UN NIÑO QUE SE SUBE AL
TEJADO
Amigo de las aves,
Hermoso. Le gustaría volar, no morirse. Y es dulce, soñador, imaginativo. Dicen
que como las aves tiene el esqueleto ligero y los huesos delgados. Los niñajos
burlones le dicen la quilla o pechuga» porque es una caja toráxica con esternón, desarrollado y
todo músculos en el pecho.
—¿Para qué tanta pechuga,
nene, si tienes patas de alambre?
Y ahora le ha dado con
silbar como las aves. Será que con ellas se entiende, porque no tienen dientes.
La Quilla se partió los suyos, se rajó la boca, un día que se fue de bruces.
Fue la única vez que, por
la sangre derramada, lo pusieron de pie los ex-compañeritos escolares.
Ahora, sin dientes, cada
vez menos bípedo, se sienta sobre un saliente de tejado como una cigüena que
espera dar un crío al fondo de su alma. Le dijo a su mamá que un ángel nacerá,
por amor de su corazón que
es grande, aunque sus patas sean cortas y débiles.
—No tenemos dinero para
llevar a un ortopeda. Mantente quieto, sentado. No llores y no digas disparates.
Bastante es estar vivo.
A veces él quisiera ser
como una golondrina, cuyas patas pasan inadvertidas, casi nadie se las ve
porque la envergadura de sus alas y cola se las tapa. Ha visto que las águilas
tienen las patas muy fuertes, aunque cortas. ¡Pero qué corazón tienen para
volar así, tan veloces!
Cuando observa las aves,
el chico de gran pechuga y patitas de flaco alambre parece que no está solo.
Cuando se sube al alero, como si fuera una cigüeña en el saliente, él escapa de
la incomprensión y la soledad; pero no está solo. A su privacía se acercan
muchas golondrinas que vuelan a golpe de alas y él aprende, o alguien le
explica. Tiene que ser así porque él apenas ha aprendido a leer y sale con unas
cosas que a su mamá, la viuda, la sorprenden.
—El alabastro parece que
navega en el aire. ¿Sabes por qué? Vuela a vela en corrientes de aire. Es el
aire quien lo empuja, no necesita aleteadas ni remos.
—¿Aves remeras? Las aves
simplemente vuelan—, dice la madre 'sabelotodo’ al muchachito majadero.
02-12-2000
*
EL ATAUD VACIO
Se queja una madre en el
arrabal. Ella tiene un niño enfermo. Sus huesos no son sólidos y pesados. Es un
pésimo mamífero. En las médulas, hay más aire que sustancia. Se traba en sus
propias pies y cae al suelo. No hay siempre hay alguien que lo socorra. Por eso
a veces parece hasta golpeado.
—No hay dinero para
curarse males ni comer suficiente. Y este pobrecito hijito diviniza las aves, quisiera haber sido un
colibrí, si es que de nacer de aves se trata. Ese es un relámpago con plumas—, oyó que dijo. Puede posarse, con su inquieto vuelo de 200 oscilaciones
hasta en cuarenta flores por minuto. ¿De dónde sacas eso, Pechuguita?—, le
pregunta, una vez que le oye la respuesta.
—Es que son los
«animalitos que mejor adaptados están al movimiento».
—No digas disparates. No
hay dinero para curarse males ni comer suficiente. Mucho menos para ir un loquero porque pierdes la razón y, sin
curarte,, se asoman las burlas.
Para Pechuguita es normal
dar estos argumentos. Aprende por causa de ver las apreciaciones que suelta a
cada paso. Dijo que ya sabe por qué le dicen La Quilla o Pechuga. Su corazón
tendrá más de 500 pulsaciones por minuto. Más veloz será que una paloma y sus
pulmones también serán más grandes.
Suministrarán el oxígeno
en abundancia. Esto ocasiona una complexión similar a la pechuga de las aves.
No se guardó el secreto. Un ángel que tiene alas lo visita.
—Me conversa y aprendo con
él a silbar como pájaro.
Además tendrá el corazón
tan poderoso que pesará más que todas sus extremidades, más pesado que
cualquier parte del cuerpo, aún más que la cabeza; pero nunca tendrá pico.
—Me crecerán unas alas—,
concluyó. —Tal vez así podré nadar en la laguna y subir a las ramas altas de
aquel árbol de roble; o subiré al mangó, o podré traerte los frutos del palo de
aguacate. Cuando maduran tan alto, sin alcance, utilizan las varas al
cortarlos, o se espera que caigan por su peso; si yo volara, ya no sería necesario,
mamita.
Ninguno
otro animal existe que sea más habili-dosamente móvil, sea en Tierra o Cielo..
—¿Y quién lo dice? Un
torpe corino, patas chuecas, pati-guango, cuasi rengo volará.
—No quiero que digas esas
cosas y vaya a pensar la gente que estás chiflado además patichueso. Mejor
cállate, pechuga, para que no te burlen—, le aconseja.
Y aunque se angustia por
la presión materna, preguntó al ángel:
—¿Cómo tú
siendo hombre tienes alas y vuelas?
—Porque soy
como tú. Mis huesos están casi vacíos, sin médula, y mi corazón es muy grande y
no tengo dientes para la ofensa y me gusta el secreto que esconden los flores y
liban las avecillas con sus picos.
—Yo quisiera tener alas,
yo quisiera tener pico y saber el secreto. Concédemelo, angelito, porque ya que
otros niños se burlen de mí. Entristezco.
El ángel dijo con alegría:
Concedido.
En la mañana, Pechuguita
murió. Se fue volando y se hizo un baquiné de despedida. Vieron que volaba un
angelito. Era La Quilla. El ataúd tan humilde estaba vacío.
Entonces, por no
comprender lo que había sucedido, lo cubrieron de flores. En los derredores de
la casucha, se convocaron multitud de colibríes y alguno entró a la casa por la
ventana abierta y, en medio de la gente, libó del ataúd el alma del niño.
07-12-2000
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