Saturday, November 07, 2009

El fantasma de Mingo



San Sebastián, yo quise ser algo para tí
para ponerte en el más alto pedestal,
pero sé que esa esperanza yo perdí
como se pierde una lágrima en el mar:
José A. Cardona Soto (poeta), A San Sebastián (del Pepino)


A Domingo Liciaga (1882-1914)

«Aquí falta don Mingo, el hijo de Idelfonso», así decía Padró Quiles el Negro. «El se murió durante una marcha, sorda, no oída hasta hoy que nos reunimos. Murió demasiado joven; pero con grandes sueños». Padró Quiles y Liborio Rivera, en 1917, organizaron a los primeros militantes socialistas. Y Domingo fue quien más quiso que se viera ese día en que la gente del pueblito perdía el miedo.

El Alcalde Rivera Negrony, el hacendado y constructor de la barriada Pueblo Nuevo, lo veía bajar por la Loma, buscándolos a ellos. «A mí sí me gustaría que nos pongamos a tono con la idea. Yo no digo sobre ésto a nadie; es poco lo que converso; pero yo conozco el socialismo verdadero, el de las Escuelas laicas de Gabarró, que es lo más moderno y tengo algunas gacetas que publicaron Soledad Gustavo y Federico Urales en Madrid».

Ahora Domingo Liciaga es sólo el fantasma que otros han temido. Se murió hace unos años. Dicen que fue de gripe española, microbios en alguna carta o paquete de la gente que escribiera a los suyos desde España. O que fue la influenza que sacude con sus faldas una vieja Gitana que llegara a las ferias. Una que leyó las barajas del Tarot y de seguido conversaba sobre problemas mundiales, la matanza de anarquistas en Chicago, la Internacional o las guerras en Europa, como es ésta en que los EE.UU. ha de meterse.

Seguramente que fue ella la que a Mingo lo mató con sus apasionadas emociones porque así mueren los poetas y los músicos. Son sensibles, se emocionan. Quienes oyeron cuando la Vieja Polaca declamaba, con esa convicción y fuerza de una bakunista o un valenciano de las federaciones ácratas, terminaron siendo poetas llorosos con «el mal de siglo».

A Domingo, ella le enseñó sus baúles: él hojeó los ejemplares de la La Revista Blanca y editoriales de Juan Serrano y Oteyza. Han dicho que, previendo su muerte, Domingo se apoderó de uno esos baúles de la vieja, se encerró a leer, lo tomó de ataúd y se volvió un fantasma. Cuando se persiguen los fantasmas, llegan los reconocidos espiritualistas. Los poderosos como Don Lion y Guilimbo. Los farsantes que sólo meten miedo. Los piadosos como Aguedo Vargas y Baldomera. Y allí, en medio del olor a cuero de la zapatería de Antonio Nuñez, empezaron a platicar sobre un socialismo que tenía más de coraje que de pensamientos.

«Aquí falta don Mingo Liciaga, el gran conocedor de la trágica Procesión del Corpus que pasó por la Calle Cambios Nuevos en Barcelona». Una bomba fue echada al paso de la Procesión y, porque hubo víctimas, se atribuyó el acto a criminales anarquistas.

«Aquí falta Mingo para que explique, ¿qué piensa en verdad el socialista del asunto de La Mano Negra, ese invento de odio fabricado por la Guardia Civil de Andalucía y la represiva mano de Juan Antonio Hernández Arvizu? ... pepiniano nativo, «como nosotros mismos», quien desde las audiencias judiciales, tan apañadas, en Jerez de la Frontera, enviaba a campesinos inocentes a presidios del Africa.

«¿Y qué sobre el proceso llamado de Montjuich del que hablan los Prat de Mirabales? ¿Quién nos hablará de eso, que no sea Mingo? Y ¿qué de Ferrer i Guardia, francmasón en sus orígenes, anarquista y socialista verdadero?»

Un día se asomó don Narciso Rabell, quien era del Partido de la Unión. Vio a aquellos hombres tristes: la cara de Alejo Cabán o Juan Abad, por ejemplo, y les dijo: «Así no se puede hacer un partido socialista». Y le explicaron que Oronoz Rodón y Gayá Domenech ya anunciaron que el servicio militar va a ser obligatorio. Que en la Guerra del 1914 los EE.UU de Norteamérica. darán su temerario paso hacia adelante. Va a involucrarse porque el peligro es rojo. Ya tienen su nombre y apellido: «Red Scare» y la neutralidad ya no procede.

