Gerónimo (1829-1909)
A Gerónimo
(1829-1909), el Jefe Apache
«Geronimo’s repeated escapes
embarrassed and provoked politicians, army officers, and the non-Indian
populace of the Southwest. His very name brought terror to the people who
continually heard of his evading capture and occasionally killing
Anglo-Americans and Mexicans. Territorial newspaper headlines blared his name,
time and again....Geronimo spent more than fourteen years at Fort Sill,
although he was allowed sporadically to appear at world’s fairs and other
gatherings. He was a celebrity in defeat but still a captive when he died and
was buried at Fort Sill in the new state of Oklahoma». Angie
Debo, Geronimo: The Man, His Time, His Place (1976).
En Alturas del Río Gila, la historia
de Gerónimo, sus luchas y heridas interiores, permanecen. Fueron días
desesperantes de guerra, con mexicanos en la primera etapa y con anglo del Este
en sucesivos. Nos llevaron, casi a rastras, a una Reservación de San Luis...
porque agotamos la energía de estar en pie y, sin embargo, el día crucial fue
cuando llegaron por mí en 1886 y requirieron mi rendición. Dimos suficientes
muertos y no quise exterminios innecesarios. Padecimos con mucho dolor...
Consulté el Espíritu memorial de mi
pueblo y me dijo: —Yo soy el fluyo en el río, pero regresa. Baja con sus
torrentes... Nadie lo cambiará. El alma
se nos hizo tan grande y fluyente que regresa como lluvia, cae de los espacios
celestes y la memoria se queda en los montes. El cuerpo está en tierra, a veces
se arranca y se retira; pero el cielo lo rescata y trae. Esta vez como el alma
de la raza, te pido que te esparzas y vayas a Oklahoma y te nutre con cada sol
en las mañanas y te lleves a quien te diga: «Eres, con tu
sangre, Gerónimo, la noción libertad y autonomía que anima a los Apaches de Chiricahua
como pueblo».
Treinta años antes los caras pálidas
vencieron sobre los mexicanos y sobre la región se impuso una ley que rediseña
dominio del Tratado Guadalupe Hidalgo de 1848. Las alturas
del Río Gila son de los Apaches de Chiricahua y eso cambio externamente, pero
abrió otro proceso del que Gerónimo dijo: Los invasores sólo provocan el
hallazgo del espacio con su alma.
Primero llegó una soldadesca mexicana y mataron a mi madre, mi esposo y
mis tres pequeños hijos... ¿ya que otras almas amadas matarán?
—¿A dónde buscaremos el alimento
para aliento, o lo comeremos en paz, si pánico en la aldea, a dónde más se
distribuirán las medidas del infinito, la seguridad, protección y porvenir, si
Chiricahua lo daba?
—Batallas
interiores son las que se ganan con mayor derecho.
Al fin, lo desterraron de Arizona.
Dijeron que van rumbo a Florida. A
partir de ese día, las Alturas de Gila River serán alimento para la memoria más
que para la boca y la vida. Iremos a espacios menos conocidos—, les dijo a
quienes quedaron con él.
El traidor que lo puso rumbo
captura, después de impensables batallas, aun estaba entre ellos. Un hombre
blanco que servía como agente del General Miles.
—Danos señal al tiempo convenido y
matamos a estos ojos blancos. Rompemos estas ataduras— dijo uno de los treinta
indios de la nación apache que quisieron compartir su suerte tras la rendición.
—Valor no fala a ninguno de ustedes. Pero el
Gran Espíritu pidió dos años de tregua y reunir fuerzas y cerciorar si es
cierto que se nos preparará una gran reserva en la tierra de los Apaches porque
regre-saremos... si me entrego es porque no puede seguir viendo a mi pueblo
morir de hambre y frío a los míos...
—No confío en el ojo blanco... Son
hombres despiadados.
—Pero están mejor organizados y sólo
quieren tierras...
—Así es. Y mételo en la cabeza.
