Por Carlos López Dzur / Fundador de La Naranja / OC
«La experiencia de los pueblos inmigrantes o en la diáspora es esencial en las sociedades contemporáneas»: Marie Gillispie (1995)
Todos los inmigrantes étnicos en los EE.UU. vivimos [«en y con»] con las instituciones y gentes que sólo, hasta cierto punto, llamaríamos «anfitriones benévolos». No se tiene anfitrión benévolo, esto es, que ofrezca bienvenida, si se ha entrado ilícitamente a la tierra en que se vivirá. Quien no fue invitado, tarde o temprano, es resentido por su ilegalidad e indocumentación.
Y no es Anfitriona Benévola, en ninguno de los casos, una tierra que es epítome de xenofobia, opresión socio-económica y competencia desigual. No obstante, por el mero hecho de ser anfitriona, mala o buena, las comunidades no la consideran Tierra Enemiga. El discurso hegemónico, compartido por los republicanos y demócratas conservadores, que son la mayoría, alega: «All illegal immigrants wrongdoings in America!»
Una persona no puede hacer enemigo o rival, o tratar como tal, al lugar en / y desde el elucidario existencial / al que va a solverse. De hecho, en común, los inmigrantes se van, voluntaria y sacrificialmente de su tierra por una vaga ilusión que creen poder materializar: Un «Sueño Americano». El discurso hegemónico que estigmatiza como mal-hechor y transgresor al inmigrante muestra una intención persecutoria: Si sus hijos nacen en los EE.UU., esa generación nacida en tierra estadounidense no debe beneficiarse de las leyes de nacimiento, que lo harían ciudadano y debe seguir «indocumentado», de modo que ni él ni sus padres disfruten beneficios a los que tendrían derechos. La hostilidad abierta contra el inmigrante pasa a un nivel mayor cuando se aspira a que el Estado tenga la facultad de despedir a sus padres como empleados, solicitándolo al empleador. El empleador se convertirá de este modo en cómplice del Estado, que desea imprimir la culpa de que emplear a un inmigrante sin documento es «anti-patriótico» / «un-American».
El Estado / Gobierno / del Anfitrión Benévolo, al deportar, quiere la facultad de separar a padres o madres inmigrantes, aunque con la acción lastima sentimientos y seguridad de los niños que han nacido como estadounidenses, o segunda generación. El discurso hegemónico acusa al inmigrante empleado, por el solo hecho de llegar sin invitación al país / a la Fiesta del Estado, de explotar en su provecho las «birthright laws as sneaky amnesty», o amnístia para sus hijos y como dicer la propaganda antiinmigrante: «Feeling good about them selves being over populated, it makes them feel like they are winning and conquering America!»
La experiencia de diáspora mienta al invitado, inmigrante legal, y al no invitado, el polizonte indocumentado. De embos se obtienen servicios y la ventaja de que se le puede pagar el salario mínimo, o emplearse con más paga que a otros, que son ciiudadanos. En el sistema de adquisición de «mano de obra barata», hay una primera hibridización de la institución del empleo. El hecho básico es que el inmigrante, hata venido legalmente contratado o de modo ilegal, consiente voluntariamente, o por necesidad, el salario inferior. Por eso hay que entender que en ambos tipos de inmigrantes la primera negociación con una estructura de violencia (o sutil ventaja en favor del empleador) es de gratitud, no beligerancia, sin resentimiento.
Utilizaré el concepto de «hibridización» del sociólogo británico Suart Hall y las teorías poscoloniales (Spivik, Sassen y la Dra. Ana Bravo Moreno), para meditar sobre la experencia de la diáspora de los inmigrantes de América Latina y el Caribe y, en particular, el que caso más típico, notado y numeroso entre ellos, el del mexicano, al que se insiste en castigar como transgresor.
La «presencia / ausencia» del mexicano en su tierra y en [el «en» y «con» de] su nuevo espacio, sea los EE.UU. al irse o en México, al volver o recomenzar a identificarlo como suyo, su origen, es un tema muy rico que explica las demandas que a él / como a todos los inmigrantes / hacen aquellos quienes anhelan como proceso útil que su asimilación cultural al maimstream sea acelerada, como acelerado es su rápido crecimiento como gruipo de minoría. Otra demanda es que conserve, o dosifique su nivel de aculturación o familiarización con la cultura, que trajo o se arriesga a perder.
Con la «presencia» en los EE.UU., el inmigrante pobre, no técnicp especializado, ayuda en la tarea de perpetuar un sistema de dominación poscolonial. Cuando no se asimila, propiamente, a la cultura anfitriona, se le excluye de una participación activa que le conferiría poder representativo sociocultural y político. Esto explica que, aunque los hispánicos, fuesen el 14.5% de la población estadounidense, constituyan menos del 8% del electorado para el 2008. Obviamente, una vasta mayoría de inmigrantes ilegales, o de recientes inmigrantes, no es por ley apta para el voto. Son, posiblemente, criterios culturales, asociados a su origen, lo que demoran que se registre y vote en porcentajes bajos, aún cuando hayan obtenido la ciudadanía.
Según Suart Hall, la experiencia de diáspora supone el inicio de un «diálogo de poder y resistencia, de rechazo y reconocimiento», en que el inmigrante puede que descubra o no, el proceso como uno intensamente «imperializador», en que la hegemonía del anfitrión es la que se impone. El inmigrante suele descubrir que, por razón de la distancia del lar nativo en que vive y las vivencias que trajo, desde su autoctonía, ya nada «se encuentra en su estado puro, prístino, en ninguna parte». A más se vive la diáspora, más grande el sentido de impureza, hibridización, más falseadas las nociones de identidad nacional, y la ccesibilidad protectiva, aquella que otrora definía una identidad fijada, «dada naturalmente o unificada». El inmigrante de hoy no tiene Lugar Sagrado. Voluntariamente, deja su tierra y puede que vea en ésta un lugar, tan profanador, que al va, aunque no lo empujen a irse.
En el nuevo discurso posmoderno, el discurso con disfraz, mas imperializador, el inmigrate puede ser bienvenido, aunque, más tarde descubra, que él como huésped no tiene el mejor de los anfitriones. En este contexto general, es que hilvaneré mi análisis. Esto es, un espacio de diáspora que se ha reconfigurado como «ya fusionado, sincretizado, con otros elementos culturales», que no son los propios y donde no hay el estímulo de regreso a algo mejor y más sagrado. Los «latinos» en general continuarán inmigrando debido a dificultades económicas y quienes recién llegan cruzarán en su vida, en alguna posición o enlace por empleo o nexo de convivencia familiar, con primeras, segundas y terceras generaciones.
Respecto a grupos migratorios de oleadas europeas de principios de los 90, es una diferencia. Ninguna otra oleada migratoria entrelaza su continuidad. Al explicarse la diáspora hispánica en general, se evidencia el amplio abanico de personas compuesto por aquellos que ya están asimilados / aculturados y por otros que no tienen ni idea de cómo funcionan las cosas en el país anfitrión. Hubo un momento, como han visto los sociólogos Richard Alba y Victor Nee, en que «durante cuatro década, desde 1924, hubo una interrupción de las grandes oleadas de inmigración» que, según ellos, «debilitó culturas y comunidades étnicas por largo tiempo». [Remaking the American Mainstream: Assimilation and American Contemporary Immigration, Harvard University Press, Cambridge, 2003]. Este hecho ha venido a revertirse, por lo que ahora, los mismos sociólogos, junto a Morris Janowitz, alegan que «hay fuerte resistencia de los residentes de habla hispana a la aculturación» [Samuel Huntington, en: El Reto Hispano]. Es, sin embargo, Samuel Huntington quien de modo más falaz y desenfocado trata de explicarse todo el proceso que podemos llamar la experiencia de diáspora, hibridización cultural y explotación de los inmigrantes en loe EE.UU., a los que acusa de cumplir con una «invasión silenciosa» y de reclamar «derechos históricos sobre territorio americano».
Mas, a pesar de y distintos a los conceptos estrechos y alarmistas de Huntington y los copartícipes neoconservadores (Mark Steyn, Bruce Bawer, William Gheen, Scott Brown etc.) de lo mismo y, sumados a los triunfalistas del mercadeo que observan al inmigrante como un mercado, hay otras posibilidades interpretativas para explicar la movilidad humana, la construcción de identidades, «más allá de las fronteras del Estado-nación». Todavía el tipo de memoria institucionalizada por la escuela o la universidad, el tipo de estudios que se hacen sobre la importancia de la historia de la inmigración en el país de acogida y en el de origen está viciada; no hay reconocimiento de la contribución de los «trabajadores coloniales» ni «poscoloniales».
