Un día lo vio. El engreído, parejero, pasó ante su balcón del segundo piso. Y quien lo mira, lo tuvo en la garganta; no lo pasa. Por eso, el escupidor juntó fuerzas y tosidos al verlo que avanzaba y, no bien caminó sobre la acera, a sus bajos, con el recaudo de un gargajo espeso, calculado por el odio que le tenía desde chico, lo bautizó desde lo alto y se escondió.
El escupido bañó la frente a la víctima. Se escurrió a las narices, le mojó los bigotes y la comisura del labio. «Relámete, abusador». Y, al visualizar el balcón por el que pudo echarse tal húmedo disparo, la víctima dijo: «Esto no se queda así, carajo». A él que de ajeno viste, no se le quitarán sabores de venganza; a él nadie le desviste de la fama que ha creado. El no se cura con malva. El va y despoja. El no es un perro flaco. El no se viste de pulgas. Es un engreído de los buenos. Fornido, abusón, burlador que se mofa del débil y el pendejo.
Buscó la escalera que lleva a ese segundo piso. Alguien tendrá que dar sus cuentas y corre y sube, porque en caliente tomará venganza. Quien lo escupió está lleno de nervios, aunque, en su corazón se festeja. Diez veces vengadas están las humillaciones que han recibido él y quienes ama. ¿Quién lo iba a decir? ¡Que él, desde un balconcillo, se vengara con un escupitajo, con artera puntería! Alcanza un hueso de perro gordo, aunque él sea un perro flaco y realengo. Está feliz; pero, no es tarde cuando sospecha que el engreído subirá, calculando espacios y balcones y es capaz de tirar su puerta, si él no abriera. Vendrá a cerciorarse de la existencia del agresor cobarde que se esconde tras la puerta ... Es mejor no estar, no oir, no darse por culpable y que lo delaten los nervios... Fue por lo que corrió hasta el extremo del pasillo fuera del apartamento, se escondió con presteza y vio que su vecino, policía de oficio, sin verlo a él, entraba por una puerta aledaña, exactamente al lado de la suya, desde el otro extremo. Buena coartada ya tuvo.
El agargajado, al verlo, le hizo señales, dio gritos. Acertó a verlo salir, cerrando la puerta con la llave y pensó que fingía entrar después de haberlo escupido. Seguro que piensa que escapará de él. «¿A dónde cree que va, hijodeputa?» El policía está en ropa de civil; pero armado y, en el bolsillo de su saco, tiene unas esposas y su carnet de agente del orden público.
No se dieron explicaciones. Se enfrascaron en una riña a puños delante de la puerta del vecino. El policía interpretó que vino en son de robo. «Gente es que viste lo que en la calle roba»; dijo, pero, allí... en el piso, el policía está identificándolo. El escupidor se adelanta, camina cautelosa y lentamente. Fingirá que llega al auxilio. Tiembla con una culpa en vilo. «Házme de testigo», dijo el policía a su vecino. Lo tiene bocabajo, aturdido sobre el piso, sus manos esposadas y brazos angulados a la espalda contra la rabadilla. Con gesto victorioso, el guardia puso uno de sus pies encima de una de las orejas del engreído agargajado. El zapato policíaco lo fija con la mejilla al cemento de largo pasillo de apartamento en el segundo piso.
«Se habría metido en tu apartamento y el mío, si no lo detengo», lo anunció. «De este ladrón, también reportaré que me ha agredido», y sacó el celular para llamar por más apoyo de una patrulla policíaca.
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Declaración de guerra
Ninguna sino ella, la más admirada, es quien me transmite este sentimiento de exclusión, de rechazo casi homofóbico, injustificado y que no entiendo. O lo entiendo y no lo quiero admitir. Ella tira las puertas del llamado al amor y la amistad de un violento portazo. Me ha roto las narices este el primer Día de San Valentino en que la traté como una persona, no como una imagen. Quise decirle que su amor por la poesía y las artes nos une más que lo que ella imagina; pero que la poesía no es permiso de alguno para vaciar sin control, o pretensiosidades, las emociones humanas. No es expresión de personalidad, sino escape meditado en torno a ella. Intentaría, si ella lo quisiera como sugerencia, que no renunciara a ser una dama, ni la persona que inspira mi atracción. Discutiríamos si son la literatura, artes, estética e ideologías, meros catalizadores impersonales de nuestras experiencias, o qué le hace pensar contrariamente.
«Poesía eres tú», oigo que le dice a su amante. «Somos las artes», dice cuando opino que estos objetos de interés no deben destituir a la persona, siendo lo que son: Meros objetos correlativos, imágenes, sublimes o mentales idolatrías. Se vale separar el lenguaje emotivo de tanta mitología acumulada en torno al Yo de una crítica práctica y más precisa, la que ejercitamos como estudiosos de las humanidades.
No le gustó mi comentario. Tampoco me gustó el suyo, que fue «Yo soy la poesía, no escapo a las emociones. Tú sí eres I. A. Richards, William Empson y una corte inglesa puritana que piden referencias científicas para el discurso de mi personalidad y mis emociones».
Me jaló por un brazo y me llevó a su recámara, casi a empellones.
«¿Qué yo debo ser una dama para el primer patán que aproveche el Día de San Valentino para proponerme un acostón y después al carajo?» y me lo puso radicalmente, en estos términos: «Te conozco, mosco, y esta mosca no brinca a tu pastel ni sube a tu petate». El día de Día de San Valentíno / día de la amistad y el amor / me declaró la guerra.
Me señaló el centro de la cama donde estaba la otra. Su Amada, Su Dama. Y yo venía sobrando. El centro de su placer era aquella mujer de la China, sumisa y lujuriosa como gata en celo. Habló, cuán sinóptica, pero rotundamente pudo, sobre la subjetividad negada por la narrativa rerprimida que ella combate para socavar al Sujeto Imperialista que yo represento y hasta citó a Linda Hutcheon y Edward Said cuando describe cómo se redimirán los sujetos coloniales del yugo y las formas ideológicas occidentales.
Que yo supiera que ella era lesbiana, amante de la asiática gatuna y aprovechara este día de San Valentino para pedir que cenara conmigo, lo convirtió en el símbolo de una metafísica occidental, mitológica y culturalmente blanca, controladora y centralizadora, que no solamente destruye su propio Logos y mythos, sino que impone su Razón a otros, en nombre de la Impersonalidad y el Objetivismo, «pero yo soy Emoción / Personalidad / Poesía, y al carajo tu T. S. Eliot», dijo.
18-09-1990
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Los cuatro amigos del Bobo
El medita sobre el día en que dejó sus ataduras. Se distanció de amigos que no permitían que creciera su sonrisa. El asma de sus pulmones y la macilentitud de espíritu se las llevó a la escuela por años hasta que una maestra, quien le observó, sin lástima, preguntó: «¿Qué puedo hacer por tí para despabilarte ? Te queda un año en la preparatoria y saldrás tan pasivo y débil como entraste. Eres inteligente. ¿por qué pues defensivo y opaco?»
Nada de lo descrito fue para sentirse orgulloso. La Diabla, como decían a tal maestra, lo confronta. Quería verlo adolorido, expuesta ante sí su baja estima y por eso puso sus dedos en las llagas.
«Si usted es la mujer de Satán, pídale que me ofrezca el poder de ser malo y de tener amigos que me obedezan y respeten como soy». Mucha de su modorra y opacidad humana, de cierto que a él le venía de no tener amigos. «Obediencia quizás la tengas de unos pocos, pero respeto de nadie... ¿Qué tipo de amigos son los que quieres tú, siendo que ni tus gustos sabemos? Aseguro que no entiendes exactamente lo que pides. ¿Por qué se ha de obedecer a un tonto?» Tuvo que admitir que por irresoluto, no ha meditado lo que pide. No supo en qué consiste soñar. En efecto, la maestra propuso: «Haré que te conozcan cuatro amigos. Son los que más abundan y los más tentadores. Vas a aprender de ellos, o alejarlos de tí para siempre. Son mis cuatro amigos diablos, los que me ayudan a educar a los niños que no crecen ni superan sus miedos».
El primer amigo que con el Bobo hizo migas era más o menos como él, sólo que ansioso, obsesivo, y a veces ante la proximidad de estallidos de coraje o desazón, se inventaba el escape. Se ponía divertido, más que cariñoso, seductor y cachondo. Entonces, la brillaban los ojos y parecía una gata de lujo, mimadora y mimada por todos. Descubrió que, a veces en sus lujurias repentinas, se amaba más a sí mismo que a otros. El Bobo aprendió a amarse, aunque Narciso no lo amó suficiente. Lo dejaba aburrido y andar junto a él era como sentirse un fantasma.
Por Narciso conoció a quien no tiene fe, pero tampoco miedo. Uno que las cantaba claras, porque era apasionado. Todo lo quería de inmediato. Su lema fue: «Es hoy. Ahora o nunca», y siempre en el hoy de su cama tenía sexo, no besos ni arrumacos como Narciso. Su segundo, Juan, olía a mujer, a semen, a instinto, a urgencia vitales de la carne. Así fue también el tercero de los inseparables amigos del Bobo, a quien se fue retirando ese nombre, porque de bobo nada tendrá quien anda con Juan y Narciso y el hedónico Sancho el Gordo, que siempre provee vino y cervezas a barriles. Y en escuela, a la sorda, vende toques de mota y tachas. «El te consigue de todo».
Y El Bobo contaba los días para que acabe el curso. No lo dejan en paz los tres amigos. Siempre hay una nenorra que ofrecía bretes y el Bobo ya no era flaquito ni penoso; comenzó a echar barba y hablar con la certeza, jariosa y caprichosa, de los hombrecitos. La mala palabra, el maldecir y olvidar, lo aprendió con el cuarto demonio. Este se grabó en el brazo el tatuaje «Futilidad: Cabrón, si te ví, no te conozco». Para el Bobo fue fácil separarlo de su vida. El fue el pesimista del grupo. El aguafiestas. El que siembra duda y desasosiegos. El Futi fue más egoísta que Juan y Narciso juntos.
Y llegó el día. Fin de clases. Nadie se acuerda de que su apodo fue El Bobo en la Preparatoria. Se graduó como el «amigo de La Diabla», término que tenía más de distinción que de menosprecio. Y él fue elegido victorioso. Rompió las ataduras de su inicial insignificancia y vivirá en libertad. Lo aseguran. Ahora ya nadie elige por él sus amigos. Ahora el mejor amigo de sí mismo es él y sabe que los diablos son vencidos por los diablos mismos.
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La cicatriz
Como una mancha que no saldrá jamás de la trinchera es la cicatriz que él tiene en la cara. Es que su rostro y su cuerpo, hoy adolescente, es muy hermoso. Y de niño, el Otro lo envidiaba. Buscaba, con el menor pretexto de un juego infantil, tocarlo. Le gustaban las nalgas de él, pellizcarlas, amasarlas, deslizar sus dedos bajo su camiseta o su pantalón, para alcanzar la tersa piel de aquel muchachito de su envidia.
En el vecindario, por su orfandad, él era el más querido. La vieja, amable y quejosa que lo cuidaba en medio de las pobrezas de su comunidad, tuvo que cederlo a los juegos infantiles, compartirlo con todos los vecinos como si su belleza fuese para orgullo y alegría del colectivo. Es que lo buscaban, prometían protegerlo, darle cariñosa compañía, para que no esté solo y le compraban dulces. El recibía agradecido lo que obsequiaba cualquier familia pobre cuando accedía ir a sus casas. Por esplendor se tuvo su presencia y no dolía a ninguno servir para él un plato de alimento, como pago a la percepción de la dulzura con que él sonreía, el brillo lleno de simpatía de sus miradas, su voz agolpada de calidez y picardía porque sí mezclaba su energía con el alma risueña que tenía adentro. El era belleza y gratitud por todos lados y, siendo apenas pubertario, juguetón, ágil, cariñoso. Lo llamaban Jesús, aunque su nombre era Pedro.
Para dañarlo, el Otro, uno que jugaba rudamente y se pretendía líder de la palomilla, urgió sus malos deseos. Al pensar en él, ese Jesús hermoso, se excitaba y pensaba que podría ser el macho que lo inicie y seducirlo en la charca, donde a veces se bañaban colectivamente, todos desnudos, pero, con excepción suya. El Otro, mayorcillo y malicioso, no tenía inocencia y su pene era enorme, razón para que no se desnudara con chicuelos y temiera el rechazo.
Como una mancha que no aceptará como lo inevitable es la cicatriz que él tiene en la cara. El Otro lo empujó sobre un asador durante el picnic. Y se quemó una mano, detrás del codo, una porción de su rostro. Alguien, hipócrita y malsano, no quiso que él fue primoroso y, creyéndose solo y oportuno, le atajó con su pie el paso y le sacudió de un empujón. Sabía que iría directo sobre la plancha ardiente; le quemaría las manos. Pero calculó mal. Sólo una mano y el codo pasaron por el fuego. El daño fue en el rosto, en la mejilla que le besara algunas veces, porque Jesús admite amor y en su alegría no había fermento de malicia todavía.
Gritó, como se espera. El Otro dio voces, pidió ayuda. Explicó: «¡Fue un accidente!» Y Jesús no entendía que el Otro fue culpable; asentía desde sus quejidos. «¡Me resbalé, me resbalé!» Era su esencia; pero, creció sin saber que estuvo equivocado. La mancha creció con él y, por excepción, una que otra vez se le vería tocarse el rostro y sentirse lloroso y triste. La cicatriz existe.
