Friday, July 30, 2010

Sociología cultural y política de la diáspora (7)

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8. EVA: DEL SIGNIFICADO DE LA INOCENCIA Y LA CONVIVENCIA EN EL PATRIARCADO

El segundo texto de Norma Segades se titula Eva. Si en Lilith la referencia a la primera Madre Colectiva es enigmática, Eva es la «madre del castigo», texto que ya afirma su condena a la dominación operante. En este enjuiciamiento por Eva, ella es la que grita contra la justificación, ahora hecha con carácter más absoluto, del orden cósmico establecido y predeterminado del Ser Supremo, o de su representante, o cualquiera sea el nombre de la Autoridad creadora y controladora.

Lamentablemente, en este Amo / Padre / Orden se predetermina «la función y la misión que cada cual debe cumplir y que se transmite por la línea de mandos». [Casilda Rodrigañez, El asalto al Hades: La rebelión de Edipo: 2010].

El texto Eva de Segades es la descripción del Amo, no en tanto Creador de la Vida, sino como «Dueño» aupado para admnistrarla, profanador del sueño de una las partes, en este caso, la hembra. Este es el
«insolente señor de los caprichos» y, en consecuencia, el Amo Patriarcal y su simbología. Lo que la Eva, en este poema, trae a colación es el inicio de la opresión del útero, la desautorización de la simbiogénesis en la génesis orgánica, por una visión creacionista, que justificará «la esclavitud, la dominación y la jerarquía social» [Rodrigañez, loc. cit.].

Veamos el texto completo:

De la costilla que el Señor Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada: Génesis 2:22-25

Útero de dolientes laberintos donde la humanidad se salvaguarda,
grito el nombre del dueño de la vida,
mientras llovizna el alba
sobre el huerto
y ha comenzado el tiempo de los pájaros.
Grito el nombre del amo de los sueños,
insolente señor de los caprichos que cinceló en un hueso mis caderas,
mis senos contundentes,
mi cintura,
mis tobillos de andar acompasado.
Grito el nombre del verbo hermafrodita que me impuso
en la noche originaria
mi credencial de hembra,
de varona dispuesta a entretejer mi dinastía con hilvanes de semen desvelado
y luego,
sin piedad,
hirió mi rostro con el amargo musgo del olvido,
me arrebató en la fiebre de su cólera,
me expulsó hacia el naciente del repudio con espadas de fuego
entre las manos.
Soy Eva.
Soy la madre del castigo.
Detrás de mi vendrán cendales negros,
y un silencio de sangre sin embriones vaciada en las arenas de los siglos
y una historia de sexos mutilados
y piedras lapidando los pezones
y puños como rocas
y puñales
y la profanación de la inocencia
y manos machacando en los morteros el secreto nutriente de los granos
y el pulso del dolor atravesando por acequias de carne desgarrada
y la muerte
acechando en los rincones
como un perro de presa que reclama su diezmo de menudos calendarios.
Grito el nombre del padre,
a voz en cuello;
increpo a su desdén,
prevengo al viento acerca de estas lunas insumisas
que habrán de continuar sobreviviendo
a pesar del desprecio
y los agravios

[Norma Segades Manias,
En nonbre de sus nombres PDF]

¿Con qué aproximación crítica y hermenéntica Segades Manías articulará a su hablante en este texto?

Destaquemos que ella deja-ser al Acaecer apropiador del mito, permite un hablante que dice «Yo soy» con el que viaja a esa punto de la temporalidad («noche originaria») que se ha hecho «presencia». Segades sabe, sin embargo, que Eva, como Lilith y el «Amo» patriarcal («amo de los sueños, / insolente señor de los caprichos»), son ideologemas judíos. Conceptos y símbolos que configuran su propia continuidad y discontinuidad. «Obras de encargo destinadas a borrar» uno de los aspectos. Si el Edén es considerado un mito celebrativo de la (re)creación de la vida, ¿cuándo lo que fue momento de continuidad y celebración se forja como lamento y por qué?