El investigador Severiano Rojo de la «Faculté des Lettres et Sciences Sociales Victor Segalen», en Francia, dice que el estudio de las percepcionales nacionales de la inmigración en Europa son denegatorios; se ha empobrecido el mundo académico al quererse dar un lugar periférico en la investigación histórica a la gente pobre que abandonara su patria y al posible aporte que hace en otra. El pasado de los emigrantes está en la marginación y cuando se hacen estudios parten de criterios estrechos que oscilan entre la selección de prestigioso, peligroso o degradante. Los factores de evolución o de modificación de esta percepción. En cuanto a Francia, particularmente, al enfrentarse el desafío de ciertos acontecimientos ocurridos son «a menudo silenciados» aunque sean importantes para el esclarecimiento de asuntos migratorios, en toda Europa. Ejemplifica con «los campos de concentración en el sur de Francia, donde fueron internados los republicanos españoles, el genocidio armenio en Turquía, el trato de los americanos de origen japonés en EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial».
Además de la inedición su memoria histórica y la documentación adecuada, de su Presencia / Ausencia / su diáspora, están a merced de avatares políticos: olas de xenofobia, como la que sufre muchos árabes en los países occidentales, inclusive en Francia, donde se hizo una prohibición de la «burqa», así como hay prohibiciones de rituales, templos y burlas de Mahoma, en Suiza y Dinamarca.
Suscribo un pensamiento de la profesora Saskia Sassen, autora de libros tales La Ciudad Global y Territorio, Autoridad, Derechos (Princeton University Press 2006). Para ella, «en última instancia, los inmigrantes son en parte ciudadanos desnacionalizados, con la ambigüedad intencional en cuanto a pertenencia que el término conlleva. El inmigrante, en tanto que ciudadano en parte desnacionalizado, pertenece a un mundo de actores políticos informales en expansión, junto con el ciudadano tradicional que, cada vez más, busca ser transnacional». [Saskia Sassen: Inmigrantes en la Ciudad Global].
Aquí, encontramos, que el mismo término «hibridización» que maneja S. Hall para explicar ese sentimiento de los inmigrantes africanos y el mismo negro afroestadounidense, cuando se pregunta si hay algo más allá de la piel, que le haga participar del esencialismo y la identidad cultural estadounidense, hay riquezas que vale deconstruirse. La crítica poscolonial de la cultura nos llevará a las mismas cosas «al tratar con cuestiones de identidad en relación con historias y destinos nacionales más amplios». Con identidad mentamos la referencia a factores de etnicidad, clase y género, y con destino o espacio de destino / nos referimos el mundo neocolonial que hoy prevalece y con el que se batalla como inmigrante. Una autora de crítica poscolonal deconstructiva, Gayatri Chakravory Spivak, resume la tarea en tal espacio, dominado por el neoliberalismo occidental, como «negociar con las estructuras de violencia» y, ciertamente, la vida de los inmigrantes en alguna fase inicial fue encarar, con la propia «cruzada», las fases estructurales de la violencia que cada vez son más complejas y atediantes para los oprimidos y silenciados. Cada enfrentamiento sucesivo con el Coyote explotador y desalmado, el riesgo del Desierto o la Camioneta que se cuida de su detección por las Patrullas Fronterizas / La Migra, cada enfrentamiento al negociar salidas al anonimato, sin leyes que les protejan, son las que permiten que «entiendan» hasta que límites les es posible darse una voz de autolegitimidad.
Intelectuales como Samuel Huftington se aseguran que parte de las estructuras de violencia a las que enfrentará una comunidad inmigrante sean políticas, de modo que el Anfitrión asuma su papel más represivo y perverso. Quien viene puede ser tan evasivo como un terrorista fantasmal, o puede ser tan concreto como un mexicano que quiera fraguar «una república bicultural y bilingüe como una amenaza divisiva»; mas, al objetivo de «reinventar la provocación», y el echar miedo con lo amenazante que trae el inmigrante como invasor, previas generaciones se unen a la de reciente arribo; según la idea paranoica del catedrático bostoniano de El choque de civilizaciones. Si bien «en los países receptores, las ciudadanías llegan a vivir la inmigración como una transgresión», Saskia Sassen, Spivik y otros críticos poscoloniales de la cultura la encuadran de un modo optimista en múltiples ámbitos.que conciernen a construcción de identidades, derechos humanos, procesos post-colonialiales y trannsnacionales, «racialización», género y diversidad, en adición, procesos económicos importantes.
Un ejemplo: «las nuevas modalidades de participación directa en el desarrollo económico de México». Las comunidades inmigrantes mexicanas de Estados Unidos han sido claves en ello durante las crisis. Internamente, los empresarios no pierden el rastreo de una comunidad que tiene «un potencial de gasto anual superior a los 54.000 millones de dólares».
Sassen reconoce ésto y más cuando dice: «En este proceso, la ciudad global se reconfigura como un espacio parcialmente desnacionalizado que permite tanto las políticas subnacionales como las transnacionales. En este proceso, a su vez, se reinventan el vivir y el narrar de la pertenencia política. Esta reinvención disloca lo político de las temáticas de la nacionalidad definida en sentido estrecho. Lo político se implanta y se reinventa a partir de un amplio espectro de intereses particulares -desde protestas contra la brutalidad policial y la gentrificación a políticas sexuales y la ocupación de casas (squatting) por anarquistas».
El concepto de hibridización implica la «deconstrucción parcial de la noción de comunidad nacional y el ascenso de las nociones transnacionales de ciudadanía y comunidad de pertenencia», dice Sassen. La hibridización suele ser del país anfitrión, como del mismo migrante. Se trata de «un conjunto de dinámicas que sectores diversos de las élites nacionales perciben como estimuladas por la inmigración, especialmente en el contexto de las grandes metrópolis y las mixturas que éstas facilitan». En el espíritu de este intercambio tiene razón Enrique Krauze, cuando dice que si bien «la inmigración debe detenerse en algún momento e incluso revertise», «La cultura mexicana no amenaza a la estadounidense». Un defensor de los ideales angloprotestante y el racismo eurocéntrico, como Huffintgton.
1. CUANDO EL ANFITRION BENEVOLO SE TORNA ACUSADOR
Darse una «misión civlizadora» ante el inmigrante étnico, como previamente se propusiera el proyecto domesticador y civilizador del Destino Manifiesto y, aún antes, la asimilación impartida a las poblaciones indígenas o los esclavos negros, es la tarea de dos entidades: la Clase Propietaria (incluyendo las grandes agricultores, los ferrocarrileros, o los habituales contratadores de inmigrantes), que trabajan a través de agentes empleadores y sus administraciones y, a otro nivel, la clase política que observa el fenómeno e interviene en momentos de crisis. Histeria anti-inmigrante durante el cual se proponen todo una serie de iniciativas legislativas que revelan que el Anfitrión Benévolo, antes invocado como el protector del Bienestar, el Progreso y la Libertad, se puede tornar en el Ogro Dominador y malagradecido. Para inmigrantes que dijeron adiós a su tierra natal, que divdieron sus lealtades para hacer con la lealtad también partícipe a los EE.UU., «shiting homeland» y un «nuevo nacionalismo» el estolo mexicano, se está volviendo una práctica más ardua y amarga.
El segundo nivel de representación ambivalente de una misión civilizadora, lo expone Ellwood P. Cubberley, cuando en el año 1909, como educador de la Universidad de Stanford, dijo sobre el proyecto de educación de los inmigrantes: «Nuestra tarea es quebrar esos grupos o asesentamientos para asimilar y amalgamar a toda esa gente como parte de nuestra raza americana, e implantar en sus niños, tanto pueda hacerse, la concepción anglosajona de rectitud, ley y orden, y gobierno popular». [George J. Sánchez:: Becoming Mexican American: Ethnicity, Culture, and Identity in Chicano Los Angeles, 1900-1945 [Oxford University Press, 1993].
El estudio de estas dos entidades (la clase propietaria e institucions públicas) y el trato prodigado a los inmigrantes es tardío y, afortunadamente, se está haciendo porque se vive, como dijimos al principio de este artículo, uno de esos momentos de crisis. Lo dicho Cubberley es sólo el comienzo de la tarea de quebrantamiento («Our task is to break up thiese groups or settlements, to assimilate and amalgamate these people») o americanización del inmigrante mexicano que Sánchez estudia en la Parte II y capítulo 4 de su libro. Mas es el hecho es que «asimilar» puede que no sea otra cosa que un acto de fuerza, o de prohibición, una adoctrinación caprichosa y prepotente, que nada tenga de civilidad o actitud benevolente.