El Otro, sin embargo, ya no se atrevió, ni viéndolo ultrajado por su mal oculto, pedir lo que antes deseara para imponerse por fin y sentir que era amado. «Dáme el culo. No se lo diré a nadie, Jesús».
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El amigo
Estás desorientado. Nadie te entiende como yo. Vives en una sociedad de nativos. No hay nadie interesante con quienes puedas conversar. Yo te comprendo.
Tengo muchos consejos para espabilarte. Te enseñaría, en primer lugar, sobre tus prerrogativas ante las maneras tradicionales y modernas de cultura. ¿Te sirve el náhuatl para algo? Ya se averguenzan de éso hasta los mismos indios. No. Debes irte a Europa; allá te apreciarán... Aquí no. Seguro.
La criada es una putarraca imbécil. ¿Ella te baña? Cuéntame. ¿Te toca la polla? Díme. Ella sí que es una india. Te diero adorar porque, ¿quién civiliza si no el blanco, al que hoy llaman gachupín con desprecio?
«Mentira, mentira».
¡Ay, llamarás a tu mamita como el faldero mariconcito, ay! Fue una simple pregunta y una más simple observación. ¿Te digo cuál es tu problema? Cualquier sanchopanza te manipula. Se aprovecha de tí. ¡Qué lastima, qué injusticia!
Escucha. Dáme la cara, maricón. No te tapes el rostro para dirigirte a mí o si te estoy hablando… ¿Por qué te enojas conmigo? Somos amigos. Conversar es el comienzo de la amistad. Dos veces lo hemos hecho, ¿recuerdas? Dos veces y ahora es una tercera vez que conversamos. Hemos conversado. ¿Lo sabías?… Vamos a ser amigos. No lo somos ya porque eres muy altanero. Te escondes. Eres agresivo, te ocultas el rostro. Sinceramente me simpatizas por una razón únicamente. Una. Una. ¿Quieres saberla?
«¿Porque soy un nahualtin?»
¿Nahualtin? Olvídate. Apártate de esos cuentos de criadas de culo moreno, indias apestosas y superticiosas! Eso no es nada. Eres algo mucho mejor que todas ellas y sus nahualtines. Eres un jovencito muy guapo; ¿te has mirado en el espejo?
«Nunca, cruz cruz cruz».
¿Le tienes miedo a los espejos? ¿Mientes? Es tu error. Estás majo, mira qué pinta, lotario. Si lo hicieras, en vez de negar tu color y quererte indio, te darías cuenta que hay una chicuela que viene a verte porque le gustas. Ella es otra tarada, otra putarraca. Ella me lo dijo. Tú le gustas mucho. No por indio, por blanco, por tu pajarito rosado.
«¿Qué me importa?»
Sí, importa. Te la puedes comer, gozártela. Se ha desarmado para tí. Simplificó tu dominio sobre ella. Puedes gozártela. ¿Sabes cómo hacerlo? Atiende, mírame... besa su boca, sus tetas, su ombligo... ¡Abrela, levántele el vestido! Dedéala, sin dejar de besar fuerte en los senos y en la boca…
«No, no».
Mira, maricón. No tengas miedo. Son las delicias de la carnalidad... Hay gente muy afortunada: tú eres uno de ellas. Tienes la belleza de un efebo griego.
«Soy ugly ugly ugly».
¿Quién te dijo? Estás acomplejadísimo, qué atropello. Y me gustas mucho, chiquillo. ¿O qué, prefieres acaso los varoncitos? Ya me dijeron ya me dijeron… Lástima, jilipolla... También yo, de vez en cuando, me comería un culito virgen de muchachito... ¡Uno tierno como el tuyo! Así de fácil...
8-12-1981
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Los vecinos de enfrente
Doña Segunda, con ese hábito color marrana, es la madre de Javier, Lucy y El Atómico. Desde que enviudó Doña Segunda va a tres misas diarias que se ofician en la Iglesia de San Sebastián del Pepino. ¡Quien sabe cómo sobrevive esa anciana, si nadie la ayuda! Y ella cree que es vano vivir en un mundo de ilusiones. La única vía para sobrevivir es la humildad y la culpa. Dios no da otro acceso a vías cortas para que sigan endurecidos los corazones petulantes, incluyendo de sus hijos, con soñarreras en torno a una vida sensacional. Puro hedonismo, disfrazado de aspiraciones y desarrollos personales.
Es el error de sus hijos, que no rezan y quieren el poder absoluto de hacer todo... Javier, el más inteligente, es uno que habla sobre las Potencialidades Síquicas, fuerzas / o energías secretas que asustan a muerte a profesores, sacerdotes y políticos del mundo, porque son realidades desafiantes que cambiarían el sentido general de las cosas, el modo en que funcionan los sistemas... Lucy es más humilde, ignorante, tartamuda también el alma y, como su madre, Doña Segunda quiere que vaya más a la Iglesia, porque Lucy no encuentra marido y anda más caliente que una puta... Y Dios no se lo provee porque mira a jovencitos, cuando ella treintea. Lucy es inmadura y chismosa. No se ubica. «¡Dios, te perdone, hija mía!», reza doña segunda, vieja llorona. con ojitos azulinos y gastados, y la cara pecosa y colorado que tienen todos ellos, vieja cepa católico-española.
El Atómico, ya su nombre lo dice, es otro tartamudo, hereje, renegado, maldiciente, alcohólico... Javier y él se pelean a puños delante de la casa. Alborotan el tranquilo vecindario. Garatas por discutir detalles del misterio que se asocia a la prosperidad y la abundancia. ¿Quién llegará al secreto que las entrega: Javier o él? Uno con la sed, a la sorda, de un Conocimiento o Algún Esoterismo, o El Atómico, paladeando alcoholes y metiéndose tecata, a fin de quedar iluminado...
Lucy ha oído a Javier cuando habla sobre leyes universales y cósmicas. Leyes que crean la Conciencia y, más aún, que cambian vidas. Quiere aprender y es tan pendeja.... unos más que otros viven en la miseria, la rutina de un pueblo donde no hay milagros ni riqueza ni felicidad. Ni amor ni desafíos. Lucy quiere un hombre. «Búscame uno», ha llegado a decirle, «Yo no me atrevo a invocar el Diablo». Un macho idóneo que no la abandone.
Ella sueña con orgasmos que su mano pecadora no se provoque en la noche. Y Doña Segunda no comprende que ya se fue la juventud. Que ella treintea y sigue vírgen, únicamente seducida por su propio dedeo. Y Javier no dice mucho: El no es paciente; no sabría cómo hablar a perdedores, como El Atómico y ella.
Así es la casa vecina, casi de frente a la que vivo, así son ellos. De eso me hablan cuando salgo a mi balcón y los saludo. Cada uno entretenido con su propio cuento.
*
El profesor
Juan Berga, doctor en mieles y delicias, no cree en el pecado original o, si cree, la djudica como su causalidad temible a la esterilidad. Como gallito inglés, se aterroriza con la posibilidad de la impotencia. Su leyenda será el mérito de su mosquete. Sin sexualidad, según, él no hay belleza ni sentido en la vida. Sin parecerse a Greta Garbo, una mujer está condenada estéticamente. Si no chupa la verga a su padre, la mujer no estará ungida por el rey Ciniras o los sabios de Oriente.
Y dice que Démeter será como un buitre si no pasa las nalgas, o le presta a su hermana. Si te huelen las axilas, mejor cágate. Ese mundo es muy externo y determinista. Es el mundo de los gallos ingleses. Por eso Lord Byron es su héroe. Se perfuma hasta el culo. Anda muy catrín, en su creencia, porque por los calzoncillos de seda él paga hasta ochenta dólares.
Sin embargo, él mismo está vacío. No sabe comunicarse de otro modo que no sea en función de la cama. Por su egocentrismo y sexomanía, se desvinculó de la gente sencilla, moral y compasiva y, si da la cara por causa de alguno de esos apuros, lo hace entre las sombras... Cree que una casta iniciática de machistas paganos o de putas le develará lo sagrado. «La moral es ajena a lo sagrado», dice él, apropiándose la frase. Es una cita de Paz.
Supone él que hay un desafío out there, at the Academy, al decir: «Yo soy la ciencia, la prudencia, la lógica positiva». No. No hay mérito alguno en tal postura porque él no sabe ni de lo que discursa. De joder si sabe, aunque va ya de picada. Lo incómodo es decir: I am the crazy one... el enemigo de todos los sistemas aceptados de conocimiento verificable. Los irracionalistas y los ruleteros de lengua verde, están en combate y si buen sexo se trata, asegurarse que tiene con qué y funciona.
El invoca y organiza calandracas. Vive en salones parisinos y cafés-chantants con estafadoras y viejas zuzurronas, puras comadres, que son las que le dieron su familla de Juan Mañara. Es también un lounge lizard aferrado a la belle époque de un París del Novecientos que ya no existe. Cuando regresa a México se comporta como el gallito inglés. ¿Ha reparado en su acento de Cambridge? En México es un gallito criollo pero Del Mónico's, o Jacaranda's o del Ambassador's. Los perros son más honestos. Se cogen en las calles. Estos gallitos implumes se esconden en las sombras. Y no saben de qué carne se hartan. Les pasan gatos por gallinas. Ahora le dan por echarse a las criaditas, pobres gatas indígenas, que una vez se las parcha o medio parcha, callan por la vergüenza y porque no le echen del servicio.
Del extranjero, Juan Bergas viene surtido de unas dosis de pergonal, 3 veces a la semana, cuatro meses del año. Tener esperma en las bolsas de las pelotas importa un carajo a quien lo ve. Ni ya a sus alumnas convocadas a sus calandracas, orgías atediantes, con quien se acompañan o creen en él porque reparte buenas calificaciones a quien le elogie una noche de romance, por así decirlo. No oír Juan ni a sus amigos y colegas, después de todo, será como desligarse de esos erotismos fragmentarios, yendo por uno más pleno, totalizador, órgano por órgano.
19-08-1980
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Filosofía de vida
«¡No me salude más!», le dijo un ladrón odioso, quien haría una semana, ahora la víctima lo sabe por su confesión, rompió una ventana y le robó cuanto pudo. Quien lo saluda estuvo fuera de la ciudad por unos días. La víctima es tan exitosa en todo lo que hace que el ladronazo lo envidia. Ha saludado a un ladrón y volvería a hacerlo. El no busca enemigos. Cosas así suceden inevitablemente.
El sonríe. Siempre camina sin delatar si sufre. El fue a enterrar a familiares, mas no deja en su corazón espacio para depresiones. El no da consejos que no le piden. Cuando hace sus muchos favores, guarda discresión absoluta y se agencia que no sepa su mano izquierda el bien que con la derecha hizo.
Como él no se lamenta, fecha más o fecha menos, ha caído herido, aunque ya está repuesto. Fue en uno de esos atentados que organizan los frustrados que lo alcanzó una bala. A la semana, otra vez está en la calle vivito y coleando . Otros no. El va a llevar un poco de consuelo, ya que vive y parece milagro. Lo han llamado a que rece. Parece un hombre con fe, bendito por Dios y por la suerte. Dijo que no es bueno para hacer oraciones ni aspavientos de palabras. Es práctico.
Sólo que ese amigo que fue herido, como él, y no se recupera, porque tiene hijos pequeños y su mujer no halla aún trabajo, cuando él ha perdido el suyo, más que oraciones, necesitará, semana a semana, alguna ayuda extra. Consaladores ya tiene a muchos; pero, ninguno se recuerda que su familia come y que a él, por lo que no le cicatrizan los balazos, es por el peso de las deudas, el estrés del hambre en la familia. Y entonces, viene y saluda dulcemente, deja sendas bolsas de alimentos del colmado, y pasa a verlo.
La mujer y los niños observaron que no menciona lo que trajo. El saluda, sonríe y le dice, cuando lo llevan al cuarto donde yace: «Paciencia, amigo, paciencia».
Contrario al amigo herido, él nunca se queja. No guarda resentimientos. Sabe que un día sigue al otro y cuando se tiene que morir, se muere, y mientras se siga vivo, hay esperanzas. Hay puertas siempre abiertas a lo mejor. No se explica cómo pudo decir ésto, con tan breves palabras y conmoverlos. A los diez minutos, terminó su visita. Se despidió como si fuera él tan obsequiado y no el convalesciente. Siempre tiene algo que hacer, sin egoísmo.
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Un americano sensible
El asesino, todavía en su cascarón social y tácito, alega memorias del Pasado Glorioso. Se cree un patriota sacrificado. A él hay que inventarle y protegerle un escudo de derechos... y él no ha dado una pinta de sangre ni para la Cruz Roja cuando se le muere un pariente. El es diabético, él es de sangre mala y hace muchos corajes ante la posibilidad de que cada bala que tenga se numere y se registre su nombre como dueño. El no quiere que nadie sepa lo que compra. El tiene fusiles. Metrallas. Armas de todos los calibres, aunque es cierto que al Estado de Alaska sólo va a matar osos polares. Colecciona pistolas para tener que hablar con los amigos y canta a la Old Glory del Sur profundo
Ahora dice que el Fiscal General de su nación decadente y el nuevo Jefe del Tribunal Supreno es anti-estadounidense. Nada tendrá de patriota quien escupe sobre la Segunda Enmienda de su Constitución y la llama anacrónica. Para sí, dice el gringo armado es que anhelan impuestos; herir directo en la cartera de los consumidores. Y como eso es lo que quieren, a un hombre como él, que no ha matado a nadie, lo demonizan. No lo mencionan por su nombre, pero juzgan que él es «a simple minded, violent, redneck», que echa bravatas con la pistola y la biblia en cada mano. El no es «a sensible American», sólo porque cree que su derecho es armarse, por si un día a los negros, Talibanes siquitrillados, junto a la Mafia mexicana, a iraquíes y asiáticos, se les sube el poder a la cabeza y se deciden matar la gente blanca.
