Sé que las abejas machiegas existen. ¡Mis respetos! Han sido descritas como arquetipos útiles y sagrados en la poesía y las artes. Una abeja, en particular, ésa que adoro, es la obrera as necessary woman, la criada de la gracia, la que más abunda, la que no se fertiliza. No estoy negando el fenómeno de la sexualidad ni de su necesariedad. Sólo digo que como máxima expresión de sentido o de unidad, me gusta la mujer necesaria. «La mujer que yo tengo en mí». Estoy feminizado. Y me lo dijo una rata.
Me lo pudo haber dicho una abeja machiega o un zángano de los que ella mata.
Resolví ese misterio: los embriones de las ratas y las mujeres son hembras. La Madre Célula nos hizo, inicialmente, a su imagen y semejanza, femeninos. No necesariamente neutros. Aún los geneticistas más entrenados no pueden distinguir entre un embrión macho y un embrión hembra hasta los 20 días de su desarrollo, cuando los ductos espermáticos se detectan y entra en juego la proteína SRY, «for the sex-determining region of the Y chromosome».
A partir de un acceso a una expresión de genes secundarios, se determina el género, «a female mouse embryo could turn into male mause embryo capable to copulating with females».
Estas fantasías, si cabe llamarlas así, hoy son científicamente sospechadas, verificadas y expresadas.
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