Monday, October 14, 2013

Más vale maña que fuerza / CUENTO


MAS VALE  QUE FUERZA


Un día lo vio. El engreído, parejero, pasó ante su balcón del segundo piso. Y quien lo mira, lo tuvo en la garganta; no lo pasa. Por eso, el escupidor juntó fuerzas y tosidos al verlo que avanzaba y, no bien caminó sobre la acera, a sus bajos, con el recaudo de un gargajo espeso, calculado por el odio que le tenía desde chico, lo bautizó desde lo alto y se escondió.

El escupido bañó la frente a la víctima. Se escurrió a las narices, le mojó los bigotes y la comisura del labio. «Relámete, abusador». Y, al visualizar el balcón por el que pudo echarse tal húmedo disparo, la víctima dijo: «Esto no se queda así, carajo». A él que de ajeno viste, no se le quitarán sabores de venganza; a él nadie le desviste de la fama que ha creado. El no se cura con malva. El va y despoja. El no es un perro flaco. El no se viste de pulgas. Es un engreído de los buenos. Fornido, abusón, burlador que se mofa del débil y el pendejo.

Buscó la escalera que lleva a ese segundo piso. Alguien tendrá que dar sus cuentas y corre y sube, porque en caliente tomará venganza. Quien lo escupió está lleno de nervios, aunque, en su corazón se festeja. Diez veces vengadas están las humillaciones que han recibido él y quienes ama. ¿Quién lo iba a decir? ¡Que él, desde un balconcillo, se vengara con un escupitajo, con artera puntería! Alcanza un hueso de perro gordo, aunque él sea un perro flaco y realengo. Está feliz; pero, no es tarde cuando sospecha que el engreído subirá, calculando espacios y balcones y es capaz de tirar su puerta, si él no abriera. Vendrá a cerciorarse de la existencia del agresor cobarde que se esconde tras la puerta ... Es mejor no estar, no oir, no darse por culpable y que lo delaten los nervios... Fue por lo que corrió hasta el extremo del pasillo fuera del apartamento, se escondió con presteza y vio que su vecino, policía de oficio, sin verlo a él, entraba por una puerta aledaña, exactamente al lado de la suya, desde el otro extremo. Buena coartada ya tuvo.

El agargajado, al verlo, le hizo señales, dio gritos. Acertó a verlo salir, cerrando la puerta con la llave y pensó que fingía entrar después de haberlo escupido. Seguro que piensa que escapará de él. «¿A dónde cree que va, hijodeputa?» El policía está en ropa de civil; pero armado y, en el bolsillo de su saco, tiene unas esposas y su carnet de agente del orden público.

No se dieron explicaciones. Se enfrascaron en una riña a puños delante de la puerta del vecino. El policía interpretó que vino en son de robo. «Gente es que viste lo que en la calle roba»; dijo, pero, allí... en el piso, el policía está identificándolo. El escupidor se adelanta, camina cautelosa y lentamente. Fingirá que llega al auxilio. Tiembla con una culpa en vilo. «Hazme de testigo», dijo el policía a su vecino. Lo tiene bocabajo, aturdido sobre el piso, sus manos esposadas y brazos angulados a la espalda contra la rabadilla. Con gesto victorioso, el guardia puso uno de sus pies encima de una de las orejas del engreído agargajado. El zapato policíaco lo fija con la mejilla al cemento de largo pasillo de apartamento en el segundo piso.

«Se habría metido en tu apartamento y el mío, si no lo detengo», lo anunció. «De este ladrón, también reportaré que me ha agredido», y sacó el celular para llamar más apoyo de una patrulla policíaca.

CARLOS LOPEZ DZUR

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