Una vez que se han iniciado los tardíos estudios, sean de tipo sociológico o antropológico, lo que resalta en común en la narrativa sobre la inmigración es la prevalescencia de la «Figura Marginal», sofocada por el eco de su etnicidad y el origen. Esto es válido en memorias de la percepción del blanco del Suroeste («Southern white»), el mexicano el afroamerican y sus narrativas en distintos periodos, cuando han sido inmigrante. La era de la Depresión origina los primeros texto preparados con la metodología de las ciencias sociales y su pretendido «social scientific paradigm» para revelar la problemática. Los hallazgos visibilizan y coinciden con la visión de los artistas y escritores: los inmigramtes son figuras marginales, con familias sufrientes y conflictos en un marco sistémico, sea el de migrantes internos o los que se desplazan a otra parte del mundo. [Ver: Erin Royston Battat: Literature, Social Science, and the Development of American Migration Narratives in the Twentieth Century, Blackwell Publishing Ltd, 2007].
Cuando la cultura del inmigrante es muy diferente a la imperante en el país anfitrión, el carácter de «figura marginal» es más sospechoso y dramático. La inestabilidad política en el Medio Oriente y el recrudecimieto del nacionalismo eurocentrista hace especialmente ardua la presencia del inmigrante árabe en algunos países donde cunde la islamofobia. El desplazamiento de esta migración, aún a los EE.UU., donde hoy es indeseada, continúa vigente, debido a la situación de inestabilidad dicha. Como la inmigración mexicana, ésta migración árabe es una que ha contribuido al desarrollo de la nación. [X]
Como toda inmigración que plantea para los nativos una señal de identidad y alteridad, demasiado contrastante, el grupo árabe experimenta discriminación y alienación y se ha visto, en la obligación de negociar durante el proceso de adaptación, inserción e integración al país que lo recibe, lo que les ha producido una pérdida de una parte de sus rasgos identitarios ancestrales.
En términos de los estudios sobre la inmigración mexicana, hay que hacer unos reconocimientos sobre su historia, en el siglo XX, pasada el hecho de que su presencia en algún momento entra en una protohistoria del llamado novo-hispano o californio. El inmigrante mexicano originalmente fue el «invitado», uno llamado. por la calidad de su trabajo. El estudioso Carlos Torres Hinojosa lo expresa en estos términos:
En Italia empobrecida, tras la Primera Guerra Mundial, hay un auge del anarqusmo; el movimiento socialista y comunista es fuerte, y las estrategias para la solución a la economía no quieren ser oídas; la ultraderecha fascista y los paramilitares persiguen a los anarquistas, comunistas y socialistas; muchos de los cuales verán como un destino posible para inmigrar a los EE.UU.
Durante la administración de Harding, en los EE.UU., la mayoría de pueblo estadounidense simplificará su percepción, casi siempre insolidaria, del italiano que vino con la inmigración. Persiste en verlo como un hato de comunistas, anarquistas, socialistas y mafiosos. Con la misma ausencia de solidaridad, se prejuicia al italiano católico y a quienes lo son en los EE.UU., lo que incluye a muchos irlandeses e hispánicos de viejas generaciones en el Sur-Oeste. Las elecciones de 1928 entre el republicano Herbert Hoover vs. el demócrata Alfred E. Smith, muestra el impacto del prejuicio contra el Catolicismo-romano en la política presidencial. El auge económico de los '20 fue ideal con que Hoover y Smith estaban identificados; pero, fue Simith, el católico-romano, quien sufrió políticamente «from anti-Catholic prejudice y sentiments».
El modelo económico de los primeros años del '20 incluyó el auge de las patentes de invenciones, métodos de producción lucrativa como tarjetas de descuento para tiendas, procesamiento de tarjetas de crédito, la extensión de seguros de vida, planes de consumo y pago a plazos y son las ciidades las que mejor se beneficiarán de esa prosperidad; por lo que el Departamento de Agricultura, comienza a sospechar para 1926, el impacto que ese tipo de economía y prosperidad urbana tendrá como imán para atraer a migrantes internos del campo a la ciudad. «Next migration in favor of the cities was over one million people», se dijo.
Torres Hinojosa explica, entonces, como este factor, se va contra el migrante mexicano:
Sin embargo, pese a la marginación y el discrimen, el grupo migratorio mexicano que miraba a ka nación receptora como Anfitrión Benévolo pagó el precio. Fue expulsada cuando la misma ética comercial del blanco colapsa por causa de lo ampliamente extendida de su corrupción, «a los más altos niveles de política y negocios». Estas fueron las tempranas señales de que los tiempos de prosperidad llegarían a su fin. E irónicamente, tras la deportación masiva de mexicanos de los EE.UU., un año después, los EE.UU. es afectado por una serie de inundaciones que en su historia agrícola han pasado a recordarse como «Una Bendición con Disfraz», en cuanto enseña una lección de humildad, pese a que se trató de la «devastación de un entero grupo de condados y enormes áreas de Estados, que arruinaron a miles de agricultores». Un periódico de la época, The Literary Digest, en artículo del 23 de agosto de 1930, lo describe de este modo:
En la teoría poscolonial de Homi K. Bhakba, expuesta en On Mimicry and Man: The Ambivalence of Colonial Discourse (1984), se describe un proceso de representación, canalizado a através de mecanismos psíquicos de «repetición, imitación y similitud» del Amo para el «proyecto de producir súbditos», unos que casi son lo mismo que el súbdito en yugo, como en el caso del esclavo negro, pero ya, «no del todo». Con este proceso de «mímesis, parodia e ironía», quien ha de pretenderse el amo, con efectiva autoridad, el experimentará la ambivalencia; ya no puede ser como en la dominación colonial. En las relaciones poscoloniales de trabajo, empleador y empleado, hay un carácter hibridizador manifiesto por lo que se «desestabilizan las formas unívocas de autoridad».
Según explica H. K. Bhakba, la hibridización «marca esos momentos de desabediencia civil dentro de la disciplina de la civilidad: señales de resistencia espectacular», de modo que un inmigrante debe ser tratado como un ente productivo que puede «invertir los efectos de la negación colonialista» y reclamar que se reincorporen otros conocimientos negados. Básicamente, el inmigrante es siempre un negociador a lo que Bhakba llama el «gestor en el tercer espacio». En The Third Space of Enunciation, el inmigrante como enunciador, no es la clase trabajadora unitaria (el elemento o espacio Uno) ni es la Administración Política de esa clase (lo Otro), «sino algo más además que rebate los términos y territorios de ambos».
So bien este enfoque bhakbiano es aplicable a las relaciones interpersonales del migrante ante su anfitrión, muchos de los mismos mecanismo pueden servir para representar procesos más amplios a nivel social y políticos. El interesante estudio A Century of Chicano History: Empire, Nations and Migration [Routledge, 1 edition, 2003] de Raúl E. Fernandez y Gilbert G. Gonzalez, es ejemplo, de un análisis neomarxista, donde el tercer espacio de resistencia al amo poscolonial, híbrido y ambiguo, es posible. La formación de una comunidad mexcana es rastreada en un contexto de dominación estadounidense sobre una comunidad trabajadora desatendida y que pide atención para todo lo que fue y sigue siendo en el presente, aunque hay dinámicas cambiante desde los finales del siglo XIX. Independientemente, de que la inmigración mexicana ha tenido un rol importante en la economía estadounidense, el gobierno no ha querido jugar el papel que responsablemente le toca, pese a desempeñar un objetivo de expasión económica y cultural en México.
Al retomar la teoría poscolonial Bhakba, expuesta en On Mimicry and Man: The Ambivalence of Colonial Discourse (1984), es imprescindible que puntualicemos aún más cómo la «repetición, imitación y similitud» del Amo para el «proyecto de producir súbditos», funciona. El amo es un cabecilla al servicio de una Autoridad dominadora. Su mentalidad es diferente a la del colono que se sujeta a un rol de trabajador, o de un futuro agente productivo, para servir a una colonia o asentimieto nuevo de inmigrantes. En la mentalidad de Amo, y el del cabecilla ausente que representará a la Autoridad dominadora (la Hegemonía del imperio) no está implícita la noción de que se ha emigrado del mismo modo que el que participa en un proyecto de colonos productivos, o de fundación de pueblos, donde se debe funcionar para el Bien Común o General de otros pobladores. La mentalidad de dominio (de amo) y mentalidad de colaboración (mente laboralista) son cosas diferentes; la primera es parasítica, la segunda pretende una dirigencia colaboradora y productiva.
El colonizador puede llegar como parte de una invasión para producir los súbditos que el Imperio desea y terminar siendo un inmigrante en desventaja al cabo de los años. En el poema lopezuriano, Todos somos inmigrantes, explica que este proceso ocurre y genera una culpa. Por el acervo que viene del pasado, lo dejado atrás, el colono se autoreprocha y auto-agrede:
Con pautas de autoagresión, todos,
todos y uno, somos vagabundos fronterizos,
desvalidos del presente, nunca definitivamente
aptos, admitidos, maduros y perfectos.
