Wednesday, July 07, 2010

El sophós en la Era del Colapso


El sophós en la Era del Colapso

Entre los charlatanes que Píndaro señala inequiívocamente, el sophós más popular es uno que alega que la mayor parte de la gente jamás alcanzará dicha y éxito alguno. El mundo de hoy, de un confín a otro, por el tipo de sociedad que tiene, está destinado al fracaso, a la bancarrota y el infortunio. «El sistema que gobierna el mundo ya ha programado que la mayoría sea mediocre y el fracaso la norma general. No es culpa suya que la gente luche y luche en vano y no vea éxito alguno».

Píndaro, quien reflexiona, en diálogo público y amplio, sobre estas mismas cuestiones, dice que hay sumar las buenas voluntades hasta que sea suficiente la consecusión de condiciones, materiales y sicológicas, para la felicidad colectiva y conocer la verdad. Contrario al sophós, dice que ningún esfuerzo positivo se desperdicia para siempre. Que, a final de cuentas, hay una liberación posible. Una esperanza.

Hay mucho embaucador que anuncia pesimismo y fin del mundo en el pueblo y, sobre todo, gente buena que se traga las mentiras. «La gente está impaciente y asustada, se desmoraliza», dice Píndaro y el sophós de moda reacciona: «¡No es culpa de los fracasados! ¡Que no se sientan mal! Ni los mediocres merecen que vivan con desconsuelo». Píndaro lo corrige: «Pues, tampoco le digas que ante lo irremisible del colapso de sus instituciones y vidas no hagan nada. No es una culpa individual. Es cierto. Pero ayudémonos los unos a los otros... Es una culpa colectiva. Es una apatía participativa».

El programa que rige al mundo tradicional, su diseño de gobierno que condena al fracaso a sus mayorías, debe ser suplantado, en favor de quienes son honestos y desean un poder genuino, trascendente, que los incluya y beneficie. «Y la gente está esperando milagros como los que usted predica después de anunciar el Gran Colapso».

El Gran Sophós se ha inventado el Mayor de los Tesoros y está agitando al pueblo a que vaya con él a buscarlo. El tiene el mapa. Es cuestión de invertir unas monedas. «Venda usted todo lo que tenga y venga conmigo». Es que el Mundo Tradicional está colapsándose precipitadamente y se entrará en una Era de Riqueza, mas sólo aquellos que sobrevivan y tomen el control de sus destinos, orientados por gente como él.

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El vagabundo

… y cada ve que saciaron su sed
los caminantes y los niños, les dí
agua fresca y espejo cristalino
en qué mirarse: Maritza Pérez (poeta puertorriqueña)

¿Dónde está la seguridad que yo postulo? En no soportar la calandraca de los grandes positivistas lógicos ni las expectativas de pragmatismo de los positivistas idealistas. Puede que uno ande con la alforja a la espalda, sin bienes, sin hogar, vagabundo, con el mero bastón y el temor a los perros, como los Cínicos, a los que todavía les quedaba un corazón socrático.

Puede que agredamos al mundo con nuestra fealdad, mirándolos a la cara, porque nos hemos aceptado a nosotros mismos. Esto tiene una belleza mucho más profunda que cualquier método y más vital que cualquier racionalidad.

De ninguna manera viviría en una cueva, o moliendo vidrio con el pecho. No quiero andar con un bastón y la boca seca, golpeando los perros en la Loma. Rechazo el amasiato social con los poderosos, pero ésto no implica que me plazca un tonel por habitación, o menos las oscuras suciedades de una cueva. Que lo haga Cleantes, Epiménides o Diógenes, su gusto sería. No el mío. Yo siempre tendré las aguas. Viviré cerca de un río, donde pueda, al menos, ir y lavarme la cara y no beber con miseria una porción.

No soy el cuenta-gotas.

09-12-1982

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La muerte de mi madre

Cuando mi madre murió, recientemente, estuve una semana con un ataque de risa. Fue el sepelio, las misas, la presencia del Porifiriato de Voisin y detallitos sueltos, lo que me llevaron a la histeria. Se murió al fin. Lloré a solas hasta que se me secaron los ojos. Sucedió, aunque llorar no me gusta y no vale la pena hacerlo porque es hacerse partícipe de la complicidad falsa y precaria de los felices, a través del razonamiento previsor y la prudencia, la solidaridad y las piedades de mierda.

No niego mis años de amor y odio. Pocos pelos, pero bien peinados... ¿Con quién quejarse? No hay marcha atrás. Lo que soy no lo puedo dejar de ser... Uno nunca es tan listo como para burlar a la naturaleza, o sea, a las sustancias, la Gracia, la mujer de nuestra carne y hermanos que Urano da y que Cronos consume. La vida es alimento para la Eternidad. Estas vidas son la irresistible Omecihuatl, la inconmensurable Tonacacihuatl.

Este dolor, que es casi fantasía, nos tiene en sus manos, nos muestra los caminos que hemos de seguir, hasta que nos toque ser barro, o volver a ser agua, o un cristal de jade para el príncipe más evolutivamente solvido por el Tiempo.

12-02-1985

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Crecer bajo la Mano Protectora

Al niño, huérfano, le colgaron al cuello, atada a un hilito de plata, una Mano, decorada a su alrededor con palomas, porque las palomas reconcilian con la Divinidad. También ataron al hilito varios pecesitos de oro, bajo las palomas que parecen sobrevolar sobre los peces. «Y todos estos símbolos hablan sobre la sencillez y pureza. Los peces son inmunes al mal», agregaron cuando él estaba en la puerta de salida, despidiéndose cariñosamente.

Previamente, aprendió la Oración del Viajero y el niño la practicaba, según se alejaba de la casa: «Tefilat HaDerech». Se separaba de quienes le protegieron en Cartago, mas estaba agradecido. Siempre lo estará porque cuando murieron sus padres, no quedó en desamparo. Ahora se sentía capaz de cumplir la misión que le encomendaron. Toda su fe dependía de la Mano de Dios, mano de Cinco Dedos, cada uno de los cuales es un Libro de la Torah, o una advertencia o una protección contra el Ayin hara, el mal de ojo.

Le enseñaron fe y optimismo. Y al apretar la Mano de Hamsa, símbolo de Chai el Viviente, al jugar con el objeto de su Fe y en Su Nombre, intuyó que alguna de su fuerza proviene del Altísimo y la Vida («Chaim») no se manfiesta con temor del que impera en su siglo y vecinos. Como temibles son nombrados los sacerdotes del Moloch en el País de los Filisteos y, aún en Cartago, la tradición de los semitas se abonava con la sumisión y la adoración al Moloch o Demiurgo. Se adujeron como rituales agradables los sacrificios y crímenes de sangre.

