega para que tengan fe en todo lo que dice. A todos los sume en el pozo de una neurosis tan profunda de la que no salen jamas. Dejan las uñas clavadas en la fe de sus paredes. Se pudren en fidelidad a tal grado que ya no reconocen al vecino que les sacó del hoyo. Fundan comunas y congregaciones de las que son los jefezuelos.

Ahora, que entra al templo, Federico se dio cuenta y preguntó porque vio como pilares a los hijos. El vio nacer a los primeros. Ahora están convertidos en quintacolumnas, choteadores, seres teratológicos que niegan que hayan tenido sus más incólumes destinos con la biología. No viven para darse en casamiento, sino para que vayan mujeres a su padre. Serán sus novias cósmico-carnales.

Dos querubines policíacos fueron la prueba: Joaquín y Boaz, que se dijeron en la luz, con invariable escala y dilatación isotrópica. Ellos echaron demasiada crema a sus pasteles, pero Federico, les dijo: criados, lame-traseros, no me desconozcan. Fuimos vecinos del mismo arrabal que el tirano preservó en el caos.

Se agrandaron porque su padre es El Sublime. Cuando éste entra al Lugar Santo o se pasea alrededor del templo, se le unen bosones y fermiones. Joaquín y Boaz, de lazarillos. Los de la congregación se dan las manos y cantan reunidos por la gracia, pero sin atreverse a mirarlo. Treintidós tribus de cristales se conmueven. El es un pandillero de algoritmos. Suda antipartículas forjadas en álgebra de cargas. Con un grito que él eche, parte muchos ejes en los cráneos. Se las da de celoso, reflexo o inverso, a través de todos los planos.

Cuidado que alguno / a se ría de su antropomórfico modelo de espacio tiempo. El provoca los accidentes de isospín. El tiene derecho a tropezarse e irse de bruces sobre la mesa de panes. Por algo es autor de la causalidad local. El dispuso, postuló y determinó, como factor actuante, la conservación del momentum de la energía.

Y antes de comenzarse la ceremonia de su templo, con altivez e irreverencia, pocas veces temida, anuncia que se acostará. El calenturiento alude a que la excesiva presión lo agota y el exceso de temperatura aumenta el desorden molecular de su cuerpecillo... y pide que una doncella, de piel canela o negra, si la hay, con culito bien delineado, sea provista, para que lo sostengo. Puede resbalar y la pide encima, o cerca de su camastro para que lo sobe en nombre de los valores absolutos y su Soberana Responsabilidad.

¿Quién discutirá que él tenga sus propias preferencias?  Y como la fe sirve a lo imposible, le dan la negra. Y los seguidores se pulen con la mucha exterioridad de sus entes y surten la subjetividad absoluta con lo mejor del gremio. Y así lo externo de una putarraca virginal, color de  ébano, se vuelve el éxtasis para el que es subjetivo e interno hasta los codos.

Se lo temía. Hay un corre y corre. La negrita salió sin pantaletas del Lugar Santísimo y dijo que él no aguantó sus sobitos. Tiene como un ataque de muerte. Después de ejercitarse en el julepe de alcanzarle los senos, la niña de sus apetencia oyó que miles de demonios, salían en forma de peditos y que él casi chupa faros. Se muere.

«¡Un médico, un médico!», gritaba la muchacha para salvarlo al salir del Lugar Santísimo..

Federico se dirigía a la puerta del atrio. Enfrentó a quien le dijo: Espía de Satanás. Repuso simplemente: «Soy médico. su dios se muere».

«¡Eres Federico!»

«Anatema».

Cruzaba del salón rumbo al Lugar Santísimo.

«No. ¡Mierda! Sólo quiero auscultarlo. ¿Llamaron un médico, no?».

«¡Pasaste el lavacro!  ¡Deténte!»

«No pasó por la cortina blanca».

«¡Pero deténlo!»

«¡Qué importa, vecino! Soy medico. No seas truhán. ¡Déjame verlo!»

Estaba sobre un camastro. Demás esta decir, con ampolletas, con hipercargas, con bosones y fermiones de variables anticonmutativas.

«¡Vengo a cerrarte los ojos!»
.
Federico lo vio, pese a todo. Era Evaristo, Ph D. Un científico divinizado que conocio en UC.La Jolla. Por eso cuando salio escribio: «Dios ha muerto»

CARLOS LOPEZ DZUR

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