Thursday, February 04, 2010

De los niños de mi barrio

This necessity for social approval is a need, not a desire. If the infant is not confirmed in its social persona, its ego will become fragile and unstable: R.D Laing, Self and Others. Pelican Books, 1988.

Reflexiones de un maestro: Para Gustavo

Los niños hablan todo el tiempo y creen que no lo hacen
porque no siempre lo que dicen acude a las palabras.
Ellos no saben suficientes frases / semantemas / para decir
lo que sienten; hablan entonces con códigos
de gestos, con los comportamientos.

Sus manos hablan más que la suma y multiplicación
de muchos labios y lenguas de adultos, significan
su decir por el modo en que caminan.
Cuando pausan, quietos en sus dos pies, habla su postura.
En el silencio, siempre están delatados.
Conversan con la mirada. No son, en rigor,
distracciones. Están juzgando el mundo,
la clase, cada vecino, cada alumno.

Cuando agachados están soltando la sopa;
en ellos todo conversa multiformemente
(hasta un pañuelo, un lazo, una papirola
que lanzan al aire, o un sonido de trompetilla
o de pedo)... habla ropa y gesto
sobre necesidades, o insatisfacciones.

Y no tienen que gritar algo, apalabrándose,
para comunicar qué intensa dicha, al fin y al cabo.
le propuso un apretón de manos.
O una noticia que es consuelo, o una estretegia
que los condujo al asombro, o la noción
de que son especiales, amables, dignos
de una misión de futuro. Que ellos tendrán
que ser los salvadores, no los salvados.

Cuando los abrazas, éstos niños discursan su gratitud
en silencio, les bailan los ojitos. Saben que los confirmas.
Pules sus egos. Batallarás junto a ellos,
contra esa amarga, traidora, subterránea
invasión de los complejos, la inferioridad, la exclusión,
el que no se les haya sonreído cuando así lo esperaban.

En este lenguaje con rituales de mano, brazos
alrededor de sus cuellos, el verbo se llama consistencia.
El sujeto es lealtad, la conjugación es gerundio
de siempre,
ahora es cuando,
juntos estamos CAMINANDO,
confirmando, queriéndonos
en la escuela y el barrio.

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TIENEN UN ALMA INTERROGANTE

Aquí los niños tienen un Yo / un Alma / el ego
que no cesa, que lo pregunta todo,
a veces sin palabras
pero con trámite inmediato que vive
husmeando. Viven a prisa y hay que aprovecharles
el mímimo momento, sin subertir su ocio,
su lúdico contento, donde su libertad
se apertrecha.

Con el rabillo del ojo están mirando al adulto,
si valida o valoran la valía de sus yoes o, por el contrario,
los van poniendo en menos, porque hubo días
que orinaron la cama, o días de coraje y de rabia
y nadie se interesó en el por qué. Ni dijo
ésto es lo que pasa, no es la culpa de nadie.

Los niños de mi barrio aprenden.
Nunca dejan de decir lo que saben, pero a menudo
es con la conducta que lo dicen: «Todo anda mal
en casa»; y es que su padre alcohólico golpea,
o es que su idiota y tonta madre, sisea como serpiente,
maneja el insulto como arte, no sabe poner fin
a lo intempestuoso, la neura siempre arriba
y la hormona endiosada en su carácter.

Entonces, tiene la autoridad en la chancleta
y quiere golpear más que un marido malo
y la víctima la queire chantajeada e inocente.

Y los niños de mi barrio lo saben. Odian el lenguaje
que se oye; porque son los hijos de la alborotadora
cuya lengua es más sucia que un culo cagado
y por eso, en la escuela, nunca hablan,
¿para qué tiene que ser eco de sonido
el hijo de dos padres reculeros?; pero, no es un capricho
que él, allí en medio del salón de clases,
quiera aprobación social, él necesita otro niño
que le diga, «no hagas caso», «vente conmigo»
y se van a vagar y, a escondidas,
se fuman un cigarro...

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EL NIñO MAS LISTO

¡Qué triste es también lo contrario!
Un niño que sabe mucho y lo guarda.
El que quiere ser líder; pero su sentido de ego
en su casa es ignorado.
No lo quiere oír. Es invisible.

No lo será en la escuela. Aquí el rechazo social
no lo permite... aquí sabrá confirmarse como sea.
Yo le hice de mi sonrisa cómplice; quiero que descubra
simpatía en cada uno de su grupo y que la ofrezca
a todos, tal como yo lo hago; él es el niño listo
de mi barrio, él sabe de los golpes ocultos
que se les pega a la estima, simplemente
diciéndole que calle, que no es el momento del tema
porque el momento es nunca.

Entonces, él se viste de vampiro con señales
que hablan en las penumbras; tiene sus aretes
en la lengua, en las orejas, en los ojos
y se pinta de oscuro los párpados
y yo entiendo si luto, el desierto emocional
donde vive y no le dré que su auto-imagen es pobre
ni su conducta agresiva, que vista como quiera
(pero le digo: no dejes de confiar o amar a otros;
no humilles al que exhíbe su comportamiento retraído,
ayúdalo tú, el líder, quien juegas intutitivo
con símbolos pues nacíste
con mayor sutileza que ellos).

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Y SON CUANTIFICADOS COMO CIFRAS

Y los niños se comparten tristezas entre ellos,
no las lloran con palabras conocidas;
no las toman en cuenta ni los programas escolares
ni gestores de currículo; la burocracia no sabe
cuando los jóvenes hablan; apenas cuantifican
fracasos o deserciones o en si eladooescente
trae una pistola o el guardia
sorprende a algunos en malabar de droga,
o sexo, o cualquier otro evento en lo ilícito.

Pero yo veo, oigo, me inmiscuyo
dulcemente espiante en síntomas de depresión
de esos niños que a veces me parecen más viejos
porque creen que el mundo es una guerra
en la que no ganarán ni naciendo de nuevo
y es que a vece vienen con ojeras,
y los problemas al dormir hablan sobre angustias
indisciplinas irresueltas, desapegamientos...

Los niños de mi barrio a veces parecen
tardos, pasivos, autodestructivos
(algunos, he sabido, se han matado,
no hallaron a nadie socialmente aprobativo
que le dijese: «Alma sintiente» y le sacara
de la lástima y el celo con que se compara
ante otros; nadie que dijera
«Ven por tu recompensa»:
una palabra amable, un consejo sincero,
una muestra de lealtad, una sonrisa,
un estímulo... ni todos ni ninguno son /
para mí / cifra del ghetto.

De El libro de anarquistas

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