Fue por ésto que sus protectores le dijeron: «Ve y lleva este encargo a donde yo te digo». Fue lejos del País de los Filisteos y de dondequiera que marcaran su presencia. El niño no se criaría entre los sacerdotes de Moloch ni será parte de un «pueblo santo» que no lo puede ser porque su crueldad es mucha y la dispersa de Tiro a Sidón, de Jersualén a Cartago.

El viaje asignado fue largo, mas siempre se mantuvo en la ruta correcta y el niño fue dejando de ser niño para completar el sendero, y la Mano de Hamsa lo protegió de ojos malos y asediantes. El ha buscado el hilo de plata y ya no existe, pero, algo dentro de su corazón, es exactamente la Mano Protectora de su Dios y lo ha ido adulteciendo sin miedo. Chai el Viviente le instruye para que, en cada cultura y ciudad que pise, rechace la superstición y el fanatismo. Ya sabe que no aprieta pescaditos de plata o palomas, atadas al hilitos, cuando se frota el pecho. Es el instinto de superación lo que palpa sobre su piel y su plexo. Va por el mundo a cumplir con la misión que le dieron sus protectores en la infancia: Crecer bajo la Mano Protectora del Altísimo. Y no olvidar la Oración del Viajero: Tefilat HaDerech.

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La puerta de escape

Un laberinto de espejos techaba el lugar. Arriba, en ocasiones, distinguía ciertas luces, formando letras y símbolos. Como quien lee un letrero de neón, figuró cómo relampagueba el mensaje; MAAT. En otras alturas luminosas y círculos profundos, creyó leer Wyrd. Y aún, Heirmarmene. O la palabra Destino.

El era criatura sintiente, con poco entendimiento; pero, estaba sola, rodeada por muros rugosos, pasillos repitiéndose en arreglo sin límites y, para tentarlo escaleras para que suba a puentes levadizos, con sigilo de sus pisadas. A ratos descubría oscuros abismos, sepulturas y, ante el riesgo del desequilibrio y caer y matarse, buscaba un rincón y dormitaba, dizque que por ahorro de su energía. El laberinto, a pie pelado, parecía un arenal con abrojos o pedazos de pizarral o lajas cortantes. «Mejor ni caminarlo», meditaba.

En el lugar hay puertas falsas, con paredes, obstructivas por destino. «De aquí no saldré jamás. No hay escapada», aseguró; aunque se sabe observado por quien lo alimenta día a día para que siga vivo. Y aunque no es agradable vivir así, cautivo y solo, él come. Hambre no pasa y se cree listo, subsistente por comer y beber en este laberinto. Ha estado preso y van años de confinamiento, injustificado proceso, porque no sabe el delito. Ni cómo llegó allí ni cuándo ni por qué... Y en este sistema, o este cosmos, sólo existe Otro Ser que emite su voz y da Su Nombre, Hashgaja: Divina Providencia, pero, ¡qué terco el preso es! Y odioso. Cuando Hashgaja le habla tan quedo en la noche, no responde. No dialoga y le dice: «Déjame dormir. Estoy cansado y aquí todo es oscuro». El reo es un idólatra del pasado y no rogará a quien se dice Proveedor ni por más alimento.

Hashgaja le ha dicho que hay un más allá del Laberinto. Le escribe en ese Cielo, semiluminoso, con que le llama a mirar hacia la Altura, los letreros de su salvación. Si dejara el Egipto personal de su pasado, si ese tiempo lo disolviera en su presente, sabría que su vida es un recuerdo que lo obsede. La prisión es sólo una memoria de su pensamiento. La luz infinita precósmica le llama. Es la única que rompería su atadura. Lo haría libre. Lo elevaría por encima de las estrellas.

Pero él, reo idólatra, redujo la Divina Providencia a la animalidad de la bestia que come, duerme y no dialoga con el Cielo profundo, el laberinto de espejos que lo techa en el medio y le dice: «Yo soy la Puerta de Escape. Yo elevo al hombre por encima de las estrellas y disuelvo el karma, la soledad y la tristeza».

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El niño que conversa con las aves

Todo comenzó porque es un niño enfermo. Sus huesos no son sólidos y pesados. Es un pésimo mamífero. En la médula de sus huesos, hay más aire que nada. Le dijeron el «Corino», «pies de mierda», porque siempre se traba en sus propias pies y cae al suelo. Como es un niño pobre, nadie lo lleva al médico. Lo curan con oraciones los que son piadosos; lo levantan del piso quienes más que entender, tienen misericordia, aunque pocos centavos en el arrabal.

Pero este niño arrabalero tiene a las aves como amigo. Le gustaría volar, no morirse. Y es dulce, soñador, imaginativo. Dicen que como las aves tiene el esqueleto ligero y los huesos delgados. Los niñajos burlones le dicen «la quilla» o «pechuga» porque es una caja toráxica con esternón, desarrollado y todo músculos en el pecho. «¿Para qué tanta pechuga, nene, si tienes patas de alambre?» ¿Para qué mandarlo a la escuela si siempre está en el suelo? Se cae en los caminos rumbo al aula, se resbala, se le mancha el uniforme desteñido.

A deshoras, siempre está mirando pajaritos preñados, diablos azulinos, ángeles cristalinos en el aire... y ahora le ha dado con chiflar como las aves. Será que con ellas se entiende, porque no tienen dientes. La Quilla se partió los suyos, se rajó la boca, un día que se fue de bruces. Fue la única vez que, por la sangre derramada, lo pusieron de pie los ex-compañeritos escolares.

Ahora, sin dientes, cada vez menos bípedo, se sienta sobre un saliente de tejado como una cigüena que espera dar un crío al fondo de su alma. Le dijo a su mamá que un ángel nacerá, por amor de su corazón que es grande, aunque sus patas sean cortas y débiles. «No tenemos dinero para llevar a un ortopeda. Manténte quieto, sentado. No llores y no digas disparates. Bastante es estar vivo».

A veces él quisiera ser como una golondrina, cuyas patas pasan inadvertidas, casi nadie se las ve porque la envergadura de sus alas y cola se las tapa. Ha visto que las águilas tienen las patas muy fuertes, aunque cortas. «¡Pero qué corazón tienen para volar así, tan veloces!» Cuando observa las aves, el chico de gran pechuga y patitas de flaco alambre parece que no está solo. Cuando se sube al alero, como si fuera una cigüeña en el saliente, él escapa de la incomprensión y la soledad; pero no está solo. A su privacía se acercan muchas golondrinas que vuelan a golpe de alas y él aprende, o alguien le explica. Tiene que ser así porque él apenas ha aprendido a leer y sale con unas cosas que a su mamá, la viuda, la sorprenden.