La Vanguardia, el periódico que administra Juan B. Angulo Meléndez, como vocero de la Unión de Puerto Rico, anunció el cuarto empréstito «Por la Libertad», «¿y de dónde este pueblito va a sacar $22,000 o $34,000 para dar donativos? ¿Quién hay, además de La Central La Plata y los bancos, que tenga activos que generen ingresos?»

«Por algo es que nos asociamos a los EE.UU., por las protecciones...»

«Don Narciso, si lo que tenemos por ahora es sólo gripe española e influenza y entierros y ya quieren sortear en suerte que el boricua se vaya reclutado a pelear en la Francia y a matar austríacos».

Antes que Padró Quiles, fue don Narciso, boticario y ex-Alcalde, quien propuso que se hiciera una banda cantarina, con bombos e instrumentos de viento. Anunció que a Francisca Angulo le enviaron unas cornetas. Son para Juan Angulo y como el músico fue Domingo, Pepino tendría una banda musical en estos tiempos aciagos y depresivos. «De la Guerra encima».

«Lo que yo vine a decirle, Cheo Padró, es que no dividan el Pueblo con ideas socialistas. Usted por años me sonsacó a Domingo y a él lo necesité para la orquesta, no para ese grupillo que están formando, o ya formaron. No que esté prohibido. Ahora hay democracia con el yankee... Pero, pregúntense: ¿Socialismo y para qué? Ya hay demasiados politiqueros... Ustedes saben que este pueblo sufre desde el año de las quemas del '98. Se quema a cada rato y que aquí Yare Yare, el asesino sueldo del cacique de Añasco, estuvo ocasionando el miedo. Había dicho que iría por Saturnino Robles, que lo mataría y a su paso trajo más caos y violencia cuando había sólo tres policías en el Pueblo…»

«Y qué con nosotros? ¡Somos pacíficos!»

«¿No ven que la guerra real ya viene en ciernes?... ¡Yo no he querido ser un mal Alcalde ni tampoco Riverita! ... Vamos a olvidarnos de ésto, del socialismo. Quitemos, por lo menos, esas ideas a Don Mingo. Es gente que queremos», insiste Rabell Cabrero..

Se miran unos a otros en el interior de la zapatería. Se extrañan de que sea un liberal como Don Narciso, quien hable con ese miedo.

«Dicho de otro modo, lo que quiero es que haya música y seamos comunidad porque la guerra viene. Es que este Pueblo siempre arde en llamas. Este es una villa de huracanes y de incendios».

Don Victor Primo, cuando llegó de España, dijo: «Malas noticias tengo para el Pueblo de Pepino. Manuel Liciaga, el doctor, no volverá. Se quedará en Barcelona. Fue el mismo Neco Elpidio quien me dijo. No lo esperen». Con esto, don Narciso, se anticipa a una necesidad inminente y valora: Cuando muera su padre, puede que quede el Pueblo sin médico. Liciaga era su esperanza de una ayudita más al doctor Franco Soto.

Con el tiempo, precisamente, poco antes de la época en que se fundara a Pueblo Nuevo, él se sintió como todos los que hoy observara. Desmoralizado. Hombres tristes que escaparon del fuego; hombres arrepentidos de acudir a la violencia, hombres que quieren ideas para organizarse, pues, están estremecidos y espantados del Desastre de 1898 y, porque hay miseria e ignoracia, los gringos han colocado a todos en el mismo caldero al que van a arrinar nuevas brasas. «El problema de la colonia es que nunca se sabe quiénes son los verdaderamente buenos».

«Pero usted nos conoce, don Narciso».

«Hay que tomar un respiro, después de las quemas y los robos de 1898... Vamos, por de pronto, a formar una banda de músicos», instruyó don Narciso, «porque estamos, como pueblo, tensos y divididos».

2.

En 1882, en el Pueblo había una división tan grande como este abismo que Victor Primo observó cuando dijo que no viene Manuel Elipidio. Esta fue la razón por la que Manuel Elpidio Liciaga se fue a España: «Los pueblos divididos nunca hacen nada y siempre están enfermos» y, citado por Victor Primo, dijo «que se hunda el mundo antes, pero a Pepino no regreso».

Se acordó del día en que hiubo elecciones para diputados y los alcaldes locales, José María Caballero y Luis García representaban a la clase de los más ricos comerciantes y nuevos terretenentes, casi todos vascos, antiguos esclavistas, anti-republicanos y anti-obreros. Habían sido isabelistas durante el régimen del General Serrano y, después, en la tradición de la antigua dinastía sabayona, se abrogaron la licencia secreta del Papa para fungir como católicos masones. Dizque que ellos sí compaginarían la religión y el ocultismo.