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Historia de un odio
A child cannot be taught by anyone who despises him, and a child cannot afford to be fooled: James Baldwin (1924-1987)
La madre enfermó tan gravemente que Jacob Pérez Eram, el que se fue, regresó. Cuando murió su padre Isaac, ya se hallaba en el extranjero y, con mucho dolor, supo de su muerte y ya era tarde.
«Mencha, nuestro padre ha muerto». Era Esaú que le telefoneaba, quejándose porque, por mucho tiempo, él se había incomunicado y no dejó rastro para que Rebekah, su madre, le dijera sus penas.
«En primer lugar, si me has llamado Mencha, revisa con quién te comunicas. Ese no es mi nombre». Con razón no me hallaron, «número equivocado», contestó Jacob con petulancia y colgó su aricular.
El no quería pisar la tierra de su nacimiento porque allí estaría la fuente de sus malos recuerdos. Una adolescencia durante la cual Esaú, su hermano, lo devaluó como persona ante los ojos de su madre y proveyó las amarguras del rencor. Por más que luchaba contra este sentimiento, no podía. ¡Tantas quejas dio, desde pequeñito! que Jacob rompió por lo sano y abandonó a todos, padre, madre y hermanos, por no querer vivir bajo el mismo techo que Esaú ni con una madre, demasiado atareada, porque atendía a muchos hijos y quien le dijo «mejor házte el sordo y no me dés quejas»...
«No seas majadero. No le busques el lado. Házte el que no lo oyes», fue su consejo para Jacob. Y él era muy delicado, sensible como ninguno entre la prole de Isaac. Esaú lo acusaba de querer llamar la atención, con su conducta de quejica. Rebekah recuerda el parto y dijo que: «Ya venían agarrados, peleándose desde la matriz, porque Jacob retenía la salida de Esaú, agarrándolo del talón». Y el embarazo fue duro. Esaú venció. Nació primero.
«Mencha, ven acá», decía Esaú y nunca le daba el nombre por el que anhelaba ser conocido. Tenía los ojos acusadores, fuertes brazos, rasgos duros del que vendría a ser el más velludo de los hermanos. El se creyó tan varonil que delante de Jacob sacaba el miembro para masturbarse y conturbaba de este modo a Jacob, el quejica, lampiño, virginal, vergonzoso y esquivo como una nena mimada que siempre buscaría los faldachones de la madre.
«Mamá, Esaú se está haciendo una paja».
«Cállate», decía la mamá. Y, por su parte, en su amonestación, Esaú siempre tenía una sonrisa burlona y la amenaza de pegarle, porque Isaac lo bendecía, tolerándole, y la madre, creyéndole. Eran gemelos dispares. E Isaac, el padre, dijo: «¡Qué hermoso y fuerte es mi primogénito!»
«Te van a salir pelos en la palma de las manos», dijo Jacob, el inocente, a Esaú. Sabía que no lo envidiaba en nada, ni aún en su virilidad, con la que se urdía para inferiorizar a los menores y a él, con desfachatez.
«No seas pendejo, maricón».
«Mamá, Esaú me dijo maricón».
Se fue del Pueblo / después al extranjero / porque el perdón no sabía cómo darlo, sin que la perpetuidad de los malos nombres / aquellas ofensas / fuese como un eco. Y las orejas, la memoria, el corazón, todo el ser de Jacob Pérez Eram, abanicaban los vituperios para que llegaran frescos, como recién salidos de la boca de Esaú, y a través de puerta ancha se alojaran en él. Sin embargo, ¿a quién se acusaría de ser el perjuro y el blasfemo?
Compraba el boleto de su avión, rumbo al Pueblo Natal, cuando la tentación de quedarse vino con su ropaje de odio. En fila ante la ventanilla, a su lado, estaba un hombre que era como él. Hasta su voz daba trasuntos de Esaú, alto y fornido como un edomita... El cliente vino a cambiar un boleto, a exigir una reducción en el precio, a decir a los empleados de la agencia lo que tienen que hacer, a imponer sus caprichos en horarios de vuelo, a quejarse de las largas esperas en los aeropuertos, a culpar de todo lo que ocurre en el mundo, a una simple vendedora ante sí. Y él, haciéndola menos, obviando las cortesías con que ella respondía al maltrato verbal.
«Revisé los avisos publicitarios. Las aerolíneas ofrecen el mismo destino que necesito a un precio 25% menor al que se alega aquí que ha de costarme... y yo voy por necesidad, no crea que es por gusto que voy a donde voy. Es que no tengo quien me ayude. No tengo ni para una sopita que caliente mi estómago; pero, no crea que yo tolero el robo», fue una de las cosas que dijo. A Jacob le fastidiaba oír su alegato, ofensivo hasta por el tono de la expresión.
«No es robo. Déjeme explicarle», casi lloraba la empleada.
«El cliente siempre tiene la razón», proseguía.
«Perdón que me meta. No explique nada... Este hombre no entiende», intervino Jacob. Miraba a la vendedora como si fuera a la madre, acosada por Esaú, perjurándole que no jura en vano, ni devalúa el nombre de Dios ni la personalidad calma de su hermano. Al fin, desea mirar de hito en hito al hostigador. «Usted no sabe pedir. Ni aún cuando alega que está jodido y hambriento».
Se miraron con odio mutuo. ¡Qué fácil se forman las antipatías, hasta cuando son otras gentes quienes meten sus narices en lo que no le importa!
«Y, ¿a usted quién le dio vela en este entierro? ¿Por qué se mete en una discusión a la que ninguno lo llamó? Deje que ella se defienda sola si es que tiene la razón».
«Pues, por lo menos, óigala».
Jacob prefirió el silencio otra vez. Su hogar está en luto y Esaú lo telefoné otra vez, la segunda vez desde que se fue. Mas esta vez anunció la muerte de Rebekah. «Mencha, nuestro madre ha muerto», dijo la voz. Seguía diciéndole el nombre que no le correspondía y, aunque sintió la bendición de su madre más cerca que la de Isaac, lo pensó varias veces para tomar la decisión de cumplir con su presencia en los funerales.
«Te estamos esperando, Mencha».
Mas Jacob le colgó. «Mencha» no es su nombre y, quien lo convoca a verse bajo el techo de la casa de su madre, es el mismo hermano prepotente que nunca le dio su lugar ni respetó su nombre. Con hábitos de devaluación y sorna lo trató desde su pubertad. Y prolongó la costumbre de tal modo que nació el odio que Jacob tiene por él. Jacob lo ha dejado en el limbo. Esaú no sabe si irá y seguirá pensando que Jacob es un hermano frío, distante, oveja que se descarrió para no volver al redil nunca más.
También Jacob se ha quedado a mitad de camino. Con zozobra y tristeza, no se atreve a imaginar cómo les ha ido a sus hermanos. A todos, en cierto modo, los ha castigado con esta distancia; pero, piensa que el primogénito dio la norma a todos, porque ninguno lo buscó. Ni preguntó por él. «El que se va lo pierde todo». Este todo incluye a su madre y ésto sí que no lo quiere. Ella es el único recuerdo que ha guardado, y lo hace arrepentirse de odiar, como ha odiado desde su corazón que nunca quiso ser execratorio.
«Y tan poco fue lo que yo quise de él: Que me llamara Jacob», piensa. Ha quedado con los ojos llorosos, según se mete en las memorias de la Casa de Isaac y medita que ya es viejo. Y viejo, por horas, es Esaú, aquel que no santificaba ningún nombre, ni el del Padre Enaltecido. Se cagaba en Dios y, en presencia de Jacob y su madre juraba en vano y, si lo hizo jurando en vano por El, ¿qué ha de esperar que haga con el suyo?
La chismosa / la mujer más puta y escandalosa del Pueblo / se llamaba Doña Carmencha, Mencha La Puta para hacerlo más breve y Esaú adoptó ese nombre para dárselo a Jacob cuando lo acusaba ante su madre por faltar al mandamiento que dice que sea nuestro único pensamiento la reverencia a lo escrito como señalamiento: «Santificado sea Tu Nombre».
«Si lo oigo, yo lo pilo verde», decía la madre.
«Mamá, volvió a cagarse en Dios y porque te lo digo, él me dice que soy Mencha».
Y el hipócrita lo desmentía. Y salían de la presencia de su madre, él riéndose, Jacob humillado y tomado por mentiroso y chismoso como Mencha. Entonces, a solas, Esaú volvía a desafiarlo, cagándose en el Sagrado, en la puta Virgen, en el Santo de José.
Claro que no esperaba que nadie lo esperara en el Aeropuerto. Eran más de cuarenta años de ausencia. Nadie lo reconocería. Se fue tan joven y le dejó el campo libre. «Abrete paso. Ya te solté el talón. Ya no te detendré, Esaú». Había perdido la inocencia en el proceso estúpido de culpa y resentimiento. Y se había declarado perdedor. «Madurar es menos doloroso y lo haré donde no me alcance ninguno de ellos».
He aquí que el varón con virginales oídos, quien sintió ultrajada su alma desde niño y aseguró, en su inocencia, que el Nombre de Dios es sagrado, se personó a la funeraria y a ninguno consoló porque ninguno sabía quién era él (así que fue tomado por extraño) y Jacob no sabía ni quien era Esaú entre ellos. Por más esfuerzo que hizo Jacob no reconoció a ninguno. No hubo tiempo de que se presentaran por sus nombres porque se dio por sentado que no llegaría. El tiempo se detuvo cincuenta años antes, o poco menos.
El mismo manejó hasta la funeraria. Supo que todos se habían marchado al camposanto. Y él quería entregar un ramo de flores; ¿habría llegado tarde para llorar un poco sobre su tumba? ¿Cómo luciría ella con más de ochenta años? Tenía sólo 40 cuando la dejó de ver...
Quien asegurara que sólo el Padre Enaltecido tiene la potestad y derecho a dar misión y con ello asignar un nuevo nombre, lloraba en medio del gentío, familiares y amistades vestidas de luto. No meditó sobre detalles, sólo quiso estar allí y gritar: «¡Mamá, cómo pude liar el odio a tí! ¡Perdóname!» Y su dolor y arrepentimiento, lo fue sacando del anonimato, porque fue el último en tomar un puñado de tierra y echarla a la fosa sobre el féretro. Caminó, pausadamente, y una niñita que parecía un ángel, dijo a uno de los hermanos, al que movía a Esaú sobre una silla de ruedas: «Papá, ese debe ser Jacob».
Allí, ante el desconocido, estaba una familia nueva, grande, golpeada por la vida, porque, sufrían pobreza, enfermedad, muchas pruebas; allí, cantidades de sobrinos, nueras, amistades que no lo reconocieron hasta que el ángel dijo: «¡Ese debe ser Jacob, el que se fue hace medio siglo!»
Y entonces lo vio. Esaú le pareció tan poca cosa. Encorvado, flaco como un fideíto, incapaz de pararse de su sillón de ruedas, baldado, sin dientes, temblorino. Es el más pobre de los Pérez Eram. Aún hoy, cuando todos los hermanos lo sacan de las cuatro paredes de su cobijo mugriento, el corazón se conmueve al ver cómo ha vivido aquel Esaú que manejó tanta soberbia, así como negocios, por la que vendió hasta su alma al precio de un plato de lentejas.
Duro y quebrantado estaría. Ahora lo llamaba. Contra todo escepticismo, Esaú, el de fuertes brazos, con las manos agitadas de temblorina, le gritó: «¡Jacob, hermano mío!» Necesitó casi cincuenta años para emitir ese nombre, Jacob, «ay, menchita. hermano mío; tanto puto tiempo que te he esperado, para que me bendigas». Pero Jacob también habría vivido su proceso. Se hallaba indigno, igualmente culpable, para hacer reclamos este díam por lo que se arrodilló. Temblaba como un cordero cuando se puso a la altura de su rostro y el sillón donde estaba postrado, el hermano discapacitado, y no pudo más: «¡Perdóname, Esaú!», le dijo. Le besaba las mejillas y la frente. No podía abrazarlo porque tenía ante sí ahora un cuerpo frágil, casi inexistente.
¿Cómo considerarlo su rival y escarnecedor?
Y como el perdón era sincero, por primera vez, Jacob se sintió hombre nuevo, transparente, sin odio, y seguro que Rebekah, desde la tumba, lo bendijo con la primogenitura de su amor.
*
El saca-manteca
«Mencha, nuestro padre ha muerto». Era Esaú que le telefoneaba, quejándose porque, por mucho tiempo, él se había incomunicado y no dejó rastro para que Rebekah, su madre, le dijera sus penas.
«En primer lugar, si me has llamado Mencha, revisa con quién te comunicas. Ese no es mi nombre». Con razón no me hallaron, «número equivocado», contestó Jacob con petulancia y colgó su aricular.
