Wednesday, November 25, 2009

Saltó desde el balcón



No había dos seres más distintos que ellos dos. El primero era él. Creyente en que la igualdad no existe y que la Ley y la Autoridad no garantizarán que exista ni igualdad ni libertad. El podía sonreir ante la diversidad de lo existente y toleraba, calladamente, los vicios y las luchas de cada quien. Era observador. No quería obstruir a nadie ni a ella, fervorosa de ritos y lealtades a muchas autoridades. Ella lo invitó a la Iglesia, porque él parecía un hombre tranquilo. En su comunidad, ella cuidaba el canto, lo que llamaba los límites debidos. «Esta es mi calle», dice. Siempre pone su oído atento y vela detrás de su ventana. Acusa toda transgresión y lo cumple sigilosamente oculta, entre cortinas, o de plano en el balcón. Cree en el choteo, en el rigor que garantiza las seguridades. El no. Todavía, sin embargo, él no entiende que a ella le gusta que él llegue y se fume un cigarrillo desde su tercer piso. Lo vela. Está enamoriscada, a pesar de su mala fama de intrusa, pleitera y oreja de la policía. El se cuida de ella como de algún peligro que haga su vida mucho más miserable.

Jamás admitió una virtud que lo adorne, a no ser que dijera que vale más la acción que la queja. Es solitario. No tiene a quien reprochar, o contar sus penas. Está desempleado. Se acabaron sus ahorros y sus emociones de positivismo. A veces, cuando ella lo hurga en fisgoneo, a cierta distancia, él imagina que lo burla por su mal talante. No hay ropa nueva; su delgadez la viste con desmoralización y cansacio, yendo a pie de un lado a otro en aras de trabajo.

Ella, ¿que puede adivinar? No acaba de enterarse. El le agrada porque es joven y, aún así, serio. No un charlatán y, al parecer, es culto. Habla bonito. Por el contrario, de ella los vecinos se comentan a la sorda, que «esa Vieja Chismosa, si te descuidas, te echa la biga. Hipócrita, mala leche», y a él lo advirtieron de que ande con cuidado porque ella echó a correr el rumor de que ambos se gustan. El señor, a sus 30 de edad y soltería, «me ha mirado como si yo le atrayera». Es mentira. No obstante, ella guisa y hornea en su casa lo que le gustaba a su difunto esposo y cree que los mismos platillos han de ser lo que al señor calladito le admita.

Fue a la salida de la Iglesia. Fue por complacerla, porque ella insistía tanto... ¡Qué sábado perdido! Cortó al fin el martirio... El señor calladito le dijo que la muerte es como la crisálida de las mariposas, una fase del ser, pero luego adviene algo más bello, como un ángel volador que borra lo que una vez fue la vieja fase o lo que parecía el caos. El habla bonito sobre el orden y el caos, la evolución y lo posible como contrastadas estructuras, o nuevas cosas. Metamorfosis hay en sus labios, habitualmente silenciosos, cuando discursa de tal modo sobre gusanos transformados en mariposas.

Para el Cosmos, que es el único Dios, en que este ateo cree, el Caos es parte de una inteligencia superior. «El caos es parte del orden», le dijo y la viuda sintió miedo de la frase. Se la perdonó porque se sentía enamoriscada No captó, no tenía esa sutileza, para adivinar qué deprimido él vive. .El mensaje fue claro. Justificó el borrón y cuenta nueva en nombre del dios pagano, sin iglesia, que llamara la «materia prima de todo», el proceso de la Energía y su Caos, su abundancia y sus descensos. «Ese es el capital: la Energía. En el cosmos humano, hay quien lo vuelve Ley, Derecho, Dinero, Trabajo, Sexo o Ambiciones para un estilo de vida».

Ella ha pensado en el hombre calladito que le dijo estas cosas, al parecer, impersonales, pero, ella las toma a su modo. Fue demasiado para un día: horas de aleluyas y bodas. Y, aún ella quería absorberle la noche. El le dio cinco horas de su tiempo. Alegó compromisos y, al fin, declinó ir a verla otra vez, comer de su guiso y de unos panecillos que horneara.

Mortificada con el pensamiento de que sería otra mujer que le mueve el tapete, se enojó, sin decirlo y se quedó, con la comida hecha y un vino sin descorchar que tenía escondido. Había presumido, pot chismosa que era, con otras vecinas, lo que haría esa noche. Nada inmoral por supuesto; pero su invitado tiene 30 años menos.

Al final, avanzada la noche, la mortificó la escena horrenda. Espiaba, tras la cortina de su ventanal. Lo vio casi a las dos de la madrugada saltar del tercer piso. Y ella, la que llamaba a la policía por cualquier cosilla sospechosa que ocurriera en su cuadra, volvió a la cama. Por enemiga de esas teorías «filantrópicas» con que justifica el rechazo a que otro haga lo que le da la gana y le quite el derecho de mando a la autoridad establecida, haya o no consenso, se quedó callada hasta el otro día; pero, muy claro, que vio lo que él hizo. Se subió a una silla y el barandal de hierro de su balcón le quedó a la alturas de las pantorrillas; hizo un movimiento violento, brincotero y se tiró de espaldas.

Cayó del tercer piso sobre un empedrado, sin decir ni hay. Se le abrió la cabeza. Se desangró, paulatinamente, a partir de las 2:00 de la madrugada y cuando lo halló la policía eran las 7:00. Estaba caliente aún. Calcularon que una llamada a tiempo y habría sobrevivido.

A ella la heló saber este detalle. Fue de las primeras en abrirse paso entre policías y paramédicos. Todas la conecen. Señaló hacia lo alto, al balcón. «Es quien vive ahí, en el piso de arriba, ¿ve aquella silla». No estaba histérica, sí remordida y triste; pero no diría que vio la audancia del hombre calladito que llamó a su propia circunstancia social «la crisálida de un gusano de mariposa», que a duras penas acepta jerarquías.

El no fue de los que mandan. Carecía de empleo seguro. Se fue a la quiebra. Le robaron. Lo traicionaron y abandonaron los amigos. Y a él no gusta obedecer a quien le humilla. O tener amos. O ver tanta injusticia. En la confesión del suicidio, escribió que repudia la autoridad que emana de la ley. Y la Ley lo persigue, con muchas deudas. Las carencias fueron desesperantes. «Ni ley ni autoridad me garantizan justicia: y van echarme del apartamento, me quitaron el carro y me humillaron hasta lo indecible».

05-02-2006 / Micro-cuentos
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