Quien no crea que un perro puede ser el mejor amigo del hombre y un conocedor de profundas necesidades y diversas sicologías... ponga atención a lo que contaré sobre un perro viejo, apático, al que hice cuanta pirueta supe para que se hiciera mi amigo. Fui a vivir, como pupilo, a la pensión de su dueño. Me encariñé con él durante un año que estuve como su vecino. Su mismo amo decía: «Eres el único que se da cuenta que existe en esta casa porque ni ladra». No servía, al parecer, para nada, no roía huesos ni agitaba la cola. Tenía unos ojos tristes y nunca se le vio la lengua salivosa y fuera del hocico. Se arrinconaba, casi como si quisiera que nadie le viera. Sin embargo, fue lo suficientemente grande para que se colocara un letrero mentiroso: la existencia allí de un perro bravo y enorme.
Contó una vez el dueño, quien como el perro ha sido asesinado, que animalito tan noble nunca fue comelón ni aún cuando, por él, fue provisto con alimento en abundancia. Comía poco aún cuando un buen amo proveedor fue el hostalero. Dejaría de ser un perro flaco y hambnento. Se me encargó que le motivara a comer y le cambiara diariamente el agua que bebía. «Es buen perro y él, aunque no lo diga, te considera su amigo».
Y no sería tan manso y aburrido cuando, a dos semanas de yo dejar el hostal, se apareció en mi nueva casa. Ubicada a cuatro cuadras de la pensión de su amo. Corría como una bala, sostenía un paquete bien fijado al hocico; sabía que yo lo miraba como cuando le hablé sobre mis penas y miserias por hallarme sin un buen trabajo. Lo ví en mi jardín cavando un hoyo. Lo llamé con alegría, no a regañarlo por intruso. Sabía que era él. «¿Cómo has corrido por verme, ah?»
Vino una segunda vez y le puse tres salchichas de la que le gustaban y un platón de leche. Estímulo por si volvía y festajé, al hacerlo, la energía de verlo animoso y jugando. Fueron tres visitas seguidas, aunque no volvió. Entendí, en consecuencia, que algo sucedió que afecta al perro y al amo.
Seguramente, nuevos inquilinos, gente alborotosa y que da mala espina. Aquellos por los que decidí cambiar mi rumbo. Para cerciorarme, fui a visitar al perro y a preguntar por su amo. Quedé frío con lo visto. La pensión está clausurada. Se encintó el área, demarcándose con amarillo y conos rojos la emergencia. Separaban la gente que curiosa ante el edificio de dos pisos. Aún destacan sus dos enormes letreros: «Se renta a gente buena» y «Precaución: Perro Grande y Bravo».
El perro no era enorme y, si a bravucones y grandes seres vamos, de una habitación sacaron los cadáveres de dos delincuentes que antes de que se mataran a tiros; ultimaron al hostalero y su perro. Al parecer, un tercero huyó por miedo a las acusaciones y los motivos del tiroteo. El cuarto inquilino, pudo haber sido yo.
Ocupó el dormitorio que renté yo semanas antes. Ahora sé por la prensa policíaca de la tele y chismes del vecindario, que el perro había roto a dentalladas un bolso de cuero, estuche deportivo de mano. Contuvo casi cien mil dólares en joyas, cocaína y efectivo. El que huyó no tuvo tiempo de robarse nada porque el perro se portó valiente. Olfateó que bajo unas ropas del bulto había dinero y se dispuso a mudarlo por tercera o cuarta vez. Fue el perro el que diría: «Esto es mío».
Los maleantes discutieron. A patadas atacaron al perro intruso y lo sacaron de la recámara. Recogían dólares revolvados del piso, lo rastreaban hasta debajo de las camas y de los gaveteros. El dinero que faltaba en el bolso se lo achacaron a deslealtades de alguno que faltaba al juramento de esperar el día del reparto del botín. El perro quedó libre de sospechas. «El perro es bobo. Tú me robaste», se oyó como grito. Se pelearon, se acuchillaron hasta que decidieron por conveniente recurso que, a falta de confianza, que se dirima a tiros quien se quedará con todo.
Y en el brete mataron al perro, a su amo que oyó los tiros y escuchó el quejido de un animal al que ya se creía mudo e incapaz de agitar el rabo con el súbito golpe de su muerte. Ví el momento en que, sobre una manta, sin cubrirlo con el mínimo duelo, la policía casi restrelló al perro frente a los escalones. «Total es un perro», dijeron. La tele informa que el perro se rebaló de la manta porque la sangre era mucho por todos los costados.
También hirieron al nuevo inquilino y se mataron dos mafiosos. Hay uno del que recaudan datos como principal asesino. A los asesinos los bajan, escalones abajo, con cuidado y esmero inmerecidos. Al perro bobo, casi lo tiran desde las escaleras al patio. Esto sí me ha dolido y que digan que lamía cocaína.
Entonces, regresé a mi casa y busqué el hoyo cavado por el perro. Me dejó un regalo. Escondió algo para mí. Y lo voy utilizar, yéndome de este barrio: Los 20,000 dólares que faltan en el botín de los ladrones ya los tengo.
08-01-2002 / Microrrelatos / Indice
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