Un día naceré y seré visto. Nacerá muy hermoso y sano como Quetzalcóatl, sin que me afecten miserias sociales ni orgánicas de este mundo. No sé cuándo naceré tal como lo deseo. Puede que transcurran años y cuando conozca a Ella, a la que hoy amo e idealizo, ya esté muy vieja, guanga y indeseada. Tal vez ya no me inspire el apetito, no me obseda. También él, quien hoy es su amante, estará viejo. Entonces, ellos y mi ego veremos la precariedad real de todo lo visible. Es una lección que no aprendí, que cuando yo vea, también sea visto en sucesivas fases de mi evolución...
Recuerdo la última vez que tuve un cuerpo. Se construía la Gran Muralla. El matarife de Tamerlán destruyó a su paso la cultura china. Esclavizó a muchos pueblos. Tuve la fortuna de escapar y con otras pocas de mis gentes llegué a la Laguna de Texcoco... ¿Adivine para qué? Para edificar una ciudad. Una ciudad de puras ichpocatzintli, chamacotas con hermosura, generosas de pechos, paridoras como la Madre Tierra... una ciudad de hombres de agua, ríos de tlacaxinachyo, el semen creador de la generación humana ic yolli, con corazón.
Desde entonces, transporta a los enfermos a los pozos afóticos: curo la demencia, la tristeza, el dolor, el olvido... En pocos años, ví mi propio cuerpo reducirse a nada. Y me convertí en el vampiro del Lugar de las Sombras.
22-08-1982 / Microrrelatos
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