El no quería pisar la tierra de su nacimiento porque allí estaría la fuente de sus malos recuerdos. Una adolescencia durante la cual Esaú, su hermano, lo devaluó como persona ante los ojos de su madre y proveyó las amarguras del rencor. Por más que luchaba contra este sentimiento, no podía. ¡Tantas quejas dio, desde pequeñito! que Jacob rompió por lo sano y abandonó a todos, padre, madre y hermanos, por no querer vivir bajo el mismo techo que Esaú ni con una madre, demasiado atareada, porque atendía a muchos hijos y quien le dijo «mejor házte el sordo y no me dés quejas»...
«No seas majadero. No le busques el lado. Házte el que no lo oyes», fue su consejo para Jacob. Y él era muy delicado, sensible como ninguno entre la prole de Isaac. Esaú lo acusaba de querer llamar la atención, con su conducta de quejica. Rebekah recuerda el parto y dijo que: «Ya venían agarrados, peleándose desde la matriz, porque Jacob retenía la salida de Esaú, agarrándolo del talón». Y el embarazo fue duro. Esaú venció. Nació primero.
«Mencha, ven acá», decía Esaú y nunca le daba el nombre por el que anhelaba ser conocido. Tenía los ojos acusadores, fuertes brazos, rasgos duros del que vendría a ser el más velludo de los hermanos. El se creyó tan varonil que delante de Jacob sacaba el miembro para masturbarse y conturbaba de este modo a Jacob, el quejica, lampiño, virginal, vergonzoso y esquivo como una nena mimada que siempre buscaría los faldachones de la madre.
«Mamá, Esaú se está haciendo una paja».
«Cállate», decía la mamá. Y, por su parte, en su amonestación, Esaú siempre tenía una sonrisa burlona y la amenaza de pegarle, porque Isaac lo bendecía, tolerándole, y la madre, creyéndole. Eran gemelos dispares. E Isaac, el padre, dijo: «¡Qué hermoso y fuerte es mi primogénito!»
«Te van a salir pelos en la palma de las manos», dijo Jacob, el inocente, a Esaú. Sabía que no lo envidiaba en nada, ni aún en su virilidad, con la que se urdía para inferiorizar a los menores y a él, con desfachatez.
«No seas pendejo, maricón».
«Mamá, Esaú me dijo maricón».
Se fue del Pueblo / después al extranjero / porque el perdón no sabía cómo darlo, sin que la perpetuidad de los malos nombres / aquellas ofensas / fuese como un eco. Y las orejas, la memoria, el corazón, todo el ser de Jacob Pérez Eram, abanicaban los vituperios para que llegaran frescos, como recién salidos de la boca de Esaú, y a través de puerta ancha se alojaran en él. Sin embargo, ¿a quién se acusaría de ser el perjuro y el blasfemo?
Compraba el boleto de su avión, rumbo al Pueblo Natal, cuando la tentación de quedarse vino con su ropaje de odio. En fila ante la ventanilla, a su lado, estaba un hombre que era como él. Hasta su voz daba trasuntos de Esaú, alto y fornido como un edomita... El cliente vino a cambiar un boleto, a exigir una reducción en el precio, a decir a los empleados de la agencia lo que tienen que hacer, a imponer sus caprichos en horarios de vuelo, a quejarse de las largas esperas en los aeropuertos, a culpar de todo lo que ocurre en el mundo, a una simple vendedora ante sí. Y él, haciéndola menos, obviando las cortesías con que ella respondía al maltrato verbal.
«Revisé los avisos publicitarios. Las aerolíneas ofrecen el mismo destino que necesito a un precio 25% menor al que se alega aquí que ha de costarme... y yo voy por necesidad, no crea que es por gusto que voy a donde voy. Es que no tengo quien me ayude. No tengo ni para una sopita que caliente mi estómago; pero, no crea que yo tolero el robo», fue una de las cosas que dijo. A Jacob le fastidiaba oír su alegato, ofensivo hasta por el tono de la expresión.
«No es robo. Déjeme explicarle», casi lloraba la empleada.
«El cliente siempre tiene la razón», proseguía.
«Perdón que me meta. No explique nada... Este hombre no entiende», intervino Jacob. Miraba a la vendedora como si fuera a la madre, acosada por Esaú, perjurándole que no jura en vano, ni devalúa el nombre de Dios ni la personalidad calma de su hermano. Al fin, desea mirar de hito en hito al hostigador. «Usted no sabe pedir. Ni aún cuando alega que está jodido y hambriento».
Se miraron con odio mutuo. ¡Qué fácil se forman las antipatías, hasta cuando son otras gentes quienes meten sus narices en lo que no le importa!
«Y, ¿a usted quién le dio vela en este entierro? ¿Por qué se mete en una discusión a la que ninguno lo llamó? Deje que ella se defienda sola si es que tiene la razón».
«Pues, por lo menos, óigala».
Jacob prefirió el silencio otra vez. Su hogar está en luto y Esaú lo telefoné otra vez, la segunda vez desde que se fue. Mas esta vez anunció la muerte de Rebekah. «Mencha, nuestro madre ha muerto», dijo la voz. Seguía diciéndole el nombre que no le correspondía y, aunque sintió la bendición de su madre más cerca que la de Isaac, lo pensó varias veces para tomar la decisión de cumplir con su presencia en los funerales.
«Te estamos esperando, Mencha».
Mas Jacob le colgó. «Mencha» no es su nombre y, quien lo convoca a verse bajo el techo de la casa de su madre, es el mismo hermano prepotente que nunca le dio su lugar ni respetó su nombre. Con hábitos de devaluación y sorna lo trató desde su pubertad. Y prolongó la costumbre de tal modo que nació el odio que Jacob tiene por él. Jacob lo ha dejado en el limbo. Esaú no sabe si irá y seguirá pensando que Jacob es un hermano frío, distante, oveja que se descarrió para no volver al redil nunca más.
También Jacob se ha quedado a mitad de camino. Con zozobra y tristeza, no se atreve a imaginar cómo les ha ido a sus hermanos. A todos, en cierto modo, los ha castigado con esta distancia; pero, piensa que el primogénito dio la norma a todos, porque ninguno lo buscó. Ni preguntó por él. «El que se va lo pierde todo». Este todo incluye a su madre y ésto sí que no lo quiere. Ella es el único recuerdo que ha guardado, y lo hace arrepentirse de odiar, como ha odiado desde su corazón que nunca quiso ser execratorio.
«Y tan poco fue lo que yo quise de él: Que me llamara Jacob», piensa. Ha quedado con los ojos llorosos, según se mete en las memorias de la Casa de Isaac y medita que ya es viejo. Y viejo, por horas, es Esaú, aquel que no santificaba ningún nombre, ni el del Padre Enaltecido. Se cagaba en Dios y, en presencia de Jacob y su madre juraba en vano y, si lo hizo jurando en vano por El, ¿qué ha de esperar que haga con el suyo?
La chismosa / la mujer más puta y escandalosa del Pueblo / se llamaba Doña Carmencha, Mencha La Puta para hacerlo más breve y Esaú adoptó ese nombre para dárselo a Jacob cuando lo acusaba ante su madre por faltar al mandamiento que dice que sea nuestro único pensamiento la reverencia a lo escrito como señalamiento: «Santificado sea Tu Nombre».
«Si lo oigo, yo lo pilo verde», decía la madre.
«Mamá, volvió a cagarse en Dios y porque te lo digo, él me dice que soy Mencha».
Y el hipócrita lo desmentía. Y salían de la presencia de su madre, él riéndose, Jacob humillado y tomado por mentiroso y chismoso como Mencha. Entonces, a solas, Esaú volvía a desafiarlo, cagándose en el Sagrado, en la puta Virgen, en el Santo de José.
Claro que no esperaba que nadie lo esperara en el Aeropuerto. Eran más de cuarenta años de ausencia. Nadie lo reconocería. Se fue tan joven y le dejó el campo libre. «Abrete paso. Ya te solté el talón. Ya no te detendré, Esaú». Había perdido la inocencia en el proceso estúpido de culpa y resentimiento. Y se había declarado perdedor. «Madurar es menos doloroso y lo haré donde no me alcance ninguno de ellos».
He aquí que el varón con virginales oídos, quien sintió ultrajada su alma desde niño y aseguró, en su inocencia, que el Nombre de Dios es sagrado, se personó a la funeraria y a ninguno consoló porque ninguno sabía quién era él (así que fue tomado por extraño) y Jacob no sabía ni quien era Esaú entre ellos. Por más esfuerzo que hizo Jacob no reconoció a ninguno. No hubo tiempo de que se presentaran por sus nombres porque se dio por sentado que no llegaría. El tiempo se detuvo cincuenta años antes, o poco menos.
El mismo manejó hasta la funeraria. Supo que todos se habían marchado al camposanto. Y él quería entregar un ramo de flores; ¿habría llegado tarde para llorar un poco sobre su tumba? ¿Cómo luciría ella con más de ochenta años? Tenía sólo 40 cuando la dejó de ver...
Quien asegurara que sólo el Padre Enaltecido tiene la potestad y derecho a dar misión y con ello asignar un nuevo nombre, lloraba en medio del gentío, familiares y amistades vestidas de luto. No meditó sobre detalles, sólo quiso estar allí y gritar: «¡Mamá, cómo pude liar el odio a tí! ¡Perdóname!» Y su dolor y arrepentimiento, lo fue sacando del anonimato, porque fue el último en tomar un puñado de tierra y echarla a la fosa sobre el féretro. Caminó, pausadamente, y una niñita que parecía un ángel, dijo a uno de los hermanos, al que movía a Esaú sobre una silla de ruedas: «Papá, ese debe ser Jacob».
Allí, ante el desconocido, estaba una familia nueva, grande, golpeada por la vida, porque, sufrían pobreza, enfermedad, muchas pruebas; allí, cantidades de sobrinos, nueras, amistades que no lo reconocieron hasta que el ángel dijo: «¡Ese debe ser Jacob, el que se fue hace medio siglo!»
Y entonces lo vio. Esaú le pareció tan poca cosa. Encorvado, flaco como un fideíto, incapaz de pararse de su sillón de ruedas, baldado, sin dientes, temblorino. Es el más pobre de los Pérez Eram. Aún hoy, cuando todos los hermanos lo sacan de las cuatro paredes de su cobijo mugriento, el corazón se conmueve al ver cómo ha vivido aquel Esaú que manejó tanta soberbia, así como negocios, por la que vendió hasta su alma al precio de un plato de lentejas.
Duro y quebrantado estaría. Ahora lo llamaba. Contra todo escepticismo, Esaú, el de fuertes brazos, con las manos agitadas de temblorina, le gritó: «¡Jacob, hermano mío!» Necesitó casi cincuenta años para emitir ese nombre, Jacob, «ay, menchita. hermano mío; tanto puto tiempo que te he esperado, para que me bendigas». Pero Jacob también habría vivido su proceso. Se hallaba indigno, igualmente culpable, para hacer reclamos este díam por lo que se arrodilló. Temblaba como un cordero cuando se puso a la altura de su rostro y el sillón donde estaba postrado, el hermano discapacitado, y no pudo más: «¡Perdóname, Esaú!», le dijo. Le besaba las mejillas y la frente. No podía abrazarlo porque tenía ante sí ahora un cuerpo frágil, casi inexistente.
¿Cómo considerarlo su rival y escarnecedor?
Y como el perdón era sincero, por primera vez, Jacob se sintió hombre nuevo, transparente, sin odio, y seguro que Rebekah, desde la tumba, lo bendijo con la primogenitura de su amor.
*
El saca-manteca
... about the phenomenon of the healing touch, massage is somehow connected to the same notion... on a technique of laying on of hands, which is called therapeutic touch... Wounds healed faster in the people who received therapeutic touch than in the people who didn't. So there's apparently some still-unknown physiological energy coming through when one does laying on of hands that has that effect... I allow for the possibility of grace. Caring and touching seem to have important effects on people: Michael Lerner, Ph.D
En la Villa Imperial de Potosí, por primera vez, alguien entre los vecinos, uno con cierto poder en el poblado, lo juzgó un insignificante. Claro que hubo quejas por su defensa. Su arresto originó hasta protestas públicas. El saca-mantecas fue emplazado por la Inquisición.
El hizo que, por gracia de sus gentiles manos, enfermos con locura (en realidad, pobres hombres y mujeres, ancianos y viciosos, con memoria de grillo), se recuperaran. Hizo que desaparecieran el inmenso lunar negro que acomplejaba a una mujer joven y hermosa, hija de un juez. Gran señora, en el anonimato, debido a que en sus mejillas pálidas creció tal melanoma.
Ya dolía como tumor escondido. Empero, el saca-mantecas lo oxidó con sus dedos cariciosos. El lunar desapareció en dos días que estuvo él en su recámara. Reabsorbiéndolo sin esperar ni gratitud. Ella, que antes lloraba a moco tendido, radiaba su dicha y su marido, que aprendió a cerrar la mano, no siendo generoso, fue a buscar al viejo saca-mantecas. Quería premiarlo, hacerlo rico.
Y él no pidió nada. Con servir ya estaba más que agradecido.
Ahora se habla más sobre el saca-mantecas que sobre los mismos prelados. Preguntan en palacio sobre él, con la vergüenza con que se procura a un mendigo. Uno es, aún así, al que las muchedumbres le han besado las manos como si fuera un sacerdote. Y sacerdotes ha tan celosos que apelaron a la obispalía para que lo echen del pueblo.
«Se cree que cura con ensalmos».
«Canta y adivina».
«Pues en eso habrá alguna beatitud»
«No, no. Ha de ser un hereje».
«O un nosólogo».
