Aquella noche del Gran Fornicador escuché sus voces. Ví la mujer que lloraba sobre la falda de un monte.
En la Teogonía Orfica, el monte es llamado Egeo, a las márgenes del río Neda. ¿A quién Hesíodo engaña con esa equivocación? Eso me hicieron creer. Mas yo conozco mi vecindario. Distinguí la voz de mi madre y del hombre que no es su marido.
Ese lugar de mi casa está en el merito Distrito Federal. El montecillo es un pedacito de área verde que hay en Coyoacán... Que Egeo ni que Egeo… El fornicador tenía una voz muy autoritaria y la mujer, muy parecida a mi madre, quedó cubierta por él. Es decir, si no aluciné aquella noche, como mi madre dijo, lo que ví, o sucedió, lo soñé.
Otro día arguyó que fue el fantasma de mi padre que regresó a visitarla. Mentía como Hesíodo. Creen que soy tonto. Pero yo ví el cuerpo del fornicador monstruoso, lleno de pelos de oro, con su barba rojiza.
Nueve meses después mi madre colocó una piedra en unos pañales porque una niña nació y él regresó a verla, aunque fuese la única y última vez... No recuerdo más. Cerré la puerta con terror y ellos me gritaron, con insultos, pero yo nos quise responder ni mirar.
04-08-1980 / Microrrelatos
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