Uno es quien empieza de nuevo
disculpándose y sin perdón
de un remoto pasado.
Para López, el mecanismo inmediato para solucionar esta incertidumbre, o transición del pasado a lo nuevo, suele ser la hipocresía. La mentalidad de amo es la que más expeditamente resuelve el conflicto porque antes de arribar a tierra nueva ya tiene un compromiso de representación y se vende al poder de una Autoridad mayor a él, sin dejar espacio para las exigencias internas de su autenticidad humana.
En un texto poético titulado La Gran Migración de los Hipócritas, se ejemplifica con el surgimiento de los poblados de colonos de Europa en tierras americanas (e.g., la inmigración calvinista a Plymouth, Virginia, o en la Nueva Inglaterra). El poema describe los sentimientos y la percepción ideológica que Roger William tiene y expresa, una vez la discierne, ante «la intolerancia de las primeras migraciones». La colonización ha comenzado, invocándose la Roca y el Convenio de Pymounth, pero, los hechos pragmáticamente brutales que los colonos cometen no pueden ser más significativos: Thomas Hunt secuestró a 20 indios de Patuset y a otros siete de Nausett (el fin es venderlos como esclavos en Europa); no tardarán en darse las primeras matanzas («la guerra de colonos y los hijos de Wampanoag»).
Una plaga de viruelas en Londres (1625), traída por mercaderes, llegó a Virginia (Norteamérica) como otro agente que diezmará a los pueblos nativos y a colonos. Un colono, que representa la honestidad, Roger Williams, se siente molesto por lo que observara en Lancashire («hogueras», «Inquisición» y «cacerías de brujas»). En el se da el proceso descrito en el primer poema, «Todos somos inmigrantes», sólo que éste «ser inmigrante» en Williams revela la consciencia del costo humano del proceso:
Vamos a serlo por siempre, siglo a siglo,
con esta sensación de autoreproche
y desprecio de sí mismo
Lo que se trae a la colonia es lo mismo que molestara en Europa y, aún así, se trajo a las Trece Colonias, durante ese proceso llamado la primera Gran Migración que pudo haber sido numéricamente el saldo de los primeros 60,000 ingleses, irlandeses, escoceses, en los tiempos en que había puritanos en el Parlamento inglés y una lucha por imponer ideas calvinistas y hostigar el catolicismo en Inglaterra y otros puntos de Europa. Quienes huyeron de las hostigaciones detentados por la Iglesia Anglicana y emprendieron su marcha a Norteamérica, según esta narrativa de diáspora, se comportarían como continuadores de lo que en Inglaterra ya existía y no acaba de resolverse.
En América lo que se impone es la ambivalencia de la «Mimicry» que Bhakba discute en el ensayo citado. Si bien el colono puede llegar por necesidad, como parte de una obligación sobre él impuesta, o una circunstancia negativa o positiva de la que él mismo no pudo escapar (por ejemplo, un deseo de trocar la persecusión en libertad), la gravitación de los poderes de la Autoridad y sus primeros espacios institucionales tienden a hibridizar, hasta deshumanizar los propósitos originales, del colono benévolo.
El puritano hostigado en Europa querrá, en el espacio que le permite lejanía, sacar sus uñas en su defensa, pero en el ínterin descubre que, como comunidad, es parte de los «desvalidos del presente, nunca definitivamente / aptos, admitidos, maduros y perfectos».
En el poema citado La Gran Migración de los Hipócritas del libro Canto al hermetismo, se menciona a Miles Standish, líder principal de los puritanos, quien sostuvo ideas de predestinación para justificar la Gran Migración sobre la base de la Gracia Irresistible, gracia que se abroga el colono blanco. Quien se oponga a la asimilación predicada por los selectos de la Gracia Irresistible, verán los castigos. «Castigos que Dios da al que no cree / y no le ayuda al blanco misionero».
El poeta repasa la presencia histórica de Thomas Hunt, secuestrador y mata-indios y que, sin embargo, se jactaba con sus críticas a la tranía de Carlos I de Inglaterra y expuso hipócritamente la «moral de Dios». En el comportamiento de los puritanos / peregrinos / de las Trece Colonias, hay similitud y mímesis de la que ha sido una ética fracasada y oprobiosa en Europa. Aquí, en la nueva tierra de su migración, solo han de ser otra suma réplicas. En su ideario de «ideologemas», la ética puritana se dispone a castigar duramente a bebedores, adúlteros, a quienes no guarden el Séptimo Día, o sean considerados «herejes» por creer en la explicación científica de la realidad, el ateísmo u oponerse a dogmas. El puritiano tiende a ser teocrático. El derecho al voto no es para las mujeres ni para quienes no sean miembros de su Iglesia. Las mujeres no deben predicar / ni asalariarse como Ministras / porque no pagan impuestos y los ministros reciben salarios de las contribuciones fiscales de las nuevas colonias.
Estos poemas lopezurianos dan una voz a la tercera fuerza o espacio del discurso colonial, que es el colono benévolo. Uno que no viene a destruir al indio ni a replicar como súbditos al creyente o a pepetuar las nociones de autoridad impuesta. En su libro premiado por el Certamen Literario Chicano, de la Universidad de California, López Dzur llama al colono benévolo o consciente, «el hombre extendido», el que arriba «un poco pordioseros, todos otro poco
o apenas disculpados», «a la patria / de la culpa, con el indocumentado clamor» [El hombre extendido].
Como hombres extendidos / inmigrantes con clamores, Roger Williams y Anne Hutchintson representan esas figuras marginales que surgieron entre los peregrinos, que no se tornaron en opresores e hipócritas. Roger Williams fue obligado a salir de Massachussetts en 1635 y López Dzur lo destaca en el poema («pobre de tí, Roger Williams, / porque ya no te quiere Massachussetts»). Roger y Ana creen en la separación de iglesia y Estado, la defensa del indígena y la libertad de prédica, sin que el Estado intervenga, o censure. En Rhode Island, Ana Hutchintson pudo experimentar con sus ideas de libertad y verdadera tolerancia religiosa.
En cuanto, etnicidad y cultura ancestral identitaria, daría otro ejemplo. Un judío expulso de España que aprovechó el reclutamiento hecho por Colón, en rol de Almirante, puede que tenga motivos diferentes, más honestos, que el que su empleador tiene, o terminará expresando. Ante una población autóctona sumisa, o no, a la conquista, tras el encontronazo cultural por Tierras Descubiertas por el europeo, este colono (el benévolo) puede ser un copartícipe voluntario o involuntario de la invasión, al mismo tiempo que puede optar por el mecanismo síquico de la imitación del superior que le asigna un rol represivo. Todo colono es un inmigrante y hay un poema de López Dzur que expresa ésto: Todos somos inmigrantes en su colección El hombre extendido.
CONTINUA
Y no es Anfitriona Benévola, en ninguno de los casos, una tierra que es epítome de xenofobia, opresión socio-económica y competencia desigual. No obstante, por el mero hecho de ser anfitriona, mala o buena, las comunidades no la consideran Tierra Enemiga. El discurso hegemónico, compartido por los republicanos y demócratas conservadores, que son la mayoría, alega: «All illegal immigrants wrongdoings in America!»
Una persona no puede hacer enemigo o rival, o tratar como tal, al lugar en / y desde el elucidario existencial / al que va a solverse. De hecho, en común, los inmigrantes se van, voluntaria y sacrificialmente de su tierra por una vaga ilusión que creen poder materializar: Un «Sueño Americano». El discurso hegemónico que estigmatiza como mal-hechor y transgresor al inmigrante muestra una intención persecutoria: Si sus hijos nacen en los EE.UU., esa generación nacida en tierra estadounidense no debe beneficiarse de las leyes de nacimiento, que lo harían ciudadano y debe seguir «indocumentado», de modo que ni él ni sus padres disfruten beneficios a los que tendrían derechos. La hostilidad abierta contra el inmigrante pasa a un nivel mayor cuando se aspira a que el Estado tenga la facultad de despedir a sus padres como empleados, solicitándolo al empleador. El empleador se convertirá de este modo en cómplice del Estado, que desea imprimir la culpa de que emplear a un inmigrante sin documento es «anti-patriótico» / «un-American».