Francisca Martín-Cano Abreu también ha observado cómo para justificarse el vencimiento del poder femenino y el inicio del dominio de la Divinidad masculina y sus valores (que son los de los guerreros, los del espíritu de expansión y dominio contra pueblos agrícolas, sedentarios y pacíficos), es necesario el falseamiento; enseñorearse con caprichos, enfatizar la ambiguedad, siendo que así, a la larga, se propicia olvido, apatía y tolerancia. La mentira es una forma de robar la certeza y la convicción que hubo en la simbiogéesis pre-patriarcal:

El mito, que invierte los hechos históricos, con una evidente finalidad desacreditadora, narra que Abel (el pueblo hebreo patriarcal invasor de pastores, vence y asesina al pueblo agrícola cananeo) que se dedicaba a guardar rebaños fue muerto por el ¡asesino! Caín (agricultor) que se dedicaba al cultivo. Es un ejemplo característico que usa del típico mecanismo de inversión mítica de los ideólogos patriarcales: los que se dedicaban a cuidar rebaños / «Abel» / el pueblo de pastores con costumbres nómadas y móviles, los habituados a los cambios que viajan por vastos territorios, los sujetos de un patriarcado agresivo y violento, con grandes ambiciones, que invaden y se apoderan de los suelos ricos y fértiles ajenos, ¡son los asesinados! por los «Caín», los sujetos de una estructura social matriarcal, cultivadores de la tierra, pacíficos, sedentarios, estables, tranquilos, maternos... Así que en realidad este mito enmascara el enfrentamiento entre pueblos que tienen diferentes filosofías, pero los hebreos dan una interpretación diametralmente opuesta al hecho de que precisamente es el pueblo matriarcal (agricultor de Caín) el que termina por ser sometido, asesinado y gobernado por el otro (el patriarcal de Abel / el invasor): Francisca Martín-Cano Abreu: Mitos

Desde las voces articuladas por Segades en sus poemas, la continuidad se interrumpe «con la aparición de las sociedades esclavistas y el cambio de orden social» [Rodrigañez, loc. cit.]. Eva confirmará a Lilith. A ninguna hembra se le facilita, por más «dispuesta a entretejer» su dinastía, bajo la condiciones de cambio que se operan, que son el fin de la simbiogénesis (segón la teoría evolutiva de Lynn Margulis); ni para Lilith ni para Eva, al parecer fue posible. Y ahora es Eva quien se queja de que está siendo herida, «sin piedad», olvidada y castigada con arrebatos y repudios («fiebre de su cólera») de quien la expulsa. El grito de Eva increpa al Padre / padre, tanto en mayúsculas («verbo hermafrodita» / de Yahwé) como al biológico-tribal, acusándolos de «desdén» y «agravios».

Estamos sólo en los umbrales del «naciente» repudio, pero hay una clara consciencia de expulsión. «Una nueva era de esclavitud más devastadora de cuantas la humanidad haya podido conocer», explica Rodrigañez, y que se tiende a negar para que la continuidad de la simbiogénesis quieda borrada, dismunuída y disuelta en «el amargo musgo del olvido» que tanto Segades, como Rodrigañez, saben la herramienta más eficaz para legitimar esclavitud, guerra, tortura, feminicidio y discontinuidad.

y una historia de sexos mutilados
y piedras lapidando los pezones
y puños como rocas
y puñales.

En el poema Eva, Norma Segades nos menciona la «y la profanación de la inocencia». Sin embargo, en la visión que Segades nos ha presentado de estas dos figuras / nombres sagrados, Lilith y Eva, la transgresión no viene de un agente extrahumano. No hay ninguna Serpiente que busque a Eva ni perversa inclinación de parte de ella a renunciar a la felicidad y a la seguridad por preferencia viciosa por la incertidumbre. Tampoco hay la noción de una Manzana Prohibida ni una disputa conyugal en la que ella vencerá, haciendo que Adán se subordine por el amor a Eva.

Tal contexto puede explicar los pasajes del El Paraíso Perdido de John Milton, donde la transgresión de Eva genera la ira de Dios y el primer exilio arquetípico del Edén para iniciar una historia profana de éste. Inclusive una historia dolorosa del parto, el trabajo (enajenado) y la convivencia, en adición, la consciencia de muerte, culpa y desobediencia («el sentimiento trágico de la vida», del que hablara Unamuno). Si preguntamos por la causalidad de lo que en los textos de Segades ocurre, las respuestas son otras y tienen que ver con un desequilibrio de poder. Ni siquiera Segades plantea la existencia, o no existencia del matriarcado ni si los valores que predominan son los de las sociedades agrícolas pacíficas, o si los valores de una sociedad ganadera (Abel, como pastor de ovejas), se vuelven peligrosos.