Evitemos las compicaciones. Ya no es tu tierra. Ahí no estarás más... y sé que
duele. Acostúmbrate a buscar en tu alma tu nueva tierra y cielo, será allá en
la Florida. Que la oscuridad no deforme
tu pensamiento. Es más.. No se acaba el mundo para ti... Prepararemos tu reservación.
Ahora bien, sólo que explícanos: cómo
un apache como tú, inteligente, de
entereza, te empeñas frenar el desarrollo de la civilización, por un concepto
absurdo de libertad, tierras y propiedad. Y como nos ha dicho el General Nelson
Miles somos los Emisarios de una Nueva Idea...
—Soy quien te cedo la tierra. La
comparto. No está en venta. Que no la tenga tras la batalla no es que la
desprecio. O permuto. O dejo de lucharla. No la pierdo porque la tierra
los espíritus divinos la presta del mismo modo que la vida. Nunca creas que
pierdo la libertad, si pierdo. Al
conservar la libertad lo tengo todo todavía, y no necesita nada más. Menos que
intrusos de ojos blancos como la muerte impongan límites y reglas y nos digan cómo
vivir y gobernar...
—Pides un espacio conocido, pero vas
por tren a conocer mundo. Y verás Fort Sill, cerca de Lawton, en Oklahoma, que
no ha de ser cautiverio, sino un lugar de espera y descanso...
Después de la reunión en Skeleton
Canyon, Arizona, al norte de la frontera, el 4 de septiembre de 1886, se
oficializó la rendición. Con 22 años de cautiverio, en edad muy avanzada, la última
de sus confesiones de gran cacique que: —No fui maltratado físicamente, y hasta diría que me trataron bastante bien;
pero me dieron el castigo más grande que se le puede dar a un hombre: sacarle
el corazón y dejarlo vivir.
*
Salí a buscar mi cabeza y rejuntar
mi
osamenta...
... You told your soldiers to put me
in prison, and if I resisted to kill me. If I had been let alone l would now
have been in good circumstances, but instead of that you and the Mexicans are
hunting me with soldiers... The Indians always tried to live peaceably with the
white soldiers and settlers. One day during the time that the soldiers were
stationed at Apache Pass I made a treaty with the post. This was done by
shaking hands and promising to be brothers. Cochise and Mangus-Colorado did
likewise: —Geronimo,
Geronimo's story of his life, In Prison and on the war path, 1909.
Poco a poco, él fue abriendo los ojos. Tosía, dolía su pecho por causa de
una neumonía y recuerda que cayó del caballo cuando iba rumbo a su casa, una
celda.
La noche estuvo tan fría que las
manos del amigo que lo ayudaban a incorporarse, con la meta de subirlo a su
caballo nuevamente, las sintió como brasas; pero era un apache chiricahua. Se
tranquilizaría. La primera confesión no pareció objetiva, sino racional.
¿Estará enloquecido? —Salí a buscar mi cabeza y rejuntar mi osamenta—, dijo el
caído.
Entonces, el amigo de sus angustias
y su tribu, conocedor del dolor, no se enojó al oírlo:
—Me confundiste. Delirabas.
El accidentado había despertado en Skeleton Canyon, y dirigía su plática,
casi a salivones de murmullos, a un tal Lawton por interlocutor, quien lo
presentaría ante el General Nelson Miles.
—Pero ni estás en Lawton ni estás en
el Cañón de las Osamentas. Deliras desde que caíste del caballo.
—No debí, entonces, decir eso,
supongo—, dijo el apache.
Seguramente, soñó con el año de 1886
y su rendición. Quedó de nuevo como muerto. Y le frotaba la garganta y el
pecho. Sabía que volvería en sí y, cuando lo hizo, mencionó que el mismo
Theodore Roosevelt iría a verlo a la Feria Mundial de St. Louis; se dice eso,
por de pronto, y se le protegerá de la mexicanada que lo aborrece. Es por lo que voy rumbo al Fuerte Sill.