«El alabastro parece que navega en el aire. ¿Sabes por qué? Vuela a vela en corrientes de aire. Es el aire quien lo empuja, no necesita aleteadas ni remos».

«¿Aves remeras? Las aves simplemente vuelan», dice la madre ignorante al majadero.

Quisiera haber sido un colibrí, si es que de nacer de aves se trata. «Ese es un relámpago con plumas». Puede posarse, con su inquieto vuelo de 200 oscilaciones hasta en cuarenta flores por minuto. «¿De dónde sacas eso, Pechuguita?» No le dijo que es por causa de verlo. No se guardó el secreto. Un ángel que tiene alas lo visita. «Me conversa y aprendo con él a silvar como pájaro». Dijo que ya sabe por qué le dicen La Quilla o Pechuga. El va a tener el corazón tan poderoso que pesará más que todas sus extremidades, más pesado que cualquier parte del cuerpo, aún más que la cabeza; pero nunca tendrá pico. «Me crecerán unas alas», concluyó. Su corazón tendrá más de 500 pulsaciones por minuto. Más veloz será que una paloma y sus pulmones también serán más grandes. Suministrarán el oxígeno en abundancia. «Tal vez así podré nadar en la laguna y subir a las ramas altas de aquel árbol de roble; o subiré al mangó, o podré traerte los frutos del palo de aguacate. Cuando maduran tan alto, sin alcance, utilizan las varas al cortarlos, o se espera que caigan por su peso; si yo volara, ya no sería necesario, mamita».

Ella ha comenzado a mirarlo con una tristeza extraña. Según dice, el niño tal vez lo que requiere es siquiatra. Se está creyendo que los ángeles existen y que, con milagros, cambiará el mundo su infortunio. Y la verdad es que, en el arrabal, siempre es la misma miseria. No hay dinero para curarse males ni comer suficiente. Y este niño está divinizando las aves como a los «animalitos que mejor adaptados están al movimiento». Ninguno otro existea más habilosamente móvil, sea en Tierra o Cielo.. ¿y quién lo dice? Un torpe corino, patas chuecas, pati-guango, cuasi rengo.

«No quiero que digas esas cosas y vaya a pensar la gente que estás loco. Mejor cállate, pechuga, para que no te burlen», le aconseja. Es que el niño preguntó al ángel: «¿Cómo tú siendo hombre tienes alas y vuelas?» y le dijo: «Porque soy como tú. Mis huesos están casi vacíos, sin médula, y mi corazón es muy grande y no tengo dientes para la ofensa y me gusta el secreto que esconden los flores y liban las avecillas con sus picos».

«Yo quisiera tener alas, yo quisiero tener pico y saber el secreto. Concédemelo, angelito, porque ya dice mi madre que estoy loco y me burlarán otros niños. Eso me tiene triste».

El ángel dijo con alegría: «Concedido». En la mañana, Pechuguita murió. Se fue volando y se hizo un baquiné de despedida. Vieron que volaba un angelito. Era La Quilla. El ataúd tan humilde estaba vacío. Entonces, por no comprender lo que había sucedido, lo cubrieron de flores. En los derredores de la casucha, se conovocaron multitud de colibríes y alguno entró a la casa por la ventana abierta y, en medio de la gente, libó del ataúd el alma del niño.

07-12-2000

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El hombre que no comía

Hago obras de caridad todo el tiempo. La gente pensará que yo necesito comer. No. Me alimenta con flores, néctares, aromas del zempasuchitl, visiones y pensamientos eróticos. Pero si yo me forro de los huesos y la carne de ciertos enfermos, debo comer en favor del estómago ajeno. En realidad, estoy plasmado con energía invisible. Sólo energética o telepáticamente existo y se me puede ver. La niñaja que se queja porque le echo piripos o que dice haberme visto, no vio mi cuerpo de honra. Me confundió con alguna persona o máscara infeliz, algún teporocho. Cuando voy a la Catedral, cargo contra mis invisibles huesos algunos de ellos. Gente que no soy yo.

«Le traigo otro infeliz para que coma, padrecito».

Ah, mas no es que yo necesite alimento putrefactible. No, señor.

09-11-1983

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La receta

Me vestí con un cuerpo de penas: un niño con SIDA. Y los curas españoles fueron a pedir una limosna a una mujer muy rica del Patronato del Hospital de la Sociedad Católica de Catecúmenos. Soy el niño con SIDA por lo que fui con ellos, los sacerdotes. Me vestí con cuerpo tal, siendo de alma antigua, para predicar por la causa. La filantropía.

El niño les inspiró una gran ternura. Fue que yo abrí la boca e invoqué la crueldad de España con los indígenas y pedí que, en memoria de Morelos e Hidalgo, fuese generosa. El niño habla con madurez. Y lo fue. Ella me besó y me bendijo. A los curas se le salían los pedos. El cheque les temblaba en las manos. Por cierto, el hijo de la señora es un enfermo mental y se escondió ese día. Los catecúmenos le quitan el apetito, siente náuseas por los religiosos y, ante sus presencias, lo ataca una cierta arritmia cardíaca para la que lo recetaron con beta blockers.

Ella contó la historia de su hijo al niño que la enternecía por su cabeza pelada. Sí, me contó la historia y también yo receté.

En poco tiempo, ya no necesitó de los beta blockers. Dije a la madre del enfermo: «Esto es lo que su hijo necesita: flores de zempasuchitl». Fue un regalo que hice a las pocas horas. Así supo él que yo vine a ver su madre y que los curas no comen gente. Son simplemente ignorantes, hijos de la fantasmagoría de la historia y de la ciencia de los gachupines. El muchacho rico como que presentía que pasaríamos por su casa.

En los tiempos de los tenochas, se llamaba a la hermana menor del enfermo. «Huetzcani iuctli»: Hermanita sonriente. En fin: se decía como les expliqué: Traed agua con semillas de zempasuchitl, acariciad con un trapo sus pies, sus rodillas, su pecho, acariciad su cabeza. En esa receta, dí la clave de su curación. La mujer rica leyó la notita que dejé en la bolsita de semillas para su hijo. Al seguir las instrucciones, fielmente, redujo su hipertensión. Ella misma se llenó de una fe extraña porque amaba al hijo.

Aquella misma mañana, él necesitó del remedio. Y ella lo vio mal como creyó que moriría. Mas leyendo mi receta, fue por una de sus hijas, la menor Catherine, la niña sonriente. Y la hizo seguir las instrucciones que dí. Frótesele el pecho con un paño y aplíquesele la cantaplasma con zempasuchitl.