El Estado / Gobierno / del Anfitrión Benévolo, al deportar, quiere la facultad de separar a padres o madres inmigrantes, aunque con la acción lastima sentimientos y seguridad de los niños que han nacido como estadounidenses, o segunda generación. El discurso hegemónico acusa al inmigrante empleado, por el solo hecho de llegar sin invitación al país / a la Fiesta del Estado, de explotar en su provecho las «birthright laws as sneaky amnesty», o amnístia para sus hijos y como dicer la propaganda antiinmigrante: «Feeling good about them selves being over populated, it makes them feel like they are winning and conquering America!»
La experiencia de diáspora mienta al invitado, inmigrante legal, y al no invitado, el polizonte indocumentado. De embos se obtienen servicios y la ventaja de que se le puede pagar el salario mínimo, o emplearse con más paga que a otros, que son ciiudadanos. En el sistema de adquisición de «mano de obra barata», hay una primera hibridización de la institución del empleo. El hecho básico es que el inmigrante, hata venido legalmente contratado o de modo ilegal, consiente voluntariamente, o por necesidad, el salario inferior. Por eso hay que entender que en ambos tipos de inmigrantes la primera negociación con una estructura de violencia (o sutil ventaja en favor del empleador) es de gratitud, no beligerancia, sin resentimiento.
Utilizaré el concepto de «hibridización» del sociólogo británico Suart Hall y las teorías poscoloniales (Spivik, Sassen y la Dra. Ana Bravo Moreno), para meditar sobre la experencia de la diáspora de los inmigrantes de América Latina y el Caribe y, en particular, el que caso más típico, notado y numeroso entre ellos, el del mexicano, al que se insiste en castigar como transgresor.
La «presencia / ausencia» del mexicano en su tierra y en [el «en» y «con» de] su nuevo espacio, sea los EE.UU. al irse o en México, al volver o recomenzar a identificarlo como suyo, su origen, es un tema muy rico que explica las demandas que a él / como a todos los inmigrantes / hacen aquellos quienes anhelan como proceso útil que su asimilación cultural al maimstream sea acelerada, como acelerado es su rápido crecimiento como gruipo de minoría. Otra demanda es que conserve, o dosifique su nivel de aculturación o familiarización con la cultura, que trajo o se arriesga a perder.
Con la «presencia» en los EE.UU., el inmigrante pobre, no técnicp especializado, ayuda en la tarea de perpetuar un sistema de dominación poscolonial. Cuando no se asimila, propiamente, a la cultura anfitriona, se le excluye de una participación activa que le conferiría poder representativo sociocultural y político. Esto explica que, aunque los hispánicos, fuesen el 14.5% de la población estadounidense, constituyan menos del 8% del electorado para el 2008. Obviamente, una vasta mayoría de inmigrantes ilegales, o de recientes inmigrantes, no es por ley apta para el voto. Son, posiblemente, criterios culturales, asociados a su origen, lo que demoran que se registre y vote en porcentajes bajos, aún cuando hayan obtenido la ciudadanía.
Según Suart Hall, la experiencia de diáspora supone el inicio de un «diálogo de poder y resistencia, de rechazo y reconocimiento», en que el inmigrante puede que descubra o no, el proceso como uno intensamente «imperializador», en que la hegemonía del anfitrión es la que se impone. El inmigrante suele descubrir que, por razón de la distancia del lar nativo en que vive y las vivencias que trajo, desde su autoctonía, ya nada «se encuentra en su estado puro, prístino, en ninguna parte». A más se vive la diáspora, más grande el sentido de impureza, hibridización, más falseadas las nociones de identidad nacional, y la ccesibilidad protectiva, aquella que otrora definía una identidad fijada, «dada naturalmente o unificada». El inmigrante de hoy no tiene Lugar Sagrado. Voluntariamente, deja su tierra y puede que vea en ésta un lugar, tan profanador, que al va, aunque no lo empujen a irse.
En el nuevo discurso posmoderno, el discurso con disfraz, mas imperializador, el inmigrate puede ser bienvenido, aunque, más tarde descubra, que él como huésped no tiene el mejor de los anfitriones. En este contexto general, es que hilvaneré mi análisis. Esto es, un espacio de diáspora que se ha reconfigurado como «ya fusionado, sincretizado, con otros elementos culturales», que no son los propios y donde no hay el estímulo de regreso a algo mejor y más sagrado. Los «latinos» en general continuarán inmigrando debido a dificultades económicas y quienes recién llegan cruzarán en su vida, en alguna posición o enlace por empleo o nexo de convivencia familiar, con primeras, segundas y terceras generaciones.
Respecto a grupos migratorios de oleadas europeas de principios de los 90, es una diferencia. Ninguna otra oleada migratoria entrelaza su continuidad. Al explicarse la diáspora hispánica en general, se evidencia el amplio abanico de personas compuesto por aquellos que ya están asimilados / aculturados y por otros que no tienen ni idea de cómo funcionan las cosas en el país anfitrión. Hubo un momento, como han visto los sociólogos Richard Alba y Victor Nee, en que «durante cuatro década, desde 1924, hubo una interrupción de las grandes oleadas de inmigración» que, según ellos, «debilitó culturas y comunidades étnicas por largo tiempo». [Remaking the American Mainstream: Assimilation and American Contemporary Immigration, Harvard University Press, Cambridge, 2003]. Este hecho ha venido a revertirse, por lo que ahora, los mismos sociólogos, junto a Morris Janowitz, alegan que «hay fuerte resistencia de los residentes de habla hispana a la aculturación» [Samuel Huntington, en: El Reto Hispano]. Es, sin embargo, Samuel Huntington quien de modo más falaz y desenfocado trata de explicarse todo el proceso que podemos llamar la experiencia de diáspora, hibridización cultural y explotación de los inmigrantes en loe EE.UU., a los que acusa de cumplir con una «invasión silenciosa» y de reclamar «derechos históricos sobre territorio americano».
Mas, a pesar de y distintos a los conceptos estrechos y alarmistas de Huntington y los copartícipes neoconservadores (Mark Steyn, Bruce Bawer, William Gheen, Scott Brown etc.) de lo mismo y, sumados a los triunfalistas del mercadeo que observan al inmigrante como un mercado, hay otras posibilidades interpretativas para explicar la movilidad humana, la construcción de identidades, «más allá de las fronteras del Estado-nación». Todavía el tipo de memoria institucionalizada por la escuela o la universidad, el tipo de estudios que se hacen sobre la importancia de la historia de la inmigración en el país de acogida y en el de origen está viciada; no hay reconocimiento de la contribución de los «trabajadores coloniales» ni «poscoloniales».
El investigador Severiano Rojo de la «Faculté des Lettres et Sciences Sociales Victor Segalen», en Francia, dice que el estudio de las percepcionales nacionales de la inmigración en Europa son denegatorios; se ha empobrecido el mundo académico al quererse dar un lugar periférico en la investigación histórica a la gente pobre que abandonara su patria y al posible aporte que hace en otra. El pasado de los emigrantes está en la marginación y cuando se hacen estudios parten de criterios estrechos que oscilan entre la selección de prestigioso, peligroso o degradante. Los factores de evolución o de modificación de esta percepción. En cuanto a Francia, particularmente, al enfrentarse el desafío de ciertos acontecimientos ocurridos son «a menudo silenciados» aunque sean importantes para el esclarecimiento de asuntos migratorios, en toda Europa. Ejemplifica con «los campos de concentración en el sur de Francia, donde fueron internados los republicanos españoles, el genocidio armenio en Turquía, el trato de los americanos de origen japonés en EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial».
Además de la inedición su memoria histórica y la documentación adecuada, de su Presencia / Ausencia / su diáspora, están a merced de avatares políticos: olas de xenofobia, como la que sufre muchos árabes en los países occidentales, inclusive en Francia, donde se hizo una prohibición de la «burqa», así como hay prohibiciones de rituales, templos y burlas de Mahoma, en Suiza y Dinamarca.
Suscribo un pensamiento de la profesora Saskia Sassen, autora de libros tales La Ciudad Global y Territorio, Autoridad, Derechos (Princeton University Press 2006). Para ella, «en última instancia, los inmigrantes son en parte ciudadanos desnacionalizados, con la ambigüedad intencional en cuanto a pertenencia que el término conlleva. El inmigrante, en tanto que ciudadano en parte desnacionalizado, pertenece a un mundo de actores políticos informales en expansión, junto con el ciudadano tradicional que, cada vez más, busca ser transnacional». [Saskia Sassen: Inmigrantes en la Ciudad Global].