«Abre los poros de quienes los tienen cerrados. Su idea es que no se queden los cebos del mal o los mecos de los morbos adentro».
«¡Farsante! ¿Qué sabe él sobre nosología?»
Con manos más agresivas, el saca-manteca trata la piel de los mendicantes. Hay que utilizar casi un mecate para desatar la mugre tan curtida. El lava pies, esteriliza las patas, despercude. Y a los fornicarios sifilíticos y las putas, les sana la meada de araña y quedan tersos.
Su herramienta principal ha sido un jabón de mecal, raíces de maguey, pero, sobre todo, sus manos. No sólo los menesterosos, ya hasta los sanos, ricos curiosos, le buscaban, porque ese hombre, venido del cielo, según decires públicos, es acariciador. Tendrá sus dones.
Por cierto, dice que él saca-manteca. Nada más que éso.
Si bien la gente lo desmiente, alegando que él cura, alivia y bendice,no más empieza a cantar, mientras refriega, entresacando la grasita de allí y las pajitas de allá, es motorcito que trabaja entre los pordioseros. k'arisiri alega que tiene ese oficio. «Soy el saca-manteca, lavador de cebo».
Han llegado a su casa, donde tiene su rinconcito techado. Ahí manufactura sus velas.
Lo han arrestado en presencia del cura párroco del pueblo. Será llevado ante una Audiencia del Tribunal.
En la ciudad que fundó Villarroel al pie del Cerro, no dejará la Iglesia que, por sus calles tortuosas, ande un brujo del Sur andino, potoco boliviano, mal vestido embaucando a la gente y los mineros con sus sortilegios y haciendo que los curas se avergüencen.
«Tú no eres santo, embacaudor».
El no cobra en absoluto. Adquiere la materia bruta , sea ésta los meconios de hoy o el excremento arcaico. La materia cebosa es lo que sirve al propósito que persigue: fabricar sus velas.
«No. Con tentarujas, manoseas al grasiento; lavas muslos a las viejas; ya has empezado a seducir a las damas, a las blancas de apellidos respetables de Potosí».
A juicio del saca-mantecas, todo es útil. Todos somos productores, aún el más sucio en la calle, tiene algo que, si se recicla, es útil y generoso para todos.
En vez de alegarse que él vale un potosí, lo llamaron k'arisiri. Esto es, embaucador y mentiroso.
Algunos vecinos comentaron que su procedencia sería el más allá. Es cierto que, aparentemente, tenía un oficio vil. Una imagen frailuna que escondía su cuerpo con colores oscuros, casi siempre vestía de negro, pero, él curaba. No suplantaba a nadie. Jamás ante el dolor y la tristeza quedó con mano sobre mano, ociosamente, sino que no sentía un asco por nadie.
«Soy el saca-mantecas del pueblo», confesó.
«Sólo eso».
Por muchísimos años, lo había sido y quería seguir siéndolo.
23-7-1992
*
Entre el dolor y el placer
Jamás el Gran Fornicador dejará de fornicar. El semen de Cronos nunca se acaba. El semen de Urano, o su sangre, nunca se acaba. Lo podrán castrar miles de veces y su sangre goteará, humedeciéndolo todo con las melias del bronce y la crueldad. La materia es la mujer que Cronos mastica, la obsesión orogenital que no se consume, el dolor que no se agota. No hay mundos de anti-materia. Hay una tristeza de la sustancia.
Esto tiene que ser así porque la materia es inagotable en profundidad, infinita en el espacio y eterna en el tiempo. Gea es la Eterna Paridora y Urano jamás descansa, con la escopeta siempre cargada. Es el Gran Fornicador. La mujer está acostada en la Tiniebla del Mundo. Siempre está de plácemes su barriga y su cama. Ovula a cada instante. Va de embarazo en embarazo como una Coneja y, aunque sus dolores de parto son infinitos, también su orgasmo es una eterna luna de miel. La materia es divina por causa de este dolor y su sexualidad se impregna de su tristeza y su alegría con su odio y su amor con su repulsión y su deliquio con más posibilidad de ansiedad y desdicha.
La eternidad vive en movimiento. Hay que danzar a veces con los dioses. Boreas viola a Oritia. Ofión a Eurinome. Los fluídos internos son caóticos. Mis neuronas son el radar de contínuas violaciones. Capto los gritos de los ultrajes a la Madre Tierra. Usted sabe, la mujer de nuestra carne, está siendo ultrajada, dividida infinitamente, por Cronos y Urano.
Los gallos hacen su parte. Fornican y fornican.
¿Cuál es la sabiduría del Tiempo?
Darnos la memoria de ese dolor con que Gea, o sea cada mujer sufre y goza, se abre de piernas para engendrar de su vientre la belleza; darnos la memoria de ese placer con que Urano cinga que cinga. Es la única norma que yo respeto: Urano se complace en manifestar a las partículas fundamentales, que son la sustancia eterna, sus espermas entitivas: bariones, mesones, fermiones y bosones.
El hizo que, por gracia de sus gentiles manos, enfermos con locura (en realidad, pobres hombres y mujeres, ancianos y viciosos, con memoria de grillo), se recuperaran. Hizo que desaparecieran el inmenso lunar negro que acomplejaba a una mujer joven y hermosa, hija de un juez. Gran señora, en el anonimato, debido a que en sus mejillas pálidas creció tal melanoma.
Ya dolía como tumor escondido. Empero, el saca-mantecas lo oxidó con sus dedos cariciosos. El lunar desapareció en dos días que estuvo él en su recámara. Reabsorbiéndolo sin esperar ni gratitud. Ella, que antes lloraba a moco tendido, radiaba su dicha y su marido, que aprendió a cerrar la mano, no siendo generoso, fue a buscar al viejo saca-mantecas. Quería premiarlo, hacerlo rico.
Y él no pidió nada. Con servir ya estaba más que agradecido.
Ahora se habla más sobre el saca-mantecas que sobre los mismos prelados. Preguntan en palacio sobre él, con la vergüenza con que se procura a un mendigo. Uno es, aún así, al que las muchedumbres le han besado las manos como si fuera un sacerdote. Y sacerdotes ha tan celosos que apelaron a la obispalía para que lo echen del pueblo.
«Se cree que cura con ensalmos».
«Canta y adivina».
«Pues en eso habrá alguna beatitud»
«No, no. Ha de ser un hereje».
«O un nosólogo».
«Abre los poros de quienes los tienen cerrados. Su idea es que no se queden los cebos del mal o los mecos de los morbos adentro».
«¡Farsante! ¿Qué sabe él sobre nosología?»
Con manos más agresivas, el saca-manteca trata la piel de los mendicantes. Hay que utilizar casi un mecate para desatar la mugre tan curtida. El lava pies, esteriliza las patas, despercude. Y a los fornicarios sifilíticos y las putas, les sana la meada de araña y quedan tersos.
Su herramienta principal ha sido un jabón de mecal, raíces de maguey, pero, sobre todo, sus manos. No sólo los menesterosos, ya hasta los sanos, ricos curiosos, le buscaban, porque ese hombre, venido del cielo, según decires públicos, es acariciador. Tendrá sus dones.
Por cierto, dice que él saca-manteca. Nada más que éso.
Si bien la gente lo desmiente, alegando que él cura, alivia y bendice,no más empieza a cantar, mientras refriega, entresacando la grasita de allí y las pajitas de allá, es motorcito que trabaja entre los pordioseros. k'arisiri alega que tiene ese oficio. «Soy el saca-manteca, lavador de cebo».
Han llegado a su casa, donde tiene su rinconcito techado. Ahí manufactura sus velas.
Lo han arrestado en presencia del cura párroco del pueblo. Será llevado ante una Audiencia del Tribunal.
En la ciudad que fundó Villarroel al pie del Cerro, no dejará la Iglesia que, por sus calles tortuosas, ande un brujo del Sur andino, potoco boliviano, mal vestido embaucando a la gente y los mineros con sus sortilegios y haciendo que los curas se avergüencen.
«Tú no eres santo, embacaudor».
El no cobra en absoluto. Adquiere la materia bruta , sea ésta los meconios de hoy o el excremento arcaico. La materia cebosa es lo que sirve al propósito que persigue: fabricar sus velas.
«No. Con tentarujas, manoseas al grasiento; lavas muslos a las viejas; ya has empezado a seducir a las damas, a las blancas de apellidos respetables de Potosí».
A juicio del saca-mantecas, todo es útil. Todos somos productores, aún el más sucio en la calle, tiene algo que, si se recicla, es útil y generoso para todos.
En vez de alegarse que él vale un potosí, lo llamaron k'arisiri. Esto es, embaucador y mentiroso.
Algunos vecinos comentaron que su procedencia sería el más allá. Es cierto que, aparentemente, tenía un oficio vil. Una imagen frailuna que escondía su cuerpo con colores oscuros, casi siempre vestía de negro, pero, él curaba. No suplantaba a nadie. Jamás ante el dolor y la tristeza quedó con mano sobre mano, ociosamente, sino que no sentía un asco por nadie.
«Soy el saca-mantecas del pueblo», confesó.
«Sólo eso».
Por muchísimos años, lo había sido y quería seguir siéndolo.
23-7-1992
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Entre el dolor y el placer
Jamás el Gran Fornicador dejará de fornicar. El semen de Cronos nunca se acaba. El semen de Urano, o su sangre, nunca se acaba. Lo podrán castrar miles de veces y su sangre goteará, humedeciéndolo todo con las melias del bronce y la crueldad. La materia es la mujer que Cronos mastica, la obsesión orogenital que no se consume, el dolor que no se agota. No hay mundos de anti-materia. Hay una tristeza de la sustancia.
Esto tiene que ser así porque la materia es inagotable en profundidad, infinita en el espacio y eterna en el tiempo. Gea es la Eterna Paridora y Urano jamás descansa, con la escopeta siempre cargada. Es el Gran Fornicador. La mujer está acostada en la Tiniebla del Mundo. Siempre está de plácemes su barriga y su cama. Ovula a cada instante. Va de embarazo en embarazo como una Coneja y, aunque sus dolores de parto son infinitos, también su orgasmo es una eterna luna de miel. La materia es divina por causa de este dolor y su sexualidad se impregna de su tristeza y su alegría con su odio y su amor con su repulsión y su deliquio con más posibilidad de ansiedad y desdicha.
La eternidad vive en movimiento. Hay que danzar a veces con los dioses. Boreas viola a Oritia. Ofión a Eurinome. Los fluídos internos son caóticos. Mis neuronas son el radar de contínuas violaciones. Capto los gritos de los ultrajes a la Madre Tierra. Usted sabe, la mujer de nuestra carne, está siendo ultrajada, dividida infinitamente, por Cronos y Urano.
Los gallos hacen su parte. Fornican y fornican.
¿Cuál es la sabiduría del Tiempo?
Darnos la memoria de ese dolor con que Gea, o sea cada mujer sufre y goza, se abre de piernas para engendrar de su vientre la belleza; darnos la memoria de ese placer con que Urano cinga que cinga. Es la única norma que yo respeto: Urano se complace en manifestar a las partículas fundamentales, que son la sustancia eterna, sus espermas entitivas: bariones, mesones, fermiones y bosones.
10-08-1980
*
El terapista
Un amigo mío, vamos a llamarlo consultante, está asustado por las muchas prohibiciones culturales que hay en su mundo burgués. Lo sé. Teme a las emociones fuertes. ¿Cómo lo supe? Sufre amnesia temporalmente y su adrenalina se excede hasta llenarlo de ira y miedo. El tiene más adrenalina que usted. Sus emociones son más claras y perfectas que las suyas. Además tiene más recursos endorfínicos que usted o yo.
La niña, Miztli González, tiene 14 años de edad. ¿Qué importa? Le dije que se pongan a maullar en náhuatl. Es una buena terapia... Yo no creo en su beta blockers. No soy siquiatra. Quizás el peor de los consejeros. Soy un lame-catechola, o como usted dice catecholamine. Yo lamo, chupo, succiono catecholas, endemoniados. Soy un catecoloh o productor de catarsis. Me enuncio en los periódicos, sin credenciales. Usted lo llama endemoniado. Se pregunta: ¿Será capaz de golpearme, será capaz de romper mis aparatos, será capaz de violar a sus hermanas, será capaz de vomitarse en mi alfombra, será capaz de actos indecorosos?
Vea el problema que él tiene en sus neuropéptidos. Es una calamidad. ¿Se irá a chingar el proceso de la creación porque se encuentre con la boca seca? ¿Se acabarán las aguas de los ríos? ¿Se traerá más azúcares para el xochistle? En algún punto de Tabasco, alguien cultiva el cacao y el achiote y los chinamperos siguen, por tradición, rescatando sus parcelas a los lagos. Y, en Xochimilco, entre el olor a meados de los blasfemos y los alcoholes de los valemadres, crecen las flores... La Gracia provee. Usted da tratamientos de insulina y los azúcares regresan a la amargura creciente. Entonces, en su imaginación, son más dulces que la vagina de González succionada a ternura. Yo soy el mal consejero. Si tiene 14 años, la mentada Miztli González, no está mal que le ofrezcas una mamada.
En náhuatl, hay una palabra para la matriz que es cihuatl, pero yo prefiero nenetl porque ésta es la parte chupable de la vulva. Fíjese que la palabra lengua, el órgano del sabor, tiene la misma raíz. La lengua, nenepilli, se hizo para chupar el cihuayo, el liquido secretado por la cihuayotl o ciyuatl, los gentales femeninos. Esta es una enseñanza de Cefalino Cambujo.
