Por Carlos López Dzur / Fundador de Sequoyah
El consumidor de arte, o propuestas estéticas, de nuestro tiempo es un león domesticado, o dicho de otro modo, alguien que desea sujetar la bestia que duerme en él para sentirse 'emancipado'. Para este proceso de renegar de su bestia, o buscarle confort a su líbido, el mal artista se vale de un mimetismo de segunda mano. El corazón simiesco, el espíritu de rebaño, sigue al pataleo del anestesiamiento, o el mismo sujeto avanza como zombí, porque no hay autenticidad profunda. Por ésto, en algún momento, Boris Pasternak (1890-1960), escritor ruso, dijo: «Pienso que si la bestia que duerme en el hombre podría ser sujetada por amenazas de cualquier tipo, sea la cárcel o la retribución, entonces el más alto emblema de la humanidad sería el león más domesticado, no el profeta que se sacrifica a sí mismo».
Con motivo a una presentación en Argentina de Yves Michaud, profesor de la Universidad de París y autor del libro «El arte en estado gaseoso». (Fondo de Cultura Económica. México: 2007. Trad. Laurence le Bouhellec Guyomar), leo en «Muestrarios de Palabra» y otros grupos, «Algunas consideraciones sobre el arte contemporáneo», escritas por Silvia Long Ohni. Las leo con simpatía porque reacciona con la misma inquietud que me produjo el libro de Michaud, que adquirí hace unos años en una librería mexicana. Lo que a Long Ohni provoca el libro o la disertación de Michaud se resume en este fragmento de sus consideraciones: «¿Qué es lo que ha hecho que el hombre reniegue de su espíritu? ¿Cuáles son los tremendos temores que le impiden, quizás, enfrentarse con las dudas, las incógnitas, los misterios, las angustias, la vida, la muerte, la presencia o la ausencia de Dios o de los dioses, en fin, de todo aquello que nos ha venido definiendo como humanos?»
A mí, por igual, y hallé, leyendo a Boris Pasternak, que la estética de la posmodernidad se inscribe en la metáfora del «león domesticado», quien es uno que no está dispuesto a ser realmente un león libre, en condiciones realmente naturales, ni un profeta autosacrificado para comunicar la verdad de su propio Ser y su comunidad. Las nuevas estéticas, o sus voceros que claman por domesticadores, no quieren pagar un precio espiritual. En entender ésto es que consiste entrar en la esencia de esa inquietud que Long Ohni observa al decir que el hombre reniega su espíritu y los sacrificios que un espíritu, en auténtica libertad requiere, para verse libre del temor o las amenazas, que sería enfrentar con dignidad y conocimiento «las incógnitas, los misterios, las angustias, la vida, la muerte, la presencia o la ausencia de Dios o de los dioses», lo que nos hace humanos.
Para el Nobel de Literatura, el ruso Pasternak, «el arte tiene dos constantes, dos preocupaciones que no terminan: Siempre medita sobre la muerte y, por tanto, siempre crea vida. Todo arte grande y genuino se asemeja y continúa la Revelación de San Juan». El apóstol Juan, como los antiguos profetas, no eran vendedores de objetos ni ideas; seguían ejemplos para aprender y recontinuarlos, pero no eran ni los objetos ni las ideas de mercado de fácil trueque o compraventas. Seguir a un mártir o sacrifcado no es cualquer bicoca. Es, como dice Pasternak, tarea dura. Y tal es la esencia de arte de la que él gustara: «No me gusta la gente que nunca ha caído o tropezado. Su virtud no tendría viveza y no es de mucho valor. La vida no ha revelado belleza para ellos».
A fin de internarme, cuanto más específicamente pueda en el tema de lo bello como ideal absoluto y extrapolarlo a lo que Michaud describe como la entrada en el pos-posmodernismo, o «una nueva era, la del triunfo de la estética», en la cual «... ya no existe el gran arte y tampoco las grandes obras», iré citándolo y glosando las consecuencias que este proceso de una nueva estética traen y el por qué son equivocadas.