Aquí, encontramos, que el mismo término «hibridización» que maneja S. Hall para explicar ese sentimiento de los inmigrantes africanos y el mismo negro afroestadounidense, cuando se pregunta si hay algo más allá de la piel, que le haga participar del esencialismo y la identidad cultural estadounidense, hay riquezas que vale deconstruirse. La crítica poscolonial de la cultura nos llevará a las mismas cosas «al tratar con cuestiones de identidad en relación con historias y destinos nacionales más amplios». Con identidad mentamos la referencia a factores de etnicidad, clase y género, y con destino o espacio de destino / nos referimos el mundo neocolonial que hoy prevalece y con el que se batalla como inmigrante. Una autora de crítica poscolonal deconstructiva, Gayatri Chakravory Spivak, resume la tarea en tal espacio, dominado por el neoliberalismo occidental, como «negociar con las estructuras de violencia» y, ciertamente, la vida de los inmigrantes en alguna fase inicial fue encarar, con la propia «cruzada», las fases estructurales de la violencia que cada vez son más complejas y atediantes para los oprimidos y silenciados. Cada enfrentamiento sucesivo con el Coyote explotador y desalmado, el riesgo del Desierto o la Camioneta que se cuida de su detección por las Patrullas Fronterizas / La Migra, cada enfrentamiento al negociar salidas al anonimato, sin leyes que les protejan, son las que permiten que «entiendan» hasta que límites les es posible darse una voz de autolegitimidad.
Intelectuales como Samuel Huftington se aseguran que parte de las estructuras de violencia a las que enfrentará una comunidad inmigrante sean políticas, de modo que el Anfitrión asuma su papel más represivo y perverso. Quien viene puede ser tan evasivo como un terrorista fantasmal, o puede ser tan concreto como un mexicano que quiera fraguar «una república bicultural y bilingüe como una amenaza divisiva»; mas, al objetivo de «reinventar la provocación», y el echar miedo con lo amenazante que trae el inmigrante como invasor, previas generaciones se unen a la de reciente arribo; según la idea paranoica del catedrático bostoniano de El choque de civilizaciones. Si bien «en los países receptores, las ciudadanías llegan a vivir la inmigración como una transgresión», Saskia Sassen, Spivik y otros críticos poscoloniales de la cultura la encuadran de un modo optimista en múltiples ámbitos.que conciernen a construcción de identidades, derechos humanos, procesos post-colonialiales y trannsnacionales, «racialización», género y diversidad, en adición, procesos económicos importantes.
Un ejemplo: «las nuevas modalidades de participación directa en el desarrollo económico de México». Las comunidades inmigrantes mexicanas de Estados Unidos han sido claves en ello durante las crisis. Internamente, los empresarios no pierden el rastreo de una comunidad que tiene «un potencial de gasto anual superior a los 54.000 millones de dólares».
Sassen reconoce ésto y más cuando dice: «En este proceso, la ciudad global se reconfigura como un espacio parcialmente desnacionalizado que permite tanto las políticas subnacionales como las transnacionales. En este proceso, a su vez, se reinventan el vivir y el narrar de la pertenencia política. Esta reinvención disloca lo político de las temáticas de la nacionalidad definida en sentido estrecho. Lo político se implanta y se reinventa a partir de un amplio espectro de intereses particulares -desde protestas contra la brutalidad policial y la gentrificación a políticas sexuales y la ocupación de casas (squatting) por anarquistas».
El concepto de hibridización implica la «deconstrucción parcial de la noción de comunidad nacional y el ascenso de las nociones transnacionales de ciudadanía y comunidad de pertenencia», dice Sassen. La hibridización suele ser del país anfitrión, como del mismo migrante. Se trata de «un conjunto de dinámicas que sectores diversos de las élites nacionales perciben como estimuladas por la inmigración, especialmente en el contexto de las grandes metrópolis y las mixturas que éstas facilitan». En el espíritu de este intercambio tiene razón Enrique Krauze, cuando dice que si bien «la inmigración debe detenerse en algún momento e incluso revertise», «La cultura mexicana no amenaza a la estadounidense». Un defensor de los ideales angloprotestante y el racismo eurocéntrico, como Huffintgton.
1. CUANDO EL ANFITRION BENEVOLO SE TORNA ACUSADOR
Darse una «misión civlizadora» ante el inmigrante étnico, como previamente se propusiera el proyecto domesticador y civilizador del Destino Manifiesto y, aún antes, la asimilación impartida a las poblaciones indígenas o los esclavos negros, es la tarea de dos entidades: la Clase Propietaria (incluyendo las grandes agricultores, los ferrocarrileros, o los habituales contratadores de inmigrantes), que trabajan a través de agentes empleadores y sus administraciones y, a otro nivel, la clase política que observa el fenómeno e interviene en momentos de crisis. Histeria anti-inmigrante durante el cual se proponen todo una serie de iniciativas legislativas que revelan que el Anfitrión Benévolo, antes invocado como el protector del Bienestar, el Progreso y la Libertad, se puede tornar en el Ogro Dominador y malagradecido. Para inmigrantes que dijeron adiós a su tierra natal, que divdieron sus lealtades para hacer con la lealtad también partícipe a los EE.UU., «shiting homeland» y un «nuevo nacionalismo» el estolo mexicano, se está volviendo una práctica más ardua y amarga.
El segundo nivel de representación ambivalente de una misión civilizadora, lo expone Ellwood P. Cubberley, cuando en el año 1909, como educador de la Universidad de Stanford, dijo sobre el proyecto de educación de los inmigrantes: «Nuestra tarea es quebrar esos grupos o asesentamientos para asimilar y amalgamar a toda esa gente como parte de nuestra raza americana, e implantar en sus niños, tanto pueda hacerse, la concepción anglosajona de rectitud, ley y orden, y gobierno popular». [George J. Sánchez:: Becoming Mexican American: Ethnicity, Culture, and Identity in Chicano Los Angeles, 1900-1945 [Oxford University Press, 1993].
El estudio de estas dos entidades (la clase propietaria e institucions públicas) y el trato prodigado a los inmigrantes es tardío y, afortunadamente, se está haciendo porque se vive, como dijimos al principio de este artículo, uno de esos momentos de crisis. Lo dicho Cubberley es sólo el comienzo de la tarea de quebrantamiento («Our task is to break up thiese groups or settlements, to assimilate and amalgamate these people») o americanización del inmigrante mexicano que Sánchez estudia en la Parte II y capítulo 4 de su libro. Mas es el hecho es que «asimilar» puede que no sea otra cosa que un acto de fuerza, o de prohibición, una adoctrinación caprichosa y prepotente, que nada tenga de civilidad o actitud benevolente.
Una vez que se han iniciado los tardíos estudios, sean de tipo sociológico o antropológico, lo que resalta en común en la narrativa sobre la inmigración es la prevalescencia de la «Figura Marginal», sofocada por el eco de su etnicidad y el origen. Esto es válido en memorias de la percepción del blanco del Suroeste («Southern white»), el mexicano el afroamerican y sus narrativas en distintos periodos, cuando han sido inmigrante. La era de la Depresión origina los primeros texto preparados con la metodología de las ciencias sociales y su pretendido «social scientific paradigm» para revelar la problemática. Los hallazgos visibilizan y coinciden con la visión de los artistas y escritores: los inmigramtes son figuras marginales, con familias sufrientes y conflictos en un marco sistémico, sea el de migrantes internos o los que se desplazan a otra parte del mundo. [Ver: Erin Royston Battat: Literature, Social Science, and the Development of American Migration Narratives in the Twentieth Century, Blackwell Publishing Ltd, 2007].
Cuando la cultura del inmigrante es muy diferente a la imperante en el país anfitrión, el carácter de «figura marginal» es más sospechoso y dramático. La inestabilidad política en el Medio Oriente y el recrudecimieto del nacionalismo eurocentrista hace especialmente ardua la presencia del inmigrante árabe en algunos países donde cunde la islamofobia. El desplazamiento de esta migración, aún a los EE.UU., donde hoy es indeseada, continúa vigente, debido a la situación de inestabilidad dicha. Como la inmigración mexicana, ésta migración árabe es una que ha contribuido al desarrollo de la nación. [X]
Como toda inmigración que plantea para los nativos una señal de identidad y alteridad, demasiado contrastante, el grupo árabe experimenta discriminación y alienación y se ha visto, en la obligación de negociar durante el proceso de adaptación, inserción e integración al país que lo recibe, lo que les ha producido una pérdida de una parte de sus rasgos identitarios ancestrales.