Los colonos mexicanos que fueron a la Feria quemaron las fotografías que
anunciaron a Gerónimo como una celebridad de los Shows del Oeste. Matar mexicanos para él no fue un show. Tal vez lo sea para los
anglosajones que lo subieron ferris como payaso. Venden dibujos suyos y
librejos como souvenirs. Y son historiejas adulteradas.
No son sus memorias. Ninguno ha preguntado el por qué de su belicismo. El no
puede entender todo lo que sobre él se dice en St. Louis.
—¿Te robaste el caballo o lo pediste
prestado?
Y sonrió. Le gusta saber que al
menos uno le sabía su nombre: —¡Y no es Gerónimo!—Los folletos con su retrato
mienten.
De pronto le preguntó qué hacía, tan
viejito ya, fuera del Fuerte Sill, de Oklahoma, donde vive cautivo. Es
prisionero de guerra y, como tal morirá y será enterrado. —Prisioneros es lo
que somos—, le dijo tres días antes de que muriera de pulmonía el 17 de
febrero; pero él no está sino viviendo la súbita acronía. Se ha perdido en el
tiempo, tres días antes de su entierro.
De la fecha que lo regresa a su
verdad, el amigo detectó el año 1904. Mas son cinco años en ese curso, pasado
el invierno. Es cierto que iría a la World's Fair in St. Louis, y el Presidente
Theodore Roosevelt lo invitó a desfilar con él. No será. Ya fue. —Entonces, no
debí decir próximamente ni que Roosevelt fue quien dijo los dos como Grandes Guerreros—.
Medita como si ya estará muerto: Roosevelt es un cobarde
como criminal bien armado. Dijo que sí, porque
es tímido, sencillo, casi no entiende el inglés, sabe cinco palabras: Yes, Not, War, Peace y
Brother. No comunico la última palabra a nadie que la merezca: Brother.
—No debí decir que desfilaré como
amigo de ese vil cobarde.
Ahora entiende que ni Nelson Miles
ni Roosevelt ni el General Crook (quien le impuso la reclusión en el fuerte de
Oklahoma) son amigos. Mucho menos
hermanos.
—Equivocafo
fue decirlo de ese modo.
Y, en su letargo, el jefe creyó que le contaba sobre estas cosas al
sobrino. Salió de la celda porque quiso ver sus tierras, así también lamentarse
de haberse rendido. Aún le quedaba mucho odio, más que antes, durante su
juventud, y lo canalizaba hacia los mexicanos, mas ahora contra el yankee. Vería si las provincias incendiadas se han reconstruido: así en medio de
los rojos paisajes de Arizona, así tras los nopales yendo a New Mexico, y hacia
Texas. Ahora, pese a que los holandeses de la Iglesia lo han instruido para que
sea vehículo de perdón y arrepentimiento, el odio sigue a pleno trote. Lo que
hace es mover el odio de un lado para el otro. Aún así, cree que odia más a los
hombres blancos de Oklahoma y de Missouri, incluye a los holandeses y a unos
peregrinos que mientan los que van a las escuelas.
—¿Avisaste a la iglesia cristiana
que irás de paseo?
Entendió que dijo que sí, mas
revalúa. —No debí hacerlo—. Cambió su dios natural, robó autoridad a los
Grandes Espíritus, canjeándolo por ese Dios cristiano que ninguna de sus
esposas quiso. Ni Alope ni Ta-ayz-slath, ni Chee-hash-kish. A los dioses
blancos no le gusta el indio lujurioso. Nana-tha-thtith se quejó. Cuando él no
era cariñoso, por tanto odio encerrado contra el blanco, Zi-yeh no recibía sus
besos. She-gha o Shtsha, ninguna de sus noches de amor, por lo que todas
comprobaron que no volvió a endurecerse el hueso suyo de fecundar a las
hembras.
En el paisaje de Bedonkohe, cerca de
Turkey Creek y el río Gila, comenzaron a asentarse mexicanos y ni su Abuelo /
Mako / jefe de apaches de Bedonkohe ni su padre, ni sus tres hermanos,
confiaban en los colonos de los asentamientos.
