Por su boca se habla de una seguridad perfecta,
sobre el fin de las carencias, la enfermedad erradicada,
el dolor como un hecho que agoniza, pero no sucede.
Cada día alguna guerra abre heridas, un dictador
se viste con sus galas y el mundo lo restaura.
Le brinda simpatías. La lealtad lo corona
aunque sea un mentiroso y exponente
de un dolor multiplicado, que se disfraza
de algarabía de chusma en los portales.
Y entonces el que habla saca un marxismo triste,
un pordiosero con evangelios en sus manos.
La sonrisa es un disfrazado momento
de amargura con un color de rosa
de consumo.
Ahora está inseguro de sí mismo
aquel que habla de esperanza.
Quien ansioso estuvo de hacer el bien
a su prójimo, se siente el despreciado y el payaso.
En la hojarasca del otoño está el afecto.
Con olores a feces llega la primavera
y una amenaza en flor que dice que se calle,
se resigne, que reencuentre la auto-estima
que le falta en los esteroleros.
Adivinan que algo lo corroe y no es aroma
y no revela una limpia mirada, sino un ceño
corroído, de árbol que crece torcido
y semblante umbrío en cada rama.
¿Qué valor tendría entonces su entorno
para quien no sabe disfrutar de sus raíces
ni chupar en profundo?
Por eso, sin querer o queriendo,
ya no son responsables sus palabras,
ya nadie le cree que habla sobre derechos.
Ya destila, sea defensivamente, un tufo
de odiecillo lo que dice y en gramáticas pardas
se escuda, se protege de quien admira
por afortunado.
Ese sí que tiene suerte cuando suyas son,
a más de verdades subjetivas, familiares, cotidianas,
las que nadie ve, las que el mundo real oculta,
sin acceso directo para la mayoría. ¡Las obtuvo!
¡Qué mucha suerte tienen los perversos!
Y los que discursan
lo ideal, la seguridad perfecta,
la utopía, quien es el irrecompensado,
al tubo se lo llevan, a la cloaca,
al aislamiento.
Ahora se siente que habla bivalencias.
Que encarna en sí la paradoja del cochino mentiroso.
Que siempre lo ha afanado la posesión de lo ajeno,
que su pesar es no privar al otro, no ha sabido robarlo.
Y ésto lo tiene triste. Es tan larga batalla
reconocer que ha sido un envidioso.
Escucho cuando dice que ya no vale nada
y que hay quien vale menos y, sin embargo,
lo aplauden; a él, no se atreven despreciarlo
ni en secreto. Lo dejan que digan bonituras.
Mas a él… que siga creyendo que alguna vez
habrá justicia, el respeto del mérito,
la ausencia de dolor, de guerra, de hambre,
triunfos para todos y abundancia.
03-12-2004
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