En términos de los estudios sobre la inmigración mexicana, hay que hacer unos reconocimientos sobre su historia, en el siglo XX, pasada el hecho de que su presencia en algún momento entra en una protohistoria del llamado novo-hispano o californio. El inmigrante mexicano originalmente fue el «invitado», uno llamado. por la calidad de su trabajo. El estudioso Carlos Torres Hinojosa lo expresa en estos términos:
«Durante las dos últimas décadas del siglo XIX y 1as dos primeras del presente, los inmigrantes mexicanos jugaron un papel muy importante en la construcción de las vías férreas en el suroeste de Estados Unidos, en especial las de las empresas Southern Pacific y Santa Fe. Los trabajadores mexicanos llegaron a representar el 70 % de las cuadrillas y tan sólo en 1908 fueron contratados más de 16,000 de ellos con destino a los ferrocarriles. Incluso después de que se terminaron las vías principales, los mexicanos continuaron siendo contratados para construir las líneas secundarias y para el mantenimiento y reparación de las mismas. La construcción de vías férreas llevaron a los mexicanos a Montana, Wyoming, Utah, Colorado, Idaho, Illinois y Washington». Carlos Torres Hinojosa: Migración mexicana hacia Estados UnidosLas migraciones internas de anglosajones y afroamericanos durante el decenio de 1920 («The Roaring Twenties») y otros factores (el temor a los movimientos de masas como el fascismo, el comunismo y el socialismo, en época de problemas laborales y tensiones raciales) contribuirá a que surja una crisis en 1929 que torna al «Inmigrante Invitado» en el «Indeseado». La acttud de los angloestadounidenses de esa época querían «a return to Christian values, and less government interference in their lives» y es la política del Presidente Warren G. Harding que articula el lema «return to normalcy»; pero, éstos son los impensables años en que el Partido Socialista Americano nominara, con ilusionismo, a Eugene V. Debs para presidente; al parecer, una doble y vanidosa locura, a los ojos de los estadounidenses, porque se trataba de un afroamericano y de un candidato que haría el montaje a su campaña desde una prisión. El mensaje de Debs era cauteloso. Era un crítico de la histeria y fascinación con el dinero fácil. Cuando pasó la recesión que trajo la Primera Guerra Mundial, vino una época de derroche («spending spree»); se comenzó a vivir de créditos y no del ahorro, y muchos consumidores, fascinados por un auge de ganancias corporativas, no querían oir los mensajes de alerta de hombres como él.
En Italia empobrecida, tras la Primera Guerra Mundial, hay un auge del anarqusmo; el movimiento socialista y comunista es fuerte, y las estrategias para la solución a la economía no quieren ser oídas; la ultraderecha fascista y los paramilitares persiguen a los anarquistas, comunistas y socialistas; muchos de los cuales verán como un destino posible para inmigrar a los EE.UU.
Durante la administración de Harding, en los EE.UU., la mayoría de pueblo estadounidense simplificará su percepción, casi siempre insolidaria, del italiano que vino con la inmigración. Persiste en verlo como un hato de comunistas, anarquistas, socialistas y mafiosos. Con la misma ausencia de solidaridad, se prejuicia al italiano católico y a quienes lo son en los EE.UU., lo que incluye a muchos irlandeses e hispánicos de viejas generaciones en el Sur-Oeste. Las elecciones de 1928 entre el republicano Herbert Hoover vs. el demócrata Alfred E. Smith, muestra el impacto del prejuicio contra el Catolicismo-romano en la política presidencial. El auge económico de los '20 fue ideal con que Hoover y Smith estaban identificados; pero, fue Simith, el católico-romano, quien sufrió políticamente «from anti-Catholic prejudice y sentiments».
El modelo económico de los primeros años del '20 incluyó el auge de las patentes de invenciones, métodos de producción lucrativa como tarjetas de descuento para tiendas, procesamiento de tarjetas de crédito, la extensión de seguros de vida, planes de consumo y pago a plazos y son las ciidades las que mejor se beneficiarán de esa prosperidad; por lo que el Departamento de Agricultura, comienza a sospechar para 1926, el impacto que ese tipo de economía y prosperidad urbana tendrá como imán para atraer a migrantes internos del campo a la ciudad. «Next migration in favor of the cities was over one million people», se dijo.
Torres Hinojosa explica, entonces, como este factor, se va contra el migrante mexicano:
«La crisis de 1929 propició que surgieran y se desarrollaran algunos grupos que proponían restricciones a la inmigración y por lo tanto que se oponían al empleo de mano de obra mexicana, aduciendo que los mexicanos ocupaban puestos que deberían corresponder a los ciudadanos norteamericanos agobiados por los crecientes índices de desempleo. El gobierno norteamericano encontró entonces a quien culpar de por lo menos parte de la crisis y organizó repatriaciones masivas de mexicanos. Esto coincidió con la política del gobierno mexicano respecto al campo y a los campesinos, pues fueron los años de auge del reparto agrario. Ambos acontecimientos arraigaron por algunos años a los emigrantes en sus propios asentamientos»: Loc. cit.El pueblo estadounidense / trabajador blanco / que conoció en el decenio de posguerra el «Boom and Bust of Easy Money», sabía la dureza y penurias de la ruralía (los pueblitos de miseria que llamaron «hoover-villes»), pese a la prosperidad de los tiempos. En las ciudades, el inmigrante mexicano brillaba por su ausencia. Prefería el campo y, aún durante los años de la Depresión, no esperaba competir con el blanco, recibir bonos de Navidad y menos equipararse con aquellos que como ejecutivos, o empleados de rango, vieron sus salarios inflarse («ballooned to extravagant levels, widening the gap between management and the workers»). De la economía de «Wall Street» o los bancos, la migración mexicana no participó nunca y su ética como trabajadores solía ser intachables.
Sin embargo, pese a la marginación y el discrimen, el grupo migratorio mexicano que miraba a ka nación receptora como Anfitrión Benévolo pagó el precio. Fue expulsada cuando la misma ética comercial del blanco colapsa por causa de lo ampliamente extendida de su corrupción, «a los más altos niveles de política y negocios». Estas fueron las tempranas señales de que los tiempos de prosperidad llegarían a su fin. E irónicamente, tras la deportación masiva de mexicanos de los EE.UU., un año después, los EE.UU. es afectado por una serie de inundaciones que en su historia agrícola han pasado a recordarse como «Una Bendición con Disfraz», en cuanto enseña una lección de humildad, pese a que se trató de la «devastación de un entero grupo de condados y enormes áreas de Estados, que arruinaron a miles de agricultores». Un periódico de la época, The Literary Digest, en artículo del 23 de agosto de 1930, lo describe de este modo:
Nor will the consumer escape the evil consequences of the drought... Already short pastures have cut the milk supply. Many farmers, unable to feed young dairy cattle have sent them to slaughter. This will be reflected in the supply of dairy products many months later. This is only one of the most glaring instances out of hundreds of the far-reaching effects of such a calamity. [...] The farmer will feel the first and the direct effects of the drought, but every man, woman, and child in America will suffer the indirect consequences in some degree. Good and Evil Effects of the Drought2. HIBRIDIZACION DEL DISCURSO MIGRATORIO POSCOLONIAL
En la teoría poscolonial de Homi K. Bhakba, expuesta en On Mimicry and Man: The Ambivalence of Colonial Discourse (1984), se describe un proceso de representación, canalizado a através de mecanismos psíquicos de «repetición, imitación y similitud» del Amo para el «proyecto de producir súbditos», unos que casi son lo mismo que el súbdito en yugo, como en el caso del esclavo negro, pero ya, «no del todo». Con este proceso de «mímesis, parodia e ironía», quien ha de pretenderse el amo, con efectiva autoridad, el experimentará la ambivalencia; ya no puede ser como en la dominación colonial. En las relaciones poscoloniales de trabajo, empleador y empleado, hay un carácter hibridizador manifiesto por lo que se «desestabilizan las formas unívocas de autoridad».
Según explica H. K. Bhakba, la hibridización «marca esos momentos de desabediencia civil dentro de la disciplina de la civilidad: señales de resistencia espectacular», de modo que un inmigrante debe ser tratado como un ente productivo que puede «invertir los efectos de la negación colonialista» y reclamar que se reincorporen otros conocimientos negados. Básicamente, el inmigrante es siempre un negociador a lo que Bhakba llama el «gestor en el tercer espacio». En The Third Space of Enunciation, el inmigrante como enunciador, no es la clase trabajadora unitaria (el elemento o espacio Uno) ni es la Administración Política de esa clase (lo Otro), «sino algo más además que rebate los términos y territorios de ambos».
So bien este enfoque bhakbiano es aplicable a las relaciones interpersonales del migrante ante su anfitrión, muchos de los mismos mecanismo pueden servir para representar procesos más amplios a nivel social y políticos. El interesante estudio A Century of Chicano History: Empire, Nations and Migration [Routledge, 1 edition, 2003] de Raúl E. Fernandez y Gilbert G. Gonzalez, es ejemplo, de un análisis neomarxista, donde el tercer espacio de resistencia al amo poscolonial, híbrido y ambiguo, es posible. La formación de una comunidad mexcana es rastreada en un contexto de dominación estadounidense sobre una comunidad trabajadora desatendida y que pide atención para todo lo que fue y sigue siendo en el presente, aunque hay dinámicas cambiante desde los finales del siglo XIX. Independientemente, de que la inmigración mexicana ha tenido un rol importante en la economía estadounidense, el gobierno no ha querido jugar el papel que responsablemente le toca, pese a desempeñar un objetivo de expasión económica y cultural en México.