Eran herméticos los Laurnaga Sagardía (ahí el caso de Francisquito, antes de su regreso a España), Pedro Arocena, Juan Rodón, José y Brauilio Caballero Ayala. No faltaba Oronoz ni los Mantilla Yparraguirre. En Pepino había dejado de importar, o tener relevancia, la clase de los obreros, artesanos y pequeños propietarios, la mayoría canarios que doblaban el lomo; pero que empobrecían. Los «afueristas» llegaron y trajeron dinero de Lares y Aguadilla.

Comenzaron los años durantes los cuales Pepino no escuchó a voces locales. Los Alcaldes serían los que mandasen y serán como una logia, con su grupito selecto de amigos y parientes. Bola negra a quien no cumpla con ciertos prerrequisitos. El voto no valdría si lo invocara una Constitución de radicales. A Manuel Epifanio le robaron los votos. Lo desacreditaron. «Y dijo que a San Sebastián de las Viruelas del Pepino no vuelve».

Lo que vale, desde la muerte de Prim, es la secreta alianza de masones, católicos en el siquitrillaje. Por fin acabaría el carlismo desangrante; pero, con ellos también el «circo de los republicanos». Sin embargo, los años no pasan en vano. Traen nuevos retos. Ahora el Pepino cree en los juegos de «pitcher y catcher». Rabell se crece desde el parquecito de Pueblo Nuevo y le dice a los socialistas, sean negros o blancos, que: «Take it easy».

Ya casi no queda ninguno que recuerde lo que fue el Casino de San Sebastián: la primera gran institucuión del elitismo, en manos de estos vascos que han arribado para hacer el trabajo de Masones Católicos, en un pueblo que prefiere a reyes extranjeros. Da lo mismo. La verdadera reina es la «Iglesia y el Gallo».

¡Cómo se alegraron en el Casino cuando en Madrid, específicamente en la Calle del Turco, abatieron en 1870, en un atentado en Navidad y en anonimia, a Juan Prim. El Casino hizo su primer baile de galas y se personaron los pudientes del campo, esclavistas de hueso colorado, y comerciantes de Aguadilla y de Lares. Allí estuvo Juan Carbonell Amell, Clemente Hernández, Pablo A. Luiggi, Agustín Battley Amell, Domingo Santoni y Francisco Juliá... Ah, pero, ¿qué socialista de este cuño de Padró, Rivera y Abad recuerda lo que fue aquello?

Esto lo había vaticinado Manuel Elpidio Juarbe y ese Liciaga, pobre, que fue Domingo, el hijo de Idelfonso.

«Se reunirán y harán escarnio». Cumplida fue la profecía. En el Casino de San Sebastián festejaron que la prosperidad del café ya está a las puertas con la alianza de familias Sagardías, Laurnaga y Zagarramurdi; y el día fue feliz, Juan Prim ya había sido callado para siempre; se revolcó en su sangre. Desde hoy en España y en Pepino murió el peligro de la república unitaria, así como años antes otra republiquita se abortó en Lares. También ha de morir la república federal, y la fórmula indefinida. Se ha despreciado a Espartero, el Achacoso, a la Infanta María Luisa. Ahora se tiene lo ideal: a P. A. Sagasta y Ruiz Zorrilla. «A este pueblo no le gusta vivir en los extremos. Al español que sea decente y católico. A todos les gustaba ese pasado. Somos civilizados, cautelosos, vigilantes y es mejor como es ahora... Muerto el perro de los pronunciamientos y el carlismo, se acabará la rabia. Cada vez que haya un problema, busquemos una dulce melodía».

Ninguno que se acuerde. Quizás, por referencia, don Mingo. Pascasio Moreno fue la nota discordante. Creyó que él podía dividir el Casino / el casino que llamaron la Nueva Vasconia / porque allí estaba Laurnaga y su grupito, los Arocena, los Oronoz y Rodones, los Caballero, los Aldea Berenger y los García Mantilla. Y como Amadeo de Saboya ante el cadáver de Prim, exclamó: «No entiendo nada; ésto es una jaula de locos». El formó su grupito.

«¿No gobernaste con Ramón Lugo? ¿No fuíste Alcalde ya?», preguntaron a Pascasio.

«No. Yo renuncio», así como Amadeo, mientras lloraba la reina María Victoria, porque «si ahora renunciáis, pasaréis ante España como el peor de los mediocres». Trágica gracia fue este figurín de la Casa de Saboya: Ninguno de sus súbditos le vio méritos ni concedió la menor oportunidad para que gobernara. Hubo seis ministerios en dos años que duró su reinado y lo mismo sucedía en Pepino, desde que se abolió la esclavitud durante la Administración del Alcalde Irizarry. Pero, de los que viven hoy, ¿quién sabe? Y si Domingo, no dice, ¿habrá luz y realismo, programa y valor?