Esta nueva era del triunfo de la Estética relativista corresponde a la capacidad de consumo por cualquier gente, época en que los objetos de arte y de producción se disponen en franco mercado para cualquier rebaño. El arte dispuesto así, por los móviles del pensamiento posmoderno, promueve y vende cualquier cosa. Es un arte de consumo que repudia el universalismo racionalista, el humanismo progresista, al despreciar el pasado y lo que la modernidad tuvo de utópica. Esta nueva era descrita por Michaud se va concretando a fines los ‘50 y principios de los ’60.
Para esta nueva era posmoderna, yo debo parecer un reaccionario, pese a que yo tengo fe en la ciencia y en la técnica. Sin embargo, como puede verse en mis libros «Estéticas mostrencas y vitales» y «Memorias de la contracultura», soy un crítico de las tendencias y movimientos que convierten el arte en «un conjunto caótico y heterogéneo de expresiones» en el que todo se valga y todo sea consumido como una perfecta y hedionda mierda. Creo en la contracultura que no pierde su objetivo formal de ser anti-opresiva y originar libertad instititucional y espiritual. Me encanta la «literatura beat» de William Burroughs, lo mismo que la poesía beatnik y profética de Allen Ginsberg. Rechazo la dominación-explotación de la naturaleza por y para la humanidad, creo en dar reglas al capitalismo salvaje. Y me gustan los Grandes Relatos de la Modernidad, sus preámbulos de utopismo y, en el humanismo de mis libros, convalido la necesidad de transformación del vínculo arte-sociedad; pero, no admito el «todo se vale y venga la mierda».
Esto significa que tengo muchas coincidencias con las preocupaciones de Michaud, o antes de que lo leyese a él, con Jameson, quien vio antes que el arte posmoderno que se avanzó en la década del '60, venía con visos de superficialidad como tábula rasa, carente de emoción, sustentado en «imágenes sin profundidad, incapaces de otorgar significado alguno». No es mi competencia el arte visual ni la arquitectura; pero, sí estoy familiarizado con los simulacros de pintura de Andy Warhol. Como historiador y amante de las buenas tradiciones, el arte ahistoricista, atemporal, no me gusta. No obstante, aprecio el aporte de lo experimental. Creo que se deben ganar nuevos espacios para la pintura y la música clásica, sacarla de los salones de la burguesía acaparadora, y compartirla con la clase obrera. Hay buenos murales el espacio urbano o natural y, aún en el cartel publicitario y el diseño industrial.
También hay su escoria colada, sin duda. Difiero de la noción modernista de que «lo nuevo es mejor que lo antiguo». De ahí la importancia de que una estética eche sus buenas miradas al pasado de los Grandes Maestros y sus contribuciones, incluyendo el estudio de los procedimientos estéticos y las técnicas. Hay muchos aspectos en estas últimas cosas, procedimientos y técnicas, en que el arte nuevo tiene mayores ventajas para que se les saque provecho entre los futuros artistas. Más bien, lo que me obsede preguntar ante la posmodernidad es cuán dotada está la sensibilidad artística para dar aportaciones o legados en el área del mensaje, si hay una renuncia al espíritu, o como diría Pasternak, a la revelación de San Juan, al proceso de encarar el León Salvaje de la líbido y liberarla creativamente sin hacerla el León anestesiado, zombi domesticado, o payaso del mercado o del circo social.
A Michaud, como a muchos críticos del arte posmoderno, le preocupa que «una dimensión totalmente decisiva del arte moderno ha perdido su significación». Yo diría, no sólo del arte moderno, sino del Arte Eterno, aún del más remoto. Lo importante es puntualizar qué es lo que se ha perdido. Si son las perspectivas logocentristas, lo que Jacques Derrida llamara las tentativas de búsqueda de parte «de un sistema universal de pensamiento capaz de revelar lo que es verdadero, correcto o bello», ésto sería prescindible porque hay una relatividad de lo correcto y aún de lo verdadero y a menudo hay la necesidad de cierta «práctica deconstructivista» para iluminar las diferencias que la racionalidad logocéntrica se niega a reconocer, en particular, cuando los sistemas imperantes utilizan el mismo racionalismo y el logicismo mendaz como otro nuevo reino de terror. El mundo occidental, dizque iluminado por la razón, devora sueños y subjetividades a fin de marcar su centro y su dominio político e ideológico.