Santo remedio:bajó la presión sanguínea y muscular en un santiamén.

Eso sí: entre nosotros, siglos atrás, no usábamos beta blockers, sólo la sonrisa de una niña... Desde que nadie se brinda para tareas de amor, la cura tarda. Los mamarrachos no curan a nadie. Un niño entristece por tan tontq razón de que nadie le chupe los deditos ni le besa la frente...

02-08-1980

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Los días de Lemuria o ceremonias sentimentales

Dicen que el Viudo, anciano que se explaya en chocheces y todavía es testarudo, crió estos cuervos que le sacan los ojos. Lo rodean las sangüijuelas de sus hijos y sus nietos. Todos parásitos, conspirativos, deseosos de que él se muera. El pater familiae los tiene en su puño. El Viudo es la cabeza de familia y no ha declarado, mediante testamento, a quien dejará esa casa de quince habitaciones.

Llegó, con el hampa y el tráfico de licores, a tener una veintena de negocios. Corrompió policías, violó la ley a gusto, pero no era asesino. Dijo que la Vida es sagrada, tanto como el Dis manibus, o D.M., que se escribe en los epitafios. El fue hijo de un hampón. Siguió esos pasos. Cuidó el capital. Se casó, enviudó, guardó luto y lealtad a su amada, prematuramente ida, educó a sus hijos, casi solo. Les hizo profesionales para que no enfrenten peligros, o miedos ante las autoridades y sean, por fin, gente honorable.

¡Qué pena! No son agradecidos. Eran 8 hijos. Ya quedan tres únicamente y nietos que serán como ellos. Jactanciosos y altivos. Los padres estudiaron en prestigiosos colegios; mas no son prudentes. Ni armoniosos ni útiles. Sólo respetan su hedonismo, placeres de mesa y sexo. Los ya muertos lr pagaron sus ecesos, haciéndolos cornudos. Los que quedan son gordos, flemáticos, necios, no sirven para nada. No son prácticos, positivos ni formales. En conjunto, desde que murió su madre, se acabó la «pietas», la noción de honrar a quien les da su abrigo, el alimento y el techo bajo el cual viven sin penurias.

El Viudo dice que, perdida la pietas, se pierde también el espíritu, deidad interna. Por consiguiente, las almas castigadoras de otros mundos, hostigan a estos impíos. Vieneron por ellos. Vivir es un contrato con valores obligados. Valores éticos y cósmicos. Los transgresores serán las almas posesas por entidades que están en lo invisible y requieren un cumplimiento de armonía con ellas.

«Pax deun», susurra el Viudo desde antes de la cena.

«No seas supersticioso, papá. Esos ceremoniales son necrofilía tuya. Sentimentalismos estúpidos con tu ancestro romano. ¡Estamos en Chicago, padre! ¡Despierta! La vida es moderna. Vísperas del siglo XXI».

«¡Cállate! Que uno de ustedes morirá en noviembre y hay que prepararse para el luto desde ahora».

Y no es casualidad. Año tras año, se ha mermado la familia. Mueren en noviembre, como él dice. Exactamente en Noviembre. Las mujeres de sus hijos alegan que el Viudo es brujo, o lo asesora el Demonio. Suplican a sus maridos que dejen la casa. Que trabajen. Que no dependan de las mensualidades que él da para que se mantengan. Que le pidan que «haga ya su maldito testamento» y les de su tajada correspondiente de fortuna. Se atreven a insinuar que es un viejo miserable, amargado y torturado imbécilmente por fantasmas. Que matándolo, si se atrevieran al fin, se clausuraría en la mansión la visión de espectros, las supersticiones y la tacañería.

Los hijos, esposas y críos, han descubierto estas rutinas que el Viudo designa los días de Lemuria, del 9 al 13 de mayo. En esta fecha, él se pone sensitivo y escucha las almas de los muertos, discierne lo que cuchichean y les arroja habas para apaciguarlos. Nueve veces seguidas masculla: «Carceleros del espíritu, ¡fuera de aquí!» Se refiere a los antepasados que cobran las deudas del transgresor en sus hijos, o en él, si fuera necesario. «Con estas habas me rescato y rescato a los míos».

En la mesa, nadie se sienta antes que Viudo. Se enoja, si alguno lo suplanta. En realidad, si lo obedecen, es porque temen que tenga el poder de matarlos, convocando en suertes demoníacas que ocurra un accidente trágico, se maten la familia en pleno, o en súbito avianazo, que por un asalto pierdan las vidas, que se enfermen los que nunca se enfermaron... sí, tienen miedo, pero no se van. Por haraganes, por mantenidos...

En los días de la Lemuria, sin faltar uno, todos han de corear «Salve, sancte parens». En la cocina se preparará una gran cena. En el comedor, antes de que la sirvan, se adornar la mesa con rosas y guirnaldas. Es la noche para santificar a los muertos y ofrecerles leche y miel.

El jefe de familia, el sacerdote de las Parentalias, dice que tras los días lemúricos de mayo, siempre ocurre una muerte en noviembre. Este año no será la excepción. A la familia vendrá luto. Y por eso han sido tan importantes las noches suyas en los pasillos, el convite de las almas a ser partícipes de la ofrenda de habas. «Chasquen los dedos, hijos, aunque yo les parezca un viejo estúpido, chasquen los dedos conmigo, que los muertos nos oyen».

Sin embargo, el muerto malo no perdona. No cacha con sus manos las semillas. No las quiere. No escucha los chasquidos de los dedos de su reprensor, que es siempre el Pater Familiae, o quien pide respeto y piedad por su familia. Los buenos espíritus son, por el contrario, «manes», seres benéficos, que informan sobre peligros y enemigos dentro de la casa. «Y me han dicho que esta casa está repleta de ellos».

«Nietecitos, hagan con sus dedos chasquidos... así, así.. chas... chas...»

03-11-2000

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El Abuelo y la mansión del monte

A ninguno de los sobrinos le gusta que se vaya de visita a casa del Abuelo y se les obligue, por una estúpida convención de familia, a festejarlo y conversar con él. Es un viejo descocado. Regañón, bueno para dar extraños consejos, y filosofar sobre las muchas puertas por las que fluye el tiempo, en superposición y conexión con el Hoy / Ahora / físico. Todas las múltiples versiones de futuro de las que habla se relacionan a una singular versión del espacio.