Visité su pituitaria, porque vino a mi consultorio clandestino y le quité algunos recuerdos amargos. También ya chupé de la médula de sus glándulas adrenales. Olvídese que los dolores de la migraña no se repetirán. Me lo tengo bien chupeteado. A la verga no le llego. El cabrón da buenas patadas. Sí, señor. Y te pasa pájaros negros. Es un nahaultin.
*
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El terapista
Un amigo mío, vamos a llamarlo consultante, está asustado por las muchas prohibiciones culturales que hay en su mundo burgués. Lo sé. Teme a las emociones fuertes. ¿Cómo lo supe? Sufre amnesia temporalmente y su adrenalina se excede hasta llenarlo de ira y miedo. El tiene más adrenalina que usted. Sus emociones son más claras y perfectas que las suyas. Además tiene más recursos endorfínicos que usted o yo.
La niña, Miztli González, tiene 14 años de edad. ¿Qué importa? Le dije que se pongan a maullar en náhuatl. Es una buena terapia... Yo no creo en su beta blockers. No soy siquiatra. Quizás el peor de los consejeros. Soy un lame-catechola, o como usted dice catecholamine. Yo lamo, chupo, succiono catecholas, endemoniados. Soy un catecoloh o productor de catarsis. Me enuncio en los periódicos, sin credenciales. Usted lo llama endemoniado. Se pregunta: ¿Será capaz de golpearme, será capaz de romper mis aparatos, será capaz de violar a sus hermanas, será capaz de vomitarse en mi alfombra, será capaz de actos indecorosos?
Vea el problema que él tiene en sus neuropéptidos. Es una calamidad. ¿Se irá a chingar el proceso de la creación porque se encuentre con la boca seca? ¿Se acabarán las aguas de los ríos? ¿Se traerá más azúcares para el xochistle? En algún punto de Tabasco, alguien cultiva el cacao y el achiote y los chinamperos siguen, por tradición, rescatando sus parcelas a los lagos. Y, en Xochimilco, entre el olor a meados de los blasfemos y los alcoholes de los valemadres, crecen las flores... La Gracia provee. Usted da tratamientos de insulina y los azúcares regresan a la amargura creciente. Entonces, en su imaginación, son más dulces que la vagina de González succionada a ternura. Yo soy el mal consejero. Si tiene 14 años, la mentada Miztli González, no está mal que le ofrezcas una mamada.
En náhuatl, hay una palabra para la matriz que es cihuatl, pero yo prefiero nenetl porque ésta es la parte chupable de la vulva. Fíjese que la palabra lengua, el órgano del sabor, tiene la misma raíz. La lengua, nenepilli, se hizo para chupar el cihuayo, el liquido secretado por la cihuayotl o ciyuatl, los gentales femeninos. Esta es una enseñanza de Cefalino Cambujo.
Visité su pituitaria, porque vino a mi consultorio clandestino y le quité algunos recuerdos amargos. También ya chupé de la médula de sus glándulas adrenales. Olvídese que los dolores de la migraña no se repetirán. Me lo tengo bien chupeteado. A la verga no le llego. El cabrón da buenas patadas. Sí, señor. Y te pasa pájaros negros. Es un nahaultin.
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El vaticinio
Se equivocó el fulanazo de los malos vaticinios. El adivinador que consultan en el pueblo. Dijo una vez, antes que el tiempo lo desmintiera, que las hijas del boticario, con fama de masón, son unas arañas secas y estériles, que comen la carroña en los ortigales. Se equivocó porque se dejó influenciar por un cómplice, quien fue el primero que las tildó de infelices, moscas muertas, muertas de hambre. Vaticinó que terminarían con las verijas demacradas, con las nalgas enjutas, oliendo a perro muerto.
De plano que se equivocó: la hija mayor del boticario se casó muy bien casada, con el traje blanco y misas en Catedral. Y la más chiquilla le entró en serio a la canción y al teatro. Se está pudriendo en billetes, porque es putica fina y pura candela. La mediana, que vive en las áurea mediocritas, es empresaria exitosa y ha acaparado la belleza para sí, aunque ya no se le admire su presencia en el barrio. Hay que ir a New York, a Londres, a París, ya que es modelo y diseña ropa.
Ninguna de ellas, por destino, nació para vestal del templo de Hestia y Cibeles. Fueron pobrecitas, flacas, pero pacientes, talentosas y perseverantes. En el cruel mundo, dignas son de admirarse. Si la felicidad, en las esferas de los gallitos y los huevos, es sexo, a ellas las pasan por un pino de verdad, con el apetito venéreo de los gallos y, a veces, tienen suerte y follan con los amorosos.
Si hay huevo, éntrele a lo barato.
09-11-1983
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El número 3
Durante la etapa del PRIsauriato y del auge petrolero y, por ser Voisin uno de esos mexicanos beneficiados del saqueo, se responsabilizó con dar una mensualidad a su hija Porfirita Voisin sólo quería una mascota, un perro, al que puso mi nombre sin permiso. Tres días duró. Amaneció muerto el día que lo sacó de su alcoba. Si yo lo maté, por accidente, ni recuerdo ni sé.
Porfirita es una santa que no acusa a nadie. Tiene muchas delicadezas conmigo, su medio hermano. Voisin, el padre, dio muchísmas cachetadas a Porfirita, por no saber cuidar las cosas. No en balde yo le odié tanto por pegarle a las viejas.
Luego compró el coche americano, compacto, es que Porfirita crecía llena de belleza, como pendeja y santa. Sólo que lo chocó al tercer día, aprendiendo a manejar. Y después, al año, le regaló otro perro de buena raza. ¡Al tercer día! se lo robaron. Sin embargo, es su número favorito. Ahora calcula que todo lo desagradable suceda el tercer día. Cada tercer día, se condiciona a que el dolor se manifieste. No quiere ya regalos de nadie. Nada que pueda morir al tercer día, o al tercer año. Eso es sabiduría.
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El transportador
Un día naceré y seré muy hermoso como Quetzalcóatl, sin miserias sociales ni orgánicas. No sé cuándo naceré. Puede que sean tantos años que conozca a Ella, a la que hoy amo, cuando ya esté muy vieja, guanga y climatérica. Tal vez ya no me inspire el apetito que ahora me obsede. También él, su amante, estará viejo. Entonces, mi Ego mayor verá la precariedad real de todo lo visible. Es una lección que no aprendí en otras fases de mi evolución...
Recuerdo la última vez que tuve un cuerpo. Se construía la Gran Muralla. El matarife de Tamerlán destruyó a su paso la cultura china. Esclavizó a muchos pueblos. Tuve la fortuna de escapar y con otras pocas de mis gentes llegué a la Laguna de Texcoco... ¿Adivine para qué? Para edificar una ciudad. Una ciudad de puras ichpocatzintli, chamacotas con hermosura, todas cogibles, generosas de pechos, paridoras como Gaia... una ciudad de hombres de agua, ríos de tlacaxinachyo, el semen creador de la generación humana ic yolli, con corazón.
Me dediqué, desde entonces, a transportar a los enfermos a los pozos afóticos: a curar la demencia, la tristeza, el dolor... En pocos años, ví mi cuerpo reducirse a nada. Y me convertí en el vampiro del Lugar de las Sombras.
22-08-1982
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El hijo prudente
En la vida real, acepto las cosas como son. La vida es como es: asquerosa, vulgar, hipócrita... y, mal que bien, así es la Naturaleza. Conozco a un fotón que es un bosón. A veces, mis ojos se vuelven tan incisivos que veo a los fermiones. Supongo que tendrán apellidos. Sé los nombres de 200 fulanos, de los que se llaman fundamentales; pero, la Física de la prostitución sistematizó la diversidad en 4 grupos y 4 fuerzas de la Naturaleza... Me han simplificado demasiado las cosas. Hubo un tiempo en que pensé que jamás sería un intruso, como dijo Voisin. Pero tengo una memoria sin límites y sé lo que ví y ví lo que sé.
Conste que no le digo a mi madre veleidosa. Me preguntan, si acaso otros sospechan, y hablo sobre los secretos de una Metis / Prudencia sabia y cósmica que fue tragada. Fue engullida. Aún más, siendo copera de los dioses, bajó la cerviz y se dejó devorar. Visitó los Tártaros y bajó a los infiernos. Aún así, yo ví el estallido seminal en la Vulva de Vulvas, que es Gea. He sido testigo de las Cogidas Infinitas. He visto nacer a niños del Elemento Fértil: las partículas fundamentales que se esconden en el átomo. He visto a los hijos de la Noche y el Día. He visto a Gea-Gaia-Hémera, desnuda, con el chango sangrante, y he temido. Entonces, en silencio, me pregunto: ¿Cuál es el sentido de esa Vulva, cuál es la norma constante, que interviene como ley en el fenómeno de tan infinitos partos? ¿Por qué existen las cosas en vez de no existir?
En ese receptáculo, tamal de tamales, que la Gran Madre abrió al Gran Fornicador, coinciden las cuatro fuerzas del Universo: la gravedad, la unión de las partículas a nivel intranuclear y aún la unificación a nivel de quarks, las fuerzas electromagnéticas y los procesos de desintegración radiactiva.
08-08-1980
*
La presencia importuna
Aquella noche del Gran Fornicador escuché sus voces. Ví la mujer que lloraba sobre la falda de un monte.
En la Teogonía Orfica, el monte es llamado Egeo, a las márgenes del río Neda. ¿A quién Hesíodo engaña con esa equivocación? Eso me hicieron creer. Mas yo conozco mi vecindario. Distinguí la voz de mi madre y del hombre que no es su marido.
Ese lugar de mi casa está en el merito Distrito Federal. Ese montecillo es un pedacito de área verde que hay en Coyoacán... Que Egeo ni que Egeo… El fornicador tenía una voz muy autoritaria y la mujer, muy parecida a mi madre, quedó cubierta por él. Es decir, supongamos que no aluciné aquella noche: mi madre dijo que lo que yo ví, o sucedió o lo soñé. Fue una irrealidad, según ella. Otro día me dijo que fue el fantasma de mi padre que regresó a visitarla. Me mentía como Hesíodo. Creen que soy tonto. Pero yo ví el cuerpo del fornicador monstruoso, lleno de pelos de oro, como los de la barba rojiza de Voisin.
Nueve meses después mi madre colocó una piedra en unos pañales porque una niña nació y él regresó a verla, aunque fuese la única y última vez...
No recuerdo más. Cerré la puerta con terror y ellos me gritaron, con insultos, pero yo nos quise responder ni mirar.
04-08-1980
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El lector cósmico
The information of the DNA must be copied onto some sort of messanger molecule that will carry the information from the DNA to the spot in the cell...
A triplet of bases along the DNA molecule...
No se imagina cómo es ver ésto in technicolor, a todo color. Un ser-ahí crístico. O sea, encarnar el Verbo, llevar la Mente o la Divinidad al juanete, a las uñas enterradas, a los callos, al codo... a todo lo que es llamado la Miseria y la Enfermedad, es un ejercicio mágico. O sea, donde los mares internacionales son los influjos tróficos, el agua del Helicón fluye hasta las tulangas que te comíste ayer, pero que hoy son mierda... Yo puedo leer la curiosa prensa de la excreta visible e invisible. También otros nacimos cagados por la changa
No digo que yo escriba con los códigos genéticos, que me sepa el abecedario del Cosmos, pero ya sé leer... allí donde se hará una proteína, una cadena o tripleta de Padre, Hijo y Espíritu Santo, estoy de embajador gozosamente, como residente del lugar de la recreación y la alegría. El instructor, como el instruído, sino chupa para su propia delicia, en vano arrecha el pene.
A los que irán a los Lugares de Atormentados, como redentores, se les enseña un lenguaje de sabiduría. Aprenden a ver la sustancia de los sueños y a leer las tintas invisibles de la Luz, aunque sean plebeyos y prietos como los macehualli. El sabor oscuro fue primero que la imagen blanca.
Al comulgar con lugares angostos, aún feos, se nos compensa por la obediencia y se nos da la virtud de leer de la certidumbre que el Caos contiene. Hay quien no cree en la certeza de las cosas que se esperan, gente que no lee la Fe. Jamás tendrán ni imaginación ni sabiduría.
La fe es la instrumentación del codón y asunto de mecánica cuántica. La fe es creer en los movimientos de los ángeles taquiónicos. Una reserva caótica, milagrosa e impredecible. Pero ni él ni yo somos ángeles taquiónicos. Sólo somos hermanos cagados por la chingada. Somos lujuriosos empedernidos.
02-05-1982
No digo que yo escriba con los códigos genéticos, que me sepa el abecedario del Cosmos, pero ya sé leer... allí donde se hará una proteína, una cadena o tripleta de Padre, Hijo y Espíritu Santo, estoy de embajador gozosamente, como residente del lugar de la recreación y la alegría. El instructor, como el instruído, sino chupa para su propia delicia, en vano arrecha el pene.
A los que irán a los Lugares de Atormentados, como redentores, se les enseña un lenguaje de sabiduría. Aprenden a ver la sustancia de los sueños y a leer las tintas invisibles de la Luz, aunque sean plebeyos y prietos como los macehualli. El sabor oscuro fue primero que la imagen blanca.
Al comulgar con lugares angostos, aún feos, se nos compensa por la obediencia y se nos da la virtud de leer de la certidumbre que el Caos contiene. Hay quien no cree en la certeza de las cosas que se esperan, gente que no lee la Fe. Jamás tendrán ni imaginación ni sabiduría.
