a Erica
A ella no le importa. Cada quien su vida. Es cierto que no conoció si realmente su padre fue creyente. El tuvo fama de blasfemo, mucho cagarse en Dios. Como sus mujeres, varias que tuvo, fue vástago / Baby Boomer; pero, a casa nunca regresó, acaso si para donar los cromosomas a la vagina loca. El tuvo muchas casas y a ninguna la halló propiamente suya como para llamarla un hogar. Ni aún cuando Cabecita de Metal nació de quien fue la cuarta entre sus mujeres. A ella, Cabecita de metal, su hija, no importa. Lo único que ella necesita de sus padres es Metal Rock, el explícito despliegue de emoción, con fuerza bruta, autenticidad machista en el artificio de la distorsión, intensamente amplificada de la guitarra eléctrica y una ausencia del blue lamentativo. Dénle el ruido de los latidos enfáticos, las vibras de los solos guitarreros. Ella pone de su propio espectáculo visual.
En los Noventas, la madre de Cabecita tenía los pelos parados, con sicodelia por peinado, muchos tonos de azul, pinturita de spray y la jodienda. En general, su cabeza fue una piojera. Un desastre. Y con menos estática que con la que hilvana su hija. El cáncer, que le fue tratado con radioterapia, produjo que antes de morir, su madre acudiera a las pelucas pintadas de heavy-metal. Estaba llena de angustia, desencanto y odio.
Sin embargo, a Cabecita de Metal la tuvo cinco años consigo y la instruyó en todo lo juvenil y banal que quedaba en ella. Le recordó que ella fue muy linda, de jovencita, a piece of cake for machos... No trató de decirle que los Valores Tradicionales y la Adaptación a la sociedad son monstruos que ella objetó casi toda su vida ni que tampoco fue parte de una generación hostilizada «that seemingly never felt at home». No se puede hablar mucho durante una despedida. Una niñita de cinco años no entendería.
Vividos los periodos de Reagan y Bush, su madre ya no supo a qué oponerse. Ya no tenía gobierno qué respetar. Ni familiares a quienes querer. Ni una carrera de la cual hacer destino y orgullo. Se iba a morir y lo sabía.
Cabecita de metal, casi huérfana, es hija de padres reactivos. La madre murió y el padre está en la cárcel. jodido. Eran pragmáticamente perceptivos, pero no sabios. Amorales, pero sin amor al arte; idóneos para ganar ese dinero que proviene y se regresa por los huecos deshonestos. Y Cabecita está sola.
Ahora ha sido tomada en adopción por los parientes, a quienes lo que ella haga con su vida no les importa. Viste casi siempre blue jeans, T-shirt de color negro, botas, chamarras para tapar los senos incipientes y un ombliguito encantador. Con las chamarras de cuero, se ciñe sus crucifijos, calaveras, cadenas y otras memorabilias de gótico influjo, o de cine de horror. Y va a la escuela, donde con amigas / lesbianas y putos / se le considera la más fiel de las headbangers. Adicta a Black Sabbath y Deep Purple.
Todo lo que oye la linda Cabecita, pintarreajeda con ceniza bajo sus párpados, es lírica vaciedad, «dull and decadent... dim-witted, amoral exploitation», le dicen sus maestros. Su mundo tenebroso y agresivo deprime a quien la ve. Provocadora paranoia de un hada / ninfa / que usa botas y defiende la misoginia y lo oculto. Los maestros alegan que se va a quedar sorda y que tendrá peor destino que la generación X o de nómadas que la parió.
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