Sunday, November 02, 2014

CUENTOS SEDICIOSOS Y BOLIVARIANOS


CUENTOS SEDICIOSOS Y BOLIVARIANOS


Indice


* El ángel de la muerte  / 1
* La pesadilla de Tanton / 5
* Delirios del patriota en París /  15
* Donde los dioses mueren / 22
* Te diré quien soy /   27
* La Cruz parlante  / 33
* La carta de Dominga / 35
* «¡Ay, tras viejo, chocho, paíto»: Eulalia Prat / 44
* Las ideas de Papá y lo que pasa en Cuba / 49
* El fiero desenlace o para destronar a un falso rey / 57
* El maestro / 62
* El Día Uno / 65
* Los tónicos endiablantes / 84
* Para cumplir con la ley  /  90
* La ley de la pistola y el gobierno para siempre / 92
* El nieto y el mechón de pelo  /  96
* Cuarenta años, Todesengel  / 101
* Testimonio sobre insectos y gusanos /  107
* Teoría de los hombres cansados  / 115
* Por celo de tu cuerpo, Simón / 123
* Cecilio el desobediente /  129
* El permiso  / 139
* El tercer Jesús  / 142
* Análisis de mundo /  147
* La ruta del Valiente / 157








EL ÁNGEL DE LA MUERTE


            El sutil Ángel Hechicero de la muerte —«vestido con estola nacarina», «brillante como el ébano bruñido»— rondaba el hogar de José de Jesús, ex-Alcalde. Era la madrugada del 24 marzo de 1898, cuando volvió a soñar con la Cacica. Ella le ofrecía «el hombro esclarecido / los bucles de su riza cabellera» y, sobre todo su voz llena de sueños...
            El se reclinó en el hombro. La fiebre desaparecía con el reacomodo de su cabeza en su piel.
            ¡Qué mejor almohada que sus hombros!
            En Mayagüez, se dijo por los «conservadores de siempre», a saber, Olaguibet, Balboa Blanes, Suau y Mulet, Ruiz de Porras y los descendientes de Cucullu, el chismoso, quien alegaba que la Cacica no es otra que la Vengadora de la Desobediencia, agente ocasionador de su fiebre tifoidea y que a José no le valdría ser médico. Para infamar más al enfermo, le inventaron antecedentes de ebriedad en Añasco y la Sorbona, gusto por los alcoholes y, sin embargo, él sólo estudiaba la historia de su descubrimiento.
            «El verdadero elíxir que yo he bebido es el vino de los parnasianos, la poesía».
            El verdadero exceso fue confesar vívidamente, cuando fue diputado en Cortes, sus vivencias del Sitio de París durante la Guerra Franco-Prusiana. al mando de Helmuth von Moltke.
            ... pero su lealtad no es con Francia ni Prusia. Ni aún España. Leal es sólo a la Cacica...
            Como no salía y se alejó del Casino, por causa de la tifus, dijeron que estaba ciego. O le temía a los yankees. No. El escribía sus Teorías de la Visión y, en el casino, disertó varias veces sobre la ceguera. El veía hasta la sombra de lo aparente y, por causa de la Cacica, iba a la región de Yagüez, lugar de aguas puras y claras, y conversaba los sueños que tuvo el mismo Urayoán.
            De conversaciones tales, organizó su visión política.
No es delirio suyo. Observa cómo la Cacica le habla. Incentiva el seguimiento a ciertas realizaciones. «Aprender a morir en medio del sueño, no antes ni después. En medio, como Osmalín. No dejar de soñar porque, al final, cuando el sueño acabe, lo soñado será tu realidad y estarás en medio de lo más nítido del Alba como «presagio singular que nos advierte / que detrás de la tumba, raya el día».
            ¡Como obstruyeron y odiaron al médico-poeta, cirujano de París en la colonia! No en balde el ángel de la muerte lo quería, con la presencia especial de su radiancia, la estola nacarina! Le conversaba minuciosamente con la voz de la Cacica, cuyo «labio sonreído se colora» al referirlo como «flor de los trópicos», verdadera  rosa de Venus.
            Para José de Jesús, ver el ángel que ronda es confundir «sus mejillas con la Aurora» y la Aurora es el sueño de su Cacica, sueño por el que le surgieron los enemigos que le dejaron morir, en vísperas de un nuevo régimen. El era más que un simple autonomista. O reformero.
Muchos vecinos alegaron serlo hasta que España apretaba las tuercas, los corsetes de suplicio y clavaba astillas entre las uñas de los conspiradores. Desde 1848, cuando se construyó el Cuartel de Infantería, mayagüezano, los administradores José Antonio de Cucullu, asumió que el pueblo está lleno de truhanes subversivos. Y, después de la revuelta de Lares, Bruno Ruiz de Porras y Antonio de Balboa Blanes, argumentaron que la persecución debe ser más intensa y el ex-Alcalde Olaguibel, antes y después de 1887, quiso sangre y torturas. La manifiesta evidencia de las sofocaciones para cuentas al Gobernador Palacios.
            «Todo ciudadano es sospechoso en Mayagüez y tiene nombres de truhanes», se dijo y del semanario La Razón extrajo a gusto los nombres.
            No se salvó ni el ex-alcalde del 1890, el médico-poeta, el buen enamorado que delira con la Cacica y alienta la visión de dar la autonomía administrativa a las Antillas.
            «Pero eso no se puede. España lo prohíbe», le dijo Olaguibet.
            «Se puede, pero hay estar en medio del Sueño», ripostó.
            El sutil Ángel Hechicero de la muerte ronda al añasqueño que no canta a la autonomía colonial. Por el contrario, su sueño es tan grande como el de La Cacica de Guarozabo, en Mayagüez, cerca de la costa. El sueño se pervive, rumbo a la islita de Mona, donde hay dos bateyes y una marca taína que la que Cacica hizo.
            «No es quedarse en la Tula, sin ir al círculo distante y la región encantadora, despertar en el Alba de las Tres Antillas».



                              06-07-2000

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