En consecuencia, aún vivimos un mundo descentrado, aún por aquellos que utilizaron la Razón abstracta, la técnica y el empirismo, para darle centro. En la búsqueda de lo abierto y autoreflexivo, dice Derrida, que ha resultado un arte que «ya no busca representar utopías, sino construir espacios concretos». El afán va más lejos, la democracia con sus pretenciosidades ha devenido en la hegemonía de la publicidad, la novelería, el chismorreo, el vedettismo y voyerismo cultural. La prensa y los medios electrónicos son las grandes vedettes contemporáneas. Son industrias privadas del propetarios que, contrario a las viejas gacetas, transmisoras de ideas, cultura y propaganda revolucionarias, e.g., los periódicos nacidos para combatir la esclavitud o promocionar ideas liberales, hoy piensan en que los avisos publicitarios son la prioridad y se dejan chantajear por los gobiernos y los intereses corporativos. La prensa no es ningún cuarto poder; aún conociendo cómo liberar y desatar conocimiento, debido a que ya se vende al mejor postor. Juega al sensacionalismo y el amarillismo y en ese mismo rol están todos los medios electrónicos. Aún la literatura y el periodismo que aspiran a estar libres de las tiranías ideológicas, al pretender una sana repolitización del arte y la expresión filosófica, son absorbidas por la ortodoxia o la charlatanería.
Yves Michaud en su libro «El arte en estado gaseoso» dice que «La modernidad se acabó hace dos o tres décadas. La posmodernidad sólo fue un nombre cómodo para poder dar este paso […] Ya es tiempo de reconocer que hemos entrado a otro mundo de la experiencia estética y del arte, un mundo en el que la experiencia estética tiende a colorear la totalidad de las experiencias y las formas de vida deben presentarse con la huella de la belleza, un mundo en el que el arte se vuelve perfume o adorno. Así es la evaporación del arte. […] se desarrolla una estetización de la experiencia en general: la belleza no tiene límites (Beauty unlimited), el arte se desborda en todas partes hasta el punto de no estar en ninguna. Así es la experiencia estetizada».
Ganar espacios públicos para el arte ha terminado siendo una comercialización, muchas veces contraproducente. «La turistificación del arte, en bienales y ferias por doquier, y que por tanto éste se ha vuelto una mercancía mass media». Alega que se está coloreando «el mundo con superficies bellas», y con poca política y vigilancia madura. El embellecimiento de hoy es cosmético. El envase atrae más que el contenido, vale más el atractivo formal de las etiquetas en los productos que su contenido, si alguno. Hoy el incompetente y el mediocre puede tener más nombre / fama / y hacer más dinero / que el valor asignado a los cuadros de los Grandes Maestros del Renacimiento o las obras cimeras de la literatura. Hoy se pueden reproducirse por millones los «best-sellers» que, en el fondo, son cháchara de literaraturización y caca.
No en balde, de Vattimo a Michaud, se habla sobre la muerte del arte moderno y lo que haya tenido de reflexión sobre la situación histórica del hombre y el ideal de humanidad. A las artes, en general, se les va quitando la función crítica que como actividad tienen / y se tuvo por deber / de cara a la sociedad civil. El arte tiende a ser cada vez menos político, en sentido crítico. Uno lee, en la literatura de hoy, cosas que son tan abstractas y herméticas, tan minimalistas y cerradas, que al final no se haya por ninguna parte ni emoción ni mensaje. El lector queda en babia, preguntando y, ¿qué carajo dijo? Mas ese autor ad hoc puede tener toda una gran maquinaria cultural tras sí para difundirlo o revestirlo con mensajes y connotaciones promocionales que, en última instancia, no son las de los textos.
No se entienda ésto como un escrúpulo contra la experimentación. O desafecto mío por la novedad. Hay poesía visual y conceptual, experimentación que se guía por una inteligencia expresiva y es sorprendente y necesaria. Mas, como dije, hay mucha escoria colada. No todo lo novedoso es bueno. Y lo mismo, sucede en la música, el uso de la internet como medio. El espacio para la expresión es más abundante que el talento para articular mensajes de valor imperecedero o, al menos, memorable. El infantilismo es mayor a la madurez de lo expresado. El pensamiento mayor a la consciencia estética y la ideología autocrítica.