—¿Fuiste a espiar a los mexicanos?—,
le pregunta el amigo.
El tiene su espíritu vagando por
Sonora, donde también había mexicanos y los odió porque mataron a su esposa, a
la que obtuvo desde que ella cumplió 17 años y le dio sus tres hijos. Una
compañía de 400 soldados, con el coronel Carrasco en comando, entró a donde
tuvo su vivienda y su esposa Alope, cuando él era Goyahkla, y padre pacífico y
no tenía rol de guerrero en la tribu de Mangas Coloradas. Nació el odio por
estos soldados por la sola razón de lo que hicieron. Y, ese día, 6 de marzo,
según los calendarios de mexicanos y blancos, año de 1858, él cambio. Dejó de
ser varón para ser una bestia, animal viejo.
—No debiste cambiar—.
Mas ha cambiado. Se arruga. En ausencia de sus territorios, lo golpea la
decrepitud. Cuando roban la memoria de si, se les seca la vida. Y él pisa más
el aire que el suelo. Con mucho tiempo y cambio ha sido que muchos de sus guerreros
olvidaron que su nombre es Goyahkla, bostezo pacífico, tranquilidad regocijada.
Ha cambiado y lo designan como el Terrible Bostezo del Dragón. Este despierta y
esparce su aliento, con fuego y muerte.
El jefe Cochise, buen guerrero, lo
vio cambiar, pasar de la calma a la fantasmalidad terrible y juntaron odio para
vengar los ultrajes y asesinatos cometidos por los soldados sonorenses (
mexicanos).
Antes eran tres grandes apaches.
Pacíficos. Jugue-tones.
Se hizo cristiano, le dice. No
recuerda que lo haya querido alguna vez.
—Te lo impusieron para que se te
permita pasear y contar tus historias de viejo guerrero.
—Ah, sería eso.
Confiesa que sigue creyendo en la vida después de la muerte y discierne si
el odio después de la muerte también se persiste. Su espíritu se escapó para
observar si la tumba del Coronel Carrasco ha sido saqueada. «La mía lo fue». Y
después pasó de Sonora a (Janos) Chihuahua. Rememoraría sus rebatiña en lugares
como el norte del país Opata. Ante ellos hizo el nombre de Mangas Coloradas
sinónimo de venganza brutal. Lo llamaron «el Terrible» y se calculó que, entre
1820 y 1835, los apaches mataron a 5000 mexicanos, obligándolos a esconderse
bajo las faldas de los blancos y de sus mujeres con ojos azules.
Dijeron que Gerónimo / Goyahkla /
destruyó unos cien poblados desde el primer bostezo de odio suyo en
inmediaciones del suroeste. —No debiste, Goyahkla—. Vengada la matanza cometida
por Carrasco, no volvió la paz. Un par de generalazos, tal por y para cuales,
Howard y Stanley de la División Armada del Pacífico lo acorralaron, ayudaban a
sus enemigos y fueron quienes testificaron ante el Senado Federal que Gerónimo
/ Goyahkla / y sus Mangas Coloradas / habían admitido sus culpas, auto condenándose
como los peligrosos forajidos. —No
debí dejar que dijeron esa mentira—, dijo.
Y su espíritu voló con delirios de
neumonía. Recordó que no habría perdones condicionados. El cautiverio por vida
es preferible —a la libertad de la muerte, le dijeron. No entendía que ello
fuera posible. Mas dijo: —Sí, ah. Ha de ser eso y no asentir no fue propiamente
lo que quise.