El no ha perdido la costumbre de su hablar vibrante. Para emocionarlo sólo basta que se le plantée el tópico del tiempo. El misterio de los universos futuros que se comunican mediante la emoción con el presente físico. «Cuanto más poderoso es un futuro probable, más fuerte la urgencia de elegirlo». Cree que la fuerza de voluntad es la mayor de las virtudes.

En su casa, nunca puso luz eléctrica. No le interesa saber del mundo ni por radio ni televisión. El Abuelo medita, o piensa deliberadamente, en los futuros o realidades, que le cuadran. Pone mucha energía en tales pensamientos y ha advenido con tal poder atractivo que atrae luz de entidades cuya luminosidad es interior y habla de Tejas de Fuego y su tejado es luz. Para el Abuelo, cuyos ojos son todavía centelleantes, «la luz está dentro del cuerpo», no fuera. En la oscuridad, puede ver más eficientemente que un búho.

Además de que vive en otro tiempo, en cierto arcaísmo caprichoso, su casa está muy distante del Pueblo. «En un monte lejano, oscuro y sinuoso», como dice la madre. Sin embargo, por voluntad de su último hijo, recientemente fallecido, un día al año se le dedicaba para ir a verlo y que no muera solo. Es el día de su cumpleaños. Y el abuelo cumplió los noventa inviernos.

Siempre se tuvo la impresión de que el Abuelo, por su aislamiento y las crisis económicas del país, se habría arruinado. Y, peor juzgado, se le tiene por miserable. Hay un cierto fastidio porque no se acaba de morir. Es más, se comenta que él los enterrará a todos. Su salud es envidiable. Sigue estruendoso como si llamara a las gallinas, o animales en sus traspatios, en lo más oscuro de esas noches del monte.

Hace 40 años, su casa fue una mansión, siempre bien cuidada, digna de un hacendado y extrañamente, ya por la viudez, no la vive mas que él. Uno que otro vecino lo visita. El Alcalde le paga para que informe si ha muerto. Hay quienes alegan que él habla con el Diablo desde que murió la Judía / su mujer. «La única que aprendió cómo el aire controla la vista; el éter, el sonido; y la emoción de la voluntad, abre los tiempos».

El terreno de su propiedad es vasto. Desde hace diez años, cuando se descuidó la costumbre de visitarlo, acentuado por el hecho de su viudez, sobre lo que los sobrinos discuten es la riqueza que él pueda dejar y a quiénes. Otros hijos del Abuelo desparecieron; pero el Abuelo no es quien asegura que haya sido así; él lo que dice es que se han ido a dimensiones que él llama «Los Devachanes», mansiones de riqueza y reposo en los futuros probables. Y se ha lanzado a buscarlos, a viajar en el tiempo y, cierto es, están en otros devachanes que no son a la semejanza de éste, su casa construída y bendita por la bondad de este monte.

«¡Ese es un viejo solitario y excéntrico!»

«Es debido a la muerte de sus hijos y su esposa que se deschavetó».

Ahora, sí, ahora... los sobrinos se desvelan por lo que tiene él como dinero guardado. Han rastreado si paga los impuestos y averiguaron que tiene los impuestos pagados por anticipados hasta una fecha qye supone que él vivirá varios siglos. Paga con rocas de oro, estupendamente cotizadas por evaluadores. «Una pepa de oro se engarzó a un cuarzo, con ribetes diamantinos y una forma de huevo, que él llama el primer huevo de Seb en sus corrales».

Según esta cáfila de especuladores, ni sus propios padres dejarán para ellos alguna herencia, como la del abuelo. Alguno que otro, en estos años, ha ido como espión y le lleva un regalo, alguna bagatela y conversa con él... «¿Es cierto que el monte guarda una mina? O es mentira del señor Alcalde». Es inútil que se le saque información distinta a la que él gusta para explayarse: por ejemplo, el día que una lluvia de culebras color bronce llenó los campos. «Eso es una leyenda y, supuestamente, data de los tiempos de los indígenas que hoy no existen, los días del exterminio». El anciano dijo que las culebras le hablaron («como nadie me visitaba ni me hablaba ninguno, comencé a hablar con ellas, a veces de año en año regresan y, para mi sorpresa, me respondieron; dan sus secretos» y, entonces, lo pensaron desquiciado o embustero. Lo adjudicaron a la muerte de su esposa. Su esposa se llamaba Nachash, que significa Serpiente en hebreo. Y el dominio del tiempo, sí... sus espiritualidad exótica, ayuda a que se le piensa más loco.

El no da cuenta sobre la verdadera extensión del monte donde vive y si realmente es suyo; él prefiere decir que el Monte es sagrado. Deja que vengan científicos e ingenieros de minas. Nunca hallan ni los fósiles de la serpiente de bronce que ante teólogos y antropólogos él ha descrito con lujo de detalles... Muchas bendiciones acaecen donde el Abuelo pisa, con la gente que le habla con verdad, sin mala voluntad. Pero a muchas millas, a la redonda, se sabe que él toma por ciertas las leyendas sobre el Monte de las Serpientes y del demonio que vendría a convertirlas en cisnes. «El viejo es chiflado, sí. Pero es inofensivo y generoso».

Otro de los sobrinos, que murió hace dos años, uno después que su padre, se infartó al saber que aún la casa en que vivió, como un bueno para nada, fue un regalo del abuelo a su padre y que, en el negocio familiar de abarrotes, el dichoso Abuelo figura como socio inversionistya y, al parecer, dio todo el dinero. «Ese abuelo miserable es rico». Obsesionado con la riqueza del Abuelo, se murió de un coraje. «De codicia», diría el Abuelo. Dijeron que ese día vino y le pagó el entierro y unas misas.

«El Abuelo nos está enterrando a todos», dijo otro que, por primera vez, se plantearía si será probable que una cierta granja de Gallinas de Seb y de Cisnes de Kalanhansa, en el Monte de las Serpientes, sea lo que al Abuelo le permite su generosidad, porque, aún siendo sobrinos ingratos y presumidos [dizque con el beneficio de ser muy urbanos, hijos de la Gran Ciudad], cuando iban al campo a verle, no iban por amor. Sus padres no regresaban con las manos vacías: Lkenaban sus camionetas con costales de frutas, viandas y verduras; y siempre había un pretexto para plantear al Abuelo una emergencia, una deuda, un problemilla que no era suyo, un capricho para el menor o el mayor... Y no era que el negocio familiar de abarrotes fuese tan mal.

Como dijera su hijo: «Del negocio de abarrotes nos dio carrera nuestro padre y nos pagó hasta las bodas; pero, así como generoso, el Anielo lo es con otros, debiera ser con su hijo, Mamá. ¿Qué puede esperarse de un vejete que rechaza la luz eléctrica porque piensa que, con la voluntad, el interior del cuerpo irradiará más luz que los volcanes?».