Contribuye a la muerte del arte moderno quizás un factor generacional que viene, como secuela del Baby Boom. Se han abierto cualquier cantidad de oportunidades a jóvenes que, por su misma inmadurez, se contentan con cualquier cosa y se apresuran a presentar garabatos. Esa es una libertad de lo circunstancial, pero no una liberación interna. No es ésto una crítica a los jóvenes, que son promesas para las artes y la cultura. Más bien, es una sospecha que los estudios de la Neotenia biológica convalidan. Hay adultos que jamás alcanzan, por razones sociales y fisiológicas, una racionalidad digna de producir mensaje y arte. Aún adultos, en edad de razón o expectativas de madurez, son larvarios e inmeduros, neoténicamente. Siguen siendo niños o retardados emocional e ideológicamente.
Sin embargo, ¡qué buenos que con los espacios abiertos en la cultura! los jóvenes puedan contribuir a romper las tiranías intelectuales y generacionales de los viejos acartonados y larvarios. Mucho más difícil fue para Arthur Rimbaud, el primer poeta «reventado» o protestario juvenil. La diferencia fue que, pese a su precocidad, él leyó las mejores tradiciones; él no era un León domesticado ni se educó para serlo. El era como Juan, profeta no improvisado... El caso del juvenil Rimbaud también me recuerda a Johann Christoph Friedrich von Schiller y sus «Cartas sobre la Educación Estética del hombre» (1794). Tenía 35 años (que es ser un hombre en edad joven) cuando dio postulados a la juventud en torno a la educación en las artes y, quien fuera significativamente un dramaturgo político y poeta excelente, sabía que a la libertad se accede por la belleza. Esto es lo que no se le puede quitar a las artes, si no se quiere producir su muerte. Schiller y su amigo Goethe tenían una visión filosófica del arte y utilzando hasta poemillas satíricos sabían promoverla. Sus ideas siguen siendo válidas. Schiller siempre está entre mis filósofos y poetas predilectos y lo digo a más de 200 años de su nacimiento.
Hay criterios en la visión filosófica y estética de Schiller que sirvieron para su obra y sirven para orientar hoy para que el arte no sea lo que Yves Michaud, lamenta en su libro «El arte en estado gaseoso»: «El arte se volatilizó en un éter estético. Está en todas partes y en ninguna». Al ver la relación entre arte y turismo, si bien Michaud admite que viajar a ciudades de arte (Florencia, Venecia, Grecia, los grandes museos, e.g.), es cosa que educa, en cuanto a identificar el espíritu de una época, para una persona inmadura, el turista como masa, estandariza a las culturas de otros y convierte a las identidades culturales en estereotipos. Por ésto advierte lo mismo que Schiller postulara: si algún propósito moral para la sociedad humana debe protegerse en el arte, el más importante ha de ser la fraternización. El arte que no alienta confraternidad es indeseable.
De hecho, unos de los grandes temas de Michaud son la compasión y el egoísmo, el cómo compartir proyectos comunes, sin quitar del individuo que sea el dueño natural de sí mismo. Para eso es el arte, conciliar el individualismo y la democracia. Cuando en el arte se despoja, sea por el exceso del individualismo contemporáneo, que se deforma como egoísmo, virtudes como la benevolencia, la compasión y el amor al prójimo, ¿cuál ha de ser la consecuencia?
Silvia Long Ohni lo captó, derivándolo de la conferencia de Michaud: Un arte ya «orientado por las modas, las tendencias hedonistas, la avidez por captar experiencias placenteras fáciles e inmediatas, el deseo pasatista, rápido, digerible, light, una especie de 'fast food' artístico que, desde luego, ha debido despojar a la obra de toda su aura. Los museos actúan ahora como centros de distracción y de turismo, lugares donde invertir el tiempo libre con la suficiente superficialidad y donde consumir el dinero comprando en las 'tiendas' que los pueblan 'productos derivados'».