Al retomar la teoría poscolonial Bhakba, expuesta en On Mimicry and Man: The Ambivalence of Colonial Discourse (1984), es imprescindible que puntualicemos aún más cómo la «repetición, imitación y similitud» del Amo para el «proyecto de producir súbditos», funciona. El amo es un cabecilla al servicio de una Autoridad dominadora. Su mentalidad es diferente a la del colono que se sujeta a un rol de trabajador, o de un futuro agente productivo, para servir a una colonia o asentimieto nuevo de inmigrantes. En la mentalidad de Amo, y el del cabecilla ausente que representará a la Autoridad dominadora (la Hegemonía del imperio) no está implícita la noción de que se ha emigrado del mismo modo que el que participa en un proyecto de colonos productivos, o de fundación de pueblos, donde se debe funcionar para el Bien Común o General de otros pobladores. La mentalidad de dominio (de amo) y mentalidad de colaboración (mente laboralista) son cosas diferentes; la primera es parasítica, la segunda pretende una dirigencia colaboradora y productiva.
El colonizador puede llegar como parte de una invasión para producir los súbditos que el Imperio desea y terminar siendo un inmigrante en desventaja al cabo de los años. En el poema lopezuriano, Todos somos inmigrantes, explica que este proceso ocurre y genera una culpa. Por el acervo que viene del pasado, lo dejado atrás, el colono se autoreprocha y auto-agrede:
Con pautas de autoagresión, todos,
todos y uno, somos vagabundos fronterizos,
desvalidos del presente, nunca definitivamente
aptos, admitidos, maduros y perfectos.
Uno es quien empieza de nuevo
disculpándose y sin perdón
de un remoto pasado.
Para López, el mecanismo inmediato para solucionar esta incertidumbre, o transición del pasado a lo nuevo, suele ser la hipocresía. La mentalidad de amo es la que más expeditamente resuelve el conflicto porque antes de arribar a tierra nueva ya tiene un compromiso de representación y se vende al poder de una Autoridad mayor a él, sin dejar espacio para las exigencias internas de su autenticidad humana.
En un texto poético titulado La Gran Migración de los Hipócritas, se ejemplifica con el surgimiento de los poblados de colonos de Europa en tierras americanas (e.g., la inmigración calvinista a Plymouth, Virginia, o en la Nueva Inglaterra). El poema describe los sentimientos y la percepción ideológica que Roger William tiene y expresa, una vez la discierne, ante «la intolerancia de las primeras migraciones». La colonización ha comenzado, invocándose la Roca y el Convenio de Pymounth, pero, los hechos pragmáticamente brutales que los colonos cometen no pueden ser más significativos: Thomas Hunt secuestró a 20 indios de Patuset y a otros siete de Nausett (el fin es venderlos como esclavos en Europa); no tardarán en darse las primeras matanzas («la guerra de colonos y los hijos de Wampanoag»).
Una plaga de viruelas en Londres (1625), traída por mercaderes, llegó a Virginia (Norteamérica) como otro agente que diezmará a los pueblos nativos y a colonos. Un colono, que representa la honestidad, Roger Williams, se siente molesto por lo que observara en Lancashire («hogueras», «Inquisición» y «cacerías de brujas»). En el se da el proceso descrito en el primer poema, «Todos somos inmigrantes», sólo que éste «ser inmigrante» en Williams revela la consciencia del costo humano del proceso:
Vamos a serlo por siempre, siglo a siglo,
con esta sensación de autoreproche
y desprecio de sí mismo
Lo que se trae a la colonia es lo mismo que molestara en Europa y, aún así, se trajo a las Trece Colonias, durante ese proceso llamado la primera Gran Migración que pudo haber sido numéricamente el saldo de los primeros 60,000 ingleses, irlandeses, escoceses, en los tiempos en que había puritanos en el Parlamento inglés y una lucha por imponer ideas calvinistas y hostigar el catolicismo en Inglaterra y otros puntos de Europa. Quienes huyeron de las hostigaciones detentados por la Iglesia Anglicana y emprendieron su marcha a Norteamérica, según esta narrativa de diáspora, se comportarían como continuadores de lo que en Inglaterra ya existía y no acaba de resolverse.
En América lo que se impone es la ambivalencia de la «Mimicry» que Bhakba discute en el ensayo citado. Si bien el colono puede llegar por necesidad, como parte de una obligación sobre él impuesta, o una circunstancia negativa o positiva de la que él mismo no pudo escapar (por ejemplo, un deseo de trocar la persecusión en libertad), la gravitación de los poderes de la Autoridad y sus primeros espacios institucionales tienden a hibridizar, hasta deshumanizar los propósitos originales, del colono benévolo.
El puritano hostigado en Europa querrá, en el espacio que le permite lejanía, sacar sus uñas en su defensa, pero en el ínterin descubre que, como comunidad, es parte de los «desvalidos del presente, nunca definitivamente / aptos, admitidos, maduros y perfectos».
En el poema citado La Gran Migración de los Hipócritas del libro Canto al hermetismo, se menciona a Miles Standish, líder principal de los puritanos, quien sostuvo ideas de predestinación para justificar la Gran Migración sobre la base de la Gracia Irresistible, gracia que se abroga el colono blanco. Quien se oponga a la asimilación predicada por los selectos de la Gracia Irresistible, verán los castigos. «Castigos que Dios da al que no cree / y no le ayuda al blanco misionero».
El poeta repasa la presencia histórica de Thomas Hunt, secuestrador y mata-indios y que, sin embargo, se jactaba con sus críticas a la tranía de Carlos I de Inglaterra y expuso hipócritamente la «moral de Dios». En el comportamiento de los puritanos / peregrinos / de las Trece Colonias, hay similitud y mímesis de la que ha sido una ética fracasada y oprobiosa en Europa. Aquí, en la nueva tierra de su migración, solo han de ser otra suma réplicas. En su ideario de «ideologemas», la ética puritana se dispone a castigar duramente a bebedores, adúlteros, a quienes no guarden el Séptimo Día, o sean considerados «herejes» por creer en la explicación científica de la realidad, el ateísmo u oponerse a dogmas. El puritiano tiende a ser teocrático. El derecho al voto no es para las mujeres ni para quienes no sean miembros de su Iglesia. Las mujeres no deben predicar / ni asalariarse como Ministras / porque no pagan impuestos y los ministros reciben salarios de las contribuciones fiscales de las nuevas colonias.
Estos poemas lopezurianos dan una voz a la tercera fuerza o espacio del discurso colonial, que es el colono benévolo. Uno que no viene a destruir al indio ni a replicar como súbditos al creyente o a pepetuar las nociones de autoridad impuesta. En su libro premiado por el Certamen Literario Chicano, de la Universidad de California, López Dzur llama al colono benévolo o consciente, «el hombre extendido», el que arriba «un poco pordioseros, todos otro poco
o apenas disculpados», «a la patria / de la culpa, con el indocumentado clamor» [El hombre extendido].
Como hombres extendidos / inmigrantes con clamores, Roger Williams y Anne Hutchintson representan esas figuras marginales que surgieron entre los peregrinos, que no se tornaron en opresores e hipócritas. Roger Williams fue obligado a salir de Massachussetts en 1635 y López Dzur lo destaca en el poema («pobre de tí, Roger Williams, / porque ya no te quiere Massachussetts»). Roger y Ana creen en la separación de iglesia y Estado, la defensa del indígena y la libertad de prédica, sin que el Estado intervenga, o censure. En Rhode Island, Ana Hutchintson pudo experimentar con sus ideas de libertad y verdadera tolerancia religiosa.
En cuanto, etnicidad y cultura ancestral identitaria, daría otro ejemplo. Un judío expulso de España que aprovechó el reclutamiento hecho por Colón, en rol de Almirante, puede que tenga motivos diferentes, más honestos, que el que su empleador tiene, o terminará expresando. Ante una población autóctona sumisa, o no, a la conquista, tras el encontronazo cultural por Tierras Descubiertas por el europeo, este colono (el benévolo) puede ser un copartícipe voluntario o involuntario de la invasión, al mismo tiempo que puede optar por el mecanismo síquico de la imitación del superior que le asigna un rol represivo. Todo colono es un inmigrante y hay un poema de López Dzur que expresa ésto: Todos somos inmigrantes en su colección El hombre extendido.
CONTINUA
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