Es verdad. Se las pasan haciendo planes con la herencia del Abuelo, porque ya el Padre no cuenta. Se murió. El que decía: «Tarde o temprano mi padre, tu abuelo, se muere y ya que es a mí el quien él quiere o ha procurado más; único entre sus hijos que no lo dejara solo, me heredará», pero, vana espera. Se murió. Y, paradógicamente, se supuso que, anteriormente, el Abuelo enterró a seis de sus hijos. Seis tíos que ellos odiaron gratuitamente porque eran campesinos, distintos a quien se vino a la Ciudad para ser abarrotero y conocer la luz tecnológica de las centrales hidroeléctricas, las pantallas de la Televisión y los noticiarios por radio. «El Abuelo habla de viajes intergalácticos y agujeros negros y no vjo, como nosotros, cuando en tiempos de Kennedy, el hombre pisó la luna. No vio nada ni por televisión», observa un sobrino. Y el padre dijo: «Da qué pensar. Es que mamá era judía y no fue mujer de campo, hasta que se casó con él».

En su entierro, el Abuelo dijo a la viuda de su último hijo: «Este fue el único que rechazó lo más valioso que yo y su madre le quisimos dar».

«¿La hacienda? No sea mentiroso. Usted no quiso que él la vendiera y, si él no la vende, para nada nos sirve, un monte de serpientes en un villorrio de supersticiosos».

«No hablo sobre la hacienda. Hablo sobre lo que mi viudita recopiló de las conversaciones mías con las serpientes y el mensajero del Tiempo».

Aquella mujer ignorante, incrédula, pragmática como todos ellos, volvió a reírsele en la cara y gesticuló de modo que no quedara dudas a quienes le miraban que estaban delante de un loco, viudo de una judía más loca; pero, ya suavizando su habla, le dijo:

«¡Ay, Abuelo! No nos complique la vida. ¿A quién, entre nosotros, les ha gustado el monte de donde usted no ha querido salir jamás? Dígame uno que sea campesino en esta generación, a partir de mi difunto esposo... Todos estudiaron. Son administradores, universitarios y tecnólogos en cualquier especialidad y lo hicieron para no quebrarse la espalda, con el azadón al hombro... y hasta el día de hoy ansío yo, como lo hizo su padre, ahi difuntito, que vistan de limpio desde que se levantan hasta que se van a la cama con sus mujeres... ¿A quién ve usted, entre nosotros, que le guste liarse las horas criando gallinas cagonas y alimentando cisnes, a la vera del riachuelo yendo por caminos de fango?»

«Pero el campo hace a la gente fuerte y prudente».

«Mi esposo murió prematuramente. La Ciudad no lo mató, no diga eso».

«Es el sufrimiento lo que mata».

«Pues, sí. Usted con su egoísmo mata desde el campo porque no ha soltado esos terrenos que nos habrían servido más y de una buena vez para solucionar los problemas que mi esposo se lleva a la tumba... Usted, que no ha querido ser socio de empresas que están yendo a la ruina, por falta de avales, usted que tiene la mente llena de musarañas y una actitud y tosudez arcaica que aleja a todo el mundo de su lado, usted nos mata».

«¿Qué me ocultó mi hijo? si yo se lo hubiese dado todo. Yo le ofrecí lo más valioso, la verdadera heredad y se negó a aceptarla...»

«¿Criar gallinas y pajarracos? ¿un acuario de serpientes?»

El Abuelo ahora comprende. A todos faltó la paciencia para visitarlo, oírlo y comprenderlo. Es lo mismo aquí que allá. Se burlan de él, devaluándolo y no disimulan el deseo de verlo morir. «Usted es quien debiera ocupar ese ataúd», le habían dicho cuando se personó al velatorio.

Se sintió herido, al fin. Y preparó su cosas para irse, sin quedarse para el entierro. Sabía que no era bienvenido. Ninguno de los sobrinos le dijo: «Quédate: Al menos, entierra a éste, nuestro padre, porque fue el menor y más querido de tus hijos».

Antes de que regresara al monte, uno de los hijos que había custodiado el ataúd en la noche, vio que el Abuelo puso dentro del féretro un manuscrito. Disimuló para que el Abuelo no creyera que había observado el sigilo con que abrió el ataud y escondió el paquete.

Ahora que el Abuelo ha partido, se ha atrevido a sacarlo de la caja. Lo ha leído a vuelo de pájaro, a altas horas de la madrugada, en secreto y lo retuvo para sí. Como administrador de los fracasados negocios de su padre y del supermercado, que aún parece bendito por la sombra del Abuelo, después del entierro, hizo un llamado privado a todos los hermanos, su madre y allegados, cuando se fueron los extraños que todavía daban pésames a diestra y siniestra.

«¡Estamos salvos!» y fue por el manuscrito. «¡El Abuelo nos ha dejado todo!», grita eufóricamente. Estaba literalmente bailando. Y parecía una celebración profana por las risas y algarabías burlonas que inspiraba el Abuelo y esta noticia inesperada.

«¡Y yo que creía que ese jijodeladesgracia era un tacaño loco!»

«Nos heredó en vida».

Pero, según pasaron las semanas, tras consultar legalmente lo que, en cierto modo, fue una herencia, se hicieron evidentes también las condiciones. Y el tropel familiar, nutrido como nunca, sin faltar uno de los hermanos, esposas e hijos, fueron a visitar al Abuelo. Especularon si, como familia heredera, convendría que el Abuelo viviera otros 90 años, o se acabara de morir, porque si es así habría que tomar precauciones. A sordas, se comentó si valdría la pena que este viaje se aprovechara para matarlo. «Ayudarlo a morir», fue el eufemismo.

Cuando llegaron al monte, un portal anunciaba un rumbo hacia El Devachán, nombre de la hacienda y la mansión. Les pareció que, antes que visitar los Gallineros de Seb y los criaderos de ibis y gansos, a los que se entraba por unos referidos cercados con paso hacia túneles, explicados con gráficas en el manuscrito, había que procurar al Abuelo. Y celebraron la existencia de un rótulo a la entrada de la Mansión. Decía: «El propietario se ha ausentado y vivirá con sus hijos».

La risotada fue ensordecedora. Quien leyó festejó: «El viejo ha muerto».

Se acercaron a leer.

«Dice que se ausentó, no que esté muerto», observa la madre.

«¿No te das cuenta? No tenemos un sólo tío paterno vivo. Todos están muertos, como papá... este rótulo fue su forma de anunciar su muerte, su deseo de unirse a ellos... nadie nos quitará lo que él ya dio y lo puso en nuestras manos con su manuscrito, su última voluntad».