La fe es la instrumentación del codón y asunto de mecánica cuántica. La fe es creer en los movimientos de los ángeles taquiónicos. Una reserva caótica, milagrosa e impredecible. Pero ni él ni yo somos ángeles taquiónicos. Sólo somos hermanos cagados por la chingada. Somos lujuriosos empedernidos.
02-05-1982
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El secreto de una rata
Sé que las abejas machiegas existen. ¡Mis respetos! Han sido descritas como arquetipos útiles y sagrados en la poesía y las artes. Una abeja, en particular, ésa que adoro, es la obrera as necessary woman, la criada de la gracia, la que más abunda, la que no se fertiliza. No estoy negando el fenómeno de la sexualidad ni de su necesariedad. Sólo digo que como máxima expresión de sentido o de unidad, me gusta la mujer necesaria. «La mujer que yo tengo en mí». Estoy feminizado. Y me lo dijo una rata. Me lo pudo haber dicho una abeja machiega o un zángano de los que ella mata.
Resolví ese misterio: los embriones de las ratas y las mujeres son hembras. La Madre Célula nos hizo, inicialmente, a su imagen y semejanza, femeninos. Aún los geneticistas más entrenados no pueden distinguir entre un embrión macho y un embrión hembra hasta los 20 días de su desarrollo, cuando los ductos espermáticos se detectan y entra en juego la proteína SRY, «for the sex-determining region of the Y chromosome».
A partir de un acceso a una expresión de genes secundarios, se determina el género, «a female mouse embryo could turn into male mause embryo capable to copulating with females».
Estas fantasías, si cabe llamarlas así, hoy son científicamente sospechadas, verificadas y expresadas.
04-08-1984
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Tú no entrarás al Paraíso
El pordiosero, a quien la gente entrega caridad que él despilfarra, creyendo que la darán por siempre, convierte su dependencia en noción de merecimiento. Lo ven lloriqueando en la esquina frente a la sinagoga. Espera que alguien le pregunte el por qué de su tristeza a fin de sacarse esa espinita, o raíz de amargura, que le provocó el Maestro, «el dizque susodicho maestrillo fulanito de tal, rabino de mierda». Ahora imagina saber por qué dice que su enseñanza es tan simple que se resume en cuatro letras. «Sí. Eso sabe... Apenas 4 letras del alfabet con las que escribe: P-U-T-O».
El Tahar le dijo: «Tú no entrarás al Paraíso». Y no entendió. De hecho, él quiere entrar al paraíso para dejar la mendicidad. En fe, lo admitió en el primer nivel de conocimiento que se identifica como Psht / Pshat... «imagínate el sonido de esas letras, como si se te mandara a callar y susurrara ante tu boca.. pssss... cállate. Silencio. Una vez se aprende a oír, en proceso superficial en apariencia, oír mi lectura, se pasa al nivel Rmz o Ramaz, que requiere un ejercitamiento mayor del intelecto».
El discípulo más rico de la clase también entró con la cara de enojo. Una aflicción mayor que la del pordiosero porque el Tahir poco faltó para que le dijera: «Capitalista villano». No lo avisó así, pero dijo: «Tú no entrarás al Paraíso». ¿Que no? Sí ha predicado ante su padre que no imponga severas prohibiciones contra el pobre y el oprimido, que no haga regulaciones excesivas ni se sirva de los monopolios existentes para acumular más riqueza para él, ¿quién otro? Su privilegiado intelecto de hijo, heredero de próspera familia, su estatus millonario, merece más que esa clasificación de Ramaz, con que le juzga.
En balde el Tahir le explica que él no juzga ni nco ni pobre. Que el pobre existe como parte de una estructura económica deficiente que se orienta hacia «dentro de sus mediocridades» e «intervencionismo» y que el rico se aprovecha de factores que preexisten sin control de su parte. «¿De qué vale que adquieras gran educación si la quieres para tu disfrute, no para instruir a otros, con amor e inteligencia?... No. Tú no amas el dinero. Amas la vanidad de creerte listo. Amas que se te vea cuando das una limosna... pero, ¿sabes? la enfermedad crea más pobres que la riqueza mal distribuída; la apatía del ignorante más pobreza que la que origina el corrupto... y tú defiendes la dependencia extrema en la caridad, en la ternura o las ganas, o individualidades subjetivas del poderoso, y eso no es suficiente para que entres al Paraíso...»
También había desafiado la sinceridad del Maestro un presunto iluminado. Gustaba menos que el rico disciplinado el reto del estudio en los niveles de Rmz / Ramaz; siendo que ya se sentía poseedor de los ojos de la intuición, el sagrado Drsh o Darash. Alegaba que se arrebata en extasis y visión ultraterrena, por encima de lo razonativo-intelectual. Pero el Sincerador, instructor de las Cuatro Vías, ha visto muchas llamaradas petateras. Gentes que a capricho se proclaman portavoces de verdades ocultas al mundo tangible. Echan muchos petardos en torno a la conciencia cósmica y se vuelven los mírame-y-no-me-toques. Gestores de milagros si me pasas las nalgas. Sanadores si me chupas la verga, porque santa es mi leche si es seminen-in-ore. Cobran y mienten por anticipado. Espititualistas mentirosos que no vinculan sus letras para entrever el Paraiso. P (st) A RA DA(sh) SO (D)... Ni el secreto Nirvana.
«Sencillamente, porque usted lo dice, ¿es que nadie entrará en el Paraíso?», se quejó el que jamás ahorraba, porque se amarraba a sus vicios a escondidas; «¿ni aún yo?», dijo el hijo de un corrupto, malversador, incompetente funcionario; cuya madre lava dinero y lo canaliza en bancos extranjeros, mientras llora por beneficios locales, beneficencia corporativa a expensas de los pobres. «¿Ni aún yo?», preguntaba en sánscrito y lo tradujo al hebreo y lenguajes tan antiguos y sagrados que el discípulo del Ojo Intuitivo y la Videncia mágica, adujo en compinchazgo que tales cosas habrían sido escritas en el Libro de Ratziel.
«¿O es que sólo usted tiene el privilegio de entrar al Paraíso?» Y contestó: «Ni aún yo. No siendo yo un Ser Puro (Tahar), no me digan Maestro cuando también soy un aprendiz... pero, aquel que es el Maestro en el Sud / Sod / el Secreto / me ha advertido: Ni aún los que transitan por mis vías del Pshat, Ramaz, Darash y Sud, sabrán del Paraíso, o el Nirvana, ese momento en que el hombre / mujer / se identifica con todas las cosas y se funde con todo lo que existe».
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El chupador
Para mí, la dificultad del oficio de chupador es que nos moja la boca con el inmoral deseo por las cosas y las personas, la atracción o la repulsión. Unos al chupar la energía, se sienten humedecidos, impregnados por el primiginio deseo de un corazón. La leche sideral la pescamos por la boca. Cuando el Verbo se pronuncia, ricamente vocalizado y erotizado, y se identifica con la solidez de los montes, los astros, los objetos, los hechos se objetivan, se sujetan a la espacio-temporalidad. Otros desgraciados nacen, bañándose escasamente en tinajas de la cintura para arriba, y son los inmundos estériles. Unos se bañan en Texcoco y otros con gonoccocos. Neisseria gonorrheae.
Si la humanidad cerrara la bocota a tantas sandeces y se pusiera a chupar los peces iluminados que las ichpocatzintli tienen fluyéndole entre los muslos, descubrirían que la boca es un anzuelo, una caña, una antena, un radar y, machistamente dicho, nuestro único propósito en la tierra es chupar de esos mares de péptidos y receptores... Por desobediencia al mamaos los unos a los otros, surgen las catatonías. Se te parte la madre, se te pega en la torre, te hiendes.
Usted cree que soy una evidencia al pelo: I am an schizoid person. Pero es falso. Yo chupo el infinito.
2-09-1980
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La medicina antisocrática
No. Le paran la marmaja. Your income, your money at issue. Sin enfermos, no hay futuro ni carrera para los médicos y siquiatras. La práctica siquiátrica sirve al componente de la admisible normalidad lógica, y se desintegraría , o sería puramente un sinsentido, una escoria de la interpretación, sin este contacto evidencial y remunerado con la sustancia del loco per se. Las ideologías, sin una conexión con la materia y la necesidad real, son caprichos. Estupideces similares a la gallomanía. Hay está el mal. Ustedes llaman «normalidad» a lo que más enfermo está: sus con-Ciencias profesionales.
Bien pudieron haberse especializado para tratar a quienes necesitan un interlocutor independizado de las aspiraciones falocráticas que imperan en el mundo. Los adolescentes necesitan de la gente sabia, como Sócrates. Mas dijeron que los irónicos con mayéutica, con grandes secretos de fantasía, tal como los pervertidores de menores. Aislaron entonces a maestros y discípulos, a adolescentes y mentores.
Con la boca ustedes dicen, ‘piedad para los adolescentes’, con la cola esculcacan a los bolsillos de sus familias, a queien pagará y tratan a los pubertarios por enfermedades que no tienen...
02-08-1982
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Saltó desde el balcón
No había dos seres más distintos que ellos dos. El primero era él. Creyente en que la igualdad no existe y que la Ley y la Autoridad no garantizarán que exista ni igualdad ni libertad. El podía sonreir ante la diversidad de lo existente y toleraba, calladamente, los vicios y las luchas de cada quien. Era observador. No quería obstruir a nadie ni a ella, fervorosa de ritos y lealtades a muchas autoridades. Ella lo invitó a la Iglesia, porque él parecía un hombre tranquilo. En su comunidad, ella cuidaba el canto, lo que llamaba los límites debidos. «Esta es mi calle», dice. Siempre pone su oído atento y vela detrás de su ventana. Acusa toda transgresión y lo cumple sigilosamente oculta, entre cortinas, o de plano en el balcón. Cree en el choteo, en el rigor que garantiza las seguridades. El no. Todavía, sin embargo, él no entiende que a ella le gusta que él llegue y se fume un cigarrillo desde su tercer piso. Lo vela. Está enamoriscada, a pesar de su mala fama de intrusa, pleitera y oreja de la policía. El se cuida de ella como de algún peligro que haga su vida mucho más miserable.
Jamás admitió una virtud que lo adorne, a no ser que dijera que vale más la acción que la queja. Es solitario. No tiene a quien reprochar, o contar sus penas. Está desempleado. Se acabaron sus ahorros y sus emociones de positivismo. A veces, cuando ella lo hurga en fisgoneo, a cierta distancia, él imagina que lo burla por su mal talante. No hay ropa nueva; su delgadez la viste con desmoralización y cansacio, yendo a pie de un lado a otro en aras de trabajo.
Ella, ¿que puede adivinar? No acaba de enterarse. El le agrada porque es joven y, aún así, serio. No un charlatán y, al parecer, es culto. Habla bonito. Por el contrario, de ella los vecinos se comentan a la sorda, que «esa Vieja Chismosa, si te descuidas, te echa la biga. Hipócrita, mala leche», y a él lo advirtieron de que ande con cuidado porque ella echó a correr el rumor de que ambos se gustan. El señor, a sus 30 de edad y soltería, «me ha mirado como si yo le atrayera». Es mentira. No obstante, ella guisa y hornea en su casa lo que le gustaba a su difunto esposo y cree que los mismos platillos han de ser lo que al señor calladito le admita.
Fue a la salida de la Iglesia. Fue por complacerla, porque ella insistía tanto... ¡Qué sábado perdido! Cortó al fin el martirio... El señor calladito le dijo que la muerte es como la crisálida de las mariposas, una fase del ser, pero luego adviene algo más bello, como un ángel volador que borra lo que una vez fue la vieja fase o lo que parecía el caos. El habla bonito sobre el orden y el caos, la evolución y lo posible como contrastadas estructuras, o nuevas cosas. Metamorfosis hay en sus labios, habitualmente silenciosos, cuando discursa de tal modo sobre gusanos transformados en mariposas.
Para el Cosmos, que es el único Dios, en que este ateo cree, el Caos es parte de una inteligencia superior. «El caos es parte del orden», le dijo y la viuda sintió miedo de la frase. Se la perdonó porque se sentía enamoriscada No captó, no tenía esa sutileza, para adivinar qué deprimido él vive. .El mensaje fue claro. Justificó el borrón y cuenta nueva en nombre del dios pagano, sin iglesia, que llamara la «materia prima de todo», el proceso de la Energía y su Caos, su abundancia y sus descensos. «Ese es el capital: la Energía. En el cosmos humano, hay quien lo vuelve Ley, Derecho, Dinero, Trabajo, Sexo o Ambiciones para un estilo de vida».
Ella ha pensado en el hombre calladito que le dijo estas cosas, al parecer, impersonales, pero, ella las toma a su modo. Fue demasiado para un día: horas de aleluyas y bodas. Y, aún ella quería absorberle la noche. El le dio cinco horas de su tiempo. Alegó compromisos y, al fin, declinó ir a verla otra vez, comer de su guiso y de unos panecillos que horneara.
Mortificada con el pensamiento de que sería otra mujer que le mueve el tapete, se enojó, sin decirlo y se quedó, con la comida hecha y un vino sin descorchar que tenía escondido. Había presumido, pot chismosa que era, con otras vecinas, lo que haría esa noche. Nada inmoral por supuesto; pero su invitado tiene 30 años menos.