«Pepino no es cobarde».

«No lo es. Lo que le falta al Pueblo son ideas, programa, don Cheo».

En aquellos tiempos, se dijo lo que sigue siendo cierto hoy. «¿Entiende que no se puede gobernar sin el Casino?».

Es don Narciso quien recuerda que Saboya tenía la Corte entera y los votos y quiso unir lo que no se armonizaba, ya que fueron como el aceite y el vinagre, y se tuvo que ir». Y citó del discurso que Amadeo de Saboya, diera al lado su reina. Renunciaba por causa de «todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación», siendo españoles. «Todos invocan el dulce nombre de la patria; todos pelean y se agitan por su bien, y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible… hallar remedio para tamaños males»

3.

«Aquí falta don Mingo, el hijo de Idelfonso», así decía Padró Quiles el Negro. El pensamiento de Liciaga tenía una música de banda marcial y porvenir. Tenía sus propias notas entre aquellos socialistas que Padró Quiles al fin organizó, junto a su hermano Ramón y Liborio Rivera, en 1917.

Cuando Victor Primo conoció a Domingo y fue años antes le dijo, sin saber que tan cercana estaba la muerte: «A don Manuel Epifanio Liciaga le habría gustado oírte. Tú eres la esencia nueva de los Liciaga Juarbe. Eres de los músicos y políticos de Pozas».

Pudiera haberse referido a don Cecilio (n. 1854), a Edelmira, su hija, a doña Ramona, a su madre; o a la cepa, que, en sus comienzos, fue tan poderosa en el sector hacendatario, la del ex-Alcalde Manuel María y Juan José Liciaga, su hermano.

«Usted es una persona de talento. Todos, con tal que sean Liciaga, lo son».

Los sucesos de las partidas incendiarias y del hambre en los campos tuvo el obreraje asustado. Algunos se avergonzaron de su coraje sin rumbo. Lo más consciente del Pepino iba yéndose del pueblo. «Se huyó, como se dice, hasta Juan Tomás (Cabán Rosa) con el rabo entre las patas para que Rabell no lo metiera otra vez preso», comentan los incrédulos..

Cheo Padró Quiles dijo: «Usted no tiene fe en mí, Don Narciso. Eso se entiende. Pero ya es mucho tiempo. Sea con Mingo, o sin él, organizaremos a los artesanos. Hablaremos en favor del campesino. Haremos el Pueblo Nuevo, no sólo construyendo más calles, o poblando; formaremos el pueblo nuevo en el contexto de principios».

Tanto Rabell como Martínez González ripostaron: «Ustedes no están aptos. Ustedes no son tribunos. No formarán oradores de la talla de Castelar o Práxedes Sagasta. Y es mejor que no salgan con revolucioncitas ni se les meta viento. Ahora gobierna un Aguila, madre de todo poder y progreso. Con Cuba y sus mambises se limpió el trasero... Todavía hay peligros rojos, don Cheo, y Pepino no está preparado para nada bueno, no para otra cosa que el pistolerismo».

«¡Que pesimismo, carajo!», dijo Liborio.

«A Domingo lo jalaron para que no se nos uniera; eso no va conmigo», insistió Padró Quiles.

«¡Qué mala suerte!»

Ya era el 1917, según una nota en las Actas del Partido. Mingo fantasmeaba por las calles fuera del baúl de una gitana. Hasta el mismo Rabell Cabrero y Víctor Primo regresaron. Habrían oído sus voces. Y le dieron esta grave rememoración: Hoy se cumple el aniversario tercero. Murió Mingo Liciaga.

Como ya le habían dicho: Si fundaran el Partido y la escuela laica ya no será con él. El pueblo está de luto.

«¡Es mejor que dejen eso!»

«Ya nos lo dijo, don Narciso. Ahora sin Mingo, vamos a echar pa'lante este proyecto».

Las calles del poblado tienen un Mingo el farolero, pero del farol de la consciencia socialista es Don Mingo Liciaga, el hijo de Idelfonso. Obrero. Director de la Banda Musical. Amigo de una Gitana, estudiosa de Bakunin, Pi Margall y La Revista Social y libertaria.

«Aquí falta don Mingo, el hijo de Idelfonso, falta el poeta y la alegría», dijo Cheo Padró cuando pidió que se guardara un minuto de silencio.


GENTE DE MI PUEBLO

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