Lo que sí se desprende de los dos textos segadianos es que han comenzado los vendavales de los «amores migratorios» (como dice en Lilith) y, más poéticamente, en el segundo texto sobre Eva, se dice: «ha comenzado el tiempo de los pájaros», lo que si relacionamos al hombre, mienta por igual hábitos migratorios, en lo que puede ocurrir si ampliamos el contexto, el acaecimiento histórico de un nuevo tipo de sociedad en que ya no se festeja la vida.

La arqueóloga Marija Gimbutas, al analizar este proceso de transición de la Edad del Cobre a la del Bronce y que sucedió mucho antes de lo que se pensaba (sucedió entre 3500 y 2500 a.c.), nos pone en antecedentes de lo que pudo significar ésto para las sociedades agrícolas pacíficas. «El paso de la dominación de la mujer por la fuerza bruta (se captura a la mujer tras destruir por la fuerza lo que emana de ella), a la sumisión voluntaria de la misma (la mujer se considera salvada cuando se destruyen las monstruosas emanaciones de su cuerpo» [Casilda Rodrigañez Bustos, loc. cit.] Recordemos que estos mitos de la desaparición del Paraíso Terrenal, el Edén, las Diosas Madres, etc., datan de estos períodos.

La aludida protección que el varón daría a la mujer resultaría a la postre remedio insuficiente frente a la violencia en el sucesivo patriarcado. Cuando ha sido justificada la actitud hiperprotectiva del varón, esposo o jefe tribal, hay que tomar en cuenta esta observación de Francisca Martín-Cano

«Y para evitar la provocación de los violadores, para que no estuviesen expuestas al rapto y para evitar que se expusieran a peligros, que implicasen el riesgo de morir y por tanto el abandono de su prole, que correría igual suerte, se impondrían a las mujeres restricciones en su libertad de movimiento y se les prohibiría el desplazamiento lejos del hogar, por caminos solitarios; se las encerraría, con lo que significa de limitación cultural y pocas posibilidades de cambio. Y con la limitación de la libertad femenina, se fue pronunciando más el estado de sometimiento. Y consecuencia de ello sobrevino la revolución patriarcal y en unos pocos siglos la subordinación femenina» [Mitos].

Vivimos, en la actualidad, el patriarcado y lejos de amainar la violencia, la tendencia a crecer. La pregunta no es hoy si las descendientes de Lilith / o Eva, son representantes de una «humanidad previa» a la adquisición de la conciencia humana, pero la violencia prosigue. Tampoco es el quid de la cuestión de si una mujer por manifestar «rasgos como la independencia, la autonomía, la autopertenencia, la confianza en el propio criterio, el sentido crítico, la vinculación con el propio ser y el propio deseo» [Francisco Diez de Velasco, Paloma de Miguel, loc. cit.], la hacen censurables y peligros manifiestos para la sociedad patriarcal. El verdadero asunto, tal como lo expone Norma Iris Cacho Niño, en Militarización y violencia feminicida: el patriarcado al extremo (CEPRIDL 2009) es que:

La violencia estructural contra las mujeres tiene raíces históricas, culturales y políticas profundas que atraviesan muchos niveles y tienen diversas expresiones. La falta de acceso a oportunidades, el fortalecimiento de los roles tradicionales, los estereotipos de género, las condiciones de trabajo diferenciadas, el abuso y hostigamiento sexual, son tan sólo algunas de las manifestaciones de esta violencia.

La violencia contra las mujeres conjuga las condiciones de opresión, la misoginia y el sexismo. Es un ejercicio del poder masculino mediante la fuerza para someter y controlar a las mujeres y se ejerce en los ámbitos privados y públicos. La violencia contra las mujeres no es natural ni íntima; existe una responsabilidad social que sostiene al sistema patriarcal por medio de la violencia de género, así como una responsabilidad institucional que favorece las condiciones sociales, económicas y políticas que garantizan la violencia sistemática contra las mujeres».

Los feminicidios son la manifestación extrema de la violencia estructural económica, política, social y de género. [Militarización y violencia feminicida: el patriarcado al extremo]


Bibliografía

Norma Segades Manias, En nonbre de sus nombres PDF.

Casilda Rodrigañez Bustos,
El asalto al Hades: La rebelión de Edipo: 2010]. Libro disponible en PDF en la internet.

Francisca Martín-Cano Abreu:
Mitos

Norma Iris Cacho Niño, Militarización y violencia feminicida: el patriarcado al extremo [CEPRID, 13 de diciembre de 2009] Ver

CONTINUA
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