Al final, avanzada la noche, la mortificó la escena horrenda. Espiaba, tras la cortina de su ventanal. Lo vio casi a las dos de la madrugada saltar del tercer piso. Y ella, la que llamaba a la policía por cualquier cosilla sospechosa que ocurriera en su cuadra, volvió a la cama. Por enemiga de esas teorías «filantrópicas» con que justifica el rechazo a que otro haga lo que le da la gana y le quite el derecho de mando a la autoridad establecida, haya o no consenso, se quedó callada hasta el otro día; pero, muy claro, que vio lo que él hizo. Se subió a una silla y el barandal de hierro de su balcón le quedó a la alturas de las pantorrillas; hizo un movimiento violento, brincotero y se tiró de espaldas.
Cayó del tercer piso sobre un empedrado, sin decir ni hay. Se le abrió la cabeza. Se desangró, paulatinamente, a partir de las 2:00 de la madrugada y cuando lo halló la policía eran las 7:00. Estaba caliente aún. Calcularon que una llamada a tiempo y habría sobrevivido.
A ella la heló saber este detalle. Fue de las primeras en abrirse paso entre policías y paramédicos. Todas la conecen. Señaló hacia lo alto, al balcón. «Es quien vive ahí, en el piso de arriba, ¿ve aquella silla». No estaba histérica, sí remordida y triste; pero no diría que vio la audancia del hombre calladito que llamó a su propia circunstancia social «la crisálida de un gusano de mariposa», que a duras penas acepta jerarquías.
El no fue de los que mandan. Carecía de empleo seguro. Se fue a la quiebra. Le robaron. Lo traicionaron y abandonaron los amigos. Y a él no gusta obedecer a quien le humilla. O tener amos. O ver tanta injusticia. En la confesión del suicidio, escribió que repudia la autoridad que emana de la ley. Y la Ley lo persigue, con muchas deudas. Las carencias fueron desesperantes. «Ni ley ni autoridad me garantizan justicia: y van echarme del apartamento, me quitaron el carro y me humillaron hasta lo indecible».
05-02-2006
*
El cura Vicente y el niño
Todo lo que inspira el espíritu, según dijo el Cura Vicente, origina la profecía. Yo lo creo. El espíritu se nos dio para que ofrezcamos algún servicio muy ingrato, pero necesario: ¡anunciar los grandes cambios de la Historia! Se paga un precio duro por ser profeta. Es malísimo pedir cambios al que no quiere cambiar por su capricho. O por ignorancia. O por no estar preparado. Se aferran a lo viejo, al pasado. Y te encaran como enemigos. Pero, en boca del hombre con espíritu, es que la profecía despliega su autoridad y da castigo al que no oye.
Recuerdo que me escondí en el sótano al escuchar la turba que llegó. Fue el día que mentí con la excusa del dolor de estómago. No tuve tiempo de vestirme. Salté de la cama nomás, sin pensar en el frío de la mañana. Temí por mi vida porque yo estaba solo. Todavía no sabía que soy profeta, conste...
El viejo bigotudo me halló con mis calzoncillos, semidesnudo, friolento detrás de unos fardos de viandas. Ni camisa me puse. Escuché cuando la turba se largó. El corrió a todos. Oí el vozarrón del cabrón. No sé cómo supo que me escondí. Se brincó una barda y halló la entrada a mi acogeta.
Me gritó: «¡Muchachito, ven acá!»
Vino derechito a buscarme después que los gentíos de pecadores se espantaron. Sí, pero con la furia de su voz, él amenazó con quemar vivos mis huesitos si no daba la cara.
No. Un ángel del Padre Enaltecido no dice las cochinadas que él me dijo. ¡Todo porque no fui a las clases que él daba, Historia Sagrada y Física!
Para que no gritara más, salí de mi acogeta, arropándome con un costal vacío. ¡Ay, la pelusa sucia me dio asco! ¿Estás desnudo? Dije que no y jaló el costal para verificarlo. ¡Ay, cochino, pajudo, ven acá! Después me agarró por los hombros y como una pluma me alzó. Me sentó sobre una mesa de herramientas. Sobre la misma, a mi lado, había un machete y otros aperos con los que él podría haberme matado si eso hubiera querido. No lo hizo; yo sí pensé en matarlo, Dios santo, y agarrar el machete y tirar tajos contra él.
El tal vez no. Lo que hizo fue sacudir la pelusa que el costal dejó sobre mi barriga. Me sacudió la pelusa que cayó sobre mis muslos y manoseó mis carnes hasta que no hubo pelusa sobre mi cuerpo ni sobre mis calzoncillos.
Mi voz se perdió por el miedo. El ya había tenido noticias sobre mis amnesias. El coraje me enferma... Y esa mañana él me reventó el cerebro, los hígados, el alma. Se comió mis recuerdos. Me chupó mis lunares. Me robó la voz. Ahora sé que los demonios tienen ese poder. Con sus manotas, empujándome, el demonio vestido de cura, me tendió sobre la mesa. Cerré mis ojos. Esperé una puñalada. Imaginé su violencia poco a poco contra mí. Con lenguaje que jamás utilizara en las aulas, dijo los insultos más chuscos. Hizo amenazas de quemar mis nalgas y extirpar mis testículos con los dientes. Y temblé por la gratuidad de su hostilidad y creía lo peor.
¿Por qué me castiga usted? En sus clases, yo llevé las mejores calificaciones. No ofendía a nadie, no molesté, no abrí mi boca. ¿Por qué me lastima con sus palabras y gritos? Por eso, como otras veces, lloré sin que nadie lo oyera, sin lágrimas. Dentro de mí. Y él lo supo...
Entonces amé su silencio. «Yo sí te oigo llorar, pequeñuelo.», me dijo. Y con esas rudas manos, con que él construyera muebles, habitaciones para el colegio y sembrara la tierra de los jardines, en los ratos de ocio, o se jactara del ministerio práctico especial, o se batiera a los puños con borrachos anti-españoles, me acarició como si fuese un bebito. Frotó su rostro por mis muslos. Sentí los pelos duros de su cara. Apretó mis nalgas hasta dejarlas coloradas. Mi piel se me puso chinita.
Cuando me bajó los calzoncillos, ya tenía mi verga parada y pensé que él chuparía. Me habría suicidado. No. Tendría que matarlo, medité. No supe quién entre los dos, yo o él, fue más inmundo. Me sentí tan culpable como él. ¡Pero, él me chupó la verga y yo no me maté! Quizás por eso sufrí. ¡Por cobarde! Por eso no fui profeta antes de hoy... ¡Por cobarde!
¿Can, tepocatl?
No sé, yo soy feliz con sólo caminar por los jardines. Ayer leí sobre las naked girls, las Járites y las Gracias. Me gustaría participar en una Danza de la Lluvia... Ya te dije. Hoy soy más libre; he sido vindicado divinamente. El enemigo ha muerto. Ahorita puedo ser feliz y comenzar a ser valiente y útil. El Padre me ha enaltecido. Cada vez que los demonios mueren, el Padre se enaltece y El Escondidazo se manifiesta y da valor al guango y pendejo.
Los ángeles festejan a los que aman. Hoy me siento muy amado por los ángeles. Hay un demonio menos. Y veo mis doce lunares sobre mi cara. Veo a los Mensajeros divinos. ¡A los reales, a los que ya son parte de la Luna y el Sol!
Fíjate, qué bonita está mi verga sin las hormigas ni la condenación. Te digo, me repugna soñar con hormigas porque me gustaría ser casto. Hay quiere que yo no lo sea. Ni tú, yo lo sé, tenemos en menos la castidad porque nos da un raro orgullo y fortaleza. He recuperado mi osadía.
Mucha gente no quiere que yo sea casto para que yo sea blando y pueril como mujer. Uno experimenta este sentimiento. Vea… La Zona Rosa está llena de juaniquillos de Goim, puros putos, hieródulos de ácido y caganidos de Tiro y Sidón. Jean Pierre sí tiene razón. Dice bien al respecto... Cuando yo estoy pinta que te pinta las cosas que El Aguila me pide, o haciendo retratos del tlacuilo Silencioso Tranquilazo, Jean Pierre critica a los judíos. Son los capitalistas detrás del proyecto de fundar una universidad de sodomitas en Lomas de Chapultepec. Los gamberros de Sodoma, invasores de los islotes prometidos, no se han ido de la Tierra. Mucho falta por barrer... A lo mejor se quedaron en ciudades impenitentes y no murieron en Sodoma ni Gomorra.
¡Ay de ti Corazin! ¡Ay de tí, Betsaida! que si en Tiro y Sidón se hubiera hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que sentadas en cilicio y ceniza, se habrían arrepentido…Tal vez el D.F. es una ciudad impenitente y la misión de profecía es avisarlo. Hay espíritus demoníacos, no sujetados, que están en la Zona Rosa. Yo tengo la potestad de hollar las serpientes y los escorpiones. Soy profeta, ¿recuerdas? y esos poderes los tengo. ¡Sujeto a los espíritus malignos! Mañana quizás no me sienta tan valiente como este día. Voy a tratar de que sí, sino acuérdamelo, Cefita.
Me siento como el mensajero del Magnífico de Lot...
Ya estoy curado. ¡Quiero bailar, cantar, hasta cagarme!
¿Qué me importa que el doctor Maltzman crea que no estoy curado? Dirá que es la luna, dirá que es una catatonía, una euforia neurótica...
2000
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El sexo es santo y caro
Hay un sacerdote en Chicago que dice que su pene es santo. Es un honor que lo introduzca en el ano de cualquier muchacho. Estila toda una disertación pagano-filosófica, místico-esotérica sobre la experiencia de transferir el Soma / la semilla santa / en el culo de un crío. Le gustan los niños de ojos azules, piel delicada y blanca, e inocencia inmaculada. Con otro curilla, viejito y rabo verde, le gusta que le cuenten sobre los ceremoniales, aunque sea con niñitas de las que van a los templos con tentadoras minifaldas.
Estaba en pláticas tales, con burdas confesiones, sin saber que una beata escuchaba. «El placer es caro; pero con nosotros es santo». La señora se espantó y no quiso guardarlo en su pecho. A una de sus sobrinas, piensa ella, la han comparado con una prostituta de lujo. Un viejo, rabo-verde, dijo que se la plancha y la niñaja ni llora. Ya le gustó, aunque la primera vez fue todo lágrimas.
Al fin, la mujer ha desatado que se callen. No les dijo nada, pero, se abrió paso entre ellos, con una mirada odiosa, desencantada, y por poco que los tira de bruces cuando salió corriendo para que no le hablaran. La noticia de esa beata se corrió como pólvora. De las escuelas parroquiales, muchos niños se dieron de baja. A ciertas misas, de la que llaman de convocatoria obligatoria, no se persona nadie. Hay, por lo menos, dieciseis curas que están en la mirilla. Algunos toman vacaciones; otros, cuelgan los hábitos y se exilan a dónde nadie sabe, o los mandan.
El 12 de agosto de 2008, haciéndose eco de lo que dijo uno de estos místicos curas desde su esoterikós y Soma, «que el sexo es caro», la Arquidiócesis de Chicago, anunció a dieciseis familias que deben repartirse $12.7 millones de dólares. Los sacerdotes están dispuestos a pagar por servicios recibidos para sus penes santos.
02-09-2008
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El suicidio fue un asesinato
No se halló ninguna nota. Su muerte no es para que lo supiera la comunidad. Ninguno. La discrepancia fue con Dios y lo más Sagrado. El quiso que se creyera en la fe y no se pudo. Que lo testificara el Cielo y Nadie allá hizo caso. Por tal razón, él se bebió un veneno para sabandijas. No le advino ni la elegancia de un disparo. Había caído en lo más vil de los abandonos. Agotó oraciones. Reconoció sus orgullos malsanos. Lo echaron a los abismos de las devaluaciones. Se sentía humillado, solo, insignificante, sin mérito, destituído, como al comienzo de las echadas divinas, existenciales, del hombre desde la originariedad del Caos. Y creyó que del Caos se embaraza del Orden, pero ningún Orden vino ni alumbró aquella noche. Ninguna providencia ni momento oportuno de entropía. Y pensó, después de invocar tantos ángeles, que le llamaban al Acto Supremo de protesta.. Se bebió un veneno para ratas, o para matar mosquitos. Y se sintió autoredimido porque salvó su postrera tristeza.
13-09-2008
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Los pretextos cobardes
¡Si supiera lo que hacen, con todos sus pretextos cobardes, estos cínicos! Estos demócratas, dizque humanistas, lógicos, dueños a toda crápula de Common Sense, sí, como Paine, y defensores de Valores familiares, surgidos de tradición-puritana, protestante-weberiana, críos de la Mayoría Moral, gente que ora en la mañana antes de irse al trabajo, gente que regresa a ver los noticiarios y lleva récord de crímenes que inspira el Enemigo, a fin de comentarlos un sábado en la Iglesia, ese maldito Satanás es quien jode más que una llaga en el culo, si supiera usted, lo que hace esa gente para negar que toda la maldita situación del mundo, se debe a esa ilusión descabellada de akguna vez ser rico y escupir a Satanás por crear pueblos materialistas allá en el Tercer Mundo, si supiera cómo defienden la fe en los noticiarios y en la virtud didáctica de jugar a matarlos, aunque sea en los video-games, porque son unos hijos de las granputas, peor que esos canallas de las telenovelas que hacen sufrir a las marías-mercedes y le dan gancho al corazón, a las taradas romántico-pendejas, pero llenas de temor a Dios!
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INDICE / Microrrelatos esotéricos
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