Y entonces se animaron a pasar a la sala. Para la mayoría de los sobrinos fue la primera vez en diez años que entraban a la casa. Hallaron la puerta entreabierta y una oscuridad y frialdad que les helaba. No imaginaron que fuera posible. El hecho fue que, con su entrada, pese a la cautela del husmeo, se hallaron en medio de la entrada de un túnel. Algo en la arquitectura y el ambiente de la vivienda y su antiguo esplendor, ya no existía.

«¡Vámonos de aquí», anunció el primero que experimentó pánico.

La mansión había sido totalmente desamueblada. Pero no estaba deshabitada. Haciendo memoria, contando pasos, encendiendo linteras de mano, distinguieron lo que debió ser la sala, y por su cacaraqueo, una Gallina clueca y un Cisne como sus anfitriones. Por último, una voz... que les dijo:

«Los esperaba».

El Abuelo se materializó como si fuese un conjunto de haces de luz, presentándose con semejanza humana. Sucesivamente, por el mismo proceso, vieron a su viuda viva y cinco de sus hijos, presuntamente muertos. Y vieron al Cisne gigantesco y una gallina, agitando las alas a sus anchas, como dándoles la bienvenida.

Y creyendo que eran apariciones infernales se apresuraron todos a huir, casi bricando y aplastándose los unos con los otros. Y no volvieron más.

*

El ángel de MA0-A-(ma)

Vivimos chupando en las tinieblas de lo angosto, sin trascendencias; pero quitándole la enzima MAO-A de encima a los mamarrachos, mamándolos por el bien de la seratonina. Todavía somos sexuales. La materia sabrosa de ángeles caídos es oxidasa A de monoamino. Una enzima que chupamos para que no haya conducta violenta ni locura blasfema. Ahí vamos, pasito a pasito, hoy fregados.

Sin embargo, un día, bendito porvenir, seremos transformados en chuchas cuereras, redentores de cuerpo presente. Trépese este trompito a la uña… Cada célula de mi cuerpo posfetal se comunica a otras. Sufre por otras, obstrusivas al intercambio de sabores y ama a su vecina para la que tiene algún mensaje. Las células tienen emociones y sueños. Las emociones son sabores y los sueños, olores de sabor. Son extensiones de la mente prelógica. Y lo prebiótico para el pan da la masa.

A veces, al cagar (y perdón que mencione a la mierda), estoy en el más pleno y espiritual de mis ejercicios mentales. No sé si habrá tenido esa misma experiencia: Que un pedote le produzca un nirvana y una meada un chorro de inspiración para algunos de sus proyectos, sea de investigación o de arte, o combatir el colonialismo.

Imagínese entonces tantas ideas que acaso serían posibles en esta experiencia para usted, si fuese un sabio verdadero, por decir, tal fue Socrátes, Einstein, Hawkings, es decir, gentes entrenadas para teorizar y narrar sistemáticamente lo que observan. Nosotros, mi amigo y yo, somos exploradores noveleros, pero, al fin y a la postre, penetramos en el campo de batalla. Aquí es más útil Mao que Mahoma.

Afrontamos la tensión y los riesgos del peligro.

De mí sólo ldiré ésto: Sobreviví haciéndome bolas, no digo eclusivamenteen el escenario social, las contradiciones económicas y otros bochiches en la noche del No-Ser. Tuve la necesidad de nacer y el apetito me dio las mañas para encontrar una vulva mensajera. Nací más cabrón que bonito, pero, bendito sea. Estoy en el negocio de la enzima oxidasa A de monoamino que los holandeses llamam MAO-A y mahoma chupa. «Mamáos los unos a los otros. Chúpale, pichón».

Cuando el sabio dice que hay moléculas mensajeras, así como hay palomas mensajeras, yo digo que hay vulvas mensajeras. Que hay radares de factura neurológica y hay ángeles con mensajes eróticos, ¿por qué no? Hay, por igual, mensajes no biológicos para el corazón. Las divinidades son mensajeras del Bien o del Mal. No hay mensajes sin emisor. El mismo caos es un mensaje de sabor y olor.

08-03-1984

*

Sancayo, el creyente no creyente

There are in nature neither rewards nor punishments, there are consequences:
Robert G. Ingersoll (1833-1899)
Sancayo Pérez es creyente del dualismo. A veces se consuela con un dios. Otras acude a muchos por causa del desconsuelo. Dice que el bien y el mal son relativos. Está convencidísimo de que la lucha del bien y el mal son embelecos morales y de que el alma y la materia no tienen autores. Son objetos infinitos. Por aquello de que existo y ergo sum, coincide con Darwin. El mundo es sólo la evolución de la materia.

Está cansado de que el alma no cambie. Su abuelo Ergo Sum le dijo que el Alma existe, cautiva en la materia y sufriente. Y en ésto, Sancayito es que desespera porque el sufrimiento no le parece una ilusión y lo es. Algo le dice que el Alma no pertenece al mundo material. Claro, es un dualista radical. Y, sin embargo, no quiere que el mundo exista. El ha pensado hasta en la moralidad del suicidio.

¡Pobre Sancayito! No debió irse a las Himalayas a estudiar en aquella escuela no teísta de los filosofastros pre-brahamánicos. Ahora se siente un mono, esperando que la materia se procese, a paso de tortuga, con la evolución, la disolución y la inactividad. Sí. Como todo pedante, como su abuelo Ergo Sum, él adjudica a la materia la producción de intelecto, individualidad, sentidos, carácter moral, la voluntad y hasta transmigración. Es, al fin y al cabo, un ser viviente. Un espejo, con su elemento vitalizador, y por más que le dicen que es una entidad infinita y sin pasión, distinta a cualquier otra y que antes de la muerte, puede liberarse, anirvanarse, él sufre.

Antes de suicidarse, Sancayito imploró a tantos miles de dioses por algún tipo de salvación. El, quien no fue teísta, pidió cacao de los dioses populares. Lo que pidió fue tan modesto, «que si hay vida después de la muerte, se le exima de la amenaza de algún renacimiento».

El es moral, en la medida que puede, pero en las Himalayas, con el consejo de los sabios que eternizaron los principios del Purusha y la Prakriti, lo convencieron de que aún haciendo buenas obras sólo se genera un orden inferior de felicidad. No hay sacrificio eficaz. Ni hay ética ni ceremonias que salven en rigor, transformándolo en infinito feliz y ésto es lo que lo convenció de que mejor es colgarse de un árbol de mangó con la soga al cuello, misma que su abuelito, el octogenario Ergo Sum Pérez utiliza para atar los cabros en su finca del barrio Mirabales del Pepino.