Michaud observa que prácticamente el arte del Siglo XX le dijo adiós a la belleza. Que ahora, más bien, lo que se busca es la provocación, técnicas para inventar nuevas formas de choque sicológico y convulsión del espectador. Esto es típico del cine y aún la pintura, artes en que se recurre a la fealdad, lo monstruoso, lo pornográfico, lo desagradable, con el pretexto de que, en sí misma, la realidad no es bella ni color de rosa. De hecho, en la literatura se cultiva este tipo de estética... Sin embargo, Michaud dice que esa visión de lo grotesco debe atemperarse. En la estetización posmoderna, la belleza que se persigue varía según el medio que la produzca y la mentalidad mercantil que la quiera explotar, vulgarizar o difundir. Se está dando, con aceleración, «la desaparición de la pintura, la proliferación de las instalaciones y del arte momentáneo, el auge de la fotografía, del fotomontaje, de la técnicas múltiples», apunta Long Ohni. El cine comercial, la televisión con sus 'soap-operas' y su escaparate de galanes y heroínas lacrimosas vs. vampiresas, está todavía obsesionado con los rostros bellos y los cuerpos hermosos o exuberantes. La moda (venta de ropa) sigue el canon. Se venden cosméticos, ropa, joyas y otros productos, del shampoo a la pasta dentrífica, del condom a las toallitas sanitarias, porque la gente bella, juvenil y atlética existe. Nadie utilizará una dama obesa, o mujer con duras facciones, para vender lencería, un automóvil, el buen licor o lo que sea, mientras haya una nymphette o una Lolita, pícara y seductora.
Michaud dice que, ajena aún a la moral de la corrección política el proceso de estetización posmoderno, impulsa «la búsqueda de una belleza que sea una norma moral para todos los estilos de vida»; pero no es una búsqueda sincera de la Belleza, en el sentido que Schiller, Goethe, Christoph Martin Wieland, Pasternak o el apóstol San Juan la entenderían. No es la belleza entendida como Schöne Seele («alma bella»), esto es, la persona humana cuyas emociones han sido educadas por la razón para que expresen un sentido de «Pflicht und Neigung», deber e inclinación por la responsabilidad y la confraternización. Para Schiller, como para Juan el Apóstol, en la visión de Pasternak, la belleza no es sólo una experiencia estética. Lo es moral. El Bien es lo Bello.
Lo que se echa de menos en la estética posmoderna (centrada en las obsesiones de la naturaleza sensual y material del sujeto y en el rechazo a que la Razón logocéntrica imponga un orden moral y conceptual al mundo) es el libre juego («Sinn»), dialéctico, o unión resolutiva entre forma y belleza artística, que es forma viviente. La Forma sensual, abstracta o meramente visual, carente de moral, no es artística, según Schiller. Es hueca. La forma del arte hedonista posmoderno es éso, fragmentaria oquedad. Está y no está en ninguna parte. Carece del «alma bella» que le daría la plenitud de su sentido. Su calidez y credibilidad. Es lo que Pasternak expresó cuando dijo: «No me gusta la gente que nunca ha caído o tropezado. Su virtud no tendría viveza y no es de mucho valor. La vida no ha revelado belleza para ellos».
El sufrimiento, la caída, es la belleza que se vuelve forma viva. La belleza vacía (o la pulsión sensual, «Sinnestrieb», «der sinnliche Trieb» de Schiller) es nada sin la prueba que coloca lo formal-sensual en un entrejuego, que es el portal de la madrugada en la Belleza y la Tierra del Conocimiento. Hay que entrar por ese Portal para ser libre y sabio. En su poema «Los Artistas» («Die Künstle»), Schiller nos dice:
Cuanto más disfrute de la súbita visión,
cuánto más elevados y más bellos órdenes sobrevuele
el espíritu en una encantadora alianza,
y los abrace con un inmenso placer,
cuánto más se hayan abierto las ideas y los sentimientos
al espléndido juego de las armonías;
al abundante torrente de la belleza;[…]
más rico será el mundo que él abarca,
más débil será el ciego poder del destino […]
Así le conduce la guía florida de la poesía
silenciosamente en un curso imperceptible
a través de formas y sonidos cada vez más puros,
de alturas cada vez más altas y bellezas cada vez más bellas.
Por último, en el maduro fin de los tiempos,
todavía un feliz entusiasmo,
el ímpetu poético de la generación más joven
acabará en los brazos de la verdad.