Recordó la última feria a la que
acudió en St. Louis. Le dijeron cuando lo sacaron de la celda: —Será la primera
vez que el Presidente de los EE.UU. permitirá que vayas. Esta exhibición es
mundial. Viene gente de todos los continentes… No se enojará si cumples, sin
truco, con estas normas. No narres a nadie sobre tus escapadas. Admite que se
te ha tratado bien, a pesar de que eres un maestro de las fugas, y el engaño, Gerónimo. El ha autorizado que se te proteja. Nadie golpeará a
un apache viejito. Hay todavía amargura y temores... En esta actividad, el Ojo
Blanco de más rango y el Presidente mismo estarán, él desea verte... Otras gentes
vendrán por mirar las suertes de enlazado con sogas que aún capaz de hacer para
atar a las reses, al mejor estilo del Wild West... Dale el gusto
al Gran Jefe Blanco, si te lo pidiera, porque es la Feria Mundial de St. Louis—, y, si bien decía, —ah, es eso, ¿complacerlo?— odiaba al blancos y a los
mexicanos, aunque no osaron hacer más daño que humillarlo en el ferris y en
meterlo de regreso a una jaula como si fuera un becerro o perro muy bravo.
Advierte la debilidad de su cuerpo,
empero siente más libre su pensamiento. El espíritu se le escapa de los huesos,
sale por sus poros y, como si hablara con su nieto, o gente que le puso su
nombre Goyathlay o Goyahkla, en su nativa lengua Chiricahua, habla que te
habla. La vida duele felizmente esta noche que, al menos, se acompaña con un
familiar Gerónimo. Es lo que más odia en la vida, ese nombre que le pusieron
los blancos.
—No debí permitir que se me diera
otro nombre. Pero ese Gerónimo se parece a mí. Y, sin embargo. No estoy seguro
que sea yo. Ni entiendo porque anda conmigo y a veces utiliza mis huesos…
—Ni salir del Fuerte, Goyathlay.
Estábamos pero-cupados—, le dijo el amigo, porque lo llamaban Gerónimo the Terrible como se imprime en los carteles y folletos de propaganda que se venden en
St. Louis. Uno que bosteza ira. Bostezo de vientos monstruosos
del Mal. Dragón, el Terrible. Y él sabe que se ha
ganado el odio como Vaho de Enlil, el Sumerio. El odio acumula odio para
siempre. Ahora es su odio sumado al de todos ellos.
Sabe que morirá y ya, montado sobre
el caballo, rumbo al Fuerte para después avanzar hacia la Feria, dice a quien
cree que es su nieto: —Asegúrate que pongan mi cabeza junto con todos mis otros
huesos; porque yo tengo que volver a la tierra de donde nací, ser enterrado allí
y mis enemigos lo querrán desmembrado.
—No vas a tu sepelio, Gerónimo.
—Soy un cadáver ya en vida.
Cuando murió, tal como predijo y
advirtió al presunto nieto, los más burlones enemigos, mismos que lo usaban en
las ferias para explicarse la cantidad de arrugas que son posibles en rostros
oscuros, fueron a su tumba a robarse su osamenta y se antojaron de su cráneo.
Dentro de éste, escupían, aún lo utilizaban de urinaco él y/o quemaban el
tabaco u otras hierbas durante sus invocaciones de demonios. Miembros de la sociedad
secreta de la Universidad de Yale, Skull and Bones, robaron del
cementerio en Fort Sill este último bostezo de energía, juego del éter, que el
Jefe apache salió a buscar aquella noche, arriesgándolo todo.
El robo produjo un rugido humeante,
muy grande. Hubo que llevarse la cabeza. Dar varios paletazaos sobre el
cadáver, todavía no seco y pelado de la calavera, separar la cabeza. Birlarse
el cráneo. Les produjo miedo. —Dirán que trataste de escapar, Goyathlay. Si no
te subo al caballo, puede que los soldados hasta nos disparen por la espalda;
ya no inspiramos miedo.
—No debí morir aún. Fui a ver mis
huesos y mi tumba. Y mi cabeza no está. Di, cuando ya no pueda hablar contigo,
que la devuelvan a la Reservación Apache y que la añadan a mis restos, junto a
mis huesos. Que tenga mi cabeza donde están el organismo... y más alta que mis
pies, mis dedos, mis manos, mis esencias».
Y cerró los ojos y no volvió a
hablar al presunto nieto.
01-03-2010
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