08-12-2002

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La uranofobia

El tiene todo el derecho del mundo a vivir entre sus libros, escondido del sol y de los mares inmensos. Es su gusto y su derecho. Que se vaya al Jacaranda's, que se vaya al Normandie. Déjelo, déjelo bajo un techo, dentro de un agujero, como la rata que es... Que satisfaga su sed que no se apagará.

Lo que yo llamo uranofobia, desde la perspectiva de mi fantasía, es su horror a mirar la conducta de los sistemas caóticos, su frustración ante el empeño de otros por medir las condiciones iniciales del génesis y dar nombres a las sustancias... El trabajo con que Dios privilegió a Adam, quien vivía casi invisible, imaginándolo todo desde dentro, era URANIAR… salir a espacios libres para desoculttarse. Entrar y salir de las sustancias como su habitualidad.

¿Cómo puede el Dr. Sans-Culottides descubrir las relaciones existentes entre las magnitudes que intervienen en la divinidad de la sustancia si elude que Urano-Cronos lo muerda, se lo chingue, se lo atore? Esa experiencia vino en forma de mujer y de serpiente. Después hallaron que estaban desnudos y se avergonzaron.

El sacerdote de la Catedral del Zócalo también es uranófobo. El dice que el Nombre de Dios es indecible, que las cosas divinas son inescrutables... El está muy cómodo en la capilla. No tiene otro oficio que azotarse con las chamacas. Le echa ojitos a cada mujer que pasa por su lado, y reza su avemaría: «Pobres putitas, qué lástima me dan. Mover las nalgas para ganar el pan». El cura es peor que Cambujo: Se persigna ante dios con tapujo.

¿Por qué mirar hacia el cielo infinito de los quarks, por qué escaparse a los espacios siderales por la ore-rotunda de la boca del Tiempo? No lo desea. Urania es poca cosa, según él. Día tras día, la misa le espera. La cómoda teología de los cristianos demarca sus rutinas. Por el contrario, yo me dejo morder por Dios, pero le arrebato sus secretos como Metis. La Metis sabia y cósmica fue tragada. Fue engullida. Aún más, fue copera de los dioses. Bajó la cerviz y se dejó devorar y visitó los Tártaros y bajó a los infiernos.

En el Olimpo de los burócratas y crédulos de la Lógica de este tiempo, la sabiduría es un capricho, un esquema... Una uranofobia.

04-08-1984
*

El mal vecino

Ahora tenemos un problema adicional. El piensa que yo soy un vecino malo.

Mi vecino ya no me saluda ni en esas poquísimas ocasiones en que podemos coincidir en la llegada a casa. Será a eso de las 8:00 de la mañana... «Quiero dormir y no puedo», alegaría. Y, según él, la culpa la tiene la viejita de los tamales. No pasan diez minutos de que llegamos, cada uno a lo suyo después de los turnos nocturnos de nuestro trabajo y el deseo común de echarnos a la cama, cuando la viejita alborota el área. Ella vende tamales a domicilio. Golpea con un cucharón la verja de metal que separa nuestras casas y, cuando sobre el portal de mi entrada da los agudos golpecillos al hilo, la atmósfera se llena de tañidos que parecen los del campanario.

El tiene un perro bochichonso. Casi siempre lo tiene dentro de la casa; pero si su puerta se abre sale a ladrar desesperadamente por todo su patio. No tolera la presencia de nadie que no sea su dueño. El perro acostumbra saltar por una ventana porque ha convertido su afición, una vez la olfatea a distancia, ofrecer sus más fuertes ladridos a la anciana.

«Tamales, tamalitos!», es el pregón de ella, quien me dijo ha cumplido ya la edad de los 70 años. Ninguno de sus hijos, casados, con hogar propio, da por ella un cinco. Ni le ayudan con la renta ni sus medicamentos. Ni con sus alimentos ni con sus vestidos raídos. Vive sola y morirá sola, según dijo.

Si ella no se levantara, desde las 5:00 de la madrugada, a preparar tamales, cocerlos, envolverlos en las hojas de mazorca, y salir a venderlos, empujando un carrito de carga, con sus calderos de tamales hervidos, no podría sustentarse. «De ésto como, pago los servicios de luz y agua. No tengo sábado ni domingo. Hay que trabajar, día a día, sin descanso. Trabajar a morir».

Le compro cinco o seis tamales. Que regalo. No los pruebo; pero nunca falta a quien de veras le gusten y los doy. Total: Viene cada tercer día y hasta me los deja fiados, por una endija del enrejado del balcón. Sabe que duermo de día y que trabajo de noche.

En la misma situación está el vecino. Su mujer, antes de que se separaran, por discusiones diarias y celos, compraba sus tamales por docenas. Daría detalles de cómo ella habituó a la tamalera a que visite su casa y la tenga en su lista de clientela. No viene al caso que diga cómo es la mujer que abandonara a mi vecino. «Buena para nada», incapaz de prepararle a su marido como mínimo dos huevos fritos para que se le una directamente al desayuno. La señora tenía buen apetito por otro tipo de huevos y, al parecer, en la noche, a mi vecino lo hizo cornudo.

El pregón de los tamales se hizo realmente insoportable desde que la vecina se fue y le han puesto casa, después del abandono y unos golpes del legítimo marido. Ahora comprendo las visitas policíacas que se sucedieron varias veces. El cornudo es golpeador y tiene en mente, para tranquilidad de su alma y acabar cierto martirio, echar de nuestros predios a la tamalera que golpea en la verja y rejas de mi balcón. Para evitarlo, pidiendo mi colaboración de buen vecino, el fulano me ha pedido que firme una queja, orden de restricción, a su presencia. «Porque no nos deja dormir esa maldita vieja».

Yo me negué, pese a que le dije que sí lo comprendo. «Hable con ella», fue a lo que insté. «Ella entenderá que usted duerme de día. Ni tiene que pegarle ni tiene que acusarla, porque, sabe usted, es extranjera, su paisana, y teme que la deporten, si la hallan vendiendo tamales sin un permiso de Salud Pública».

El no quiso oír razones. De hecho, está feliz con la posibilidad de que puedan deportarla. Que ella pase hambre, se vea sola, heroicamente sin descanso, no es asunto de él. Sus diez o más horas de sueño son más importantes.

Me ha mirado con rabia. Sólo me dijo: «Usted es un malvecino. Espero que no me dirija la palabra ni aunque viese que mi casa, o la suya, se está quemando»

04-03-2006

Indice / Microrrelatos esotéricos

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