La magia sagrada de la poesía sirve a un sabio plan del universo,
silenciosamente conduce al océano de la gran armonía.
Rechazada por su época, refúgiese la austera verdad en la poesía
y encuentre protección en el coro de las musas […]
Hijos libres de la madre más libre,
elevaos con rostro imperturbable al trono luminoso de la sublime belleza,
no ambicionéis otras coronas.
lo que las almas bellas consideran bello
ha de ser perfecto y excelente.
Alzáos con audaz vuelo por encima de vuestro tiempo;
refléjese ya en vosotros el siglo venidero.
Por los miles de enredados senderos de la rica diversidad
salid al encuentro unos de otros
hacia el trono de la suprema unidad.
Como se rompe graciosamente la blanca luz
en siete dulces rayos,
como se funden en la blanca luz
los siete rayos del arco iris:
multiplicad así vuestro juego de claridad
en torno a la mirada fascinada,
retornad así al vínculo de la verdad
al único torrente de la luz.
[Traducción de Daniel Innerarity en «Poesía filosófica» (1998) Madrid: Hiperión]
Ahora bien, para resumir, después de la mucha relatividad vacua que impregna el arte de la posmodernidad, me pregunto las siguientes cosas: ¿Hay algo que se urja o se presuponga como el necesario absoluto en el arte? Contestaría que, de existir, éste tendría que ser, o ya es, el libre juego que trasciende dialécticamente el dualismo entre la Forma y la pulsión sensual («der sinnliche Trieb», sin espíritu) de la forma cosificada. El libre-juego lo da el artista, la persona que lúdicamente juega con materiales, ideas y emociones, técnicas, de lo que tiene a la mano. Sin artista, existe la belleza, pero no hay arte. La belleza no muere; pero el arte puede, sino morir, verse opacado, ocultarse. Diluído, endeblecido, vaporizado y gaseoso,
Lo que defrauda del arte posmoderno es la falta de pasión. La ausencia de libre-juego por la apatía intelectiva, o la improvisación chapucera, de artistas que se venden al mercado de majaderías. No se puede ser artista por casualidad, o por accidente, o sin disciplina. El artista es quien persigue con pasión un objeto y una expresión de ese objeto. El objeto puede ser el material de la palabra, de la sonoridad (la música), el ritmo en cuanto danza y movimiento, la gimnasia como arte, los colores y las formas, las artesanías y la pintura, la fotografía y, así por el estilo...
La pasión no la origina de oquis la «cosa en-sí», sino la asumpción y concreación del «para sí». Y para el «para sí», se necesita educación estética. Cuando no hay libre juego de vida y pasiones, una cámara fotográfica abandonada, instalada para que se dispare y active automáticamente, puede hacer el trabajo de un fotográfo, y por un azar, ese aparatico sin alma, puede proporcionar una foto que sea digna de exhibirse en una galería. ¿Pero dónde está el artista? La foto puede ser bellsima, genial, porque la Belleza existe, mas no hubo artista. No hubo fotógrafo con una visión intencionada. No hubo libre-juego de consciencia y medio, búsqueda identificadora y voluntaria de un creador. [Sería interesante ver si algún día, un robot o cerebro cibernético, alimentado con suficiente vocabulario, nos entregara un poema].
Basándome en los principios de la Dialéctica hegeliana, mi concepción de las artes y el conocimiento está en mi texto del libro «Estéticas mostrencas y vitales», en un texto en particular, que llamé «La dialéctica de la sed». El absoluto del ente estético es la Sed / la pasión de Conocimiento y de Bien. Sin pasión no se entra a la Belleza. La formulación filosófica de tal sed o tal «Portal de la Alborada», que utilizó Schiller como metáfora en su poema «Los Artistas» (1789), la ofreció G. W. F. Hegel, cuando dijo: «La salida de lo universal y vacío hacia lo exterior y particular, y la negación de la particularidad, y la vuelta a lo universal. En ello consiste el regreso de la Idea a su hogar (bei sich). El espíritu pasa así de la sustancia, de lo que es en sí y abstracto, hacia la condición de sujeto capaz de ser conciente de sí».
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Schiller
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